Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

6 - 'El encuentro del bosque'

6

El encuentro del bosque


Nadie se mueve en lo que parece una eternidad. No sé qué hacer. O, mejor dicho, no sé si se supone que debería hacer algo. Quizá soy la menos indicada. De los cuatro presentes, soy con diferencia la más incapaz de defenderse.

A no seeeeer...

¿Qué?

No sé.

Ni se te ocurra dejarme así.

Bueeeeno... podrías pedirle a Foster que te convirtiera.

¿Ahora?

No, idiota. Cuando estés a salvo. Ahora céntrate que estos dos me dan mal rollo.

Barislav es el primero en moverse. Hace un breve gesto de saludo, casi con educación, y Foster se coloca automáticamente delante de mí.

Mi visión de Ramson y Barislav se ve interrumpida por su cuerpo, pero no puede importarme menos. No me he dado cuenta de que he dejado de respirar hasta que su cuerpo bloqueando el peligro me permite hacerlo otra vez. Tomo una bocanada de aire. El corazón me late muy deprisa.

—¡Foster! —exclama Barislav con alegría, como si realmente se alegrara de verlo—. Hacía mucho que no sabía nada de ti. Desde que te clavaron una flecha de obsidiana y tuve que salvarte la vida, concretamente.

—Te diría que te lo agradezco, pero creo que me lo voy a ahorrar.

—Quien debería agradecérmelo es tu pequeña alcaldesa, la que tienes escondida detrás. ¿Por qué no dejas que salga a saludarnos?

Foster no mueve un solo músculo, pero me echa una ojeada por el rabillo del ojo. Me siento como si acabara de suplicarme que, por favor, no me lance hacia delante y haga una tontería.

Lástima, es nuestra especialidad.

—¿Por qué no dejas que nos vayamos? —replica, volviéndose nuevo hacia el hechicero.

—¿Tan pronto? Pero... ¡todavía no nos hemos puesto al día!

—Tranquilo, nuestras vidas son muy aburridas; no hay mucho por contar.

—Qué pena que hayamos perdido la confianza, Foster. Si sigo recordando las cosas de forma correcta... porque tengo muchos años, sabes —añade como si fuera una broma, aunque nadie se ríe—, te conocí cuando no eras más que un niño.

—Mira tú qué bien.

—Ni siquiera sabías lo que eras y tu madre ya estaba convencida de que, cuando crecieras, estarías destinado a cosas muy grandes.

—Veo que me tienes muy presente.

—Qué lástima le daría verte protegiendo a una humana.

Foster ni se inmuta. Si le ha afectado, no deja que se vea.

Entonces me fijo en que ni siquiera le ha echado una ojeada a Ramson. Es perfectamente consciente de quién supone el verdadero peligro.

—Es una conversación muy interesante —concluye Foster—, pero no creo que hayas venido hasta aquí a recapitular mi vida.

No puedo evitar fijarme en el detalle de que Foster nunca me ha hablado de sus padres. No en esta vida, no en la anterior. Ni siquiera recuerdo que Albert los haya mencionado jamás.

Una oleada de curiosidad me invade el cuerpo, pero la contengo. Tengo que centrarme en lo importante. Y lo importante es escapar. Escaneo mi alrededor y me planteo nuestras posibilidades de escapar. No parecen muy altas, pero no podemos quedarnos de brazos cruzados esperando a que reaccionen.

Hay que hacer algo.

—Supongo que habrá que posponer la charla para otro día —dice Barislav e inclina la cabeza hacia un lado. No se detiene hasta que su mirada encuentra la mía. Espero una sonrisa retorcida, pero en cambio recibo una genuina mueca de sorpresa—. Vaya, vaya... Eso sí que no me lo esperaba. ¿Sigues siendo humana?

Trago saliva, incómoda. No me gusta que me esté mirando de esta forma. Está claro que está analizando cada fibra de mi ser.

Esto, por cierto, sí que hace que Foster se tense.

No me gusta por dónde va esto.

—¿No la has mordido? Qué interesante...

—Déjala tranquila.

—Es una pena. Me apetecía ver a nuestra alcaldesa en... acción. —Eso último le saca una sonrisa, y hace un gesto para que vaya hacia él—. ¿Por qué no te acercas un poco más, querida? Me gustaría hablar contigo.

A modo de respuesta, Foster cierra una mano entorno a mi brazo y vuelve a esconderme detrás de él. Ya no se está molestando en disimular que tiene miedo. Y yo tampoco.

—Parece que Genevieve se ha asustado —comenta Barislav—. ¿Por qué no la acercas tú, Ramson? Seguro que así se siente más segura.

Me tenso de forma totalmente visible y, aunque yo apenas he percibido el movimiento, noto la mano de Foster moviéndome junto con su cuerpo. No me ha soltado el brazo cuando inclina ligeramente la cabeza hacia delante. Se ha quedado en medio del camino que iba a seguir Ramson para llegar a mí.

Él sigue sin decir nada. Observa a Foster con suma precaución. Se ha inclinado hacia nosotros y roza el suelo con la punta de los dedos, como si calculara las posibilidades de impulsarse y saltar hacia delante.

—Solo queremos hablar un momento con ella, Foster —replica tranquilamente Barislav. Ni siquiera ha necesitado moverse para sonar el doble de intimidante—. Hazte un favor a ti mismo y apártate.

—¿Por qué no le pides a tu mascota que me aparte él mismo?

La expresión de Ramson se tuerce con cierta rabia, pero no se mueve de su lugar.

—No quiero herir a un vampiro puro —asegura Barislav en tono suave—, pero lo haré si sigues interponiéndote en mi camino.

