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27

Chase ha llegado hace un rato a casa, y ha subido a disculparse por lo que ha hecho Margot. Sé que han discutido, he escuchado a Chase decirle a Margot que no debería meterse en mi vida de ese modo, y no puedo estar más de acuerdo con él.

Les escucho andar por el pasillo del piso de arriba y pasan por delante de la puerta de mi habitación un par de veces. Es tarde, asique supongo que Chase se irá ya. Están hablando de la abuela de Chase y de lo ilusionada que está de conocer a Margot, cuando escucho la puerta y a papá gritar que ya ha llegado.

—¿Te quedas a cenar? —le pregunta Margot a Chase.

Tienen que estar casi pegados a mi puerta.

—No puedo. André y yo vamos a salir con sus primos a cenar.

Me imagino a Margot con una sonrisa y acariciándole la nuca.

—Vale.

Alguien golpea mi puerta, y me giro en la cama abrazando el cojín al que llevo sin soltar un rato. Durante cinco minutos he pensado que era Margot y que le estrangulaba.

—Sierra —es Chase—. ¿Puedo pasar?

—¡Sólo tú!

Chase entra sigilosamente en mi cuarto, como un ninja, y me siento de piernas cruzadas en la cama. Se está colocando el abrigo encima del jersey beige que viste, y va en calcetines porque seguro que Margot le ha obligado a quitarse las zapatillas para no mojar el suelo.

—Me voy ya —suspira, soltando aire poco a poco. El colchón se hunde del lado del que Chase se sienta—. Margot lo siente. Cree que hace lo mejor para ti.

Si Margot quiere lo mejor para mí podría dejar de pinchar con el tema de Wes y Noah.

—Da igual Chase. Se me pasará pronto, pero ahora estoy muy molesta.

Chase asiente, y se pasa una mano por la mata de pelo rubia que aplasta con un gorro que se saca del bolsillo del abrigo. Se inclina sobre la cama arreglándose el gorro, y me besa la mejilla antes de acercarse a la puerta.

—Nos vemos el lunes ya, ¿no?

—Si no me da pereza levantarme a las siete de la mañana, sí. ¡No sé porqué os váis tan pronto! Es para fastidiarme, ¿no?

Chase se ríe y se sigue colocando el pelo que le sale del gorro.

Como es la primera Navidad en la que no están aquí, hablamos de darles sus regalos y que se los llevasen para abrirlos allí, asique una tarde en la que Margot y Chase se fueron a pasear, me tomé el tiempo de llevar los regalos que tenemos para ellos a la madre de Chase y que se los llevaran a Kansas City.

—Yaaaa. Nos vemos el lunes, Sierra.

Agito la mano y me hundo de nuevo en mi cama cuando escucho que ha cerrado la puerta de la calle. Al rato, el inquietante sonido del móvil vibrando contra la madera del tocador me hace levantarme como si tuviera un resorte. Antes de que llegue a cogerlo, papá llama a la puerta y me pide que baje a cenar. Permanezco estática en mitad de la habitación, como si así no supiera que estoy aquí, y cuando escucho como baja las escaleras agarro el móvil. Es un mensaje de Taylor.

¿Vamos por la mañana a patinar?

Escribo que sí en un segundo, pero debería hablar con Wes, y... ¡qué mejor que ahora! Quiero estar enfadada más tiempo con Margot, que note lo mucho que me ha molestado lo que ha hecho. Ignorarla un tiempo es lo mejor.

Sí. Iré ahora ha hablar con Wesley.

Envío.

Es lo mejor. Ya me contarás lo de Noah mañana.

Me pongo el abrigo encima del pijama y me coloco las primeras deportivas que tengo a mano antes de bajar como una loca por las escaleras. Papá y Margot están sentados en la mesa y me miran cuando paso por delante.

—¿A dónde vas con el abrigo?

—Cenar sin mi, tengo que hacer algo.

No miro a Margot, no directamente, pero de refilón la veo masticar mientras me sigue con la mirada pidiéndome perdón.

Ahora ha empezado a nevar, y si Wes no fuera el vecino me volvería a meter en casa y me lanzaría a la cama con una taza de chocolate caliente mientras veo el programa de Jimmy Fallon.

Algo de nieve se ha acoplado sobre el trineo decorativo que tiene Wesley en el patio delantero, y ahora todo parece mucho más navideño. Quiero creer que es el espíritu de la Navidad lo que me hace ir dándo pequeños saltitos hasta estar delante de la puerta con la mano en alto y llamando al timbre.

Mónica, la madre de Wes, me sonríe cuando abre la puerta. Con una sonrisa de lo más grande, me invita a pasar y cierra la puerta empujándola con una de sus muletas.

—¿Has venido a ver a Wesley? —me pregunta—. Sé que es un poco tonto, pero le gustas mucho.

Que sepa eso me pone de los nervios.

Puedo sentir el rubor extendiéndose por toda mi cara cuando pregunto:

—¿Cómo lo sabes?

—Pasa tanto tiempo conmigo que creo que soy su única amiga —empieza a andar, con las muletas, y la sigo a pasos cortos—. Me cuenta muchas cosas.

