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Peligro y seguridad:


MANHATTAN, TORRE DE NERÓN

—Señora Venus—llamó Chris Rodriguez, mientras miraba en todas direcciones asegurándose de no ser visto por ninguna cámara o sirviente del emperador—. Señora Venus, escuche, tengo información que le podría interesar.

La diosa lo miró inquisitivamente.

—¿De qué hablas, chico?

El hijo de Hermes se mostró incómodo.

—No tenemos mucho tiempo, Nerón tiene ojos y oídos en todas partes... pero hágame caso, la única razón por la que el Cesar me mantuvo con vida es porque soy útil como explorador, y he hecho eso, explorar.

—¿Qué descubriste?—cuestionó la diosa.

—A Piper McLean—respondió Chris—. Está viva.

Venus frunció el ceño.

—Llévame con ella.







CASA CHASE, BOSTÓN

Piper caminaba por los pasillos de la vieja mansión, preguntándose cómo era posible que su vida se cayese a pedazos cada pocas semanas y cada vez de forma peor.

En ese mismo instante, una puerta de oscuridad se abrió ante ella, desde la cual emergieron dos figuras una tras otra.

—Repíteme una vez más, ¿cómo es que puedes crear portales de esta forma?—preguntó Afrodita.

—No tengo idea—respondió Chris—. Cuando me volví el explorador de Nerón él me entregó este poder, aún no entiendo cómo...

Se detuvieron en seco al ser amenazados por una daga, no obstante, su portadora no tardó en bajarla y mostrarse confundida.

—¿Madre?

La diosa del amor le sonrió.

—Es bueno volver a verte, Piper.

—¿Cómo...? ¿Qué haces aquí?

—He venido a buscarte—respondió—. Tengo un lugar seguro en Manhattan, nuestro anfitrión no tendrá problema en que te unas al grupo, si te comportas adecuadamente.

La semidiosa hizo una mueca.

—¿En Manhattan? No hablarás de la Torre de Nerón, ¿o sí?

—La misma—asintió la diosa—. Ahora, démonos prisa. Ares y su hija están solos en ese lugar y me preocupa que puedan descontrolarse.

Piper negó con la cabeza.

—Yo no lo creo—dijo—. Con Nerón yo no voy a ninguna parte, además, no voy a abandonar a los refugiados.

—Piper, admiro tu corazón, pero tienes que mirar a tu alrededor—insistió Afrodita—. El mundo está muriendo, y cuando renazca, quisiera que estuviese mi hija entre aquellos que reinen en la nueva Tierra.

—Puedes irte a tener niños con Ares, no me interesa tu oferta.

Tal vez en otras circunstancias la diosa hubiese respetado la decisión de su hija. No obstante, ahora se encontraba alterada, preocupada y ofendida por las palabras de ésta, por lo que la tensión creció en el pasillo.

—Ehm... ¿señoritas?—murmuró Chris—. Me doy cuenta de que hay vrykolakos rodeando todo este lugar, y Nerón no estará muy contento cuando volvamos...

Afrodita convocó su lanza.

—Piper, vas a venir, te guste o no.

La semidiosa apuntó su daga.

—Ven e inténtalo, anciana.

Afrodita lanzó una estocada frontal, la cual su hija evadió con un quiebro y cerró sus distancias para intentar atacar con su cuchilla. La diosa esquivó el golpe por pocos centímetros ladeando la cabeza a la izquierda y barrió el suelo con el asta de su arma.

Piper cayó al suelo, pero no se rindió y trató un último ataque desesperado, el cual su madre interceptó asestándole un golpe seco en la cabeza, derribándola de nueva cuenta.

—Me lo agradecerás algún día, Piper...

—¡MUERTEEEE!

El entrenador Hedge trazó un arco con su bate de béisbol, golpeando a la diosa de lleno, aturdiéndola momentáneamente.

—¡Te tengo!—rugió el sátiro, tratando de atacar otra vez, sólo para ser mandado a volar hasta la otra punta del pasillo con un golpe en el estómago.

—¡Es suficiente!—ordenó Afrodita.

