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Conflicto y concertación:



Es fácil armar planes y estrategias cuando uno se encuentra en la seguridad de su refugio, cuando el peligro es una amenaza lejana y por podrido que esté el mundo, aún parece haber esperanza.

En el momento en que la batalla empieza y no hay previo aviso, todo eso es tirado a la basura.

—¡Retirada!—ordenó Tristan, mientras se llevaba a los refugiados lo más lejos posible de la entrada.

—¡Si ven una maldita planta, no se le acerquen!—advirtió Ares.

Luguselva cargó contra ellos, alzando sus espadas gemelas en alto. La guerrera gala era mucho más fuerte que cualquier humano del común...

Pero no era un cíclope.

Tyson dio un salto, abalanzándose sobre ella, embutido en una improvisada armadura completa.

El hijo de Poseidón asestó un poderoso golpe descendente, arrebatándole sus cimitarras a la gala. Acto seguido, la tomó por la cabeza y se la arrancó sin dudarlo.

—Lo siento...—murmuró.

La horda de vrykolakai lo derribó gracias a sus números, pero la armadura sirvió para protegerlo de sus rasguños, lo que le permitió levantarse y seguir combatiendo tan ferozmente como pudo para ganar tiempo al grupo.

—¡Corran!—ordenó.

Chris, Clarisse y Piper se apresuraron a llevarse a los refugiados mientras que Ares y Tristan desenfundaban sus armas y abrían fuego para intentar ayudar a Tyson.

—¡Cíclope, ven aquí!—ordenó el dios de la guerra.

El monstruo luchó por librarse del agarre de sus enemigos, pero incluso para su abrumadora fuerza eran demasiados los cuerpos sobre él.

—Déjenmelo a mí...—dijo una nueva voz.

Walt se acercó lentamente a la entrada, apoyándose en un bastón improvisado y haciendo esfuerzos con cada movimiento.

—Chico, estás aún peor que el niño de Poseidón, acabarás muerto si no te largas.

—Esa es la cuestión, Ares—respondió—. Yo ya estoy muerto...

A una velocidad inhumanamente alta, el dios de los funerales cargó de frente contra la horda. Tan sólo su toque era capaz de pulverizar al instante a los no muertos, y fue cuestión de segundos para que pudiera poner a Tyson a salvo.

—¿Cómo estás?—preguntó el cíclope.

Walt cayó de rodillas y luchó por respirar.

—Nada bien...—reveló—. Eso... casi drena toda mi energía...

—¡Descansaremos después!—les urgió Ares, abriendo fuego contra una nueva ola de atacantes—. ¡Tenemos que salir de aquí, ahora!

Tristan ayudó a Walt a levantarse y todos empezaron a correr a travez de la mansión.

—¡Tyson! ¿Los vehículos funcionan?

—¡Aún no los he probado!—respondió el hijo de Poseidón—. ¡Podrían servir o podrían explotar al encenderlos!

—Habrá que arriesgarse—decidió Ares—. ¡Fijen curso directo al Mar de los Monstruos!

El grupo se reunió con Clarisse y Chris, quienes no dudaron en unirse a la batalla.

—¿Creen que de verdad sea buena idea?—cuestionó el hijo de Hermes—. Es un largo camino hacia el sur, y seremos presa fácil de cualquier dios convertido.

—¿Tienes otra opción?—preguntó el dios de la guerra.

—Touché...

Los refugiados estaban reunidos en el salón que Tyson había adaptado como un improvisado taller y subían al par de barcos todoterreno que el cíclope había preparado.

—Por favor que no exploten—rezó el hijo de Poseidón, sin saber muy bien a quién.







El lado bueno, los vehículos no explotaron.

El lado malo, aún había que cruzar todo el país y una larga extensión del océano hasta dar con el refugio de los helenos.

De ese modo, tres docenas de refugiados, cuatro dioses, cuatro semidioses, dos monstruos y una ex-estrella de cine surcaron los cielos mientras observaban las hordas de monstruos que se congregaban a sus pies.

