XI. Amar en silencio
Canciones del capítulo:
Wildflower de Billie Eliesh
Secrets And Lies de Ruelle
Lo amo en silencio, con cada pulso, con cada latido de mi corazón. Lo amo en silencios que gritan su nombre en cada rincón de mi alma, aunque el peso de mi lealtad me obligue a callarlo. Lo amo como se aman las cosas imposibles, con la certeza de que nunca podremos ser, pero con la esperanza insensata de que algún día el destino se apiade de nosotros —Kim Jade.
El sol de aquella mañana iluminaba las tierras fértiles de la región de Selvia, un paisaje adornado por extensos campos de olivos y viñedos que parecían interminables.
El pueblo de Ethenar estaba adornado con guirnaldas verdes y doradas para celebrar el Día Nacional del Olivo, una festividad que honraba la importancia de este cultivo en Zemantis. Ese día, el rey Thanael inauguraría un nuevo terreno destinado al cultivo para la producción de aceites de oliva, lo que marcaba la prosperidad de la región y todo el reino.
Aldric no compartía el entusiasmo del pueblo cuando su mente estaba al pendiente de la seguridad el rey y cualquiera movimiento sospechoso cerca de este. Estaba en alerta mientras llevaba a cabo su plan para confirmar sus sospechas.
Antes del evento, filtró información falsa exclusivamente al caballero Galen Vosner, insinuando que el rey y la reina serían trasladados a Ethenar temprano en la mañana, a pesar de que la ceremonia estaba programada para la tarde.
Si Galen estaba realmente involucrado, se movería con aquella información. No quería exponer al rey a un peligro que pudiera salirse de sus manos como probablemente el príncipe Elias esperaba que sucediera.
No podía darse el lujo de fallar en algo que él mismo se propuso, así que se tuvo que confiar en el consejero Will y el príncipe Elias, en ese momento, ellos eran sus únicos aliados cercanos al rey que desde un inicio han demostrado iniciativa para encontrar a los culpables.
Aunque no descartó en ningún momento que alguno de ellos pudiera ser parte de todo, así que estaría atento a cualquier cosa que hicieran o dijeran que resultara sospechoso.
Con la ayuda del consejero y el príncipe, enviaron a Ethenar una carroza vacía acompañada por un grupo reducido de guardias. Aldric, Elias y Will permanecieron en vigilancia a lo largo del trayecto, observando desde puntos estratégicos el trayecto.
A mitad de camino, dos hombres vestidos como campesinos bloquearon el camino con un carro lleno de barriles. Aldric, quien lideraba el grupo de vigilancia, observó cómo los mercenarios intentaban inspeccionar la carroza con movimientos torpes pero determinantes.
—¡Deténganse! —gritó Aldric, desenvainando su espada mientras galopaba en su caballo negro hacia ellos.
Uno de los hombres, sorprendido por la emboscada, intentó huir, pero Aldric le cortó el paso con rapidez. El otro mercenario sacó una daga y se lanzó hacia él, pero Aldric bloqueó el ataque con su espada, dejando el sonido del metal en el aire tenso.
La pelea fue rápida pero brutal. Aldric esquivó un golpe dirigido a su costado y contraatacó desarmando al hombre con un movimiento certero. Mientras tanto, otro guardia redujo al segundo atacante, quien intentó escapar, pero fue interceptado.
—¡Amárrenlos y llévenlos al calabozo de Ilarieth! —ordenó Aldric con firmeza.
Aunque su primera acción evitó un ataque mayor, Aldric sabía aquello sólo era el comienzo de un plan que probable te era más grande. Elias se lo comentó antes de salir de Ilarieth, quienes estaban detrás de esos ataques no eran simples mercenarios a los que habían atrapado y contraatacado, aquella mañana pudo confirmarlo.
El autor intelectual era un noble y aún estaba la posibilidad de que fuera un grupo de ellos.
En la hora de la tarde, Aldric viajó dentro de la carroza real junto a Thanael, como lo planearon, la reina se quedó resguardada en el castillo, pues aún no se sentía del todo bien y llevarla a un evento como aquel, en el que las probabilidades de un ataque eran altas, no les beneficiaba en nada.
El espacio dentro de la carroza se sentí reducido cuando solo eran él y Thanael dentro. Ninguno pronunció palabra alguna, en el aire danzaba una tensión que era evidente. Aldric no tenía nada para decir y Thanael, aunque se sentía ansioso por todo lo que estaba sucediendo, también estaba preocupado por lo que su caballero pudiera estar pensando en ese momento.
Observó el semblante serio de Aldric, como mantenía su mandíbula apretada y la atención en el exterior, como si estuviera buscando algo allá afuera. Bajó su mirada hasta sus manos ásperas que descansaban en su espada envainada. Estaba en alerta.
Quería preguntar qué estaba pasando por su mente. Thanael extendió sus dedos sobre su manto azul con la única intención de tocar los de Aldric que se sentían tan lejos a pesar de la corta distancia entre ellos, pero se resistió. No debía cruzar la línea, teniendo en cuenta la circunstancias en las que estaban y el lugar.
Contuvo la respiración al ver como dos líneas del sol anaranjado entraba por la pequeña ventana. Hizo un recorrido por su rostro iluminado por la luz solar, esas dos líneas se marcaban entre el puente de su nariz perfilada y sus ojos ámbar, sus cejas negras estaban encogidas a causa de la claridad repentina y sus labios finos levemente fruncidos.
Quería besarlo. Deseaba poder inclinarse sobre él, tomar su rostro entre sus manos y sentir el calor de su boca contra la suya y decirle que lo amaba. Que lo hacía y que nunca lo ha dejado de hacer.
Dejó salir un largo suspiro inaudible y deseó hacerlo reír. Su expresión era siempre tan seria y fría cuando era un soldado que a veces anhelaba poder borrar esa seriedad y cambiarla por una sonrisa.
—¿Sigues preocupado? —preguntó Thanael rompiendo el silencio que ya le parecía absurdo entre ellos.
—Siempre, Majestad —respondió Aldric con seriedad—. Pero hoy quiero asegurarme de que nada le suceda.
Thanael sonrió cabizbajo, pero no dijo nada más. Fue en ese momento que sintió el impulso de pedirle perdón, era consciente que sabía que él y Janeth estaban durmiendo en la misma cama y que saberlo no le hacía bien.
