III. El peso de la corona
Canción del capítulo: Control de Halsey
Puede que haya mentido de muchas cosas, pero jamás de haberte amado. Amarte ha sido lo más verdadero en mi vida; ¿Cómo podría mentirte de tan fuertes sentimiento que solo te he dedicado a ti? —Kim Jade.
El pueblo se llenó de un bullicio propio de la presencia del monarca por esos lares. Algunos alzaban sus brazos y mostraban sus mejores sonrisas mientras gritaban: "Larga vida al rey Thanael".
Aldric por su lado, aún seguía inmerso en sus pensamientos por las recientes palabras de su rey: "Sigo siendo el mismo Thanael que besaste antes de desaparecer por cuatro años, Aldric", confiaba en que el no recordara, pero estaba claro que, como él, no olvidó ninguno de los momentos que compartieron juntos.
Por un breve momento se mantuvo detrás de Thanael y no fue hasta que este lo observó por encima de sus hombros, con una sonrisa radiante que iba dedicada a su pueblo, que Aldric se apresuró a tomar la delantera, pues ya se encontraban en su terreno.
Solo debía seguir las instrucciones dadas, era su trabajo. No estaba allí para recordar esa noche en la que besó al príncipe.
Durante su recorrido por el pueblo y visitas a las autoridades locales, Aldric recibió el saludo de algunas personas que apenas conocía, era consciente de que algo como eso pasaría mientras estuviera en cercana compañía del rey. Su amigo Mark lo saludó desde la entrada del bar que ambos frecuentaban y el aleteó su mano en respuesta.
Variarmur se caracterizaba por tener suelos pavimentados con piedras, por la hermosura de su arquitectura de mármol blanco en la mayoría de las casas. El pueblo de Horthonie gozaba de la misma belleza entre pequeñas calles inclinadas debido a la colina.
Aldric le mostró todos los lugares requeridos al rey, incluyendo su casa donde para su fortuna no se detuvieron. Siguieron su recorrido por el bosque hacia los establos donde se encontraban los mejores caballos de raza.
Aunque disfrutaba de la naturaleza, el sonido de las aves en los árboles y la brisa fría, el guerrero no soportaba el silencio entre él y Thanael mientras iban lado a lado sobre sus caballos, a petición propia del rey, sus guardias y consejero se encontraba detrás de ellos.
Su mente divagó una vez más por aquellas palabras que lo dejaron paralizado, miró de reojo las fuertes manos de Thanael alrededor de las riendas y se preguntó si este volvería a tocar el tema o estarán sumidos en ese silencio hasta llegar a su destino y volver.
Discretamente mira por encima de sus hombros, para asegurarse de que tan lejos estaban los hombres del rey y cuando percibió una distancia prudente decidió decir algo al respecto. Necesitaba expresarlo o sentía que iba a explotarle la cabeza y el corazón.
—No quería hacerlo —declaró Aldric volviendo a mirar por encima de sus hombros.
—¿De qué estamos hablando exactamente? —cuestionó Thanael.
—De lo que mencionó hace poco, antes de bajar del carruaje —susurró con la vista al frente.
—Oh —masculló Thanael—. Puede que haya pasado ya hace un tiempo, pero recuerdo perfectamente todo y no me parece que hayas tenido dudas al respecto.
—Perdón si generó algún tipo de confusión en el momento, creo que yo confundí las señales y la conexión que compartíamos. Actúe sin pensar...
—Aldric, creo que este no es lugar para hablar de ello —señaló a los hombres a sus espaldas—. Hablemos de esto en un momento más privado, ¿sí?
Solo fue capaz de asentir y recibir la sonrisa que Thanael le dedicó. No dijo nada más y se limitó a responder las preguntas que iban directamente a él. Lo último que quería era llamar demasiado la atención con la relación que de alguna manera tenían, así que mantuvo una distancia prudente que se supone debería haber entre un rey y un guerrero.
Esperó pacientemente a que el rey comprara algunos caballos de raza pura y volvieron su camino hasta el centro de la ciudad, sumidos en el mismo silencio. No surgió entre ellos ningún tipo de conversación, siquiera del buen clima que hacia aquella tarde.
No conversaron, no porque no tuvieran nada de qué hablar, más bien, porque tenían demasiado que decir y ninguna de esas palabras podían ser dichas fuera de la privacidad de ambos.
