VIII. Contigo y para ti
Escapar de la realidad del deber y estar contigo es mi paz. Sentir la calidez de tu piel junto a la mía, escuchar tu risa, es mi paz —Kim Jade
La noche de la investidura terminó con una cena formal en el castillo, al ver a los caballeros, escuderos y miembros de la corte bailar con alegría Aldric consideró que sólo tenían ganas de fiestar, pues dudaba que estuvieran así de felices por el título que le fue otorgado. Se mantuvo sentado bebiendo vino y disfrutando de la música, algunas veces se reía de las ocurrencias de quienes lo daban todo en el centro del salón hasta el punto de ser bastante graciosos.
Aldric se llevó la copa de vino a la boca al ver como el rey cortaba carne y le extendía el plato a la reina a su lado, quien le dedicó una sonrisa y una mirada dulce a Thanael que solo asintió. En el momento que depositó un beso en la mano de Janeth, apartó la mirada antes de que alguien se diera cuenta como los miraba.
Él no se encontraba muy lejos de ellos, por lo que pudo escuchar, incluso por encima de la música, como ella le decía que tenía náuseas, pero que también había comido poco en todo el día. Aldric no estaba soportando escuchar como Thanael le pedía que comiera un poco de la sopa que le prepararon exclusivamente a ella y que luego comiera la carne que él mismo cortó en trozos pequeños.
El tono de voz que usaba con la reina era tranquilo y suave, como si estuviera hablándole a una frágil flor que cuidaba con esmero. Aunque trataba de mantener la compostura, cada interacción entre ellos le provocaba un nudo en el estómago.
Se tomó todo el vino de un trago. Necesitaba que el alcohol empezara a hacer efecto si iba a estar así de cerca del hombre que ama y su esposa.
Su esperanza llegó a la mesa cuando la princesa Hanna se sentó a su lado mostrando una sonrisa radiante, no tenía idea de que ella estaba presente en la celebración hasta ese momento.
—¿Sir Aldric? —preguntó Hanna—. ¿Por qué no bailas en la fiesta que se hace en tu honor? —cuestionó con una sonrisa radiante.
Thanael notó la presencia de su hermana junto a Aldric, quien le sonreía con cariño, como siempre lo ha hecho. Conocía a Hanna lo suficiente como para saber que había detrás de esa expresión.
—No creo sentirme muy cómodo haciendo el ridículo, Su Alteza —consideró Aldric llenando su copa de vino por tercera vez en la noche.
—Bailemos juntos y no harás el ridículo —le pidió la princesa tomándolo del brazo mientras este bebía otro largo trago de su vino.
—No sé cómo podría decirle que no, Su Alteza —señaló Aldric terminándose todo el vino de la copa, misma que dejó sobre la mesa antes de ponerse de pie.
Aldric se puso de pie y le extendió su mano abierta a la princesa, quien la tomó con entusiasmo. Ambos caminaron al centro del salón, el caballero enderezó su cuerpo y llevo su otra mano a la espalda de la princesa, guiándola con confianza al ritmo de la música.
No estaba en sus planes bailar en ningún momento de la fiesta, pero la propuesta de la princesa fue como una luz en su camino, por primera vez sentía que necesitaba estar lejos de Thanael. Mientras él estuviera con su esposa, no podía controlar esos sentimientos de celos que por la manera en que Thanael miraba a su esposa con dulzura, cómo inclinaba la cabeza para escucharla y la calidez de su risa era una tortura para él, cómo un veneno que se extendía por su cuerpo, como un veneno que no podía soportar.
Thanael trató de tener su atención en otra cosa que no fuera a Aldric bailando con su hermana menor, pero no podía ignorar la molestia que causaban en él. Ella no solo disfrutaba del baile, estaba probando las aguas, buscando una oportunidad para escapar del matrimonio que su familia planeó para ella con un príncipe de Zithis.
Aldric, ahora como caballero, era una opción que podría ser aceptada, especialmente porque su madre tenía una buena relación con la madre de Aldric.
La idea de ver a Hanna tan cerca de Aldric le revolvía el estómago. La posibilidad de que las agujas del destino los empujaran hacia un futuro juntos era algo que no estaba dispuesto a imaginar, mucho menos a aceptar. Sin embargo, Hanna parecía completamente cómoda en los brazos de Aldric.
