32
—Wesley —le llamo, con los pies hundidos en el césped—. ¿Qué haces aquí?
Papá ha entrado ya en casa, y a los tres minutos de estarnos observando, corre la cortina de la ventana de la cocina y desaparece.
Wes se pone de pie con rapidez, y es rápido, fugaz, y no me lo espero. Pero Dios mío, ¡me está besando! A mí. Es mi primer beso beso, es decir, no es un juego, y está moviendo sus labios contra los míos con más ganas de lo que pensé que podría ser. Y se siente... ¿raro? Esperaba que después de los últimos días mi próximo contacto con otros labios fuera otra vez de Noah. Tengo el corazón encogido.
Apoyo las manos en el pecho de Wesley sobre su abrigo, y sus manos van de mis caderas a mis muñecas. Hasta que se separa de mí.
—Yo... Wes —me relamo los labios, y pese a que intenta acercarse otra vez, doy un paso atrás y choco con un arbusto—. No puedo, Wesley.
Por un momento el destello de sus ojos es de enfado, y al momento, es triste.
—¿Es por Noah?
¿Y por quién sino? Se supone que salgo con él.
—Sí.
Sé que Wesley podría gustarle a cualquier chica. No solo porque es súper guapo y llama mucho la atención, sino porque es listo y de ese tipo de chico transparente al que se le nota todo lo que siente con solo verlo. Eso gusta. Se lo quiero decir, merece saber que yo no soy la única y que no siempre estaré aquí, que conocerá a otra mejor de su edad que lo comprenda, pero cuando quiero abrir la boca, Wes anda con pasos duros hacia su casa. Escucho hasta como el césped helado cruje debajo de sus botas.
Dejo escapar un suspiro de cansancio. Pese a todo, Wes es un gran amigo, y Margot lo adora. Me matará por lo que he hecho.
***
Durante el desayuno, remuevo los cereales con una cuchara y papá me mira por encima del periódico que lee. Me mira un rato, perplejo, como si fuera uno de esos dibujos a los que si miras mucho rato ves la forma.
—¿Qué te pasa?
—Nada.
Sigo removiendo los cereales. Creo que los voy a triturar al final.
Margot llama a papá y con el altavoz puesto nos felicita la Navidad. Se la nota todo lo animada que yo no estoy cuando dice:
—¡Tengo por fin mi bici!
Papá y yo sonreímos. Deja el altavoz puesto mientras recoge su taza de café y el plato de sus tostadas. Si Margot estuviera aquí, le hubiera despertado la mañana de Navidad con un chocolate caliente y unos muñecos de jengibre bien ordenados en un plato.
—¿Ya la has usado? —pregunta papá.
—Iré ahora con Chase a dar una vuelta. Os llamo esta noche —dice, y cuelga al segundo.
Dejo quietos los cereales y me levanto tirándolos a la basura. Papá me coje el cuenco de las manos y lo friega. Le da un trapo varias veces para secarlo, y yo lo coloco en el armario.
Nos sentamos otra vez en la mesa, papá con el periódico en la sección de política y yo con el teléfono.
—¿Desde cuando sales con Noah?
Levanto la vista del teléfono. Papá no despega los ojos de las líneas del periódico.
Me resbalo de la silla, y finjo una sonrisa.
—Ahora vengo. Tengo que hacer algo —murmuro atropelladamente. No sé si me entiende, pero salgo corriendo de la cocina.
Me pongo la mano en la frente y corro escaleras arriba, casi me caigo de boca cuando tropiezo con un poco de espumillón de las escaleras, pero me estabilizo y sigo mi maratón hasta mi cuarto. Cierro la puerta, y abro las puertas de mi armario sacándo un chándal que no he colgado todavía en las perchas. Me lo coloco, y agarro el abrigo metiéndome las llaves del coche en el bolsillo.
Paso por delante de la cocina y papá me mira mientras me subo la cremallera del abrigo y me coloco la capucha.
—En un momento vuelvo —le aviso entrecortadamente.
—¡Ve con cuidado—me grita cuando ya he abierto la puerta.
Me resbalo con la nieve del suelo, y casi que patino hasta el coche. Cuando me monto y arranco, Wesley sale de su casa con una bolsa llena de papel de regalo y se me queda mirando. No hace nada, no sonríe y no tiene expresión alguna. ¿Acaso la culpa es mía de lo que ha pasado?
Arranco y conduzco lo más rápido que me atrevo. Noah vive a un par de manzanas en dirección contraria a Taylor. Tardo menos de veinte minutos en llegar y estar aparcada detrás de su coche. Eso es que Noah está.
Bajo del coche y me quedo un momento junto a la puerta mirando la entrada. ¿Tendré que hablar con él delante de su familia? ¿Y si me abre Mary Anne? ¿O su madre?
Se me pasa por la cabeza volver a subirme al coche y llamar a Noah cuando esté en la comodidad de mi cama, pero Mary Anne abre la puerta y me pilla de pie como una tonta indecisa en mitad de su patio. Se acerca a mí con una caja cuadrada envuelta con un lazo, y lleva las llaves del coche de Noah en la mano.
Mary Anne arquea una ceja y sus tacones resuenan en la acera.
—¿Necesitas algo?
Miro a los lados. No hay nadie, y salir corriendo de vuelta al coche sería muy patético.
—Ummm... ¿Está Noah? Tengo que hablar con él.