A la altura de las escaleras, pienso seguir andando porque sé que el lugar preferido de Wes es el jardín, con sus árboles y sus casetas para ardillas y pájaros.

—¿Quién...? Oh, Sierra, que gusto verte.

El padre de Wes es igual que él. Se mata a trabajar para que Mónica no haga muchos esfuerzos y que puedan acomodar la casa para ella. Lo último que sé, es que quieren poner una de esas sillas eléctricas que suben y bajan las escaleras.

—Ha venido a ver Wesley —dice Mónica.

—Está en su habitación.

Asiento con la cabeza.

Todavía puedo escucharlos hablar cuando estoy arriba. Hablan de mi y de Wes.

La habitación de Wesley es la única que puedo reconocer. Tiene una gran W pegada y un letrero que dice: "UNIVERSITARIO OCUPADO". A pesar de tiene la puerta medio abierta, llamo con los nudillos.

—Pasa —dice desde dentro.

Primero asomo la cabeza. Si piensa que soy su madre podría estar en calzoncillos o algo así. No. Está en pijama delante del ordenador. Espero que me mire, y se pone de pie cerrando el ordenador como si hiciera algo malo.

—Hola.

—Hola.

Su habitación es casi como la mía. Muy simple, como diría Noah.

—¿Qué haces aquí?

Me encojo de hombros. Una vez, cuando mamá seguía con nosotros, me aconsejó que debía pensar y después hablar. Bien, pues debería de haber pensado que iba a decirle a Wes.

—Pues... creo que tenemos que hablar —aseguro—. Por lo de ayer.

Wesley se sienta en el borde de su cama bien hecha y con los cojines perfectamente organizados. Solo tiene dos, pero están tan lisos y sin arrugas que me daría una vergüenza terrible que viera como he dejado mi cama.

—No tiene importancia. Lo que dije fue una estupidez, Sierra.

—Es que no quiero que te sientas como un tonto —aclaro—. De verdad, no quiero.

Wes sube la cabeza y me mira. Me siento rara, y se me está resecando la garganta.

—¿Eso qué quiere decir?

La verdad es que ni yo lo sé.

—Pues... que me siento mal por haber sabido todo este tiempo que te gusto y haberte hecho sentir como te sientes.

Por primera vez parece que Wesley ha pillado más o menos lo que intento decir y que ni siquiera yo entiendo. Se me queda mirando y hace un hueco a su lado en la cama dándo pequeños golpes hasta que me siento. Esta mañana, sentada con Noah en el porche de casa, mi mano cabía entre su cuerpo y el mío; ahora entre mi cuerpo y el de Wes posiblemente quepan tres dedos y de milagro.

—Bonito pijama —es mentira—. ¿Has cenado?

—No tengo hambre, de todas formas Margot ha hecho cupcakes esta mañana y cogeré unos pocos.

O la bandeja entera y así me los como ahogándome en la vergüenza que he pasado.

Siento el colchón moverse cuando Wesley se pone de pie. Le imito. Es tarde, son pasadas las diez y cuarto, y creo que es hora de volver a casa. Wes se ofrece a acompañarme a pesar de que viva al lado, y me meto más en mi abrigo cuando salimos a la calle.

—No sabía que había empezado a nevar —dice, con una mano extendendida y agrupando unos copos gruesos y blancos en ella—. Parece que tienes canas —se ríe.

A él se le quedan por toda la ropa, y apuesto a que si nos quedamos cinco minutos al aire libre, la nieve nos volvería muñecos de nieve.

—Tú pareces un helado con la nieve en la cabeza —me río.

Wes me sigue por detrás cuando caminamos por el camino de asfalto hacia mi casa. Resbala tanto con la nieve, que me veo ayudándome del hombro de Wesley hasta que nos metemos debajo del porche.

Wesley me lanza una mirada divertida antes de revolverme el pelo y quitarme la nieve de encima.

—¿Quieres salir mañana?

—Voy a ir con Taylor a patinar por la mañana y creo que por la tarde iré a su casa.

Wesley se pasa la mano por el pelo y se lo revuelve antes de cruzarse de brazos. Rápidamente, añado:

—Pero el lunes por la tarde no hago nada.

Wes sonríe y asiente con la cabeza.

Si papá o Margot se asomaran por la ventana de la cocina, nos verían.

—Genial. ¿Puedo pasar a recogerte a las siete y vamos a cenar?

Siempre me ha hecho mucha gracia y se me ha hecho muy gracioso ver como Wesley suena casi siempre animado y habla como si todo fuera lo mejor del mundo. Posiblemente lo haga por su madre y por no hacerse nunca ver triste, pero eso no sólo le gusta a su madre, a mí también.

—Claro que sí.

Además de que ya no tengo mucho que hacer. Todos los regalos ya están comprados, todo está decorado, y todo está organizado. Hasta nuestra salida el viernes para irnos a Australia. Papá me matará si le digo que ahora no quiero ir, o que no estoy segura de querer visitar a mamá.

Wesley se mece sobre sus pies.

—Creo que... me tengo que ir ya.

Asiento con la cabeza y llamo al timbre de casa. Antes de que abran la puerta, me pongo de puntillas y beso la mejilla de Wesley.

—Buenas noches, Wes. 

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