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Día 04: curar heridas
Tanto Markkut como Aizen coincidían en que eran jóvenes atléticos. Pero mientras Markkut lo hacía de una forma un poco terapéutica, Aizen era forzado por su padre, Kuro. Éste era un hombre que había tenido una vida muy dura, tanto, que terminó siendo reclutado por la mafia japonesa y ahí permaneció hasta escalar y convertirse en el líder. Siendo que había alcanzado su objetivo, debía preparar a sus hijos para que pudieran defenderse y cumplir con las responsabilidades del mundo criminal, especialmente a Aizen, que al ser el mayor, heredaría la yakuza y debía ser el más fuerte de todos. Bajo ninguna circunstancia iba a permitir que lo avergonzara. Sin embargo, existía una razón por la que Kuro era especialmente duro con su primogénito y, por desgracia, era algo cruelmente egoísta.
Cuando Kuro concibió a Aizen era muy joven todavía. Estaba saliendo con un muchacho con quien veía coherente construir una relación seria. Sin embargo, por culpa de un estúpido desliz, terminó por encamarse con el hermano de su pareja, Gillen. Ambos compartían una clase de amistad que consistía en fastidiarse mutuamente. Sin embargo, luego de que saliera a la luz que Kuro esperaba un hijo de su hermano, su pareja lo abandonó sin mirar atrás. El hombre recordaba eso como uno de los momentos más humillantes de su vida, llegó a pedir perdón en el piso a esa persona que de todos modos se marchó. Jamás en su vida había hecho algo tan vergonzoso y le habían pagado de la peor manera. Cuando nació Aizen y vio que se parecía a su estúpido padre, no pudo evitar odiarlos a ambos. Aizen tenía el cabello negro como Kuro, era verdad, pero tenía mechones blancos repartidos por su cabeza como herencia de su otro padre. Sus ojos eran heterocromáticos; con uno rojo el infierno y el otro gris como los de Gillen. No eran tan almendrados como los de un japonés, eran los ojos hundidos de un mestizo. A medida que fue creciendo, notó que sus facciones eran marcadas como las de Gillen. Cada vez que le dirigía la mirada, sólo veía el rostro del desgraciado que arruinó su vida y manchó su honor. Pero, entregarle a ese hombre el hijo que tuvieron para que lo criara no era opción. Ya se había humillado suficiente, de ninguna manera iba a mostrarle lo que le había hecho.
Aizen se había convertido en un símbolo de la vez en que más se permitió fallar, no había forma en que pudiera verlo como a un hijo. Desde entonces, nunca fue capaz de brindarle amor, ni dignidad, ni piedad.
A veces, cuando Kuro estaba de mal humor, era especialmente duro con Aizen durante los entrenamientos en el dojo. Hacía que el resto de sus hijos salieran al terminar, pero a Aizen le ordenaba quedarse para sus sesiones intensivas. O dicho en otras palabras, golpearlo severamente. Cuando Aizen cometía un solo error, o estaba a punto de hacerlo, Kuro lo golpeaba con el boken en la espalda. Incluso cuando estaba haciendo un buen trabajo, le daba órdenes imposibles de seguir para cualquier ser humano y de igual manera lo golpeaba; siempre con odio, nunca como guía. Muchas de esas veces Aizen terminaba con la espalda sangrando, inflamada, morada. No podía caminar ni levantarse y Kuro se impacientaba más con él. El joven, muchas veces, salía del dojo arrastrándose y se escabullía a su habitación. Sus hermanos menores habían aprendido a no buscarlo, pues desde siempre había sido algo humillante para el mayor que lo vieran así y deseaban no arrebatarle aún más la dignidad. Sin embargo, desde que salía con Markkut, algo había cambiado.
El joven entraba a su habitación todas las noches sin falta alguna. Y en esas veces en las que Aizen estaba herido, le llevaba toallas, agua caliente, cremas, vendas, pastillas y cuidaba de él toda la noche. Nunca hacía una sola pregunta salvo para saber si lo lastimaba en algún momento. Sus manos gentiles sanaban su cuerpo con la misericordia que jamás creyó merecer. Sus ojos azules le miraban con tanta melancolía, y a la vez, con tanto amor que expiaban su dolor y lo convertía en sueño, con ese gesto sublime de compasión, sacrificio y lealtad. Aizen en muchas ocasiones se quedó dormido mientras Markkut le cambiaba las toallas calientes, pero nunca sin darle las gracias antes de sumergirse al inconsciente.
Por esas razones era que Aizen no sentía culpa de estar con Markkut, no podía renunciar a la persona que lo hacía sentir tan amado, que cuidaba de él, que siempre se esmeraba por jamás hacerle falta, que lo raptaba de los lugares en los que no quería estar y lo llevaba a donde pudieran amarse y perderse en su amor. No iba a dejar que nadie los separara.
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