Clarisse y Chris iban delante del grupo en el carro de guerra de Ares, fungiendo como guías del grupo. Los dioses, por su lado, se habían repartido en ambos barcos y no dejaban de moverse en alerta total.

Los cosas marcharon bien al principio, el grupo ya estaba en el sur de Florida y se acercaban a su objetivo.

Entonces, Ares notó un pequeño adorno junto al timón de su barco.

—¿Qué-es-eso?—preguntó.

Tyson frunció el ceño.

—Algas marinas secas—respondió—. Me parecieron un lindo detalle...

El dios de la guerra desenvainó su espada, pero fue muy lento y el vrykolakos que algún día había sido Meg McCaffrey se materializó frente a él, trazando un arco ascendente con su espada.

—¡Oh, mierda!

Ares cayó al suelo de golpe, con el rostro sangrándole sin parar y su ojo derecho arrancado.

—¡Ares!—Tristan disparó su arma, pero Meg esquivó la ráfaga con un salto y comenzó a moverse libremente por el vehículo.

El humano se apresuró a tomar el control antes de que el barco cayese del cielo.

—¡Búscala!—ordenó—. ¡Yo trataré de mantenernos en el aire!

El dios asintió, poniéndose de pie y dando la alarma a gritos.

—¡Vrikolakos abordo!—rugió—. ¡Todos en guardia!

Los refugiados rápidamente adoptaron las medidas de seguridad que se les habían enseñado, pero una de las más pequeñas que se había quedado rezagada fue incapaz de ponerse a salvo a tiempo, y las hojas doradas de su atacante la partieron por la mitad.

—¡NO!—rugió Tyson, abalanzándose sobre el no-muerto y lanzando un devastador golpe.

Meg evadió el embate con un salto y consiguió adentrarse entre el grupo defensivo de los supervivientes, apuñalando directamente en el corazón a otro de ellos.

Quizá la masacre hubiese continuado, de no ser porque la Señorita O'Leary hizo acto de presencia, mandando a volar al vrykolakos con un zarpazo.

Meg trató de reincorporarse, pero con un certero movimiento de sus cuchillos, Bastet le cortó la cabeza.

—Lo siento, pequeña—se disculpó—. No es tu culpa haber acabado como una muerta en vida...

Al notar como uno de los barcos se salía de la ruta y se balanceaba precariamente, Clarisse dio vuelta al carro de Ares y se acercó a la cubierta del vehículo volador.

—¡¿Qué está pasando?!—preguntó a gritos.

Ares salió a su encuentro, con su rostro aún sangrando a chorros.

—La niña de Deméter—reveló—. Nos encargamos de ella, pero asesinó a algunos de los nuestros.

—Lo... lo lamento mucho...—dijo Chris—. Odio decirlo así, pero no podemos pararnos a pensar mucho en ello. Corrijan el rumbo de su barco, ya estamos cerca del mar, puedo verlo desde aquí...

Los caballos del carro de guerra relincharon inquietos, y la luna llena en el cielo pareció oscurecerse.

—¿Qué fue eso?—preguntó Chris, tras volver a colocarse frente al convoy.

—No lo sé—admitió Clarisse—. Pero no puede ser nada buen...

Un destello plateado se abrió paso a travez del cielo, y el poderoso carro de Ares fue lanzado contra el suelo como si no fuese más que chatarra.

La diosa de la luna se mostró frente a los barcos, con la piel pálida y los ojos lechosos.

—Esa... ¿esa es Artemisa?—preguntó Bastet.

—Eso me temo—murmuró Ares—. Siempre creí que ella sí lograría sobrevivir, no puedo creer que...

La diosa no-muerta cargó contra ellos a toda velocidad. Como acto desesperado, Bastet saltó fuera del barco e invocó su avatar de batalla, recibiendo a su enemiga con un brutal zarpazo, cayendo ambas hacia la tierra.

—La anfitriona actual de Bast no resistirá mucho—murmuró Walt débilmente—. Necesitará ayuda...

Ares tomó su espada, pero el dios de la muerte lo detuvo.

—No te ofendas, pero no eres precisamente el olímpico más poderoso en el universo—le dijo—. Tú tienes que ir a buscar a tu hija.

