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XIII. No me esperes más

Canciones del capítulo:
War of Hearts de Ruelle (Para el entrenamiento)
Only Love Can Hurt Like This de Paloma Faith (Para la conversación de Aldric y su madre)

Me gusta ser de él, no de manera posesiva, me gusta ser suyo de la forma más pura y devota que se puede ser, aun con la libertad de poder tener a quien quisiera, sólo quiero ser de él. Sin condiciones, sin restricciones, en un amor que no depende de lo que el mundo espera de nosotros, sino de lo que hemos elegido ser el uno para el otro.

Desde ese día, Aldric siguió su rutina diaria volviendo a su rol como caballero del rey, aunque había algo distinto entre ellos, algo cambió.

Era casi imposible ignorar la distancia entre ellos, desde que volvió a Ilarieth podía contar las veces que Thanael lo miró a los ojos, en el momento que el rey decidió que debía mantener sus habilidades de combate empezaron a entrenar juntos muy temprano en la mañana en el patio de armas, pero al cabo de pocos días haciéndolo Thanael no volvió a si quiera mencionarlo.

Una tarde, mientras escoltaba a Thanael de regreso al castillo después de una reunión con un duque, decidió aprovechar la privacidad del momento para abordarlo. No estaba soportando el silencio entre ellos cuando estaban a solas, como si estuviera conteniéndose de decir algo fuera de lugar.

Ya no recordaba cuando fue la última vez que tuvieron una conversación por más de diez minutos que no fuera acerca de trabajo. No esperaba que hablaran de algo muy privado, pero al menos de cosas triviales como el clima o las plantas, cualquier cosa que le permitiera escuchar su voz sin tanta autoridad, frialdad y determinación como era de costumbre.

La situación no era muy diferente para Thanael, en esos días que el destino se había encargado de poner su vida como rey y esposo patas arriba, extrañaba poder bajar la guardia al menos por un corto momento con Aldric.

Entre tanto protocolo, decisiones que debían ser tomadas por él; estar al pendiente de lo que su pueblo esperaba de él y lo que realmente él podía hacer y cuidar de la reina, extrañaba quitarse la corona frente a Aldric y dejar atrás el peso de esta, escucharlo, acariciarlo y perderse en el color de sus ojos. Extrañaba todo de él, incluso cuando caminaba en silencio a su lado.

—Majestad —susurró Aldric mientras caminaban juntos por el sendero bordeado de árboles—, ¿volveremos a entrenar juntos?

La pregunta era inocente, pero la respuesta de Thanael fue todo menos cálida.

—No puedo, Aldric. No tengo tiempo —respondió Thanael, distante y frio.

Aldric se detuvo un segundo, sorprendido por el cambio en el tono de voz de Thanael. Ya era parte de su itinerario diario entrenar juntos al menos una vez en la semana y aunque sabía que el deber del rey era abrumador, no esperaba esa frialdad de su parte, mucho menos si solo eran ellos dos.

—Entendido, Majestad —respondió finalmente, manteniendo la compostura junto a él.

Aldric estuvo a punto de seguir el camino, pero detuvo sus pasos cuando no sintió la presencia de Thanael cerca. Se dio la vuelta y vio el semblante serio del rey, lo observó casi como si estuviera enojado con él, por la manera en la que empezó a fruncir sus labios se dio cuenta que efectivamente estaba a punto de reclamar algo.

—No tienes que hacer todo lo que digo, ¿sabes? —declaró Thanael—. Entrenemos mañana a la hora de siempre.

—Es mi rey, se supone que debo hacer todo lo que me pida —expresó Aldric.

—Si te pidiera que dejaras de amarme, ¿lo harías? —peguntó Thanael deteniéndose frente a él, con su mirada cristalina.

Aldric sintió su corazón empezar a latirle fuerte. No esperaba aquella pregunta, aunque la respuesta estaba clara y ni siquiera tenía que pensarla, guardó silencio. Mantuvo su mirada fija en Thanael por pocos segundos antes de bajar su vista al piso.