Foster suelta algo parecido a una risa que le sale de lo más profundo de la garganta. Ha sonado a amenaza. No piensa moverse del lugar donde está.

Y es ahí cuando empiezo a entender la situación. No va a moverse, y no va a poder luchar él solo contra otro vampiro y un hechicero unidos. Es imposible. Van a matarlo. Y yo, en mi condición de humana, apenas puedo ayudarle.

No puedo dejar que se quede.

Abro la boca. Intento decir algo. Pero entonces una suave brisa me mueve unos pocos mechones de pelo húmedo delante de la cara. Foster ha apretado la mano en mi brazo, pero entonces su agarre se suaviza. Casi me da la sensación de que ha suspirado de alivio. Y entonces veo que ha girado la cabeza detrás de mí. Me vuelvo yo también sin entender nada.

Y ahí está Alexa, nuestra hechicera de confianza,

Creo que nunca, en toda mi vida, me he alegrado tanto de ver a alguien.

Esa Alexa como mola se merece una ola.

Sigue llevando la melena oscura atada en una coleta y, a pesar del frío, lleva una camiseta de tirantes y unos pantalones negros y ajustados. Sus botas gruesas van dejando huellas sobre la nieve cuando empieza a avanzar hacia nosotros. Ha esbozado una media sonrisa tenebrosa que no acompaña a sus facciones mortalmente serias. Una de sus manos permanece a la altura de sus hombros y, aunque no la mueve, sé que es una posición de amenaza.

—Ah, qué bien —comenta casualmente—. ¡Reunión de exnovios!

Alexa se planta al lado de Foster y de mí, nos guiña un ojo y luego se vuelve hacia Barislav. No parece asustada. Todo lo contrario.

Lo que parece es que se muere de ganas de lanzarlo por los aires.

Y Barislav... bueno, no lo conozco mucho. Pero no hace falta conocerlo demasiado para saber que la expresión que ha esbozado es del más absoluto horror.

—¿Qué tal, cariñín? —Alexa le sonríe con dulzura—. Cuánto tiempo, ¿eh? Te noto más viejo que la última vez. Y eso que dicen que la maldad conserva. Sé ve que no es tu caso.

Barislav tarda unos segundos en hablar. Ha perdido el color de la cara.

—Aleksandra...

—Oh, ¡venga ya! —Alexa deja de sonreír, irritada, para poner los brazos en jarras—. ¿Tenías que decir mi nombre completo? Iba a empezar todo esto de buen rollo, pero gracias por arruinarlo.

—¿Qué...? ¿Qué haces aquí?

—¿Qué haces tú, Bari-Bari? ¿Ahora te dedicas a aterrorizar vampiros? Pensaba que, a estas alturas, ya habrías encontrado una afición un poco menos sádica.

Viéndolos así, es raro imaginarme que en algún momento han estado juntos. Ella parece tan... joven, volátil, impulsiva... mientras que él es todo lo contrario.

Aun así, no me permito olvidar que Alexa es casi tan mayor como él. Que, por lo menos, ha visto cinco generaciones de mi familia. Que no es ninguna chiquilla que necesita ayuda. Y que es igual de peligrosa que él.

—No has respondido a mi pregunta —replica Barislav, esta vez más a la defensiva.

—¿A ti qué te parece? No me he pasado a saludarte, así que no te hagas ilusiones.

Justo en ese momento, su mirada va a parar a la última figura del grupo. Ramson se yergue un poco cuando se da cuenta de que está siendo inspeccionado. Especialmente cuando Alexa se gira hacia mí con una ceja enarcada.

—¿Tanto drama por este chavalito?

Enrojezco un poco. Ramson frunce el ceño, ofendido.

—Eh... yo... —intento explicarme.

—Déjalo, ya me contarás el chisme cuando no nos oiga.

—¿Estás de su parte? —interrumpe Barislav.

Alexa vuelve a girarse hacia él. Su sonrisa es espeluznantemente encantadora.

—Estoy en tu contra —expresa con dulzura—. Si eso significa estar con ellos... entonces, me he colocado en el lado correcto.

—Te estás metiendo en una guerra que no te incumbe.

—Pero a mí la guerra me la pela, cariño. —Alexa pone un mohín que, en otra ocasión, quizá me parecería incluso tierno—. Lo único que quiero es hundirte en la miseria, y me da tiempo a hacerlo mientras me soplo las uñas recién pintadas.

Esbozo una pequeña sonrisa sin darme cuenta. Foster pone los ojos en blanco con cierto cansancio.

Mi sonrisa se borra en cuanto Barislav ladea la cabeza. En su expresión, no hay ni rastro de humor.

—¿Me estás amenazando?

—¡Din, din din! ¡Tenemos un ganador! Wow, qué chico más listo, casi parece que tienes muchos añitos.

—Aleksandra...

—Dime, Bari-bari —interrumpe ella, transformando su sonrisa en una mucho más pequeña y escalofriante—, ¿quieres terminar esto por las buenas o quieres descubrir los truquitos que he aprendido durante este medio siglo?

No hay tiempo para una respuesta. De pronto, Barislav extiende una mano hacia ella. Lo que me parece un rayo oscuro escapa de sus dedos y va directo a la cabeza de Alexa. Me sorprende ver que ella lo espera con una sonrisa. Ni siquiera parpadea cuando vira sobre sí misma, su coleta moviéndose con gracilidad, y el rayo se redirige al lugar de donde procede. Barislav lo esquiva con un golpe de muñeca, y el impacto va a parar a uno de los árboles que nos rodean.

