XVI. Rosas Blancas
Canciones del capítulo:
Hurts Like Hell de Fleurie ft Tommee Profitt
Silhouette de Active Child ft Ellie Goulding
El dolor ha tejido su hilo en el tapiz de mi existencia, adoptando mil formas y colores, pero nunca antes había bordado en mí la sombra de la culpa hasta que su ausencia se convirtió en el vacío que ahora habita mi alma —Kim Jade
Aunque su cuerpo todavía temblaba, Thanael dio un paso hacia la cama, acercándose a Janeth, que seguía llorando con una intensidad que le partía el alma. Sus manos temblorosas se extendieron hacia ella, aunque no sabía si podría calmarla. Estaba enfrentándose a uno de sus mayores miedos y al hacerlo solo podía sentir el nudo en su garganta crecer de la misma manera que la reina sollozaba frente a él.
Se arrodilló junto a la cama, tomando su mano fría entre las suyas. Sentía que era lo único que podía hacer para consolarla.
El tiempo parecía detenerse mientras los gritos de Janeth se desvanecían lentamente en un sollozo doloroso. Afuera, el cielo comenzaba a clarear, pero para Thanael, todo se desdibujaba mientras su corazón latía con fuerza y sintió que en ese momento todo lo que podía hacer era sujetarle la mano
—¿Cómo sucedió esto? —preguntó Thanael con su voz entrecortada mirando al médico y a las doncellas que se movían frenéticamente.
El curandero alzó la mirada hacia él y en ese momento tuvo miedo de saber la respuesta. Estaba claro que el bebé no sobrevivió, pero... ¿Por qué no?, ¿Qué sucedió realmente?
—Su Majestad, las causas pueden ser muchas —respondió el médico con cautela—. Su estado de salud era delicado desde el inicio. La presión, el estrés y las dificultades previas al embarazo lo complicaron aún más. El cuerpo de Su Majestad no resistió.
Aquellas palabras fueron como un golpe directo al pecho. Thanael sintió que se desvanecería, pero el llanto desgarrador de Janeth lo obligó a mantenerse firme. Giró la mirada hacia su esposa, quien tenía su rostro enrojecido, sus ojos hinchados de tanto llorar, y parecía incapaz de procesar lo que acababa de suceder.
—Era mi bebé, Thanael —sollozó Janeth, apretando aún más sus manos. Su voz era un eco de dolor puro—. Era tan pequeño... no debería haber pasado. ¡No debería haber pasado!
Sin pensarlo demasiado y a pesar de que sentía que sus rodillas estaban clavadas en el frio suelo, Thanael se levantó y se sentó en la orilla de la cama para luego inclinarse hacia Janeth y rodearla con sus brazos. Ella no dijo nada más, solo se hundió en su pecho, temblando y llorando con una fragilidad que le desgarró el alma.
La estrechó con fuerza, mientras Janeth se aferraba a él como si fuera su única ancla en un mar de tormentos.
—Lo siento —susurró Thanael con la voz quebrada mientras le acariciaba el cabello—. Lo siento tanto, Janeth...
Ella lo miró con ojos llenos de lágrimas, buscando respuestas que él no podía darle. Entre sollozos, Janeth balbuceó palabras que apenas se entendían.
—Era... era tan pequeño... no... no se movía, Thanael. Lo vi... lo vi y sabía que no respiraba. —Su voz se rompió y se hundió más en el pecho de su esposo, dejando que su llanto se ahogara contra él. —¿Qué hice mal? ¿Qué hicimos mal?
—No fue tu culpa —dijo él con firmeza, abrazándola con más fuerza mientras sus propias lágrimas luchaban por salir—. No fue culpa de nadie.
Mientras pronunciaba esas palabras, el peso de la culpa comenzaba a instalarse en su pecho. No había estado allí. Estuvo lejos cuando ella lo necesitaba, perdido en otro lugar, en otra vida que no debía pertenecerle. Miró el rostro devastado de Janeth y sintió que la culpa lo atravesaba como una espada.
Desde su lugar, Aldric observaba la escena en silencio y con una opresión en el pecho que sentía que le quitaba la respiración poco a poco. Su postura era rígida, sus manos estaban apretadas en puños, pero sus ojos no podían ocultar el dolor que sentía. El peso de sus propios remordimientos lo aplastaban por dentro.
Permitió que el rey se apartara del castillo, fue cómplice en alejarlo de sus deberes. Y ahora, frente a esa tragedia, sentía que había fallado no solo como caballero, sino como hombre.
Ver a Thanael así, sosteniendo a su esposa con tanta tristeza, con una culpa visible en cada línea de su rostro, le dolía más de lo que quería admitir y de lo que podía en ese momento. Pero no había espacio para su propio sufrimiento.
Se mantuvo firme, ayudando en lo que podía, asegurándose de que los sirvientes siguieran las órdenes del médico y que todo estuviera bajo control.
De repente, Janeth dejó de sollozar y su cuerpo se tornó aún más inerte en los brazos de Thanael.