—Bailas bien para alguien que asegura que no lo hace —dijo con una risa ligera mientras giraba bajo su guía.
—He tenido entrenamiento militar, Su Alteza. Los pasos son diferentes, pero el control del cuerpo es el mismo —respondió Aldric, manteniendo su tono respetuoso, aunque por dentro se sentía algo incómodo.
—Entonces deberías enseñarme en privado esos movimientos que conoces —expresó en un tono juguetón.
Aunque la princesa era encantadora, no podía evitar sentir que las intenciones detrás de sus palabras estaban más allá de un simple baile y no supo que contestar a ello.
—No creo ser bueno enseñando. —Fue lo primero que se le ocurrió decir y en cuanto la princesa de río se dio cuenta de que no fue la mejor respuesta.
—No me creo esa excusa, entrenas a otros soldados, pero haré como te creo —señaló la princesa acercándose más a su cuerpo.
Hanna era hermosa, es decir, tenía los genes de la familia Thornfield. Siempre llevaba su cabello rubio casi blanco, largo y con ondas naturales. Su piel era pálida y sus mejillas tenían un toque rojizo a batidla que muchas mujeres deseaban tener sin necesidad de usar el jugo de algunas frutas para tener ese color.
Aun siendo dueña de una belleza natural de esa magnitud, no despertaba en él algún tipo de interés, sólo la veía como la hermana menor del rey, además, su edad hacía demasiado ruido en su mente, apenas estaba en sus 17 años y aunque tenía la edad suficiente para casarse, no tendría el valor de aceptar siquiera las insinuaciones.
Desde su lugar, Thanael sentía cómo la incomodidad lo invadía al ver la interacción entre ellos. La forma en que Hanna le sonreía a Aldric, cómo inclinaba ligeramente la cabeza mientras lo miraba a los ojos y cómo acortó la distancia entre ellos. Le estaba afectando de una manera que no podría explicar.
—Que divertido ha sido bailar contigo, Aldric —señaló Hanna mientras terminaban de bailar la última canción—. Debemos repetirlo otro día.
—Ha sido un placer su alteza —fue lo único que Aldric se atrevió a decir mientras hacia una pequeña reverencia en forma de despedida.
El resto de la noche no fue muy distinto para él, resistió todo lo que pudo por el alcohol en su cuerpo, pero a medida que pasaban las horas, empezó a sentirse mareado, tanto que siquiera se dio cuenta cuando la reina dejo de estar junto a Thanael, quien se encontraba igual de solo que él.
Cuando el último invitado se retiró y las antorchas de los pasillos comenzaron a apagarse, Thanael le pidió que lo acompañara al salón del trono que no quedaba muy lejos de donde se encontraban.
Aldric lo siguió por el pasillo y permaneció de pie frente a él, con su nueva espada descansando en su cadera, la cabeza dándole vueltas y el corazón acelerado cuando la puerta de entrada fue asegurada por Thanael.
—Mañana habrá otra ceremonia —empezó a decir Thanael, rompiendo el silencio. Su voz sonaba cansada, pero había una nota de entusiasmo que no pasó desapercibida para Aldric—. Anunciaré la llegada definitiva de las nuevas maquinarias de Zithis. Es un momento importante para el reino y quiero que estés presente a mi lado.
—Será un honor, Majestad —expresó asintiendo.
—Además —continuó Thanael, con un ligero tono más informal—, tu nuevo puesto requiere ciertos ajustes. Desde ahora, tendrás una residencia dentro del castillo, tengo sospechas de algunas personas y quiero mantenerte cerca ya que eres en uno los hombres en quien confío.
Aldric frunció el ceño, sorprendido por las palabras de Thanael. Desde hace un tiempo que los caballeros dejaron de tener residencia dentro del castillo, ya que no era tan necesario que estuvieran todo el tiempo cerca del monarca.
Sabía que los demás caballeros reales residían fuera del castillo y solo asistían cuando eran convocados, pero esta asignación lo ponía en un lugar único. Un lugar demasiado cerca del rey que probablemente traería cuestionamientos.
—¿Una residencia dentro del castillo?
—Es lo justo —expresó Thanael encogiéndose de hombros mostrando una sonrisa que apenas podía contener—. Serás mi escolta personal y eso significa que debes estar cerca en todo momento.
