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17

Papá sabe que no aguanto nunca enfadada más de un día, sin embargo me lleva a la cama el desayuno y se ofrece a dejarnos a Margot y a mí en el instituto. Con eso se me pasa el cabreo aunque ya había despertado sin el.

Durante la clase de biología, Taylor y yo estamos rellenando un formulario sobre una gota de sangre que tenemos que mirar por el microscopio y veo por la ventanita de la puerta, a un chico que no había visto en mi vida hacerle señas a Freya sentada a unas cuantas mesas de nosotras.

Levanta la mano y dice:

—¿Puedo salir un momento?

La profesora Patsy le da permiso y Freya no tarda en saltar de la silla y corretear fuera de clase. Taylor y yo nos miramos pensando lo mismo <<¿Quién es ese?>> Desde hace un par de semanas se corre el rumor de que Freya ha conocido a un chico del otro instituto, un quarterback o algo así.

—Bueno, y ¿tú hoy vuelves a quedar con Noah? —me pregunta Taylor.

—Sí, vamos a rematar su chantaje, que por cierto es asqueroso, y ya. Tengo problemas más importantes ahora.

—¿Por lo de tus abuelos?

Asiento.

—Posiblemente vayamos a pasar fin de año allí.

Taylor abre la boca para decirme algo, pero la profesora Patsy nos lanza esa mira de: <<cerrar la boca o al despacho>>.

Tenemos las cabeza tan agachada, que el pelo nos hace de cortina y Taylor susurra:

—¿Y tú qué opinas de ir? ¿Vas a ver a vuestra madre?

Aprieto un poco más el bolígrafo sobre el papel.

—No me importa ir, bueno, sí lo hace, han pasado muchos años, pero Magot quiere ir y no lo va a hacer sola.

—Si no quieres ir, sabes que puedes quedarte en mi casa —me dice. Y yo lo sé, para su madre soy como una segunda hija, y JoJo me gasta las mismas bromas que a Taylor porque me considera como su hermana a la que también tiene que molestar.

Ladeo la cabeza y sonrío a Taylor. Aunque no nos parecemos en nada físicamente, creo que interiormente no encajaría tanto con nadie.

La profesora Patsy no deja de estar encima de nosotras hasta que termina la clase. Mientras recogemos todo, Tayor me pregunta:

—Freya no ha vuelto, ¿no?

No, en toda la clase Freya no ha entrado. Pero tampoco me voy a preocupar o algo, ya vivo con sus miradas matadoras todo el día.

Taylor coje su hoja, y de paso la mía para llevársela a la profesora Pasty. Yo agarro el microscopio y lo coloco en la estantería con los otros.

—¡Hey!

Pego un brinco y me giro dándole un golpe a Noah en el brazo.

Hoy sí que ha venido abrigado, lleva los guantes puestos, el abrigo abrochado hasta el cuello tapándose la boca con él y aun así trae la nariz roja.

—Idiota —estiro el brazo y le golpeo el hombro, aunque no lo note por las capas de abrigo que lleva. Camino hasta coger mi mochila y luego me coloco la capucha de mi sudadera.

—¿Te apetece ir al Starbucks y lo hacemos allí?

Me ajusto las tiras de la mochila y Taylor llega a mi lado.

—Yo me voy ya, luego te llamo —me dice, y mira a Noah—. Que os vaya bien. Adiós.

Taylor sale de clase y Freya entra a por sus cosas. Nos mira a Noah y a mí, y se sacude el pelo como si así llamara más la atención para después salir.

—Emm. No tengo el ordenador.

—Yo sí. He tenido que traer uno pequeño de mi madre para hacer una presentación.

Me fastidia que Noah siempre tenga esos momentos en los que se cree mejor. ¿Acaso no sabe que lo no es? Debe de haberse dado varios golpes con el stick de lacrosse en la cabeza.

—Vale, pues vamos.

Cuando pasamos por delante de Chloe, sé que Noah lo escucha, y yo, pero no digo nada.

—No me creo que alguien como Noah se junte tanto últimamente a Sierra. Seguro que le hace los deberes.

Y se ríe con Regina.

