4 - 'El túnel del terror'
4
El túnel del terror
Cuando Foster dijo que estuviera preparada a las seis en punto para su clase..., no pensé que se refiriera a esto.
Y es que estoy sentada en una de las salas que nunca había pisado con anterioridad. Más concretamente, en un pupitre. Trev está sentado en el que tengo al lado y Jana, que ha decidido apuntarse a última hora, detrás de mí. Ambos toman notas como si la vida les fuera en ello. Y Foster sigue dando explicaciones. Una y otra vez.
Dios, me estoy muriendo por dentro. Despertarse temprano debería ser ilegal.
—Las partes más sensibles del cuerpo de un vampiro —va diciendo, señalando el libro de anatomía que tiene en la mano—. Cuello, corazón y cabeza.
—¿Y los huevos? —pregunta Trev.
Nuestro querido profesor entrecierra los ojos.
—¿Eso es lo primero que se te ha ocurrido?
—Supongo que también será un punto sensible.
—Puede no tener huevos —comenta Jana.
—Centrémonos en las tres zonas que he dicho —pide Foster con soberana paciencia—. Matar a un vampiro no es sencillo. Más que nada, porque están diseñados para ser el cazador y no la presa. Pero eso no lo hace imposible. Lo más importante es acertar el primer tiro, y entonces el resto será mucho más sencillo.
Me estoy muriendo de sueño. Apoyo la mandíbula en una mano y, muy disimuladamente, empiezo a cerrar los ojos. Solo quiero descansar un poquito.
Pero casi no he llegado a hacerlo cuando un golpe seco en la mesa hace que de un brinco y casi me agarre al techo. Levanto la cabeza, sobresaltada. Foster tiene los ojos entrecerrados y acaba de dejar el ejemplar de anatomía más gordo que he visto en toda mi vida sobre el pupitre.
—Vaya, parece que Vee se acaba de presentar voluntaria para la demostración.
—¿Eh? ¡No, no...!
Suplico a Foster con la mirada, pero parece bastante determinado cuando me alcanza el brazo y me pone de pie delante de los demás. No tarda en colocarse a mi lado con el rotulador todavía en la mano.
—¿Alguien sabe decirme qué material se usa para atacar a un vampiro?
La mano de Jana sale disparada hacia arriba.
—Obsidiana.
—¡Muy bien!
—¡Oye, yo también lo sabía! —protesta Trev, indignado.
—¡Pero yo lo he dicho primero!
Yo solo quiero morirme.
Cuando los ojos empiezan a cerrárseme otra vez, la punta tapada del rotulador me levanta la cabeza por el mentón. Dirijo una mirada de advertencia a Foster, pero él la ignora completamente y sigue con su explicación.
—La obsidiana puede afectar a un vampiro de dos formas. La primera, de forma superficial. La piel de un vampiro es capaz de curarse de cualquier corte, menos del causado por obsidiana. Si Vee, aquí presente —añade, señalándome con media sonrisita que me hace entrecerrar los ojos—, fuera un vampiro y le hiciera un corte en el brazo con un cuchillo normal, sería capaz de curarse casi al instante. Si fuera de obsidiana, tardaría lo mismo que un humano normal y corriente.
—¿Por qué no te cortas un brazo y lo demuestras? —mascullo de mala gana.
Para mi sorpresa, se detiene delante de mí y levanta las cejas.
—¡Buena idea!
—¿Eh?
Así termino con un cuchillo en la mano y su brazo expuesto justo delante.
—Me caes mal por lo de madrugar, pero creo que apuñalarte es un poco excesivo.
—¿Tantas ganas tienes que matar a alguien? Solo te estoy pidiendo un corte.
Dudo de nuevo, observando su piel expuesta. Está más bronceado que yo, que parezco una muerta en vida —válgame la ironía— y se le marcan las venas del antebrazo, así como las de la mano. Trago saliva con fuerza al ver la cicatriz de obsidiana que sigue en su piel tersa. Se la hizo por mí.
—También puedo hacerlo yo —añade al verme dudar.
No, da igual. Soy una chica dura y sé que se va a curar. Sujeto su muñeca con una mano y con la otra le hago un fino corte en la mitad del antebrazo, justo debajo de la cicatriz. Foster ni siquiera parpadea cuando un hilillo de sangre empieza a deslizarse hasta su muñeca. De hecho, ha levantado la cabeza para mirarme. Si no fuera porque solo lo ha hecho durante unos instantes, diría que parece orgulloso.
Qué bonito, se enorgullece de que le cortes un brazo.
—¿Lo veis? —pregunta, enseñándonos el brazo.
La herida, aunque al principio ha sido bastante larga, empieza a acortarse a una velocidad muy elevada. En menos de diez segundos, solo es una marca roja. Y al cabo de otros cinco desaparece por completo.
—Si fuera obsidiana, tendría que recurrir a puntos de sutura —comenta Foster mientras se limpia la sangre con un pañuelo.