—Janeth —masculló sacudiéndola ligeramente con desesperación.
—Está bien, Majestad —intervino el médico rápidamente, colocando una mano en su hombro—. Se ha desmayado por la pérdida de sangre y la fatiga. Pero vivirá. Solo necesita descanso y cuidado.
Thanael cerró los ojos con fuerza y los abrió solo para encontrarse una vez más con la sangre en las sábanas y el cuerpo diminuto envuelto en una manta al otro lado de la habitación, todo era un recordatorio de lo que habían perdido.
Se quedó allí, sosteniendo a Janeth unos instantes más, como si temiera que, si la soltaba, desaparecería.
Al día siguiente, cuando Janeth estuvo estable, se organizó un bautizo inmediato para garantizarle al bebé un lugar en el cielo, según las creencias cristianas del reino. La corte se reunió en la pequeña capilla del castillo, donde el sacerdote realizó el ritual con la solemnidad que requería el momento. El cuerpo del niño, envuelto en finas telas de lino blanco, fue tratado con el respeto que merecía un heredero real.
La ceremonia fue breve y silenciosa. Thanael permaneció al lado de la reina todo el tiempo, sosteniéndole la mano, pero sin decir palabra alguna.
Aldric observaba desde la distancia, con sus manos entrelazadas en su espalda y el rostro inmutable, aunque por dentro se sentía sofocado por la tristeza que le causaba, no sólo el hecho de la pérdida del bebé que fue tan esperado, sino también al ver la desolación en los ojos apagados de su rey.
Quiso estar más cerca de él durante la ceremonia y hacerle saber que estaba allí, que no estaba solo, pero considera que lo mejor era mantener una distancia prudente y no ser un recordatorio de la culpa que ambos sostenían sobre sus hombros.
Cuando la noche cayó y Janeth finalmente pudo dormir, Thanael se quedó a su lado, acomodándole las mantas con cuidado. Justo cuando pensaba que ella se había sumido en el sueño, la escuchó susurrar.
—¿Dónde estabas esa anoche? —preguntó en voz baja, sin abrir los ojos.
Thanael sintió su cuerpo tensarse ante la repentina pregunta.
—No podía dormir —respondió con evasiva—. Salí a caminar.
Hubo un largo silencio entre ellos. Luego, la voz de Janeth volvió a romper la calma con una pregunta que lo dejó helado y paralizado en su lugar.
—¿Tienes una amante?
—¿Por qué piensas eso? —cuestionó Thanael mirándola sorprendido a pesar de que ella le daba la espalda.
—Estabas distraído, Nael. Pude notarlo —masculló carente de emoción—. Y estuviste mucho tiempo fuera. Si estás con alguien más, no me lo ocultes. Si es así, no deberíamos dormir en la misma cámara. ¿Por qué no me lo dijiste?
—Eso no es importante ahora, Janeth —declaró Thanael barajando la mirada con un nudo en su garganta.
Quería hacer todo lo posible para evitar el tema, no quería hablar con ella de dónde estaba cuando su hijo murió. Ya no podía con la culpa, de solo pensar lo que estuvo haciendo mientras ella la pasaba mal, deseaba en lo más profundo de su ser viajar en el tiempo y no haber salido del castillo esa noche, no haber besado a Aldric, de no haber pasado la mejor noche de su vida junto a la persona que ama si eso significaría que Janeth sufriría el dolor de la pérdida de su hijo.
—Lo es —susurró ella con los ojos fijos en el dosel de la cama—. ¿La amas?
No hubo necesidad de mentir. De nada sirve negarlo cuando su corazón gritaba la verdad. Cuando una mujer pregunta algo es porque solo quiere confirmar lo que ya sabe o sospecha. Así que mentir no era la mejor opción en ese momento.
Asintió.
—Mucho. Pero es imposible que podamos tener algo, así que olvídalo y concentrémonos en tu salud.
Thanael esperaba que con eso ella no siguiera hablando del tema, pero Janeth giró la cabeza para mirarlo, su expresión era serena, pero su mirada era indescifrable para él, como si quisiera decir algo, pero no tenía el atrevimiento de pronunciar.
—No renuncies a un amor que te apasione por mí —le pidió con la voz apagada—. Yo voy a estar bien. Vamos a estar bien con el tiempo, ¿no?
—Sí —murmuró sin estar seguro de si se lo decía a ella o a sí mismo.
Iban a estar bien. Sanaría el dolor que esa noche era tan intenso como la llama del fuego de la chimenea encendida.
—Entonces no la dejes. Es el acuerdo que ambos firmamos al casarnos. Lo hacemos por el reino.
—Fue mi culpa —susurró apenas en un hilo de voz.
Janeth cerró los ojos y negó lentamente con la cabeza.
—No fue tu culpa —le aseguró—. Hubiese pasado aunque estuvieses aquí.