—Yo no dejaría de amarte, aunque me lo pidieras Aldric Dray —susurró Thanael—. Puedo ser frio o distante por el bien de los dos, pero ten por seguro que tendría que sacarme el corazón del pecho para dejar de amarte.

Antes de poder dar una respuesta Thanael palmeó su pecho y continúo su camino hacía el castillo, dejando a Aldric de pie en medio de los árboles, con el corazón latiéndole desbocado contra el pecho. No estaba seguro de que el rey tuviera idea del poder de sus palabras, especialmente un te amo como ese, cuando ninguno de los dos lo había expresado en voz alta y que él lo hiciera en ese momento le dejaba claro de que no tenía duda de sus sentimientos y que ambos se sentía de la misma manera.

El tampoco dejaría de amarlo, aunque se lo pidiera, pero cuando quiso reaccionar Thanael ya estaba lejos de él.

Al siguiente día, el sol apenas despuntaba en el horizonte, derramando su luz dorada sobre las piedras del castillo y el amplio patio de armas. A esa hora, cuando la mayoría de los residentes del castillo seguían durmiendo, Aldric ya estaba esperando en el centro del patio con una espada en mano. Vestía ropa ligera, adecuada para el entrenamiento y observaba cómo el vapor de su aliento ascendía en el aire frío de la mañana.

Minutos después, Thanael apareció vistiendo una túnica corta de lino que le permitía moverse con libertad, ajustada con un cinturón de cuero, sus botas marrones resonaban contra el suelo de piedra mientras se acercaba a Aldric.

—¿Llevas mucho esperando? —preguntó Thanael sin levantar del todo la mirada.

—No, Majestad, el tiempo suficiente para calentar un poco —respondió Aldric enderezando su postura y haciendo una pequeña reverencia.

Thanael asintió y tomó la espada que Aldric le ofreció. Él siempre ha sido un excelente espadachín desde joven, algo que su padre se aseguró de inculcarle, pero el tiempo y las responsabilidades como rey le habían hecho perder la práctica. Aun así, cuando adoptó la posición inicial de combate, su postura era sólida y su mirada calculadora.

Aldric dio el primer paso, atacando con una velocidad moderada sólo para tantear las reacciones de Thanael. El rey bloqueó el golpe con facilidad y devolvió uno que lo tomó por sorpresa.

—¿No se había oxidado, Majestad? —bromeó Aldric mientras retrocedía para esquivar otro ataque ladeando sus hombros anchos.

—No tanto como piensas —replicó Thanael, con una pequeña sonrisa que desapareció tan rápido como llegó.

El sonido del metal chocando llenó el aire mientras las espadas se cruzaban una y otra vez. Thanael tenía un estilo de combate disciplinado, metódico. Cada movimiento era preciso, como si estuviera siguiendo un patrón mental. Sin embargo, Aldric se dio cuenta de que su resistencia ya no era la misma, así que después de varios intercambios rápidos, el rey empezó a respirar más pesado.

—Necesitará más de estas sesiones, si quiere mantener su ventaja sobre mí —comentó Aldric, esquivando con facilidad un corte que Thanael intentó dirigir a su hombro.

Divertido, observó cómo Thanael frunció el ceño al ver lo rápido que esquivó un ataque que notablemente había calculado con precisión. Aldric camino hacia atrás con la mirada en los ojos dorados de su rey que lo fulminaban mientras él sonreía con suficiencia.

Por momentos como ese le gustaba entrenar con Thanael, él estaba en su esencia y aunque el rey tenía entrenamiento militar, en comparación con el que tenía el, era básico y suficiente para un rey, pero no tan ágil como la de un guerrero. Era el único momento en el que se sentía en ventaja con él, en el que podía alardear de sus conocimientos y destrezas.

—¿Me estás provocando, Sir Aldric? —preguntó Thanael con un destello de desafío en sus ojos.

—No lo llamaría provocación, sino más bien... motivación.

Aldric volvió a atacar con rapidez, obligando a Thanael a retroceder varios pasos. Completamente sorprendido por lo rápido que bajo la guardia con su caballero y como este se aprovechó de ello sin disimulo alguno.

