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XV. El infierno en tus labios

Canciones del capítulo:
Let Me Love the Lonely de James Arthur
Are You Even Real de Teddy Swims ft Giveon
Holding you, Holding me de Cigarettes After Sex
Train Wreck de James Arthur

Esa noche, estaba dispuesto a asumir las consecuencias de amarlo, estaba dispuesto a ser con él lo que no soy con nadie más: vulnerable, desnudo en emociones, entregado sin límites —Kim Jade.

Como todas las noches, Aldric había intentado dormir, pero su mente no dejaba de darle vueltas a todo lo que había sucedido en los últimos días. Thanael apenas le dirigía la palabra y cuando lo hacía, era solo para cuestiones estrictamente laborales.

Aunque estaban juntos con frecuencia, sentía que aún había un abismo invisible entre ellos. Aldric notaba cómo Thanael desviaba la mirada cada vez que sus ojos se cruzaban, como si estuviera avergonzado o luchando contra algo.

Con el paso de los días y el avance del embarazo de la reina, Thanael se dedicó a cuidarla, por lo que sus atenciones estaban casi completamente en ella, así que el tiempo que pasaban juntos pasó a ser muy mínimo.

Estuvo en espera de alguna respuesta de su rey durante toda una semana que se sintió eterna. Él dijo que iba a tomar una decisión en cuanto a ellos, después de todo lo que había esperado por él, podía hacerlo un poco más. No sabía cómo Thanael lo haría o en qué momento se lo diría, pues cada posible lugar en el que se imaginaba que podían hablar del tema, era peligroso.

Amarlo era peligroso y si iba a hacerlo hasta su último suspiro, entendió que debía ser valiente, por él, por los dos.

Incapaz de soportar el insomnio, escuchó un suave quejido proveniente del exterior. Se levantó de la cama, se abrigó con un manto grueso y salió al patio donde se encontraba Éban en un pequeño corral al aire libre junto a su residencia.

En cuanto salió el viento helado le golpeó el rostro, la nieve cubría el suelo en un manto blanco que crujía bajo sus botas. Encontró a su caballo agitando la cabeza y resoplando con incomodidad, parecía algo inquieto, moviendo su cabeza de un lado a otro mientras sus cascos golpeaban el suelo de paja.

—¿Qué sucede, hermoso? —preguntó Aldric en voz baja, acariciando el hocico de Éban con cuidado—. ¿Te molesta el frío? Mañana te pondré una manta más gruesa, lo prometo.

El caballo resopló suavemente, como si entendiera las palabras de su amo y Aldric le sonrió con cansancio.

—Lo extrañas tanto como yo, ¿verdad? —susurró Aldric al caballo, frotando su cuello—. No debería pensar en esto, no debería pensar en él, ¿estás de acuerdo conmigo Éban?

Fue entonces cuando un movimiento en la distancia captó su atención. Una figura solitaria avanzaba, casi imperceptible bajo la tenue luz de la luna de la medianoche. Aldric entrecerró los ojos, tratando de identificar quién era. La persona parecía caminar con apuro hacia su residencia, solo se podía escuchar el sonido de sus pasos contra la nieve.

Instintivamente, su mano fue a la empuñadura de su espada, pero al no sentir nada, recordó que no cargaba con ella, pero aun así se quedó en alerta listo para enfrentar cualquier amenaza.

La figura llegó hasta la puerta de su casa y golpeó con insistencia, como si estuviera desesperada por entrar. Aldric permaneció oculto entre las sombras del establo, observando con cautela a la persona que cubierto por un manto con capucha que no le permitía apreciar su rostro desde donde estaba.

Pero entonces, el desconocido giró la cabeza para mirar a su alrededor y el rostro que se reveló bajo la capucha hizo que Aldric soltara el aire que estaba conteniendo.

—Thanael... —murmuró para sí mismo, reconociendo de inmediato aquellos rasgos familiares.

Sin perder tiempo, Aldric caminó hacia él con pasos decididos. Pensó que Thanael notaria su presencia o escucharía sus pasos apresurados, pero estaba tan concentrado en la puerta que no lo notó al principio.

—¿Majestad? —llamó Aldric en un susurro.

Thanael se giró bruscamente, dejando ver como sus ojos dorados brillaban bajo la luz tenue. El caballero notó que su rostro estaba ligeramente enrojecido, tal vez por el frío o por el nerviosismo. Su pecho subía y bajaba rápidamente, como si hubiera corrido hasta allí. Thanael no llevaba abrigo adecuado para el clima, lo que dejaba claro que había salido con prisa.

Llevaba una camisa de dormir larga, de un tono marfil que resaltaba contra su piel pálida. Estaba ligeramente desabotonada en la parte superior, dejando a la vista su cuello y parte de su pecho. La tela era fina, de seda, diseñada más para comodidad que para protección contra el frío. Sobre la camisa llevaba una capa ligera, de un azul oscuro, apenas adecuada para protegerlo de las temperaturas nocturnas.

Su primera impresión fue que estaba allí por algo que había sucedido, pero por la expresión en su rostro supo de inmediato que estaba allí por él, aunque aún quería escucharlo de su boca.

—Aldric... —murmuró Thanael, avanzando lentamente hacia él con las palabras atrapadas en su garganta.

—¿Qué haces aquí, Than? —preguntó mientras alcanzaba la puerta y la abría con rapidez—. Es peligroso que venga a mi residencia tan tarde. ¿Qué si alguien lo ve?

Thanael no respondió de inmediato, solo lo miró con los ojos encendidos por algo más que el frío. Ambos entraron al interior, cerrando inmediatamente la puerta, aunque era tarde, estaba a oscuras y nevaba, el peligro de que alguien pudiera verlos seguían presente.

