Capítulo 5
La puerta se abrió de par en par. Deb entró y con él la frescura de la mañana.
—¡Buenos días! —tronó la voz de Deb, despertando a Lema. Este se sentó en la cama y depositó sobre sus labios un suave beso como saludo—Hoy hace un año de la desaparición de las princesas Irina y Lema.
Un año ya, pensó la joven, en el que en un solo día su vida entera cambió. No había vuelto a ver a su hermana, ni a Nana, ni a su verdadero padre. Un año hacía desde que Sar dio un giro y cambió completamente su conducta, gobernando Merta y el resto de reinos con arrogancia. Un año desde que conoció a Deb, su novio y a Rose que era como una madre y una amiga para ella.
Lema también había cambiado bastante en aquel año. Ya no era la preciosa princesa de la cabellera suave y castaña hasta la cintura, ahora llevaba el pelo por debajo de las orejas y despeinado. Sus finas manos ya no recogían flores en el jardín ni levantaban tacitas de té. Con sus hábiles manos tensaba la cuerda del arco, cocinaba, cortaba leña... Sus piernas y brazos antes suaves, finos y delicados, ahora eran fuertes y solían presentar rasguños.
Su círculo social había cambiado: antes su vida giraba entorno a a su padre, a su hermana, a Nana y al recuerdo de su difunta madre. Ahora los seguía queriendo, pero no como antes. Sus recuerdos estaban impregnados de añoranza por todo aquello que había perdido. En esos momentos de debilidad, Deb siempre conseguía sacarle una sonrisa.
Hacía varios meses que eran novios. Estaban destinados a estar juntos, ambos se amaban con locura. Lema ya no podía imaginar su vida sin él. La siguiente persona a la que más quería era Rose. Pasaba mucho tiempo en su casa y ella fue quien la animó a confesarle a Deb su amor. Recordaba perfectamente como ocurrió.
Era un día de mucho frío, había acudido sola a casa de Rose porque el joven se encontraba mal. Estaban las dos tomando café, sentadas en torno a la chimenea.
—Diana, dime una cosa —la chica giró la cabeza para prestar más atención. Intuía, por el tono de su voz, que se trataba de algo importante —. Deb y tú..., ¿sois novios?
A la joven se le atragantó el café y comenzó a toser descontroladamente. Por su cabeza comenzaron a pasar, fugaces, sus últimos recuerdos. En todos aparecía él, con esa increíble sonrisa suya. Sí, estaba locamente enamorada. Pero, ¿sentiría Deb lo mismo por ella? No lo sabía, pero era algo con lo que había fantaseado muchas veces.
—No, no somos novios —contestó Lema, pero Rose, no contenta con la información que le había sonsacado, siguió preguntando.
—¿Y a ti te gusta?
La joven no estaba muy segura sobre qué debía contestar. Le preocupaba que la mujer se lo contase a Deb. Pero, ¿a quién podía contárselo si no? En otras circunstancias se lo habría dicho a su hermana. En ese momento, Rose era lo más parecido a una hermana para ella. Así que tomó una decisión.
—Sí.
—¿Y él lo sabe?
—No, bueno, por lo menos yo no se lo he dicho —entonces un pensamiento alarmante se instaló en su mente, ¿tanto se le notaba que estaba enamorada? Rose lo había descubierto, ¿se habría dado cuenta Deb también?—. ¿Por qué preguntas? ¿Cómo lo has sabido?
—Intuición femenina, ¿vas a contárselo?
—¡No! —exclamó la joven alterada—. ¿¡Cómo se lo voy a decir!?
—Deb es un joven tímido y a veces algo introvertido. Ha estado varios años viviendo solo en esa cabaña. Cuando sus padres murieron dejó de venir a la aldea tan frecuentemente. Se convirtió en una persona cerrada, huraña, siempre estaba disperso, ensimismado en sus pensamientos. Desde entonces solía decantarse por el silencio y la calma. Aunque tú rompiste sus esquemas —la mujer sonrió con el último comentario.
—¿Crees que debería decírselo?
—En mi opinión sí, he visto como te mira. Está enamorado de ti, pero no es capaz de decírtelo —confesó Rose.
Y por último, y no por eso menos importante, odiaba a aquel que se hacía pasar por el rey Sar y que había acabado con su vida anterior. La sed de venganza latía en su corazón. Había veces que soñaba con desenmascarar al culpable que había acabado con su padre y su hermana. Aunque tenía el extraño presentimiento de que no era humano.
No conocía el motivo por el que su hermana había soltado aquel alarido impregnado de terror, pero fuera lo que fuese debía infundir verdadero pavor. Desde aquel fatídico día su vida no volvió a ser la misma, y ella tampoco.
Entonces pensó que ya era hora de que las personas con las que llevaba conviviendo un año, conocieran su secreto, su verdadera identidad. Debían saber que la muchacha a la que ellos tanto querían y llamaban Diana era en verdad la desaparecida princesa Lema.
—Quiero contarte algo, Deb —le dijo al chico—. Pero prométeme que no se lo contarás a nadie, jamás. Solo lo sabréis Rose y tú.
—Tranquila, puedes confiar en mí —dijo con el semblante serio al ver como el rostro de su amada se ensombrecía.
—S... soy ... —le temblaba la voz, tenía miedo de que él dejara de quererla al descubrir la verdad.
¿Y si ya no quería verla? ¿Y si la obligaba a marcharse de su cabaña? ¿Se sentiría engañado por habérselo ocultado tanto tiempo? Pero ya no había vuelta atrás, no podía dejar la frase a medias. Deb ya sabía que algo no iba bien, y no pararía de hacer preguntas hasta sonsacárselo.
—Soy la princesa Lema —dijo al cabo de un rato.
Le había costado que aquellas palabras salieran de su boca. No salieron fluidas como ella esperaba, si no que salieron a trompicones, como si se quedasen a medio camino de ser expulsadas.
El joven no respondía se había quedado sentado sobre la cama con la mirada perdida, aquella noticia le era difícil de asimilar. Todos sus recuerdos junto a "Diana", la joven a la que tanto amaba, surcaron veloces su mente. Recordó con emoción aquel día en el que ella se le declaró.
Estaba recostado sobre el camastro, cubierto con mantas, disfrutando una sopa caliente que le había preparado Lema. Ella se había ido hacía ya un tiempo a casa de Rose. Él se encontraba mal, por lo que no pudo acompañarla. Entonces la puerta se abrió de par en par y un viento helado se coló en la cabaña haciéndole tiritar. En el umbral se encontraba la joven, con su corto pelo al viento, las mejillas sonrosadas y una sonrisa resuelta. Cerró la puerta con suavidad y se acercó para ver cómo se encontraba. Se quedaron a centímetros uno de otro. Deb podía sentir la gélida y entrecortada respiración de la joven y el frío que desprendía su cuerpo. Por el contrario, Lema escuchaba la pausada respiración de su amado y el calor que irradiaba. Se miraron a los ojos durante unos eternos segundos, los suficientes para que la chica tomase una decisión. Le amaba con toda su alma y quería pasar el resto de su vida con él.
—Deb, te amo —al pronunciar estas palabras, que habían salido desde lo más profundo de su corazón, sus ojos se empañaron. El joven sentía la inmensa alegría de amar y ser correspondido.
Ahora, meses más tarde, recibía la noticia de que la persona a la que más quería del mundo, no era quien decía ser. Había confiado en ella y por ella habría dado su vida. Ni en toda una vida podría superar el descubrimiento de que todo era una mentira. Lema se había convertido en su mundo, y ahora se desmoronaba ante sus ojos sin poder evitarlo. Las lágrimas comenzaron a llegar a sus ojos y tras la tristeza llegó la ira. Se sentía humillado porque la joven había jugado con sus sentimientos y necesitaba una respuesta. Quería pensar que todo aquel sufrimiento era por un buen motivo.
—¿Por qué? —dijo con voz ahogada—. ¡¿Por qué has jugado con mis sentimientos?! —estalló al fin, impregnando de ira sus palabras.
—Cariño, yo te quiero —dijo Lema, en un tono dulce y suave—. Por eso te he confesado mi mayor secreto.
—¿Cómo es que nunca antes me lo dijiste? Yo he confiado plenamente en ti —preguntó con cierto tono de reproche.
—Lo siento, pero tenía miedo —confesó—. Primero no sabía si podía confiar en ti y luego tenía miedo de que me apartaras de tu lado — se notaba que estaba muy nerviosa—. Y...¿Qué vas hacer?
—No lo sé, Diana, no lo sé —él también estaba intranquilo—. Bueno, quiero decir, Lema —rectificó con cierta sorna—. Es una decisión muy difícil.
—Lo sé, y entiendo que quieras que me vaya.
—Necesito estar a solas —dijo—, no me sigas —añadió tajante.
Deb abrió la puerta y salió de la cabaña. Se detuvo junto a un árbol y se recostó a la sombra, apoyando la espalda contra el tronco. Intentó serenarse y a medida que lo conseguía todo iba cobrando sentido, encajando como las piezas de un puzzle. Comprendió por qué caminaba por la aldea con la capucha puesta. O por qué nunca hablaba de su pasado. Poco a poco aquellas particularidades, a las que en su momento no dio importancia, fueron acudiendo a su mente. No estaba seguro de lo que iba a hacer. Lo más sensato era alejarse de ella. Era una de las personas más buscadas de todos los reinos, aunque él no la había reconocido.
Desde la muerte de sus padres dejó de salir tan a menudo al pueblo, el camino le recordaba a ellos. La risa alegre de su madre y la amplia sonrisa de su padre le perseguían por todo el trayecto. Hacía tiempo que no bajaba a ver si los mensajeros habían colgado algún cartel. Antes los veía y se imaginaba a sí mismo en alguna de aquellas lujosas ceremonias. Pero hacía tiempo que no se interesaba por nada, Rose era su único contacto con el mundo exterior. Había pasado tanto tiempo encerrado en su cabaña, sumido en sus pensamientos que no fue capaz de reconocer a la princesa Lema cuando la tuvo delante.
Pero ahora su mente y su corazón se debatían en un duelo por elegir lo que iba a hacer. Su razón le recordaba que si se descubría que él la había estado encubriendo, podía ser castigado con la muerte. Pero su corazón le hacía rememorar este fabuloso año que había pasado a su lado. Ella le había devuelto la alegría y energía que creía perdidas. Y la amaba, por un momento creyó que ella no sentía lo mismo. Y tenía que admitir que fue un alivio escuchar de su boca que le quería. Pensó en su futuro con ella, sin duda sería difícil pero también cargado de amor. Y decidió que quería seguir los pasos que le dictaba su corazón.
Había pasado un año desde que estaba encerrada en aquel oscuro calabozo. Todavía le costaba asimilar que no volvería a ver la luz del sol salvo por el ventanuco. Aquel único contacto con la superficie le era insuficiente. Era únicamente una pequeña apertura enrejada por la que la luz entraba a duras penas.
También hacía mucho tiempo que no socializaba, había llegado a la conclusión de que los guardias del calabozo no eran humanos. De lejos lo parecían, pero al acercarte te dabas cuenta de que aquellos ojos negros no eran humanos y de que siempre tenían la misma expresión en el rostro, como si llevasen una máscara permanentemente.
Su vida había sido monótona durante aquel año y por dentro sentía angustia. La angustia de tener la pista clave para resolver un misterio pero no poder comunicárselo a nadie.
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