Mientras dejo el cuchillo sobre la mesa, él sigue con su explicación.
—La segunda forma en la que la obsidiana puede herir a un vampiro es la más grave, y también la única capaz de acabar con él —prosigue, sacándole la tapa al rotulador negro—. Se trata de hacer que la obsidiana entre en contacto directo con su conducto sanguíneo. Por eso los rumores de quemar o arrancar las cabezas a los vampiros para matarlos son falsos. Hay que intenta que la primera flecha vaya directa a una de las tres zonas con más flujo sanguíneo de todo su cuerpo.
Casi le doy con el cuchillo cuando me pinta un puntito negro en medio de la frente, muy concentrado.
—Cabeza, cuello —procede a marcarlos— y, por supuesto, corazón.
Ni siquiera entra en contacto directo conmigo, pero cuando la punta del rotulador se abre paso entre los pliegues de mi camisa para dibujarme un puntito sobre la piel, no puedo evitar que se me agite el pulso. Él sube la mirada de forma inconsciente hasta llegar a mis ojos. Lo ha notado.
Pero, claro, la aparta enseguida y sigue con su explicación. Esta vez, juega con el rotulador pasándoselo de mano en mano.
—El efecto de la obsidiana no es inmediato, actúa en cuestión de minutos. Pero un disparo certero hará que vuestro oponente ralentice su velocidad y, sobretodo, sea más vulnerable.
—¿No se puede matar directamente a un vampiro? —pregunta Trev mientras Jana sigue tomando apuntes como si la vida le fuera en ello.
—No, pero si la obsidiana alcanza el corazón la muerte llegaría en una duración aproximada de un minuto. Es la forma más rápida.
Por suerte, tras eso me deja sentarme otra vez. Ya no me atrevo a dormirme, claro, así que decido prestar atención. La verdad es que lo que dice Foster es bastante interesante. Nos explica formas de hacer trampas, escondernos, controlar ciertos elementos del entorno para protegernos... Cosas que, llegados a cierto punto, podrían salvarnos la vida.
Con la cantidad de líos en los que te metes, te convendría tomar nota.
Para cuando dan las ocho de la mañana, apenas me doy cuenta de que ya han pasado dos horas. Tengo que ir a despertar a Addy para sus clases con su profesor particular. Y Jana tiene que ir a trabajar al bar, por cierto. Supongo que está aquí para que Foster beba de ella antes de tener que irse.
Lo confirmo cuando, al terminar, Foster pone la tapa al rotulador y señala la puerta.
—Gracias por vuestra atención durante casi toda la clase —eso último lo añade mirándome con los ojos entrecerrados—. Ya sois libres para ir a dormir otra vez.
—Yo voy a ir a comer —asegura Trev, muy orgulloso.
Me pongo de pie con un suspiro, y me doy cuenta de que Foster está mirando a Jana. Ella cruza la sala con una sonrisa y se detiene a su lado para bajarse el cuello del jersey y darle mejor acceso. Y no me doy cuenta de que me he quedado mirándolos hasta que ambos se giran hacia mí.
—¿Algo va mal? —pregunta Jana, confusa.
Para ella es procedimiento habitual. Tiene el tipo de sangre que consume Foster, así que le sirve de banco de alimento a cambio de una suma de dinero mensual y su protección, que es el collar plateado que le cuelga del cuello. De esta forma, el resto de vampiros saben que tiene un protector y la dejan tranquila. Es el camino que eligen la mayoría de humanos de la ciudad.
Y sí, esto es normal y habitual. Ni siquiera es muy íntimo, sino una transacción. Pero por algún motivo ver cómo Foster le sujeta la nuca con una mano para inclinarle la cabeza hace que se me instale un sentimiento muy agrio en el pecho.
En cuanto veo que él parece darse cuenta de que, efectivamente, algo va mal, me apresuro a negar con la cabeza.
—No, no... Lo siento, me he distraído. Nos vemos abajo.
Y me apresuro a salir y cerrar detrás de mí. Por suerte, no insisten en comentar nada.
Al menos, ellos no lo hacen.
—Mm... qué curioso.
Levanto la cabeza de golpe. Alexa está de pie junto a las estanterías del pasillo, revisando los tomos con poco interés. Se ha puesto unos pantalones rojos oscuros y un top negro. Todo sumamente estrecho. Su cabello oscuro vuelve a estar suelto sobre sus hombros morenos y delgados.
—No sé de qué me hablas —murmuro, a la defensiva.
Ella sonríe y saca un libro cualquiera para ponerse a hojearlo.
—Soy una hechicera, querida. Lamento decirte que sé más de lo que te gustaría que supieras. Pero puedo fingir que te creo si te hace sentir mejor.
Estoy a punto de preguntarle, pero me contengo a tiempo. No debo hacerle preguntas a una hechicera. Es un error garrafal.
Sin embargo, Alexa hace un gesto vago con la mano.