El rey no estaba acostumbrado a ver a su caballero en ropa tan informal, ni siquiera cuando estuvo en descanso dentro del castillo. Aldric llevaba una camisa de lino blanco, con las mangas arremangadas hasta los codos, ligeramente arrugada y unos pantalones oscuros de tela suave que caían hasta sus tobillos. La camisa estaba ligeramente abierta en el cuello, dejando ver parte de su clavícula y la línea musculosa de su pecho.

—Me urgía verte —admitió Thanael con voz temblorosa mientras apretaba la capa contra su cuerpo—. No puedo dormir pensando en ti, en nosotros. No puedo sacarte de mi cabeza, Dric.

Aldric suspiró bajando la mirada y dándole la espalda mientras encendía la pequeña chimenea de la sala. Sus manos temblaban ligeramente, aunque no estaba seguro si era por el frio o por la presencia de Thanael.

—No deberías venir aquí, Thanael —susurró Aldric con firmeza—. Es peligroso para ambos.

El silencio que le siguió a su comentario fue casi ensordecedor y tan denso que Aldric sintió que podía oír el latido de su propio corazón. Le ponía nervioso cuando Thanael se callaba de esa manera, no saber que lo estaba por su mente en ese momento le inquietaba.

Al no escuchar respuesta de su parte, se giró para encararlo, necesitaba descifrar que necesitaba meditar tanto antes de decir algo, entonces los ojos dorados de Thanael lo atraparon, mirándolo con tal intensidad que Aldric sintió que el aire entre ellos se volvía palpable.

Aldric no apartó su mirada, deseando lo mismo que podía apreciar en los ojos de Thanael. La tensión entre ellos era casi insoportable, hasta que el rey dio un paso hacia él, cerrando la distancia entre ambos de manera abrupta.

—Al carajo el deber —murmuró con voz ronca antes de unir sus labios con los de Aldric.

El beso fue inmediato, intenso, pero no brusco. Thanael tomó el rostro de Aldric con ambas manos con determinación, como si quisiera asegurarse de que él se apartaría.

Aldric fue incapaz de resistirse, dejó caer sus hombros y cerró los ojos, dejando que sus labios se movieran al compás de los de Thanael, con las mismas ganas, con el mismo ímpetu. Era dulce y ansioso, lleno de una pasión que ambos reprimieron por mucho tiempo.

Era tarde en la noche, así que Aldric pensó que aquello podría ser perfectamente un delirio, pero los carnosos labios de Thanael se sentían tan reales que no pudo evitar el suspiro que se escapó de su boca en el milisegundo que los labios del rey se apartaron.

Thanael apreció el rostro de Aldric y la comisura de sus labios humedecidos, sonriente lo tomó del cuello y se hundió en él profundizando el beso.

Todo lo que podría cruzar por la mente del caballero en ese momento era la elegancia con la que lo mantenía firme en su lugar y lo besaba con esmero. Su respiración contra su rostro y la cercanía de sus cuerpos, era simplemente como vivir un sueño.

Cuantas veces soñaron con poder besarse de esa manera, suspirando contra la boca del otro. Las manos de Aldric en la cintura de Thanael, mientas que los dedos del rey permanecieron firmes en su nuca, escondidos debajo de la mata de su cabello que caí sobre sus hombros. Cuantas veces soñaron con sentir el calor de sus cuerpos mientras sus labios se movían al compás, a un ritmo no muy lento, pero tampoco tan rápido, lo necesario para que ambos sonrieran en medio.

Aldric apretó la cintura de Thanael al sentir como este mordió ligeramente su labio inferior. No había cabida para pensamientos negativos o cuestionamientos propios. Su alma ya estaba podrida, se iba a ir al infierno por aquello y se iría satisfecho.

Su deseo de pecar fue más grande que el pecado mismo.

Estaba condenado para siempre a sufrir mientras siguiera disfrutando con tanto esmero un beso de otro hombre, de su rey. Y no estaba arrepentido.

Sintió cómo la respiración de Thanael se volví más pesada contra su rostro, cómo el contacto entre ellos parecía quemarlo por dentro, pero no quería que se detuviera.

En ese momento estaba dispuesto a asumir las consecuencias si eso significaba que podría amarlo. Ser tocado de esa manera, sumergirse en sus brazos, en sus besos y en su mirada de oro.

Aldric cerró las manos en los pliegues de la capa de Thanael, aferrándose a él con desesperación, quitándole la capa en medio del beso, mientras él se quitaba las bota con agilidad. Cuando el rey lo abrazó con más fuerza, Aldric pensó que quizás este era el único momento en el que el mundo se sentía verdaderamente suyo.

—Si me sigues besando así, estaré condenado para siempre —susurró Aldric entre besos.

—Lo estamos —respondió Thanael sin vacilar, rozando su nariz contra la de él antes de volver a besarlo, esta vez con una necesidad más desesperada.

Casi sin darse cuenta y cegado por la intensidad de sus propios deseos, Aldric lo guio hasta la cama con dosel en la pequeña habitación. La penumbra de la estancia parecía conspirar con ellos, envolviendo cada movimiento en una atmósfera de intimidad prohibida de la que ninguno quería deshacerse.

Thanael, con su imponente figura se dejó caer sobre el colchón con una fluidez casi antinatural, apenas podía controlar su respiración, su pecho subía y bajaba a causa de la intensidad del beso.

El caballero lo miró por un instante, su pecho ardía y su mente era una tormenta de dilemas, pero la expresión de Thanael; expectante con los labios hinchados, sus mejillas pálidas ahora coloreadas con suave carmesí que parecía incendiar las pecas en sus pómulos y el puente de su nariz. Sus ojos brillaban con deseo, como si contuvieran todas las estrellas del firmamento en ellos, en ese instante supo que no había marcha atrás.

Se sentó a horcajadas sobre él, con una seguridad que no iba acorde con el caos interno que sentía. Apoyó ambas manos sobre los hombros del rey, con un toque firme pero tembloroso, haciendo desaparecer el espacio entre ellos.

