V. Un último beso
Cancion del capitulo: Hurts Like Hell de Fleurie y Tommee Profitt
Te vi mirarme con nostalgia, quise arrebatarla de tu cuerpo, pero todo lo que pude hacer fue observarte desde lejos de la misma manera. Estábamos sumergidos en la tristeza de no tenernos y dolió profundamente no poder ser tuyo como quisiera —Kim Jade
—En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, hemos reunido a este hombre y a esta mujer para ser unidos en santo matrimonio, bajo la mirada de Dios y de su Santa Iglesia.
Las palabras de bienvenida se clavaron como cuchillo en el pecho de Aldric y supo que ya no había vuelta atrás.
Thanael fijó su mirada en los ojos brillantes de la princesa y en cómo sus labios se curvaban en una sonrisa radiante, buscó en su interior algún tipo de emoción que demostrarle, en cambio su corazón no dejaba de latir desbocado contra su pecho, sintiéndose mal por no poder siquiera sonreír.
La felicidad no era parte de su cuerpo en ese momento, estaba sumergido en la tristeza y frustración del deber.
Ansioso y deseando ladear su cabeza hacia Aldric, a quien le escribió dos cartas, una que nunca envió, a quien visitó a escondidas durante la madrugada y le prometió que guardarían el beso que ambos deseaban tener, pero eran conscientes de que aquello solo los uniría aún más y entonces los sentimientos grises que se apoderaban de sus cuerpos durante la ceremonia matrimonial, serian aún más insoportables y difíciles de sobrellevar.
El pueblo de Zemantis y algunos invitados de Zaquira eran participes del festejo que todos estaban esperando desde la coronación del rey
Thanael estuvo en Zaquira durante dos días, dejando al mando de Zemantis a su consejero Will. Durante esos días, estuvo compartiendo con la princesa Janeth, visitaron el viñedo e incluso tomaron vino juntos. No podía quejarse de los buenos tratos en el castillo de Zaquira, mucho menos de la buena compañía que era la princesa.
Trató con los consejeros y el rey, los términos del matrimonio, incluyendo los beneficios políticos, territoriales y económicos que la unión proporcionaría a ambos reinos. Así como dotes, alianzas militares y acuerdos comerciales.
Se enfrentó a su realidad cuando se firmó las aprobaciones de los consejos reales y la iglesia de ambos reinos. Vio frente a sus ojos su vida como rey de verdad, una esposa por política y probablemente un hijo por la misma razón. Nunca se imaginó formando una familia o desposando a una mujer, pero ese día, todo lo que nunca percibió como parte de su vida, se volvió real.
Lo único bueno que podía sacar de todo aquello, es que estaría cumpliendo con las expectativas de su pueblo y su familia, también que se casaría con alguien que realmente le agradaba y con quien podría hablar, no tan libremente como lo hacía con Aldric, pero era consciente de que tendría una esposa que podía mantener una conversación interesante.
Cuando volvió a Zemantis, Janeth lo acompañaba junto a su familia para tener una cena más formal y anunciar el matrimonio. Esa noche fue como una celebración privada de la buena noticia para los reinos.
La noticia viajó tan rápidamente por todo Zemantis que, al siguiente día ya se había anunciado en todas las calles y bares la presencia de la familia real de Zaquira en Zemantis, y al poco tiempo, el matrimonio del rey Thanael y la princesa Janeth estaba en boca de todos.
Todo se redujo a cenas y celebraciones durante toda la semana en la que la familia de Janeth estuvo de visita en el castillo real.
El rey llevó a Janeth a caminatas en el jardín privado, presenciar como los escuderos practicaban en el patio de armas y participó en la mayoría de los preparativos de la boda. Mientras la princesa se encargaba de los detalles de la ceremonia con una emoción que parecía desbordar la suya, él observaba en silencio, a veces perdido en sus propios pensamientos, otras observando cómo ella se desvivía por elegir cada flor, cada tela, cada detalle minucioso para su boda.