—Ni hablar, niño—gruñó—. Es más probable que te desvanezcas antes de ponerle un dedo encima. Además, eres el único que conoce la ubicación exacta del refugio.

—La Isla de Circe, sabes cómo llegar—insistió Anubis—. Actualmente la muerte y los funerales son lo último que el mundo necesita, el valor y la excelencia de Marte... eso es distinto.

El dios de la guerra sonrió levemente antes soltar una carcajada.

—Ambos sabemos que ninguno de los dos sobrevivirá más allá de esta noche.

Walt le devolvió la sonrisa mientras tosía adolorido.

—Pero que nadie diga que no lo intenté...

Anubis se lanzó a la batalla también, y sin siquiera pensárselo, Tyson se reajustó la armadura y saltó junto a él con un rugido de guerra.

—¡Pol mejillón!

Eran seres poderosos, héroes en toda regla, pero no estaban en condiciones para una batalla de tal calibre.

Bastet, quien era en ese momento la más poderosa del grupo, aterrizó en medio de un gran cráter y comenzó a forcejear contra su enemiga, con su avatar de batalla parpadeando a momentos.

Finalmente, la diosa egipcia consiguió hacer retroceder a la señora de la luna con un zarpazo y la inmovilizó contra el suelo.

El cuerpo de Artemisa refulgió con un color plateado tan potente que Bastet se vio obligada a retroceder cegada y aturdida, momento que el vrykolakos aprovechó para volver a atacar.

Su golpe jamás conectó, pues Anubis aterrizó sobre ella, y aprovechando la confusión, Tyson le arrancó los dientes con un veloz puñetazo.

Ares se volvió hacia Tristan.

—Toma el timón—le dijo—. Ya alineé el barco, sólo tienes que seguir recto hasta encontrar el refugio.

—¿A dónde vas?—preguntó el hombre.

—Yo voy a buscar a mi hija...

En ese momento, el cuerpo de Tyson se estrelló contra el vehículo, atravesándolo de lado a lado.

La nave cayó al suelo dando vueltas y echando humo, apenas y logrando aterrizar semi-seguramente gracias a Ares.

El segundo barco desplegó un par de escaleras de mando, mientras que Piper bajaba a toda prisa para ayudar.

—¡Alex, hay que traer a los otros refugiados hacia acá!

—¡¿El barco aguantará a tanta gente?!—preguntó la hija de Loki.

—¡No tengo idea! ¡Pero pienso averiguarlo!

Mientras Alex se esforzaba por guiar a los supervivientes de la nave caída hacia la suya, Piper se volvió hacia la masa de no-muertos que corrían hacia ellos a toda prisa.

—¡Apúrense!—gritó, haciendo uso de su embrujahabla—. ¡Trataré de ganar tiempo!

La joven se lanzó a la batalla sin dudarlo ni por un segundo, repartiendo tajos a diestra y siniestra con su cuchillo y cualquier objeto cortopunzante que fue capaz de encontrar en medio de la carnicería.

Una vez todos los refugiados hubieron subido al segundo barco, que ahora se balanceaba precariamente hacia los lados, Afrodita soltó el timón del mismo e invocó su lanza.

—¡Alguien tome el control de esta maldita cosa!—ordenó—. ¡Fierro!

Se volvió pan buscar a la hija de Loki, pero ella no apareció por ninguna parte.

—Maldición...—señaló a la primera persona que vio—. ¡Tú! ¡Encárgate de que esta chatarra no se caiga del cielo y avanza todo recto hasta que veas el refugio!

—¿A dónde va, señora Afrodita?—preguntó uno de los refugiados.

—Por mi hija, ¿a dónde demonios más?







Piper no era un hueso fácil de roer, por sí misma se las arregló para mantener a raya a sus atacantes por varios minutos, pero su fuerte jamás fue la confrontación y la batalla directa.

A punto de ser apuñalada por la espalda, fue salvada por la lanza de su madre, quien atravesó el craneo de uno de los monstruos para seguir abriéndose paso a travez de la horda.

—¿Mamá...?

Afrodita suspiró con tristeza y sonrió.