—Estamos de acuerdo, señora, es suficiente—dijo una voz a su espalda.

Al volverse, la diosa se quedó en seco. Sí, Alex Fierro y otros supervivientes le amenazaban con sus armas, pero lo que le llamó la atención fue el hombre que le apuntaba con un revolver.

—Aléjate de mi hija—ordenó Tristan McLean, no obstante, en el mismo instante en que reconoció a la mujer frente a él, abrió los ojos de par en par y bajó su arma—. Eres tú...

La diosa lo miró con tristeza.

—Hola Tristan...

—¿Qué...? ¿Por qué...?

Afrodita bajó la mirada y les dio la espalda.

—Lamento los inconvenientes, Piper—dijo—. Chris, nos vamos.

La semidiosa se levantó, temblorosa.

—Madre—llamó—. Aún podrías quedarte con nosotros.

Ella negó con la cabeza.

—Aunque duela admitirlo, Nerón es nuestra mejor oportunidad de supervivencia—dijo—. Adiós, hija.

La diosa desapareció cruzando una puerta de oscuridad que se cerró a sus espaldas.

—Adiós, madre...







TORRE DE NERÓN, MANHATTAN

El plan original de Chris había sido reaparecer sigilosamente en algún punto apartado de la fortaleza y fingir que nunca había sucedido nada.

En su lugar, sin que él tuviese control alguno de la situación, terminó apareciendo en la sala del trono del emperador, ante las atentas miradas de todo el mundo.

—Así que allí estaban...—murmuró Nerón, tratando de contener la furia en su voz—. ¿Se puede saber dónde estaban?

Venus guardó su lanza y endureció la mirada.

—Encontré a mi hija—respondió.

—¿Y...?

—Y nada. Llegamos muy tarde. Ya no es más que carne muerta.

El emperador le miró con suspicacia.

—Quizá deba recordarle, Lady Venus, que en esta torre yo tengo el poder absoluto—gruñó—. A diferencia de ustedes, olímpicos, mis poderes divinos no han disminuido demasiado gracias a toda la energía que absorbí de mis compañeros caídos Calígula y Cómodo. No quieren hacer enfurecer a la Bestia...

—Oh, ya está hablando en tercera persona otra vez—bufó Quione.

El emperador señaló a Chris.

—Si mal no recuerdo, niño, te concedí esos poderes porque prometiste ser de utilidad—dijo—. Vuelve a hacer algo en contra de mi voluntad y serás despojado de ellos y lanzado fuera de mi torre.

—S-sí, señor...

Marte frunció el ceño y desenfundó sus armas, apuntándole a Nerón directamente.

—Sugiero que te calmes, Cesar.

—No me haga repetir lo que ya dije sobre mi poder...—gruñó el emperador.

—Y tú no me hagas recordarte lo evidente—repuso el dios—. Reuniste a un volátil grupo de antiguos inmortales en este lugar. Incluso si no podemos vencerte, la batalla sería lo suficientemente desastrosa para derribar tu pequeño edifico. Y por muy poderoso que seas, dudo que en tu estado actual puedas sobrevivir a un baño en el caldero de fuego griego que hiciste de Manhattan.

Nerón lo miró fijamente por varios segundos antes de agachar la mirada y sonreír afable, alzando las manos en gesto de rendición.

—No se equivoca, Lord Marte—aceptó—. Sugiero que todos nos calmemos, coman, beban y descansen. Volveremos a hablar de esto... en otro momento.

Los dioses, semidioses y Germani se retiraron en distintas direcciones. Cuando Marte estaba a punto de acompañarles, Nerón lo detuvo.

—Señor, ¿se quedaría un momento? Quisiera hablar con usted en privado.

Clarisse miró al emperador con suspicacia y se volvió hacia su padre.

—No me agrada ese sujeto—dijo—. No puede estar planeando nada bueno.

—Eso ya lo sé—bufó Marte—. Pero sea lo que sea, no aceptará un no por respuesta.

El dios se encaminó hacia Nerón, quien lo guió a travez de los aparentemente infinitos pasillos de su torre, con los brazos cruzados tras la espalda.