No le sorprendía que Janeth se entregara con tanta alegría a la organización, ya que era evidente lo mucho que disfrutaba el proceso. Lo que le sorprendía a Thanael era lo contrastante que era esa alegría con la suya, como si él estuviera llevando una carga sobre sus hombros.
"Es un acto de deber, solo eso", se repitió a sí mismo, aunque no podía evitar notar lo feliz que ella parecía con cada pequeña decisión que tomaba. Por un momento, se permitió preguntarse si alguna vez encontraría esa misma felicidad en el matrimonio o si simplemente aprendería a aceptarlo como un paso necesario para consolidar su reino.
Una vez que la familia Winferd se preparó para regresar a Zaquira, el castillo de Zemantis recuperó su calma habitual. No más risas, no más charlas interminables sobre flores, vestidos, política, ni la presencia constante de un futuro que parecía estar escrito desde su nacimiento.
Era un alivio para él. Podía respirar nuevamente, podía dejar de fingir, por fin podía quedarse a solas con sus pensamientos.
En la quietud del castillo, Thanael salió al balcón de su alcoba, aquel que daba hacia los jardines que ha recorrido en innumerables ocasiones, rodeado de árboles frutales y arbustos con flores silvestres. La luna estaba alta en el cielo, llena y luminosa.
Se apoyó de los muros, dejando que el fresco aire nocturno acariciara su rostro mientras sus ojos se perdían en el horizonte. Por un momento, el mundo parecía detenerse. No había más celebraciones, ni expectativas, solo la serenidad de la noche y la paz que traía la soledad. Pero incluso en ese momento de tranquilidad, no pudo evitar que su mente viajara hacia Aldric.
Pensó en su último encuentro, en la forma en que Aldric lo miró, aquella mirada que aún podía recordar con claridad, como si la estuviera viendo en ese instante. Se preguntó si también pensaba en él, si la distancia que los separaba ya era insuperable. Sabía que había algo entre ellos que no podían simplemente dejar atrás.
El pensamiento de escribirle a Aldric se instaló en su mente como una necesidad. A pesar de que la idea de dejar el castillo, de escapar por una noche y correr hacia su casa, lo tentó, fue la carta lo que finalmente decidió escribir. Si no podía verle, al menos podía expresarle lo que sentía de alguna manera.
Tomó una pluma y cuando el primer trazo tocó el papel, una oleada de emociones lo abrumó. Escribió la primera línea y la incomodidad de no poder decirlo en voz alta le apretó el pecho.
Aldric,
Te extraño.
No te imaginas lo que daría por tenerte frente a mí y poder darte al menos un último beso. ¿Deberíamos despedirnos uno del otro?, ¿deberíamos despedirnos de lo que sentimos? Cada día me convenzo de que no es necesario apartarnos, pero la realidad que me rodea es distinta y justo ahora, cuando extraño lo que teníamos, es que siento un gran nudo en mi garganta y la urgencia de darte ese beso que guardamos porque... ¿Qué posibilidades hay de que este dolor en el pecho se vaya pronto?
Desearía poder pedirte que vengas hasta aquí. Desearía poder ir hasta donde estás tú y no volver hasta el otro día.
Dentro de poco me caso y ya nada volverá a ser lo mismo. Es por eso, que esta noche, mi ámbar, añoro sentir tus labios al menos una última vez.
Con amor,
Thanael.
Las palabras se sentían más pesadas de lo que había imaginado. La idea de casarse con Janeth, de cumplir con el deber, se le hacía más distante, como si su vida fuera un curso fijo del que no pudiera salirse.
La luna brillaba con fuerza, mientras Thanael contemplaba la carta que acababa de escribir. Se quedó allí un largo rato, con el frío de la noche abrazando su cuerpo.
La mañana del domingo, la catedral principal de Ilarieth estaba adornada con ricos tapices, velas y flores. El clima era favorecedor y estaban presente nobles, clérigos de alto rango, embajadores de otros reinos. La familia del rey Thanael observaban sonrientes desde los asientos del frente.