Thanael no respondió. Solo se quedó allí, observando a su esposa y sintiendo que, a pesar de sus palabras, la culpa nunca lo dejaría en paz, lo perseguiría hasta el último día de su vida. No podía perdonar algo como eso.
La mirada del rey se mantuvo en la luz del fuego en frente de la cama y apreció por un largo tiempo las brasas ardiendo en la madera. Sentía que dentro de aquella alcoba se asfixiaba, que cada gota de oxígeno presente era robado, pero no se atrevía a moverse un solo centímetro lejos de Janeth. No se había apartado de su lado y cuando ha tenido que hacerlo se ha mantenido lo suficientemente cerca.
Janeth permanecía recostada con su rostro vuelto hacia la ventana principal, con los ojos abiertos pero vacíos, como si se hubiera desconectado del mundo a su alrededor. Thanael, aún a su lado, la observó en la penumbra, sin saber qué palabras podían aliviar su dolor.
Sintió el nudo en su garganta crecer cuando, sin pensarlo demasiado, se inclinó ante ella, apoyando una rodilla en el suelo junto a la cama y tomando sus manos.
—Perdóname, Janeth —susurró con la cabeza baja—. No sé cómo aliviar este dolor, no sé cómo hacer que esto sea más fácil para ti...
Ella no respondió de inmediato. En su lugar, alzó lentamente su mano temblorosa y le acarició el cabello con suavidad.
—Levántate, Nael —susurró con la voz frágil—. No hace falta que te arrodilles ante mí.
Él levantó la mirada y vio que sus ojos estaban inundados de tristeza, pero también de resignación. Algo dentro de él se rompió un poco más. Se incorporó lentamente, sin apartarse demasiado de su lado.
Thanael no tomó una decisión en ese momento. No podía. Todo dentro de él era un torbellino de emociones y pensamientos confusos, pero una cosa tenía clara: no volvería a alejarse de Aldric como lo hizo antes. No ahora, cuando cada instante parecía recordarle lo efímera que era la vida.
Esa noche, el sueño no llegó para ninguno de los dos. Janeth pasó horas llorando en silencio, con el rostro hundido en la almohada, cuando Thanael se dio cuenta, se acercó a ella y la tomó entre sus brazos sin decir nada.
No hubo palabras, solo el sonido de su respiración entrecortada y el temblor de su cuerpo contra el suyo. Y cuando ella finalmente se aferró a él, con los dedos hundiéndose en la tela de su camisa, él la abrazó con más fuerza, como si pudiera sostenerla y evitar que se desmoronara por completo.
Mientras lo hacía se preguntó: "¿Quién me sostiene y consuela?", intentó no desear la compañía de Aldric en ese momento, pero fue inevitable no querer sentirse protegido y cuidado, algo que solo su caballero podía darle, pero cada pensamiento que llevaba su nombre venía acompañado de la culpa y remordimiento de un amor prohibido y castigado.
El pequeño cuerpo del bebé real fue enterrado en un terreno sagrado, en la capilla de la catedral de Ilarieth, en una ceremonia privada a la que solo asistieron la familia real y algunos miembros cercanos de la corte. Fue un evento solemne y silencioso. Janeth, aún débil, se mantuvo en pie solo porque Thanael no soltó su mano en ningún momento.
Al día siguiente, después del entierro del bebé, el castillo de Ilarieth recibió a la familia real de Zaquira.
El mal clima les impidió viajar antes, pero en cuanto fue posible, el rey Thomas y la reina Astrid, junto a algunos miembros de la corte de Zaquiranos, cruzaron la frontera para estar con Janeth en su duelo.
El recibimiento fue tenso. En cuanto se encontraron con Thanael en el gran salón, la mirada del rey Thomas se endureció y la reina Astrid apenas disimuló su desdén cuando dirigió sus ojos a su yerno.
—Si hubieras estado aquí cuando más te necesitaba, esto no habría ocurrido —espetó el rey de Thomas con reproche.
Thanael apretó la mandíbula, conteniendo su respuesta. Sabía que cualquier palabra que dijera solo empeoraría la situación. Pero antes de que pudiera siquiera intentar explicarse, Janeth se irguió desde su asiento, con la piel aún pálida y sus movimientos demostraban que aún estaba débil.
—No es su culpa —dijo con su voz llena de fragilidad—. Thanael ha sido un esposo atento, esto fue un designio de Dios. No un castigo por su ausencia.
"Era un castigo por su pecado", eso fue lo primero que pensó Thanael tras las palabras de Janeth.
Cuando sus padres la miraron, ella se sostuvo del reposabrazos del sillón con fuerza, luchando por no tambalearse. Aldric, que estaba de pie cerca de la reina, dio un paso hacia adelante por instinto, preparado para sostenerla si era necesario.
—Él no pudo haber hecho nada para evitarlo —continuó Janeth—. El médico me lo explicó... El bebé ya estaba en riesgo desde el principio.
—Hija... —su madre intentó replicar, pero Janeth negó con la cabeza.
—Por favor, no lo culpen.