A Mary Anne le sale una sonrisa algo escalofriante, y me rodea con un brazo los hombros. Si iba a hacer algo con el coche de Noah lo deja de lado y me da pequeños empujones hasta que entramos en la casa. Un olor como el que deja Margot después de su repostería está impregnado por todo el ambiente, y se escuchan las risas familiares venir del salón. Estuve una vez en casa de Noah; cuando cumplió los ocho años y lo celebró en su jardín con un castillo hinchable y un payaso que hacía trucos de magia.
Antes de entrar al salón, Mary Anne deja la caja y las llaves en una mesa de la entrada.
—Por cierto, soy Mary Anne, la hermana mayor de Noah —dice.
<<Lo sé>>
—Yo... ummm... Soy Sierra, su amiga.
Mary Anne agita la cabeza y no me suelta hasta que entramos al salón. Hay cuatro personas, entre ellos está Noah, y están sentados en una alfombra cerca del árbol de Navidad y jugando a un juego de mesa.
Mary Anne golpe con uno de sus tacones el suelo y exclama:
—¡Tenemos una invitada!
Todos se giran a mirarnos, y pese a que me quiero reír por la cara de Noah, la mejor opción que tengo en mente es correr. Más, cuando todos se ponen de pie. Noah los adelanta acercándose a mí.
—¿Has venido a felicitarme la Navidad en persona?
Suena como un egocéntrico entrañable. Hasta parece perplejo por verme ahí.
—¿Podemos hablar un momento?
Noah mira a su familia antes de ponerme una mano en el hombro y guiarme hasta la pequeña cocina. Se sienta en una silla como si dudara, y yo lo hago en una a su lado. Dejo las llaves del coche sobre la mesa de madera y las giro una y otra y otra vez.
—Y bien, ¿sobre qué quieres hablar? —Habla lentamente.
—Necesito que hables con Margot y la digas que no salimos juntos —respondo mientras le empujo el móvil sobre la mesa—. Se lo ha contado a papá, y no puedo mentirle ni que tampoco siga creyendo... —nos señalo, aunque realmente no hay nada que nos une—. Esto. Margot te quiere y esto sólo la ilusiona más de que vengas a cenar todos los sábados a casa.
—Puedo ir a cenar todos los sábados, si es lo que te preocupa —dice.
¡Dios! ¿Por qué siempre es tan exasperante?
—Quiero que llames a Margot y la expliques lo que ha ocurrido con Wes y esto de ser falsos novios. —Odio que la cocina de Noah tampoco tenga puerta y que posiblemente alguien nos escuche.
—Tampoco tengo problema en pasar de algo falso a algo de verdad.
—Noah.
—¡Vamos, Sierra! Si nunca te atreves a ser valiente vivirás siempre con la duda —me dice, y lleva las manos al borde de su silla, aunque veo cómo se arrima a mí un centímetro—. Venga. Tírate el rollo.
He escuchado varias veces como Taylor y Margot me decían esas cosas similares a "Si no arriesgas no ganas", una frase muy fácil para los que no tienen nada que perder. Como mi dignidad ahora, ¿no? Creo que he hecho bastante el ridículo delante de Noah.
Creo que estoy demasiado nerviosa como para no decir otra cosa que no sea:
—¿Vendrás a cenar los sábados?
Noah suaviza la expresión de su cara, y por primera vez noto lo tenso que estaba sobre la silla. Supongo que como yo. Estar en casa de Noah es muy raro.
—Claro, además de que puedo enseñarle a Margot que he aprendido a hacer Fairy Bread.
Enarco una ceja. Me ha gustado que no soltara nada egocéntrico a lo Noah Estúpido Müller.
Asiento con la cabeza y me voy levantando poco a poco de la silla. Como si me doliera la espalda como a la abuela.
—Creo que me tengo que ir.
Noah se levanta corriendo, y me acompaña a la salida. Pasamos por el salón y me despido de todos lo más rápido que puedo. Noah me abre la puerta de la salida, y da unos pocos pasos fuera porque va en calcetines.
Por un momento siento la necesidad de comentarle que Wesley me besó anoche, pero me retengo de hacerlo apretando los labios.
—¿Te llevo a casa? —me pregunta.
Señalo mi coche a mis espaldas.
—He venido en coche, pero gracias.
Estoy dando unos pasos para alejarme de us porche, entonces Noah me agarra de la mano y me frena mirándonos cara a casa. Me siento como una de esas telenovelas donde ahora sonarían unas guitarras españolas creando dramatismo. Estoy mirando muy bien toda la cara de Noah, desde las pequeñas pecas de sus pómulos y sobre su nariz hasta las pequeñas y casi inexistentes motas doradas de sus ojos oscuros. Estoy tan abobada quedándome con sus facciones y lo mucho que han cambiado, que cuando Noah inclina la cabeza y presiona sus labios contra los míos casi no soy capaz de reaccionar. Al separarse, Noah me sonríe y yo me quiero deshacer el moño y hundirme en mi pelo.
—Yo...mmmm...Tengo que volver a casa —susurro.
Mientras camino hacia el coche, escucho la estruendosa carcajada de Noah y me coloreo entera de roja. Todavía no me lo creo, ¡Noah Müller me ha besado! Ahora, para que mentir, mi niña pequeña interior y hasta yo estamos felices.
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