Desde el altar, Thanael lucía un atuendo real, compuesto por un manto largo de terciopelo burdeos, bordados dorados intrincados, adornado con detalles de piel blanca con manchas negras. El manto estaba decorado con medallones bordados que contenían emblemas y símbolos heráldicos.
Debajo del manto, llevaba una chaqueta del mismo terciopelo, con bordados dorados que formaban motivos florales y geométricos. En el pecho, lucía un collar ornamentado con gemas de colores, combinando rojo, azul y dorado. La prenda estaba ajustada en la cintura con un cinturón con hebillas doradas y colgantes elaborados.
Su cabello rubio tenía las ondas habituales y parecían brillar contra la luz que se filtraba por los vitrales, las pecas sutiles en el puente de su nariz y mejillas destacaban aún más su rostro casi angelical.
Aldric, desde el fondo de la catedral, apreció sus ojos dorados que brillaban por la luz que impactaba contra su rostro. La suave curva de sus labios carnosos, mismo que no dejaba de humedecer mientras esperaba la llegada de quien sería su esposa.
Tan solo el pensamiento le causaba dolor en el pecho. Desde su ida del campo de Zaquira, ha estado preparándose mentalmente para presenciar el casamiento de Thanael y la princesa de Zaquira; sin embargo, cada segundo de espera que pasaba, menos listo se sentía.
¿Y si lloraba? No podía llorar en la boda de su rey, ni siquiera fingiendo emoción, estaba allí como parte del cuerpo militar de Zemantis, no como su amigo o lo que sea que hayan tenido. Debía mostrarse fuerte, con el pecho erguido, aunque fuera débil ante la mirada de "disculpa" que el rey le enviaba discretamente desde el altar.
Thanael lo vio desde su lugar, por encima de todas las cabezas presentes y de todos los hombres de pie junto a Aldric, fue fácil encontrar su cabellera negra y piel canela entre todos ellos. Su mentón alzado y su porte de guerrero estaban presentes, pero desde aquella distancia distinguió la desolación en su mirada.
La princesa Janeth entró al final de una procesión, vestida con un manto suntuoso sobre su vestido blanco largo y la corona de oro blanco que brillaba sobre su cabellera castaña la hacía ver aún más solemne. Iba escoltada de su padre el rey de Zaquira.
Era hermosa, Aldric no podía negarlo. Sus facciones eran delicadas y su altura era perfecta para Thanael, su cabeza apenas rozaba los hombros del rey, sus manos pequeñas y bien cuidadas se encontraron con las fuertes de Thanael y solo pensó en como también encajaban.
Es como si el destino estuviera restregándole en la cara que la persona que él amaba estaba hecha para verse así de bien junto a una princesa.
Los pensamientos que rápidamente invadieron la mente de Aldric fueron:
"Sus manos están hechas para sujetar las de una mujer. Sus brazos fuertes están hechos para sujetar la cintura de una mujer. Y sus labios estaban hechos para besar los de una mujer".
Durante la pronunciación de sus votos, Aldric sostuvo un nudo en su garganta que deseó poder arrancarlo con sus propias manos.
—Por la autoridad que me ha sido otorgada, los declaro unidos en santo matrimonio ante Dios y esta asamblea. Que el Señor ilumine sus pasos y les otorgue sabiduría para gobernar, amor para su unión y paz para sus pueblos —declaró el arzobispo.
En ese preciso momento las palabras en la carta de Thanael volvieron a sus pensamientos de la misma manera que la leyó cuando la recibió, letra por letra. Y se arrepintió de no haberse atrevido a ir al castillo de la misma manera que él apareció en su casa aquella madrugada, y compartir con él ese último beso antes de que sus labios conocieran los de su esposa.
Los cánticos en Zemantinos llenaron la catedral mientras el rey y la reina caminaron juntos hacia la salida rodeados de vítores. Thanael no se atrevió a fijar su mirada en Aldric mientras sujetaba la mano de su esposa y el guerrero mantuvo su mirada en el coro, porque sabía que, si le dedicaba una mirada al rey en ese momento, el nudo en su garganta desaparecería dejando en su lugar las lágrimas empapando sus mejillas.