La noche llegó con la frialdad que la caracterizaba y con ella los pensamientos de Thanael se intensificaron, cuestionándose de las cosas que dijo en el carruaje. Dio vueltas por toda la habitación y cuando intento dormir, rodó por la cama de un lado a otro, que estúpido y ridículo se sentía, más al saber que Aldric "no quería hacerlo" y todas las preguntas llegaron a su mente como un remolino que no se detuvo durante el resto de las horas.
Actuar sin pensar. A él no le pareció para nada que fue un acto del todo improvisado, recuerda perfectamente la manera decidida en la que Aldric se acercó a él y juntó sus labios en un beso apasionado, lento y exquisito que nunca pudo borrar de su mente.
Decidido a expresar su pensar y esperando resolver algunas de sus inquietudes. Thanael se vistió con sus pantalones y camisa blanca de lino. Se cubrió con un abrigo y usó un manto para cubrir su rostro. Era ya de madrugada así que esperaba pocas personas deambulando por las calles.
No sabía cuándo volvería a ver a Aldric, tendrían pocas oportunidades de verse en privado mientras él viva en Horthonie y él ya no tenga más excusas para visitar aquel pueblo. Así que salió sigilosamente por la ventana y trepó por la pared del segundo piso, con ayuda de una de las ramas del árbol que le quedaba cerca pudo tocar tierra.
Thanael, envuelto en una capa oscura que disimulaba su figura, avanzaba con cautela, su respiración era medida y su pulso acelerado. El frío de la madrugada se filtraba bajo la tela, pero el calor en su pecho lo mantenía en movimiento.
Agradeció su buena memoria al caminar entre las estrechas y serpenteantes calles de Horthonie, pasó por el bar de la esquina y por algunas casas de piedra.
Cada crujido, cada susurro del viento en la distancia hacía que Thanael se detuviera y escuchara, asegurándose de que sus guardias no lo hubieran seguido. Su posición como rey hacía de cada uno de sus movimientos un acto calculado, pero esa noche la impulsividad le ganaba.
No podía sacarse de la cabeza sus propias palabras, la confesión que había soltado casi sin pensar y la expresión de Aldric que, aunque controlada, había dejado entrever algo más.
No podía esperar más. Necesitaba verlo, hablar con él sin miradas curiosas ni oídos ajenos.
Finalmente, llegó a la casa de Aldric. Era modesta, como cabía esperar de un sargento de orígenes humildes, pero estaba bien cuidada. La luz de la luna bañaba la puerta de madera y por un momento, dudó. Su mano se posó sobre la superficie áspera y una ola de incertidumbre lo recorrió. ¿Era esto un error? Pero ya había llegado hasta allí y el silencio de la noche parecía instarle a seguir adelante.
Golpeó suavemente, apenas un par de veces y esperó observando a su alrededor para asegurarse de que nadie lo hubiera seguido o estuviera mirando.
No tardó mucho en oír el sonido de pasos acercándose. La puerta se entreabrió causando un chirrido y dejando a la vista a Aldric, la sorpresa en su rostro en cuanto lo vio fue evidente cuando sus ojos avellana se abrieron en incredulidad, y la luz tenue de la vela que sostenía proyectaba sombras sobre su piel.
Aldric sin pensarlo dos veces, casi por instinto, lo tomó de la mano e hizo que entrara a su hogar.
—Su Majestad, ¿qué hace aquí a estas horas? —cuestionó alarmado, mientras su mirada se movía nerviosa hacia la ventana más cercana y rápidamente se aseguraba de que las cortinas estuvieran bien cerradas.
—Te dije que debíamos hablar en privado y si te advertía que vendría a tu casa, habrías dicho que es arriesgado y peligroso —declaró viendo la paranoia en los movimientos de Aldric.
—Lo es.
—Pero ya estoy aquí y no tienes otra opción más que hablar conmigo, Aldric.
El silencio cayó entre ellos, pesado e imponente. Aldric, con una resignación que apenas pudo ocultar, asintió y entró más en la casa, dejando que Thanael lo siguiera. Con sus manos hábiles pero temblorosas encendió un par de velas sobre la mesa de madera para iluminar la pequeña estancia.
La luz parpadeante reveló los detalles de la habitación que captaron la atención de Thanael; una estantería con algunos libros que lucían apenas tocados, un arco cuidadosamente colgado en una esquina y una simple mesa con sillas de madera. Todo en el lugar hablaba de la vida sencilla y disciplinada que Aldric llevaba.