Los labios de Thanael lo buscaron con ansias y Aldric se rindió ante él. Se inclinó hacia adelante, encontrando nuevamente ese calor embriagador que lo hacía olvidar todo. Que encendía todo su cuerpo de un millar de emociones a la vez.

El beso fue profundizado por el movimiento seguro de Thanael y la destreza de Aldric, como si ambos trataran de grabarse el uno al otro en lo más profundo de sus almas.

El rey deslizó las manos por la cintura del caballero, sus dedos fuertes pero gentiles acariciaron los contornos de su figura con cuidado. Aldric jadeó contra su boca al sentir su toque y un estremecimiento recorrió toda su espalda, hasta erizarle la piel.

—Hazlo de otra vez —susurró Aldric suspirando con dificultad contra sus labios—. Tómame de la cintura y bésame así otra vez.

Le gustaba sentirse cuidado, especialmente porque como caballero y escolta del rey no tenía la oportunidad de bajar la guardia, nunca. Así que le gustaba poder hacer eso con él, subirse sobre sus piernas, besarlo y pedirle que lo tocara en lugares que solo él podría tocar y causar una reacción placentera.

Porque se sentía suyo y amaba sentirse de esa manera. Deseado por él, que fuera quien lo cuidara. En sus brazos se sentía protegido, es por eso que prefería cederle el control a él tomar la iniciativa.

Mientras fuera su caballero se mantendría fuerte, valiente y decidido, sin embargo, cuando estuviera con él en la privacidad de su intimidad, se mostraría únicamente como Aldric Dray, el hombre que lo ama sin medida y le entregaría todo de sí, especialmente llevar el control.

Thanael sonrió contra sus labios y le concedió su deseo sin dudar, lo que causó que Aldric, sin separarse de sus labios hundiera una mano en el cabello del rey, enredando sus dedos entre los mechones rubios desordenados por el ímpetu del momento.

El rey inclinó la cabeza hacia atrás, dándole a Aldric el acceso que necesitaba, quien aprovechó para besar la línea de su mandíbula y bajar hacia su cuello, donde dejó pequeños besos que le arrancaron suspiros bajos y profundos a Thanael. La manera en que él lo sostenía, como si fuera un tesoro irremplazable, solo avivaba el fuego que ya ardía sin control en su interior.

Aldric se apartó lo suficiente para apreciar su rostro, no podía dejar de mirarlo. El contraste entre la autoridad incuestionable de Thanael y la manera vulnerable en que se entregaba a sus caricias era abrumador.

"Tan perfecto, tan fuera de mi alcance", pensó Aldric, pero no se atrevió a detenerse. Si esto era un pecado, entonces lo cometería mil veces más, hasta saciarse.

Thanael levantó la cabeza para buscar de nuevo los labios de Aldric, pero esta vez lo tomó por la nuca, profundizando el beso hasta hacerlo casi doloroso en su intensidad. El roce de sus lenguas, el calor de sus cuerpos y el sonido de sus respiraciones entrecortadas llenaban la habitación.

La sensación de las manos del rey deslizándose por su espalda, trazando líneas de fuego bajo su ropa, hizo que Aldric se aferrara más fuerte a su cuello. Su camisa estaba fuera de sus pantalones grises y también podía sentir los dedos de Thanael acariciando su espalda, su abdomen y su cintura, apretándola con determinación.

—No sabes lo que haces conmigo, Dric —murmuró Thanael contra sus labios, con una voz ronca y cargada de deseo que casi hizo temblar a Aldric.

—Creo que lo sé, majestad —susurró el caballero, rozando sus labios antes de volver a besarlo, esta vez con una ternura que contrastaba con la pasión que ardía entre ellos.

Sus corazones latían al unísono, ambos conscientes de que esa noche estaban cruzando una línea de la que no habría retorno. Sin embargo, ninguno de los dos estaba dispuesto a mirar atrás.

Thanael tomó el control con una facilidad que casi hizo a Aldric perder el aliento. Con un movimiento lento, pero seguro, lo empujó suavemente hacia atrás hasta que el caballero quedó sentado en el borde de la cama.

Antes de que pudiera reaccionar, Thanael ya estaba sobre su regazo, sus piernas firmes rodeando las caderas de Aldric, dominándolo con una autoridad y deseo que lo dejó inmovilizado.

Intentó hablar, pero el rey lo silenció al golpe al unir sus labios en un beso aún más anhelante, tan impaciente que le robó el aliento. Thanael deslizó sus manos por el pecho del caballero, acariciando con lentitud, trazando los contornos de su musculatura a través de la tela de su camisa ligeramente abierta. Aldric jadeó contra sus labios al sentir la calidez de sus manos.

Cada caricia suya encendía un fuego que ya no podía apagar y que tampoco deseaba hacerlo.

—Nunca te había visto así, tan vulnerable —susurró Thanael con su voz más ronca de lo que Aldric estaba acostumbrado a escuchar en él, mientras su mirada dorada lo escrutaba como si lo estuviera admirando.

—Y nunca pensé que me sentiría tan vivo contigo —respondió Aldric con sus manos descansado sobre los muslos de Thanael, el camisón se había levantado por encima de sus rodillas.

El rey volvió a besarlo más lento, más profundo. Saboreando su boca con deseo, moviendo su rostro de un lado a otro tan solo rozando sus labios entreabiertos, sus respiraciones calientes mezclándose y Aldric tratando casi de manera desesperada volver a unir sus labios.

—Por favor —pidió al notar que Thanael estaba jugando con la poca cordura que le quedaba.

Entre risas juguetonas, Thanael tomó el mentón de Aldric y finalmente lo besó con vehemencia, abrió más su boca, dándole todo el acceso y que sus lenguas se volvieran a encontrar con desesperación.