Algunas veces si me he planteado que sentirán ellas y todo el instituto si se me escapa mi nombre en el blog. ¿Sería intocable? Aunque no lo creo, aunque sí pienso que la gente dejaría de mirarme por encima del hombro. Pero estoy bien así, no llamo mucho la atención y no se me juntan personas como Noah con estúpidos chantajes. En el fondo, si me hubiera enterado de lo de Harper y el problema que tiene con mini-Kim, la hubiera ayudado; con lo de Noah y Betty a lo mejor no, solo para fastidiar.

Noah se pasó todo el viaje hasta el Starbucks hablándome de sus estrategias de lacrosse y de cómo entrenaban algunas tardes, hasta me sale con que si quiero ir el fin de semana a jugar al baseball.

—No sé jugar —le digo.

—Puedo enseñarte.

—¿Tú?

Noah me mira como si dijera: <<¿Acaso lo dudas?>> Pues sí. Noah no se ofrece a estas cosas, antes sí. En octavo y esos cursos, Noah se ofrecía hasta a ayudarte a abrir tu taquilla si se te atascaba; ahora ya pasa un poco de todo.

—Soy bueno en baseball.

—¿Y por qué iba a querer ir?

Noah tira del freno de mano.

—Gabriel va a venirse.

Noah agarra su mochila y yo dejo la mía en su coche.

—¿Desde cuando tú te llevas con Gabriel? —pregunto lentamente.

—Desde que sé que te gusta —Noah empuja la puerta y me hago la sorprendida cuando me deja pasar.

—No me gusta.

Noah me mete bastante prisa en sentarnos y en irse a pedir, y me deja sola con el ordenador. Es de los pequeños y rosa, no me lo imagino con él en mitad de clase y delante de sus amigos. Margot me envía un mensaje cuando Noah vuelve a la mesa con dos sándwiches y unas botellas pequeñas de agua.

 Nos vamos el veintiocho. Antes de que preguntes, me lo ha dicho papá que ya ha hablado con los abuelos.

La fecha se acerca, ya la estoy viendo dentro de unas semanas.

Noah me pregunta:

—¿Estás bien?

No necesito que haga como si se preocupase, pero asiento lentamente. Se está portando bastante bien para ser Noah.

—Sí, ¿empezamos?

Noah enciende el ordenador y yo despedazo un trozo de mi sándwich vegetal llevándomelo a la boca. 

Noah no me necesita para escribir, solo para entrar en el blog, parece que ya lo tiene memorizado como un ensayo. Las teclas del ordenador suenan demasiado cuando las aprieto para poner la contraseña del blog, y cada vez que Noah pulsa una, suena. Estamos sentados uno delante del otro, a si que es imposible que lea lo que escribe, sin embargo lo escribe tan rápido y tarda tanto, que me espero que sea un texto largo. Cuando para un rato, se come uno de los trozos triangulares de su sándwich.

—Estás escribiendo mucho —comento.

Noah deja a un lado el ordenador y se encoge de hombros.

—Le estoy pillando el gusto. Pero no me has dicho nada de este fin de semana, ¿te vienes? Puedes decirle a Taylor que venga.

—No lo sé, Noah —me encojo de hombros como si de verdad me lo estuviera planteando. No pinto nada con Noah ni con sus amigos—. Creo que tengo un par de cosas que hacer.

En realidad le había prometido a Chase que iríamos juntos a por la bici de Margot, y era el domingo por la mañana. Van a ser solo unos veinte minutos, pero eso Noah no tiene porque saberlo.

Noah asiente y empuja al centro de la mesa el plástico en el que estaba el sándwich que se acaba de zampar. Yo hago lo mismo. Estoy a punto de ponerme a jugar a algo con el móvil cuando Noah estira la mano sobre la mesa y me agarra la muñeca.

<<¿Pero qué...?>> Le miro, extrañada.

—¿En serio te gusta Gabriel?

—No.

—¿Y tu vecino?

Wesley no es que no me guste, estoy segura de que si le conociera más, me encantaría, pero no puedo decir con seguridad que me guste.

—Tampoco.

Sigo sintiendo la mano de Noah en mi muñeca hasta cuando vuelve a escribir en el ordenador. No dejo de pensar durante un par de minutos que su mano es más grande, pero el tacto se siente igual a cuando en sexto me sujetó la cara con las manos para besarme.