—No creo que haya mucho que decir, majestad —declaró volviendo su mirada hacia la ventana de la pequeña sala compartida con la cocina, evitando los ojos atentos de Thanael.
—Entonces, la manera en la que me besaste hace cuatro años, ¿me lo imaginé? —preguntó Thanael apenas en un susurro, bajo una intensidad que hizo que el aire pareciera más pesado.
Aldric cerró los ojos un momento después de haber servido un poco de chocolate caliente que le sobró en la noche y negó con la cabeza en respuesta sin levantar su mirada. Su corazón martilleaba en su pecho, cada golpe era como recordatorio de todo lo que había tratado de reprimir.
—Si querías hacerlo —dijo Thanael en un tono de voz más suave.
—Si —masculló si alzar su vista y apretando su mano de la mesa en la que ambos se encontraban sentados uno frente al otro.
Thanael asintió envolviendo sus manos en la taza de chocolate que Aldric dejó frente a él, el vapor subía en espirales que se desvanecen en el aire frío.
—Yo no me arrepiento de haberte correspondido, de hecho, puedo decirte que me gustó bastante —admitió Thanael con la mirada en chocolate como si las palabras fueran más fáciles de pronunciar en la intimidad de ese momento—. Si, fue algo confuso para mí, me castigaba y me obligaba a visitar la iglesia más de lo habitual, pero nada de eso hizo que dejara de pensar en ti, en cómo me besaste y en lo mucho que significas para mí.
» Con el tiempo entendí que la conexión que compartimos, especialmente durante nuestra adolescencia, fue más que una simple amistad y aunque sabía que estaba mal pensarte de esa manera, no me arrepentí de nada, de algún modo acepté que era parte de mí y cuando te vi en la abadía, supe que no iba a deshacerme de aquello a menos que me sacara el corazón y dejara de sentir.
El silencio que le siguió fue denso. Aldric levantó la cabeza y sus ojos avellanas se encontraron con los dorados de Thanael, sin barreras, había miedo, pero también una chispa de algo más, algo que el tiempo y la distancia no habían logrado apagar.
Aldric se quedó mirándolo incrédulo por todas las cosas dichas. No esperaba algún tipo de confesión por parte de Thanael. Él siempre ha sido alguien que no anda con rodeos o teme decir las cosas que piensa. Es algo que admira de él.
El sonido de su corazón le impidió decir algo en respuesta. ¿Y si era todo parte de una puesta en escena para delatarlo con las autoridades? Él perdería más, pues después de todo, Thanael era la máxima soberanía de Zemantis y le acababa de confesar algo que podía ser motivo de una visita a la hoguera si se atrevía a mencionar lo que él sentía.
—Conozco esa mirada.
—¿Qué mirada, majestad?
—Estás dudando de mí. Te conozco, puede que no hayamos estado en contacto por un tiempo, pero te conozco desde hace mucho más, Aldric —señaló Thanael—. No miento, y está bien que tengas miedo, pero ¿conmigo? Sabes quién soy, así que me ofende un poco.
—Confío en usted, majestad, más que en cualquier otra persona —se apresuró a decir—. Pero, ¿sabe usted lo mal que me iría si dijera algo como eso? Digo, podría morir. No debería tomarlo tan a la ligera.
—Sí, ambos podríamos morir —corrigió Thanael—. Pero supuse que querrías saber qué pensaba de aquel día, ya que te fuiste y nunca pude decirlo. Estuve cuatro años con esto guardado, así que se siente liberador decirlo. Aunque me hubiese gustado que hicieras lo mismo.
Aldric lo observó con ojos brillantes, aún dudoso.
—Supongo que no estás listo para ello y está bien —declaró Thanael—. Debería irme, antes de que salga el sol y alguien pueda verme aquí. Gracias por el chocolate y por escucharme.
Thanael se levantó sigilosamente de la silla y giró todo su cuerpo hasta la puerta de entrada. Detuvo sus pasos al sentir la mano de Aldric sujetar su muñeca con delicadeza. Se dio la vuelta para verlo de frente y percibió la cercanía de su cuerpo a pocos pasos del suyo.
El sonido de sus respiraciones llenaba el poco espacio entre ellos. El contacto de la mano de Aldric sobre su muñeca fue firme, pero con una vulnerabilidad que traspasaba toda la apariencia de dureza que el guerrero intentaba mantener. Thanael lo miró, consciente de la línea que estaban cruzando.