Las manos del caballero se deslizaron por la cintura del rey, sujetándolo con firmeza mientras correspondía al beso con la misma intensidad. Bajó su tacto lentamente con atrevimiento y algo de duda, hasta que finalmente alcanzó la curva de su trasero. Thanael dejó escapar un jadeo contra su boca, un sonido ahogado y colmado de necesidad, que hizo que Aldric se perdiera en la sensación.

El beso se volvió más húmedo, más desesperado. Las lenguas se encontraron en una danza que parecía no tener fin y sus cuerpos se acercaron aún más, buscando una cercanía que ninguna cantidad de espacio podría satisfacer.

Cuando las manos de Thanael se movieron hacia la entrepierna de Aldric, el caballero dejó escapar un gemido profundo, un sonido que reverberó en toda la habitación, mezclándose con las respiraciones agitadas de ambos.

El rey sonrió sin dejar de besarlo al sentir en sus propias manos la reacción del cuerpo de Aldric y le gustó lo que pudo percibir por encima de la ropa, pero le gustó más como las manos de su caballero apretaban su trasero como si jugara con su juguete favorito.

Los toques eran eléctricos, llenos de una necesidad que los hacía temblar. Cada caricia, cada roce, llevaba sus deseos al límite, hasta el punto de que ambos comenzaron a jadear abiertamente, sin preocuparse por contenerse.

Las manos de Aldric volvieron a subir, acariciando la espalda del rey y trazando el contorno de su cuerpo con un hambre que ya no podía negar.

Cuando las manos de Thanael empezaron a terminar de desabrochar la camisa de Aldric y este comenzó a deslizar las suyas por debajo de la túnica del rey, un estruendo rompió la burbuja que los envolvía.

Ambos se separaron de golpe, con el pecho subiendo y bajando mientras buscaban el origen del ruido. Al voltear, vieron que un candelabro y un par de libros habían caído de la mesita al lado de la cama. El movimiento descuidado de Aldric al recostarse con Thanael sobre él fue suficiente para empujarlos al suelo.

El silencio que siguió fue interrumpido por las risas de ambos. Thanael se aclaró la garganta y se inclinó hacia atrás apartando el cabello de su frente con una expresión de satisfacción y algo de vergüenza. Aldric solo fue capaz de observarlo desde su lugar, ensimismado en su rostro etéreo, en sus labios hinchados y rojizos en forma de corazón.

—Parece que tenemos testigos inesperados —bromeó Thanael, con una sonrisa torcida mientras observaba los objetos caídos.

—O una habitación que no está hecha para soportar..., esto —respondió Aldric, llevando una mano a su nuca y mirando al rey con un brillo travieso en sus ojos.

El rey negó con la cabeza, aún sobre su regazo, pero se movió al ponerse de pie, alisando su túnica, aunque no hizo nada para ocultar la expresión de satisfacción que llevaba en el rostro. Aldric imitó su acción, ajustando su ropa mientras trataba de recuperar el aliento aún sentado en la orilla de la cama.

Antes de apartarse del todo, Thanael se inclinó para dejar un último beso rápido en los labios de Aldric.

—Tal vez la próxima vez, deberíamos asegurarnos de que no haya testigos, ¿no crees? —expresó a escasos centímetros de sus labios, con una sonrisa que hizo que el corazón del caballero se detuviera por un segundo.

—Tal vez, pero no estoy seguro de poder esperar hasta la próxima vez —murmuró Aldric, esta vez el siendo el dándole un beso de pico.

Thanael se recostó a su lado en la cama, relajando su cuerpo sobre las sábanas de lino, mirando el techo del dosel azul de la cama con un brazo detrás de su cabeza. Aldric, en cambio, se acomodó de lado, apoyando la mejilla en una mano mientras lo observaba con una expresión casi traviesa.

—¿Por qué me miras así? —preguntó el rey, girando un poco el rostro hacia él. La sonrisa en sus labios delataba que no estaba molesto.

—¿Así cómo? —replicó Aldric, haciéndose el inocente.

Sus dedos comenzaron a dibujar pequeños círculos sobre el pecho de Thanael, justo donde la tela de su camisa aún estaba ligeramente arrugada.

—Como si estuvieras tramando algo —respondió Thanael arqueando una ceja.

Aldric no respondió de inmediato. En lugar de eso, deslizó su mano hacia el cuello de Thanael, acariciándolo con suavidad, para luego subir hasta su mandíbula. Este cerró los ojos un momento ante el contacto, pero antes de poder disfrutarlo del todo, Aldric tiró ligeramente de él hacia un lado, obligándolo a girar y mirarlo directamente.

—Tramaba esto —susurró antes de besarle la mejilla con un exagerado sonido de beso que lo hizo reír.

—¿Eso es todo? —preguntó Thanael, divertido.

Aldric hizo un puchero y se cruzó de brazos, fingiendo estar ofendido.

—¿Te parece poco? —protestó tumbándose de espaldas al lado de Thanael y girando el rostro hacia el otro lado en un gesto infantil.

—Dric, eres como un niño caprichoso cuando estás así —bromeó el rey, girándose hacia él. Sus dedos buscaron el rostro del caballero, obligándolo a mirarlo de nuevo.

—Tal vez lo soy. ¿Y qué? —respondió Aldric, alzando su barbilla con una expresión desafiante, aunque sus ojos brillaban con ternura y la curva que se empezaba a formar en sus labios denotaban diversión.

Thanael no pudo contener una risita y sin previo aviso, se inclinó para besarle la frente. Aldric bufó, pero dejó que el contacto se prolongara. Cuando el rey se apartó, Aldric lo miró con una sonrisa que intentaba esconder. Sin embargo, en un movimiento rápido, se lanzó sobre Thanael, tumbándolo de espaldas contra la cama.

—¿Ahora quién tiene el control, majestad? —cuestionó con un tono burlón, mientras apoyaba sus manos a ambos lados de su rostro.