La explosión es tan repentina que apenas he tenido tiempo de reacción cuando Foster me sujeta del brazo y empieza a correr. Miro atrás, sorprendida. Barislav está mortalmente serio, pero Alexa tiene una pequeña sonrisa maligna que la acompaña cuando da un salto totalmente inhumano hacia él.

No me da tiempo a ver nada más, porque entonces Foster vuelve a tirar de mi brazo. Esta vez, hacia arriba. Durante un momento, estoy flotando. Al siguiente, me encuentro encima de su hombro. Ahogo un grito al darme cuenta de la velocidad a la que va. Apenas puedo ver el suelo bajo nosotros, solo puedo sentir el viento agitándome el pelo todavía húmedo contra las mejillas.

Y entonces se para de golpe.

Algo le ha detenido. Barislav.

Foster suelta una maldición al intentar atraparme para que no me caiga, pero es imposible. Salgo volando hacia delante y aterrizo boca abajo en el suelo nevado. El duro golpe que me deja sin respiración. Me duele todo el costado. Con los ojos anegados en lágrimas de dolor, levanto la cabeza.

De pronto, una mano me rodea el cuello. Tira con tanta fuerza hacia arriba que por un momento temo que vaya a arrancarme la cabeza. Pero no. Se limita a sentarse encima de mi espalda. Inclina la cabeza hacia mi cuello. Su aliento me acaricia la garganta.

Foster, a apenas unos metros, contiene la respiración de golpe, horrorizado.

—¡NO!

Apenas he oído la palabra cuando salta hacia delante y derriba a Ramson. Un segundo más y me habría mordido el cuello.

Intento seguirlos con la mirada, pero son demasiado rápidos. Me arrastro por el suelo, todavía atontada por la caída, y consigo ponerme de rodillas. Con una mano apoyada en un árbol, me impulso hacia arriba para levantarme. Sin embargo, apenas he dado un paso cuando alguien se interpone en mi camino.

Ramson me observa con fijeza. El pecho le sube y le baja rápidamente. Está claro que Foster, a pesar de tener que pelearse tanto como él como con Barislav, no se lo ha puesto nada fácil.

Mejor. Que sude un poco, el vampirito.

—¿Qué le has hecho a Foster? —pregunto con voz agitada.

Sé que sigue vivo. Lo sé. Lo único que se me ocurre es que Barislav lo haya apartado de su camino.

Pero no me da tiempo a preguntar de nuevo por él. Ramson da otro paso hacia mí. Es la primera vez desde que nos hemos vuelto a ver que detecto algún sentimiento en su expresión. Está furioso.

—¿Dónde está el anillo?

Suelto una risa nerviosa y doy un paso hacia atrás. Las piernas siguen temblándome por la caída, pero me las arreglo para permanecer de pie.

—¿Eso es lo primero que vas a decirme después de todo lo que ha pasado? —pregunto en voz baja—. Mi plan iba más por la línea del divorcio.

Ramson ni se inmuta. Da otro paso en mi dirección. Me revisa de arriba a abajo. No debe encontrar lo que busca, porque suelta un gruñido de frustración.

—Dame el anillo —insiste en voz baja.

—No lo tengo.

—Genevieve, no pongas las cosas difíciles.

—¿Y eso me lo dice el vampiro que me ató de por vida con él?

No sé qué estoy haciendo. Quizá soy consciente de que no hay escapatoria. De que estoy sola con él y necesito entretenerlo hasta que alguien acuda a ayudarme. O hasta que se me ocurra un plan. Una de dos.

Ramson da otro paso y entrecierra los ojos. Sigue respirando con dificultad. Justo cuando va a terminar de reducir la distancia entre nosotros, levanto una mano de golpe.

—No te me acerques más.

No sé cuál de los dos se queda más sorprendido, si él por mi petición o yo por el hecho de que realmente me obedezca.

Tras unos instantes, retrocede un paso sin dejar de mirarme. No se me pasa por alto que un puñal oscuro le sobresale de los pantalones. Obsidiana.

Vale... Necesito calmarme. Puedo hacer esto. Solo hay que encontrar la forma de distraerlo el tiempo suficiente.

O... robarle el puñal y clavárselo en el corazón.

Sí, seguro que en ese plan nada, absolutamente nada, sale mal.

Ramson me mira de arriba a abajo por enésima vez. Sigo teniendo la ropa empapada y me sigue temblando todo el cuerpo. A la temperatura a la que estamos, es raro que todavía no haya empezado a ponerme azul. Aunque seguramente mis labios sí que lo estén. El único consuelo que tengo es que no puedo morir de una hipotermia.

Me gustaría decir que no siento nada cuando sube la vista desde mis zapatos hasta mi cabeza. De verdad que me encantaría. Pero siento demasiadas cosas. Una parte de mí empieza a aletear con desesperación, como si necesitara estar tan cerca de él como sea posible... y la otra solo puede sentir odio y rechazo. El contraste es tan brutal que apenas puedo decidir qué decirle.

Por suerte, Ramson es el primero en abrir la boca:

—Necesito ese anillo —repite, esta vez en voz baja.

Ya no me suena a amenaza, pero para mí es todavía peor. Aprieto los puños con fuerza, frustrada.

—¿Cómo puedes plantarte aquí y pedirme que te ayude? —pregunto, también en voz baja. La mía no suena amenazadora, sino temblorosa—. Después de todo lo que has hecho... ¿cómo puedes siquiera mirarme a la cara?

—No es el momento, Genevieve.

—¿Y cuándo lo será? ¿Cuando vuelvas a desaparecer con Barislav? ¿Cuando vuelvas a matar a alguien a quien quiero?