Desde esa noche, no volvieron a tener oportunidad de hablarlo, pero tampoco tenía las agallas de hacerlo. Tenía miedo de hacerlo; de todos modos, se preguntó porque le pediría perdón de algo que se supone que era lo natural y lo que si debía ser.
Entonces las palabras de Aldric asegurando que ellos no eran amantes hizo eco en su mente de la misma manera que la carroza en el andar de piedra.
¿Por qué él tenía la idea de que no lo eran?, ¿acaso compartir la cama en más de una noche y hablar en la oscuridad de esta no era algo intimo para él?, ¿no ha demostrado lo suficiente que le importa y que lo ama solo a él?
Entreabrió sus labios con la intención de decir las dos palabras sencillas que tenía atascadas en su garganta, pero fue consciente de que hacerlo solo arruinaría el plan de Aldric y lo distraería. Es lo que era, una distracción.
Alzó su vista una vez más y se encontró con la mirada profunda de Aldric observándolo, le sonrió a medias, no estiró sus dedos para tocarlo y guardo para sí mismo todo lo que en ese momento deseaba expresar.
Se sorprendió que Aldric la sostuvo la mirada por tanto tiempo y sintió como su corazón se aceleró. Si intentaba decirle algo con sus ojos avellanas bañados por el sol, el hizo lo mismo y expresó de la misma manera lo que no podía decir en voz alta.
Te amo.
Al llegar a Ethenar el evento transcurrió con tranquilidad, sin embargo, Aldric no bajó la guardia. Durante la ceremonia, comparó los turnos de los guardias con los horarios en que habían ocurrido eventos sospechosos en el castillo y sus alrededores.
Con ayuda de los encargados de custodiar las llaves y organizar los relevos, descubrió que Sir Galen Vosner había cambiado su turno con otro guardia sin permiso previo.
Aldric observó desde la distancia cómo Galen se movía entre la multitud, evitando cualquier interacción directa con el rey y aquello fue lo que le confirmo que él sabía lo que había sucedido con los mercenarios y solo estaba intentando cubrirse.
Aunque la ceremonia concluyó sin incidentes, Aldric estaba convencido de que Galen estaba planeando algo más o intentaría esconderse de las repercusiones que le esperaban si los atacantes hablaban.
Los asistentes se reunieron en pequeños grupos, felicitando al rey y a los líderes locales. Aldric permaneció cerca, atento al entorno mientras Thanael conversaba con un grupo de comerciantes.
—Señor Dray, qué sorpresa verlo de nuevo —dijo una voz femenina a su lado.
Aldric giró la cabeza y se encontró con Grace Handers, la mujer con la que su amigo Mike intentó emparejar. Llevaba un vestido verde claro que combinaba perfectamente con el ambiente del evento y una sonrisa encantadora que iluminaba su rostro.
—Oh, señorita Handers —respondió Aldric con una pequeña reverencia—. Es un placer verla.
—El placer es mío —replicó Grace con una leve inclinación de cabeza antes de dar un paso más cerca—. ¿No le cansa estar siempre tan atento? Pensé que después de su nombramiento como caballero del rey, podría relajarse un poco más.
El deber siempre está primero, señorita —declaró. Aldric sonriendo de lado y manteniendo un tono profesional.
—Claro, claro. Pero seguro que debe haber momentos en los que pueda disfrutar de una buena conversación, ¿no es así?
Aldric asintió cortésmente, únicamente respondiendo a sus preguntas, pero su atención permanecía dividida. No quería bajar la guardia con el rey aun cuando todo parecía estar muy tranquilo y no había indicios de movimientos sospechosos. Además, sabía que la mujer a su lado solo quería charlar con él con un propósito.
Sus ojos volvían constantemente hacia Thanael, quien seguía inmerso en su conversación. Fue entonces cuando notó como este levantó la mirada en su dirección, incluso mientras alguien más le hablaba.
Thanael mantuvo una expresión neutral, pero sus ojos dorados brillaban con una intensidad que Aldric reconoció de inmediato. Estaba celoso.
Había visto aquella expresión cuando le reclamó directamente que su hermana no estaba disponible. Decidió jugar un poco con aquella situación y volvió su atención a Grace.
—Me alegra que disfrute de la ceremonia, señorita Handers —expresó con una sonrisa deliberadamente cálida.
—Oh, definitivamente. Aunque creo que la conversación con usted la ha hecho mucho más agradable —comentó entre risas, llevándose una mano a los labios.
Aldric miraba de vez en cuando hacia el rey solo para asegurarse de que todo estaba en orden, pero volvió a encontrarse con su mirada y reprimió su risa al notarlo. No estaba para nada contento con la cercanía en la que Grace le estaba hablando y estaba casi seguro que tampoco le gustaba que él estuviera respondiendo con el mismo ánimo.
Desde su lugar, Thanael no podía dejar de verlos conversar tan animadamente. Apenas prestaba atención a lo que le decían, no podía concentrarse mientras veía a Aldric tan risueño cuando hace poco minutos su expresión era de completa seriedad.
Él se veía muy cómodo con ella, demasiado familiarizado para su gusto.
El sentimiento que se instauró en su pecho fue incómodo, tanto que tuvo que acomodar su ropa y aclararse la garganta. Intentó desviar la atención de ellos, pero simplemente no pudo evitar verlos y mientras más lo hacía, peor se sentía.
Estaba celoso y ni siquiera intento convencerse a sí mismo de que no. Lo peor no era aquel sentimiento, era ver que Aldric se veía bien junto a ella, su altura y la de ella parecía complementarse.
Verla reír y tocarlo mientras lo hacía, le incomodó a tal punto que escuchar la risa estruendosa de Grace fue suficiente para que Thanael terminara abruptamente su conversación con los comerciantes y caminara hacia ellos. Aldric notó su llegada por el eco de sus pasos y tuvo que contener una sonrisa mientras fingía inspeccionar los alrededores.
—Señorita Handers —expresó Thanael con amabilidad—. Qué sorpresa encontrarla aquí.
La mujer frente a él hizo una reverencia elegante sonriéndole con la misma energía.
—Majestad, es un honor verlo nuevamente.