La distancia que Thanael mantuvo al inicio del entrenamiento comenzó a desvanecerse poco a poco. Al principio, sus palabras eran medidas y sus movimientos conservadores, pero a medida que el sudor empezaba a caer por sus sienes y su respiración se aceleraba, se permitió bajar la guardia.

Para él ya no tenía caso que intentara mantenerse serio cuando estaba entrenando con el hombre que más confiaba y amaba. Verlo deslizarse por el patio con fluidez y determinación solo hizo que Thanael disfrutara del momento.

Le gustaba ver a Aldric en su zona de confort, haciendo lo que mejor sabía, empujando su cabello sudoroso hacia atrás, de vez en cuando se perdió en como sus labios finos adquirían la forma de una casi sonrisa y volvía a ser atacado por su espada.

Ya ni siquiera se estaba esforzando en entrenar, sólo disfrutó en silencio el movimiento ágil del cuerpo de Aldric, cómo ladeaba su cintura y pisaba fuerte para luego levantar su mirada del suelo y mirarlo a los ojos. Era injusto que fuera dueño de una mirada tan dulce sin siquiera intentarlo.

—Estuvo a nada de lograrlo —declaró Aldric acomodando su cinturón—. Pero mis reflejos son mejores de lo que piensas, pequitas.

Thanael estuvo a punto de volver a atacarlo, pero se detuvo en seco al escuchar el apodo. Aldric se aclaró la garganta mientras se secaba el sudor de la frente y evitaba la mirada penetrante del rey.

—Perdón, sólo...

—Solo salió, lo sé, tranquilo ámbar —susurró Thanael

En un intento por esquivar un ataque rápido de Aldric, Thanael dio un paso en falso y tropezó ligeramente con una piedra suelta en el suelo. Aunque se recuperó rápidamente, el gesto torpe hizo que Aldric soltara una pequeña risa.

—¿Te estás riendo de tu rey? —preguntó Thanael, entrecerrando los ojos mientras se enderezaba.

—Perdón, majestad, pero... sí. —Aldric no pudo evitar reírse aún más mientras bajaba la espada y sacudía la cabeza.

La risa de Aldric era contagiosa y aunque Thanael intentó mantenerse serio, no pudo evitar soltar una carcajada.

—Debería ser más cuidadoso con el terreno, mi señor —añadió Aldric, todavía riéndose mientras señalaba la piedra que había causado el tropiezo.

—Quizás debería culparte a ti por distraerme tanto con tu linda cara y esos apodos que solo hacen que quiera besarte —musitó Thanael dejando caer su espada al suelo y pasando una mano por su rostro sudoroso.

No esperaba que Aldric llegara a escuchar lo que dijo, pero por cómo reaccionó tratando de evitar mirarlo a la cara, supo que si lo hizo.

Ambos se quedaron de pie en el patio vacío, descansado por un breve momento, antes de volver a entrenar, riendo juntos como hacía tiempo no lo hacían. Por un momento, no eran rey y caballero, sino dos amigos como lo eran hace cinco años, siendo el amor del otro y compartiendo esa complicidad juntos con ligereza.

—Gracias por esto —expresó Thanael recuperando el aliento mientras recogía su espada del suelo.

—¿Por qué, Majestad? —preguntó Aldric limpiando su propia hoja con un paño.

—Por recordarme que aún puedo permitirme disfrutar un momento... fuera de todo esto.

Aldric solo asintió, aunque por dentro se sentía cálido al ver al Thanael que conocía, más relajado, aunque fuera solo por unos instantes. Entrenar con él le recordaba esos momentos cuando eran más jóvenes y correteaban por el castillo o fingían ser camarada en la guerra.

Cuando se dirigieron juntos hacia la salida del patio, las primeras luces del sol ya iluminaban completamente las torres del castillo. Fue solo un entrenamiento, pero para ambos significó mucho más que eso.