Estaba empezando a creer que se estaba imaginando todo y que solo eran los efectos del alcohol. No entendía muy bien a que se debía que Thanael le diera una residencia dentro del castillo y el cargo de escolta personal. Creía que era demasiado y algo rápido, pero no se atrevió a contradecir o cuestionarlo.
El caballero solo asintió en señal de aceptación. Esperó otras indicaciones por parte del rey, pero todo lo que obtuvo fue una mirada cristalizada que le desconcertó, quiso acercarse en cuanto vio los ojos brillosos de Thanael, pero mantuvo la distancia entre ellos.
Hace pocos segundos estaba sonriéndole, ¿Qué había sucedido?, ¿en qué estaba pensando?
—Tu... —empezó a decir Thanael—. Olvídalo, es todo. Puedes retirarte.
Aldric le dedicó una mirada confusa, tratando de descifrar su expresión algo afligida, pero todo lo que vio fue como apretaba sus labios, como si estuviera tratando de contener las emociones que intentaban salir a flote.
Con una mano descansando sobre su espada, caminó lentamente hasta la puerta del salón del trono, solo se escuchaban sus pasos en todo el salón hasta que se detuvo frente a la puerta y una vez más giró sobre sus talones.
Culpó al alcohol de lo que estaba pasando por su cabeza cuando clavó su mirada en el rey que ahora se encontraba de espaldas a él, acercándose a pasos lentos hacia el trono.
Aldric aceleró sus zancadas y en el instante que Thanael miró por encima de sus hombros, fue cuando su pecho hizo contacto con la espalda del rey. Se dijo a sí mismo que el vino en su sistema fue lo que le permitió hacer algo como eso sin meditarlo antes.
Lo abrazó fuerte entre sus brazos, pudo sentir el cuerpo de Thanael se relajaron casi de inmediato.
Dejó descansar su barbilla del hombro del rey, cerrando sus ojos y sintiendo la calidez de su cuerpo que seguía cubierto por la capa azul que acostumbraba a usar. Apretó aún más su cuerpo, hasta el punto de sentir su cabello rubio rozar su rostro con suavidad y su cuerpo pegado al suyo a pesar de toda la ropa que tenían por encima.
Thanael dejó salir un suspiro y en cuanto sintió los fuertes brazos de Aldric rodearlo, dejó caer su cabeza hacia atrás, percibiendo su aroma natural a sándalo y cedro directo desde su cuello.
No podía asegurar cuáles fueron las razones de Aldric para abrazarlo de esa manera y mantenerse en completo silencio mientras lo hacía, dejando que solo el fuerte latir de su corazón y la manera en la que cada vez lo acercaba más a su cuerpo, dijeran todo lo que no pronunció con palabras.
—Estoy contigo y para ti —masculló Aldric.
Aquellas palabras, a pesar de haber sido pronunciadas en un susurro, resonaron con fuerza, como si quisiera dejarle saber que conocía la razón detrás de aquella mirada cristalizada.
—Sin importar lo que veas, sigo siendo tuyo —admitió Thanael en un murmullo lo suficientemente alto para que solo él lo escuchara en la cercanía que compartían en ese momento.
Las manos de Aldric viajaron hasta la cintura del rey, haciendo del abrazo algo mucho más íntimo. Ladeó su cabeza y debido a que Thanael mantenía su cabeza echada hacia atrás, pudo apreciar su mandíbula afilada y sus labios carnosos entreabiertos, sus ojos estaban cerrados y sus cejas rubias levemente fruncidas.
Sin poder controlar sus impulsos, acercó su rostro hasta depositar un suave beso en su mandíbula.
—No sé qué sucedió, pero quiero que sepas, Than... —susurró viendo como Thanael giraba su cabeza, lo que hizo que sus rostros quedaran a solo centímetros de distancia.
Thanael se perdió en los ojos de Aldric que aun a pesar de la poca luz, eran claros. Como las hojas en otoño, como las avellanas.
—Mi corazón te sigue perteneciendo a ti y que, aunque esté celoso de la reina, se que eres tan mío como soy tuyo —declaró Aldric sin apartar su mirada.
El rey solo asintió.
—Mi hermana no está disponible.