Fue en ese momento que, por primera vez en años, la voz de la reina madre de Zemantis se alzó en defensa de su hijo.
—Estoy de acuerdo con Janeth —expresó tajante la reina Eleanor, con su porte tan imponente y elegante como siempre—. La pérdida de un hijo es una tragedia, pero cargar a alguien con una culpa que no le pertenece no aliviará el dolor.
El silencio que se instaló en la sala fue pesado. Thanael miró a su madre con sorpresa, sin saber cómo reaccionar a su intervención. No era común que lo defendiera en público, y menos frente a otra familia real.
Su madre era quien siempre lo presionaba junto con todos los miembros de la corte, así que estuviera defendiéndolo en un momento como ese significaba mucho para él, especialmente cuando era incapaz de hacerlo por su cuenta. Por su mente solo pasaban los eventos de esa noche, como llegaron a la residencia de Aldric parar informar sobre la tragedia, todos los eventos posteriores a aquella noche con su caballero cruzaron por su mente mientras su madre lo defendía.
Todo lo que quería decir era: "Soy culpable ", porque realmente lo era, pero todo lo que pudo hacer era mantenerse en silencio y bajar la mirada. Ser un rey que no es capaz de defenderse es mucho mejor que un rey que tiene un amorío con su caballero y no estuvo junto a su esposa mientras perdía a su primogénito, todo por estar en los brazos de la inmoralidad, la lujuria, el pecado.
Los reyes de Zaquira se quedaron en el castillo un par de días más antes de partir de vuelta a su reino. La despedida fue cordial, pero la tensión nunca desapareció por completo.
La pérdida del primogénito del rey no pasó desapercibida para el reino. Pronto, el luto se convirtió en especulación. La corte y el pueblo lo interpretaron como un signo de inestabilidad. Algunos lo vieron como un castigo divino, una advertencia de que algo en Zemantis estaba mal. Otros, más crueles, empezaron a murmurar sobre la capacidad de la reina para dar a luz a un heredero sano.
Thanael escuchó los susurros en los pasillos del castillo, en las plazas del mercado, incluso entre los nobles que le sonreían una compasión falsa. Sabía que lo sucedido solo haría que la presión sobre él y Janeth creciera aún más.
Pero lo que más lo hirió fue darse cuenta de que, a pesar de todo, no podía llorar libremente a su hijo. El peso de la corona le impedía mostrar su dolor.
Era un hombre, un rey y un esposo. Su único deber era ser fuerte y sostener el dolor de su esposa, aliviarlo. Pero su debilidad ante la pérdida de un hijo que no conoció parecía no estar permitido para él. Nadie le preguntaba como estaba, pero cada persona a su alrededor preguntaba por el estado de la reina, incluso le daban consejos para cuidarla.
Sentirse solo dolía aún más. Aunque sabía que tenía a Aldric, no se atrevía a ser egoísta una vez más, a buscar consuelo en él. También tenía a Janeth, pero ella ya estaba lidiando con el dolor a su manera.
Cada día que transcurría reprimió esos sentimientos y se encargó de velar por el bienestar emocional de Janeth que era mucho más débil que el suyo propio. Se olvidó de su propio sentir y todo lo que quedó intacto fue la culpa.
Eventualmente su familia intentó animarlo y ayudarlo a cuidar de la reina, pero él estaba carente de emociones. Su concentración en su deber como rey y esposo escondieron su necesidad como ser humano. Todo a su alrededor se volvió tan mecánico que apenas notaba la presencia de Aldric en cada paso que daba.
Lo necesitaba, anhelaba sus palabras reconfortantes, pero iba tan deprisa sumergido en sus responsabilidades, que cualquier pensamiento sobre sus necesidades eran remplazados por las obligaciones que debía atender.
Y así, en la más profunda de las noches, cuando todos dormían y solo las llamas de los candelabros iluminaban los pasillos de piedra, Thanael encontró un refugio en la capilla del castillo.
Se quedó en el umbral de la puerta, con la intención de rezar, cuando sus ojos captaron la silueta de alguien más dentro.
Aldric estaba allí, de espaldas a él, de rodillas frente al altar. La luz de las velas proyectaba su sombra contra las paredes de piedra y en sus manos sostenía una rosa blanca.
Thanael no hizo ruido, pero tampoco se ocultó. Se quedó observando en silencio mientras Aldric colocaba la flor junto a una vela encendida y, con la cabeza inclinada, pronunciaba en voz baja unas palabras que le hicieron sentir un nudo en la garganta.
—No te olvidaremos nunca, pequeñito.
Thanael cerró los ojos por un momento, sintiendo su corazón estrujarse. No supo cuánto tiempo estuvo allí de pie, observándolo en la penumbra, pero por primera vez en días, sintió que no estaba solo con su dolor.
Aldric no habló de lo ocurrido esa noche.
Desde aquel momento, no mencionó el beso, ni la conversación que tuvieron en su residencia. No lo cuestionó, no buscó más respuestas. En cambio, se sumergió en su deber con más devoción que nunca.