Esa última frase hace que le tiemble un poco la mandíbula por la tensión.

—Necesitábamos un sacrificio mágico. No fue personal.

—¿Que no fue personal? —repito, incrédula—. Siempre odiaste a Vienna.

—Eso no es verdad.

—Odiabas que intentara advertirme de lo que eras. Estuviste años deseando que dejáramos de hablarnos —voy enumerando, cada vez más alterada—. Hiciste lo que pudiste y más por separarnos.

—Solo era una bruja, Genevieve.

—¡Para mí era mi madre!

De pronto, se me ha olvidado dónde estamos y en qué situación. Se me ha olvidado todo. La frustración, impotencia y desesperación que llevo reuniendo todas estas semanas empiezan a acumularse en mi cabeza, y los ojos comienzan a escocerme antes de que me dé cuenta de que estoy a punto de echarme a llorar.

Ramson no cambia su expresión en absoluto. Sigue observándome fijamente con esos ojos grises inhumanos y con los labios apretados en una firme línea. La única señal de que me ha escuchado es cuando baja un momento la mirada. Durante un milisegundo tengo la esperanza de que al subirla detecte algo, pero no. Vuelve a tener la misma inexpresividad.

—Si va a hacer que te sientas mejor, puedo decirte que lo siento.

—¿Ahora te preocupa que me sienta mejor o peor? —ironizo en voz baja. Me limpio una lágrima con rabia. No me puedo creer que me esté dejando llevar de esta forma por mis emociones—. Eres un hipócrita.

—Solo intento hacer que ambos sobrevivamos —salta de repente, y por fin detecto cierta emoción en su voz—. Todo esto es por ti.

—¡¿Por mí?! ¿Te crees en serio que quiero algo de todo esto?

—Querías tener hijos, pero no eres una vampira pura. Si terminamos el ritual, podríamos convertirte —añade, dando un paso en mi dirección—. Podrías tenerlos.

—¿Con quién? ¿Contigo?

He pretendido que ambas palabras sonaran como golpes, y creo que lo he conseguido. Ramson ladea un poco la cabeza.

—Siento ser yo quien te arruine el cuento de hadas, pero Foster ya está casado. Y tiene una hija. No hay sitio para ti.

Suelto lo más parecido a una risa irónica que puedo encontrar.

—¿Y dónde hay sitio para mí, Ramson?

—En mi casa —asegura en voz baja, y acorta la distancia entre nosotros—. En nuestra casa.

Quiero sonreír, pero al final solo me sale sacudir la cabeza con cierto agotamiento.

—Nunca vas a entenderlo, pero necesito algo de verdad. Necesito saber que lo que estoy viviendo es real. Que lo estoy viviendo porque me lo he ganado, no porque nadie me esté obligando. Nuestra casa nunca será suficiente. Nunca ha sido mía. Igual que mi corazón nunca ha sido tuyo.

Lo he dicho con suavidad, pero puedo ver cómo sus ojos se abren ligeramente. Ha dolido. Y, mientras que una parte de mí se alegra, la otra desearía no haberlo hecho.

Su expresión fría se resquebraja bajo la armadura.

—Necesito ese anillo —replica en voz baja, apenas audible.

Esbozo una sonrisa de labios apretados.

—No sé dónde está. Hazme lo que quieras. No vas a poder sacarme absolutamente nada.

Este es el momento donde agradezco a la Vee del pasado haber sido previsora. La única persona en el mundo que conoce su paradero es Sylvia. Y Ramson no tiene ni idea de que tiene algo que ver con nosotros. Es perfecto.

Para mí, claro.

Para Ramson, en cambio...

Su mirada sigue fija en mí. Está enfadándose mucho. No solo por el anillo, sino porque le he soltado unas cuantas verdades que no le han gustado. Está entrando en su espiral furiosa. Y en esa espiral pierde por completo la razón.

—Puedo pedírtelo por las buenas —baja el tono de voz—, o por las malas.

—Bueno, siempre me ha gustado complicarme la vida.

Mentiría si dijera que no me da miedo lo que pueda hacer. Al final, aunque no le interese matarme... puede hacer muchas otras cosas. Y mucho peores.

Si tan solo me muerde, como pretendía antes, apenas podría resistirme a decirle la verdad.

Y es por eso que sé que debo intentar escaparme, aunque sea inútil.

Me doy la vuelta con la respiración agolpada en la garganta, pero apenas me he movido cuando noto que me agarra el pelo de un tirón. El impulso hacia atrás es tan bestial que apenas he abierto los ojos cuando, de pronto, estoy estirada en el suelo. El golpe en la espalda es brutal. Suelto un grito ahogado e intento incorporarme, pero entonces noto una presión en la garganta. Abro los ojos. Me está mirando fijamente. Tiene una rodilla clavada en mi cuello. No puedo moverme.

—¿Dónde está el anillo? —repite, esta vez en tono de advertencia.

Intento golpearle la pierna con el puño, pero apenas puedo moverme. Me está dejando sin respiración.

—No volveré a preguntarlo por las buenas —advierte—. ¿Dónde está el...?

Desesperada, estiro la mano hasta que toco el puñal de obsidiana que he visto hace unos momentos.

Noto que el peso de la rodilla cambia, como si Ramson se hubiera dado cuenta de lo que acabo de quitarle. Pero ya es muy tarde. Lo clavo en lo primero que encuentro, que resulta ser su muslo.

Escucho un gruñido de dolor que ojalá no me hubiera afectado tanto como lo hace, pero no me detengo a comprobar los daños. Especialmente cuando el puñal resbala entre mis dedos. No he conseguido clavarlo, solo he hecho un corte superficial. Es suficiente para intentar escapar, pero no para que no pueda perseguirme.