—¿Cómo sobrevivieron al ataque de Tarquinio teniendo una entrada al Laberinto aquí mismo?—cuestionó el dios.

—Perdimos muchos Germani ese día—respondió el emperador, con un falso tono de lamentación—. No obstante, estábamos preparados. No era como que no hubiese previsto que las cosas se le saldrían de control a Calígula, por lo que me adelanté a los acontecimientos y preparé una forma de sellar la entrada a la prisión de Dédalo.

Marte frunció el ceño, sintiendo como si la muerte se cerniera sobre ellos.

—¿A dónde me llevas?

—Bueno, me pareció adecuado mostrarte el vehículo que te trajo hasta mí—respondió Nerón—. Como habrás notado, el chico, Chris, ahora posee la extraña capacidad de abrir portales mágicos.

—Y tú eres el responsable de eso.

—Así es, Lord Marte, quiero presentarte a la Muerte.

En una solitaria habitación, encadenado, sedado e inmovilizado, el debilitado cuerpo de Walt Stone era mantenido prisionero mientras todo el poder divino era drenado lentamente de su ser.

—¿Anubis?—reconoció Marte—. ¿Cómo es que...?

—El chico apareció en la torre hace algún tiempo—reveló el emperador—. Aparentemente, escapó de una batalla, hubo una gran explosión, pero logró abrir un portal para salvarse en el último momento. Estaba casi muerto cuando lo encontramos, por lo que no ofreció demasiada resistencia. Y sus habilidades nos están resultando sumamente útiles.

—Lo estás drenando de su divinidad...—murmuró Marte, horrorizado.

—Él no la utiliza mucho últimamente—se encogió de hombros Nerón—. Nosotros le daremos un mejor uso.

El dios trató de desenfundar sus armas, pero la Bestia se le adelantó y le asestó un brutal puñetazo en la cabeza.

Aturdido, Marte dio un par de traspiés hasta quedar frente a Luguselva, quien sin contemplaciones le conectó otro golpe.

—No es nada personal, diosecillo—aseguró la gala—. Sólo supervivencia.

En ese mismo momento, Clarisse atravesó las puertas de la habitación, con su lanza en una mano y la cabeza cercenada de un germanus en la otra.

—¡Te dije que sería una jodida trampa!—rugió, embistiendo contra Luguselva.

La guerrera desplegó su par de cimitarras doradas, deteniendo sin ningún problema el primer embate de Clarisse, sin esperarse que la lanza de esta estuviese cargada de electricidad.

Normalmente, las descargas del arma eran sólo para aturdir, pero con el inicio del apocalipsis, la hija de Ares se las había arreglado para romper esa limitación en su Matamonstruos. En consecuencia, Luguselva salió despedida a toda velocidad con un destello rojo carmesí, atravesando una pared y quedando medio noqueada.

Nerón ni siquiera había contemplado la posibilidad de que su guardaespaldas fuese superada de aquella manera, por lo que estaba desprotegido cuando la lanza de la asesina del drakon lo atravesó de extremo a extremo por el estómago.

El emperador quedó ensartado en la pared, atrapado en esta mientras luchaba por liberarse.

—Agh, ¡maldición Lu! ¡Ponte de pie en este mismo instante y ayúdame!

—Esa herida tendría que haberlo matado—gruñó Clarisse, mientras ayudaba a su padre a ponerse en pie.

—Él... no es una persona normal...—respondió Marte.

Padre e hija se apresuraron a liberar a Walt de sus cadenas, quien cayó sin fuerzas al suelo, apenas consciente de sus alrededores.

—¿Quién...?

—No te preocupes por eso ahora—dijo Clarisse, tomándolo en brazos—. Tenemos que huir de aquí, ahora.

—Muerte...

—Sí, ya lo sabemos—bufó Marte.

—No... muerte... se acerca...

La lanza de Clarisse pasó a toda velocidad junto a sus cabezas, arrojada por Nerón, quién ya se había liberado.

—¡No van a irse a ninguna parte!—rugió—. ¡Yo...!