La afirmación tan segura de Thanael solo causó que Aldric se riera. Presionó sus manos en la cintura de Thanael que se sentía pequeña en sus manos y deshizo el abrazo que los unía.
—Lo sé —susurró dándole la vuelta a Thanael aun sujetándolo de la cintura—. Solo quería ponerte celoso porque yo lo estaba al verte con la reina.
—Tengo que cuidarla, está embarazada, pero eso no quiere decir que la ame.
—También lo sé —declaró Aldric apartando sus manos del cuerpo de Thanael—. Ahora si me retiraré, con su permiso, Su Majestad.
Thanael solo asintió y vio como su caballero desapareció detrás de la puerta.
La mañana siguiente llegó rápidamente. El sol brillaba con fuerza en el cielo despejado, iluminando el patio principal del castillo donde se llevaría a cabo la ceremonia para recibir las maquinarias de Zithis. La plaza estaba decorada con banderines azules y dorados, una multitud se había reunido para presenciar el evento.
Aldric aquella mañana estaba vestido con su armadura recién otorgada, caminó junto a Thanael y los demás caballeros por orden directa del monarca, lo que por supuesto causó murmullos entre los presentes.
—¿Es el nuevo caballero del rey? —susurró una mujer a su compañera mientras su mirada estaba fija en Aldric.
—¿Aldric Dray? —respondió otro hombre, levantando una ceja—. ¿No es el mismo que era amigo del rey cuando era príncipe?
—Que guapo es —comentó alguien más desde las filas de ciudadanos, con un tono que arrancó sonrisas cómplices entre los demás comerciantes y plebeyos.
Aldric escuchó fragmentos de estas conversaciones mientras caminaba detrás de Thanael, no podía evitar sentirse algo vulnerable ante tantas miradas sobre él, nunca ha sido de su deseo ser el centro de atención, así que tener la atención de aquel grupo de personas le ponía nervioso.
Desde el momento en el que Thanael y la reina Janeth subieron al estrado, la ceremonia pareció ir sin contratiempos. Todo el reino celebraba el progreso y modernización que las maquinarias de Zithis prometían traer. Un evento histórico que prometía marcar el comienzo de una era de prosperidad para Zemantis.
A pesar de que toda su atención quería permanecer en el hombre que hablaba con elocuencia y elegancia en el estrado, Aldric se mantuvo concentrado en cumplir con su rol como caballero y escolta del rey.
Mantuvo en el fondo de sus pensamientos los recuerdos de la noche anterior en el salón del trono, junto a las palabras que compartió con el mismo rey que daba su discurso de modernización de Zemantis, vestido con un manto azul con detalles dorados que ondeaba suavemente con la brisa. Janeth lucía impecable, con una mano descansando delicadamente sobre su vientre, mientras que los caballeros reales formaban un perímetro alrededor del estrado, garantizando la seguridad de la familia
Aldric barrió a la multitud en busca de cualquier anomalía en el ambiente que empezaba a estar cada vez más aglomerado. La algarabía del público era contagiosa, pero no bajó la guardia en ningún momento. Aunque sus compañeros caballeros parecían tranquilos, él no podía ignorar la sensación de inquietud que le recorría el cuerpo, definitivamente algo no estaba bien, confiaba en su instinto, siempre lo hacía.
Entre la multitud, un hombre de aspecto común avanzaba lentamente hacia el frente, caminando entre el grupo de personas que gritaban eufóricos, como si quisiera mezclarse entre lo demás sin llamar mucho la atención. Bajo su capa, ocultaba una daga curva, misma que brilló en cuanto fue visible y un rayo de luz alcanzó la hoja.
El hombre aprovechó el estruendo y los vítores de la gente para acercarse más al estrado y en ese preciso instante Aldric notó algo. Su instinto lo alertó antes de que pudiera racionalizarlo, había algo en la manera en que el desconocido mantenía los hombros tensos, algo en la forma en que sus pasos eran demasiado medidos.
Su incomodidad creció al ver que el resto de los caballeros no compartían su preocupación y se molestó al ver que estos parecían estar muy relajados cuando el hombre estaba en el centro y al frente, pero estos parecían ignorar lo evidente.
Entonces lo vio, el brillo del cuchillo cuando el hombre subió al estrado.