—Hay muchas cosas de las que me hubiera gustado hablar contigo...

—¿Qué demonios estás diciendo?

—Por favor, dile a tu padre que lo siento...

—¡Mamá! ¡No vayas a...!

La diosa tomó a su hija y la arrojó por los cielos como si de una pelota se tratase, haciéndole aterrizar con dureza sobre la cubierta del barco volador, que ya se alejaba de la zona de desastre.

Afrodita sonrió satisfecha, mientras era superada por sus enemigos y caía ante los zarpazos de los monstruos.







No demasiado lejos de allí, Tristan sacaba a rastras el cuerpo inconsciente de Chris de entre un montón de metal aplastado y fuego.

Clarisse apenas y se mantenía en pie, apoyándose en su lanza como bastón, y miraba con horror y admiración a su padre, quien se mantenía firme entre ellos tres y la horda de no-muertos, manteniéndolos a raya disparando a dos manos con sus armas.

—¡Vamos! ¡Lárguense de aquí!—ordenó—. ¡Alcancen el maldito barco! ¡No sé cómo, pero háganlo!

Tristan miró como el vehículo volador ya empezaba a alejarse nuevamente, si llegaba al mar, jamás podrían subir de vuelta.

—No hay forma en que lleguemos.

—¡Claro qué pueden!—rugió el dios de la guerra—. ¡Vayan de una maldita vez!

—Señor Ares...—comenzó Chris, apenas capaz de procesar lo que sucedía.

—Cierra la boca, niño—le dijo—. La verdad, no me desagradas tanto como dejo ver, pero no te confundas, has algo incorrecto y mi fantasma te perseguirá para el resto de la eternidad.

Tristan ayudó al chico a moverse, mientras que Clarisse se quedaba un momento más junto a su padre.

—Te temí toda mi vida—dijo ella.

—No quiero morir y que lo último que oiga sean sentimentalismos—gruñó él.

—Lo sé... adiós papá. Ojalá nos volvamos a ver algún día...

La chica echó a correr, dejando al dios de la guerra solo frente al peligro.

Al empezar a moverse, la joven notó de inmediato como su fuerza y velocidad aumentaban mucho más allá de los límites humanos, lo mismo iba para Tristan y Chris.

Era un último regalo. Ares les estaba otorgando a los tres todo el poder divino que tenía para que pudieran alcanzar los barcos y salvarse, a costa de verse reducido a sí mismo hasta el nivel de un simple mortal.

Cerca de ellos, Artemisa finalmente rompió el avatar de batalla de Bastet. La diosa felina era poderosa, pero su improvisada anfitriona no poseía de la capacidad para manejar todo su poder, y su cuello fue partido con un tirón.

Anubis ya no era más que una minúscula sombra de lo que alguna vez fue, sólo un montón de lastre para los otros supervivientes, por lo que sin dudarlo se lanzó contra el peligro, rezando por tal vez reencontrarse con Sadie, Carter y todos sus demás amigos.

La diosa de la luna le arrancó la cabeza tras descubrir que el dios de la muerte era inmune a la plaga.

Tyson, por su lado, era monstruosamente fuerte... pero no era un dios.

Tras un breve forcejeo y un intercambio de puñetazos, el cíclope fue derribado, y su pecho atravesado de lado a lado por la deidad no-muerta.

Clarisse subió al último barco, llegando a la cima por la escalera de mano junto a Chris y Tristan, sólo para mirar abajo y mirar a su padre, completamente solo.

El dios demostró porque era el señor de a guerra, y en un festival de sangre y tripas hizo frente por sí mismo a toda la horda de monstruos, creando montañas de cadáveres y ríos de veneno mientras balanceaba su espada de un lado a otro.

Pero con sus poderes divinos repartidos entre otras tres personas, resultó una presa fácil para Artemisa, quien sin dudarlo se abalanzó sobre él y lo despedazó con un golpe.

Los supervivientes ya sobrevolaban las aguas, acercándose a la frontera del Mar de los Monstruos, cuando Artemisa volvió a centrar su atención en ellos.

Los sacrificios habían sido inútiles, el fin había llegado y no había ningún dios que pudiese salvarlos.