—El honor es mío —respondió Thanael mientras sus ojos se desviaban rápidamente hacia Aldric, quien estaba de pie junto a ella, con las manos detrás de la espalda y una expresión estoica.
—Estaba teniendo una conversación encantadora con Sir Aldric. Es un hombre fascinante, ¿sabía? —comento la mujer.
Aldric apenas logró contener una risa con su mirada fija en los alrededores, sintiendo la intensidad de los ojos de Thanael sobre él. No se atrevió a mirarlo a la cara, porque sabía que se reiría y luego tendría que darle explicaciones a Grace, como sabía que tendría que dárselas a su rey dentro de poco.
—¿Cómo se conocen ustedes dos? —preguntó Thanael tratando con todas sus fuerzas de sonar casual, mientras dirigía su atención a Aldric.
Antes de que el caballero pudiera responder, Grace lo hizo por él.
—Nos presentó un amigo en común, Mike. Intentó emparejarnos, aunque debo admitir que Sir Aldric no estaba muy interesado.
Thanael arqueó una ceja, claramente sorprendido por la declaración. Se contuvo de expresar lo que realmente estaba pasando por su cabeza en ese momento.
"¿Emparejar?", pensó tan alarmando como quisiera poder expresar sin contenerse.
Es más que consciente que Aldric es un hombre atractivo, pero no cualquier atractivo. Es alto, su cabello siempre estilizado, su color de piel es hermoso, ni hablar del color de ojos que contrastaba tan bien. Amable, inteligente y valiente. Era obvio que cualquier mujer le gustaría, ahora que era un caballero, sabía que llamaría aún más la atención de las féminas, pero Thanael no se sentía listo para verlo con una pareja.
Tampoco podía reclamarle nada, ni en público, ni en privado, ni nunca, no mientras él tuviera casado y esperando a un hijo, eso le frustraba aún más.
Thanael le lanzó una mirada rápida a Aldric, misma que evitó a toda costa.
—¿De verdad? —preguntó en un tono de voz afilado y lleno de curiosidad—. ¿Y por qué la rechazaste, Aldric? Es una mujer hermosa.
Grace rio bajito cubriéndose la boca con una mano y un leve rubor tintó sus cejas, sin embargo, Aldric mantuvo la compostura. Y sonrió sin mostrar sus dientes antes de responder.
—Tenía mis motivos, Majestad —respondió Aldric con calma—. Y lo hablé con la señorita Handers en su momento. Pero si eso es lo que sugiere, podría considerar tener una cita con ella —añadió Aldric, neutral pero intencionalmente provocador.
Thanael lo miró con algo de incredulidad y molestia. Algo de lo que sólo Aldric se dio cuenta.
—No voy a obligarte a conocer mujeres, Aldric —declaró cruzándose de brazos—. Pero deberías considerar tener algo de diversión en tu vida. No todo es trabajo, ¿sabes?
Grace, completamente ajena al trasfondo de la conversación, se limitó a sonreír.
—Quizá lo piense, Majestad —respondió encogiéndose de hombros.
Aldric no podía asegurar si lo decía en serio o si sólo lo hacía para mantener la discreción con Grace. Tampoco quería averiguarlo, le causaba incomodidad tan solo pensar que Thanael de verdad quisiera que él hiciera algo como eso.
No es como si tuviera alguna restricción para hacerlo, era lo ideal, tenía todo el derecho del mucho de estar con una mujer, especialmente si lo que querían era no levantar rumores de algún tipo de relación entre ellos, pero no deseaba hacerlo, de alguna manera sentía que estaba traicionando a Thanael y engañando a su corazón.
Y por las palabras de su rey sentía que de alguna manera le estaba dando permiso.
El rey resopló claramente frustrado y miró hacia el cielo que comenzaba a teñirse de naranja con el atardecer.
—Será mejor que volvamos a Ilarieth —expresó más cortante de lo habitual—. Hay asuntos que atender.
Aldric asintió, observando cómo Thanael se despedía de Grace y se giraba sobre sus talones para marcharse. Cuando este estuvo lo suficientemente lejos, la mujer volvió a acercarse a Aldric.
—Creo que el rey siente mucho aprecio por usted, Sir Aldric —dijo con una sonrisa divertida.
Aldric ya con sus pensamientos ya lejos de la conversación asintió en respuesta. Su mente estaba ocupada tratando de descifrar el comportamiento de Thanael.
"Aprecio", pensó. Ojalá y fuera solo aprecio lo que sentía por él, si fuera solo eso, las cosas serían mucho más fáciles entre ellos.
Sin más, se despidió de Grace con amabilidad y acompañó al rey hacia la carroza. La tensión en el aire entre él y Thanael era casi tangible, pero sabía que cualquier cosa que tuvieran que decirse tendría que esperar hasta que estuvieran lejos de miradas curiosas.
Aldric fijó su mirada en Thanael en cuanto estuvieron dentro del vehículo y esta vez fue este quien no levantó la mirada para verlo. El rey mantuvo su atención en el exterior con las cejas juntas y una tormenta de sentimientos formando un tornado en su cabeza, celoso y molesto consigo mismo por sentir celos de una mujer.
—Lo digo en serio, puedes estar con quien quieras, ¿Por qué la rechazaste? —cuestionó Thanael de repente.
Aldric volteó su mirada hacia la ventanilla con la mandíbula tensa.
—Sabes porqué —replico tajante.
—Pero quiero que me lo digas.
—Porque no estoy disponible para nadie más que para ti, Than —declaró Aldric en voz baja—. ¿Eso es lo que querías escuchar?
—Nunca te pedí que hicieras algo como eso —declaró Thanael bajando su mirada—. Tampoco me parece justo que seas tan leal a mi cuando yo... duermo junto a una mujer todas las noches.
—No tienes que hacerlo, es mi decisión. Tampoco tienes que darme permiso para ello, se lo que somos y se cuál es nuestro deber como... hombres.
Thanael lo miró con sorpresa, notando el disgusto en la expresión de Aldric.
—No te estoy dando permiso, eres libre de hacer lo que quieras conmigo o sin mí —aclaró Thanael con un nudo en la garganta—. Solo me preocupa que la gente empiece a hablar o que la Iglesia te presione, de verdad en todo este tiempo, ¿no has estado con alguien?