Los gritos del público ahogaron cualquier advertencia que Aldric pudo haber dado y sin pensarlos dos veces se lanzó hacia Thanael justo cuando el hombre levantaba el brazo para atacar.
Todo ocurrió en un instante caótico.
Aldric embistió a Thanael desde un costado, haciendo que el rey tropezara hacia atrás. El asesino al ser interrumpido, apenas logró alcanzarlo con la daga, desgarrando la tela del manto y dejando un corte superficial en su brazo.
El impacto de Aldric derribó al atacante, llevándolo al suelo con él. Rodaron entre el polvo mientras la multitud estallaba en gritos de pánico. El atacante intentó liberarse del agarre, moviendo la daga de manera desesperada y en el forcejeo, logró cortar el costado del caballero.
Aldric contuvo un gruñido de dolor mientras su mano aseguraba la muñeca del hombre, evitando que pudiera realizar otro ataque. La adrenalina que corría por sus venas, evitó que sintiera dolor, reaccionó con los movimientos precisos que aprendió en años de entrenamiento militar.
Con un movimiento certero, logró arrebatarle la daga, lanzándola lejos antes de sujetarlo con fuerza contra el suelo. La lucha fue breve, pero brutal y cuando el atacante finalmente quedó inmovilizado, Aldric lo mantuvo sometido, respirando con dificultad, empezando a sentir el dolor en el lugar que fue herido.
A pesar del ardor en su costado y la sangre que empapaba su armadura, no cedió ni un segundo. Solo cuando llegaron los demás caballeros para asegurar al atacante, se permitió retroceder, tambaleándose ligeramente mientras recuperaba el aliento. Apenas empezaba a sentir el esfuerzo realizado aún después de haber sido herido.
Thanael, todavía en el estrado, se tocó el brazo herido y se giró hacia Janeth para asegurarse de que estaba bien, quien mantiene una expresión asustadiza y desconcertada, sin saber hacia dónde mirar. En ese segundo que ella desvió su atención hacia Aldric, Thanael también lo hizo.
—Ve al carruaje y quédate dentro del castillo hasta que sea seguro —ordenó Thanael tomándola con cuidado de los hombros.
—No puedes quedarte aquí, tienes que ver tu herida —le pidió ella sujetándolo del brazo con preocupación.
—Yo estaré bien, tú debes cuidarte y al bebé —expresó Thanael volviendo su mirada a Aldric una y otra vez—. Alguien más podría estar al acecho para volver a atacar.
Janeth solo asintió y bajó del estrado acompañada de su caballero personal.
Rápidamente, Thanael se acercó a Aldric quien alzó la vista y a pesar del dolor, se enderezó, como si todavía tuviera un deber que cumplir.
—¿En qué estabas pensando? —preguntó Thanael sujetando su antebrazo—. Podrías haber muerto.
—Estoy bien, Majestad —dijo con firmeza—. Mi deber es protegerlo, siempre lo ha sido.
Thanael no podía apartar la mirada de él. Ver a Aldric, sangrando, pero firme, le recordó por qué lo había elegido como su caballero. No era solo un guerrero excepcional; era un hombre cuya lealtad y valentía no conocían límites.
Esa misma noche, cuando el castillo estaba sumido en el silencio, Thanael abandonó su alcoba. Janeth descansaba profundamente y su respiración calmada era lo único que rompía la quietud del cuarto. Fue un día agotador para ambos, no le hacía bien que estuviera intranquila por lo sucedido en la ceremonia, especialmente no cuando se había pasado esos días con malestares que apenas la dejaban dormir, así que verla tranquilamente dormida fue como un respiro para él.
Debía cuidarla, pero su mente no dejaba de lado el estado en el que dejó a Aldric con el médico. El caballero era bastante testarudo y aun cuando la sangre en su cuerpo era evidente, quería asegurar que estaba bien. Esos pensamientos lo mantuvieron despierto.
Con una lámpara en la mano, caminó con cuidado por los pasillos oscuros del castillo, asegurándose de que sus pasos no hicieran demasiado ruido. Aunque cada cruce parecía interminable, no se detuvo en ningún momento, necesitaba verlo y saber que realmente estaba bien.