Como toda celebración, hubo un banquete en el castillo, mismo que estuvo lleno de vino, felicitaciones y regalos que reforzaban los lazos políticos y de lealtad. Aldric, presenció desde su lugar, las danzas y las actuaciones de los trovadores.
Las luces de los candelabros lanzaban destellos dorados sobre las copas de vino y los platos abundantes. La risa y las conversaciones llenaban el salón, pero Aldric apenas las escuchaba. Estaba sentado junto a otros caballeros, con la espalda recta y los ojos fijos en un punto indefinido de la mesa, mientras su mente divagaba.
—Señor Dray.
Una voz dulce y aguda lo sacó de sus pensamientos, se puso de pie de inmediato, sorprendido y nervioso. Frente a él estaba la reina Janeth, con una sonrisa amplia y deslumbrante.
—Su Mejestad —saludó con una reverencia—. ¿Hay algo que pueda hacer por usted?
Aunque su tono de voz era tranquilo y respetuoso, su mente corría a toda velocidad, le extrañaba que estuviera dirigiéndose directamente a él. ¿Thanael le habría mencionado algo de su pasado? ¿Sabía algo de los sentimientos que los unían? Cada posibilidad que cruzaba su mente lo ponía más nervioso
—Sí, pasear conmigo por el salón mientras mi esposo está distraído con el trovador —señaló al rey que miraba concentrado al hombre que tocaba la guitarra en forma de media pera.
Aldric siguió la dirección de su mano, viendo cómo Thanael estaba completamente absorto en la actuación.
"Mas, ¿qué haré con mi anhelo prohibido, si amarle es pecado, pero vivir sin él, olvido?"
El nudo en la garganta de Aldric creció de inmediato. Esas palabras parecían estar arrancadas de su propia alma.
—Será un placer para mí, su majestad —expresó Aldric mientras enderezaba su cuerpo y le ofrecía su brazo a la reina, quien lo aceptó con una sonrisa.
Caminó junto a ella con pasos calculados, cuidando cada movimiento, mientras su mente volvía una y otra vez a los versos que el trovador recitaba.
Su corazón latía desbocado mientras escuchaba las palabras del poeta y entendió porqué el interés del rey al escucharlo con tal atención que parecía no darse cuenta de la ausencia de su esposa de su lado.
—He escuchado buenas cosas sobre usted, señor Dray —expresó la reina mientras caminaban entre las mesas y los nobles que se inclinaban a su paso. Su tono era amable, pero su porte era tan elegante que Aldric sentía que debía medir cada palabra—. Thanael me ha hablado muy bien de su deber, lealtad y valentía. Confío en el criterio del rey, así que espero que continúe sirviendo a la corte con honor.
Aldric asintió manteniendo su compostura.
—Lo haré, mi reina.
Sus palabras eran formales y respetuosas, pero su corazón estaba atrapado en la melodía que continuaba llenando el salón.
"Y aunque las leyes del mundo nos niegan el cielo, su voz me despierta, su amor es mi vuelo."
Sin poder evitarlo, su mirada se desvió hacia Thanael, quien estaba sentado al borde de su asiento, con los ojos brillantes como si la poesía del trovador estuviera tocando las fibras más íntimas de su alma. Aldric conocía esa expresión. Era la misma que había visto en momentos privados, cuando el rey se permitía ser vulnerable y dejaba caer las máscaras que la realeza le obligaba a llevar.
"Que los dioses me juzguen, que la hoguera me llame, mi pasión no cede, aunque el castigo reclame"
Cada palabra del trovador era como una daga que cortaba a través de sus defensas y la visión de Thanael, completamente ensimismado en la actuación, lo hizo sentirse expuesto, como si el poeta estuviera contando su propia historia.
—Parece que él ama la poesía, más aún si viene acompañada de melodía —comentó Janeth, rompiendo el corto silencio entre ellos.
