6. Pereza
Negligencia, flojedad o descuido de los deberes u obligaciones en que deberíamos ocuparnos.
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— ¡Su majestad!, ¡Tenemos que seguir organizando los planes para los futuros reinos!, Tenemos el 80% de los territorios.— Hemlock escuchaba la voz a la lejanía.
— Además, necesitamos evitar que se unan entre ellos para ir en contra de usted.— Informó otro de sus hombres.— Si no nos damos prisa, vamos a demorar en crear el reino completo de las Tinieblas.
El Rey ignoró sus palabras y continuó acostado en su cama. Estaba encerrado en su habitación y no deseaba para nada salir de esas 4 paredes.
Sus servidores llevaban horas tratando de convencerlo de dar un paso fuera de la cama, pero Hemlock no tenía humor y ni mucho menos energía para seguir peleando contra los reinos que faltaban.
Existía un pecado que no le enorgullecía mucho y ese era la pereza.
La cual lo estaba dominando en estos momentos y no le permitía salir de su cama. Ni siquiera podía alzar sus manos hacia el tocador para verse en un espejo como en todas las mañanas.
Simplemente, no podía moverse.
Éste era uno de esos días dónde se cansaba, tenía flojera de salir de su habitación, descansaba, ignoraba a las personas que lo asistían, e incluso tenía una gran pereza como para levantarse e ir a desayunar.
Simplemente, estos momentos era donde quería descuidarse del mundo.
Ignorar los problemas exteriores, ignorar a los otros reinos faltantes y simplemente enfocarse en los que ya tenía gobernados.
Pero en el fondo sabía que no podía permitirse ese tipo de acción, su deber era ir por el resto de los territorios y crear todo un poder total bajo él.
¿Sería posible? Lo haría posible.
Aunque en estos momentos sólo esté en su cabeza la palabra dormir y descansar.
La mujer al lado de su cama se lo había propuesto.
Él no quería dejarse llevar por la flojera, pero ahora parecía que su cerebro comandaba a todo su cuerpo a hacerlo.
Debería levantarse.
Debería colocarse su armadura e ir a las últimas conquistas que le faltaban para completar el tamaño de su reino.
Pero simplemente volvió a caer sobre la cama.
Aunque creía que todo esto se debía a Adeline.
Desde que sus ojos habían hecho contacto desde la primera vez, el mundo de él se desestabilizó.
Seguía enojado consigo mismo por permitirle vivir, su deber era matarla. Tal como se había prometido ser.
Sus puños muy apenas tuvieron la fuerza de apretarse debido a la flojera de incluso mover sus dedos.
¿Cómo era posible que le haya permitido vivir una vez más y luego dejarle su arma?, No podía haber sido más estúpido que ayer.
Ante sus pensamientos, la puerta de su habitación se abrió dejando ver a su caballero.
Entró con su armadura, su espada reluciente por la luz escasa que penetraba tras su ventana.
Su caballero quedó sorprendido ante la presencia de una mujer dentro de su habitación. Hemlock nunca había hecho algo como eso, no dentro de su habitación. Siempre era el trato con esas mujeres fuera de ahí.
Quería preguntar, pero observando la mirada penetrante de su Rey, supo que no quería preguntas.
Era mejor no molestarlo en ese aspecto.
Pero debía hacerlo. Alguien necesitaba ponerlo a trabajar nuevamente.
Aquella mujer se movió de la cama sabiendo que ya no era recibida ni esperada en ese lugar, así que salió de allí despidiéndose de Hemlock antes de desaparecer cerrando la gran puerta.
— ¿Y bien?— Cuestionó su caballero sin una pizca de empatía.
— ¿Y bien, qué?— Interrogó de la misma manera mientras se acostaba de mejor posición.
— ¡¿Qué sucedió ayer?!— Exclamó molesto.
Él había visto todo el escenario desde el patio trasero del jardín que permitía ver las sombras de Hemlock y aquella mujer de cabellos rubios.
Sonrió ante las acciones de su Rey. Jamás lo había visto de una manera tan improvisada frente de aquella mujer. Normalmente, Hemlock era un hombre de planeación, calculador, preparado. No había acto que él no hiciera sin pensar.
Y ayer, claramente había sacado ese lado que nadie había conocido más que él y ahora Adeline.
Era muy sorprendente que su Rey simplemente hubiese pedido deshacerse de ella.
Si Adeline era como las demás mujeres, seguramente provocaría la derrota en Hemlock. Era la perdición de su Rey.
Y no era por cosas patéticas del destino. No, claro que no.
Sin darse cuenta él mismo, Hemlock había entregado el mayor arma a Adeline.
Ahora ella tenía el poder para atacarlo y provocar por primera vez, la pérdida.
Se quedó entonces confundido respecto a las decisiones no pensadas de él.
Tenía un mal presentimiento, y cuando éste se sentía, era porque seguramente sucedería.
Solo tenían ellos la clave: Adeline. Ella había partido desde hace unas dos semanas.
No debió dejarla ir, y hasta apenas Hemlock había tenido el tiempo para pensarlo.
— Necesito que vayas por ella.— Mencionó después de un largo silencio. Incluso tenía mucha flojera para hablar.
— ¿Ya te has visto en un espejo?, Estás terrible.— Comentó su caballero al ver su aspecto descuidado.
Para ese entonces, el atardecer caía sobre ellos y Hemlock aún no se había animado a levantarse de la cama.
— Necesito que encuentres a Adeline.— Ignoró su comentario para enfocarse en su reflejo por encima de él. No había notado su aspecto tan descuidado. Era la primera vez que la pereza resplandecía tanto en él.— Ella no debe de estar muy lejos de aquí.
— Le di un caballo para que desapareciera más rápido.— Recibió una mala mirada de parte de sus superior.— Es lo que querías, y es lo que ordenaste.
— ¡Lo sé!— Exclamó furioso ante su estupidez de dejarla libre.— ¡Dios mío, ¿En qué diablos estaba pensando cuando la dejé ir?!— Pronunció molesto consigo mismo mientras golpeaba con fuerza su cama, aún sin levantarse o tan siquiera tomar asiento.— ¡Incluso le dejé el arma!
— ¿¡Es que en realidad no piensas bien?!— Cuestionó su caballero igual de molesto e indignado ante ese dato. Darle el arma era una gran estupidez.— ¿¡La dejaste ir?!, ¿¡Qué pasaba por tu cabeza?!
"La mirada de ella." Pensó Hemlock en su mente, aún recordando aquellos ojos y esa expresión.
Debía admitir que Adeline sacaba gran parte que él mismo no se conocía. Era peligrosa, no podía permitir que ella desapareciera de su vista con su arma.
Debía encontrarla antes que otros estén de su lado para...
— Encuéntrala.— Ordenó de nuevo.— La quiero viva y mi arma también.
— Sabes que es tarea sencilla.— Aceptó tomando su espada para dirigirse a la puerta de la habitación.
Mientras más rápido tuvieran a Adeline con ellos, Hemlock podría continuar con cualquier misión sin una variante perjudicable.
Sin embargo, antes de salir, el mensajero entró corriendo para avisar algo que no estaba dentro de sus planes.
— ¡Me comentaron los del área sur que a varios kilómetros vienen los otros 4 reinos unidos!— Comentó exhausto. Había tomado una gran carrera hasta su habitación.
El caballero apretó su espada con molestia.
Todos sabían que Hemlock debió ir reino tras reino de manera continua. Que haya tomado su pereza de dos semanas había permitido tal unión de aquellos que faltaban por conquistar.
— Iré a la guerra.— Informó con decisión.— Encontraré a Adeline y la mandaré para acá. Sin embargo, ya no es momento para que estés de perezoso. Lo que ya has construido, volverá a destruirse por este pecado.
Hemlock apretó su mandíbula con enfado.
Tenía toda la razón.
No le había costado mucho conquistar a los reinos vecinos, pero sabía que si dejaba pasar más tiempo era posible que tardaría mucho más en cumplir sus objetivos.
— No entres en guerra. Prepara a nuestros soldados, si quieren una guerra, la tendrán aquí en el reino.— Pronunció con decisión.— Sin embargo, Adeline...
— Sí, te la traeré viva.— Comentó con desdén mientras comenzaba a caminar nuevamente hacia la salida llamando al mensajero a su lado.
Hemlock volvió a quedar solo en su habitación.
Se recostó de mejor manera para tomar una siesta antes de la cena. A pesar de que aún tenía mucha pereza para hacer nada más que recostarse, su mente había vuelto a su lugar.
— Terminaré lo que debí terminar desde antes.— Mencionó para sí mismo ante la oscura habitación.— Esta vez, cumpliré mis objetivos.
† Continuará †
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