Ese día con Aldric en el patio de armas, fue como el fin de la poca tranquilidad que Thanael había conseguido en semanas, sentía un peso creciente en su pecho que siquiera le dejaba dormir lo poco que podía mientras tuviera una mujer embarazada quejándose por incomodidades que debían ser atendidas por él.

Desde que las complicaciones en el embarazo de Janeth habían empeorado, la culpa lo perseguía. ¿Acaso ha sido un esposo negligente? ¿No estaba cuidando lo suficiente a la madre de su hijo? Estos pensamientos invadían su mente constantemente, y aunque seguía amando a Aldric, decidió una vez más mantener la distancia.

No podía encontrar otra razón de su descuido más que el amor que sentía por otro hombre. No podía perder el enfoque de su vida, fue preparado para ser rey, esposo y padre, pero todo lo que estaba en su mente era ser amante del pecado, de lo inmoral.

A veces sentía que estaba nadando contra la corriente hacía un amor perverso e imposible de tener.

Era mejor así, que mantuviera la distancia, por el bien de todos. Janeth necesitaba de su atención ahora más que nunca y cualquier momento a solas con Aldric solo le recordaba lo lejos que estaba de cumplir con su deber como esposo y rey.

Aldric, por su parte, no sabía mucho sobre el estado real de la reina. Todo lo que veía era que Thanael estaba cada vez más distante y aunque entendía las obligaciones del rey, no podía evitar sentirse desplazado.

El sol de aquella tarde de invierno caía sobre el patio de armas cuando Aldric, junto a los demás caballeros, terminaba su entrenamiento matutino. Estaban practicando con espadas y maniobras defensivas. Por primera vez en mucho tiempo, el caballero del rey se sentía completamente integrado. Se reía con los demás y bromeaban acerca de cualquier cosa, también se notaba la disposición de enseñarle las cosas que él apenas empezaba a aprender.

Desde una ventana de la cámara privada del rey, este observaba en silencio aun con el libro que leía en manos. Se detuvo a ver cómo Aldric reía, con la energía que siempre había admirado en él, hace pocos min todo estuvieron juntos en la sala del consejo y él se había ido a descansar de un día agotador, a estar un rato a solas.

Una parte de él quería bajar y unirse a ellos, pero se contuvo. Aldric parecía feliz y esa imagen lo llenó de orgullo. Saber que ya empezaba a ser aceptado entre los nobles caballeros y escuderos era una buena noticia para él.

Cuando el entrenamiento terminó y los caballeros se dispersaron, Aldric se quedó recogiendo algunas de las armas, fue entonces cuando Thanael decidió bajar, dejo el libro sobre su escritorio en la esquina de la habitación y fue hasta el patio.

Se acercó a él, manteniendo las manos detrás de la espalda.

—Sir Aldric —dijo firmeza, pero a la vez con la voz relajada—, ¿podrías verme más tarde en el balcón trasero del castillo?

Aldric lo miró algo sorprendido por la petición, apenas y le dio tiempo a responder a su llamado, así que no esperaba que lo citara a ese lugar a esa hora de la tarde, sabiendo lo que significaba para ellos. Además, desde hacía semanas Thanael estaba evitando estar a solas con él.

—Claro, majestad. Allí estaré —respondió Aldric con una pequeña reverencia.

Thanael asintió y se retiró, dejando a Aldric con una leve sonrisa en el rostro, aunque también con una sensación de incertidumbre. ¿Por qué quería verlo allí?, ¿tenía algo importante que decirle?

Aldric llegó puntual a la cita en el balcón trasero, se apoyó de una de las columnas, observando el horizonte y recordando las veces que él y Thanael compartieron confidencias en ese mismo lugar. Sin embargo, el tiempo pasó y Thanael no apareció.

Tras esperar casi una hora, Aldric decidió marcharse. Bajó las escaleras hacia el interior del castillo, pero al llegar al vestíbulo, vio a Thanael subiendo apresuradamente las escaleras principales con una expresión de preocupación que despertó todos sus sentidos de alerta.

Aldric frunció el ceño, sospechando que algo grave había ocurrido y sin pensarlo dos veces, decidió seguirlo.