Durante los días siguientes, ambos se sintieron consumidos por la culpa, aunque ninguno de los dos lo admitió en voz alta el sentimiento estaba allí. Aldric lo sobrellevó manteniéndose expectante de las órdenes de Thanael, cumpliéndolas con la misma rigurosidad de siempre. El rey, por su parte, se volcó completamente en la recuperación de Janeth, pasando cada vez menos tiempo fuera de sus aposentos.
La única vez que ambos tocaron el tema fue en una reunión en el salón del consejo, cuando Aldric preguntó por el estado de la reina, pero Thanael como si fuera una simple formalidad, respondió con un único "mejorando" antes de pedirle su ayuda para asegurar el bienestar de Janeth.
—Asegúrate de que su entorno sea seguro —ordenó Thanael con total profesionalidad.
—Sí, Majestad.
Fue entonces cuando Aldric decidió que no solo aseguraría su seguridad, sino que se convertiría en un escudo impenetrable entre ella y cualquier amenaza.
No porque fuera su reina.
No porque quisiera hacerlo.
Sino porque su culpa le exigía compensar de alguna manera lo que había hecho.
Redoblo sus esfuerzos y se convirtió en la sombra silenciosa de Janeth, asegurándose de que recibiera el apoyo necesario para su recuperación física y emocional. Se aseguró de que cada rincón del castillo estuviera resguardado, de que cada escolta asignado a ella fuera el más confiable.
Pero proteger a la reina también significaba estar constantemente rodeado de todo lo que representaba el deber de Thanael como esposo.
Y eso, en el fondo, lo destrozaba.
El tiempo no había detenido su curso, pero la tristeza en el castillo permanecía intacta.
Aldric veía cómo Thanael intentaba continuar con su vida, con sus responsabilidades como rey, esposo y gobernante. Sabía que estaba devastado por la pérdida de su primogénito, aunque intentaba ocultarlo tras una máscara de compostura y fortaleza. Sin embargo, Aldric conocía cada una de sus expresiones y en sus ojos podía ver el dolor latente, la culpa que lo consumía en silencio.
Le dio espacio. No lo abordó de inmediato, ni lo forzó a hablar. Le permitió respirar, pero estuvo allí. Como su caballero. Como su amigo. Como algo más, aunque ninguno se atreviera a ponerle nombre.
Pasó un mes antes de que Aldric encontrara el momento para acercarse. Ya empezaba a preocuparse por el estado de Thanael, quien de repente se volvió hermético incluso con él. Esperaba que con el tiempo el rey, lograra abrirse con él en los pocos momentos que tenían en privado, sin embargo, el silencio entre ellos fue tortuoso.
Le preocupaba que estuviera ignorando su propio sentir a propósito, confiando que al hacerlo eventualmente mejoraría y olvidaría su dolor, pero Aldric ya había hecho algo como eso y era consciente de que no funcionaba.
Aquella noche, después de discutir con su consejero sobre algunos asuntos del reino, Thanael se quedó a solas con Aldric para revisar unos documentos antes de irse a dormir. El caballero se mantuvo sentado frente a él, ambos compartiendo el mismo escritorio. Todo estrictamente profesional, como lo ha sido durante todo el último mes.
Fue entonces, cuando la conversación de trabajo quedó en silencio, Thanael dejó caer la cabeza entre sus manos y su respiración se volvió irregular.
Todo se rompió. Sus barreras, su fuerza, se deshicieron. El rey, el hombre más fuerte que conocía, el que mantenía a todo un reino sobre sus hombros, se derrumbó.
Aldric no necesitó verlo para saber que estaba llorando.
Pocas veces había visto a Thanael llorar, podría ver sus lágrimas en las esquinas de sus ojos, pero no las ha visto deslizarse por sus mejillas con frecuencia. Siempre ha sido capaz de mantenerlas en su lugar, hasta esa noche.
No lo pensó demasiado antes de ponerse de pie y rodear el escritorio hasta llegar a él y con la misma devoción con la que lo ha protegido de la muerte, llevó una mano a su espalda y otra a su hombro, ofreciéndole un consuelo silencioso, diciéndole sin pronunciar palabra alguna que estaba allí para él todo lo que él quisiera que estuviera, como su caballero, como su amigo o como su amor.
Thanael pareció entender la sencillez del gesto, en cómo las manos de Aldric se deslizaban por sus hombros con delicadeza. Con rapidez se puso de pie y antes de permitirle reaccionar, se aferró a su cuerpo casi con urgencia.
En el instante que los brazos de Aldric lo rodearon, Thanael sintió que se deshacía como los pedacitos de cristal de un vaso que cae en picada al suelo. Lo apretó con fuerza y lloró aun tratando de hacerlo en silencio, apenas se podían apreciar sus sollozos bajitos y como su cuerpo temblaba.