Sin que nadie pudiese haberlo predicho, un as de luz dorada partió el "impenetrable" edificio por la mitad, y una explosión destruyó Manhattan una vez más.







Cuando las cenizas de despejaron y las llamas remitieron lo suficiente, los pocos supervivientes al bombardeo solar se pusieron en pie temblorosamente, parados a mitad del cráter de roca que en el pasado había sido la Torre de Nerón.

—¿Qué Hades fue eso...?—balbuceó Clarisse, quien había sobrevivido a la destrucción gracias a la bendición de Ares, que la volvía invulnerable.

Nerón, con el cuerpo lleno de heridas y quemaduras al punto de ser irreconocible se alzó frente a ella.

—Apolo...—dijo, con genuino terror en sus enloquecidos ojos—. Apolo es un...

El dios del sol cayó de los cielos y con un único golpe partió al emperador en dos, reduciendo sus pedazos a cenizas con su toque ígneo.

Luguselva salió de entre una pila de escombros y cargó de frente balanceando sus espadas gemelas contra el dios solar, momento que Marte y Clarisse aprovecharon para escapar, con el endeble cuerpo de Walt aún en brazos.

—¡¡Chris!!—rugió la semidiosa—. ¡¡Sácanos de aquí!!

Aquellos que se habían quedado en la sala del trono habían sobrevivido con pocas heridas, pues era la zona más fortificada de todo el complejo. No obstante, ni siquiera ellos estaban a salvo de lo que venía.

—¡No sé si pueda!—respondió el hijo de Hermes—. Hace un segundo... sentí como si mis nuevos poderes se desvaneciesen, no creo poder abrir una puerta más.

—¡Tú has el intento, chico!—urgió Marte, mirando nerviosamente a sus alrededores.

—¿Qué es lo que está sucediendo?—quizo saber Quione.

A manera de respuesta, el cuerpo encendido en llamas de Luguselva se estrelló a su lado. Apolo se alzó sobre el grupo, mirándolos con sus ojos lechosos y sin vida.

—¡La última vez que revisé eras un estúpido humano!—gritó Marte—. ¡¿Qué demonios haces siendo un dios?!

El señor de la guerra descargó una lluvia de balas contra su medio hermano, las cuales se derretían al entrar en contacto con su piel.

—¡¡Chris, abre la puta puerta!!—ordenó Clarisse.

—¡¿A dónde?!

—¡¡Adónde sea!!

Apolo se lanzó sobre el semidiós, pero Bastet fue más rápida. Invocando su avatar de batalla, la diosa consiguió conectar un primer puñetazo contra el dios solar, haciendo temblar el suelo.

No obstante, no fue capaz de conectar un segundo golpe, pues fue mandada a volar por su adversario.

Luguselva se puso en pie, con las piernas torcidas y los brazos destrozados,  luchando por alzar sus cimitarras.

—¡Suficiente!—ordenó Afrodita—. ¡¡Retírense!!

Afectados por su embrujahabla, todos comenzaron a escapar tan desesperadamente como pudieron.

—¡¡Quione, deténlo tanto como puedas!!

La diosa de la nieve, aún en contra de su voluntad, se volvió para encarar al dios solar y alzó una enorme ventisca helada que se tragó el cuerpo completo de Apolo, dejándolo atrapado en una gruesa prisión de hielo.

La diosa se volvió hacia sus compañeros, quienes ya habían saltado todos hacia la última puerta de oscuridad que Chris fue capaz de abrir, la cual se cerró frente a sus ojos.

—Hijos de la...

Apolo derritió el hielo, y con zarpazo selló su destino.







CASA CHASE, BOSTON

Una puerta de oscuridad se abrió ante los ojos de Piper, quien alzó su cuchillo instintivamente.

—¿Ahora qué...?

—¡Abran paso!

Clarisse entró de un salto a la mansión, cargando en brazos a Walt. Tras ellos llegaron Ares, Afrodita, Luguselva, Bastet y Chris, desplomándose en el suelo sin energías.

—¿Madre? ¿Qué está sucediendo?—preguntó Piper.