Considero girarme y recuperar el arma, pero no hay tiempo. Desperada, empiezo a arrastrarme lo más lejos que puedo de él. La nieve cala en mi ropa ya húmeda y hace que me castañeen los dientes, pero lo ignoro. Lo único que necesito ahora mismo es escapar.

No lo consigo.

Apenas he rozado uno de los árboles que me rodean, intentando en vano poder arrastrar mi cuerpo, cuando una mano se cierra entorno a mi tobillo y vuelve a estirarme justo donde estaba. Suelto un jadeo desesperado, intento clavar las uñas en el suelo..., pero no sirve de nada. Ramson me da la vuelta con fuerza, seguramente deseando que duela, y lo consigue. Está furioso. Y más aún cuando estira una mano para agarrarme del cuello.

Lo único que diviso es el destello dorado del cabello de Foster cuando se lanza sobre él.

Van demasiado rápido y tengo el cerebro entumecido por el frío y el dolor, así que apenas puedo distinguir la pelea. Lo que sí puedo ver es que chocan contra la copa de un árbol. Su estructura tiembla peligrosamente y manda una capa de nieve al suelo, a mi alrededor. Intento incorporarme, pero solo logro quedarme de rodillas. Me duele todo.

Tardo unos instantes, pero entonces me doy cuenta de lo que está pasando. Foster puede luchar contra Ramson, pero no contra él y Barislav a la vez, y está claro que es lo que está pasando. Cada vez que consigue detenerlo, sale hacia atrás o parece que alguien le da un empujón para volver a derribarlo.

La verdad me golpea como un jarrón de agua fría. No va a poder contra él.

Busco desesperadamente el puñal de obsidiana. Veo las manchas de sangre sobre la nieve, pero ni rastro de él. Y no tardo en darme cuenta del por qué. Ramson lo ha recuperado.

Casi al mismo tiempo que me doy cuenta, por fin se quedan quietos. Y desearía que no lo hubieran hecho porque lo primero que veo es que Foster está de rodillas en el suelo. Y lo segundo es que Ramson está de pie detrás de él, respirando de forma agitada, y le sujeta la cabeza con un brazo. Con el otro, sostiene el cuchillo de obsidiana. Está apuntando directamente a su garganta.

—¡ESPERA!

Mi grito lo detiene. Al menos, por un segundo. Ambos se giran hacia mí. Ramson con la respiración agitada y los ojos muy abiertos. Foster con una tranquilidad muy engañosa. Sabe que no tiene nada que hacer. Puedo ver cómo intenta pensar, pero no llega a ninguna conclusión. Solo puede contemplarme con sus ojitos verdes.

—No lo hagas —le suplico a Ramson—. Por favor, no lo hagas.

Por un breve instante, uno brevísimo, veo la duda pasar por sus ojos.

Pero entonces esboza media sonrisa y aprieta el cuchillo contra la garganta de Foster.

Bueno, él mismo lo ha dicho... Si quiere jugar por las malas, yo también puedo hacerlo.

Con un movimiento fluido, me hago con la navaja que nunca me saco del bolsillo y la aprieto contra mi propio cuello.

Eso sí que hace que todo el mundo se detenga de golpe. Ramson mantiene el puñal contra el cuello de Foster, congelado. Foster, en cambio, contiene la respiración.

Por su expresión, diría que, si no me corto el cuello, me matará él con sus propias manos en cuanto nos vayamos de aquí.

Qué se le va a hacer.

Ramson duda, viéndome. Parece que está calibrando si sería o no capaz de cometer una locura semejante.

Lo más terrorífico es... que sí. Soy perfectamente capaz.

—Podría matarlo y detenerte a tiempo —amenaza en voz baja.

—Oh, no tiene por qué ser ahora —replico con el mismo tono—. Si le haces daño, encontraré la forma. Puede que hoy, ni tampoco mañana. Pero terminaré haciéndolo. No puedes estar vigilándome eternamente, Ramson. Pero si quieres asumir el riesgo... adelante.

—No te harías eso a ti misma.

—¿Por qué no? Tú mismo lo has dicho, aquí no hay sitio para mí. —Mi voz tiembla un poco con eso último, pero no me relajo en absoluto—. ¿Quién me espera en casa? ¿Por qué no debería hacerlo?

Noto la mirada de Foster. Abre la boca para decir algo, pero Ramson aprieta el puñal contra la vena de su cuello. Le suplico con la mirada que calle, y por suerte lo hace.

De forma impulsiva, yo también aprieto la navaja contra mi cuello. Noto un hilillo de sangre resbalándome lentamente hasta el hombro.

—Hazlo —reto en voz baja—. Vamos, atrévete.

Ambos han notado el olor a sangre. Ambos saben lo cerca que estoy de cortarme la yugular. Pero no me tiembla la mano. De hecho, estoy sorprendida con lo fácil que es amenazarme a mí misma de esta forma. No siento miedo. No siento... nada. Solo quiero que suelte a Foster.

Al no ver una reacción, aprieto todavía más. Una oleada de dolor me recorre el cuerpo y, pese a que no puedo evitar la mueca, no me detengo. El hilo de sangre aumenta.

Ramson separa un poco el puñal. No sé si por impulso o de forma premeditada. Y es todo lo que Foster necesita para torcerle el brazo y obligarle a soltarlo.

Escucho un gruñido de dolor y, cuando voy a apartar la navaja de mi cuello, un destello de luz nos distrae a los tres. Viene de la zona donde Alexa y Barislav siguen luchando. Durante un momento, no entiendo nada. Y después veo a alguien volando sobre la cabeza de Barislav. Alexa dice algo en voz baja, rodeada de un halo de luz insoportable, y baja en picado sobre él.

