Capítulo 14
Había pasado cerca de una hora. Estaban cansados pero alerta, a la espera de cualquier movimiento. La sombra que les seguía se había retirado de su lado hacía un tiempo. Lema llevaba puesto el guante de Ámbar, esperando el momento de utilizarlo.
La puerta de la sala del trono se abrió y Sar salió de ella. Lema se estremeció, se parecía mucho a su padre salvo por el aura oscura que le rodeaba.
—Rey Sar —dijo Deb con una reverencia, Irina y Rose le imitaron. Mientras, Lema pasaba por detrás de él con sigilo.
—¿Qué queréis? —preguntó.
—Necesitamos su permiso para poder salir del castillo y visitar a nuestra familia —se inventó Rose. En ese momento Lema le arrancó el pelo. El mago oscuro se giró hacia ella.
—Os he pillado, princesa Lema —dijo con una carcajada. Una gruesa capa de niebla oscura les envolvió. Cuando se quisieron dar cuenta los cuatro se habían desmayado.
La noche había caído en la aldea, Rachael sabía que algo no iba bien. Le habían dicho que volverían por la tarde, pero allí no había nadie. La casa se encontraba demasiado silenciosa y vacía sin ellos. Cogió algo de comer y se fue a dormir. A la mañana siguiente decidiría qué hacer.
Abrió los ojos, no sabía dónde estaba. Miró hacia ambos lados, eran las mazmorras. Lema se levantó y estiró las piernas. Se sentía mareada, la cabeza le daba vueltas. Buscó a Deb, Irina y Rose pero no los encontró. Estaba sola en aquella sucia celda. Se aproximó a una de las paredes y la golpeó con los nudillos. Esperó, y nada. Se acercó a la otra y volvió a llamar. Esperó y esta vez sí obtuvo respuesta.
—¿Hola? —la palabra sonó amortiguada por la pared de piedra, pero pudo reconocer la voz. Era Deb.
—Hola, Deb, ¿te encuentras bien?
—Estoy algo mareado.
—¿Sabes si hay alguien a tu lado, aparte de mí?
Deb golpeo la pared contraria con fuerza. Rose le saludó y le explicó que estaba encerrada en la misma celda que Irina, que dormía a su lado. Deb le comunicó que en mazmorra contigua a la suya se encontraba Lema. Después se dirigió a hablar con ella.
—Rose está en la celda de al lado junto con tu hermana.
La princesa se apoyó en la pared y se sentó en el suelo. En ese momento el guante calló del bolsillo. Y junto a él, un pelo del mago oscuro. Lema sonrió con tristeza, lo tenían pero no podían dárselo a Ámbar. Habían fracasado en su misión y la dragona no podría terminar el brebaje.
La cueva estaba llena de diversos ingredientes, solo faltaba uno: el pelo del que se hacía pasar por Sar. Quedaban solo unas pocas horas para el amanecer. Los cuatro debían estar al llegar y Ámbar podría preparar la poción. El caldero estaba lleno de agua y la madera debajo, esperando la llama para empezar a arder.
Rachael se despertó aquella mañana y buscó por toda la casa, pero no había nadie. Empezó a preocuparse de verdad, deberían haber llegado hacía varias horas.
Supo que algo iba mal cuando, después de comer, se dio cuenta de que ya no le quedaba comida. Ellos le habían dicho que tendría suficiente comida hasta que volvieran.
Así que decidió ir a buscarlos al castillo aquel mismo día. Cogió agua y el mendrugo de pan que le había sobrado. Salió de casa y cerró la puerta tras de sí. Preguntó en la aldea cómo llegar hasta el castillo y con las indicaciones que recibió comenzó a caminar.
Paraba en todas las aldeas en busca de nuevas pistas. Se perdió unas cuantas veces y se comió el pedazo de pan por el camino. Al caer la tarde llegó a las murallas del castillo.
Un chico delgado de unos quince años, vestido con un uniforme demasiado grande para él, custodiaba la entrada. Rachael se inventó que iba a ayudar a su madre en las cocinas y el chico la dejó pasar.
Una vez dentro del castillo no sabía por dónde empezar a buscar. Vagó sin rumbo durante varias horas, pasando por muchas salas cada una diferente de la anterior. Empezaba a pensar que aquello no había sido una buena idea cuando vio una puerta gris metálica. Era muy pesada y necesitó mucha fuerza para abrirla. Conducía a unos oscuros escalones que bajaban hasta un lugar que no llegaba a ver. Cogió una antorcha encendida que había en la pared y comenzó a descender.
Apareció en un lúgubre y húmedo pasillo. Un guardia dormía plácidamente sobre una silla. Rachael se acercó a la primera mazmorra, a través de los barrotes pudo ver a Lema. Se arrodilló y extendió la mano hacia su celda para llamar su atención. La princesa se giró asustada y al verla se tranquilizó.
—¿Qué haces aquí? —le susurró.
—He venido a salvaros —dijo Rachael decidida. Se acercó al guardia para ver si tenía las llaves, pero no las encontró—, no veo las llaves.
—No importa —la tranquilizó—, pero necesito tu ayuda.
—¿Qué tengo que hacer?
—Necesito que vayas al Bosque de las Sombras con esto —dijo mientras sacaba el guante con el pelo.
—¿Al Bosque de las Sombras? —todo su aplomó había desaparecido.
—Tranquila, esto te guiará hasta la dragona —sacó el amuleto del ángel y se lo entregó—. Llévale el pelo y el guante a ella.
—Entendido.
Rachael volvió a subir las escaleras, tenía que darse prisa, dentro de poco cerrarían el portón. Salió fuera justo en el cambio de guardia y nadie reparó en ella.
La noche estaba cayendo y a la niña todavía le quedaban varias horas de viaje. No tenía donde dormir ni dinero para pagar una posada, así que se sentó en el suelo del bosque. Guardados a buen recaudo estaban el guante, el pelo y el amuleto. Rachael estaba asustada, ¿Bosque de las Sombras?, ¿dragones?, ¿pociones mágicas? No sabía que salvar el mundo fuera tan complicado.
Ya era de día y Ámbar seguía esperando. ¿Dónde estaban?, tendrían que haber llegado hacía uno o dos días. Mientras, los ingredientes de la poción estaban esperando en la cueva.
Ese día había mucha actividad en el Bosque de las Sombras. «Voy a echar un vistazo» pensó la dragona. Elevándose sobre los árboles podía ver lo que ocurría en todo el bosque.
Hordas de magos oscuros ataviados con sus ropas negras caminaban hacia la linde del bosque. Los timors venían detrás cerrando aquel extraño grupo. Ámbar supo que algo no iba bien y tuvo un mal presentimiento.
Rachael se despertó temprano, todavía le quedaba un largo camino hasta la aldea. No se detuvo en ningún momento, aunque el hambre podía con ella y cada vez avanzaba más despacio. Pero seguía adelante porque tenía que salvar a sus amigos.
Al fin a medio día llegó a casa de Rose. Entró y la casa estaba tan vacía y silenciosa como los días anteriores. Se tumbó en el suelo para reparar fuerzas. Apenas pudo dormir porque se encontraba muy nerviosa, así que a la media hora se levantó. Registró la casa entera en busca de algo que comer, pero lo único que encontró fue una galleta dura de hacía unos días. Se la comió igualmente y salió de casa.
Fue hacia las montañas por el mismo camino por el que la había llevado Deb cuando la salvó. Pasó por la casa de Mark y por la tarde llegó al Bosque de las Sombras. Estaba realmente asustada y quiso dar la vuelta y olvidarse de todo. Pero no tenía a donde ir y sus únicos amigos estaban encerrados en el calabozo del castillo.
Se adentró en el bosque con el amuleto en la mano, estaba cada vez más caliente. Caminó sin rumbo hasta que vio a unos hombres. Iban de negro con unas capas oscuras que ondeaban al viento y olían a hechizos de magia negra. Rachael corrió a esconderse en el arbusto más cercano. Por allí pasaron dos de ellos conversando animadamente.
—El Dios Tenebris nos ha prometido el dominio de los cuatro reinos.
—Con la ayuda de los timors atemorizaremos a los humanos.
—¿Es verdad que Tenebris es ahora el rey de Merta?
—Claro y él nos ayudará a tener el control de lo que nos pertenece.
Se fueron alejando y la niña ya no alcanzaba a escuchar lo que decían. ¿El Dios Tenebris?, ¿timors?, ¿conquistar los cuatro reinos? Aquello era más importante de lo que creía. Tenía que salvar a todos los seres humanos de la invasión.
Un sendero luminoso apareció ante ella y no dudó en seguirlo. Corrió todo lo rápido que pudo, ocultándose bajo los árboles de la mirada de los timors. Su batir de alas la acompañó durante toda su peligrosa travesía.
Al final, cuando la noche estaba próxima llegó a una cueva. Ámbar esperaba en la entrada, vigilándola desde su posición. Era más grande de lo que la pequeña había imaginado. Sus alas estaban plegadas en los costados y la luna se reflejaba en sus escamas. La dragona la estudió con la mirada y descubrió en su mano el amuleto del ángel. Debía ser amiga de Lema. La miró a los ojos y Rachael aguantó la mirada. «¿Quién eres?» le preguntó la dragona. La niña dio un bote sobresaltada, miró a su alrededor y no vio a nadie. Sin embargo había escuchado la voz y Ámbar no había movido los labios. «He sido yo», esta vez Rachael prestó más atención y se dio cuenta de que la voz la había escuchado en su mente, no con los oídos. «Me llamo Rachael, y Lema me ha dicho que viniera para darte esto» dijo mientras sacaba el guante junto con el pelo.
La dragona le dio las gracias y la invitó a pasar. La cueva seguía bastante desordenada, todos los ingredientes estaban esparcidos por el suelo. Con una llamarada encendió el fuego bajo el caldero y el agua empezó a hervir. Fue añadiendo los componentes: moco de troll, baba de caracol, polvo de hadas, raíz de árbol, tierra, un fruto envenenado, pétalos de rosa azul, dos gotas del tarro misterioso y el pelo. El caldero emanaba un humo verde que fue pasando por todos los colores. Cuando llegó al morado Ámbar lo vertió en un tarro y lo cerró bien.
«¿Tienes hambre?» le preguntó a Rachael, que asintió con la cabeza. La dragona se acercó a una esquina de la cueva, donde reposaba el conejo que había cazado. Lo cocinó con una llamarada y se lo tendió a la niña. Ella se lo comió con apetito, sin duda sabía mejor que la galleta dura que había comido antes. Rachael le contó a Ámbar que sus cuatro amigos estaban encerrados en las mazmorras del castillo. También le contó que los magos oscuros y los timors, ayudados por el Dios Tenebris iban a invadir Merta y los otros tres reinos. Aunque la dragona ya se había enterado de eso.
Cuando Rachael se durmió, Ámbar preparó todo lo que necesitarían al día siguiente. No se iban a rendir sin luchar. En una gran mochila guardó todos los objetos mágicos que poseía junto con su libro de hechizos y la poción.
En las mazmorras el tiempo pasaba muy lento. Lema no paraba de preguntarse si Rachael habría llegado sana y salva a la cueva. La princesa odiaba estar allí, se sentía muy impotente.
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