Cuando llegó al aposento real, Aldric se detuvo en el umbral de la puerta donde vio a su rey entrar. Fue entonces cuando lo vio acomodando a Janeth en la cama mientras ella gemía de dolor con una mano presionando su abultado vientre.

Los gritos de la reina resonaban en la habitación, era evidente que estaba sufriendo. Estaba muy pálida y transpiraba a pesar de que no estaban en tiempo de calor. Le asustó verla de esa manera.

—A-Aldric —expresó Thanael al verlo, caminando hacia él con rapidez.

—Majestad... —susurró Aldric en respuesta.

—Gracias a Dios que estás aquí. Algo no está bien, y no confío en nadie más. Ya le pedí a tu madre algunas hierbas para Janeth, pero está teniendo dolores muy fuertes, y no sé qué hacer —confesó Thanael con la voz temblorosa—. Ayúdame, por favor.

Thanael nota alenté nervioso y lo entendía, pero que él también empezaba a estarlo tras escuchar el fuerte grito de la reina que hizo que ambos giraran hacia ella, el rey corrió a su lado y la tomó fuerte de la mano.

—Necesita un médico, ahora mismo —declaró Aldric con firmeza aún desde el umbral de la puerta. No tenía el atrevimiento de entrar.

—El doctor de la corte está en Valaris. El médico que te atendió, ¿sabes dónde está? —cuestionó Thanael hablando con rapidez.

—Sí, Majestad. Está en un monasterio no muy lejos de aquí.

—Ve y tráelo lo más rápido que puedas —ordenó Thanael con algo de desesperación.

Aldric asintió, se dio la vuelta y salió corriendo del castillo, encontrándose con su madre cuando estuvo a punto a punto de salir.

—La reina está muy mal, mamá, mantenla con fuerza hasta que llegue, creo que el b-bebé, está en peligro —indicó Aldric con nerviosismo.

—Pero... ¿a dónde vas hijo? Va a anochecer —expresó la mujer que no desaceleró el paso mientras veía a su hijo caminar dando largas zancadas.

—Traeré al doctor —señaló Aldric girándose por completo y emprender su camino hasta su residencia que por primera vez desde que vive allí, sintió que estaba demasiado lejos.

Cuando llegó a su residencia apenas se detuvo a respirar. El lugar estaba oscuro, pero él ya conocía cada rincón como la palma de su mano. Salió directo hacia el pequeño corral donde Éban descansaba bajo el cielo que empezaba a oscurecer.

Aldric llevó dos dedos a sus labios y dejó escapar un corto silbido, uno sonido distintivo que era conocido para su caballo, quien siempre respondía de inmediato, incluso si se encontraba lejos.

Apenas unos segundos después, el sonido de cascos resonó en la piedra y Éban apareció trotando desde las sombras, su figura negra y elegante apareció, el caballero extendió una mano hacia el animal mientras este se acercaba con energía.

—Hoy te necesito más que nunca. Tenemos que volar, ¿me oyes? —susurró Aldric, acariciando la frente de Éban con un toque rápido pero afectuoso.

Éban bufó en respuesta, moviendo su cabeza como si entendiera la urgencia en la voz de su dueño. Sin pensarlo, Aldric tomó las riendas con firmeza y subió al caballo con agilidad, para luego ajustar sus botas en los estribos.

—Vamos, precioso, la reina nos necesita. No me falles.

Con un leve toque de sus talones, Éban se lanzó al galope.

Montado en su caballo y llevando las riendas por el camino oscuro de las calles de piedra y otras de barro, Aldric galopó sin descanso hasta el monasterio. Cuando llegó, explicó la situación con urgencia al médico, quien no dudó en acompañarlo.

El viaje de regreso fue igual de rápido y para cuando llegaron al castillo, Aldric ya estaba exhausto.

Al entrar a alcoba de la reina y el rey, vio a su madre colocando emplastos calientes en el vientre de Janeth, mientras que Thanael, con un paño en la mano, limpiaba el sudor de su frente. Pero lo que más llamó la atención de Aldric fue la sangre en las sábanas, una imagen que le heló la sangre.