—Claro que sí, pero esos no son temas para hablar aquí, Majestad —susurró Aldric—. Nadie me presionará, la Iglesia sabe lo que tiene saber. No está dentro de mis planes casarme ahora, no se me exige tanto como a usted.
Thanael asintió entendiendo el cambio en el tono de voz de Aldric que prefería tener ese tipo de conversación en otro lugar y en otro momento.
De regreso en el castillo, Aldric dejó de lado sus sentimientos personales por el rey y se apresuró en informarle sobre lo sucedido y la razón de que no haya pasado nada durante el evento.
—Atrapamos a dos mercenarios en el camino a Ethenar. Ambos intentaron interceptar la carroza vacía —informó Aldric con voz firme—. Estoy seguro de que estaban trabajando bajo las órdenes de Sir Galen.
Thanael lo escuchó en silencio y asintió en respuesta.
—¿Y qué harás con ellos?
—Llevarlo a las mazmorras, usted permítame interrogarlos a mi manera. Necesitamos respuestas, Majestad.
—No necesitas mi permiso para interrogarlos —declaró Thanael—. Es tu trabajo hacerlo, repito, haz lo que sea necesario para obtener las respuestas que necesitas. Si necesitas ayuda, no dudes en pedírmela. Confío en que lo manejaras con discreción. Si consigues algo ven inmediatamente a mí.
Aldric solo fue capaz de asentir.
—De acuerdo, por favor, no salga del castillo mientras tanto. Es peligroso, el consejero Will estará con usted —le pidió Aldric—. También, la reina lo necesita, hace poco fui informado de que ha estado con fiebre. El doctor y su guardia real están en el aposento, puedo acompañarlo.
Thanael asintió sin decir nada y dejó salir un largo suspiro sonoro mientras caminaban hacia el ala de las habitaciones con Aldric a su lado. Al llegar a la alcoba, se dio la vuelta para quedar frente a su caballero.
—Está bien, puedes irte tranquilo —indicó al ver la preocupación en el rostro de Aldric—. Yo me haré cargo a partir de aquí, no te preocupes y haz lo que tengas que hacer, pero mantenlos vivos.
—Si necesita algo de mí, sabe dónde estaré.
—Dric —susurró Thanael en un tono de voz bajo.
Aldric presionó su mano en su espada a sus costados y miró a cada lado del pasillo con los labios apretados. La mirada que le dedicó fue clara, no estaba cómodo con el apodo que solo usaban en privado.
—En serio, voy a estar bien —afirmó Thanael mirándolo directo a los ojos antes de entrar a la alcoba.
Las mazmorras de Ilarieth eran un lugar frío y sombrío, con paredes de piedra húmeda y apenas iluminadas por antorchas que parpadeaban con cada ráfaga de aire. Dentro se escucha el sonido de las goteras en el techo, creaban un ritmo casi ensordecedor en el silencio sepulcral.
Aldric entró al lugar con pasos firmes, empujó al fondo de su cabeza cualquier cosa que pudiera desconcertarlo de su propósito, como el apodo que Thanael le tenía y como lo pronunció hace pocos segundos, con tanto cariño que temió de que alguien haya escuchado. O su pequeña discusión en la carroza.
Fue escoltado por dos guardias, mientras los mercenarios capturados lo observaban con desconfianza desde sus celdas individuales.
Ambos hombres estaban encadenados, tenían cortes y heridas superficiales en sus rostros, resultado de la pelea durante el ataque. Aldric se detuvo frente a ellos con una expresión seria, sin mostrar emoción alguna
—¿Nombres? —preguntó Aldric con voz grave.
Los hombres intercambiaron miradas, pero no respondieron. Aldric mantuvo su postura, mirándolos fijamente con su expresión fría.
—Podemos hacer esto por las buenas o por las malas —continuó, con la misma frialdad de las paredes que los rodeaban—. Pero voy a obtener la información que necesito.
—¿De verdad crees que nos asustas, caballero? Hemos enfrentado a hombres como tú antes — se mofó uno de los mercenarios después de una risa burlona.
Aldric mantuvo su compostura, pero su mirada se endureció. Dio un paso más cerca, hasta que su rostro quedó a pocos centímetros del mercenario que había hablado.
—¿De verdad crees que tienes algo que perder? —replicó en un susurro peligroso y una sonrisa ladina—. Porque te aseguro que aún no has visto nada.
Él no se consideraba alguien sanguinario, pero cuando era necesario sacar esa cara de su trabajo como soldado, siempre y cuando fueran culpables, no lo dudaba. Si tenía que convertirse en uno para proteger Zemantis y la seguridad del rey, lo haría sin problema alguno, tampoco sería la primera vez
Estaba entrando para hacerlo, para intimidar, ir a la guerra y matar a otros hombres, para torturar y pelear en virtud de la defensa del reino. Fue un guerrero y ahora era un caballero, los hombres frente a él solo mataban por dinero, poder y ambición, él lo hacía por honor. La diferencia entre ellos era enorme.
Aldric inició el interrogatorio usando tácticas psicológicas primero. Caminó lentamente alrededor de las celdas, dejando que el sonido de sus pasos resonara en la piedra o cuando pisaba algunos charcos de agua.
—Sé que no están solos —dijo en voz baja, casi como si estuviera hablando consigo mismo—. Y sé que quien los envió no se preocupa por ustedes. Si piensan que vale la pena proteger a su amo, piénsenlo de nuevo. Cuando todo esto termine, ¿quién los salvará?
Se giró bruscamente hacia el otro mercenario, quien había permanecido en silencio desde el momento en el que llegó a las celdas.
—Tú. ¿Dónde está el resto de tu grupo? —preguntó tajante.
El hombre evitó su mirada mirando al suelo, pero Aldric no se detuvo.
—¿Estás preocupado por lo que puedan hacerte si hablas? Déjame asegurarte algo: lo que puedo hacer aquí hará que desees que ellos te encuentren primero.
Los hombres no respondieron y Aldric supo que tendría que llevar las cosas un paso más allá. Esperaba que fueran más inteligentes y dijeran algo, pero tenía la percepción de que eran leales o le dieron una buena cantidad de dinero.
Además, estaba casi seguro que ellos lo estaban subestimando, como la mayoría de las personas en ese castillo. Él no estaba allí para perder el tiempo en lo que pensaba de él como caballero del rey, estaba allí para demostrar que no deberían subestimarlo.