Hasta que, de hecho, lo hubo.

Los suelos se abrieron de par en par, la realidad se resquebrajó y las plantas comenzaron a crecer fuera de control.

Una figura emergió de entre la oscuridad, rodeada de fuegos fatuos.

Portando un báculo y una barita egipcia en manos, un hombre calvo de piel azul y vestimentas de faraón se concentró en la diosa no muerta y disparó un rayo de energía.

Artemis fue derribada de los cielos y cayó frente a su nuevo oponente, que con un destello asumió una apariencia más humana, de piel oscura e impecablemente vestido.

—Acabo de recibir muy malas noticias, Tarquinio—dijo, con una voz calma pero llena de ira—. Te lo estoy advirtiendo... voy por ti.

Los ojos de Artemis pasaron del blanco lechoso a un morado brillante cual llamas de yodo, su voz se moduló y volvió más grave.

¿Ah sí?—preguntó riendo—. ¿Quién eres tú, entonces? ¿Por qué te piensas capaz de desafiarme?

El hombre le sostuvo la mirada sin miedo alguno.

—Mi nombre es Osiris, señor de la resurrección—sus ojos relucieron con un color azul verdoso—. Y tú... te llevaste a mis hijos.

Las plantas envolvieron el cuerpo de Artemis, atándola de piel a cabeza entre enredaderas y espinas. Acto seguido, el dios egipcio le apuntó con su báculo y pronunció el que había sido el hechizo favorito de su hija.


HA-DI: DESTRUIR


Una explosión de tonalidades zafiro sacudió los cielos, tragándose por completo a la diosa no-muerta.

El señor de los muertos se volvió hacia el barco que se alejaba por los mares y sonrió tristemente.

Tarquinio le había quitado todo, ya fuera como Osiris o como Julius Kane: su hermano Amos, su esposa Isis, sus hijos Horus, Carter y Sadie y su sobrino, aquel que había adoptado como niño propio, Anubis.

El cráter resultante de su ataque comenzó a temblar, lo que era un claro indicativo de que Artemis no tardaría mucho en levantarse.

El mago ya se lo esperaba, fuera del inframundo, Osiris no era más que una sombra de lo que una vez fue.

Suspirando tristemente una última vez, se adentró nuevamente en la Duat, decidido a unirse a los supervivientes en la Isla de Circe.

Su corazón estaba lleno de culpa al no haber podido salir de su sala de juicios para socorrer a sus hijos. Había tenido que librarse de todo su trabajo pendiente para poder entrar a la batalla, y ya había sido demasiado tarde para su familia.







Tiempo más tarde, el decadente barco volador aterrizó a muy duras penas en el refugio heleno perdido en el océano.

Descendiendo lentamente de la nave y siendo recibidos por el comité de magos y dioses que resguardaban el lugar.

—Este lugar es increíble...—murmuró Tristan, admirando la enorme fortaleza creada por el mismo Hefesto.

Deméter salió a su encuentro, armada con su guadaña.

—Sean bienvenidos—dijo—. Por favor, acompáñenme, nos aseguraremos que nadie haya sido infectado, y de ser el caso, tenemos remedios para detener el veneno antes de que sea demasiado tarde.

—Fuimos atacados por una hija suya de camino aquí, Lady Deméter—intervino Clarisse, con la voz apagada—. Ella podía teletransportarse a travez de las plantas, y no puedo evitar notar que este refugio está lleno de ellas...

Deméter los miró con tristeza.

—Solamente mis hijos más poderosos pueden hacer algo como eso—suspiró—. Y el refugio está protegido con mis poderes contra ello.

—Sin mencionar, las incontables barreras mágicas que nos hemos encargado de agregar—añadió una nueva voz.

Hécate llegó a la zona de aterrizaje, acompañada por Seth y Hearthstone.

—Estaremos a salvo aquí, todo lo demás dependerá de la misión del equipo de ataque.

Una última presencia se manifestó en el lugar, poniendo a cada uno de los presentes en guardia.

—¿Cuál equipo de ataque?—preguntó Osiris—. Necesito respuestas, ahora.

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