El silencio se volvió casi sagrado cuando Aldric dejó caer sus palabras como confesiones pesadas, como verdades que llevaban demasiado tiempo silenciadas. Sus ojos brillaban con temor y anhelo, entonces Thanael supo, que ese momento era tan frágil como una hoja en una tormenta.
—Mentí al decir que no quería hacerlo. Dios sabe lo mucho que lo deseaba como también sabe de todas las noches que le pedí que lo alejara de mi para no sentir esto, que me curara de esta enfermedad —expresó Aldric, con sus dedos aún presionados en la muñeca de Thanael y sin intenciones de dejarlo ir—. Fue confuso para mí, no tenía las respuestas a tantas preguntas y todavía no las tengo, solo sé que lo que siento es real y desde entonces he tenido mucho más claro cuáles son mis gustos, como también que estos serán mi condena de por vida, lo que algún día podría llevarme a la muerte. Es por eso, majestad, que prefiero guardar silencio.
—Te entiendo, Aldric —señaló Thanael levantando su mano hasta tocar la cálida mejilla de Aldric, sintiendo la tensión de sus músculos—. Pero conmigo no tienes que guardar silencio. Tu y yo compartiremos este secreto por siempre, no tengas miedo conmigo, sólo eso te pediré.
Aldric solo asintió, creyendo que podría derretirse bajo la dulzura del toque de su rey, por la ternura de un gesto que había añorado más de lo que se atrevía a admitir.
—¿Volveremos a vernos de esta manera, mi rey? —cuestionó en un susurro casi inaudible, como si temiera por su respuesta.
—Volveremos a vernos cuando termine todo esto. Hay muchas cosas que debo hacer, algunas de ellas quizás sean más dolorosas para ambos, pero quiero que sepas que no las hago con la intención de causarnos daño —señaló dejando su dedo descansar sobre la mejilla de Aldric por un segundo más antes de apartarlo lentamente—. Guardemos ese beso de esta noche como una promesa de que nos volveremos a ver después de que todo este proceso de ser el nuevo rey pase, ¿está bien?
—Está bien.
Thanael dio un paso atrás, con una lentitud que delataba su propia resistencia a romper el contacto. Sus ojos se mantuvieron fijos en los de Aldric hasta el último momento, memorizando cada detalle, cada expresión.
—Ahora tengo que volver a ser un rey —declaró alejándose poco a poco hacia la entrada—. No te olvides de mí mientras tanto, Aldric Dray.
Aldric lo observó dejar la estancia con cautela y él silenció volvió, pero su casa aún retenía el calor de la presencia de Thanael.
Desde esa noche, aunque los pensamientos de Thanael seguían repitiendo las palabras de Aldric y como le preguntaba si volverían a verse de esa manera. Toda su atención volvió a su recorrido por las otras dos ciudades de Zemantis, era consciente que aquel viaje solo era el inicio de su reinado y que había mucho más a lo que enfrentarse en cuento posada el castillo y así fue.
Apenas tuvo tiempo de sumergirse en sus pensamientos y en sus recuerdos más recientes. Empezando por el traslado de su madre al ala del castillo que estaba reservada para su retiro, ya que las antiguas cámaras ahora pasaban a ser del nuevo rey, además, su madre ahora era una figura materna más no una soberana activa.
Sus hermanos seguían bajo sus cuidados, ya que la menor y la única mujer tenía apenas 16 años. Entre todos solo había un año de diferencia y él era el mayor con 22 años, apenas rozando la adultez.
Es precisamente por su edad que tenía lo que se aproximaba durante su mandato, pues sabía que lo subestimarían y sería considerado como alguien influenciable, que probablemente lo sería mientras dependiera del consejero que siempre ha sido de confianza para su padre.
Will ha sido de los pocos hombres que él estaba seguro que podría serle leal, sin embargo, no bajaría la guardia por ello, después de todo, el cómo rey tenía más autonomía que siendo menor de edad.
Enfrentarse a los problemas de su reino es algo que pronto debió enfrentar, a pesar de que no estaban en conflicto o en guerra con otros reinos. Aunque recibió una educación rigurosa de política, diplomacia y estrategia militar, no estaba del todo preparado para llevar la teoría a la práctica, era mucho más complejo, y cualquier decisión que tomara podría ser altamente cuestionada y sin no estaba muy seguro de lo que hacía se vería como un rey débil y como lo que es, un inexperto.