Alex, Tyson, Tristan y el entrenador Hedge llegaron a toda prisa, desenfundado sus armas poniéndose en guardia.

—Calma, por favor—pidió Afrodita—. Venimos... buscando ayuda.

Por primera vez, Bastet reparó en el estado de Anubis y se apresuró a sostenerlo.

—Walt, ¿qué te sucedió?

El chico se retorció, más muerto que vivo, y balbuceó algunas cosas aparentemente incoherentes:

—Muerte... Tarquinio... Apolo... Sadie... ¡Sadie! ¡¡No!!

La diosa felina frunció el ceño.

—Eso... no puede significar nada bueno.

Tristan le apuntaba con su viejo revolver a Ares, quien lejos de mostrarse preocupado sonrió altanero.

—Vamos, chico. Dispara, sé que quieres.

—Padre, cállate—ordenó Clarisse, cosa que hizo que el entrenador pegase un brinco.

—¿Clarisse? ¡Sabía que tú, de entre todos los demás, sobrevivirías a la plaga!—celebró.

—Es bueno verlo, entrenador—miró nerviosamente a su alrededor—. ¿Mellie y Chuck...?

—Están bien—aseguró el sátiro—. En el cielo, a salvo, espero...—negó con la cabeza—. ¿Qué están haciendo aquí? ¿Cómo nos encontraron?

—Esa... es una muy larga historia.







El grupo en su totalidad se había sentado alrededor de una mesa en la cocina y se miraban silenciosamente entre ellos, sumamente incómodos, sin saber bien qué hacer o decir.

—Así que... aquí estamos...—murmuró Chris.

—¿Dónde estuvieron todo este tiempo?—preguntó el entrenador Hedge.

—Estábamos refugiados, por no decir prisioneros, en la Torre de Nerón—explicó Clarisse—. Estaba bien fortificada y parecía imposible que un vrykolakos entrase, pero resultó que las defensas no estaban preparadas para que un dios del sol no-muerto cayese del cielo y redujese todo a nada.

—¿El señor Apolo fue convertido?—preguntó Tyson—. Eso es muy malo...

—Podríamos encontrarlo de nuevo, o a cualquier otro dios—gruñó Ares—. Necesitamos estar listos, ellos van a atacar, y lo harán pronto.

—¿Entonces nos quedaremos?—cuestionó Chris—. Quiero decir, la señora de por allá era la guardaespaldas de Nerón...

Luguselva lo fulminó con la mirada.

—Y según tengo entendido, pequeña rata, estuviste aliado a Crono hace dos guerras.

—Cierren la boca, los dos—terció Clarisse—. No es relevante a quien se unieron o de que facción formaron parte, al menos ya no. Nerón tenía razón en una cosa, la mejor forma de sobrevivir es haciéndolo juntos.

Tristan miró a Ares de reojo.

—No estoy tan seguro de eso...—murmuró—. Si los dioses causaron este problema, ¿por qué los dioses no pueden arreglarlo?

—¿Crees que es tan simple, humano?—le sonrió Ares condescendiente.

—Concentrémonos en lo que sí podemos arreglar—pidió Luguselva—. Esta pequeña mansión es linda, pero no resistirá un ataque a gran escala. Hay que tomar al chico muerto y largarnos al refugio que tienen los olímpicos en el Mar de los Monstruos.

—Walt no irá a ninguna parte, además de la enfermería—siseó Bastet—. Su cuerpo ya estaba en mal estado cuando Nerón lo encontró, y ese estúpido emperador casi drenó de su ser toda la vida que le quedaba, no vamos a presionarlo más.

—¿Y tú qué me dices, Chris?—preguntó Clarisse—. ¿Aún puedes abrir portales?

El hijo de Hermes negó con la cabeza.

—Desde que sacaron a Anubis de dónde Nerón lo tenía me quedé sin poder. Tuvimos suerte de que pudiera abrir un último escape hacia aquí.

—Entonces habrá que luchar—decidió Ares—. ¿Cuántos refugiados protegen?

—Sin contarnos a nosotros, rondamos los cuarenta, en su mayoría jóvenes de quince o dieciséis años—respondió Alex.