Thanael se detuvo en la puerta antes de entrar a la habitación, sintió una punzada de nerviosismo que no pudo ignorar y que le impidió continuar. Se preguntó si de verdad valía la pena correr el riesgo de que alguien lo viera y se diera cuenta de que algo demasiado personal sucedía entre él y Aldric, por su mente incluso cruzó la idea de volver a su alcoba, pero la necesidad de verlo era más fuerte que cualquier duda.
Empujó la puerta con cautela, asegurándose de no hacer mucho ruido y entró sigilosamente. La luz de las velas iluminaba la estancia y la figura de Aldric recostado en la cama con su torso al descubierto y un simple pantalón de lino cubriendo su cuerpo. Sus pies estaban descalzos y la herida en su costado estaba envuelta con un vendaje limpio que resaltaba contra su piel bronceada.
Aldric abrió los ojos al notar la presencia de Thanael dentro de la habitación, se incorporó rápidamente, pero el dolor en su costado lo hizo soltar un quejido ahogado, llevándo una mano al costado por acto reflejo.
—Perdón, no quise... —se apresuró a decir Thanael algo avergonzado, girándose sobre sus talones para darle la espalda.
—Está bien —respondió Aldric con voz entrecortada—. Solo... me cubriré, Majestad.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó Thanael sin volverse—. ¿No te lastimas?
—No —se apresuró a decir Aldric, aunque la tensión en su voz lo traicionaba—. Puedo solo.
Sus movimientos eran lentos y dolorosos.
Thanael esperó en silencio, tratando de no mirar, pero el sonido de Aldric luchando con la tela lo hizo girar ligeramente la cabeza. A pesar de que el caballero aseguraba que podía vestirse solo, cada movimiento le costaba un esfuerzo. La camiseta de lino que intentaba ponerse parecía una tarea imposible mientras trataba de evitar el dolor en su costado.
Thanael desvió la mirada por respeto, pero no pudo evitar que la imagen de Aldric se quedara grabada en su mente. El tiempo que había pasado sin verlo de cerca no lo había preparado para lo que acababa de presenciar. Siempre supo que Aldric estaba bien entrenado como militar y que tenía un físico atlético envidiable, pero lo que vio en esa habitación era más que eso.
Su pecho, amplio y definido, parecía haber ganado aún más musculatura desde la última vez que lo recordaba. El tono firme de su abdomen era un testimonio de años de entrenamiento arduo y sus brazos, fuertes y marcados, eran inconfundibles incluso a la luz tenue que llenaba la habitación.
Como lo tenía en sus recuerdos, Aldric siempre ha tenido un buen cuerpo. En aquel entonces cuando se bañaban juntos en la playa a escondidas, Aldric era fuerte, pero había algo más juvenil en su físico. Ahora, ese mismo cuerpo había madurado, se convirtió en una imagen de disciplina y fuerza que Thanael no podía ignorar.
Intentó apartar esos pensamientos de su mente, pero la intensidad de la imagen no lo dejaba. Se sentía culpable por pensar en Aldric de esa manera, especialmente cuando había ido a verlo por preocupación, no por algo más.
Finalmente, Aldric logró colocarse la camiseta y levantó la mirada hacia Thanael que seguía de espaldas a él.
—Listo, Majestad —dijo con un leve suspiro, tratando de parecer relajado.
Thanael asintió y se giró completamente hacia él, esperaba encontrarlo ya cubierto al girarse, pero lo que vio le arrancó una risa involuntaria. Aldric apenas había logrado abotonar un par de botones de la camiseta, dejando buena parte de su pecho al descubierto y el tejido lucía ligeramente transparente por la luz, apenas ocultaba algo.
—¿Qué sucede? —preguntó Aldric al escuchar la risa del rey que tenía su mirada fija en su pecho. Por un momento pensó que tenía alguna mancha de sangre o algo, pero no había nada en su camiseta.
—Sigo viendo todo, Sir Aldric —respondió Thanael, todavía con una sonrisa juguetona en el rostro.
Aldric rodó ls ojos.
—Me cubriré con las sábanas si le incomoda, Majestad —declaró Aldric acercándose más a la cama.
—No me molesta en absoluto, deberías saber eso —replicó Thanael, dejando el candelabro en la cómoda junto a la cama.
—¿Qué hace aquí a estas horas, mi señor? —cuestionó Aldric cambiando de tema antes de que las cosas se volvieran realmente incómodas.