Cuando me termino el último pedazo de mi sándwich, me suena el teléfono con una llamada de papá.

—Sierra, ¿dónde estás? —me pregunta en cuanto lo cojo.

—Oh. Estoy en el Starbucks con una amiga.

Si papá se entera de que estoy con Noah, preguntará, y eso llevaría a que Margot lo sabría y me preguntaría también.

Noah me mira de reojo por encima del ordenador y saca una sonrisa fanfarrona.

—Vale. No es por nada, era solo por saber —dice—. ¿Puedes ir esta tarde a comprar la cena para Acción de Gracias? Tengo trabajo para aburrir en el taller.

—Claro.

Papá odia hacer la compra porque siempre acaba comprando cosas que nadie se come. El año pasado compró lochas de pavo a punto de caducar.

Colgamos, y veo el mensaje que tengo de Wes.

¿Te apetece ir este fin de semana al cine?

No sé por qué lo hago, pero miro a Noah. Tiene las cejas fruncidas y me recuerda a un hombre que sale en una película y se pasaba toda con el ordenador. Sin embargo Noah es más guapo que aquel tipo.

<<Ay, ¿He dicho guapo?>>

Noah es guapo, pero yo me niego a decirlo, y a pensarlo. Porque será verdad que lo es, y que yo de verdad lo creo. Es un estúpido.

—¿Ahora soy una amiga? —bromea.

Le pego un gran sorbo a mi botella de agua. Uno tan grande como su ego y su estupidez.

—Sí, amiga.

Me termino mi agua como si llevase meses caminando descalza por el Sahara. El profesor Brannon casi me mata jugando al voleyball. Chloe me lanzaba la pelota como si jugásemos a un mata pollos y fuera un pollo verde iluminado como un árbol de Navidad.

Me levanto para ir al baño poco después de contestar a Wesley con que ya le avisaré. En realidad, Navidad está a la vuelta de la esquina, y tengo que comprar los regalos, ropa —si nos vamos con los abuelos—, y más regalos. Cuando subo, Noah está cerrando mi sesión del blog, y aunque es raro que lo haga sin que le diga nada, veo como lo cierra y se lo guarda en la mochila.

—¿Ves? —dice de repente—. No soy tan capullo a cómo seguro piensas que soy.

Me coloco la capucha del abrigo sin dejar de mirarle. Todavía tiene esas pequeñas pecas que se ven poco cubriéndole los pómulos.

—Eres demasiado tú del presente a veces.

Noah se ríe.

—¿Yo del presente?

Echamos a andar a la salida, y Noah pide perdón a una señora que se nos cruza y con la que casi choca. Eso es muy de Noah del pasado.

—Sí. Ahora eres algo más tonto, ya no te ofreces a cantar en la banda cuando falta Michi, has dejado de hablar con gente por lo que dirán el resto... y esas cosas. —Me adelanto un poco más que Noah y abro la puerta del Starbucks. Noah no deja de mirarme como si lo que dijera fuera nuevo para él—. Antes no eras así, Noah.

—Y para tí, ¿cómo era antes? —me pregunta. Lo raro es que parece que tiene curiosidad de verdad.

Noah deja la mochila en el maletero y yo le espero ya subida en su coche. Tengo cientos de argumentos de porqué Noah me gustaba tanto antes, pero no tengo los mismos de cómo era antes. Noah tampoco es tan diferente, solo ha perdido unas pocas de esas cualidad tan monas que tenía.

Noah se sienta al volante y antes de arrancar, me pregunta otra vez:

—¿Entonces?

—Pues no sé, Noah. Antes eras súper agradable y tenías temas de todo. Ahora creo que te saco del lacrosse y no sabes mucho más. Y ¿te acuerdas de aquella vez en gimnasia con Tate? Seguramente nunca volverás a dejar que te marquen un gol porque tu reputación caería en picado.

Noah gira en la esquina del Starbucks y me mira varios momentos de reojo. Siento como si hubiésemos viajado en el tiempo y se lo estuviera explicando en octavo, cuando todavía quedaba un poco de Noah Müller sin ser estúpido.

—¿Era mejor el Noah de antes? —curiosea.

—Era el Noah al que todos querían con sinceridad. 

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