Aldric, que había olvidado por un momento que estaba caminando junto a la reina, se obligó a responder, con la voz ligeramente tensa.
—Sí, es algo que siempre ha disfrutado mucho, Su Majestad.
La reina sonrió con dulzura, como si no hubiera notado el ligero temblor en sus palabras. Sin embargo, Aldric no podía evitar sentir que ella veía más de lo que mostraba, que quizás sus ojos no eran tan inocentes como aparentaban.
"Prefiero un instante en sus brazos dormido, que una vida sin él, en un mundo perdido."
El trovador terminó con un acorde suave que dejó al salón sumido en un breve silencio antes de que estallaran los aplausos. Aldric volvió a su asiento después de acompañar a la reina de regreso al suyo, pero su mente seguía atrapada en las palabras que resonaban con demasiada fuerza en su corazón.
Mientras aplaudía con los demás, levantó la vista hacia Thanael una vez más, preguntándose si él también había sentido lo mismo.
La reina Janeth se sentó junto a Thanael con la misma gracia que siempre la acompañaba, ajustando con delicadeza los pliegues de su vestido antes de inclinarse ligeramente hacia él. Su expresión era serena, pero había una chispa de curiosidad en sus ojos que Thanael notó de inmediato. Él, aún atrapado en sus propios pensamientos y sin haberse dado cuenta del regreso de Aldric a su asiento, se sobresaltó ligeramente cuando ella habló.
—Ahora entiendo mejor tu admiración hacia el señor Dray —dijo Janeth en un susurro que le heló la sangre por un instante.
—¿Mmmh? —masculló Thanael con una confusión que rápidamente trató de disimular.
—Querido, dimos un paseo por el salón y ni cuenta te diste —continuó Janeth con una sonrisa tranquila—. Conversamos. Aunque se cohibió y habló poco, pude percibir su encanto en cómo te miraba disfrutar la poesía. ¿Sabes que te admira mucho también?
El corazón de Thanael pareció detenerse un momento, pero logró mantener la calma en su exterior.
—Sí, lo sé —dijo finalmente, evitando que su voz temblara, mientras desviaba la mirada hacia su esposa, quien le sonreía con naturalidad—. ¿Por qué fuiste con él?
La pregunta salió más abrupta de lo que había planeado, pero Janeth no pareció notarlo.
—Me daba curiosidad —respondió ella mientras jugaba con la servilleta de tela en su regazo—. Es el único hombre en esta sala que no busca conquistar a una mujer, parecía algo aburrido. Además, dijiste que es en quien más confías ahora mismo y tu hermana mencionó en alguna de nuestras cenas el gran hombre que es y lo cercano que era a ti.
Thanael sintió cómo el miedo comenzaba a instalarse en su pecho. Aunque las palabras de Janeth eran inofensivas, sonaba como si estuviera trazando un camino directo hacia la verdad que él tanto se esforzaba por ocultar.
¿Habría notado algo? ¿Estaba empezando a sospechar? Su mente corría en círculos, imaginando las posibles repercusiones de que ella llegara a una conclusión equivocada o, peor aún, a la correcta.
—Éramos cercanos, sí —respondió Thanael, con cuidado de elegir sus palabras—. A pesar de que estuvimos separados por un tiempo, sigue siendo alguien importante para mí, aunque mi deber como rey me aleja más de nuestra amistad.
Janeth lo miró con un atisbo de comprensión en sus ojos.
—Es lo que suele pasar, pero no debe ser así —consideró con una leve nota de tristeza en su voz—. Me da la impresión de que es encantador. Además, tiene esa mirada dulce que te hace confiar en él sin dudar.
El comentario hizo que Thanael sintiera un nudo en el estómago. La manera en que Janeth hablaba de Aldric era demasiado cercana a lo que él mismo pensaba. Por un instante, se permitió preguntarse si ella veía algo más en esa relación.
—¿Debería estar celoso? —preguntó Thanael, esbozando una sonrisa que intentó parecer ligera, aunque su corazón latía con fuerza.
Janeth soltó una risa suave, inclinándose hacia él con un brillo juguetón en los ojos.