Aldric retuvo sus propias lágrimas y no se apartó a pesar de que el miedo de que alguien pudiera entrar y verlos, hacía que su corazón latiera con fuerza. Thanael lo necesitaba y él también.
Thanael dejó salir todo lo que ha estado reprimiendo desde hace un mes. No lloró la noche en que pasó todo, la noche que consoló a Janeth tampoco, ni durante el funeral o los días siguientes; tampoco lo hizo en la iglesia cuando oraba para que estuviera en un buen lugar en el cielo. No soportó más guardar lo que verdaderamente sentía.
No quería ser el rey, el esposo o el hombre fuerte. Solo quería ser la persona que Aldric amaba, solo quería permitirse ser vulnerable y no estar bien al menos por un segundo.
Mientras hundía su rostro en el cuello de Aldric y lloraba al mismo tiempo que hipaba, sus pensamientos eran un desorden, así que la idea de ser descubiertos en el salón del consejo nunca estuvo presente. Su mirada estaba nublada a causa de las lágrimas que se acumulaban y caían sin cesar, todo lo que cruzaba por su mente era el dolor que ya no soportaba.
—No tienes que hacer esto solo, Than —susurró Aldric.
El rey solo dejó que Aldric lo sostuviera, que sus manos le transmitieran el calor que su alma parecía haber perdido. Con la voz rota, dejó escapar lo que había reprimido por tanto tiempo.
—Fue mi culpa.
Aldric cerró los ojos, sintiendo la punzada de dolor en su pecho al escuchar esas palabras que él mismo había pensado en más de una ocasión.
—No lo fue.
—Debí haber estado con ella.
—Nada habría cambiado —le aseguró Aldric. Era algo que se repetía casi a diario para seguir con su vida.
Thanael negó con la cabeza aferrándose aún más al pecho de Aldric, incapaz de aceptar la verdad. El caballero lo sujetó con más firmeza, con la determinación de hacerle entender que no tenía que cargar con aquella culpa solo.
Pero entonces, el suave golpe en la puerta hizo que ambos se separaran al instante. Thanael barrio con sus dedos las lágrimas de su rostro tras sentarse en su escritorio con la misma rapidez, todo eso antes de que la puerta fuera abierta.
La reina Janeth entró con pasos tranquilos, pero su mirada captó lo suficiente como para darse cuenta de que las cosas estaban tensas. Aldric vio cómo sus ojos recorrieron la habitación, deteniéndose en las mejillas aún húmedas de Thanael y en su expresión frágil.
Si lo entendió, no lo demostró.
—Voy a descansar, deberían hacer lo mismo, ambos —dijo con voz serena—. Ya es muy tarde para estar trabajando.
Thanael asintió sin decir una palabra y Janeth simplemente abandonó la sala, dejando a ambos hombres en completo silencio.
Aldric no mencionó el tema, ni Thanael hizo algún comentario. Fue como si nada hubiera pasado.
Sin darse cuenta, la primavera llegó sin anunciarse, llenando Zemantis de colores vivos y un clima que levantaba los ánimos del pueblo.
El castillo poco a poco volvía a su rutina habitual, pero la tristeza en los ojos de Thanael no desaparecía. Aún se le veía decaído, como si una parte de él hubiera quedado atrapada en el invierno de su pérdida.
Janeth se recuperó físicamente y comenzó a retomar su vida dentro de la corte, aunque Aldric notó que ella también observaba a su esposo con la misma preocupación que él. Fue ella quien se percató de que, cada noche antes de irse a dormir, Thanael visitaba la capilla.
Aldric nunca lo mencionó, pero lo supo. Porque, desde la distancia, siempre lo estaba observando. Thanael estaba sumergido en una melancolía que, con el tiempo transcurrido, ya le empezaba a asustar.
Aunque las cosas a su alrededor parecían estar cambiando, desde sus ojos el rey seguía igual que esa noche que perdió a su primogénito.
El sol de primavera bañaba los jardines del castillo con una calidez agradable, pero Aldric apenas podía sentirla. Aquel era uno de los primeros días en los que la corte comenzaba a retomar sus costumbres tras el luto, y la vida seguía su curso con normalidad o al menos lo intentaba.
Mientras Thanael se reunía con el obispo y su consejero, Aldric fue interceptado por la reina en los pasillos del castillo después de su entrenamiento, el caballero se sorprendió cuando esta le pidió que la acompañara al jardín del castillo para hablar.
Caminaron en silencio entre los arbustos en flor, lejos de los murmullos de la corte y los criados. Janeth vestía un vestido azul claro y el cabello recogido con sencillez en una trenza larga que descansaba en su espalda erguida, aunque sus ojos aún reflejaban una sombra de tristeza se veía mucho más recuperada.
Aldric se detuvo cuando ella lo hizo. Expectante de lo que quería hablar con él en privado, ya le parecía extraño que ella le pidiera algo como eso y no iba a negar que le atemorizaba cualquiera que fueran sus palabras.
