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I. El rey ha muerto, viva el rey

Canción del capítulo: Where Do We Go From Here de Ruelle

Privilegios, es de lo único que poseo yo cuando mi mira con sus ojos bañados en dulzura y un amor que no me atrevería a dejar, al menos no por voluntad propia —Kim Jade

Zemantis
Época triada

Ha muerto el rey de Zemantis, larga vida al rey.

La expresión de fidelidad al nuevo rey fue estridente. Thanael vio como toda la servidumbre se arrodillaba frente a él y bajaban sus miradas al suelo.

Aquella reverencia repentina en su camino hacia la habitación donde yacía su padre, despertó el sentimiento más grande de querer escapar. Las aguas del mar en las afueras del castillo se escuchaban chocar contra las piedras, la brisa movía su cabello rubio y su madre le dedicaba una mirada melancólica desde la puerta de la alcoba.

Su padre ha muerto y toda la algarabía que traía consigo su muerte, ha sido su mayor miedo durante toda su vida y lo único que lo desligaba de aquello era la muerte.

Para su mala suerte, sigue bajo la vil sucesión de príncipe a rey de Zemantis.

La grande y próspera Zemantis, ha sido su fortuna como también su desgracia. Su familia ha sido parte de la monarquía desde siempre, levantaron aquel reino entre guerras que parecían interminables principalmente con Zaquira, quienes han querido desde siempre imponer su ideología conservadora y modo de vida mucho más religiosa.

Zemantis siempre ha sido el reino donde está la belleza; goza de una riqueza cultural exótica que siempre ha sido cuestionada por los Zaquiranos por ser tan liberal y permisivo, tanto en reglas como en el comportamiento de la mayoría de toda su población.

Por otro lado, Zithis siempre se ha mantenido al margen de los conflictos entre estos dos reinos, que a lo largo de los años ha mantenido esa tensión aun cuando no estaban en guerra.

—Acepto con humildad esta responsabilidad —apenas logró susurrar para hacer que las personas a su alrededor se levantaran. Le resultaba incomodo aquellas reverencias.

El cuerpo del antiguo rey yacía en la cama, moribundo, viejo, débil. Al cruzar la puerta vio cómo sus ojos seguían abiertos y parecían que aún lo miraban desafiantes, esperando que cometiera el más mínimo error. Su padre, aunque estaba sin vida, lo juzgaba y evaluaba.

Desde que tiene uso de memoria, lo han preparado para ese momento. Ha tenido una extensa y rígida educación en historia, leyes, política y diplomacia.

Como el mayor de seis hermanos ha sido preparado durante toda su vida para entender cómo gobernar, mantener relaciones con otros reinos y enfrentar las responsabilidades de un monarca.

Durante todo ese tiempo, su padre fue bastante duro con él, sus demás hermanos siempre han tenido privilegios de los que él no gozaba. En algún punto de su vida llegó a odiarlo por ser tan distinto con él, "algún día serás rey, no puedes comportarte con tanta algarabía como tus hermanos", aunque con él tiempo llegó a entender que era su destino como hijo mayor de la realeza zemantina, no había nada que pudiera hacer. Aun entendiéndolo nunca llegó a sentir cariño o amor por su padre, estaba casi seguro

Su privilegio era ese. Ser parte de la realeza de Zemantis, porque no había nada mejor que eso en la época triada de Aydera.

Thanael alzó su mirada hacia sus 6 hermanos de pie junto frente a la cama, algunos lloraban otros solo observaban el cuerpo del hombre con odio. Luego estaba su madre, moviendo cosas con una cuestionable concentración y ansia.

—Hijo, hay que preparar tu coronación. —Buscaba con desespero entre los cajones del escritorio junto al ventanal cerrado—. ¿Dónde este viejo dejó esos papeles?

—Eso puede esperar, madre...

—¡Papá acaba de morir, ten un mínimo de decencia madre! —chilló Hanna con histeria.

De todos los presentes, era la única que realmente sentía aprecio por el viejo controlador y mezquino.

—Cierra la boca, eres las más pequeña de los Thornfield y mujer para mayores desgracias —demandó la mujer que con sus cabellos desaliñados mientras apuntaba a la jovencita que la miraba con horror y mejillas empapadas de lágrimas.

» Lo único que debes hacer es actuar bonito y conseguir un esposo noble de buena familia y tener hijos varones. Es lo único que una mujer puede hacer. Solo heredarás la tierra menos fértil y la dicha de tener el apellido de tu padre. Más nada. —expresó con veneno—. Así que deja de llorarle a un anciano que nunca supo lo que es amar, él no sabía lo que era eso, Hanna, ni siquiera contigo.

—Mamá, ya es suficiente.

Thanael se detuvo en medio de su hermana más pequeña y su madre antes de que a Hanna le diera un infarto por la rudeza de su madre. Ese siempre era su mecanismo de defensa, la conoce, así que es probable que más tarde busque a su hermana para pedir perdón e intentar endulzar sus frías palabras.

—Hanna ve a tu alcoba y lava tu cara, hay que estar presentables —le sugirió Thanael tomándola por los hombros—. Ella solo está alterada por lo sucedido.

—No, sólo es una zorra desgraciada —susurró Hanna entre dientes.

—Ve y haz lo que digo.

—Llévense el cuerpo y preparen el funeral para esta tarde —ordenó Thanael volviendo su atención a su padre.

Sus hermanos se fueron retirando uno por uno hasta dejar la habitación completamente vacía. Volvió a cruzar el largo pasillo antes de llegar a su alcoba, donde se refugió de las miradas apenadas, las inclinaciones exageradas y los murmullos de la corte.

Era más que consciente de las cosas que estarían hablando durante las próximas horas, semanas o quizás todo el mes. Su juventud e inexperiencia generaría desconfianza ahora que se convertiría en el rey de Zemantis.

Podía sentir el peso opresivo apretar su pecho. Thanael se dejó caer sobre la silla de madera frente al escritorio pegado a la pared.

Él no estaba listo para asumir tal responsabilidad de guiar todo un reino, de dar órdenes y de ser la figura de su pueblo, sin embargo, ¿qué podía él hacer al respecto más que sólo asumir su responsabilidad y que Dios ampare su reinado?

Preguntas llenaron su cabeza que ya estaba vuelta un nido de cuestionamientos y miedos que siempre ha mantenido en las profundidades de sus inseguridades, de las que no tenía derecho a sentir como príncipe y mucho menos las tendría como rey. Pero aquella mañana sólo era Thanael, el príncipe de 22 años que dentro de poco sería llamado rey.

El miedo se instaló en su mente y corazón casi de manera arrolladora. Una mano temblorosa fue hasta su pecho, sintiendo el fuerte latir de su corazón; sólo recordaba una ocasión en la que su respiración no parecía estar bajo su control, y fue entonces cuando los recuerdos de aquellos ojos avellana aparecieron delante de los suyos como la caricia torpe que le siguió al acto impulsivo, pero liberador, que marcó el inicio y el fin de algo que pudo ser, que sólo dejó a su paso fugaz una gran confusión.

Extendió delante suyo papel, tomó la pluma y humedeció en tinta negra antes de deslizarla sobre el pergamino y escribir:

Tu ausencia en esta mañana se siente mucho más fuerte que la de mi propio padre. ¿A dónde te fuiste Ámbar?, ¿por qué te fuiste y pediste perdón por quererme como lo hacías?, ¿qué tan tonto es que escriba una carta que terminará en cenizas?

No me arrepiento. No lo hice y no lo haré, no contigo. ¿Cómo te verás hoy en día?, ¿vendrás al funeral mi ámbar?, ¿podré verte? Le ruego a Dios poder hacerlo, estaría conforme con un segundo que mi mirada capte la tuya.

Seré el rey de Zemantis y el terror que apenas me permite escribir esta carta está causando un gran malestar que estoy seguro seria opacado con tu voz si tan solo te tuviera a mi lado como solía tenerte cuando éramos más jóvenes.

Ámbar, vuelve a mí. Es lo único que tendría la osadía de pedirte, que vuelvas a mi.

Te aprecia,

Thanael.

Dudó un segundo antes de deshacerse de la carta, en cambio, la dobló y guardó en el cajón con llave.

El funeral del antiguo rey fue el inicio de su vida como monarca, cada día que pasaba estaba más cerca de la coronación. Zemantis se tiñó de un gris sombrío durante seis meses, mismo que se fue disipando con el tiempo hasta que llegó el día de la coronación.

Los preparativos de la ceremonia fueron tan agobiantes como se habían imaginado que sería. El castillo estaba cubierto por una alegría y emoción de la que Thanael carecía. El espejo frente a él reflejaba su seriedad mientras la servidumbre le colocaban los ropajes especiales para la coronación.

Su madre estaba histérica a su alrededor, algo que no soportaba en ese momento. Todos estaban concentrados en que saliera perfecto, como debía ser todo en su vida.

Thanael salió de la alcoba con su túnica a medio poner, por el bien de la tranquilidad que no poseía, ignoró los chillidos de su madre que le pedía que no saliera a caminar por ahí a pocos minutos antes de la coronación. Solo siguió su camino lejos de ese lugar, necesitaba algo de respiro y lidiar por su cuenta con la presión que cada vez se sentía más pesaba sobre sus hombros.

Caminó por los pasillos rústicos del castillo hasta llegar a la parte trasera, donde las columnas y el balcón le daban una vista al exterior. Observó las montañas y el movimiento del mar, la brisa impactó contra su rostro y la simple caricia con olor a mar le trajo un poco de tranquilidad. Sentir la humedad del clima templado que tanto le encantaba fue un gran alivio.

Era su parte favorita del castillo, donde se escondía en momentos como ese, en el que necesitaba estar lejos del centro del castillo y toda la atención que traía consigo. Apoyó sus manos en los muros y se inclinó un poco hacia adelante, cerrando sus ojos para percibir a mayor escala el sonido del mar, su olor y sus serenos vientos.

Pocas personas caminaban por esa parte del castillo a excepción de las cocineras, ya que la cocina quedaba cruzando la puerta al otro lado del largo pasillo, bajando las escaleras hasta el sótano. Es por ello, que no se sorprendió cuando vio a una mujer subir desde la cocina.

Sin darle tiempo a sus pensamientos sus pies anduvieron por el pasillo y bajó hasta la cocina, lo que por supuesto llamó la atención de todos los cocineros que preparaban el banquete para la coronación.

Su primera intención cuando salió del aposento no era ir a la cocina, se supone que no debería estar allí el día de su coronación, podría ensuciarse la ropa, pero es lo que menos estaba pensando cuando vio a la señora Dray hacerle una reverencia.

—Majestad, ¿qué hace aquí? Su ropa se puede ensuciar —expresó mientras limpiaba sus manos.

La señora Dray era la única cocinera con la que ha tenido una larga conversación, pues su hijo siempre fue su amigo, de hecho, como su mejor amigo, antes de que desapareciera sin decir nada. Él simplemente un día dejó de ir al castillo y ya no lo volvió a ver.

—Caminaba por el castillo para aligerar los nervios y pues pensé en venir a saludarla —susurró mirando como todos seguían en lo suyo mirándolo de reojo y algunos haciendo una reverencia cada que cruzaban por su lado.

El sonido de las cacerolas, los cortes de vegetales, el cuchillo impactando contra la tabla de madera, el humo de la cocina que se escapaba por la pequeña rendija y el olor a comida llenaba el lugar.

—No tenía que venir hasta aquí, majestad —señaló Helena Dray.

—¿Cómo está Aldric? —preguntó Thanael sin pensarlo mucho.

—Aldric está bien, se mudó a Horthonie una vez terminó el conflicto con Zaquira, como sabe fue nombrado guerrero y ya no vive conmigo.

—Sí, supe que estuvo luchando, pero nunca llegamos a coincidir —señaló acomodando su capa sobre sus hombros—. Bueno, fue bueno verla señora Dray, si ve a Aldric extiéndale un saludo de mi parte.

—De acuerdo, majestad —susurró inclinando su cabeza al frente—. Felicitaciones por su coronación.

—Gracias.

La coronación era un acto solemne y simbólico donde el nuevo monarca pronunciaba su juramento y se le entregaba la corona, formalizando así su poder ante el reino y la iglesia, reforzando la legitimidad de su gobierno.

La abadía de Ilarieth, en todo su esplendor gótico, se alzaba ante Thanael con aquella solemnidad imponente que la caracterizaba. Sus altísimos muros de piedra y los vitrales resplandecientes, lanzaban destellos de color que parecían hablar en silencio a cada miembro de la procesión.

Al cruzar el umbral, un murmullo respetuoso y contenido recorrió la abadía; nobles, consejeros, clérigos y dignatarios extranjeros seguían cada paso del joven monarca con una mezcla de expectación y deferencia. En ese instante no era solo un muchacho de 22 años, sino el rey de Zemantis.

Thanael era consciente de que ese era el momento que definiría su vida y que aquellos ojos atentos, cada par, juzgaban su entereza y su disposición para portar la corona.

Envuelto en la túnica azul, adornada con delicadas ondas de un azul cielo en forma de agua y las orillas de un dorado que era símbolo de su futuro mandato. Avanzaba con cada vez mayor conciencia del peso de las tradiciones que ese día recargaban sus hombros. En sus manos sostenía el cetro y el orbe; aunque sus ropajes eran impecables y el oro destellaba con una fuerza ceremonial, a pesar de que sus movimientos eran seguros, sentía un temblor leve en las manos, un reflejo de las dudas y nervios que lo embargaban.

Sin poder evitarlo, en su corazón nacía una añoranza, un deseo por ver entre la multitud el rostro de alguien que sin lugar a duda extrañaba. Desde el momento en que escribió aquella carta de la que no se deshizo, esperaba tener la dicha de volver a encontrarse con su cálida mirada.

Aldric Dray había sido una figura cercana y protectora durante la infancia del príncipe Thanael y aunque sus orígenes no pertenecían a la nobleza, había sido un guerrero reconocido y fiel compañero del joven príncipe. Sin embargo, sin explicación alguna, Aldric dejó de frecuentar el castillo. Había rumores sobre una retirada forzada o una elección propia, pero ninguna respuesta definitiva. Desde entonces, el silencio había sido la única respuesta de Thanael.

Con disimulo buscó entre el gentío, ansioso por recibir siquiera una mirada de aliento o un gesto que le confirmara que estaba donde debía estar. Sabía que las probabilidades eran mínimas, pero algo en su interior se resistía a dejar de buscarlo, de buscar sus ojos avellana y su sonrisa encantadora. No obstante, entre las túnicas y armaduras, no encontró el rostro de Aldric y una punzada de tristeza se instaló en su pecho.

Tal vez había sido retenido por alguna cuestión de protocolo, tal vez estaba en alguna otra parte haciendo guardia, pero también estaba la probabilidad de que siguiera en Horthonie, que no estaba muy lejos de Ilarieth, por lo que aún tenía la esperanza de verlo.

No lo vio en el funeral de su padre y tampoco lo encontró en la ceremonia de su coronación, fue entonces cuando se obligó a sí mismo a abandonar su búsqueda y alzar su mentón, ajustó su postura y dirigió su atención hacia el altar centrándose en la ceremonia para evitar cualquier tipo de error. En ese día sagrado, no podía permitirse ninguno.

Cuando llegó al lugar que le correspondía frente al altar, el arzobispo dio un paso al frente y su voz reverberó en la capilla real, proclamando el derecho de Thanael al trono y el linaje legítimo.

La aclamación, como dictaba la tradición, era una muestra de aceptación del pueblo, la nobleza y el monarca, bajo las miradas de todos los presentes, debía permanecer firme y sereno. A pesar de mantener una expresión tranquila, sentía un torbellino de emociones internas: nerviosismo, temor y un profundo anhelo de estar a la altura de las expectativas. Nunca había sentido el peso de los ojos de tantos sobre sí, ni la carga de tantas expectativas.

Cuando llegó el momento del juramento, se le hizo un nudo en la garganta al recordar las tardes que pasaba con Aldric, él siempre le decía como debía mantener la calma ante los retos.

"Serás un rey maravilloso, eres encantador y astuto. Nadie podrá igualarse a ti. Cuando llegue ese momento, muéstrate tranquilo, porque serás mejor que cualquier otro rey que haya tenido Zemantis, no dudes de ello. Yo estaré allí mirándote entre la multitud".

Las palabras de Aldric se mantuvieron con él durante todo el tiempo que ha pasado y esa era una de las razones por las que no dejó de buscarlo. Verlo le habría dado un poco más de esa tranquilidad que él le pidió que mantuviera frente al pueblo, la nobleza y la Iglesia.

Thanael sintió el peso del cetro y el orbe en sus manos; eran pesados, como la responsabilidad que ahora asumía.

Frente al altar, repitió cada palabra del juramento, con sus labios temblorosos prometió gobernar con justicia, defender la paz, proteger a la Iglesia y a sus súbditos. Su voz se mantuvo firme, repitiendo cada frase bajo la atenta mirada del arzobispo.

—¿Concederás, guardando respeto hacia Dios y su Iglesia y a todos los clérigos y pueblos, la verdadera paz, de manera que bajo tu mandato puedan gozar de una justicia íntegra e imparcial?

—Concederé y guardaré.

—¿Concederás que todas tus acciones y juicios se conduzcan según la justicia y la ley, y protegerás las leyes y costumbres legítimas de tu reino?

—Lo concederé y protegeré.

—¿Te comprometes a mantener y defender el derecho y las leyes de Dios, el bienestar del pueblo y a corregir las injusticias que puedan existir?

—Sí, me comprometo. Yo, Thanael Thornfield, en la presencia de Dios y de su pueblo, juro mantener las leyes y costumbres establecidas de este reino, hacer justicia con misericordia, respetar los derechos y privilegios de la Iglesia y gobernar con equidad a todos mis súbditos. Así que Dios me ayude.

El arzobispo avanzó con el frasco de aceite sagrado, alzándolo frente a la asamblea antes de trazar en su frente el símbolo de la unción. La fragancia dulce y especiada llenó el aire en cuanto trazó en su frente el símbolo de la unción, un acto de compromiso irrevocable que sellaba su destino frente a Dios y el pueblo. Que lo ligaba de por vida a Zemantis.

Con el aceite bendito aún fresco en su piel, Thanael sintió cómo la tensión en sus músculos daba paso a una calma solemne. Las palabras de Aldric parecían volver a él en aquel instante, recordándole que la verdadera fortaleza estaba en enfrentar sus miedos.

En ese instante de consagración, mientras el coro entonaba cánticos en antiguos dialectos zemantinos, Thanael permitió que una calma silenciosa se instalara en su pecho. Ya no buscó a Aldric entre el gentío; comprendió que, en ese preciso instante, estaba solo, como todo rey debe estar en su primer acto de soberanía. Frente a su pueblo y a su reino.

Finalmente, la corona fue alzada y colocada sobre su cabeza, en ese mismo momento, un clamor de voces surgió desde todos los rincones de la abadía, reconociendo a su nuevo soberano. Thanael, aún con las manos temblorosas, alzó la mirada y supo que, a pesar de los miedos y las dudas, él era ahora el rey de Zemantis.

La ceremonia había concluido y con la corona sobre su cabeza, Thanael inició su desfile por el largo pasillo hacia la salida de la abadía.

Las miradas de nobles, clérigos y caballeros se posaban en él con respeto y expectativa, cada paso que daba resonaba en el silencio reverente de la Iglesia, cada mirada que sentía sobre el parecían añadirle peso al manto que llevaba.

Bajo el peso de la corona, con el cetro aún en una mano y el orbe en la otra, la inmensidad de su responsabilidad comenzó a sentirse abrumadora, como si las paredes de la abadía, los susurros de la nobleza y las miradas de todos, amenazaran con aplastarlo.

A pesar de su esfuerzo por mantenerse sereno, no pudo evitar que el terror le recorriera la espalda. Su mirada, a ratos temblorosa, vagaba por la multitud en busca de algún ancla, de algún rostro que le ofreciera un instante de alivio en medio de tanto deber y protocolo.

Era joven, demasiado joven para el poder y las responsabilidades que acababan de colocarse sobre sus hombros, apenas era un hombre, apenas había dejado de ser un muchacho.

Mientras avanzaba, sin siquiera esperarlo, en la fila de guerreros que custodiaban la procesión, un rostro familiar se alzó entre los demás.

Y entonces lo vio. Aldric.

Con la barbilla erguida y el semblante serio, Aldric se encontraba alineado junto a los demás guerreros, con su armadura de plata y su espada envainada a sus costados, su piel canela resaltando bajo la luz de los vitrales y sus ojos avellana fijos en él.

El tiempo no había disminuido la intensidad de su presencia y aunque habían pasado cuatro años desde la última vez que se vieron, el solo hecho de encontrar su rostro entre la multitud hizo que el corazón de Thanael diera un vuelco. Fue como una respuesta del mismo Dios, a quien le pidió poder verlo otra vez, tan solo eso necesitaba y allí estaba.

Recordó, en un destello, aquel último instante compartido, el repentino calor que se desató entre ambos y que quedó suspendido en el aire cuando Aldric, con un susurro de disculpas, se desvaneció de su vida.

Todo el nerviosismo, el peso de la expectación y el miedo se disiparon en un instante. Allí, en medio de la ceremonia más solemne de su vida, Thanael sintió cómo su corazón latía con una calidez inesperada.

La ausencia de Aldric le había dejado un vacío inexplicable y verlo ahora, de pie entre la guardia y con la misma mirada que recordaba, lo sacudió profundamente.

Sin siquiera darse cuenta, Thanael se detuvo. La multitud comenzó a murmurar en confusión, pues el joven monarca había pausado su marcha hacia la salida, quedándose quieto frente a los guerreros. Los nobles y clérigos, sorprendidos, intercambiaron miradas de desconcierto, sin entender qué lo retenía allí, pero Thanael no escuchaba nada de aquello; en su mundo solo estaba Aldric.

Aquel silencio, aquel instante prolongado, hizo que las miradas de todos se volvieran hacia él, aguardando alguna señal o un gesto que explicara la interrupción. Pero Thanael sin prestar atención a las miradas inquietas, ni a las dudas que generaba su detención, sin romper su porte y elegancia, ladeó finalmente la cabeza y permitió que sus ojos se encontraran con los de Aldric.

El guerrero no se movió, pero sus ojos brillaron con emociones contenidas, tantas que ni el tiempo ni la distancia habían logrado aplacar. Thanael sostuvo aquella mirada. En esos ojos, Thanael encontró el consuelo que tanto necesitaba.

Aldric, con una firmeza que apenas disimulaba su propia emoción, inclinó la cabeza en una reverencia silenciosa. En su gesto había lealtad, respeto y algo más profundo, una conexión que había permanecido viva pese a los años y al silencio. Thanael sintió cómo el peso de la coronación se disipaba un poco, como si, en ese sencillo acto, todo el temor y la incertidumbre se vieran mitigados por la certeza de que, a pesar de todo, Aldric estaba allí, como alguna vez dijo que estaría.

No fue necesario pronunciar palabra alguna; aquella mirada era suficiente para transmitir la fuerza y la seguridad que le faltaban. Durante un instante que pareció eterno, sin pensarlo, una pequeña sonrisa se formó en sus labios, cálida y llena de nostalgia, fue como un rayo de sol en medio de un día gris.

Con aquella sonrisa aún en sus labios y un nuevo brillo en sus ojos, Thanael retomó su marcha, cada paso ahora más ligero y su espíritu renovado. Aunque el deber y el reino lo aguardaban, en su corazón había algo que lo hacía sentirse menos solo.

Mientras avanzaba, sostenía la mirada en alto y por primera vez, se sentía verdaderamente digno del título que acababa de recibir. Con Aldric entre la guardia, el rey caminó hacia la luz del mundo exterior, donde su pueblo y su futuro lo aguardaban.

Sabía que, a pesar de los secretos y la distancia, Aldric seguía siendo su refugio más sincero.

Ahora si, podemos decir que oficialmente inició la hisotria de Thanael y Aldric. Que emoción tengo🥹.

Espero que les haya gustado el primer capítulo, lo reescribí completo a como lo tenia cuando se me ocurrió la historia y la verdad es que prefiero por mucho cómo quedó en esta última revisión.

Cuéntenme que les pareció. ¿Creen que Thanael volverá a ver a Aldric pronto?, ¿por que creen que Aldric dejó de ir al castillo?, ¿a que cosas creen que se enfrentara Thanael como rey? Los leo.

Nos seguimos leyendo en el próximo capítulo.

KJ👑⚔️

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