—No, en absoluto —respondió—. Me di cuenta de que lleva en su mirada tu color favorito.
Las palabras de Janeth lo golpearon como un martillo. Por un momento, el tiempo pareció detenerse. Thanael sabía que su esposa no tenía idea del verdadero peso de esas palabras, pero no pudo evitar sentir que había puesto al descubierto algo que él no había compartido con nadie y que tampoco pretendía hacerlo por el peligro que conjeturaba el que otros lo supieran.
Con una sonrisa apenas perceptible, Thanael asintió.
—Buena memoria —susurró intentando mantener la conversación ligera, mientras su mente volvía a Aldric, sentado al otro lado del salón.
Janeth, satisfecha con su respuesta, retomó su atención hacia la música que aún resonaba suavemente en el aire. Pero Thanael, aunque mantenía la compostura, no podía evitar sentir cómo las paredes a su alrededor parecían cerrarse lentamente, atrapándolo entre su deber como rey, su matrimonio con Janeth y los fuertes sentimientos por Aldric.
Se sintió mucho más relajado cuando todos salieron al amplio balcón del castillo que casi forma una terraza por lo espacioso que era, él necesitaba sentir el aire frío contra su rostro para al menos poder mantener una sonrisa falsa frente a sus invitados.
Su matrimonio con Janeth era más un deber que un placer, el que estuviera pensando en Aldric solo demostraría que no estaba tan feliz como el resto esperaba.
La reina se mantuvo a su lado, sujetándolo del brazo mientras esperaban que los fuegos artificiales se alzaran frente a ellos desde los jardines traseros del castillo. La escuchó reír bajito cuando el primero fue lanzado, mientras que el apenas sonrió ante la emoción del resto de los presentes.
Aldric alzó su mirada hacia los fuegos artificiales que se reflejaban sobre las aguas del mar que se movían suavemente junto a los muros del castillo. Se encontraba detrás de los cortesanos y aprovechó que todos estaban concentrados en el espectáculo de la pirotecnia para ladear su cabeza encontrando rápidamente el rostro que deseaba ver, tan solo a una distancia de tres personas delante suyo.
Tenía una buena vista de Thanael, podía apreciar su rostro con claridad. La reina Janeth reía con emoción junto a él, pero Aldric percibió la melancolía en la expresión de su rey, sus ojos brillaban frente a los fuegos artificiales que centelleaban en el cielo. Entonces se preguntó que estaría pensando él.
¿Su mente estaría divagando en el sentimiento de pérdida que estaban experimentando?, ¿pensaría en como a pesar de estar en la misma habitación la distancia parecía de kilómetros?, ¿estaba preocupado de no poder volver y cumplir con la promesa que se hicieron bajo los efectos del egoísmo?
Mientras deseaba con todas sus fuerzas poder entrar en su mente, acercarse lentamente, sujetar su mano, besar sus nudillos, abrazarlo y decirle que estaría a su lado sin importar que tanto doliera no poder hacerlo de la manera que su corazón anhelaba.
Lo besaría. Le arrancaría con un beso aquella expresión afligida.
Thanael miró por encima de sus hombros y se encontró con los ojos ámbar de Aldric mirándolo con confusión en sus cejas fruncidas y algo de dolor en su mirada. Estaba dispuesto a mantener el contacto visual si él no hubiese bajado su mirada a los pocos segundos.
Al volver a Horthonie, después de la boda, un pesado vacío se apoderó de Aldric y la soledad lo recibió con una fuerza abrasadora.
En cuanto cruzó la puerta de su alcoba, no pudo contener más lo que había estado reprimiendo durante toda la ceremonia. Las emociones que había logrado mantener bajo control en presencia de Thanael y los demás, estallaron en su pecho como una marea imparable.
Dejó caer su espada a un costado, junto con sus botas y chaqueta. Su respiración se volvió irregular y no importaba cuánto intentara calmarse, las lágrimas no dejaban de salir, empapando sus mejillas de inmediato.