Sé que pasará algo cuando toque el suelo, pero no me muevo a tiempo. Son demasiado rápidos. Sus pies chocan contra la nieve, y el impacto hace que el suelo tiemble bajo mis botas. Pierdo el equilibrio, y el cuchillo se me escapa de las manos. Noto el corte en la mejilla, pero no puedo valorar los daños. De pronto, alguien me sujeta del brazo y me arrastra. No me doy cuenta de que es Foster hasta que mi espalda choca con fuerza contra la copa de un árbol. Levanto la cabeza, sorprendida, pero él me coloca una mano en la nuca y me esconde la cara contra su pecho. Su cuerpo me aprieta con fuerza contra el árbol. No puedo moverme. No puedo ver nada.

Entonces, una bola de luz nos envuelve a ambos.

Para cuando vuelvo a abrir los ojos, me siento como si me acabara de desmayar. Pero sigo de pie. Y tengo la mejilla pegada al pecho de alguien cuyo corazón late con rapidez. Subo la mirada, todavía sin poder respirar del todo bien, y me encuentro con que Foster sigue pegándome al árbol. Tiene la frente apoyada en la corteza y los ojos cerrados. Rodea la copa con un brazo y me aprisiona con el otro. Tiene manchas de sangre en la ropa y aspecto agotado, pero lo que verdaderamente me preocupa es la mueca de dolor.

—¿Qué pasa? ¿Estás herido?

Foster abre los ojos de golpe. Parece que va a decir algo, pero se detiene. Simplemente, me contempla con cierta fijeza durante unos segundos, y después separa un brazo del árbol.

No entiendo lo que hace hasta que, de pronto, noto que me pasa un pulgar por la mejilla. Al separarlo, lo tiene manchado de sangre.

De mi sangre.

Baja la mirada hasta su pulgar. Tiene las pupilas dilatadas. Se queda paralizado.

—¿Foster...?

Mi voz es como un guantazo de realidad. Sube la mirada a mis ojos, vuelve a bajarla a su pulgar y, de pronto, el peso de su cuerpo contra el mío desaparece por completo. Se queda a casi dos metros de distancia, respirando con dificultad, y se limpia compulsivamente la sangre contra la ropa.

—¿Estás bien? —insisto, asustada.

Él asiente. Tarda unos instantes más en poder mirarme. Fuerza una sonrisa que quiere aparentar tranquilidad, pero no lo consigue.

—Sí. ¿Y tú? ¿Tienes más heridas?

Niego lentamente.

—¿Ramson...?

—Está vivo. Pero se ha ido.

Cierro los ojos y suelto un suspiro que ya no sé ni de qué es. Quiero pensar que de alivio. Apoyo la espalda contra el árbol y miro a Foster. Sigue estando pálido.

—¿Seguro que estás bien? Pareces...

—¿...alterado? —sugiere con una risa medio tensa y medio divertida. Da otro paso hacia atrás. Intenta apartar la mirada de mí, pero no lo consigue—. Lo siento, es que... no me esperaba que el olor fuera tan... hace tanto que no...

Se corta a sí mismo y, sin saber qué más hacer, doy un paso en su dirección. Foster se tensa de pies a cabeza.

—¡No te acerques!

Me quedo paralizada. Nunca lo he visto tan alterado. Jamás.

Él traga saliva con dificultad.

—Lo... lo siento, es que ahora mismo no... no puedo controlar...

Una interrupción corta su frase a la mitad. Alexa ha aparecido de la nada. Tiene la coleta medio deshecha, manchas en la piel morena, magulladuras por todo el cuerpo y aspecto agotado. Su top negro tiene dos rasgones en la zona del abdomen, y sospecho que debajo habrá dos heridas profundas.

—Ah, perdonad por interrumpir la reunión de amantes —ironiza, irritada—. Por lo menos, ¡podríais darle las gracias a quien os ha salvado el culo!

Miro a Foster. No parece estar en condiciones de decir nada.

—Gracias —concluyo.

Alexa suelta una bocanada de aire y me mira de arriba a abajo, extrañada. Después, hace lo mismo con Foster. Parece querer encontrarle una explicación a nuestra actitud y al por qué hay tanta distancia entre nosotros.

Debe llegar a alguna conclusión al mirar a Foster, porque de pronto esboza media sonrisita maligna.

—Ah... ya veo —insinúa, levantando y bajando las cejas.

No sé si las miradas pueden llegar a matar, pero sospecho que, de haber podido, Foster la habría asesinado en este mismo momento.

—Ni se te ocurra —sisea.

—¿El qué? ¿Decirlo en voz alta?

—Cállate.

—Y parecía un buen chico... lo que hace un poco de sangre, ¿eh?

—¡Cállate!

—¿No sería más fácil morderla y ya está?

Él cierra los ojos con fuerza y, tras eso, da dos pasos atrás con cierta desesperación.

—Llévala a casa —ordena a Alexa, sin mirarme—. Sana y salva.

—Yo me encargo, galán, no te preocupes.

Ni siquiera me echa una última mirada. Parece que se muere de ganas de salir corriendo. Y eso es lo que hace. En un parpadeo, ya ha desaparecido.

Me vuelvo hacia Alexa, intrigada. Ella suelta una risita y se acerca a mí. Tan magullada y sucia, sí que aparenta su edad. Al menos, en sus ojos. Hay algo en ellos que me hace ver que ha vivido mucho más de lo que aparenta.