—Quería asegurarme de que estabas bien —dijo Thanael en voz baja—. No he podido dejar de pensar en lo que pasó hoy. Además, te dejé con sangre en los costados y no sintiendo dolor por la adrenalina del momento.
—Estoy bien, solo un poco adolorido, pero nada que no pueda soportar. Podré volver a mis labores mañana —informó Aldric.
—Claro que no —replicó Thanael con firmeza—. El doctor me informó que debes estar en reposo por al menos tres o cuatro semanas. Dependerá de cómo sane la herida si podrás volver a tus labores.
—Bueno, yo me siento bien para seguir siendo su escolta, Majestad.
Thanael negó con la cabeza, tomando la muñeca de Aldric con cuidado y tirando de él suavemente para que se sentara junto a él en la orilla de la cama.
—No, Aldric. Recibiste una herida en tu primer día como caballero. Eso dice mucho de ti, así que no te preocupes, yo estaré bien —le aseguro Thanael aún con su mano en la muñeca del caballero—. No sé en qué estabas pensando, pero gracias por salvarme.
Aldric se dejó guiar, aun estando nervioso se sentó junto a él.
—Solo estaba cumpliendo con mi deber, Majestad —dijo en un susurro, mirando hacia el suelo.
Thanael lo observó buscando algo más en los ojos de Aldric, algo que siempre había estado ahí pero que rara vez reconocían.
—No vine aquí como tu rey, Aldric —declaró Thanael, levantándose y asegurando la puerta con el pestillo antes de volver a sentarse a su lado.
Thanael podía asegurar que vio como las mejillas de Aldric se sonrojaban en cuanto lo miro a los ojos. Vio como este quiso alejarse, pero él impidió que se moviera de su lugar al apretarle la mano.
—¿A dónde vas? No muerdo —indicó Thanael con una sonrisa en el rostro.
—Esto es arriesgado, majestad, alguien podría venir a ver cómo está mi herida.
—Tu tranquilo y yo nervioso, ámbar.
Aldric trago en seco al escuchar aquel apodo. La presencia de Thanael en la habitación le ponía muy nervioso, tanto que no sabía qué hacer. Intentó volver a moverse, pero al hacerlo sintió una punzada en su herida que le hizo soltar un quejido.
—Recuéstate —ordenó Thanael, al ponerse de pie y acomodar las almohadas—. No haré nada, tranquilo.
—C-creo que debería volver con la reina —consideró Aldric siguiendo los movimientos de Thanael.
—Ella duerme tranquilamente, no me extrañará —seguro el rey—. Relájate ya, en serio.
Aldric asintió y se dejó hundir en las almohadas, pero sus nervios aumentaron cuando vio a Thanael quitarse los zapatos y subirse a la cama.
—¿Qué hace?
—Me recostaré contigo un rato y te cuidaré. Eso hago Dric —respondió Thanael pasando un brazo detrás de los hombros de Aldric para sostenerlo con cuidado.
—No creo que deberíamos...
—Olvídate del deber y solo recuéstate conmigo, por favor —murmuró Thanael, acariciando suavemente su brazo para calmarlo.
Aldric finalmente se permitió relajarse e inclinó su cabeza sobre el hombro de Thanael. El silencio que compartieron no era incómodo, era íntimo y le gustaba mucho más de lo debería.
El único sonido en la habitación era la respiración pausada de Aldric y Thanael, acompañada por el leve crepitar de las velas. Estaban recostados juntos en la cama, un momento que era tan íntimo como peligroso. Pero esa noche ambos decidieron ignorar las posibles consecuencias.
Thanael mantuvo su brazo extendido detrás de los hombros de Aldric, dejó que sus dedos tocaran los pies desnudos del caballero, rozándolos de manera juguetona.
Aldric, que había estado en un silencio reflexivo, soltó una risa suave al notar el gesto.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó con algo de incredulidad y diversión.
—Nada —respondió Thanael con una sonrisa—. Simplemente comprobando si eres tan tenso como pareces.
Aldric aceptó el juego y movió sus propios pies para responder al contacto, haciendo que ambos rieran por lo bajo, como si fueran niños compartiendo un secreto. Un momento de ligereza que ambos necesitaban desesperadamente.
Cuando las risas se calmaron, el silencio regresó, pero no era incómodo. Era un silencio que dejas en el aire la complicidad de sus sentimientos que en ese instante estaban a flote de piel. Aldric se sintió más relajado de lo que había estado en semanas, dejó caer su cabeza por completo sobre el pecho de Thanael, cerrando los ojos mientras escuchaba el ritmo constante de su corazón.
Thanael, por su parte, no podía ignorar la calma que le daba tener a Aldric tan cerca. Durante meses reprimió sus sentimientos, convenciéndose de que lo mejor para ambos era mantener la distancia. Pero en ese instante, todo lo que deseaba era quedarse así, con Aldric apoyado en él, como si el tiempo no existiera.
—Tengo una pregunta que no me deja dormir —susurró Aldric, rompiendo el silencio mientras jugaba con los largos y suaves dedos de Thanael.
—Te escucho —respondió mirando cómo Aldric parecía muy entretenido entrelazando y desentrelazando sus dedos.
—¿Las razones para volverme caballero fueron por mis habilidades o por lo que tú y yo... tenemos? —preguntó con voz temblorosa, temiendo por la respuesta.
Thanael tomó un momento antes de responder, y con sus dedos acarició con suavidad el cabello de Aldric.
—Ambas —dijo—. No por lo que tenemos, más bien porque confío en ti. Como te habrás dado cuenta, los caballeros que dejó mi padre no están dispuestos a recibir una puñalada por mí. Elegirte a ti fue una prueba para los demás. Me daré cuenta quién está conmigo y quién contra mí.
Aldric suspiró dejando escapar algo de la tensión que había acumulado. Mientras esperaba la respuesta de Thanael.
—Soy el cebo entonces —murmuró Aldric.
—Y yo el anzuelo, Dric —señaló Thanael con una leve sonrisa—. No te dejaré solo, en nada.
—Yo tampoco pienso dejarte solo con esos buitres que quieren aprovecharse de ti —susurró Aldric, con una firmeza que hizo que el corazón de Thanael diera un vuelco.
—¿Hay algo que sabes que yo debería saber? —preguntó Thanael, inclinándose ligeramente hacia Aldric, disfrutando de la cercanía de su cuerpo.
Thanael vio como Aldric levantó la mirada, frunciendo el ceño ligeramente, como si tratara de resolver un enigma. Esa expresión, tan tierna y sincera, le recordó los días en que ambos eran más jóvenes, cuando esa misma mirada lo había desarmado tantas veces.
—Dijiste que no viniste aquí como mi rey —respondió Aldric, ladeando la cabeza en un gesto inquisitivo y estirando sus labios finos en un puchero.
Thanael sonrió ampliamente.
—Es cierto, cariño mío. No tienes que mirarme con esos ojos —susurró con dulzura.
Aldric dejó escapar una risa suave al escuchar la manera tan suave en la que le habló. Siempre quiso que se dirigiera a él con esa dulzura.
La seriedad regresó rápidamente a la expresión de Aldric.
—Bueno, pero no sé nada. Y si lo supiera, te lo diría de inmediato. Solo te soy leal a ti. El resto es puro compromiso —declaró alzando sus cejas.
El rey no respondió de inmediato, en cambio, se inclinó ligeramente y presionó su frente contra la de Aldric, cerrando los ojos por un momento.
—Y lo aprecio, Dric —susurró Thanael antes de separarse y dejar que Aldric volviera a recostar su cabeza de su hombro.
Aldric finalmente se dejó vencer por el sueño, escuchando la respiración tranquila de Thanael y el calor reconfortante de sus brazos, mientras que el rey permaneció despierto. Sabía que momentos como aquellos eran efímeros, robados de un mundo que nunca les permitiría ser ellos mismos. Pero, por esa noche, decidió que eso era suficiente.
Solecitos, hasta aquí el capítulo de hoy. Espero que les haya gustado.
Pasaron muchas cosas, La princesa Hanna coqueteando y Thanael celoso de su hermana. El abrazo que le dio Aldric y el momento íntimo en la habitación.
Thanael están cada vez más reviviendo el amor que dejaron a medias hace cinco años, ¿que ten pronto creen que se besen? Cuéntenme cuál fue su momento favorito entre Aldric y Thanael.
Adelanto del próximo capítulo: Entrenamiento juntos.
Nos seguimos leyendo pronto.
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