El color rojo traspasaba la bata de la reina, quien lloraba con desesperación y terror en su mirada que no podía apartar del color carmesí entre sus piernas. Aldric notó cómo ella apretaba con fuerza la mano de Thanael y se aferró a él como si buscara consuelo, uno que su rey le dio al acariciar su cabeza y abrazarla por sus hombros mientras el doctor daba instrucciones a las que él caballero no le prestó atención.

—El bebé estará bien y tú también, no te preocupes —expresó Thanael sin dejar ir su mano y acariciando su espalda con la tranquilidad de la que él mismo carecía en ese momento—. Estoy aquí.

El rey levantó su mirada para notar los ojos preocupados de Aldric, desde su lugar le agradeció moviendo sus labios sin pronunciarlas en voz alta. El contacto se rompió en el instante que Helena, cerró la puerta detrás de ella al salir de la alcoba.

—Ella está en buenas manos, es hora de nosotros irnos, hijo —declaró la mujer tomándolo del brazo—. Vamos a tu hogar.

De regreso en su residencia, Helena notó el agotamiento en el rostro de su hijo, Aldric empujó la puerta con lentitud, dejando pasar a su madre antes de él, quien entró con determinación, como si ya supiera exactamente lo que necesitaba hacer para reconfortarlo.

—Te prepararé algo de cenar, hijo. Pareces un fantasma —dijo con un tono de voz que no dejaba lugar a réplicas.

—No es necesario, madre. Estoy bien.

—No lo estás —respondió ella con firmeza mientras a buscaba ingredientes en la pequeña despensa—. Esa sangre... debe haber sido un susto para el rey y la reina.

Aldric suspiró y se dejó caer en una de las sillas del comedor.

—El rey estaba muy preocupado. Nunca lo había visto así —masculló Aldric.

—Es normal, cariño. Su hijo está en peligro y aunque no lo parezca, la reina es su familia ahora.

—¿Crees que el bebé de verdad estará bien?

—Es difícil saberlo, pero hiciste lo correcto al traer al médico tan rápido. El rey confía mucho en ti, eso es evidente.

Aldric no dijo nada más y mientras su madre cocinaba, no pudo evitar pensar en Thanael, preguntándose porqué lo llamó al balcón y que iba a decirle antes de todo aquello ocurriera.

Sus ojos permanecieron fijos en el mantel, pero su mente estaba lejos, atrapada en los pensamientos que esa noche no pudo simplemente alejar, entonces la culpa lo invadió, ¿y si la reina estaba mal por su egoísmo al intentar estar a solas con Thanael? Ella había mejorado cuando de un momento a otro tuvo que salir a buscar un doctor con urgencia.

La imagen de Thanael inclinándose sobre la reina para cuidarla y tranquilizarla con dedicación, no dejaba de aparecer en su cabeza. Los gritos de Janeth, el dolor en su rostro y el instinto protector de Thanael.

"Es su familia", pensó Aldric. "Su deber". Pero por mucho que intentara racionalizarlo, no podía evitar sentir una punzada en el pecho, una combinación de celos, tristeza, culpa y resignación. Sentimientos que se mezclaron en su interior hasta causar abrumarlo y empañar su vista.

Mientras su madre encendía el fuego y colocaba una olla, Aldric se quedó mirando la nada, con los ojos vidriosos. Su garganta se cerró poco a poco y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas en abundancia, silenciosas pero implacables.

No quería hacer ruido, pero su madre no se tardó en darse cuenta.

—Aldric, ¿qué pasa? —preguntó dejando de lado el cucharón y acercándose a él.

—Nada, madre. Estoy bien —respondió con su voz quebrada, mientras se apresuraba a limpiarse las lágrimas con el dorso de la mano.

Ella no se movió de su lugar, ni siquiera cuando él intentó disimular. Se sentó junto a él, colocando una mano cálida sobre la suya, acariciándola con cariño.