—Matthew está preocupado por Thanael —comenzó diciendo con seriedad—. Lo ha escuchado culparse más de una vez, aun cuando ya ha pasado un tiempo prudente.
Aldric sintió un nudo en el estómago al confirmar que no era el único que veía algo apagado en Thanael, pero permaneció en silencio, esperando a que ella continuara.
—Me han dicho que cada vez que va a la iglesia con sus hermanos, murmura lo mismo. Que no hizo lo suficiente. Que todo fue su culpa —suspiró, cruzando las manos sobre su vientre, donde aún quedaba el recuerdo de lo que había perdido—. Sé que no puedo hacer que se perdone a sí mismo. Pero quizás tú puedas hacer algo por él.
Aldric frunció el ceño confundido por la repentina confesión.
—¿A qué se refiere, Su Majestad? —cuestionó.
—Necesito que lo lleves lejos del castillo por unos días —expresó Janeth mirándolo con determinación.
Aldric sintió su pecho tensarse.
—¿Lejos?
—Sí. Está soportando demasiada presión aquí. La corte, la nobleza, todos esperan que vuelva a centrarse en darle un heredero al trono, como si nada hubiera pasado. Como si él no hubiera perdido un hijo también. —Su voz tembló por un instante, pero rápidamente recuperó la compostura—. Él necesita un descanso, aunque no lo admita. Y necesita a alguien de confianza con quien ir.
Aldric tragó con dificultad, mientras su mente se llenaba de una avalancha de preguntas.
¿Por qué él?
No entendía a qué venía la petición de la reina, ella misma podría ir con Thanael de viaje, como algo espiritual o de sanación, esperaría que le pidiera que los acompañara como lo que era, un caballero y escolta, pero jamás cruzó por su mente que ella le pidiera llevarse a Thanael, solo con él.
No tenía sentido alguno.
Su mente estaba a todo dar, pensando en todas las posibilidades, intentando comprender la situación. ¿Era una prueba? ¿Quería ver si aceptaba sin dudar? ¿Sabía algo?
Mantuvo una expresión tranquila para disimular su pulso acelerado. Desde que la reina perdió a su hijo, Aldric había intentado mantenerse en su lugar, alejarse de Thanael lo suficiente para no representar un problema. Pero ahora, ella le pedía que hiciera todo lo contrario.
Y eso lo aterraba.
Los ojos de Janeth lo observaban con una tranquilidad que no le permitía descifrar si había algún tipo de advertencia y se preguntó cuánto sabía ella.
—¿Y por qué yo, Majestad? —se atrevió a preguntar con un deje de duda en su voz.
Janeth sonrió con lo que pareció ser comprensión.
—Porque sé que lo cuidarás —masculló—. Porque confío en ti. Y porque él confía en ti más que en nadie.
Su respuesta fue como un golpe en el pecho y Aldric sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.
La manera en la que ella lo dijo, con tanta certeza, lo hizo sentir expuesto. Como si supiera más de lo que estaba dispuesta a admitir. Pero no había reproche en su mirada, solo una preocupación genuina por su esposo.
No tenía forma de saber si estaba diciéndole entre líneas que lo sabía.
—He organizado todo para que vayan a una de las cabañas de retiro de la nobleza —continuó Janeth—. Está cerca de la playa, lejos del castillo. Solo será por unos días.
Aldric desvió la mirada. No estaba seguro de si debía aceptar. No después de la última vez que estuvo a solas con Thanael en su caseta, cuando ambos compartieron una noche intima entre besos y toqueteos que fueron desplazados por la culpa y el miedo.
Pero... ¿cómo negarse cuando era exactamente lo que Thanael necesitaba?
—Está bien —susurró finalmente—. Lo haré.
Janeth le sonrió con alivio.
—Gracias, Sir Aldric. Sé que ayudarás a Thanael como siempre lo has hecho.
Pero Aldric no estaba tan seguro de ello.
Cuando Thanael regresó a sus aposentos esa noche, el ambiente dentro de la alcoba se sentía más cálido que de costumbre. Janeth estaba sentada en la cama con una vela encendida a su lado, iluminando suavemente su rostro que se veía mucho más pequeño en medio de su cabello completamente suelto y poco arreglado. Se había recuperado bastante en las últimas semanas.
La relación entre ellos había cambiado ligeramente, no es que antes era distante, pero su matrimonio nunca ha sido por unión afectiva. Sin embargo, en los meses posteriores a lo ocurrido crearon una cercanía inesperada. Una amistad.
A veces le leía en voz alta mientras descansaba, algunas noches, cuando el insomnio los atormentaba a ambos, Janeth le pedía que se recostara junto a ella. No de la manera en que los esposos suelen hacerlo, sino en un gesto silencioso de compañía. Thanael nunca la rechazó.
Aún estaba ese recuerdo de aquella ocasión en la que la observó en silencio mientras ella tejía con dedos hábiles, algo que hacía cuando quería distraerse.
—¿Tú qué quieres, Nael? —preguntó de repente, sin perder su concentración de lo que tejía.
—¿A qué te refieres? —cuestionó el rey parpadeando con algo de sorpresa en su rostro.
—Todos te dicen lo que debes hacer, lo que esperan de ti. Pero, ¿qué es lo que tú quieres?
Thanael abrió la boca, pero ninguna respuesta salió de sus labios, porque lo que él quería no era algo que pudiera tener.
Al entrar a la recámara esperaba encontrarla dormida, sin embargo, parecía estar esperándolo.
—Ven, recuéstate un momento —susurró, dándole una leve palmadita al colchón.
Thanael vaciló por un instante, pero terminó obedeciendo, dejando caer la cabeza sobre la almohada que ella dejó sobre sus piernas.
—¿Cómo te sientes hoy? —cuestionó Thanael cerrando sus ojos.
—Cada día mejor —susurró dejando reposar su barbilla de la frente del rey. Una acción que sorprendió a Thanael, pero no dijo nada al respecto, solo se mantuvo en la posición y decidió escucharla—. Pero estoy preocupada por ti.
—¿Por mí? —preguntó Thanael arqueando una ceja.
—Sí, has estado cargando demasiado desde ese día. Necesitas un descanso —consideró Janeth.
—No puedo permitirme descansar ahora, Janeth —señaló dejando escapar un suspiro—. No puedo dejar el castillo.
—Sí puedes —insistió la reina—. Yo estaré bien. Eleanor y Hanna se quedarán conmigo.
Thanael abrió los ojos y la miró con cansancio desde su lugar. Ella solo le sonrió y a pesar de que no dijo nada, se sintió extraño por como lo miraba.
—Ya hablé con Aldric.
Las cejas de Thanael se fruncieron ante la mención de su caballero.
—¿Aldric? ¿Para qué?
Janeth se acomodó un poco en la cama y le acarició el cabello con dulzura. Era un gesto casi maternal, como un consuelo silencioso, y se sintió aún más extraño.
Había algo diferente en su mirada, pero era casi imposible descifrar qué era exactamente.
—Janeth...
—Lo necesitas —lo interrumpió—. No quiero verte consumiéndote por la culpa o por la presión de la corte. Confío en Aldric para que te cuide.
—¿Por qué estás organizando esto?
—Lo hago porque te quiero, Nael. Como rey, como esposo, como alguien que comparte una vida contigo, aunque sea bajo circunstancias distintas a las de otros matrimonios —susurró, disminuyendo el tono de su voz a medida que hablaba.
Thanael no dijo nada. Estaba en ese punto en el que tenía miedo de preguntar más y la mención de Aldric en más de una ocasión no le hacía sentir más cómodo. Ella estaba planeando un viaje lejos del castillo, por varios días, en el que estaría solo con su caballero.
Ya podía decir que la conocía lo suficiente como para saber que estaba tramando algo, pero él no quería saber que era. No quería descubrir lo que su mente estaba imaginando en ese momento.
—Y también porque sé que no irás solo.
El rey se tensó ante sus palabras y Janeth sonrió a medias pasando sus dedos por los hombros encogidos de Thanael, como si tratara de tranquilizar y aliviar el golpe que se avecinaba.
—Sé lo que tienes con Aldric —dijo en voz baja—. No necesitas explicarlo, ni justificarlo. Solo... ten cuidado, Thanael. Sé discreto.
La garganta del rey se cerró de golpe. Sentía que el aire abandonaba su cuerpo, intentó decir algo, pero todo lo que salió de su boca fue su nombre en un susurro ahogado, ronco y débil.
—Janeth...
—No hace falta que lo niegues —lo interrumpió suavemente aun pasando sus manos por su cabello—. No lo entiendo, es extraño para mí, pero tampoco te juzgo, ni te recrimino nada. Eres mi esposo por un papel, y por lo que sé, tu corazón le pertenece a alguien más.
"Tu corazón le pertenece a alguien más".
Ella sabía mucho más de lo que Thanael llegó a pensar. No supo si sentir alivio o miedo.
Hola, hola. Solecitos, una semana sin actualizar y siento que fue hace mil años. Espero que les haya gustado este capitulo revelador, si fue asi no duden en compartir la historia.
Janeth ha logrado mejorar después de la perdida de su bebé, no diremos que esta bien emocionalmente pero esta mucho mejor que Thanael y Aldric lo sabe. ¿Esperaban que ella se diera cuenta?, ¿Cómo creen que se entero?,
Por otro lado, Aldric y Thanael yendo juntos a una viaje fuera del castillo, por varios días. ¿Ustedes creen que con el estad en el que esta el rey ellos podrán realmente disfrutar ese tiempo juntos? Los leo.
Adelanto del próximo capitulo: "Ámbar, dijiste que no te guardarías nada, estas no son marcas de batalla. Estas son marcas de tortura, ¿Quién te hizo eso tan horrible?".
Nos seguimos leyendo en la próxima semana.
KJ👑⚔️
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