3
Margot está girando las tortitas en la sartén con un delantal de papá. Somos las primeras que nos hemos despertado, asi que a Margot se le ha ocurrido hacer un desayuno familiar. Pone la tortita en el plato terminando su segunda torre de tortitas y vuelca más masa en la sartén.
—¿Crees que deba partir también unas pocas fresas? —me pregunta.
—No quedan. ¿Te recuerdo que te las comiste anoche viendo la telenovela?
Margot me lanza una mirada por encima del hombro mientras parpadea.
—Tenemos que ir esta tarde a comprar. ¿Hacemos Fairy Bread esta noche?
Margot y papá adoran el Fairy Bread como dos niños pequeños. Margot y yo siempre lo hacemos juntas porque es un dulce australiano y mamá era de Australia.
Asiento lentamente sin dejar de mirar el móvil. Estoy buscando ya los regalos que sé que quiere Margot: una bicicleta antigua para pasear por el vecindario como si estuviera en Stranger Things, y unos pintauñas. No tengo dinero para comprarla una bicicleta nueva, pero las de segunda mano son más baratas.
Escucho los pasos de papá bajando las escaleras y preparo en la mesa los siropes y la nata. Voy a coger las tortitas de la encimera para llevarlas a la mesa, y Margot me grita en un susurro:
—¡Espera! —Margot pone la última tortita sobre las dos torres y lanza la espátula al fregadero de la otra encimera—. Corre, ordena toda la mesa.
Cuando papá llega a la cocina, viene arrastrando los pies con sus pantunflas de Homer Simpson y exclama en tono alegre:
—¡Habéis hecho café! —Se sienta en la pequeña mesa redonda de madera que tenemos en la cocina, y se lo bebe—. Mmmm... ¿Desayuno familiar?
Margot se desata el delantal de la espalda y lo tira sobre la encimera. Yo no hago los dulces tan bien a cómo los hace Margot. Supongo que Margot ha heredado el don de la repostería de mamá, y yo los ojos verdes.
Papá desmorona una de las torres de tortitas y Margot le mira expectante con los codos en la mesa. Está esperando a que papá le dé el primer mordisco para preguntarle si le gusta; como cada vez que hace algo. Aprovecho que está expectante con papá y me como mi primera tortita.
—¿Te gustan, papá?
—Claro que sí. Están deliciosas.
—Entonces, ¿me dejarás ir con Chase en Navidad?
Papá se ríe.
Acaba de empezar un partido de tenis: Margot va a lanzarle argumentos como si fueran pelotas y papá se los va a devolver.
—Yo no he dicho eso —contesta papá.
—Pero hablarás con los Jacksons, ¿no?
Giro el cuello para mirar a papá enfrente de Margot mientras mastico mi tortita.
—Sí, Margot, pero me lo tengo que pensar bien —le dice papá lentamente—. Si pasa algo no llegaré en diez minutos. Son tres horas de diferencia.
Margot asiente lentamente.
—¿Les puedo decir que vengan a cenar el viernes que viene? —pregunta.
Papá asiente con la cabeza y se termina su taza de café. Es lo único que he hecho yo. La cafetera es mi punto fuerte.
Papá y Margot son los primeros que terminan de desayunar; yo sigo con mi última tortita y de vez en cuando bebiendo de mi café. Dejan todo en el fregadero y guardan las cosas en su sitio dejándome terminar mi desayuno sola. Hoy papá trabaja aunque sea fin de semana. Es mecánico, y es el más cercano que hay, a si que siempre tiene trabajo aunque no esté solo en el taller.
Este verano, Chase ha estado trabajando en el taller para ahorrar dinero y comprarle a Margot un colgante. Chase es muy bueno, y sé que para los quince años que tiene, quiere muchísimo a Margot. Y se está planteado ayudar también a papá el verano que viene y trabajar en serio para él cuando cumpla los diecisiete.
—¿Te pilla de paso dejarme en casa Tessa? Tenemos que hacer un trabajo para filosofía —le dice Margot a papá.
Papá aparece a mi lado y me besa la cabeza.
—¿Has buscado ya la bicicleta que quiere Margot? —me pregunta, en voz baja y cauteloso por si Margot la Cotilla tiene puesta la oreja.
—La estoy buscando de segunda mano.
—Vale, genial —susurra—. ¿Quieres que te traiga algo de la tienda de dulces?
Hay una tienda que única y exclusivamente vende dulces muy cerca del taller de papá. Tengo una debilidad por ella. Huele tanto a infancia que me pasaría allí la vida si no fuera porque el chico que trabaja es un baboso cada vez que entra alguien con más de quince años.
—Unos caramelos de fresa y nata no estarían mal.
En cuanto me dejan sola en casa, me termino mi desayuno y pongo mi plato en el fregadero junto al de papá y el margot. Los estoy fregando cuando me salta un mensaje en el móvil. Me seco las manos con un trapo que tenemos colgando del asa del horno y desbloqueo el móvil. Es un mensaje de Wesley, nuestro vecino de al lado.
¿Necesitáis que pode vuestros arbustos del jardín?
Antes, yo cortaba los arbustos que rodean nuestra casa y las vallas del jardín porque me gustaba darle formas y fingir que era jardinera profesional o una Eduardo Manostijeras. Cuando me corté la mano con las tijeras de podar, papá me prohibió volver a podar algo y ahora paga unos pocos dólares a Wesley para que lo haga él. Además de que algunas ramas se le cuelan en el jardín y tiran las hojas.
¿Crees que necesitan un nuevo estilo?
Wesley me contesta cuando tengo las manos llenas de jabón y no le puedo contestar.
Un corte de puntas. Voy a empezar ya.
Dejo el móvil de lado y continúo fregando los platos, vasos y hasta la sartén de las tortitas y todo lo que Margot ha manchado.
***
Esa tarde, Margot y yo salimos a comprar. Margot empuja el carrito y yo lo guío de la parte delantera. Está a tope de comida y cosas de limpieza que ya van haciendo falta en casa. Nos metemos en el pasillo de la repostería, tenemos que comprar pan de molde y fideos de colores para hacer el Fairy Bread.
—¿Compramos tortitas precocinadas? —pregunta Margot. Ha parado el carro y está inspeccionando como toda una repostera profesional.
—Me gusta cuando las haces tú —la digo como una niña pequeña.
Margot me sonríe y pasa de sección a la de los adornos de repostería. Se lanza, como una pantera, a por los fideos de colores y unos específicamente que son solo de chocolate porque son los que la gustan para echárselos por encima de las tostadas. A mi también me gustan así, desde que soy pequeña me gusta que los fideos de chocolate se peguen a la mantequilla y que crujan en mi boca.
Por el pasillo se deslizan Noah Múller y uno de los chicos de lacrosse. Margot está tan concentrada mirando fideos de colores, que no se da cuenta de que quiero irme. Desde sexto grado he intercambiado menos de diez frases con él. Cuando salía con Freya —aquella semana que se me hizo tan larga—, Noah ni siquiera podía acercarse a mí sin que Freya se enfadara con él. Y eso me dolía porque Noah me gustaba a mí también.
—¿Probamos la purpurina comestible?
Noah empieza a acercarse a dónde estamos Margot y yo. Parece que viene a por mí, como una bestia a su presa. Agarro el carrito y tironeo de Margot fuera del pasillo; casi la hago correr hasta la caja para pagar e irnos cuanto antes. Si Noah me habla no tendré nada que decirle salvo: <<Gracias por creer en mis piojos falsos después de robarme mi primer beso>>. Y añadiría un <<Capullo>>, al final.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro