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VI. No he olvidado

Canción del capítulo: this is what autumn feels like de JVKE (escuchen la canción mientras lee. Para una mejor experiencia🫶🏻)

Para engañar a mi soledad la compañía que la sustituya debe cumplir con el requisito de darme la tranquilidad que el silencio me ha enseñado y tú, llenas mi alma de paz —Kim Jade.

Desde la boda del rey Thanael, Aldric se sumió en una rutina en la que día y noche, se dedicó a entrenar y trabajar sin descanso, los caballeros superiores comenzaron a notar la intensidad con la que se entregaba cada día un poco más que el anterior.

Para Aldric, mantenerse ocupado no era solo un medio para mejorar como guerrero y líder, sino también una manera de evitar pensar en el caos emocional que lo había envuelto desde el matrimonio de su rey.

Cada día comenzaba antes del amanecer, salía de casa cuando el sol apenas empezaba a salir y aclarar el cielo, el aire fresco de la madrugada le enfriaba la piel mientras caminaba hacia el campo de entrenamiento. En cuanto los primeros rayos de sol bañaban el pueblo de Horthonie, él ya estaba inspeccionando a sus tropas, revisando el equipo y asegurándose de que cada soldado estuviera en las condiciones adecuadas.

Con una mirada dura y el ceño fruncido, dirigía los ejercicios de resistencia y combate. Bajo sus órdenes, los soldados corrían largas distancias con peso en sus armaduras, practicaban maniobras en formación cerrada y se enfrentaban en simulacros de batalla que replicaban situaciones reales.

La voz de Aldric resonaba en el campo con autoridad, su postura era rígida y sus palabras firmes no dejaba lugar para la duda o el error.

—¡Más rápido, Evan. ¡Si esto fuera una emboscada, ya estarías muerto! ¡No pierdas el paso! —gritó Aldric desde su lugar.

Los soldados lo respetaban, aunque sabían que no encontrarían indulgencia bajo su mando. Aldric mantenía un control tenaz, no sólo sobre sus hombres, sino también sobre sí mismo. Mientras las horas pasaban, él supervisaba tareas, organizaba recursos y asignaba responsabilidades con meticulosidad, su ambición era ser ascendido a sargento mayor.

Sabía que el rango no llegaría solo con el dominio del combate cuerpo a cuerpo, la resistencia física o el manejo de armas, habilidades que dominaba con excelencia. Para lograrlo, también necesitaba demostrar conocimiento administrativo, algo que era una debilidad para él.

No había tenido una educación formal, desde que cumplió la mayoría de edad su educación estuvo enfocada en el entrenamiento militar, apenas podía leer porque tuvo el privilegio gracias a que era cercano a Thanael y su madre tenía buena relación con la realeza, sigue siendo una cocinera de confianza y por esa misma razón él tuvo acceso limitado a un escriba.

Aunque podía leer de manera básica, su falta de fluidez al escribir le había costado vergüenza en el pasado.

Había intentado aprender por sí mismo, imitando las letras de los informes que leía con dificultad, pero los resultados eran desastrosos. Las palabras se le escapaban y su frustración crecía, lo que le impedía aún más poder intentar algo.

Contratar a un escriba estaba fuera de su alcance y aunque había caballeros alfabetizados en su unidad, la idea de pedir ayuda a uno de ellos le resultaba humillante, aún cuando sabía que la mayoría de los soldados y sargentos de su mismo rango estaban en la mismas que él.

La única opción que le quedaba era acudir al sacerdote de la iglesia principal de Horthonie. Aunque no le entusiasmaba la idea de mostrar sus debilidades, mucho menos de solicitar ayuda a la iglesia, sabía que debía tomar ese paso si quería alcanzar el rango que deseaba.

Hacía mucho tiempo que no pisaba la Iglesia, ese antiguo edificio de piedra que había evitado durante años. La última vez que estuvo allí, fue para pedir perdón, para rogar a Dios que le ayudara a deshacerse de lo que sentía por Thanael, de la culpa que lo devoraba. Fue allí donde, de rodillas, levantó las manos al cielo, exigiendo una solución a un amor que no debía sentir, suplicó para que aquel sentimiento hacia su amigo, se desvaneciera. Como en otras ocasiones, sus plegarias no fueron escuchadas.

Pero en ese momento que fue a pedir ayuda, sintió la presión de un nuevo tipo de vulnerabilidad. Y se preguntó cómo podría ser capaz de entrar al mismo lugar que había evitado por tanto tiempo, pero la necesidad de ser alguien de respeto en el ejército le dio el impulso que necesitaba para ingresar a la iglesia.

No podía permitirse ser un hombre limitado por su ignorancia, ni por su pasado. Tenía que mejorar, para él mismo y para su futuro.

Los bancos de madera eran casi los mismos que recordaba, desgastados por el tiempo, cubiertos por un suave polvo.

Aldric caminó con pasos pesados hacia el confesionario. El sacerdote que atendía a la comunidad, el viejo padre Rednor, lo miró con algo de sorpresa al verlo entrar. Él era un visitante muy escaso desde que se unió al ejército. Aun así, el sacerdote no hizo preguntas, algo que el sargento agradeció.