Para evitar tomar decisiones sin base o con poca información, decidió crear un consejo de expertos especializados en economía, comercio y política. Con el fin de que estos le reporten regularmente sobre temas en específicos que él requiriera antes de dar órdenes sobre las asignaciones de recursos.
Como era de esperarse, algunos nobles con facciones tradicionalistas no estaban de acuerdo con aquel nuevo consejo. Quienes abiertamente preferían mantener las cosas como en el reinado anterior. Criticaron la decisión del rey por ser un decreto abrupto, así que fue visto como un acto de nepotismo y desprecio a la estructura de poder tradicional que ya estaba establecido.
Al notar la algarabía en la corte, lo que, por supuesto le abrumó, decidió implementar cambios gradualmente para que los nobles y el pueblo tuvieran tiempo de adaptarse y las políticas fueran mejor aceptadas, sin embargo, no retiró la creación del nuevo consejo, necesitaba personas en las que pudiera confiar y que compartiera los mismos pensamientos con él.
Los días, semanas y hasta los meses pasaron frente a sus ojos como el agua cristalina de sus playas. El tiempo solo parecía una ilusión mientras estaba al mando, todo un pueblo dependía de él y esperaba de su parte una gestión justa.
Su principal plan era desligarse por completo del mandato de su padre, para lo que modificó algunas leyes, organizó el ejército y supervisó el entrenamiento de las fuerzas armadas al menos una vez a la semana; tuvo que ser juez de disputas entre nobles por titulaciones de tierras que fueron otorgadas por su padre bajo un procedimiento del que Thanael dudó, no pareció haber sido ordenado por el, pero de todos modos estaba allí y él tenía que hacerse cargo de los problemas.
En tres meses como rey, todo parecía marchar bien, su consejo especializado estaba funcionando como él esperaba y los problemas mayores ya habían sido resueltos con la ayuda de su consejero. De lo único que carecía y que pronto necesitaría para fortalecer su reino y asegurar la continuidad de la dinastía, era una esposa y un futuro heredero al trono.
Thanael pensó que realmente tendría un respiro y podría aceptar la invitación de la princesa al castillo de Zaquira. Hubiese ido antes si ella hubiese escrito una segunda carta, aunque comprendía que sin una respuesta de la primera no iba a mostrarse tan ansiosa con una segunda, que probablemente, iba a tener la misma respuesta. Así que, él debía dar el siguiente paso.
La idea de visitar Zaquira con el fin de terminar de organizar la alianza matrimonial, llegaron a él noticias que le fue inevitable ponerle atención. Su canciller hizo de su conocimiento como alguien de la corte lo estaba desacreditando públicamente a través de rumores y propaganda. Conspirando para limitar su poder y diciendo que dentro de poco se instalará un regente temporal.
Recibir aquel mensaje de su secretario le trajo un sabor amargo que no pensaba que llegaría tan rápido a su vida como rey.
El peso de la corona, apenas sostenida por dos meses, se volvía más insoportable, lo peor es que no es algo que vino de alguno de sus hermanos, algo que esperaría considerando que nunca fueron la familia más unida y feliz en la faz de la tierra, sino de un miembro de su corte, alguien a quien había confiado por su título y rango, lo estaba desacreditando.
El enojo no definiría como se sentía en ese momento. No permitiría que un acto de traición se extendiera sin confrontación. A las siete de la noche, bajo el cielo que comenzaba a oscurecerse, su consejero Will llegó a su lado, acatando la orden sin demoras.
—¿Es cierto que andan esos rumores entre la gente? —cuestionó Thanael mientras se dirigían juntos al salón del trono.
Will con su porte digno y su experiencia militar que se reflejaba en cada línea de su rostro, asintió. Sus ojos grisáceos eran insondables, pero Thanael pudo percibir un leve atisbo de preocupación en ellos.
—Mi señor, la gente siempre hablará, encuentra encanto en los chismes y solo quieren molestarlo. No responda a ellos por emoción, pues podría arrepentirse luego —advirtió Will.
—Quiero confirmar quién tiene tanta osadía para juzgar y desacreditar mi reinado de esa manera tan cobarde —señaló antes de adentrarse al salón de techos altos adornado con intrincados diseños dorados que resplandecía a la luz de los candelabros.
La sala estaba llena con todos los integrantes de la corte real, quienes se pusieron de pie de las sillas alrededor de toda la habitación, mismas que hacían juego con el trono en el centro, que reposaba sobre una plataforma de madera cubierta por una alfombra roja y sobre este un dosel.
Se sentó con la espalda recta y el mentón alzado, dejando que el silencio que siguió fuera el anuncio de su descontento, mismos que ya era notable en su expresión seria.
—He escuchado rumores —comenzó a decir Thanael rompiendo con el silencio en el que estaba sumido el salón—. Rumores que desacreditan mi reinado, que sugieren que mi juventud es sinónimo de debilidad, que he creado a mis consejeros especializados porque soy incapaz de tomar mis propias decisiones. Y, lo que es más grave, que alguien se atreve a insinuar que pronto un regente tomará mi lugar.
Un grupo mínimo de nobles intercambiaron miradas antes de que él pudiera continuar hablándoles sobre un plan falso que no pretendía poner en ejecución pronto. Todo lo que quería en ese momento era probar a cada persona parte de la corte real, es por ello que habló de la introducción de una nueva reforma económica en la que se hará un aumento de impuestos a la nobleza para financiar proyectos públicos.
Los murmullos se encendieron como brasas casi de inmediato. El arzobispo, un hombre anciano de rostro adusto, se adelantó con un murmullo crítico.
—En tiempos de su padre, el rey mantenía un control inquebrantable sobre la corte y el pueblo. No se dejaba influenciar por modas de reforma ni preocupaciones triviales —comentó en un tono de voz que rozaba el reproche.
Thanael lo miró con sus ojos dorados encendidos con una chispa de desafío.
—Hay tres cosas que debe tener claro, arzobispo —señaló Thanael acomodándose en el trono con la mirada fija en el hombre que lo observaba con el cuerpo erguido—. Yo no soy mi padre, sus tiempos de rey murieron con él y mi reinado no se va a construir sobre el sufrimiento de la gente que trabaja día tras día para ganarse su sustento —replicó Thanael con palabras tan afiladas como las de una espada mientras enumeraba con sus dedos y mantenía la mirada fija en el hombre.
El silencio volvió, pero esta vez se sentía como un vacío lleno de tensiones.
—Al menos ahora sé quiénes están de mi lado y quiénes no —continuó moviendo sus ojos de rostro en rostro—. Ahora, el que tenga objeciones sobre mi reinado, que me lo diga de frente.
La sala permaneció en un silencio sepulcral por unos segundos que parecieron eternos. Solo una voz se alzó, clara y decidida.
—Yo, majestad.
Thanael reconoció aquella voz. Era de uno de los caballeros que había mostrado resistencia en el pasado, incluso negándose a llevar a Aldric en el viaje que hicieron por las distintas ciudades. Con un ademán de sus manos, Thanael ordenó que pasara al frente.
El caballero, de mediana edad, con un semblante rígido y una expresión de falsa reverencia, avanzó hasta quedar bajo la atención de todos los presentes.
—Habla —ordenó Thanael sin apartar la mirada.
—Se dice que el rey de Zaquira, Majestad, duda de sus intenciones. Y lo que es peor, el rey de Zithis, quien siempre ha permanecido ajeno a nuestros conflictos, está renuente a reconocerlo como legítimo monarca. Creemos que debería responder a estos cuestionamientos o arriesgarse a que las tensiones se conviertan en conflicto.
El corazón de Thanael latió con furia al escucharlo hablar en nombre de la corte cuando era el único oponiéndose a sus decisiones.
Había algo en sus palabras que no encajaba. El rey de Zithis, cuya neutralidad era proverbial, había respondido hace poco a su carta sobre las tierras abandonadas por su padre con posible fertilidad para la siembra. Y, más aún, había enviado a hombres de su reino para trabajar en aquellas tierras. Era evidente que el caballero mentía.
—¿El rey de Zithis está renuente? —repitió Thanael en voz baja con incredulidad—. Eso es interesante, ya que hace pocos días recibí noticias de que sus hombres ya trabajan en las tierras que mi padre abandonó. Tierras que le escribí personalmente para solicitar.
El caballero palideció y un murmullo de sorpresa se extendió por la sala. Las miradas de los cortesanos se volvieron hacia él y la mentira quedó suspendida en el aire, expuesta como una serpiente atrapada bajo la luz.
—Entonces, parece que ya sabemos quién se opone —determinó Thanael, con una calma que ocultaba la ira que bullía bajo la superficie.
El salón se quedó en un silencio pesado, donde cada miembro de la corte contenía el aliento, esperando la próxima palabra del rey.
Thanael dirigió su mirada hacia Will, quien mantenía la compostura, pero había un leve tensado en sus labios que delataba su preocupación. A su lado, el secretario real, Amadeo, un hombre delgado y meticuloso, intercambió una mirada rápida con el consejero.
—Díganme, Will y secretario Amadeo. —La voz de Thanael fue firme, sin un ápice de la indecisión que algunos habían estado dispuestos a creer—, ¿qué tan real es la información sobre el rey de Zaquira?
Will tomó la palabra luego de aclararse la garganta.
—Majestad, hemos confirmado los rumores. Viajé personalmente a Zaquira acompañado del secretario y hablamos con uno de los consejeros principales del rey. Puedo asegurarle que las palabras de desconfianza hacia su reinado no solo se han escuchado en la corte de Zemantis, sino que han comenzado a esparcirse por las regiones vecinas.
El secretario asintió, corroborando el relato de Will.
—Es cierto, mi señor. No solo escuchamos las palabras de uno de los consejeros, sino que incluso vimos algunas manifestaciones en la ciudad, carteles y murmuraciones sobre la posible debilidad de su reinado debido a su juventud y al reciente nombramiento de un nuevo consejo.
Thanael escuchó en silencio, recibiendo cada palabra que caían sobre él como una losa. Sus ojos afilados y llenos de decisión, se posaron de nuevo en el caballero que ahora se encontraba inmóvil y tenso bajo la mirada de su rey, quien respiró hondo y se enderezó en su trono, sus manos descansando en los brazos tallados con intrincados motivos reales.
—Caballero —su voz resonó con una frialdad glacial que estaba cargada de autoridad—, en otra circunstancia, lo habría enviado a usted mismo para que respondiera al rey de Zaquira. Pero dado lo que se ha expuesto hoy, me encargaré personalmente de llevar mi respuesta. La integridad de Zemantis y mi posición como su legítimo rey no serán cuestionadas por intrigas, ni traiciones.
El caballero tragó con dificultad, pero sus ojos no se apartaron del rostro de Thanael, como si fuera un último acto de desafío que pronto se desvaneció ante las siguientes palabras del rey.
—Sin embargo —continuó diciendo Thanael—, usted ha demostrado ser desleal y ha propagado mentiras que solo buscan desestabilizar mi gobierno. Por eso, su destino está sellado. Será colgado al amanecer, como advertencia para aquellos que, como usted, se atrevan a subvertir el orden de este reino.
El murmullo que siguió fue ahogado, mezclado con expresiones de incredulidad y temor. El caballero palideció por completo y sus rodillas temblaron mientras intentaba mantenerse erguido. Los otros nobles y miembros de la corte intercambiaron miradas de asombro y ansiedad.
La orden del rey fue clara y la audacia con la que la había pronunciado dejaba en claro que Thanael no era un monarca que permitiría ser desafiado sin consecuencias.
—Guardias —llamó Thanael con un simple gesto de la mano. Los soldados de la sala avanzaron, firmes y sin dudar y escoltaron al caballero hacia la salida.
Cuando la puerta se cerró tras ellos, el rey se levantó de su trono y dejó que sus ojos recorrieran la sala una vez más.
—Que esto sirva de recordatorio —anunció con firmeza en su voz—. No me subestimen. Este reino necesita fortaleza y unidad, pero no dudaré en protegerlo de quien intente hacerle daño, venga de donde venga, sea quien sea.
La corte permaneció en silencio tras la orden del rey, sumida en el respeto y el temor. Thanael volvió a sentarse en el trono con un semblante imperturbable, aunque en el fondo de su ser sentía la carga de sus decisiones.
Ese era el precio de ser rey, el peso de la corona y no podía permitir que su juventud fuera una grieta por la que el peligro se filtrara.
Espero que les haya gustado este capitulo. No duden en contarme que les pareció.
Aldric y Thanael expresaron parte de sus sentimientos, pero ahora que Thanael tiene esta responsabilidad de rey y posiblemente pronto se case, ¿Creen que las cosas se volverán mas difíciles para ello? Los leo.
Nos seguimos leyendo pronto.
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