—Oh, ¿esto es un desafío? —replicó Thanael con una sonrisa de lado, pero no hizo nada para resistirse. En lugar de eso, dejó que Aldric lo mirara desde arriba, que hiciera lo que quisiera.

Sonrió al notar que desde donde estaba podía apreciar mucho mejor su mandíbula marcada. Muy pocas veces o casi nunca veía a Aldric así de feliz, así de dócil, lo podía notar en su expresión.

A pesar de su físico varonil y fuerte, lograba también lucir tierno mientras inclinaba la cabeza fingiendo pensar en su respuesta.

—Quizá solo quería verte así, bajo mí, sin tus coronas ni tus títulos. Solo tú.

Las palabras del caballero lo desconcertaron y su sonrisa se desvaneció, sin embargo, mantuvo su expresivo suavizada. Tomó las manos de Aldric y las entrelazó al jugar con ellas. Las mismas que pueden blandir una espada con una fuerza imponente y se convierten en un instrumento de ternura infinita.

Thanael admiró las manos de Aldric, que a pesar de su dureza aparente, pueden acariciar con un toque lleno de calidez, amor y una vulnerabilidad que el nunca muestra al mundo.

Para él las manos de Aldric no eran solo una extensión de su cuerpo, sino una representación de su dualidad: el caballero fuerte y protector contra el hombre cariñoso y apasionado que solo él conoce realmente.

—Si así me quieres, así soy tuyo, Aldric. —La declaración fue sincera y su tono de voz cálido hizo que el pelinegro desviara la mirada con una sonrisa tímida que enterneció su rostro.

Para ocultar su nerviosismo, Aldric volvió a su actitud caprichosa y se dejó caer sobre el pecho de Thanael, haciéndolo soltar un pequeño gruñido de sorpresa.

—Eres demasiado pesado para esto, ámbar —se quejó el rey, aunque su tono de voz era tenue.

—Es lo que te mereces por dudar de mis besos —replicó Aldric, cerrando los ojos mientras se acomodaba contra él, ignorando deliberadamente el comentario.

Thanael negó con la cabeza, pero sus brazos se movieron instintivamente para rodear al caballero, manteniéndolo cerca de su pecho. Aldric sonrió al sentir las manos de su rey abrazarlo, podría actuar un poco difícil, pero sabía que ninguno querría estar en ningún otro lado más que entre sus brazos.

—Eres imposible, ¿sabías? —murmuró Thanael.

—Y aun así estás aquí —respondió sin molestarse en abrir los ojos.

En una noche, parecía borrar cualquier preocupación o peligro del mundo exterior, ambos se quedaron tumbados, compartiendo pequeños gestos, bromas y caricias.

Sin darse cuenta Aldric se quedó dormido por un momento corto y Thanael lo observó dormir con curiosidad y una sonrisa en su rostro.

La luz tenue hacía que todo se sintiera más íntimo, más apartado del resto del mundo.

El caballero se espantó y fingió no haberse dormido. Aldric estaba boca arriba, con un brazo detrás de su cabeza, mientras Thanael, recostado de lado, lo miraba con una sonrisa en los labios.

—No entiendo cómo es que alguien como tú —expresó Thanael alzando una ceja—, que puede intimidar a un ejército con solo una mirada, ronca tan fuerte.

Aldric soltó un bufido sentándose en la cama mientras estrujaba sus ojos y acomodaba su cabello en una coleta.

—¿Yo? ¡Yo no ronco! —protestó, pero su expresión relajada traicionó cualquier intento de tomarse la acusación con seriedad.

—Lo haces —insistió el rey llevando una mano a su propio pecho como si quisiera enfatizar su punto. —Deberías oírte. Es como si estuvieras luchando con un oso en sueños.

Aldric frunció el ceño dejándose caer una vez más y giró su cabeza hacia Thanael.

—Tal vez estoy practicando para cuando tenga que salvar a algún rey en medio de la noche —replicó lanzándole una mirada desafiante.

Thanael se rio, una risa suave y melodiosa que hizo que Aldric sonriera. Luego se inclinó hacia él, descansando la barbilla sobre su mano, observándolo con un brillo divertido en los ojos.

—¿Y qué más haces mientras duermes? ¿hablas en sueños? ¿te levantas a pelear con las sombras? —bromeó con un tono juguetón.

—No lo sé. Tal vez deberías quedarte más noches para averiguarlo.

La respuesta de Aldric fue rápida y al darse cuenta de lo que había dicho, desvió la mirada un instante, como si quisiera esconder el leve sonrojo que subía a sus mejillas.

Thanael se quedó en silencio, pero una sonrisa lenta se dibujó en su rostro. Aprovechó el momento para acercarse aún más, casi tumbándose sobre él.

—Quizá lo haga —susurró en un tono de voz que le daba un significado diferente a sus palabras, uno que Aldric prefirió no interpretar en ese instante.

—No te aproveches, pequitas —murmuró Aldric, rodando los ojos, pero no hizo ningún esfuerzo por apartarse. En lugar de eso, levantó una mano y le dio un leve empujón en el hombro, que apenas lo movió a pesar de que evidentemente era el más fuerte de los dos.

La ligera confrontación los hizo estallar en risas nuevamente, llenando el cuarto de una calidez que ninguno de los dos había sentido en mucho tiempo. Por un instante, parecían haber olvidado quiénes eran fuera de esas cuatro paredes. Solo eran dos hombres que se amaban compartiendo un momento de tranquilidad.

Cuando las risas comenzaron a calmarse, Thanael dejó caer la cabeza sobre la almohada, dejando escapar un suave suspiro mientras miraba el techo.

—¿Qué ocurre? —preguntó Aldric, apoyándose en su codo para mirarlo.