—Padre Radnor —saludó Aldric en voz baja en cuanto llegó a su lado con cautela. No sabía cómo empezar, no sabía si siquiera podía pedir lo que tenía en mente.

—Sargento Aldric... —respondió el sacerdote—. ¿Que lo trae por aquí?

Aldric dio un paso hacia el confesionario y se detuvo, mirando al sacerdote con la mirada baja, al estar allí no podía despojarse de la culpa que seguía siendo parte de él, pero sabía que su solicitud no tenía nada que ver con lo que había pedido años atrás.

No estaba allí buscando perdón, ni redención, ni a pedirle a Dios que liberara su alma de su deseo prohibido.

—Padre... —dijo finalmente sin levantar la vista. — Necesito ayuda. Quiero aprender a leer y a escribir correctamente. Mi trabajo me exige más de lo que puedo dar.

El sacerdote solo lo miró en silencio durante un largo momento.

—Lo sé, sargento Aldric —dijo el padre Radnor—. La lectura y la escritura son puertas a mundos más grandes. Puedo ayudarte con eso, si de verdad lo deseas.

Aldric asintió y volvió a sus labores como sargento.

Después de haber tomado el valor de ir a la Iglesia pidiendo algo que posiblemente iba a ser rechazado, no pensó que tendría que buscar en su interior el mismo coraje para ir a la primera clase con el sacerdote Rednor, pero fue recibido con paciencia y comprensión, ajustando las lecciones a los pocos momentos que podía permitirse.

El único momento que tenía para las lecciones era al final de la tarde, cuando podía escaparse un tiempo de sus responsabilidades sin descuidar a los soldados bajo su mando. Empezaron con cosas básicas como el abecedario, la estructura de las palabras y la lectura de textos sencillos, casi siempre los salmos o pequeñas parábolas de los libros religiosos.

—La paciencia es tan importante como la fuerza, Aldric —le decía el padre Radnor cuando se frustraba por cometer un error al escribir o leer—. Has aprendido a dominar tu cuerpo, ahora es momento de que domines tu mente.

Estaba profundamente agradecido con el padre Radnor, pero no dejaba de sentirse torpe, como un pequeño niño que empezaba a dar sus primeros pasos y se caía una y otra vez. Era un hombre que dirigía a otros en combate, alguien respetado por su disciplina y valentía, pero frente al sacerdote tan solo era un niño.

Algunas noches dudó de sí mismo y se preguntó en más de una ocasión si era realmente necesario que hiciera todo aquel esfuerzo, luego recordó los reportes que debía expresar a viva voz por no saber escribirlos con la fluidez requerida.

Aprendió a sujetar la pluma correctamente, cómo trazar las líneas de las palabras con precisión y cómo leer en voz alta sin titubear constantemente o durar largos minutos intentando leer la misma línea, como le sucedía cada que recibía alguna carta del castillo o directamente del rey.

Semanas después de haber iniciado sus clases, Aldric se encontró a si mismo motivado, llevando un trozo de pergamino al campo de entrenamiento y mientras los soldados descansaban, él escribía palabras y frases cortas en el borde del papel, practicando lo que había aprendido en la iglesia.

Y así continúo trazando su camino, una palabra a la vez.

Esa mañana, como tantas otras, Aldric comenzó con la inspección de las tropas. Caminó entre los soldados con las manos cruzadas detrás de la espalda, mientras revisaba cada detalle: el estado de las armas, la limpieza de las armaduras, la posición de los escudos. Cualquier descuido era señalado con firmeza.

—¡Fitz! Si llevas ese escudo así en una batalla, será tu cabeza la que termine en el suelo —vociferó desde su lugar—. ¡Corrige tu postura!

Como líder era conocido por ser alguien con quien podías hablar fácilmente, comprensible y encantador cuando no estaba inspeccionando o entrenando a sus soldados. Era un sargento admirado y de fácil acceso para cualquiera sin importar que tan bajo rango tuviera, pero no se dejaba engañar y solía ser exigente con sus peticiones.

Las órdenes de Aldric eran rápidas y claras mientras dirigía a sus hombres a los ejercicios físicos, la presencia del sargento bastaba para mantener a todos en movimiento. Mientras los soldados corrían, practicaban maniobras o se enfrentaban en combates simulados, él los observaba con atención, corrigiendo cada mínimo error.

Cuando el sol alcanzó su punto más alto, Aldric se reunió con otros oficiales para discutir los recursos y las necesidades de su unidad. Aunque su alfabetización limitada lo obligaba a reportar de forma presencial, su capacidad de liderazgo y conocimiento táctico compensaban cualquier carencia.

Los superiores valoraban su disciplina y su dedicación, era aquello que lo mantenía en la lista de candidatos para el ascenso.

—Señor sargento, una mujer estuvo preguntando por usted después del entrenamiento —expresó Evan, uno de sus mejores soldados.

Se encontraban en el comedor compartido, comiendo juntos. Por lo general los sargentos comían en mesas apartes, pero Aldric prefería hacerlo en la misma mesa que el resto, pues estando aparte no podría conversar con nadie.

—¿Una mujer? —preguntó mientras tomaba una cuchara del guiso hecho de legumbres, coles, nabos y trozos de carne.

—Sí, yo la vi cuando pregunto por usted jefe —explicó otro de los soldados que parecía devorar el pan negro en sus manos.

—¿Qué quería?

—Dijo que quería tener una conversación privada con usted —declaró Evan—. Pero me pareció que tenía interés romántico. ¿Es consciente de que es popular entre las mujeres no?

—No lo soy.

—Oh vamos, no intente ser modesto frente a nosotros —consideró otro de los soldados entre risas.

El realmente no intentaba ser modesto. Si, alguna que otra mujer se le ha insinuado antes, pero no pasaba de eso. Una vez intentó responder, pero apenas y pudo llegar a besarla antes de que saliera corriendo lejos, el definitivamente no estaba hecho para estar con una mujer, tan solo de recordar aquel beso era suficiente para espantarse.

Cuando la noche finalmente llegó, Aldric organizó las patrullas nocturnas y se aseguró de que todos estuvieran en sus puestos antes de retirarse. A pesar del cansancio, dedicó las últimas horas del día a su propio entrenamiento y a practicar su lectura.

Aunque se esforzaba por mantener su mente ocupada, pero esos momentos en los que el silencio lo invadía en la oscuridad de la noche, el cansancio no bastaba para evitar que los recuerdos de Thanael lo atormentaran.

Esa noche, se encontraba en su pequeño escritorio con la intención de escribir una carta al hombre que había marcado su vida de maneras que ni él mismo lograba entender.

"Thanael, no se komo olvidar lo que somos", una vez más arrugó el papel que terminó en el fuego.

Durante semanas y largos meses, se mantuvo sumergido en un mar de tareas y responsabilidades. Los días se deslizaban unos sobre otros sin que pudiera pensar en nada más que en el trabajo y sus lecciones.

Con el tiempo su mente dejó de tener espacio para la confusión o los recuerdos. Aunque su corazón seguía perteneciendo a Thanael Thornfield.

Cuando veía a su madre, ella siempre le hablaba con entusiasmo de la reina Janeth. Decía que era una mujer amable y valiente, una reina digna de Zemantis y una pareja ideal para Thanael. Aldric solo agradeció que al menos la reina era una buena mujer para él.

Lo único que podía hacer era desear que su rey encontrara en ella lo que él no podía darle, al menos para que su corazón no estuviera completamente vacío.

Las noticias de Thanael llegaban a él a través de rumores y relatos que circulaban entre los mercaderes, los viajeros y los nobles que pasaban por Horthonie. Todos parecían tener algo que contar y Aldric escuchaba en silencio.

—El rey Thanael acaba de firmar un tratado con Zithis —comentó un vendedor mientras compraba carne y verduras en el mercado, que como todos los domingos estaba repleto de gente—. Parece que va a llevar a Zemantis al siguiente nivel con esas máquinas de vapor. Una verdadera maravilla tecnológica, dicen.

—¿Y su reina? ¿Qué tal? —preguntó otro, con un interés que Aldric encontró inapropiado, pero se limitó a escuchar sin intervenir.

—La reina Janeth es una dama encantadora y parece que el rey Thanael está realmente feliz con ella. Siempre dicen que el amor a veces llega de las maneras más inesperadas.

No esperaba escuchar ese tipo de respuesta y se negó a si mismo que no le dolió saber que Thanael estaba feliz con su esposa, pero solo fue cuestión de segundos para ser consciente de la incomodidad que le causó.

Por otro lado, el tratado con Zithis parecía un hito importante para el reino y Aldric no podía dejar de preguntarse cómo era la vida de Thanael ahora, si en verdad estaba feliz, si sentía alguna clase de satisfacción en lo que había logrado, o si, como él, el peso de las expectativas y las responsabilidades lo consumían poco a poco.

Las noticias continuaron llegando a él indirectamente, como pequeñas ráfagas de viento que se colaban en su vida. Sabía que Thanael estaba viajando mucho, cruzando los mares, visitando reinos lejanos, siempre rodeado de cortesanos y dignatarios, mientras que él, estaba atrapado en su deber, no podía dejar de preguntarse qué quedaba de la persona que le pidió guardar el beso que ambos deseaban compartir, su amigo, su confidente y rey de su corazón.

Los recuerdos de Thanael, el príncipe de Ilarieth, llegaron a su mente, ya no era ese joven de corazón valiente y lleno de sueños. Ahora es un rey. Un hombre con responsabilidades. Y aunque Aldric sabía que su corazón debía aceptar esa realidad, no podía evitar la sensación de que la distancia, tanto física como emocional, era una herida que no sanaba.

La memoria que atesoraba en su mente y corazón llegó como un susurro suave, pero pronto se volvió nítida. El primer y único beso que ha compartido con Thanael.

Desde niño, el joven príncipe siempre buscó su compañía, primero como alguien con quien jugar y explorar los rincones del castillo y más tarde como un confidente, desde entonces eran prácticamente inseparables.

No recordaba exactamente cuándo comenzó a cambiar lo que sentía por Thanael. Quizás fue durante una de sus largas conversaciones en los jardines, cuando se dieron cuenta de que podían hablar de todo, desde sus sueños hasta sus miedos más profundos. O tal vez fue durante las tardes en la biblioteca, cuando Thanael insistía en que Aldric lo acompañara mientras estudiaba, a pesar de que los sirvientes del castillo murmuraban que un hijo de cocinera no tenía lugar allí.

Con el tiempo, su amistad se volvió algo más. Una conexión que ninguno podía negar.

La noche del beso fue como cualquier otra. Se habían reunido en el balcón de la parte trasera del castillo, un lugar apartado que ambos consideraban suyo, lejos de las miradas curiosas de los demás.

Habían pasado horas hablando, como siempre, riendo y compartiendo historias. Thanael llevaba su cabello rubio desordenado y sus ojos llenos de una luz brillante que parecía capturar todo lo bueno del mundo, estaba apoyado de la pared del castillo, mirando hacia las estrellas en ese rinconcito donde nadie los vería.

—A veces desearía poder ser libre, como ellas —expresó Thanael con la mirada perdida en el cielo nocturno.

—¿Libre de qué? —preguntó Aldric sentándose junto a él, intentando no concentrarse demasiado en lo cerca que estaban.

—De todo —respondió Thanael con una sonrisa melancólica—. De las expectativas, de las obligaciones. De todo lo que parece dictar quién debo ser.

Aldric lo observo sin decir nada más y su pecho se llenó de un calor que no pudo ignorar. Había algo en la vulnerabilidad de Thanael, en la forma en que hablaba de sus sueños y temores, que provocaba en él la gran necesidad de querer protegerlo de todo.

Antes de darse cuenta, sus ojos estaban fijos en los labios carnosos del príncipe, recorriendo con su mirada las pecas en el puente de su nariz y un impulso que no pudo contener lo llevó a cerrar la distancia entre ellos.

El beso fue suave, tímido al principio, pero lo que más sorprendió a Aldric fue que Thanael le correspondió casi de inmediato y sin una chispa de duda en el movimiento dulce de sus labios. La delicadeza de aquel beso hizo que el tiempo pareciera detenerse y en ese instante, todo lo que habían compartido, todas las miradas, las risas, las conversaciones interminables, cobraron un nuevo significado.

La conexión entre ellos no era solo de amistad; era algo más profundo, algo que ninguno de los dos había estado dispuesto a admitir hasta ese momento. La confusión no tardó en aparecer y con el rostro lleno de pánico Aldric se separó de golpe al darse cuenta de lo estaba haciendo y con quien.

—Perdóname —murmuró sin atreverse a mirar a Thanael a los ojos—. No debí... yo.

Thanael, aún con los labios ligeramente separados por la sorpresa, lo miró sin reproche en sus ojos, solo un destello de algo que Aldric no pudo descifrar, pero que lo hizo sentir aún más vulnerable.

—Dric... —Thanael comenzó a decir algo mientras ambos se ponían de pie, pero Aldric lo interrumpió.

—No. No digas nada —pidió retrocediendo un paso. El significado de lo que había hecho lo golpeó con fuerza—. No debería haber pasado. Perdóname.

Antes de que Thanael pudiera decir algo más, Aldric salió corriendo del castillo. No podía quedarse, no después de lo que había hecho, no después de haber cruzado una línea que nunca debió cruzar.

Ese beso fue la confirmación de lo que siempre había sabido en el fondo de su corazón, pero también fue el principio de una separación que lo había dejado vacío.

Las cosas en Ilarieth estaban de maravilla. Las noticias confirmaban que el reino prosperaba. Y eso, era un consuelo para él, solo le quedaba la certeza de que Thanael no había hecho nada de lo que arrepentirse. Aun si él no podía estar allí con él, al menos sabía que su vida había encontrado su lugar.

Sin embargo, mientras esperaba que su madre respondiera a los toques en la puerta de madera, Aldric no podía dejar preguntarse que quedaba para él.

No le dio tiempo a hacerse más preguntas cuando fue recibido en los brazos de su madre que siempre se mostraba amorosa cuando él la visitaba en sus días libres, que eran muy pocos, teniendo en cuenta la importancia de su trabajo en el castillo real.

Su madre era una mujer que realmente amaba cocinar para otros, especialmente para él. Aldric disfrutaba los días que la visitaba, no solo porque podía pasar tiempo con ella sino también porque comería de su mano. A veces todo lo que comía en el día era puro pan con mantequilla, no porque no tuviera comida en casa, sino porque estaba tan ocupado que apenas tenía tiempo para cocinar.

Esa mañana, la ayudó cortando vegetales y algunos trozos de carne que el llevó desde Horthonie. Durante todo el almuerzo pretendía que su madre no se diera cuenta de su cansancio y su innegable tristeza, estar en Ilarieth, tan cerca del castillo le traía recuerdos en los que no deseaba sumergirse.