Dejó caer su cuerpo sobre la cama, exhausto por la tensión del día. Miraba el techo, pero la visión se le nublaba con la humedad de las lágrimas que no cesaban. En un principio su llanto fue silencio, pero a medida que sus hombros se sacudían con la intensidad de la frustración y el dolor, se tornó más profundo.
La oscuridad de la habitación no le ofrecía consuelo, solo la oportunidad de ser vulnerable en su soledad.
El peso de la distancia entre él y Thanael, de la pérdida de algo que ni siquiera había tenido el valor de llamar suyo, se sentía asfixiante. ¿Estaba realmente perdiendo lo que ni siquiera llegaron a tener?, ¿guardar ese beso como una promesa de volver a encontrarse fue en vano?
Nunca tenía respuestas a sus preguntas y la boda de Thanael con Janeth era un recordatorio cruel de lo que no podía ser, de lo que jamás podría ser.
Finalmente, agotado por el llanto, cerró los ojos esperando un sueño que nunca llegó.
Durante la madrugada, la inquietud lo despertó nuevamente. Su mente seguía sin descanso, atormentada por pensamientos que no sabía cómo ordenar, así que, se sentó al borde de la cama y el aire frío de la noche acarició su piel. Su mirada fue directo al pequeño escritorio en la esquina de su habitación, donde solía escribir cuando necesitaba liberarse de sus pensamientos o al menos intentarlo.
Con un suspiro pesado, se levantó y caminó hacia el escritorio. La pluma en su mano temblaba ligeramente mientras la mojaba en la tinta, por más que lo intentaba, no podía encontrar las palabras correctas.
"Kerido Thanael", pensó mientras las letras danzaban frente a sus ojos, pero la impotencia se apoderó de él antes de que pudiera avanzar porque no supo cómo hacerlo, hace tanto tiempo que no intentaba escribir algo.
"Te estraño. Qiero verte, porke tubimos ke yegar asta aki?"
Las palabras se estancaron en su mente como una corriente que se negaba a fluir. Frunció el ceño y echó la pluma con frustración sobre la mesa. Su mano se cerró en un puño y con un gruñido de impotencia arrugó el papel en el que había tratado escribir.
Aunque su intento fue fallido, no había manera de capturar todo lo que sentía. Nada de lo que escribiera sería suficiente para describir la tormenta dentro de él, el dolor punzante que lo atravesaba cada vez que pensaba en Thanael, en su vida que ahora era ajena a él.
Con una mirada vacía y el corazón aún pesado, Aldric se dirigió hacia la chimenea y sin pensarlo dos veces, arrojó el garabato de la carta al fuego, observando cómo las palabras, que nunca llegarían a Thanael, se consumían en la llama.
El papel se redujo a cenizas, llevándose consigo su intento de expresarse, de conectar con el hombre que amaba, pero que probablemente nunca podría tener.
Se quedó allí, mirando cómo el papel se quemaba, hasta que el sonido del fuego comenzó a desvanecerse. Ya no quedaba nada, solo el vacío.
Aldric suspiró, se dio la vuelta y se sentó frente a la chimenea, en silencio, permitiendo que el calor del fuego acariciara su rostro.
La soledad lo rodeaba y aunque sabía que tenía que seguir adelante, algo dentro de él se negaba a aceptar la realidad. Pero no podía escapar. No podía volver atrás. Solo quedaba seguir adelante con la vida que había elegido para él, aunque eso significara cargar con un amor prohibido como el que sentía por su rey.
Hasta el capítulo de hoy solecitos, espero que les haya gustado mucho.
Cada vez estamos más cerca de adentrarnos más en la historia de Aldric y Thanael, mientras eso pasa, ¿ustedes creen que la reina sepa algo o esté fingiendo amabilidad para descubrir algo?, ¿creen que Thanael y Aldric estarán por mucho tiempo separados? Los leo.
No duden en contarme que les pareció y si les gusta como va la historia. Compártanla🥹🫶🏻
Nos seguimos leyendo pronto.
KJ👑⚔️
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