Aldric les ordenó a los guardias que llevaran al mercenario más hablador a una sala contigua. La habitación era aún más pequeña que las celdas, con una mesa de madera desgastada en el centro y cadenas ancladas al suelo.
—Última oportunidad —instó Aldric—. Dime quién te envió y qué planean hacer.
El mercenario escupió al suelo, sin decir una palabra. Aldric suspiró masajeándose la sien. Su paciencia se estaba agostando, no tenía mucho tiempo para estar interrogando tan pacientemente.
Necesitaba repuestas rápidas y al parecer el hombre no le haría las cosas fáciles. La desesperación es parte del fracaso, pero él no podía darse el lujo de dejar a Thanael solo por tanto tiempo, no cuando el posible culpable merodea por los pasillos del castillo haciendo quien sabe qué.
—Como desees.
Señaló a los guardias para que aseguraran al hombre en una silla de hierro y lo inmovilizaran con las cadenas. Aldric tomó un cántaro de agua que había sido colocado previamente sobre la mesa.
Su paciencia ya estaba al límite.
—Voy a hacerte una simple pregunta y quiero una respuesta clara. ¿Quién te contrató? —preguntó mientras llenaba un vaso de agua hasta el borde.
No hubo repuesta.
Aldric se acercó al mercenario con las cejas fruncidas y vertió el contenido del vaso directamente en su boca, en cuanto esté intento resistirse, con su otra mano lo tomó con fuerza del rostro y lo obligó a mirando a la cara.
—¡Quieto! —gritó.
Su voz fue estridente y áspera dentro del pequeño espacio y seguido de ello el solo se escucharon los quejidos mientras los forzaba a tragar toda el agua.
Repitió el proceso varias veces, obligándolo a beber hasta que comenzó a toser y escupir agua por los lados.
—¿Te duele? —preguntó Aldric con frialdad, curvándose para quedar a su altura y mirarlo directo a los ojos—. Esto es solo el principio. Habla y se acabará.
Sin respuestas una vez más.
Sin dudarlo, Aldric continuó haciendo lo mismo una y otra vez hasta que vio al hombre retorcerse a causa de la presión que debía tener en el abdomen. Sus labios temblaban y sus quejidos de dolor cada vez eran peores, pero aun así no hablaba.
Aldric vertió más agua, observando cómo el hombre luchaba por respirar y por primera vez vio el miedo en sus ojos. Ese era el momento perfecto para volver a preguntar.
—¿Quién te envió? —demandó Aldric.
Al ver que el hombre se mostró dubitativo, Aldric volvió a tomar el envase llenó de agua y fue en ese instante que tomó su rostro con fuerza cuando finalmente cedió con la voz entrecortada por el dolor.
—¡Sir Galen! Fue él quien nos contrató. Nos dijo que atacáramos la carroza real. Dijo que debíamos hacer parecer que el rey estaba muerto para desestabilizar el reino.
Con la mandíbula apretada Aldric dejó ir su rostro con brusquedad y arrojó el cántaro a la mesa de madera. Las piezas del rompecabezas empezaban a encajar.
—¿Qué más? —presionó Aldric, cruzándose de brazos frente a él.
—Dijo... d-dijo que habría otra oportunidad durante la próxima ceremonia pública. Está planeando algo más grande. No sé los detalles, ¡te lo juro!
Aldric lo observó por un momento, tratando de descifrar si decía la verdad o si solo quería salvarse. Al ver como todo el cuerpo del hombre temblaba y como lo miraba casi con terror, asintió con la cabeza.
—Llévenlo de regreso a su celda —ordenó a los guardias—. Y asegúrense de que no hable con nadie.
Mientras los guardias arrastraban al mercenario fuera de la habitación, Aldric salió de la mazmorra, moviendo sus pies a la misma velocidad que su mente trabaja en cuanto supo con seguridad que quien estaba detrás de los ataques era su principal sospechoso, pero aún le faltaba descubrir quien más estaba involucrado.
Tenía que informarme a Thanael de inmediato, cada segundo contaba. La amenaza de algo pudiera suceder seguía allí y su deber era proteger al rey. Su mente estaba en llegar hasta la alcoba real, en otras circunstancias no tendría el valor de interrumpir un momento en el que cuidaba de la reina, pero en vista de que aquello tenía que ver con la seguridad de ambos, no tenía opción.
Mientras subía las estrechas esclareas de piedra, su mirada terminó en los pies de alguien parado frente a él, al levantarla se encontró con la mirada azulada del príncipe Elias.
—Su Alteza —saludó casi pronunciando las palabras entre dientes.
—Sir Aldric —comentó sujetando el tubo de cuero con el que siempre andaba—. Pensé que estábamos trabajando juntos en esto.
Aldric no dijo nada, si lo hacía sería demasiado honesto y no quería problemas con el príncipe ni con nadie de la nobleza. Lo único que él deseaba en ese momento era llegar ver al rey y decirle quien era el culpable.
—Ya veo —susurró Elias dejando caer sus hombros anchos—. No confías en mí. Su mirada es muy expresiva Sir Aldric, aunque no lo crea.
—Solo confío en su majestad Thanael —declaró Aldric enderezando su cuerpo.
—Y es entendible, no intento ser tu confidente, pero me hace sentir mal que no confíes en mi al punto de querer hacer las cosas por tu cuenta. Lo que también considero absurdo, si juntos podemos lograr obtener lo que queremos más rápido —admitió Elias elevando su barbilla.
El caballero frente a él sabía que tenía razón. Hasta ahora, trabajar juntos había acelerado el proceso, pero seguía actuando con sospechas. Quizá era paranoia o tal vez el temor de que Elias descubriera la relación que tiene con Thanael.
—Tengo que ver al rey ahora, Su Alteza, si me permite... —dijo intentando dejar atrás la conversación.
—De hecho, vine aquí a buscarlo para que sigamos trabajando juntos —le interrumpió Elias—. Lo que me lleva a preguntarle, caballero Aldric, ¿ve a alguno de mis hermanos aquí? No, no les importa, a mi si me importa este reino y mi hermano mayor, usted no es el único que se preocupa por él.
Aldric detuvo sus pasos y se giró ligeramente hacia Elias, sin mirarlo directamente.