Su madre se dio cuenta de lo extrañamente callado que estaba y preguntó que le sucedía, pero su única respuesta fue: "Solo estoy cansando", y para distraerla de lo que verdaderamente sentía, le habló de lo que ha estado haciendo en la iglesia. Ella se puso muy feliz por él, fue entonces cuando mencionó al rey.

—¿No recibiste alguna carta del castillo? —preguntó mientras recogían los platos de la pequeña mesa.

—Escuché a algunos caballeros mencionar tu nombre. Luego alguien de la cocina me dijo que el rey te mencionó en una reunión con el consejero militar —señaló con una sonrisa emocionada.

A pesar de que estaba sorprendido por la información que le daba su madre, aquello seguía siendo una suposición, un rumor. Así que se mostró tranquilo y no le dio mucha importancia.

Ya estaba casi convencido de que el rey se había olvidado de él. Que toda su atención estaba ahora en su reino, su esposa y el hijo que esperaba.

Las noticias viajan rápido en Zemantis, así que, como todo, se enteró por boca de otros que el rey ya estaba esperando su primer hijo con la reina, quien tan solo tenía pocas semanas de embarazo.

Era consciente de que con el tiempo dejaría de tener un lugar en la vida de Thanael y con un año desde su casamiento, ya no esperaba tener un lugar en su corazón.

La vida de Thanael estaba llena de deberes, decisiones y compromisos, todo giraba en torno a su reino y a su nueva familia. Trabajaba incansablemente para asegurar la prosperidad de Zemantis, consolidó alianzas con reinos vecinos y reformó políticas internas para mejorar la calidad de vida de su pueblo.
Los mercados estaban en auge gracias al comercio con Zaquira y la llegada de maquinarias de vapor desde Zithis prometía modernizar el reino.

Aun en medio de todo su trabajo como rey y esposo, no había olvidado ni por un segundo a Aldric, y aunque no lo había convocado al castillo, estaba al pendiente de los reportes de sus superiores, siempre buscando señales de su progreso, de su dedicación, de la manera en que lideraba a sus hombres.

Su trabajo como sargento era importante, así que decidió verlo desde la distancia y saber de él de la misma manera, las razones para hacerlo eran muchas.

Ahora que Janeth estaba embarazada, su prioridad era mantener una imagen de estabilidad, de devoción hacia su esposa y el futuro heredero. Y luego estaba la culpa que invadía todo su cuerpo cada vez que miraba a Janeth tocar su vientre con apenas unas pocas semanas de embarazo, o cuando hablaba con emoción sobre el futuro, y entonces el recuerdo de Aldric se volvía un puñal en su conciencia.

No podía evitar pensar que cualquier acto para revivir lo que había compartido con Aldric sería una traición, no solo a su esposa, sino también al hijo que estaba por venir.

Eso solo lo llevaba a pensar en esa promesa que le hizo y se preguntó si realmente podría cumplir con ella, si de verdad llegaría un punto en el que se volverían a ver, no como rey y sargento, sino como dos personas que se han amado en secreto por muchos años.

Después de todo, seguía siendo un rey y debía cumplir con el deber del trono que le exigía sacrificios y entre ellos estaba, reprimir sus verdaderos sentimientos, esos que podrían distraerlo de las necesidades de su reino.

Además, no había olvidado las palabras de Janeth en el banquete de su boda, estas pesaban en su mente cada vez que algún pensamiento sobre Aldric llegaba a su mente. Aunque ella no parecía saber nada concreto, la posibilidad de que sospechara algo seguía presente y si en algún momento descubría la verdad, temía por lo que eso significaría para Aldric.

Thanael mantuvo su distancia con él por su bien, para protegerlo. Pero incluso cuando estaba con Janeth o planeaba el futuro de su familia, había un rincón en su corazón que le seguía perteneciendo a Aldric y no dejaba de extrañarlo, cada noche que pasaba, cada nueva estación del año lo extrañaba de maneras distintas que ni siquiera el deber o la culpa podían borrar.

En primavera extrañaba su risa, esa voz grave que se volvía cálida cuando se reía. En verano, extrañaba poder apreciar su cuerpo humedecido por las aguas del mar. En otoño añoraba sus ojos ámbar que se volvían más claros y combinaban con las hojas de los árboles que empezaban a caer. Y ahora que ya están en invierno, extrañaba el calor de su piel canela haciendo contacto con la suya, aun si fuera de la manera más sutil.

Se preguntaba si Aldric lo odiaba, si también pensaba en el de la misma manera, si lo extrañaba en todas las estaciones del año. Thanael se preguntaba si él había encontrado la manera de seguir adelante o si ya lo había olvidado.

Aquella mañana, Thanael esperaba la visita de extranjeros al reino y como todos los días, desayunaba con Janeth, quien estaba más que entusiasmada de recibir a sus amigos por primera vez en el castillo y por supuesto de darles la noticia de que estaba en la dulce espera de su primer hijo.

Thanael dejó los cubiertos sobre la mesa cuando escuchó el nombre de Aldric salir de sus labios, a quien no había mencionado desde el día de la boda y le pareció extraño que lo hiciera en un momento en el que siquiera estaban hablando de algo con que se lo pudieran relacionar.

—¿Mmmh? —cuestionó Thanael para asegurarse de que ella realmente haya mencionado a Aldric.

—¿No has sabido nada del señor Dray? —cuestionó la reina concentrada en su comida—. Pensé que eran cercanos.

—Si lo éramos —expresó Thanael—. Pero estuvimos un tiempo sin vernos y ahora tenemos muchas responsabilidades.

—Invítalo al castillo algún día. No deberías perder a tus amigos por tu cargo o el de él, cualquiera que sea el caso —señaló sin mostrar mucho interés.

—Lo haré —susurró en respuesta—. Lo último que supe de él es que está haciendo un muy buen trabajo y me informaron hace una semana de que estaba preparándose para ser ascendido como teniente ya que uno de ellos desertó.

—Oh eso es bueno, ¿crees que él está preparado para ello? —preguntó la mujer alzando su mirada.

—De hecho, estaba preparando algo más grande para él. Está siendo evaluado por el capitán de Horthonie —señaló Thanael—. Hace ya un año que falta un caballero en Ilarieth y él es alguien en quien confío, pero debe ser aceptado por la corte, así que estoy esperando a que esté listo.

—Eso es maravilloso —replicó emocionada, dedicándole una sonrisa radiante —. Es bueno que tengas hombres que estén dispuestos a protegerte a ti y a su pueblo. Por la primera impresión que me dio el sargento Dray, creo que sería un gran candidato.

Thanael asintió volviendo su mirada al platillo frente a él, reprimiendo la sonrisa que estaba a punto de escapársele. No iba a negar que le agradaba saber que Janeth estaba de acuerdo con que Aldric fuera parte de la línea de caballeros del castillo.

Desde que murió aquel caballero que tuvo la osadía de desafiarlo, no ha dejado de pensar en Aldric como su caballero de confianza y ha estado trabajando para que eso sucediera lo más pronto posible.

Si no iba a poder tenerlo como él hombre que ama, al menos lo tendría como su caballero.

Para Aldric el día había iniciado con un aire fresco que daba inicio al invierno. Aún seguía en Ilarieth y había pasado las primeras horas de la mañana entrenando solo, hasta que su madre le pidió ayuda para llevar algunas provisiones al castillo. Era conocedor de la visita extranjera que rondaba por el pueblo, se decía que eran amigos de la reina y hablaban un idioma diferente al suyo.

Las visitas extranjeras siempre requerían preparativos extensos, pero hace mucho tiempo que no pisaba el castillo real pero debido a que lo ha hecho anteriormente por su trabajo, esperaba acompañar a su madre sin llamar demasiado la atención.

La cocina estaba en pleno ajetreo cuando llegaron, como era de costumbre en momentos como ese. Cocineros y ayudantes iban de un lado a otro, preparando platos que pronto llenarían las mesas del banquete. Aldric ayudó a descargar sacos de harina, cajas de frutas frescas y recipientes de especias exóticas que su madre había solicitado para la ocasión.

—Gracias, cariño —dijo ella, limpiándose el sudor de la frente mientras supervisaba el trabajo de los demás—. Ve a tomarte un descanso a casa. Yo puedo encargarme del resto y volveré en la noche.

Aldric solo asintió consciente de que ya no era necesario que estuviera allí, pero en lugar de quedarse en la cocina, subió los escalones que conducía a la parte trasera del castillo, por donde nadie más que la servidumbre caminaba y casi nunca llegan hasta el final del largo pasillo, pues la puerta para ingresar al interior estaba justo antes de doblar a la izquierda y llegar a ese rinconcito que él conocía perfectamente.

No estaba en sus planes ir a ese lugar o pasar mucho tiempo allí, pero algo lo llevó a caminar hasta el final del pasillo, sintiendo como la fuerte brisa movía su cabello que ese día llevaba completamente suelto, cayendo sobre sus hombros. Era consciente de que estaba dirigiéndose a pasos lentos al mismo lugar en el que besó a Thanael hace ya cinco años y era la primera vez que volvía allí desde entonces.

Con la mirada en el piso ajedrezado y perdido en sus pensamientos, se dijo a sí mismo: "No estará aquí". Se convenció de que Thanael estaría demasiado ocupado atendiendo la visita.

Giró su cuerpo con total confianza hacia rincón al final del pasillo, fue entonces cuando levantó vista y lo vio.

Thanael estaba de pie en el balcón, con la mirada fija en el horizonte, mientras el sonido del mar llenaba el silencio. Llevaba su atuendo real; túnica de corte largo color azul cielo, un par de calzas ajustadas de terciopelo y zapatos de punta. Su postura era relajada, casi vulnerable.

Por un momento, pensó en retroceder y dejarlo solo, pero algo en la expresión del rey lo detuvo de hacerlo. No dijo nada, las palabras parecían presas en su garganta, colgando de la punta de su lengua, sin ser capaz de pronunciar palabra alguna.