—A ver, cariño —murmura, y me coloca las manos en las mejillas. Su mirada asciende a la mía—. Cierra los ojos.

Por algún motivo, obedezco. En cuanto mis ojos se cierran, puedo notar que las heridas de mi cuello y mi mejilla lo hacen con ellos. Es... un cosquilleo agradable. Cálido.

Cuando se separa de mí, vuelvo a abrir los ojos y toco las heridas. Ya apenas queda la marca cicatrizada.

—Podría curarlas del todo, pero en humanos es mejor que terminen de cicatrizar por sí solas —comenta, estirando los dedos—. Y si te queda marca... bueno, las cicatrices son sexys. O eso dicen.

—Tú no tienes ninguna.

—Tengo alguna, pero no quiero enseñártela todavía. Tienes que pensar que soy una señora con clase.

Pese a la tensión, esbozo una pequeña sonrisa. Alexa mira a su alrededor.

—¿Puedo preguntar qué hacíais aquí antes de que llegaran esos dos? Espero que, por lo menos, tuvierais un buen motivo para salir de la ciudad.

Tras contarle la historia, volvemos a acercarnos al árbol de la leyenda. Su alrededor ha quedado prácticamente arrasado por los hechizos de Alexa y Barislav, pero ninguna de las dos dice nada. Me limito a ascender los últimos pasos hasta la copa del árbol, y meto la mano en el hueco donde se supone que, hace varios siglos, el joven dejaba cartas a su familia.

Tanteo con la mano, pero no encuentro nada. Frunzo el ceño y me pongo de puntillas para buscar mejor, pero nada.

No hay... nada.

¿Por qué no hay nada?

—¿Y bien? —se impacienta Alexa.

—Pensé que... no sé...

—¿Sabes, querida? No todas las leyendas son cien por cien reales. Igual es un dato a tener en cuenta para el futuro. ¿Nos vamos?

Contemplo el árbol unos segundos más, pero al final no me queda más remedio que seguirla. Alexa se detiene en una zona un poco más apartada y se agacha para buscar una piedra con la que transportarnos lo más cerca posible de casa. Espero a su lado, de brazos cruzados, hasta que por fin encuentra una.

Igualmente, la protección de Braemar la obliga a detenerse a unos minutos andando de casa de Foster. Ya ha anochecido, así que no me hace mucha gracia pasearme por el bosque. Aunque sospecho que ella puede protegerme de sobra.

Lo que no espero era que, después de todo lo que ha pasado, tenga ganas de hablar.

—Así que ese era tu maridito, ¿eh? —comenta casualmente.

Tengo que contenerme para no ponerle mala cara. Especialmente cuando me da un codazo y suelta una risita malvada.

—Pues sí —mascullo—. Ese mismo.

—Es sexy.

—Lo sé.

—Foster también es muy sexy.

—La comparación sobra.

—No era una comparación, era una observación envidiosa.

De nuevo, consigue sacarme media sonrisa divertida. Sacudo la cabeza.

—Aunque tu marido te tiene metida en un buen aprieto —añade, esta vez más seria—. Cuando estabais tan cerca el uno del otro, podía notar la magia que os unía. Una maldición ya supone un dolor de ovarios, pero tres a la vez... es un puto suicidio.

—Vaya, gracias por el apoyo.

—Si prefieres una mentira piadosa, puedo dártela. Pero lo dudo mucho.

No, no la quiero. Ambas lo sabemos. Esquivo una rama y la miro de reojo. Alexa sigue andando a mi lado. Cojea un poco, pero no creo que me permita ayudarla. De todos modos, me quedo un poco más cerca por si en algún momento necesita que le eche una mano.

—¿Qué piensas de mis maldiciones? —pregunto con curiosidad.

—Bueno, hay una que hace que tu marido pueda alimentarse de ti pese a no compartir su sangre. Es la menor de tus problemas. Podría eliminártela cualquier hechicero en un chasqueo de dedos. La de que todos se enamoren de ti para que él sufra... —Suelta un sonidito de burla, y es mi turno para meterle un codazo—. No soy la mayor fan de Barislav, pero ahí no estuvo nada mal. Le voy a robar la idea.

—No tiene gracia.

—Para ti no, eso seguro. —Hace una pausa, pensativa—. La de que tu vida y la de tu marido estén atadas, en cambio... Esa no me hace ninguna gracia. Y debería ser la que más te preocupe. Supongo que lo sabes, pero eres la única persona que puede matarle. Y él es la única persona que puede matarte a ti.

—No la única. También podemos matarnos a nosotros mismos.

Alexa se mantiene en silencio durante unos segundos en los que lo único que se oye son nuestros pasos por el bosque. Cuando vuelve a hablar, ya no sonríe en absoluto.

—Él no lo hará, espero que lo sepas. Si algo he aprendido en todos estos años, es que los cerdos narcisistas como él nunca hacen sacrificios tan grandes. A no ser que ellos mismos sean los beneficiados, claro.

—Sé que Ramson no lo haría.

Alexa aprieta los labios. De nuevo, un silencio un poco extraño nos rodea. No le devuelvo la mirada cuando la clava en mí.

—Si solo te quedaran las opciones de elegir entre tu vida y el ritual, sé que lo harías —murmura. Tiene los hombros tensos—. Pero no puedes hacerlo.

—Sí que puedo.

—Pero no debes. No arruines la vida de toda esta gente de esa manera.

No sé qué responder. La imagen de todos los habitantes de la casa me viene a la cabeza.

—Sé que me aprecian, si te refieres a eso.

Alexa suelta algo parecido a un bufido socarrón.