—Va a ser difícil llevarnos a tanta gente—murmuró el entrenador.

—Eso, claro, suponiendo que no sean de ayuda—apuntó el dios de la guerra—. Con el entrenamiento adecuado...

—¡No vamos a mandar a un frente de batalla a un montón de niños!—gruñó Tristan.

Piper y Clarisse se miraron entre ellas.

—Papá... aunque no nos guste, los semidioses solemos estar en peligro desde muy jóvenes, yo tuve suerte de llegar a salvo a los quince, pero tengo amigos que tuvieron que sobrevivir al asedio de los monstruos desde los siete años.

El hombre trató de calmar su respiración, pero le resultaba imposible.

—Piper... a duras penas y puedo aceptar que tú estés en peligro... no me pidas que apoye la idea de mandar a esos chicos sin hogar a su muerte... ellos no son... semidioses...

—A día de hoy todos somos chicos sin hogar—bufó Luguselva—. Afróntalo, es matar o morir, y en tu lugar preferiría tomar la única de las opciones que implica seguir con vida.

—Quizá eres tú quien no quiere estar preparado para lo peor—bufó el dios de la guerra.

—¡Ares!—lo reprendió Afrodita.

—No... madre, él tiene razón—murmuró Piper, muy a su pesar.

Tristan miró a su hija.

—Piper, yo no...

—Gente, déjenme un momento a solas con nuestra estrella de cine, por favor—pidió Ares.

Una vez fueron dejados con privacidad, Ares se recostó en una silla, apoyó las botas sobre la mesa y comenzó a limpiarse las uñas con un cuchillo de caza.

—Mira, tristón...

—Es Tristan—gruñó el humano.

—¿Ah sí? Pues yo te veo muy tristón—respondió el dios—. Escúchame, ¿te crees muy miserable por descubrir la verdad del mundo? ¿Crees que la vida es cruel por arrebatarte tu carrera, tus vienes y tu hogar sólo para traer el apocalipsis inmediatamente después?

—¿Qué es lo que quieres conmigo?—murmuró el hombre, casi roto.

—Lo que quiero es que te saques la cabeza del trasero y mires a tu alrededor—explicó Ares—. Echa un vistazo a la diosa cuya atención llamaste, a la madre de tu hija: Dite no podría estar más fuera de lugar en el apocalipsis. Antes de la plaga se limitaba a pasearse por sus ostentosos palacios y buscar amantes dignos de ella. Pero aquí la tienes, con lanza en mano, haciendo lo que necesita para sobrevivir, a pesar de perder a su hogar, a casi todos sus hijos y los poderes prácticamente infinitos con los que nació. ¿De verdad me estás diciendo que tú no puedes hacer tal cosa?

Tristan bajó la mirada y suspiró.

—Tú ganas...—admitió—. ¿Qué hay que hacer ahora?

Ares sonrió y le tendió una de sus pistolas.

—Primero nos deshacemos de esa arma de juguete que tienes allí—dijo—. No llegarás muy lejos con eso, necesitas equipación militar de verdad. Y por suerte para todos aquí, soy un arsenal con patas.

Ambos hombres salieron de la cocina, en donde el resto del grupo ya los esperaba.

—Nos prepararemos para sobrevivir—dijo Tristan, ante la mirada preocupada de su hija—. Pero todo a su tiempo, esta noche todos necesitan descansar. Mañana... hablaremos de planes de guerra.







Los siguientes meses fueron los más sencillos.

Ares se las había arreglado para recuperar su viejo carro de guerra, y junto con el entrenador Hegde fortificaron el lugar entero de pies a cabeza.

Tyson trabajó día y noche casi sin descanso para construir una serie de vehículos de transporte capaces de atravesar tierra, cielo y mar para llevar a los supervivientes hasta el refugio en la Isla de Circe.

Luguselva, Alex y Walt siguieron con su recuperación lento pero seguro, tardarían en recomponerse en su totalidad, pero tarde o temprano sanarían.

La hija de Loki se encontraba contrariada con respecto a su situación actual. Lo que Magnus había querido al abrir la Casa Chase era ofrecerle un lugar seguro a los chicos de las calles en donde no fuesen juzgados. Con la llegada de la plaga, esa idea se había ido por el caño, remplazada por un refugio constantemente rodeado por no-muertos, pero sin importar eso, buscaba ser un sitio tranquilo para aquellos que resguardaba.

Ahora era una base paramilitar en donde un dios de la guerra y una amplia variedad de luchadores de distintos rincones del mundo preparaban una contingencia final para el día en que las defensas que Odín había levantado terminasen de ceder.

Un día que aparentaba ser como todos los demás, Piper y Afrodita se pasearon en un incomodo silencio por los pasillos de la mansión.

—¿Has hablado con mi padre?—preguntó finalmente la semidiosa.

Afrodita negó con la cabeza.

—Se ha enfocado por completo en sacarnos de aquí—respondió—. No creas que no he buscado acercarme, pero él simplemente se ha mantenido al margen. Quizá así sea mejor.

—Sí... supongo que tienes razón...

Ambas pasaron al lado del entrenador Hegde, quien golpeaba el suelo con su bate mientras urgía que "sus estudiantes" hiciesen más flexiones y diesen más vueltas alrededor del salón.

—Ese viejo sátiro es demasiado intenso...—murmuró Afrodita.

—Tal vez, pero eso me mantuvo con vida durante la segunda Gigantomaquia, los chicos están en buenas manos.

En la enfermería, aún apenas y consciente Walt se removía en sueños, siendo vigilado constantemente por Bastet.

—¿Cómo está?—preguntó Piper.

La diosa felina negó con la cabeza.

—Nada bien, me temo—suspiró—. Me... me ha contado cosas, de vez en cuando se despierta. Nada bueno, me temo. Han muerto muchos... Carter, Sadie... mis cachorros...

—Lo lamento mucho...

—Todos hemos perdido demasiado—murmuró Bastet—. Walt puede sentir sus muertes, las ve en sueños... Atenea, Hermes, Horus, Isis, Magnus Chase, Blitzen, Amir Fadlan, Annabeth Chase... y muchos más.

El corazón de Piper se detuvo por un momento.

—¿Annabeth se ha ido?

La diosa asintió con la cabeza.

—Lo siento... yo... necesito un momento...—la semidiosa se abrazó a sí misma y se alejó a toda prisa de la habitación.

Pasó por varias zonas de la mansión mientras buscaba un lugar privado. Observó a Luguselva enseñando lucha con espada con ayuda de Ares, a Tyson tomándose un descanso del trabajo, recostado sobre la señorita O'Leary y haciendo de niñera para los más pequeños en el refugio, y finalmente pasó al lado de Clarisse y Chris que conversaban tranquilamente mientras se paseaban por el lugar.

Al notar como la hija de Afrodita pasaba sin siquiera saludar, Clarisse frunció el ceño.

—Esa chica acaba de recibir una mala noticia—murmuró.

Chris suspiró.

—Lastimosamente, las malas noticias abundan últimamente—dijo—. Con algo de suerte, en un par de semanas más Tyson acabará con los carros y podremos reunirnos con el resto.

—Con los que quedan del resto—bufó Clarisse—. No quiero ser pesimista, pero con monstruos como Apolo allá afuera, no sé cuantos puedan haber caído antes de lograr organizar una defensa apropiada.

—Sobrevivieron los que tenían que sobrevivir—terció Ares, doblando la esquina del pasillo y cruzándose de brazos frente a la pareja—. Y también algunos que no.

Chris retrocedió algunos pasos, sintiéndose aludido.

—S-señor...

—Ahórratelo, niño, conozco bien la historia. Te sentías miserable porque papi divino Hermes no reconoció tu existencia hasta muy tarde y te uniste al señor de los titanes que quería destruir el mundo conocido, siendo mandado en solitario al Laberinto de Dédalo y quedándote loquito.

—¡Papá!—lo encaró Clarisse.

—No...—murmuró Chris—. Tiene razón...

El hijo de Hermes salió del lugar, a lo que su novia se apresuró a ir tras él.

—No debes hacerle caso—aseguró ella—. Sólo éramos niños cuando la guerra contra Crono comenzó, nadie realmente te culpa. Incluso Percy aceptó que aunque los métodos de Luke eran los equivocados, sus motivaciones tenían algo de verdad.

—¿Y eso acaso justifica lo que hice?

—¿Y morir sacrificándose justifica lo que hicieron Luke o Silena? ¡No! Pero eso no es lo importante—insistió la hija de Ares—. Al final, para bien o para mal, lo importante es lo que vino después. Luke murió y Percy comprendió el don que debía pedirle a los dioses. Silena murió y yo finalmente hice algo bien en mi estúpida vida. Tú perdiste la cordura y a cambio entendiste quienes eran de verdad tus amigos. Luchaste con y para nosotros, y hubieras muerto de ser necesario. Eso es lo que al final los diferencia a ti y a Silena de Luke, comprendieron su error y sin ser obligados por nadie se atrevieron a hacer lo correcto, en lugar de esperar a que su cuerpo y alma estuvieran al borde del colapso para finalmente rectificar como es debido.

—¿Tratas de decir que debería intentar morir de forma heroica?

Clarisse le dio un puñetazo.

—Eso definitivamente no es lo que quise decir.







Acabada su jornada de entrenamiento, Luguselva dio un silencioso paseo por la mansión, admirando los diversos retoños que ella misma había plantado por todo el lugar a forma de conmemorar a quien había considerado su hija y que había caído al inicio de la plaga.

Poco sabía realmente la gala del inmenso poder que Meg McCaffrey poseía en su interior.

Mientras la guerrera se inclinaba para mirar desde más cerca uno de los brotes, un destello verdoso emanó de la planta, materializándose en la forma de una niña que rondaba los trece años, vestida cual semáforo y con llamativos lentes con diamantes falsos.

—¿M-Meg...?

El vrykolakos la miró con sus lechosos ojos muertos y lanzó un veloz zarpazo.

Después sólo hubo silencio.







Clarisse y Chris entraron al salón principal de la mansión con sus armas en ristre al escuchar golpes, gritos y disparos.

—¡Muerte a las plantas!—rugía el entrenador Hedge, mientras destrozaba una maceta con su bate.

—¡¿Qué está sucediendo?!—preguntó Clarisse, confundida.

—¡Las plantas!—advirtió Tristan—. ¡Aparece y desaparece de planta en planta!

—¿Un hijo de Deméter?—preguntó Chris, mientras arrancaba un tallo de la tierra.

Al otro lado de la habitación, Meg hizo acto de aparición y trazó un arco doble con sus hojas gemelas, partiendo en dos a uno de los supervivientes más viejos.

—Meg...—murmuró el entrenador con pesar—. Lo lamento mucho, niña... ¡MUERTE!

El sátiro se lanzó contra ella y trató de conectarle un golpe con su bate. No obstante, incluso como un no-muerto, la joven seguía siendo una guerra letal entrenada como arma desde muy pequeña.

Sin dificultad alguna, la hija de Deméter le cortó ambas manos con un movimiento y lanzándose de frente encajó sus dientes en el cuello del hombre cabra antes de deshacerse en un destello verde.

Los supervivientes se agruparon espalda contra espalda en el centro del salón.

—¡Clarisse, Chris, reunan a los refugiados!—ordenó Tristan—. ¡Tenemos que quemar esos malditos tallos!

En ese mismo momento, Piper entró al salón, arrojada violentamente a travez del pasillo.

—¡Piper!

—Papá...—murmuró la joven—. Tienen a Luguselva, intenté detenerla... pero es una maldita bestia.

—¿Dónde está?

—Afuera... rompió nuestras barreras mágicas desde adentro.

El hombre comprendió lo que sucedía y no pudo hacer otra cosa más que apretar los puños y maldecir al universo.

—Estamos todos muertos...

Una horda de vrykolakai corría hacia las puertas de la mansión siseando y rugiendo salvajemente.

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