Quién sabe, escribí. Y al mismo tiempo me di cuenta de que era algo extraordinario tenerte cerca. Qué más se puede pedir. Ahora en esta noche, añeja y cargada de sentimentalismos vuelvo la cara a la hoja y me doy cuenta de lo mucho por lo que he pasado y has pasado en este tiempo. Y me da rabia, porque seré incapaz de ser la persona que te haga feliz, que pueda recomponerte el corazón y devolverte la confianza. Tal vez no haya alguien en el mundo que te haya querido como yo; o sí. Ahora vas a aventurarte en el gran desafío de la búsqueda de la felicidad, y, como dice el refrán "si quieres algo, déjalo ir". Marcharás en busca de tu eudaimonía, y yo debo demostrarte que soy la persona más feliz por verte así.

Y es cierto. Tal vez me dé rabia que no sea yo la persona con la que compartirás madrugadas sin dormir, tardes de desenfreno y noches bajo la luz de las estrellas; pero no depende solo de mi corazón. Tal vez no sea el mejor consejero, ni la mejor guía para tus pasos, ni el mejor soporte. Pero sabes que siempre, a pesar de todo, estaré ahí. Los primeros días me será difícil, y probablemente nunca podré contarte por qué. El paso del tiempo me permitirá abrirte mi corazón, y acabaré diciéndote aquello que ahora, con 17 años, oculto. Pero no te preocupes por mí, ni ahora ni entonces.

Has hecho suficiente con regalarme algo tan bonito como una eterna amistad. Y valoro tanto las amistades, que sin la tuya sería hombre muerto. Probablemente habría caído rendido en una jornada de marzo, sin consuelo a mi lado y sin un paquete de pañuelos de menta que me secaran las lágrimas. No siempre uno encuentra lo que ansía, y ahora más que nunca... yo te lo debo todo.

Jamás leerás esto, o tal vez sí. Quién sabe si tu corazón te lleve hasta mi onírica poesía; o si yo, tan hastiado de ocultarte la verdad, te la acabe revelando. Sea como fuere, que sepas que siempre te he querido. Desde hace un tiempo atrás, sin saber muy bien cómo mirarte o cómo me mirarías tú a mí después de decírtelo. Y que si jamás lo hice fue por miedo a perderte. Miedo a los demás, a su respuesta al enterarse. Miedo al mundo y al racionalismo; miedo a tu rechazo, miedo a tu abandono y miedo a mi soledad. Inevitablemente, miedo.

Ahora hecho la vista atrás y me veo valiente. Han pasado muchas cosas en mi vida, muchísimo más dolorosas que esto; y fui capaz de soportarlas. Creo que olvidarte, en vez de convertirse en una de las dolorosas, acabará siendo esa pizca de necesidad que hay que cumplir para liberar por fin al alma cobarde y ennegrecida.

Se aleja el sentimiento de dolor y angustia que hace minutos recorría mi pluma y la convertía en un manuscrito contra la vida y la serenidad. Ahora, la turbulencia del momento me incita a volver a escribir cosas preciosas e ilusiones de primavera.

O no, pero eso no depende de mí; sino de mi pluma y de mi esencia de poeta. La música ya hace tiempo que cambió, pero Chopin sigue viviendo en mí, aún ni sonando. Es como escribir versos y referenciarlos a Neruda; o leer a Flaubert y enloquecer con su escritura.

Aunque yo soy más de Llamazares y su lluvia amarilla. Tal vez por todo lo que expresa, por todo lo que me hace sentir. Por la cantidad de lágrimas que tengo que ahorrarme al leer a Andrés morir, y ver su degradación hasta el punto en que deja de existir, para empezar a ser poesía. Es en esos momentos cuando me replanteo mi verdadero papel como escritor.

¿Debería escribir para alegrar a los demás, para alegrarme a mí mismo? ¿Y si lo segundo es solo la excusa que le doy al mundo, pero en verdad sé que escribir solo es la vía de escape de mis sentimientos, y que incluso con ellos soy empático? Ya no sé muy bien ni qué contar, ni qué decir.

He empezado a creer que los quizás pueden dejar de ser imposibles; y a la vez sé que lo son. La bivalencia ya se ha hecho eco, y entre la confusión se distingue la figura de la Diosa de la Vida que me devuelve a los brazos de Morfeo.

Creo que es hora de cerrar de una vez mis recuerdos.