—¿Que te aprecian? La niña, Adela, Addy... como quieras llamarla... te quiere más de lo que puedes llegar a imaginarte. Amelia, la ama de llaves, también te tiene mucho cariño. Pero lo que digo es que no puedes hacerle eso a ya sabes quién.

—¿A Foster?

—Bueno, Foster quedaría destrozado, de eso no me cabe duda. Pero estoy hablando de Albert.

Me detengo, sorprendida, y me giro hacia ella. Alexa no sonríe. No hay un solo rastro de humor en sus rasgos. Por primera vez, me habla totalmente en serio.

—¿Albert? —repito.

—Sí, Albert. Vive aterrorizado con la idea de que algún día cometas una locura. Puede que no lo demuestre demasiado, pero te considera una de las pocas personas más importantes de su vida. Y acaba de perder a una. No puedes hacerle esto. No puedes arruinarle la vida de esta forma.

Su solemnidad me deja sin palabras. Con su habitual tono humorístico, no me esperaba que fuera a tomarse tan en serio un tema como este.

Aparto la mirada al recordar a Vienna. Y la forma en que Albert, al darse cuenta, hundió los hombros y se marchó al enterarse de su muerte. No dijo nada a nadie. Nunca ha confesado que la eche de menos. Apenas la menciona. Parece que no ha existido.

Pero, en el fondo, Vienna fue la única persona que estuvo con él toda su vida. Y la perdió por una traición.

Nunca me había parado a pensar que solo le quedamos Foster, Addy y yo.

Pero no es algo que quiera compartir con Alexa. Más que nada, porque sé que ella ya lo entiende. Por su forma de mirarme, deduzco que sabe qué me pasa por la cabeza. Tengo que desviar el tema de alguna forma.

—Tú y Albert... —empiezo a plantear, y tengo que hacer una pausa porque no sé cómo terminar la frase—. Tenéis... una historia detrás, ¿verdad?

—Una historia bastante larga, sí. Y difícil de comprender para alguien tan joven como tú.

Bueno, no todos los días llaman demasiado joven a una señora de noventa años.

—Algún día me gustaría oírla.

La actitud de Alexa se ha vuelto, de alguna forma, muy defensiva. Sus ojos me observan como sospecho que son al natural, sin bromas ni intentos de flirteo: una letal advertencia.

—Me salvó la vida —repone con tono gélido—. Y eso es todo lo que vas a saber del tema.

Alguien no se toma muy bien que hablen de su vida.

Enarco una ceja.

—Tú puedes saberlo todo de mi vida, ¿y yo no puedo saber nada de la tuya?

—La ventaja de nacer como hechicera, querida.

—Creo que sigo prefiriendo mi condición de humana.

—¿Humana? —repite con media sonrisa—. Técnicamente, no lo eres.

Es mi turno para dar un paso en su dirección, pero me detiene con un gesto.

—Sé que quieres pedirme que te libere de tus maldiciones... pero no te va a salir barato, querida. Y no voy a hacértelo a cambio de nada. Es uno de los procedimientos más peligrosos que puedes pedirle a un hechicero. Siempre tiene un precio.

—Imagino que me lo dices porque hay otra solución.

—Sí. Que Foster te convierta.

Mientras mis hombros se tensan, Alexa da un paso hacia mí. Está muy seria.

—No te puedo asegurar que las maldiciones desaparecerán, pero sí que puedo decirte que, si no lo hacen, para mí será mucho más fácil ayudar. Mientras sigas en medio de los dos mundos, no puedo hacer nada. Es demasiado peligroso.

—Entiendo.

No me pregunta qué haré, ni tampoco si me he decidido. Puede saberlo con solo mirarme. Alexa se limita a volver a andar, y yo la sigo en silencio.

Casi hemos cruzado la mitad del camino cuando se me ocurre una última pregunta:

—Una última cuestión...

—Dime, cariño.

—Lo que le ha pasado a Foster... ¿era por mi sangre? ¿Tanto le afecta que se pone así de violento?

Alexa me mira, pasmada. Esta vez, esboza una enorme sonrisa divertida. Creo que es la primera sonrisa sincera que ha esbozado desde que la conozco.

—¿Violento? —repite lentamente—. Querida, no era violencia.

—¿No?

—No ha olido tu sangre desde tan cerca en mucho tiempo, es tu creador y tiene sentimientos por ti. Créeme, no era violencia.

—Ah...

—Honestamente, no me puedo creer que no te haya saltado encima. Conozco a muy pocos vampiros, incluso más viejos que él, que serían incapaces de resistirse.

Yo sí que me lo puedo creer. No lo ha hecho porque yo le pedí específicamente que no me mordiera.

Agacho la cabeza, avergonzada. Ya entiendo mejor por qué no quería que me acercara más.

Alexa, mientras tanto, va a lo suyo:

—Me encanta cuando los que van de buenos tienen pensamientos guarros.

—¿Guarros...?

—Es curioso, pero tienden a ser los peores.

—¿Estaba... estaba teniendo...?

—Quiero decir, ya los tiene a diario, pero nunca lo había sentido con tanta intensidad.

—¿Cómo que a diario? ¿De qué...?

—Oye, eso sería chivarme. Un respeto a tus mayores.

Le pongo mala cara, y ella suelta una risita y empieza a avanzar dando saltitos. No tardo en darme cuenta de que es porque ya hemos llegado a casa de Foster.

Estoy tentada a soltar un suspiro de alivio, pero entonces veo que Albert está de pie en la puerta trasera, esperándonos. Y no tiene pinta de estar muy contento.

Genial... Nada como una bronca antes de ir a dormir.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro