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II. El guerrero del rey

Canción del capitulo: Out like a light de The honeysticks

Un beso, es una demostración de amor, es la intimidad, el acercamiento que me unió a él de una manera que nunca podré deshacer de mi. Un beso fue lo que terminó de unir las hebras de la pasión que nos mantenía juntos —Kim Jade

Zemantis se regocijó por la recién titulación del nuevo rey que los gobernaría.

La celebración de la coronación de Thanael no solo tuvo lugar en el castillo, con bailes y músicas especiales, un enorme banquete y desfiles ostentosos, sino también en las calles y tabernas, donde cantaban con felicidad la proclamación de su nuevo rey, que para algunos su juventud traía novedades, para otros seguía siendo demasiado joven para gobernar Zemantis.

Luego de haber saludado con una sonrisa radiante y sintiéndose menos rígido que cuando entró a la abadía, fue mucho más receptivo al banquete de coronación, un evento de prestigio reservado para quienes eran parte de la jerarquía social y militar del reino.

Thanael se sentó en el centro de la mesa principal en forma de L, con su familia a su lado. Junto a ellos, la princesa Janeth Winferd de Zaquira tenía un lugar destacado junto al rey Thomas Winferd de Zaquira. Los demás que conformaban la mesa, eran el rey Gael Jones de Zithis, junto a su esposa la reina Saira Jones de Zithis y algunos de sus caballeros.

La música del violín y el arpa llenaban el salón donde los consejeros y caballeros reales de alto rango danzaban en el centro, junto a damas nobles que presumían sus vestidos elegantes y peinados extravagantes. Thanael se mantuvo en su lugar sin decir mucho, se limitó a sonreír cada vez que algún dirigente hacía contacto visual con él. Agradecía tener a su hermana a su lado y a su madre del otro, pues sus hermanos no estaban tan felices como el resto de la corte y la Iglesia, de que él fuera el rey.

La comida del banquete se extendía frente a él y además de sonreír por cortesía a sus dignatarios, disfrutó mucho más de la música, el baile y por supuesto, la comida. Mientras llenaba su copa de vino, rio por los comentarios de su hermana.

—¿No luce el señor Cavilien bastante chistoso con esos pantalones ridículos? —cuestionó en un susurro.

—Creo que solo intenta dar una buena impresión y quizás conseguir a alguna noble que desposar. No creo que haya otro motivo para tal engalane tan reforzado —masculló tomando del vino en su copa de cristal, para ocultar su sonrisa burlona.

—No creo que le sea de mucha ayuda, ni sus pantalones, ni ese parloteo sobre política —señaló Hanna tras una risita que hizo sonreír a Thanael—. Temo que esa pobre mujer pronto estará muerta del aburrimiento con tanta palabrería.

El señor Matthew Cavilien era el maestro de campo, un hombre alto de piel morena y cuerpo musculoso, siempre cuidaba su imagen y no fue la diferencia para ese día. Aunque en sus cuarenta años se ha casado algunas cinco veces y el tiempo que duraban su matrimonio era una gran cuestión para todo el reino.

—Pueden por favor comportarse, los puedo escuchar parlotear sobre el señor Cavilien —les interrumpió su madre.

—Madre, tienes que relajarte, es una fiesta. Nadie está prestando atención a lo que hablamos.

—Todos tienen la atención en ti, Thanael —corrigió—. Ya no eres un príncipe, eres el rey de Zemantis, esas risillas para otro momento. De hecho, deberías invitar a la princesa Janeth a caminar por el salón y hablar con ella, después de todo es tu futura esposa.

Thanael apretó sus dientes, inflando su pecho y levantando su barbilla con seriedad. Hanna bajó la mirada y se dispuso a comer en silencio, sintiendo la mano de su hermano mayor sobre sus hombros, aunque él quiso reconfortarla, sabía que éste pronto dejaría su lado en la mesa para cumplir con su deber como rey y anfitrión de la festividad.

El rey ladeó su cabeza hasta encontrar a la princesa junto a su padre, apenas había tocado su plato de comida, solo estaba allí sentada con elegancia, apenas sonriendo con la mirada puesta en los músicos. Notó cómo movía sus dedos sobre la mesa al compás de la música.

Tomó un respiro y un trago de vino antes de levantarse de su lugar con sumo cuidado, lo que, por supuesto, llamó la atención de casi todo el que estaba presente, a excepción de los nobles que estaban perdidos en su danza. Thanael caminó hasta la princesa de Zaquira.

Él era consciente que debía ganarse la confianza de la corte y del pueblo, también que la mejor manera de hacerlo era demostrando que tenía intenciones de mantener la dinastía Thornfield y desposar a una mujer que sea digna de ser llamada reina y en un futuro no muy lejano llevar en el vientre al hijo legítimo de rey. Ninguna otra dama en aquel salón era más merecedora que Janeth Winferd.

—Señorita Winferd, ¿me permite caminar con usted por el salón? —cuestionó en cuanto llegó a su lado, extendiendo su mano derecha dispuesto a tomar la suya.

Si mostraba iniciativa, daría una buena primera impresión frente a la corte, aunque no era la primera vez que hablaban o compartían juntos. Su padre se encargó de presentarlos, organizar cenas con él y su familia en el reino de Zaquira, de hecho, esa fue la principal razón para que se terminara el leve conflicto entre ambos reinos.

Janeth Winferd era la única hija del rey de Thomas, por lo que un matrimonio con el futuro rey de Zemantis establecería buenas relaciones políticas entre ambos reinos; aunque Thanael no se confiaba mucho de los planes de un hombre que ya está muerto.

Además, de todas las mujeres que se le presentaron como posible esposa, ella era la más ideal para ello. Era una persona dulce e inteligente, con una apariencia delicada, su piel naturalmente pálida, sus labios finos tintados ligeramente carmesí. Su cabello siempre lo llevaba perfectamente arreglado, con diademas de oro blanco con diseños de hojas de otoño.

A pesar de que sus verdaderos sentimientos estaban destinados a otra persona, no podía alegar ignorancia de la belleza y el encanto de la mujer que camina con él por el salón. Es consciente de que no podría casarse con esa persona o siquiera pensar en ello como algo más. No solo por la naturaleza de su amor que iba en contra de todas las leyes, especialmente las de la Iglesia, sino porque él no tenía opciones de elegir y entre las pocas que tenía, estaba la princesa Winferd.

—Está usted hermosa en esta tarde, señorita Winferd —declaró Thanael atreviéndose a tomar la delicada mano de la mujer que reposaba sobre la suya y dejar un casto beso.

—Me atrevería a decir que se ve mucho mejor desde nuestro último encuentro, majestad —declaró Janeth dedicándole una sonrisa—. El azul es su color.

—Un color representativo de Zemantis, admito que es de mis colores favoritos, junto al amarillo ámbar, me parecen colores bastantes cautivadores —indicó sonriendo sin mostrar sus dientes—. Debo agradecer el halago.

—Lástima que carezco de esos colores en mis ojos, creo que de esa manera sería más atractiva a su vista —señaló bajando su mirada.

—No me parece que sea menos atractiva por eso. Sus ojos cafés tienen el mismo encanto que su sonrisa —susurró mirándola por encima de sus hombros—. Y su cabello rubio ya resalta las facciones de su rostro. No creo que necesite ojos de otro color.

Janeth se rio cubriendo parte su rostro con su mano libre y Thanael dejó ver su sonrisa genuina al notar como esta se sonrojó por su halago.

Lo que en un inicio se sintió como una obligación, un deber, terminó transcurriendo como un rato agradable del que él mismo se sorprendió. No faltaron las risas de sus propias bromas para aligerar la carga que caía sobre ellos mientras bailaban juntos en medio de todos los invitados y los ojos de cada persona sobre ellos.

—Por favor, visítenos la próxima vez, majestad —le pidió Janeth mientras se despedían en la entrada del castillo, donde su carruaje aguardaba junto a sus guardias y su padre que ya se encontraba dentro—. Me gustaría que diéramos un paseo por nuestro viñedo.

—Me parece perfecto que nos veamos una vez más, antes del...

—Casamiento —terminó de decir Janeth.

—Correcto —susurró Thanael tomando su mano para besarla en forma de despedida—. Que tenga una feliz noche.

La celebración de la coronación se extendió por varios días. Ilarieth y toda Zemantis estaba de fiesta, de música en los pueblos, la gente estaba realmente emocionada y aunque era una buena señal, Thanael no dejaba de cuestionarse si lo hacían porque se sentían satisfechos de que él fuera su nuevo rey o solo porque todo el festín, los desfiles y torneos, en realidad era parte de la tradición Zemantina cuando se proclamaba un nuevo rey.

Durante esos eventos, apenas tuvo un descanso. Cuando todos celebraban, él estaba en reuniones con la corte y su consejero de apoyo que estaba todo el tiempo a su lado para la toma de decisiones estratégicas. Una de ellas era cumplir con los deberes públicos como monarca y buscar una conexión más cercana con los pueblos, debía demostrar su presencia y compromiso con cada uno.

Él no quería un despliegue de un gran evento formal. Es por ello que, con ayuda de su consejero, Sir Will Peterson, enviaron el anuncio a través de los heraldos de los distintos pueblos y ciudades que estarían visitando.

La primera ciudad que visitarían sería Variarmur. Se convenció a sí mismo de que no lo eligió para poder ver a Aldric otra vez, sino porque es la ciudad fortaleza y militar en las colinas, un bastión defensivo que protege la frontera del reino.

Tenía en su poder el conocimiento de que alguien a quien le tenía confianza y un poco más que eso, vivía en Horthonie, uno de los pueblos de Variamur que era conocido por la cría de caballos de pura raza y por la fuerte tradición militar que tenía, lo que le hacía más sentido que Aldric haya vuelto a irse a vivir a su pueblo de origen. 

Durante la preparación de sus viajes por todo Zemantis, no fue capaz de sacar de su cabeza el rostro de Aldric en la abadía. Intentó mantener la concentración en el programa que se estaba planificando para demostrar que su liderazgo era más que simbólico.

Cuando se empezó a discutir quienes lo acompañarían, escuchó con más atención, era el momento perfecto para utilizar su primera carta. En su viaje estaría acompañado de dos consejeros de la corte que trataban específicamente asuntos de política interna y administración del reino. Algunos caballeros para su protección. Sirvientes de confianza para sus vestuarios, alimentación y comodidades.

—Si me permiten señores —habló Thanael del otro extremo de la gran mesa en la que se encontraban discutiendo—. Creo que hace falta alguien de confianza que tenga buena relación con la comunidad que visitemos o mejor aún, que pertenezca a la región en cuestión.

—Sería perfecto, ya que así podemos mostrarlo a usted majestad como un aliado cercano —declaró Will—. Sin embargo, no se me ocurre a nadie, tendríamos que buscar a algún noble por cada ciudad.

—Conozco a uno, es de Horthonie en Variarmur y actualmente vive allí. Confío en él —declaró Thanael.

—¿De quién se trata? —preguntó su consejero con curiosidad.

—Aldric Dray.

—¿El sargento Aldric Dray? —preguntó uno de los caballeros del salón, obteniendo como respuesta un asentimiento de Thanael—. Majestad, solo es un sargento. No es parte de la nobleza.

—Lo conozco desde hace mucho tiempo y tengo entendido que luchó en el conflicto con Zaquira como arquero y recibió un ascenso como sargento. Ni siquiera iremos a la guerra o algo que se le parezca, así que no le veo problema alguno con que nos acompañe a Variarmur si la conoce como la palma de su mano —demandó Thanael con firmeza.

Puede que sea joven y que no tenga experiencia como rey, pero fue preparado toda su vida para serlo, le enseñaron a ser diplomático, estratégico y paciente, pero sobre todo a no dejarse influenciar por la nobleza. Al menos no del todo.

Era consciente de que algunos nobles intentarían aprovecharse de su inexperiencia, viendo en su juventud una oportunidad para ejercer una mayor influencia en la corte o en las decisiones importantes del reino.

Con la mirada silenciosa que le dedicó el caballero que acababa de minimizar el trabajo de Aldric, supo que tendría que trabajar duro para ganarse el respeto de los nobles y consejeros. Establecer su propia visión y estilo de liderazgo sería crucial para consolidar su autoridad.

—El rey tiene razón, Cuels, es una ventaja —afirmó Will—. Le haremos saber al sargento Dray de su requerimiento, majestad. Mañana salimos a Variarmur y Galdena.

—Que venga al castillo y salga con nosotros —ordenó antes de ponerse de pie y salir de aquel salón.

Solo fue cuestión de segundos luego de haber salido para que el salón se llenara de una algarabía entre los hombres. Claramente no estaban de acuerdo con su reciente decisión, pero sentía que su cabeza iba a explotar en ese preciso momento, así que no se tomó la molestia de escuchar las quejas y lamentos. Necesitaba dormir.

Aldric Dray, amigo cercano del rey que no era parte de la realeza o venía de una familia rica. Solo era el hijo de una cocinera que tenía buena relación con la realeza, un campesino más, tan solo un guerrero de entre los miles que eran parte de la protección del reino.

Su principal función era luchar en las guerras o conflictos, su entrenamiento siempre estuvo enfocado en el combate y la defensa militar, como alguien que creció en Horthonie, no tenía muchas opciones para tener una vida más o menos digna si no era parte de la milicia de Zemantis.

Que su madre tuviera una buena relación con la realeza fue lo que logró que él tuviera un buen lugar en el ejército, no se quejaba de lo que tenía. Sin embargo, desde que dejó de visitar a su amigo en el castillo, siente que ha perdido algo importante en su vida.

Las personas del castillo sabían la relación cercana que tenía con Thanael, por lo que no fue ajeno a los rumores de su retirada del castillo de hace cuatro años, que no por elección. Lo último que quería era alejarse del príncipe.

Los recuerdos de la última vez que estuvieron juntos seguían intactos en su mente, al igual que la viva llama que caracterizó aquel encuentro y su repentina decisión que solo provocó un ultimátum por parte del rey.

Durante ese tiempo que dejó de verse con Thanael, el miedo de ser delatado y llevado a la horca, no desapareció nunca, ni siquiera cuando tuvo su ascenso. Solo fue cuando supo de la muerte del rey que se sintió un poco más liberado del gran secreto que él y Thanael guardaban.

Eran amigos cercanos desde la infancia, de alguna manera crecieron juntos. Corrían por los pasillos del castillo, jugaban a ser caballeros en el patio de armas cuando nadie entrenaba, pero también tenía que soportar los comentarios de sus hermanos por ser un "campesino" o "el hijo de la cocinera". Thanael siempre lo defendía de ellos con uñas y dientes, hasta que dejaron de verse en lugares muy expuestos y la parte trasera del castillo se convirtió en su parte favorita para escucharlo hablar por horas.

Muchas veces llegó a pensar que aquella cercanía fue lo que lo llevó a cometer la indecencia y comportamiento de un bruto que al final lo alejó de su mejor amigo por cuatro años. Quizás confundió las cosas, los sentimientos, la hermandad, la unión entre ellos con algo más grande y fue todo un lio en su cabeza hasta que volvió a verlo el día de su coronación.

Sintió que su corazón se detuvo en el mismo instante en el que Thanael se paró frente a él, entonces logró ver sus ojos bañados en oro de frente a la luz que impactaba contra su rostro. Un gran alivio invadió su cuerpo cuando recibió una sonrisa suya.

Toda confusión que fue parte de su vida en los cuatro años separados, desapareció en el instante que pudo apreciar su inigualable belleza. Las pecas en sus mejillas y nariz, sus labios carmesíes y sus ojos dorados aceleraron su corazón de manera abismal. Aunque su complexión física y altura cambiaron, todo lo demás seguía igual, se atrevía a decir que estaba mucho más hermoso.

Mirarlo a los ojos otra vez, fue como volver a donde su corazón siempre ha pertenecido. No pudo borrar de su mente aquella sonrisa y esa mirada, su corazón se aceleraba tan solo con recordarlo.

No esperaba volver a verlo, las instrucciones del antiguo rey seguían bastantes claras en su mente, así que a menos que su nuevo rey lo requiera para algo, no iría al castillo por voluntad propia, por más que sus pies picaran bajo la necesidad de volver a verlo y hablar como lo hacían, por más que supiera que Thanael lo iba a recibir, no lo hizo.

Aquella noche cuando sus pensamientos viajaron a aquella última vez que lo tuvo cerca, su rostro etéreo a pocos centímetros y su cabello rubio dorado como sus ojos, reluciente. Se sorprendió cuando recibió una visita inesperada de un heraldo que le entregaba una invitación a Ilarieth, específicamente al castillo del rey.

Acercó la vela de su pequeña mesa de madera y leyó con atención. El remitente estaba escrito con letra cursiva perfectamente cuidada: "Castillo Real de Zemantis".

A la atención del Sargento Aldric, hijo de Helena de Variarmur

Por medio de la presente, tengo el honor de dirigirme a usted en nombre de Su Majestad, el rey Thanael, quien con estima y reconocimiento en su corazón ha manifestado su deseo de contar con su distinguida presencia en el castillo real.

Nuestro reino vive tiempos de cambio y unión, por tanto, el trono se siente la necesidad de rodearse de aquellos cuyas raíces beben de la misma fuente que sostienen la ciudad Variarmur.

Es bien sabido que su vínculo con la comunidad de Horthonie es fuerte y sincero, forjado en el respeto y el servicio mutuo. Por ello, nuestro soberano ha decretado que se le invite a unirse a él y al consejo real en la próxima visita oficial al pueblo.

El rey busca su guía y presencia, pues valora su voz como la del pueblo mismo y confía en que juntos traerán un resplandor renovado a los campos y hogares que lo vieron crecer.

La distancia corta entre la capital y el pueblo facilitará su viaje, y en nombre de Su Majestad, le ofrecemos todas las atenciones y comodidades necesarias para su traslado al castillo. Será un placer contar con su presencia.

Le ruego Sargento Aldric, que acepte la invitación y si las circunstancias lo permiten, nos honre con su pronta respuesta y emprenda el camino hacia el castillo al amanecer del próximo día, pues la gracia y el favor del rey ya esperan su llegada.

En caso de que haya alguna cuestión de logística que requiera asistencia, el portador de esta carta está a su disposición para atenderle y coordinar los detalles pertinentes.

Que la fuerza y la nobleza que siempre han guiado su espada y corazón lo acompañen en su viaje. Sin más, reciba usted un saludo de respeto y gratitud por sus servicios a la corona y al pueblo de Zemantis.

Por mandato de Su Majestad, el Rey Thanael, Consejero Real,

Will Peterson

Con respeto y honor,

Le costó leer la extensa carta que le fue enviada directamente desde el consejo real y la poca luz apenas y le ayudaba a entender. Tuvo que leer más de una vez para concebir que a primera hora de la mañana tendría que salir hasta Ilarieth como invitado del rey.

Aunque no era la primera vez que visitaba el castillo se sentía nervioso de solo pensar a entablar una conversación con Thanael. A pesar de que era cuestión de su trabajo como el rey y el suyo como Sargento, y que no era un encuentro casual como solían tener a sus 18 años, no podía detener la intranquilidad que se instauró en su pecho.

Al recoger la carta con manos algo temblorosas. Aldric notó otra misiva mucho más pequeña que la del consejero y sin remitente en la parte exterior. Curioso y algo confundido, creyendo que el mensajero se había equivocado, deshizo el sobre y de allí sacó el papel.

Reconoció las letras grandes casi al instante. Solo conocía a una persona que escribía de esa manera y fue entonces cuando sintió su corazón latir desbocado contra su pecho.

Esta vez tuvo que leer el primer párrafo para asegurarse de que aquella carta fue escrita para él y no para alguien más, como por ejemplo, su futura esposa. 

Ámbar. Solo Thanael llegó a llamarlo de esa manera y lo hizo una única vez. En el mismo segundo que se atrevió a reducir el espacio entre ellos, lo escuchó susurrarle: "Ámbar, eso serás para mi" y luego se fue para nunca volver.

A medida que fue leyendo la carta, más estaba convencido de que no debería estar leyéndola, no creía a Thanael tan arriesgado como para enviarle aquel escrito. ¿Y si alguien la leía a escondidas?, ¿Y si el mensajero no era de confianza?

Volver a él. ¿En qué sentido le estaba pidiendo aquello?, ¿cómo rey, como su mejor amigo o como algo más? De todos modos, sólo podía volver como uno de sus sargentos. Como el guerrero del rey.

Con todo lo que es y lo que aún queda por ser, guardó la carta en un lugar más seguro bajo llave. Era peligroso tener un mensaje del rey de esa índole, consideró deshacerse de ella y que fuera consumida por las llamas del fuego que encendían su corazón de tan sólo pensar en él de esa manera.

No era correcto, no era natural, estaba prohibido y era castigado. Así que se cohibió de aquellos sentimientos que volvían a florecer y se concentró en hacer lo que tenía que hacer, después de todo, sólo era un sargento, un campesino más que el rey necesitaba para dar una buena impresión en su pueblo.

Al amanecer, Aldric traspasó las grandes puertas de madera del recinto real. Las piedras bajo sus botas emitían un leve crujido y la fresca brisa traía consigo los murmullos del personal y el trote de los caballos.

Había pasado tanto tiempo desde la última vez que puso un pie en ese lugar, que la familiaridad de las estancias le resultaba tanto un consuelo como un recordatorio de su ausencia. Entre el ajetreo y las formalidades, su corazón martillaba con fuerza a medida que se fueron acercando más hacia donde se encontraba Thanael.

El rey esperaba con ansias la llegada de Aldric. Despertó temprano para recibirlo en caso de que su camino no tuviera ningún contratiempo, pero cada segundo que pasaba era más torturador que el anterior.

Desde el ventanal del comedor vio la figura esbelta del guerrero que se acercaba. Era imposible evitar las emociones que lo embargaban: alegría, nerviosismo y una profunda añoranza que se sentía como un nudo en la garganta, pero debía mantener su compostura frente a dos caballeros, los guardias que lo escoltaron hasta el salón y su consejero.

Cuando Aldric entró, Thanael se enderezó y su rostro adoptó una expresión serena a pesar de que su corazón latía desbocado al tenerlo enfrente.

El sargento estaba vestido para la ocasión, con un jubón que llegaba hasta la mitad de sus muslos y ceñido al cuerpo, de cuello alto y cerrado con botones, pantalones marrones ajustados hasta las rodillas donde se ensanchaban y hacían contacto con las botas altas de cordones.

Con su espada al costado sujeta del cinturón de cuero alrededor de su cintura, la piel canela y el cabello recogido en una coleta que dejaba al descubierto su frente y su perfil fuerte, Aldric se inclinó respetuosamente ante el rey.

—Sargento Aldric —saludó Thanael con una calidez imposible de esconder—. Bienvenido de nuevo al castillo.

—Majestad —respondió Aldric, con sus ojos avellana esquivando al rey por un instante antes de posarse en él.

La tensión estaba presente entre ellos, pero eran los únicos que comprendían el verdadero trasfondo. Para Aldric era aquella carta tan íntima que guardó bajo llave, para Thanael el recuerdo que ambos compartían, que ardía en su pecho y mente.

El desayuno comenzó en un silencio formal, roto solo por las indicaciones del consejero y los comentarios protocolarios de los caballeros. Thanael, a pesar del esfuerzo que hacía por mantener su atención en los detalles del viaje, no podía evitar que su mirada vagara hasta Aldric, observando cómo su expresión se mantenía impasible y cómo sus manos fuertes se movían con una precisión que conocía bien.

Aldric, por su parte, trataba de concentrarse en cada palabra que se decía en la mesa, en especial cuando Thanael, con su voz firme y elegante que tanto había extrañado, explicaba el propósito de la visita a Horthonie. Pero cada vez que la voz del rey rozaba un tono más personal, sentía el peso de la carta en su mente, esa carta que le había recordado que entre ellos existía algo que debía negar hasta su último suspiro.

De vez en cuando, cuando ninguno de los dos hablaba o era el foco de atención, sus miradas se encontraron por breves segundos.

—Es por esa razón —continuó Thanael con un leve brillo en los ojos—, que he pedido al sargento Aldric, que nos acompañe.

El consejero Will y los caballeros asintieron intercambiando miradas entre ellos, algo que Thanael no dejó pasar por alto. En sus miradas seguían los cuestionamientos, pero ninguno de ellos podía hacer nada más que aceptar sus órdenes.

Cuando el desayuno llegó a su fin, el rey se levantó con la elegancia que siempre lo ha caracterizado y en cuanto salieron a la entrada del castillo donde serían despedidos por su familia y la servidumbre, se volvió hacia sus guardias.

—Aldric viajará conmigo en la carroza —anunció sin vacilar.

Las miradas entre los sirvientes y algunos guardias fueron inevitables. La cercanía de un sargento con el nuevo rey, especialmente tan pronto después de la coronación, era motivo de murmuraciones, pero Thanael no se dejó amedrentar por las opiniones ajenas, el necesitaba al menos un segundo a solas con él, sin los ojos o los oídos de alguien más sobre ellos.

Aldric subió a la carroza real con pasos pesados, aún algo dudoso de hacerlo. Podía sentir las miradas inquisitivas quemándole la espalda, pero se apresuró a entrar cuando Thanael le hizo un leve ademán, casi indiferente, como si ese gesto no fuera nada más que una formalidad. Pero Aldric sabía que no lo era.

Con un último vistazo hacia la gente que los rodeaba, las puertecitas fueron cerradas y con ello, se sumió en la soledad de la carroza con el rey.

Estaba a solas con Thanael, quien ya no era solo el príncipe o su amigo de la realeza. Era el rey de Zemantis y debía tener mucho cuidado con las cosas que decía o hacía frente a él.

Thanael, a pesar de la compostura que mantenía, no pudo evitar que sus ojos buscaran los de Aldric y cuando finalmente se encontraron, habló con una voz que apenas se quebró.

—¿Por qué dejaste de venir al castillo? —preguntó rompiendo con el silencio entre ellos.

Aldric se acomodó en el asiento de madera y mantuvo su mirada avellana en el exterior, el paisaje que pasaba velozmente, los árboles altos que se extendían a lo largo del camino, lo que indicaba que pronto estarían fuera de Ilarieth.

—Mi madre solo es una cocinera de tantos que trabajan para la realeza, Su Majestad —susurró en respuesta—. Aunque tiene buena relación con la reina. Su padre no estaba de acuerdo con que usted y yo fuéramos tan cercanos cuando cumplimos la mayoría de edad.

El dolor y la rabia se asomaron en el ceño fruncido de Thanael.

—Ese viejo siempre quería meter sus narices en todo —se quejó—. ¿No le advirtió a tu madre o sí?

—Lo hizo directamente conmigo, Majestad —expresó bajando su mirada—. Mi madre no salió perjudicada. Él me advirtió de no seguir viniendo al castillo, así que sólo dejé de hacerlo para conservar el trabajo de mi madre. Perdón, que no le comenté nunca, no quería causar problemas con su padre.

El silencio volvió, roto solo por el golpeteo de los cascos de los caballos. Thanael apretó los puños, luchando por mantener la compostura mientras su mirada se fijaba en Aldric, quien mantenía su mirada gacha.

Los cuatro años habían cambiado al guerrero, el Aldric que vio cuando tenía 18 años, no tenía sus hombros tan anchos y su mandíbula tan marcada como podía apreciar en ese momento. Su cabello siempre ha sido particularmente espléndido, como el de un verdadero Zemantino. Sedoso, con ondas, notablemente bien cuidado y siempre peinado a la perfección, pero la calidez en sus ojos seguía ahí, intacta, igual que en sus recuerdos

Sus manos se movieron casi de manera inconsciente y antes de poder retractarse, rozó la barbilla de Aldric, notando la suavidad de su piel canela bajo la yema de sus dedos.

Aldric, aunque sorprendido, no se apartó.

Su presencia era más dominante, pero su Aldric seguía allí, bajo todo ese cuerpo esbelto y expresión seria.

—No bajes la mirada, no hay nada que perdonar, mi padre era malvado —expresó con suavidad—. Ya no tienes que temer venir al castillo, puedes hacerlo cuando quieras.

—Sí, Su Majestad.

Thanael sonrió al verlo más relajado y no apartó su mirada de la suya, como Aldric tampoco lo hizo. Se sintió como una eternidad mirarse con aquella intensidad que aún persistía entre ellos. Hasta que el rey apartó la mirada con una sonrisa, aquella sonrisa que mantuvo al guerrero hipnotizado por unos minutos más.

La belleza de su rey era tan etérea que estaba fuera de cualquier entendimiento.

—Se siente raro que me llames Majestad —susurró—, cuando solías llamarme Thanael.

Aldric trago con dificultad al notar el rumbo que tomaban aquellas palabras.

—Éramos jóvenes, Majestad.

—Aún lo somos —declaró el rey en voz baja, con un anhelo que no se molestó en disimular—. Sigo siendo el mismo Thanael que besaste antes de desaparecer por cuatro años, Aldric.

El sargento quedó inmóvil en su asiento, su cuerpo se puso rígido y sus pensamientos un caos en cuestión de segundos. Pero no hubo tiempo para responder, pues las puertas del carruaje se abrieron, dejando a la vista el pueblo de Horthonie.

Los susurros del pasado se desvanecieron momentáneamente, dejando solo el eco de las palabras de Thanael en la mente de Aldric mientras bajaban juntos, bajo la mirada inquisitiva del pueblo que ahora observaba al joven rey y a su inesperado acompañante.

Hasta aqui el capitulo de esta semana solecitos, espero que les haya gustado.

Cada vez nos adentramos mas en la relación de Aldric y Thanael. Ustedes cuéntenme que les pareció, ¿Qué tan pronto creen que Thanael y Janeth se casen?, ¿Cómo se sentirá Aldric al respecto?, ¿Thanael realmente quería enviar esa carta?

¿Qué opinan de que Aldric haya sido echado del castillo y alejado de Thanael?, ¿Fue por el beso que compartieron? Los leo.

Nos seguiremos leyendo pronto.

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