—Precisamente porque es el único dispuesto a ayudar es lo que me parece sospechoso —demandó Aldric con su grave y rasposa voz a causa del tono tan bajo que utilizó para pronunciar aquellas palabras.
Elias rio bajando su mirada por un momento antes de volver a fijar su atención en Aldric.
—Eres mucho más astuto de lo que la gente piensa, Aldric Dray —señaló con una sonrisa sincera—. Pero aquí tengo algo que quizás te demuestre que no estoy en su contra, ni en la tuya, ni en la de nadie de mi familia.
Con eso, Elias sacó un pequeño mazo de cartas, atadas con una cinta de cuero y se las extendió a Aldric, quien las tomó con cautela.
—Correspondencia entre el caballero Galen y el duque Arthur de Ethenar —explicó Elias cruzándose de brazos mientras observaba a Aldric revisar los papeles.
Aldric desató la cinta y comenzó a revisar los pergaminos. Las palabras en tinta negra saltaban ante sus ojos, cada línea revelaba la complicidad entre Galen y el duque. Frases como "el próximo movimiento asegurará nuestra posición" y "la corona debe ser guiada por manos más firmes", dejaron poco espacio para dudas.
—Esto... —murmuró Aldric, deteniéndose en una carta específica que detallaba el plan para el ataque de ese día—. Esto lo confirma todo.
—Por eso te digo que no estoy aquí para sabotear a Thanael. Lo que quiero es protegerlo, igual que tú —expresó con calma—. Si sigo insistiendo en trabajar juntos, es porque sé que nuestras intenciones están alineadas, incluso si no confías en mí todavía.
Aldric guardó las cartas con cuidado y se las entregó a Elias.
—Es difícil confiar en alguien que podría beneficiarse de la debilidad del rey —admitió con franqueza, pero sin malicia.
En ese momento, estando de frente a Aldric en la entrada de la mazmorra, Elias entendió porque su hermano lo eligió a él como su caballero y escolta después de haber colgado al primer hombre que lo escoltaba. Aldric era devoto a él, no confiaba en nadie más y estaba dispuesto a dar su vida con tal de protegerlo.
Es algo que solo Aldric Dray haría por Thanael y si algo le pasaba, dudaba que fuera igual de leal a cualquiera de sus hermanos en el trono.
—No te culpo por pensar eso. Después de todo, soy el segundo en la línea de sucesión. Pero déjame decirte algo, Sir Aldric: si quisiera el trono, no estaría aquí haciendo todo esto contigo.
Aldric bajó su mirada entendiendo la lógica en sus palaras.
—No pareces muy sorprendido de que el duque Arthur esté detrás de los ataques —comentó Elias observándolo con atención.
—No lo estoy. Siempre he sospechado de él. Su aversión hacia la corona no es un secreto y sus intentos de influir en el consejo han sido cada vez más evidentes. Pero tener pruebas como estas cambia todo —comento al alzar su mirada.
Elias lo miró con una expresión calculadora antes de asentir.
—Entonces estamos de acuerdo en algo. Hay mucho trabajo por hacer.
Por primera vez, Aldric sintió que podía confiar, aunque fuera un poco, en el príncipe Elias.
Después de haber hablado con el rey, las mazmorras de Ilarieth estaban inusualmente activas, desde el conflicto con Zaquira, no se utilizaban mucho. Las puertas se abrían y cerraban dejando en el aire un eco metálico, mientras los guardias llevaban a los mercenarios hacia el salón del trono, donde Thanael los esperaba con un semblante severo y determinado.
Elias estaba de pie junto al rey, el único de sus hermanos a su lado, mientras que Aldric escoltaba a los prisioneros, caminando al frente de la pequeña comitiva. Atravesaron el patio de armas donde los escuderos se entrenaban, los pasos de los caballeros eran firmes y la mirada de quien lideraba el camino era fría.
Aldric notó la mirada de otros caballeros y los escuderos sobre ellos, entre ellos encontró a los dos que una vez hablaron mal de él durante su titulación. Mantuvo su mirada fija en ellos mientras caminaba con pasos firmes y la brisa movió algunos mechones de su cabello que caía sobre sus hombros erguidos. Volvió su mirada al frente restándole importancia a lo que ellos pudieran pensar de el en ese momento, después de todo, era el único caballero al que el rey le confiaba su protección, eso debía ser suficiente para que ellos no volvieran a hablar como lo hicieron esa noche.
Contuvo su ira desde que obtuvo la confesión de los mercenarios, aunque logró su propósito, saber que el caballero Sir Galen y el duque Arthur estaban detrás del ataque, que ellos tuvieran el descaro de traicionar a su rey por ambición, lo llenaba de rabia.
Cuando llegaron al salón del trono, los mercenarios fueron obligados a arrodillarse frente a Thanael. El rey los observó desde su lugar por un largo momento antes de hablar.
—¿Qué información obtuviste, Sir Aldric? —preguntó Thanael sin apartar la mirada de los prisioneros.
Aldric dio un paso adelante e inclinó la cabeza respetuosamente ante la mención de su nombre frente a la corte.
—Majestad, estos hombres confesaron bajo interrogatorio que fueron contratados por Sir Galen Vosner, mientras que con su alteza Elias descubrimos correspondencia entre el caballero y el duque Arthur para atacarlo a usted y a la reina. La intención era desestabilizar el reino y dar paso a un gobierno más... "fuerte," según sus palabras.
Thanael asintió apretando su mandíbula mientras procesaba la traición. Todos los miembros de la corte fueron convocados ese día y después de saber aquella información no era de extrañar que ninguno de los acusados estuviese allí.
—¡Que traigan a Sir Galen y al duque Arthur, inmediatamente! —vociferó.
Aldric que pocas veces lo había visto enojado, se sobresaltó un poco y el salón se quedó en completo silencio.
—¡Ahora! —grito nuevamente, causando que los guardias se movieran con rapidez a cumplir sus órdenes.
El caballero vio como la mirada de Thanael se volvía cada vez más fría y oscura. Por primera vez, sintió un miedo instintivo hacia él, miedo de lo que pudiera hacer, aun cuando no fuera a él, pero algo en su aura imponente lo hacía sentir pequeño. Sus manos se apretaron en los brazos de la silla, hasta que sus nudillos se volvieron blancos y las venas se marcaron.