—Tengo hambre y me duele un poco la cabeza —admitió Thanael con una ligera sonrisa, ladeando la cabeza para encontrarse con los ojos avellana de su caballero—. No comí bien por estar pensando en ti. Además, tome la decisión de ser el hombre que necesitas, fue lo que me pediste, ¿no? Por eso vine en primer lugar, pero me distrajiste con tus besos.

—Eso merece que te prepare algo delicioso, mi hermoso rey —susurró Aldric sonriente, dejando un beso en sus labios antes de ponerse de pie.

En pocos minutos, la pequeña cocina estaba iluminada por el fuego de la leña que ardía en el brasero que usaba. El caballero cortaba verduras con precisión, con una concentración casi militar, mientras el suave borboteo de la olla sobre trébede llenaba el aire.

Olía a vegetales y especias, un aroma cálido y acogedor que llenaba el espacio cuando Thanael apareció detrás de él, caminando descalzo y en silencio, hasta que sus brazos rodearon la cintura de Aldric, sujetándolo con una firmeza inesperadamente dulce.

—¿Sabes que esto es muy atractivo? —murmuró Thanael contra su oído, con un tono de voz bajo que hizo que Aldric detuviera el cuchillo por un instante.

—¿Verme cortar zanahorias? —preguntó con una sonrisa, sin voltearse, pero sintiendo cómo el calor del cuerpo de Thanael contra su espalda hacía que el momento fuera más íntimo.

—Verte cuidar de mí —respondió Thanael apoyando la barbilla en el hombro de Aldric mientras observaba sus movimientos. —¿Siempre cocinas así, con tanta precisión?

—La disciplina no se queda fuera de la cocina, tesoro —respondió Aldric divertido—. Además, si quiero que comas algo decente, tengo que hacerlo bien.

Cada vez que Aldric se dirigía con algún apodo cariñoso sentía su corazón dar un vuelco. Así que no pudo evitar sonreír cuando lo escuchó llamarlo tesoro con tanto cariño.

—Eres muy bueno en esto, aunque debiste decirme antes que podías cocinar. Tal vez me habría enamorado más rápido —admitió Thanael con una sonrisa que Aldric notó incluso sin mirarlo.

El caballero negó con la cabeza, dejando el cuchillo sobre la tabla antes de girarse ligeramente para mirarlo. Sus rostros quedaron a solo centímetros y con una suavidad intencional, se acercó para plantar un beso rápido en los labios de Thanael.

—Eso no era un secreto. Tal vez tú no estabas prestando atención —susurró antes de volver a su tarea, aunque Thanael seguía abrazándolo, sin intención alguna de soltarlo.

Aldric estaba acostumbrado a cocinar en completo silencio, tan solo con el sonido del cuchillo al cortar los vegetales o del fuego en el brasero. Tenía poco tempo para hacerlo, pero cuando lo hacía lo disfrutaba. No pensó que la presencia de Thanael abrazándolo en todo momento mientras cocinaba sería algo posible hasta ese momento, era algo que siquiera se había atrevido a imaginar, sin embargo, era una realidad que le gustaba.

Se río por todas las preguntas que hizo mientras lo abrazaba como si fuera a escaparse a algún lugar.

"¿Siempre usas tantas hierbas? ¿Eso no hace que la sopa sea demasiado intensa?", Aldric respondió a cada pregunta con paciencia. A veces olvidaba que Thanael era un rey y siempre ha estado acostumbrado a las comodidades de la realeza, así que era normal que no supiera cómo se preparaba una simple sopa cuando siempre tuvo a gente que lo hiciera por él, incluso fuera del castillo.

Al cabo de poco tiempo sirvió en dos cuencos de madera y la llevó al comedor, donde ambos se sentaron, disfrutando cada segundo del momento. Thanael probó la sopa y cerró los ojos un instante, dejando escapar un suave suspiro.

—Esto es increíble, Dric. Lo necesitaba —confesó, llevándose otra cucharada a los labios. —He tenido semanas tan agotadoras, pero contigo aquí, todo se siente más ligero.

—Eso es porque no puedes encargarte de todo tú solo, Than. Si tan solo delegaras más —susurró Aldric moviendo la cuchara en su plato.

—Sé que tienes razón, pero cuando estás acostumbrado a llevar el peso de un reino, cuesta confiar en que alguien más lo sostendrá contigo —admitió bajando su mirada.

Aldric no dijo nada, en lugar de eso, se inclinó hacia él, apoyando una mano en la mesa para besar a Thanael por encima de la mesa, el beso fue lento y reconfortante que decía mucho más de lo que él estaba pensando decir en voz alta.

El rey sintió el sabor de las zanahorias y cordero en los labios de Aldric. Con una sonrisa sin mostrar sus dientes, limpió la comisura de este en cuanto se apartó tan solo un poco.

—Confía en mí, al menos. Yo siempre estaré aquí para sostener lo que necesites —le pidió Aldric en voz baja.

Cuando volvieron a la habitación, se recostaron nuevamente en la cama, hablando en susurros como si el tiempo hubiera dejado de importar. Fue entonces cuando Aldric, con el rostro apenas iluminado por el reloj de vela que encendió con la llegada de Thanael a su residencia, decidió expresar aquellas palabras que había dejado guardadas en su interior desde que el rey le preguntó si dejaría de amarlo si se lo pudiera.

—Te amo, Than —masculló acostándose de lado en la cama para encontrarse con la mirada de Thanael observándolo en la misma posición—. Y no, no dejaré de hacerlo, aunque me lo pidas. He librado guerras y tomado decisiones difíciles como guerrero, pero ninguna de esas batallas se compara con la lucha que he tenido dentro de mí por ti.

El rey lo miró algo sorprendido por la intensidad de sus palabras, no esperaba que las dijera en ese momento, pero agradeció que lo haya hecho, porque no sabía cuándo volverían a estar así. Thanael le sonrió, lo tomó por el rostro y lo besó con la misma pasión que había en sus ojos.

—Y yo te amo, Dric —susurró—. Cada vez que estás cerca, el peso de la corona se siente más ligero, como si tú fueras la única verdad en un mar de dudas. Te amo, no como un rey ama a su caballero, sino como un hombre ama a otro, con todo lo que soy y todo lo que no puedo ser. Si pudiera abandonar mi título y mis responsabilidades, lo haría solo para caminar a tu lado como tu igual.

Thanael sonrió contra los labios de Aldric y le dio un último beso en la punta de su nariz, lo que hizo que el caballero sonriera con satisfacción para luego acercarse y repartir varios besos en sus pómulos y el puente de su nariz.

—¿Qué haces? —cuestionó entre risas.

—Beso tus pecas, me encantan, te hacen único.

—No soy el único en este reino con pecas, cariño, de hecho, es algo común en Ilarieth —murmuró sintiendo los labios de Aldric por todo su rostro.

—Pero nadie las luce como tú, pequitas, las del resto son horrorosas, las tuyas son angelicales —susurró dejando un último beso en su mejilla derecha.

Fue entonces cuando Thanael dejó escapar un susurro que hizo que Aldric lo mirara fijamente.

—Quiero hacer el amor contigo algún día, Aldric.

El caballero se quedó quieto por un momento, con su mirada fija en la de Thanael. Luego sonrió con ternura, llevando una mano a su mejilla.

—No será hoy. Ya casi es de día y no quiero que nuestro primer momento juntos sea apresurado, ni que estés agotado cuando salga el sol —señaló Aldric—. Llevas algunas tres horas aquí, estimo que en dos horas saldrá el sol.

Thanael rio suavemente, aceptando las palabras de su caballero, sin embargo, no dijo nada más. Se acomodó en la cama, ambos abrazados con la certeza de que ese día llegaría, pero no sería apresurado, ni menospreciado. Sería perfecto.

De repente, el ruido de cascos galopando interrumpió la calma de la habitación. Aldric se tensó al instante, su instinto de caballero se despertó de inmediato. Ambos se quedaron en silencio, escuchando con atención, el sonido de los caballos no se desvanecía y parecía que daban vueltas alrededor de su caseta.

—¿Qué sucede? —preguntó Thanael en un susurro, incorporándose en la cama.

Aldric negó con la cabeza poniéndose de pie de inmediato, Thanael se acercó a la ventana con cautela apartó un poco la cortina para mirar hacia afuera. Desde esa posición podía ver parte del jardín del castillo a la distancia, pero lo que captó su atención fueron las figuras que patrullaban alrededor de la casa.

Guardias. Su rostro se endureció al reconocer a algunos de ellos.

Antes de que pudiera decir algo, un golpe en la puerta los hizo sobresaltarse. Ambos intercambiaron una mirada asustadiza.

—Alguien viene —susurró Thanael alarmado.

Aldric alzó una mano para calmarlo, señalando un rincón detrás de la pared de la habitación.

—Escóndete ahí. No salgas hasta que yo te diga.

El rey frunció el ceño, como si fuera a protestar, pero algo en la mirada firme de Aldric lo hizo obedecer. Sin hacer ruido, se ocultó detrás de la pared. Su corazón empezó a latir con fuerza mientras escuchaba los pasos del caballero acercándose a la puerta.

Cuando abrió, ya había recogido los dos cuencos de la mesa y desarregló su cabello para hacer parecer que estuvo durmiendo. Aldric se sorprendió al ver a una de las cocineras del castillo. Estaba pálida y visiblemente agitada mientras sus manos apretaban un delantal ensangrentado que llamó su atención inmediatamente.

—Sir Aldric —expresó entre jadeos—. La reina..., la reina está muy mal. Ha empezado el parto, pero nadie sabe dónde está el rey y ella quiere que usted esté presente.

Aldric cerró los ojos por un breve momento, maldiciendo internamente mientras intentaba mantener la calma y rogando que Thanael no entrara en pánico al escuchar aquellas palabras.

—¿El médico ya está con ella? —preguntó con seriedad.

—Sí, pero no sabemos s-si lo logrará. La sangre..., es demasiada. —La voz de la cocinera temblaba.

Entonces Aldric notó que sus manos seguían manchadas. Había pasado algo grave.

—Está bien. Iré de inmediato —afirmó Aldric con firmeza—Primero necesito cambiarme. Anda, vuelve al castillo. Encontraré al rey de camino.

La cocinera asintió, bajando la cabeza antes de retirarse a pasos apresurados. Aldric cerró la puerta con cuidado, girándose hacia Thanael quien salió de su escondite con la preocupación dibujada en su rostro.

—Than, escucha. Voy a salir primero. Limpiaré el camino para que no te vean cuando regreses al castillo —informó Aldric mientras se quitaba la ropa, no había tiempo para pensar en nada más así que no le importó cambiarse frente a el—. Mantente en silencio y no bajes la guardia.

—Aldric... —Thanael lo miró con incertidumbre, pero sabía que no había tiempo para discutir. El peso de lo que acababa de escuchar lo presionaba, así que solo asintió. —Ten cuidado.

Aldric no respondió, únicamente asintió y en cuanto terminó de cambiarse, salió apresurado por la puerta.

Con sigilo Thanael siguió las instrucciones de su caballero. Se movió entre las sombras, evitando cualquier encuentro mientras regresaba al castillo. El viaje fue breve, pero su corazón no dejó de martillear en su pecho con cada paso que daba. Aún estaba todo a oscuras, así que faltaba más tiempo para que el sol empezara a salir.

Cuando finalmente llegó, logró entrar por uno de los accesos traseros, en caso de que alguien lo haya visto, podría decir que salió a los jardines del castillo. Apenas subió las escaleras, encontró a Aldric en el corredor, quien lo miró con rapidez antes de caminar a su lado hacia la alcoba.

—Ve. Yo estaré cerca —comentó Aldric cuando se aproximaron a la habitación desde donde podían escuchar un llanto que ambos reconocieron de inmediatamente.

La escena dentro del aposento fue como un golpe en el pecho. Era un caos desgarrador, un cuadro de tragedia pintado en tonos de sangre y desesperación.

Janeth se encontraba acostada en la cama, su rostro estaba pálido y el sudor perlaba su frente mientras lanzaba gritos desgarradores, a medio camino entre el dolor físico y una agonía que parecía provenir del alma. Su cabello estaba pegado a la frente, y sus ojos enrojecidos y desorbitados, miraban fijamente hacia donde el médico sujetaba el diminuto cuerpo del bebé que acababa de ser expulsado de su vientre.

La cama estaba empapada de sangre, un rojo oscuro desde su entrepierna que se extendía por toda la cama.

Thanael se quedó paralizado en el umbral de la puerta, como si el peso de la escena lo hubiera clavado al suelo. Su mirada estaba fija en el cuerpo diminuto del bebé, inmóvil y cubierto de sangre, como una cruel confirmación de la tragedia que intentaba negar en su mente.

El olor metálico de la sangre mezclado con los gritos de Janeth y la confusión en la habitación se convirtieron en un torbellino que lo dejó sin aire. Su pecho se apretó y sintió cómo un nudo se formaba en su garganta, pero no podía moverse, no podía hablar.

Era el rey, pero en ese momento no se sentía más que un hombre roto.

—¡Devuélvamelo! ¡Por favor, no se lo lleven! ¡Es mío! —gritó Janeth con su voz rota, extendiendo las manos hacia el feto, pero sin la fuerza para levantarse. —¡Mi bebé! ¡No lo toquen, no lo alejen de mí!

Sus súplicas resonaron en la habitación como un eco que hacía que todos los presentes se detuvieran un instante, mirándola con una mezcla de impotencia y dolor. La doncella que había tomado el cuerpo del bebé, envuelto en la manta ensangrentada, bajó la cabeza, sus manos temblaban mientras intentaba apartarlo con cuidado de la vista de la reina, pero está no dejaba de suplicar.

—¡No! ¡Déjenlo conmigo! —gimió ahogada por el llanto. —¡No puede estar muerto! ¡No puede estar muerto!

El rey sintió que el aire abandonaba sus pulmones, dio un paso adelante, pero se detuvo, temblando, sin saber qué hacer. Janeth apenas notado su presencia pues su atención estaba en el bebé que ya no estaba con ella.

Su mente se llenó de preguntas: ¿Cómo había pasado? ¿Por qué no estuvo allí? ¿Podría haber hecho algo para evitarlo? El dolor en el rostro de Janeth lo atravesó como una espada. Ese bebé, ese hijo, debería haber sido una extensión de ambos, un símbolo de esperanza para el reino. Y ahora, todo lo que quedaba era un cuerpo diminuto y el vacío abrumador de lo que nunca sería.

—¡Su majestad! —gritó el médico al verlo, interrumpiendo sus pensamientos—. ¡Necesitamos más manos aquí si queremos salvarla!

El médico estaba inclinado sobre Janeth, presionando con firmeza una tela sobre su abdomen, intentando detener el flujo de sangre que seguía brotando como si no tuviera fin. Las doncellas a su alrededor trabajaban frenéticamente, trayendo paños limpios y agua, pero sus movimientos estaban impregnados de desesperación.

Thanael giró la cabeza hacia Aldric, quien había entrado detrás de él en silencio. Los ojos del caballero estaban llenos de seriedad, sus labios estaban apretados en una línea dura, pero Thanael podía ver la sombra de horror en su expresión.

Aldric, acostumbrado al campo de batalla, a ver hombres morir y derramar sangre, parecía profundamente afectado por lo que veía frente a él. Esto no era una guerra, no era un enemigo visible. Era una tragedia, una pérdida tan íntima que no había armadura capaz de protegerlos de ella.

Tragó con dificultad, intentando mantener la compostura. Su mirada se desvió hacia la sangre que empapaba la cama, hacia el cuerpo inmóvil del bebé que ahora descansaba en brazos de la doncella y hacia Janeth, cuya desesperación llenaba la habitación como una ola que amenazaba con ahogarlos a todos.

"Esto no es algo que la espada pueda resolver", pensó con un peso aplastante en el pecho.

Sin esperar instrucciones, Aldric avanzó y apoyó una mano sobre el hombro de Thanael. Sacándolo una vez más de su trance, fue entonces cuando vio en sus ojos el dolor de la pérdida.

Than —expresó en voz baja, solo para que él lo escuchara—. Necesitan que tomes el control. Ella te necesita.

Su corazón latía con fuerza contra su pecho, pero su rostro permanecía impasible, como si toda su fuerza estuviera puesta en mantener la calma por Thanael. Él tenía que ser fuerte. Así que decidió ser fuerte para él.

Hasta aquí el capítulo de hoy😭. Soy llanto. Espero que a pesar de este sabor amargo que dejó el capítulo, les haya gustado.

Aldric y Thanael tuvieron más que un primer beso, Aldric le cocinó sopita a su rey, le besó sus pecas y se dieron te amo🥹. Cuéntenme cual fue su escena, frase, favorita del momento Thadric.

Por otro lado, Janeth y el bebé, ¿que creen que pasará ahora con Aldric y Thanael?, ¿ellos seguirán con lo que tiene o les costará volver a verse a solas?, ¿la reina se embarazará otra vez o no sobrevivirá? Los leo.

Adelanto del próximo capítulo:  "Se aferraba a él como si fuera su única ancla en un mar de tormento".

Nos seguimos leyendo pronto. No habrá capítulo en la próxima semana, así que nos leeremos a inicios de febrero. A cultivar la paciencia🫶🏻

KJ👑⚔️

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