Sintió su corazón dar un vuelco cuando Thanael se giró lentamente y al verlo, una sonrisa apareció en su rostro, pero Aldric la reconoció al instante, era una sonrisa falsa, una que había visto antes en situaciones públicas, cuando Thanael fingía estar tranquilo para no preocupar a los demás.

Para la mala suerte de su rey, lo conocía demasiado bien para saber que no estaba tan feliz como intentaba parecer.

—Majestad —saludó finalmente, rompiendo el silencio mientras avanzaba un paso más.

—Aldric —respondió Thanael, intentando sonar casual, pero su voz salió un poco temblorosa—. Qué sorpresa verte aquí.

Ninguno de los dos esperaba ver al otro. No ese día y mucho menos en ese lugar. Pero al estar allí, es como si ambos estuvieran buscándose de alguna manera, después de todo, era un lugar que habían reclamado como suyo.

—Solo estaba ayudando a mi madre con las provisiones —dijo Aldric, acercándose con cautela, pero sin dejar de mantener la distancia prudente entre ellos—. Pensé que estaría ocupado desayunando con la visita.

La voz de Aldric se escuchaba tranquila, como de costumbre cuando estaba frente a su rey, cuando en realidad su corazón no dejaba de latirle fuerte contra el pecho. Era la primera vez que se veían en privado desde aquella madrugada llena de promesas y confesiones que nunca habían expresado en voz alta.

Los nervios de tenerlo frente a él después de un año sin ser digno de presenciar su belleza de cerca, estuvieron presente en el sutil temblor de sus manos que mantuvo oculto y el latir de su corazón.

Todos los días que intentó mantener a Thanael fuera de su mente, tantas cosas que hizo y que aun hacía para no pensar en él, todo quedó en el olvido mientras lo miraba a los ojos, aquellos que lucían algo cansados y tristes.

—¿Cómo sabes...? —comenzó a preguntar Thanael, pero se detuvo al recordar algo evidente.

Thanael suspiró apartando la mirada hacia el mar.

—Lo estoy o debería estarlo —admitió—. Pero necesitaba un momento para respirar. La visita es más para la reina que para mí y mantener el ritmo de una conversación en otro idioma... cansa.

Aldric no dijo nada al principio. Se apoyó en la barandilla del balcón, manteniendo una distancia prudente y siguió la mirada de Thanael hacia el océano, conocía bien esa forma de buscar consuelo en el silencio.

Todo lo que se escuchaba era el golpeteo de las olas contra las rocas. Ambos estaban sumergidos en un silencio que no era incómodo para ellos, ni siquiera cuando tenían tanto tiempo sin verse y hablarse.

Ese lugar era para ellos como un refugio, pero también un recordatorio de lo que nunca pudieron tener.

—Tiene derecho a estar cansado —susurró Aldric—. Yo debo irme ahora, Majestad.

Thanael lo observó mientras hacía una reverencia e iniciaba su camino de regreso, pero algo dentro de él lo impulsó a detenerlo antes de que se marchara.

—Espera...

En ese momento que la mano de Thanael sujetó la muñeca de Aldric haciendo que este se girara para mirarlo, ambos quedaron atrapados en un recuerdo compartido, uno que ninguno se atrevía a mencionar.

—¿Puedes caminar un rato conmigo? —pidió Thanael.

Aldric dudó por un momento, pero asintió tragando en seco.

—Sí, Majestad.

Extendió su mano derecha, con la palma abierta, dejando que Thanael colocara la suya sobre la de él de la misma manera. El contacto fue breve pero significativo y sin decir más, comenzaron a caminar lentamente dándole le vuelta al balcón sin salir del rincón, permitiendo que el sol de la mañana y el frio del invierno fuera parte de ellos.

—Janeth está embarazada —expresó Thanael rompiendo con el silencio entre ellos. Su voz era tranquila, pero había un nerviosismo subyacente que Aldric notó de inmediato—. En unos ocho meses tendré un hijo.

Aldric bajó la mirada, procesando las palabras de Thanael mientras sentía punzadas en el pecho.

Él ya lo sabía, pero enterarse directamente de sus labios, era aún más doloroso y el peso de los celos cayó sobre él de solo imaginarlo rodeándola con sus brazos y besándola a la luz de los candelabros, incluso acariciando su vientre. La imagen era cruel, pero imposible de apartar.

Y por primera vez desde el casamiento, deseó ser ella, solo para tener a Thanael de la misma manera.

Deseó, aunque fuera por un instante, ser la persona que Thanael pudiera amar abiertamente, la que pudiera recibir sus caricias en la cama, la que pudiera caminar a su lado sin miedo ni culpa.

No tenía derecho a sentir aquello, no tenía derecho a desearlo. Thanael tenía una vida que cumplir, una familia que construir, y él no era más que un recuerdo de algo que podría ser castigado con la muerte.

—Felicidades, Majestad —respondió en voz baja, pero sin alzar la vista intentando ocultar la tormenta que se desataba en su interior—. Se ve bien con ella.

Thanael se detuvo de golpe. Que él, de entre todas las personas, haya mencionado que se ve bien con Janeth, fue como si algo dentro de él se rompiera. Sabía que la gente los veía como una pareja perfecta, pero esas apariencias eran una carga que cada vez le resultaba más difícil soportar y aunque se llevaban bien, no eran más que fachas, no estaban enamorados como lo estaban ellos dos, pero Aldric no parecía tener esa posibilidad en mente.

Cuando Aldric lo miró, vio algo indescriptible en sus ojos ámbar, que luego comprendió, era tristeza. Fue entonces cuando las palabras escaparon de sus labios:

—Y tú... —masculló mientras sus ojos buscaban los de Aldric—. Tú te ves mejor conmigo.

Aldric se quedó inmóvil ante aquella respuesta cuyo destino parecía ser aclarar la confusión en su mente.

Thanael sabía que esas palabras solo añadirían más peso a la carga que ambos llevaban. Al mirar los ojos de Aldric, no vio rechazo, pero tampoco encontró alivio. Solo más de ese dolor compartido que parecía unirlos y separarlos al mismo tiempo.

El silencio se extendió entre ellos sin apartar sus miradas ni por un solo segundo. Thanael quiso añadir algo, quizás suavizar lo que acababa de decir, pero no pudo. Sus emociones estaban demasiado a flor de piel y cualquier palabra adicional solo empeoraría las cosas.

Apartó la mirada, sintiendo que había cruzado un límite que él mismo impuso por el bien de ambos. Pero la verdad era que, aunque había construido una vida junto a Janeth, su corazón seguía atado a Aldric, y en ese momento, fue incapaz de fingir lo contrario.

Than... —murmuró Aldric tomando el valor de bajar su mano lentamente y colocarse frente al rey que parecía tener un conflicto en su interior.

Thanael alzó su mirada hacia Aldric mientras su corazón se aceleraba ante el apodo que hace años no escuchaba, es como si él estuviera derribando los muros del protocolo y dejando a su paso únicamente la intimidad que ambos compartían.

Observó sus ojos claros llenos de dulzura y recordó al Aldric que lo besó en ese mismo lugar. Sintió que finalmente estaba frente al hombre del que se enamoró y se sintió tan feliz en su interior, que fue capaz de también quitar las capas del protocolo.

Con un gesto tembloroso pero decidido, Thanael tomó las manos de Aldric con las suyas, dejando de lado cualquier formalidad.

Dric... —masculló en respuesta, como si solo la mención de su apodo fuera suficiente para hacerle entender que estaba sintiendo lo mismo que él.

Que aún seguía correspondiendo su amor, que no lo había olvidado como seguramente pensaba que sí. Que no había sido capaz de dejarlo atrás, ni siquiera cuando las responsabilidades del trono y de su nueva familia lo habían consumido por completo.

Aldric tragó saliva, sintiendo que sus rodillas flaqueaban ante la intensidad de ese momento.

—No he olvidado nada —expresó—. No hay un solo día en que no recuerde lo que compartimos.

—Yo tampoco —confesó Thanael en un susurro—. Te extraño, Dric. En todas las estaciones del año, todos los días. Te pienso más de lo que debería, más de lo que quisiera.

Las palabras de Thanael eran un alivio como también una tortura para Aldric. Saber que sus sentimientos seguían vivos era una bendición y una maldición al mismo tiempo. Pero en ese instante, en ese rincón del castillo que parecía existir fuera del tiempo, nada de eso importaba.

Aldric levantó una mano con cuidado, como si temiera romper la frágil conexión entre ellos y tocó la mejilla llena de pequeñas pecas marrones de Thanael. El contacto fue suave y Thanael inclinó ligeramente el rostro hacia su mano, permitiéndose disfrutar de la calidez de su piel, misma que siempre añoraba en invierno.

La sonrisa que apareció en los labios de Thanael era melancólica. Por un instante, parecía haber paz en sus ojos, como si ese simple toque le hubiera aliviado el peso que llevaba en el corazón.

Impulsado por el momento, Thanael dio un paso adelante, cerrando la distancia entre ellos. Aldric sintió cómo su aliento frío se mezclaba con el suyo, sus rostros estaban a solo centímetros de distancia y deseó poder acercarse como lo había hecho aquella vez.

Sus miradas se encontraron en un intercambio silencioso que gritaba lo que sus labios no pronunciaban.

Cuando estaban a punto de cruzar la línea, ninguno de los dos se movió. El espacio entre ellos seguía lleno de deseo y nostalgia, pero también de la realidad que los mantenía atados.

Ambos se quedaron allí, congelados en ese momento que no querían romper, conscientes de que, aunque sus corazones lo pedían, el beso que ambos deseaban no podía llegar aún.


Solecitos, espero que les haya gustado mucho el capítulo. Estuvo cargado de muchas emociones, especialmente las de Aldric. ¿Les sorprendió que él fuera analfabeto o ya lo sospechaban?

Ahora que Thanael está planeando que Aldric sea su caballero de confianza, ¿creen que las cosas entre ellos se mantendrán profesionales cuando eso suceda o el sentimiento de querer estar juntos será más grande? No dejen de contarme que les pareció, los leo❤️.

Nos seguimos leyendo pronto🫶🏻✨

KJ.👑⚔️

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