—No estás bien, hijo —declaró Helena—. Si lloras es porque llevas algo muy pesado. ¿Por qué no me dices que es?

Aldric negó con la cabeza, incapaz de mirarla a los ojos. No podía decirle algo como el amor que le tenía a Thanael ni si quiera a su propia madre, no porque no confiara en ella, simplemente no tendría el valor de confesar algo de tal magnitud con nadie más que con Dios.

—No puedo explicarlo, mamá. Es complicado —murmuró.

—¿Es por amor? —preguntó como si ya supiera la respuesta. Frunció ligeramente el ceño y lo observó preocupada.

Aldric levantó la vista hacia ella, sorprendido por la pregunta tan atinada. Ella sonrió con ternura al notar la reacción de su hijo, pero también con una pizca de tristeza.

—A veces el corazón se mete en los peores problemas, Aldric. Cuéntame, ¿por qué lloras?

Él respiró hondo, buscando las palabras adecuadas. No podía revelarle la verdad, pero quizás podía desahogarse un poco, tener todos esos sentimientos haciendo un caos sin ser expresados, sólo le estaba desgastando su energía.

—¿Cómo se supone que uno deja de amar a alguien que no debería? —preguntó en un susurro voz, mientras jugaba con el borde del mantel entre sus dedos.

—No se puede, hijo. El amor no es algo que uno pueda apagar como una vela. Es terco, insiste en quedarse incluso cuando sabemos que no debería. Pero lo que sí podemos hacer es decidir cómo enfrentarlo. ¿Por qué piensas que no deberías amar a esa persona?

Aldric titubeó un poco, desviando la mirada hacia la ventana.

—Porque no tiene sentido. Porque no hay lugar para eso en mi vida. Porque... nunca será correspondido como quiero —admitió sintiendo que cada palabra era un cuchillo en su pecho

—Aldric, el amor puede ser complicado y a veces, cruel. Pero también puede ser un motor, algo que nos da fuerza incluso cuando parece que nos duele más de lo que nos da alegría. Quizás no puedas tener a esa persona como deseas, pero eso no hace que lo que sientes sea menos valioso.

—¿Y qué se supone que haga con esto? —preguntó él con la frustración y la desesperación por obtener respuestas evidentes en su mirada cristalizada por las lágrimas que emanaban en volver a salir.

—Sigue siendo tú mismo. Ama, aunque sea en silencio. A veces, la vida no nos da lo que queremos, pero eso no significa que debamos cerrarnos al amor —respondió apretando su mano con calidez—. Solo asegúrate de que no te consuma, hijo. Porque tu vida es igual de importante que cualquier otra.

Aldric no respondió, pero su corazón se llenó de algo de consuelo. Sabía que sus palabras eran sabias, pero también que por más que quisiera y le rogara a Dios que lo hiciera un hombre normal, no podía cambiar lo que sentía por Thanael.

Era lo único que podía hacer. Amarlo en silencio.

El siguiente día estuvo lleno de actividades para Aldric, recibió órdenes del rey a primera hora de la mañana, entre ellas seleccionar a los guardias que estarían asignados a la habitación real, una tarea que no se tomó a la ligera, especialmente considerando lo delicada que estaba la salud de la reina.

Cada guardia fue entrevistado y evaluado personalmente por Aldric, asegurándose de que su lealtad y capacidades fueran incuestionables.

Después de supervisar los cambios en las guardias, Aldric se encargó de escoltar al médico que era regularmente llamado para atender a la reina. Estuvo alerta en todo momento, era consciente de que no podía permitirse ninguna distracción; la seguridad de la reina y del heredero era su prioridad, no solo porque era su deber como caballero, sino también porque sabía cuánto significaban para Thanael.

El rey pasó el día en reuniones interminables con la corte, tratando temas relacionados con la economía del reino, la frontera de Zemantis y la expansión de los nuevos cultivos. Mientras tanto, Aldric trabajó para limitar la difusión de cualquier información sobre la salud de la reina, imponiendo reglas estrictas a los sirvientes y asegurándose de que solo un número reducido de personas tuviera acceso al ala privada del castillo.