Todos en esa sala eran conscientes de la furia del rey Thanael.
—Obispo, ¿qué opina usted de esto? —preguntó Thanael más calmado, pero sin dejar de ser firme, cortantes como un cuchillo.
—Majestad, la traición es un pecado grave ante los ojos de Dios y un crimen imperdonable para la corona. Mi consejo es que ambos hombres enfrenten la justicia divina y terrenal. La pena de muerte es la única forma de restaurar el equilibrio y demostrar que la traición no será tolerada.
—Es lo que estaba pensando —determino mientras asentía.
Los guardias cumplieron la orden y en poco tiempo, el caballero y el duque fueron llevados al salón del trono. Ambos hombres tenían expresiones diferentes: Sir Galen parecía desafiante, mientras que el duque mantenía una calma que parecía casi calculada.
—Sir Galen Vosner. Duque Arthur. Ambos han sido señalados como responsables de un intento de asesinato contra la corona —declaró Thanael—. ¿Qué tienen que decir en su defensa?
El rey se paró frente a los dos hombres, dejando que su sombra se proyectara sobre ellos como si su sola presencia fuera suficiente para aplastarlos.
El duque fue el primero en hablar, con una voz tranquila pero llena de desprecio.
—Mi rey, nuestras acciones no fueron traición. Fueron una respuesta a su debilidad como gobernante. Este reino necesita un líder fuerte, no alguien que confía en caballeros sin experiencia y toma decisiones emocionales.
Aldric se sorprendió ante la respuesta altamente descarada del duque, por la mirada de Thanael en ese momento supo que estaba igual de sorprendido y hasta diría que mucho más enojado. El fuego en su mirada era de temer, pero los dos hombres frente a él solo se mostraron desafiantes.
—Mi lealtad siempre ha sido con Zemantis, no con un rey que pone en peligro su estabilidad. Su reinado está lleno de incertidumbre, Majestad y hemos actuado para proteger a nuestro pueblo —declaró Galen.
Las palabras de ambos resonaron en la sala, donde solo se escucharon los susurros de la corte. Aldric permaneció junto a Thanael, su interior hervía de furia al escuchar cómo argumentaban lo que hicieron.
Aunque las palabras del duque y el caballero no parecieron afectarle, pero tampoco pudo evitar preguntarse por qué algunos consideraban su gobierno débil, ¿de verdad era por su juventud? ¿por las alianzas que ha formado con otros reinos? ¿o es simplemente por su ambición de poder?
—¿Así justifican su traición? —preguntó Thanael con autoridad—. ¿Creen que su percepción de mis capacidades les da derecho a asesinar a la familia real y desestabilizar Zemantis?
Ninguno de los acusados respondió y Thanael llevó su mirada a cada uno de los presentes en la sala.
—La traición es la peor forma de debilidad, porque destruye desde dentro. Ustedes no protegieron a Zemantis. Intentaron destruirla por su codicia y su arrogancia —determinó con seguridad, para luego hacer un gesto con su mano hacia los guardias—. Sir Galen Vosner y duque Arthur Fried serán colgados por alta traición, junto con los tres mercenarios que llevaron a cabo sus órdenes. Este es el destino de aquellos que intenten destruir nuestra unidad, pero supongo que no sirve de mucho que lo diga una vez más, al parecer no aprenden con el ejemplo.
La sala se quedó en un silencio casi sepulcral ante aquellas palabras. Thanael levantó su mirada hacia el techo del salón del trono, manteniéndola fija en uno de las luces de los candelabros que iluminaba todo el lugar y sonrió con amargura. De sus labios salió el sonido de una risa contenida, fue lo único que se escuchó en aquel silencio, algo que desconcertó a todos.
Finalmente había entendido la rigidez con la que su padre lo entrenó para ser el rey, ese día recordó sus palabras cuando apenas entraba a sus dieciocho años: "No confíes en nadie y no tengas mido de usar tu poder para darte a respetar. Mata a quien sea necesario, incluso si es alguien de tu familia, es la única manera de demostrar que eres el rey y que solo Dios y la Iglesia está sobre ti". Esa noche aquellas palabras cobraron sentido.
La atención estaba en el rey y en cuáles serían sus palabras.
—Desde hoy, todo aquel que sea altamente sospechoso de atentar contra la corona y se tenga pruebas mínimas, sea noble o no, parte de esta corte o no, será ejecutado de inmediato sin un juicio previo —declaró Thanael—. Consejero Will, que mi mensaje se extienda a todo el reino, quien tenga pruebas de quienes intenten traicionar la corona o a quienes forman parte de la corte, será recompensado. Todo aquel que se oponga a mi decisión, será ejecutado ipso facto.
Nadie mostró resistencia alguna.
Los días siguientes estuvieron marcados por los juicios formales y las ejecuciones de todo aquel que luego de la condena al caballero Galen y el duque Arthur, entregó al resto de sus aliados con pruebas mínimas que Thanael tomó en cuenta para ejecutarlos de la misma manera, entre ellos dos marqueses de la ciudad Galdena y el pueblo Silverwin, incluso un Vizconde de la ciudad Calaury que se descubrió se robaba los impuestos y el dinero recaudado para el rey.
Elias y Aldric, quienes encontraron las pruebas incriminatorias de los atacantes del rey, participaron en cada juicio, asegurándose de que todos los detalles fueran expuestos ante la corte.
Cuando llegó el día de las ejecuciones, la plaza central de Ilarieth estaba llena de ciudadanos, nobles y soldados. La exposición pública de los traidores no solo sirvió como advertencia, sino también como un recordatorio del control de Thanael sobre su reino.
Aldric observó en silencio mientras los traidores eran llevados al cadalso. Su mirada se encontró con la de Thanael en un momento breve. Ambos sabían que esto era necesario, pero la carga del deber pesaba sobre ellos en partes iguales.
—Esto fortalecerá tu posición, hermano —murmuró Elias mientras ambos observaban desde un balcón elevado.
—Lo sé —respondió Thanael con poco consuelo en su voz.
La exposición de los nobles traidores y las ejecuciones no solo consolidaron el poder de Thanael, sino también la posición de Aldric como su caballero de confianza. Ambos sabían que con cada desafío que superaban, la presión sobre Thanael aumentaba y las expectativas de Aldric como protector del rey crecían.
Con eso el reino de Zemantis volvió a su tranquilidad, asimismo los malestares de la reina disminuyeron, su semblante volvió a ser el mismo. Aunque aún había tensión en la corte por las ejecuciones de hace meses, Thanael no olvidó porque lo hizo, así que visitó la capilla del castillo todas las noches y oró: "Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia. El que mantiene la calma es inteligente; el que se enoja fácilmente es un tonto".
El aire fresco de la mañana soplaba suavemente en los terrenos del castillo, dando inicio al otoño que apenas empezaba. Aldric estaba junto a la carroza, ajustándose los guantes mientras esperaba la llegada de Thanael. Sus caballeros más cercanos ya estaban listos, montados en sus caballos, en formación detrás del vehículo que los llevaría hacia la frontera de Zemantis para inspeccionar las tierras y atender las quejas de los habitantes.
La espera terminó cuando vio al rey salir acompañado de la reina Janeth, quien lo sostenía del brazo con una expresión de melancolía en el rostro. Aldric se tensó ligeramente al verlos juntos, aunque no dejó que su rostro delatara nada.
—Vuelve pronto. El bebé y yo no podemos estar solos por mucho tiempo —susurró Janeth mientras caminaba despacio hacia la salida, aun aferrándose a Thanael.
—Solo serán tres días, querida —musitó Thanael.
—Tres días es mucho. ¿Quién me va a cuidar cuando los malestares estén en su peor momento? —preguntó, lanzándole una mirada fugaz a Aldric, que se encontraba de pie frente a ellos.
—La servidumbre te ayudará, y el doctor está disponible para cualquier momento que lo procures —aseguró Thanael casi de manera mecánica.
—Tengo miedo —admitió en voz baja al detenerse y mirarlo a los ojos.
Thanael suspiró acariciando suavemente la mano que ella tenía sobre su brazo.
—Ya estás fuera de peligro. No va a suceder nada mientras no esté —declaró con seguridad, aunque Aldric pudo notar que echaba un vistazo rápido en su dirección.
—No, no por eso —corrigió Janeth bajando su mirada hacia su abultado vientre—. Por el bebé. Siento algo raro.
—El doctor dijo que no debes hacer esfuerzos. Evítalos, come lo que te recomiende, y mantente tranquila. Todo estará bien —indicó Thanael—. El bebé estará bien, y yo estaré de vuelta en tres días.
—Bueno —susurró Janeth acariciando su vientre, que ahora era lo suficientemente sobresaliente como para notarse incluso por encima su vestido beige.
Thanael dio un paso hacia la carroza, pero se detuvo cuando Janeth habló de nuevo.
—Dame un beso antes de irte, mi rey.
La petición lo tomó por sorpresa. Apenas habían compartido un beso en contadas ocasiones: el día de su boda y la noche en que quedó embarazada. Thanael no pudo evitar que la sorpresa se reflejara en su rostro, pero sabía que alargar el momento solo haría las cosas más incómodas, especialmente con Aldric a pocos metros de distancia.
El rey le dio la espalda por completo a Aldric y se acercó a ella solo lo suficiente como para darle un beso rápido, pero la reina tenía otros planes. Lo sujetó por los hombros y profundizó el beso más de lo que él pretendía. Thanael sintió el calor en sus mejillas y la incomodidad creciendo en su interior, pero no se apartó para hacerlo obvio.
Aldric desvió la mirada, apretando los labios y fingiendo observar el horizonte. Él no estaba entrenando para presenciar aquello. La molestia lo invadía y no era solo el beso, era lo que significaba de ese acto público. Era un recordatorio de que Thanael no solo era un hombre al que amaba, sino también un rey y un esposo.
En ese momento, Aldric notó movimiento en la entrada del castillo. La reina madre llegaba, acompañada por la princesa Hanna y dos nobles más. La formalidad de su porte indicaba que habían venido con un propósito claro, y Aldric no pudo evitar conectar su llegada con el acto de Janeth.
Quizá la reina le pidió ese beso como parte de una actuación para mantener la apariencia de un matrimonio estable. Era más fácil pensar eso que aceptar la posibilidad de que fue genuino.
Cuando Thanael se separó de Janeth, esta lo miró tristeza y ternura.
—Ve con cuidado —susurró acariciando la manga de su túnica—. Cuídalo bien, Sir Aldric.
—Lo haré, Su Majestad —respondió Aldric con su voz ronca y haciendo una ligera reverencia hacia ella.
Thanael y Aldric intercambiaron miradas breves antes de que el rey se volviera hacia la carroza. Ambos saludaron a la reina madre, la princesa y los nobles con un asentimiento antes de subir al vehículo.
Aldric tomó asiento frente a Thanael, quien mantenía su mirada fija en el paisaje que comenzaba a moverse a través de la ventana. No dijo nada, ni siquiera una palabra de cortesía.
Esperó alguna señal o comentario, pero no hubo nada más que silencio y una vergüenza que era notable en la expresión de su rostro. Notó la tensión en los hombros de Thanael y la rigidez de su postura. Por primera vez en mucho tiempo, el rey ni siquiera fue capaz de mirarlo a los ojos.
El silencio entre ellos se sintió como un muro, uno que parecía más alto con cada kilómetro que los alejaba del castillo.
Hasta aquí el segundo capítulo de la semana, se que estaba pautado para el viernes, pero pasaron cosas y me costo terminar todo este lío.
Cuéntenme que les pareció y cuál fue su momento favorito.
Hubo de todo. Desde lo celos por parte de Thanael, las pases entre Elias y Aldric, los celos de Aldric al presenciar el beso entre el rey y la reina. ¿Ustedes creen que haya sido actuación o fue genuino?, por otro lado, ¿creen que estuvo bien la manera en la que Thanael le dijo a Aldric que podía salir con mujeres o fue muy frío? Los leo.
Adelanto del próximo capítulo: "Era consciente que por mas que Thanael lo amara, el estaba en un segundo plano y eso no iba a cambiar nunca".
Nos seguimos leyendo en la próxima semana. Recuerden que tengo un canal "Kim Jade Universe" donde doy adelantos y a veces jugamos al "¿Que probabilidad hay de...?"
KJ👑⚔️
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