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Quienes ya hayan leído, les pido por favor que no hagan spoiler, no arruinen la lectura y la sorpresa a los nuevos lectores plis.


Cinco días habían pasado, días en donde la tensión en el castillo subió como el cause del río en medio de la tormenta, nadie hablaba de lo sucedido, no a puertas abiertas, el palacio de cristal estaba custodiado las veinticuatro horas del día, ninguna podía salir, los calabozos también estaban siendo cuidados, nadie sin autorización podía entrar, el consejo se había reunido, escuchado y acatado las órdenes del rey, sólo había una persona que no estaba conforme con la resolución.

SeokJin mordió su labio inferior, pasó la esponja por sus brazos y recostó la cabeza en el borde de la tina, por más baños calientes que tomaba, estos no lograban aligerar el peso en sus hombros o la tensión de sus músculos. Estaba cansado y temeroso, podría llamar a que le hicieran un masaje, pero en ese momento, nadie más que sus allegados más cercanos, podían mirarlo. El tiempo avanzaba y él se estaba quedando mudo.

Las cosas con Namjoon inexplicablemente, estaban bien, aunque después de la condena contra Ailee, se había tornado serio y distante, sólo lo veía por las noches, cuando llegaba y lo abrazaba, había aplazado su viaje a la Villa, por la incertidumbre de saber lo que sucedería tras su partida, deseaba confiar en Namjoon, pero su actitud, sólo le decía que la traición de Ailee lo había dejado más lastimado de lo que quisiera y lo que este llegaba a admitir, fue así que su curiosidad por aquella chiquilla se acrecentó.

Había cosas que no estaban claras, y muchas de ellas estaban guiadas con su insistente intuición que le decía que Ailee no era culpable. Porque, ella no parecía tener un motivo fiel para hacerlo, en las interrogaciones nada habían podido sacar de sus labios, sólo repetía las mismas cosas, que lo hizo para escapar, pero eso tampoco tenía sentido. Nada de lo que pasaba a su alrededor era claro.

Decidió salir del baño cuando el agua comenzó a enfriarse, era temprano por la mañana, se levantó tomando una toalla y pasándola por su cuerpo, había un espejo largo y grande, cuando se vio reflejado en este se encontraba de lado, nadie lo notaría, sólo quienes pudieran verlo desnudo, esa pequeña protuberancia en su vientre bajo, que podía pasar por un arrebato con la comida, pero para él que se conocía lo suficiente, sabía que ese pequeño bulto significaba algo mucho más grande, algo que podría cambiarlo todo y que lo podría poner en peligro, no quería decirle a nadie, ni siquiera a Namjoon, estaba receloso, era su secreto.

Salió con la bata, donde Mark e Irene lo esperaban, el primero había pasado gran tiempo en el castillo, era una gran compañía, con quien podía hablar y desahogarse, un verdadero amigo en medio del caos. Ambos comenzaron a vestirle, cuando estaban abrochando su chaqueta, Mark le miró con una sonrisa burlona.

—No digas nada.

—A este paso tendremos que mandar a ajustar tus trajes en este punto—dijo tocando su vientre—. No te preocupes, esto te queda bien. Nadie lo nota, aún.

—A veces eres desagradable—bufó rodando los ojos.

—¿Cuánto tiempo planeas ocultarlo de Namjoon?

SeokJin entrecerró los ojos. —No sé, ¿Cuánto tiempo lo ocultaste tú? —Mark hizo una mueca, dolido. SeoKjin se dio cuenta tarde de sus palabras. —Lo siento. No lo decía con el propósito de lastimarte, era curiosidad.

—Está bien—suspiró fingiendo una sonrisa—. No lo oculte, mi nana lo supo antes de que yo lo supiera y Jackson el día que fui a su casa a rogarle que se casara conmigo.

SeokJin suspiró. —¿Alguna vez has pensado que todo sería diferente si tan sólo tú hubieras hablado?

—El hubiera no existe Jin, tenemos lo que obtenemos de la vida, nada más. Es mejor así, anda vamos a que desayunes algo.

—Mark—dijo con voz más baja—. ¿Recuerdas la carta que te di cuando estuve encerrado?

Mark asintió. —Lo hago.

—Quiero que la destruyas, quemala—dijo con seriedad—. Por favor, que nadie sepa de su existencia.

—No te preocupes, lo haré.

SeoKjin asintió, confiaba en Mark, era el único que sabía sus secretos y quien le había ayudado a pesar de los años. Y lo protegería, lo haría aunque fuera en contra de la muerte.











—¿Dónde carajo la dejé? —gruñó sacando toda la ropa del cajón, estaba hincado frente a su mueble con ropa esparcida alrededor.

Mordía con fuerza su labio inferior, era un desastre, sabía que había dejado aquella carta en uno de sus cajones, donde nadie buscaría, pero ahora, no sabía exactamente en cuál. Estaba atento, hasta que en el fondo de uno de los cajones encontró algo más, una caja negra alargada, que él conocía muy bien. Tragó en seco, la sacó con cuidado, jugando con ella entre sus manos.

—Aquí estabas—chasqueo la lengua.

Jugó ligeramente, apretando el broche, y terminando por abrirla, dentro estaba protegida por terciopelo negro, en medio de esta estaba una pulsera, era delgada, delineada por una fila fina de diamantes, tragó en seco, tocandola con las yemas de los dedos, estaba fría, dentro también estaba un pedazo de papel. Para el lucero de mis mañanas.










Estaba caminando con tranquilidad por la vereda del río, tarareaba una canción que había escuchado la tarde anterior cantar a unos niños en el pueblo, estaba libre de sus obligaciones, descansaba, antes de tener que ir a su casa y ayudar a su abuela. Suspiró profundamente, estaba rodeado de árboles, no sabía por qué estaba ahí, pero sus deseos lo habían llevado a aquel lugar.

No podía parar, aunque quisiera, aunque todo a su alrededor le gritara que estaba cometiendo un grave error, no podía detenerse, porque lentamente había caído en un abismo, en uno repleto de lujuria y pasión, estaba enamorado y tenía miedo.

Sintió como unas manos se posaron en sus ojos, bloqueando su visión, dio un salto asustado, iba a caer, pero las manos que estaban en sus ojos se posaron rápidamente en su cintura, afianzando el agarre, colocándolo sobre el pecho duro, sintió la respiración en su cuello y se estremeció.

—Te tengo—susurró con voz ronca.

—¿Qué haces aquí? —balbuceo.

—Te estaba buscando—rio por lo bajo, se separó de él y le volvió para que lo mirara de frente—. Es bueno que te haya encontrado, tengo algo para ti, quiero que lo uses en el baile.

—¿Qué? —abrió mucho los ojos.

—Sí, tuve que conseguirlo, pero en secreto, no quiero que me hagan burla.

—¿Quién haría eso? —bufó nervioso.

—No sabes—chasqueo la lengua—. Bien, aquí está, abrélo.

Sacó de su chaqueta una caja alargada negra, esta tenía un moño rojo con un listón de terciopelo, a simple vista se veía demasiado, más de lo que alguna vez soñó tener. Se la mostró e hizo ademán para que la abriera. La tomó en sus dedos, era pesada y el terciopelo se sentía suave en su piel, jugó con el moño hasta que los deshizo, sentía la mirada expectante de su acompañante, guardó el listón en su bolsillo y pellizco la caja, al abrirla y mirar lo que había dentro se quedó pasmado. Sin palabras.

—¿Te gusta? No entiendo tu silencio. Habla.

Balbuceo, pero las palabras no salieron, sus ojos se cristalizaron, sus manos temblaron, pequeñas lágrimas recorrieron sus mejillas, relamió sus labios y terminó por mirarlo.

—Esto es...

—¿Puedo tomar esto como un sí?

—No puedo aceptar esto, es demasiado...

—Claro que puedes, y lo harás, espero verte usándola en el baile—se acercó a su rostro y sonrió, de una manera tan llena de suficiencia,  le gustaba la forma tan segura con la que hablaba—. Nos vemos, mi lucero.

No hubo beso, pero, si una caricia en sus mejillas, se alejó sin decir nada más, se quedó quieto observando, con las manos temblorosas, mientras sostenía el mejor regalo de su vida...hasta ese momento.

—¿Qué estás haciendo?

Aquella voz le hizo guardar la caja rápidamente y volverse, unos ojos oscuros y curiosos lo observaban.

—Busco un papel—respondió nervioso.

—¿Quieres que te ayude? —preguntó con una sonrisa impecable.

Mark suspiró y asintió, alargó los brazos, Jihoon corrió a ellos y se lanzó, siendo sostenido, le besó la cabeza y lo puso entre sus piernas.

—Ayúdame a doblar ropa—susurró cerca de su oreja.

Jihoon tomó una de las prendas y comenzó a doblarla con mucho cuidado, parecía muy concentrado en eso, Mark suspiró y levantó una chaqueta, debajo de esta estaba la carta, la tomó y exclamó con felicidad asustando al pequeño.

—¡La encontré!

La guardó en su chaqueta y después de un beso a su hijo, miró por última vez aquel cajón antes de cerrarlo por completo.

Sus sentimientos estaban enterrados en los recuerdos del pasado, no quería pensar en ellos, porque de hacerlo, la angustia volvería a su corazón y no se lo podía permitir, no cuando su vida era tranquila y estaba feliz.

Esa misma noche tomó la carta de SeokJin, ambos eran muy parecidos, al querer esconder en el fondo del baúl la verdad que podría arruinar sus vidas, la lanzó al fuego, siendo espiado por su esposo, quien al instante malinterpreto todo, llegando a la fatídica conclusión de que esa carta pertenecía a alguien en especial, alguien, que estaba a kilómetros de distancia. El recuerdo de un amor intenso, ensombrecía su relación. Había cosas que no se olvidaban, nunca.


















—No puedo creer que no me dejen verla—LeeHi estaba como loca, sus ojos rojos y llenos de angustia demostraban lo lejos que estaba de descansar, la culpa la mataba lentamente.

—Es obvio que no te dejaran verla—bufó Jisoo—. Y no deberías pedir hacerlo, no seas estupida, pueden descubrirte, en un abrir y cerrar de ojos pueden hacerte ver como su cómplice.

—Ailee debe estar pasándola mal. Está embarazada ¿Cómo es que alguien tiene el corazón de dejar a una persona embarazada cautiva? Es inhumano.

—Bienvenida a la corona. Bueno, ¿Tienes la carta?

—La tengo ¿Estás segura que tu dama se la puede entregar a Tablo?

—Claro que puede, escribiste lo que te dije.

—Lo hice—asintió.

—Bien—respondió con una sonrisa ladina—. Todos ellos se van a arrepentir LeeHi, ellos pagarán, bueno, su más inocente ser. Es bueno que Jin haya dejado a sus hijos. ¿No lo crees?

—No me importa, sólo quiero salir de aquí y liberar a mi hermana.

—Lo harás, no te preocupes.
















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