Al caer la tarde, Thanael decidió tomar un breve descanso tras una visita oficial en la que Aldric lo acompañó. El rey lo invitó a caminar por los jardines privados del castillo, un espacio reservado únicamente para los miembros más cercanos de la familia real. El caballero, como siempre lo siguió en silencio unos pasos atrás, con la mirada fija en los alrededores.

El silencio entre ambos era algo incómodo, Aldric podía notar la rigidez en los hombros de Thanael, como si algo lo estuviera atormentando. Cuando se adentraron en una zona más apartada, el rey se detuvo junto a un rosal en plena floración.

—Aldric... hay algo que debo decirte —murmuró Thanael sin mirarlo directamente.

—Lo escucho, Majestad —respondió Aldric, sin variar el tono firme de su voz, aunque en su interior sintió un leve nudo en el estómago.

Tenía miedo de lo que Thanael fuera a decirle, por cómo evitaba mirarlo a la cara advirtió que no eran cosas positivas. Desde lo sucedido la noche anterior, ninguno había dejado de pensar en lo que pasara con su relación íntima que, en ese punto, era casi inexistente.

Thanael suspiró tomando una de las rosas entre sus dedos, como si el acto lo ayudara a ordenar sus pensamientos.

—Lamento haberte dejado esperando anoche en el balcón. Fue... fue un error de mi parte. Mi intención nunca fue herirte, pero las circunstancias me superaron.

Aldric guardó silencio, dándole el espacio que necesitaba para continuar.

—No puedo distraerme ahora. La reina está muy delicada y el reino necesita estabilidad. No podemos seguir viéndonos de esa forma —añadió Thanael con su voz quebrándose ligeramente al final—. Perdóname, pero ya no debes esperarme más. Debemos mantener las cosas profesionales.

Aldric sintió cómo esas palabras lo atravesaban, cada una como una daga en su pecho. Pero sabía que no era el lugar ni el momento para expresar lo que realmente sentía, así que tragó el dolor y asintió.

Amarlo en silencio es su única opción, porque dejar de hacerlo no era una salida.

—De acuerdo, Majestad. No lo esperaré más —musitó con determinación, sintiendo que se desmoronaba por dentro.

Thanael finalmente lo miró, esperando encontrar algún reproche o tristeza en Aldric, pero lo único que vio fue como este trataba de ocultar sus emociones, pero sus ojos brillantes decían mucho, siempre tan expresivos.

Vio el dolor centellear en su mirada ámbar y se contuvo de tomar su mano, abrazarlo y besarlo. ¿Realmente le estaban diciendo adiós a lo que tenían?, ¿estaban renunciado a su amor?

Mientras caminaban de regreso al castillo, Thanael sabía que había hecho lo correcto, que su deber como rey y esposo estaba por encima de sus verdaderos sentimientos, no era un hombre libre de amar a quien quisiera, era preso de la monarquía y el vacío en su pecho era imposible de ignorar. Por primera vez, se sintió verdaderamente solo.

Aldric, por su parte, se repitió a sí mismo que había tomado la decisión correcta al aceptar la distancia. Después de todo, no había lugar para él en el corazón de Thanael, no mientras el deber reinara por encima de todo. Pero, aunque se había hecho una idea de aquello hacía mucho tiempo, no podía evitar que el dolor lo acompañara  tu.

Hasta el capítulo de hoy, espero que les haya gustado con y lo triste que fue.

¿Ustedes creen que ellos de verdad van a mantener distancia?, ¿Qué creen que sucederá con la reina Janeth?, ¿Qué creen que era eso que Thanael quería decirle a Aldric en el balcón? Cuéntenme que les pareció y cuál fue parte favorita.

Hablemos de ese entrenamiento juntos, cuando a Aldric se le salió el "pequitas" y Thanael le siguió el juego😻

Adelanto del próximo capítulo: "No soy un fantasma que puedes ignorar cada vez que la culpa te pesa demasiado "

Nos seguimos leyendo en la próxima semana

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