—Todos los presentes en esta casa están eximidos de esa estúpida norma hasta que me eches de la ciudad —murmura de mala gana—. Hazme las preguntas que quieras. Estoy deseando escucharlas.
—Puede que ahora no tenga ninguna.
—Puede que yo finja que no estás celosa de lo que está pasando en esa habitación, entonces.
Muy enfadada, me doy la vuelta y empiezo a recorrer el pasillo en dirección contraria. No la escucho seguirme, pero para cuando llego a la habitación de Addy me la encuentro de pie junto a la puerta.
—¿Se puede saber qué quieres? —mascullo, rompiendo mi norma de no hacerle preguntas.
Pero Alexa se limita a señalarme con un gesto de la cabeza.
—¿Quieres un consejo? Toma notas en clase y aprende a usar ese arco. Pronto lo vas a necesitar.
—¿Y tú cómo lo sabes?
—Porque conozco a Barislav. No le gusta que se entrometan en su trabajo. Y menos una medio humanita que llegó a la ciudad hace dos días —añade, mirándome de arriba a abajo. Parece divertida con la idea—. En cuanto tenga la oportunidad, vendrá a por ti.
—Ya lo intentó una vez. Hizo que me intentaran clavar un virote en la cabeza.
—Que tenía una nota.
—Lo sé. Foster la leyó.
Alexa me analiza durante unos segundos.
—¿No te dijo lo que ponía?
Niego con la cabeza, y ella se limita a sonreír.
—Interesante.
—¿Tú lo sabes?
—Sí, pero decírtelo no va a ser barato.
Dudo visiblemente, pero entonces doy un paso en su dirección y la aparto de mi camino. Tocarle el brazo es como acariciar una columna de mármol. Es igual de fuerte y gélida.
—No me interesan los tratos con hechiceros —le dejo muy claro—. Fueron los que me dejaron en esta posición.
Y ella, con una gran sonrisa, se encoge de hombros y desaparece por el pasillo.
—También pueden ser los que te liberen de ella —escucho que murmura.
• • •
Albert ha estado refunfuñando desde que hemos subido al coche, pero no puede darme más igual. Me he decidido y no va a hacer que cambie de opinión.
Voy a hablar con Larissa.
—Es una mala idea —protesta agitando los bracitos—. ¡Horrible!
Kent, que nos ha traído en coche y ha permanecido bastante callado para no ser el nuevo foco de atención de la bronca, aparca junto a la plaza del ayuntamiento. Sé que me está mirando por el espejito, pero finjo que no me doy cuenta.
Es la hora del recreo, así que los alumnos de la escuela que hay aquí al lado juegan en la plaza a lanzarse bolas de nieve. El mismo grupito del otro día me saluda con la mano cuando me bajo del coche. Les dedico una sonrisa que no me llega a los ojos, y es que Albert me sigue de cerca con el ceño fruncido.
—No puedes hablar a solas con ella —insiste.
—Si sirve de algo —ataja Kent, que corretea para seguirnos—, a mí tampoco me parece una gran idea.
—Voy a hacerlo —repito por enésima vez.
Albert se exaspera.
—¡Es peligrosa! ¡Y una manipuladora!
Me detengo en seco para mirarlo. No sé qué ve en mi expresión, pero hace que dé un paso atrás.
—No creas que no puedo ser peor que ella, Albert.
Y eso zanja la discusión.
Sigo con mi camino, esta vez a solas, hasta que me cruzo con Sylvia. Es raro no verla en la tienda de segunda mano de su madre. Sostiene un fajo de folletos en un brazo y los reparte con el otro. Aunque lo hace con una mueca de hastío que contrasta bastante cómicamente con las frases alegres que le han obligado a decir.
—¿Qué haces? —pregunto al acercarme.
Sylvia suspira y me pone un folleto en la mano.
—¡Venid, niños, a la casa del terror de Navidad! —repite como un loro.
—¿Casa del terror? ¿En Navidad?
—Oye, es una tradición de la ciudad. Se supone que, aunque se acerque Navidad, hay vampiros y cosas raras. A la gente le gusta la temática de terror.
Reviso el folleto con curiosidad. Se hace en una de las casas abandonadas, y al parecer Earl, el guardián de las puertas de la ciudad, es quien está al mando. Pone que todavía no está abierto.
—Seguro que, si vas tú, te deja entrar —me asegura Sylvia—. Le encanta hacerle la pelota a los alcaldes.
—¿Quieres ir conmigo? —sugiero con media sonrisa.
Ella suelta un resoplido.
—¿Para quedarme dormida en medio de la atracción? No, gracias.
Y, tras eso, sale corriendo tras un grupito de niños que parecen entusiasmados con los folletos.
Los guardias vampiros me guían en solitario por los pasillos de los calabozos, y no se detienen hasta llegar al último. Larissa ha comido hace un rato y todavía tiene el plato sobre la diminuta mesa, pero no parece muy animada. En cuanto escucha pasos acercándose, levanta la cabeza con ilusión. Esa emoción se transforma en decepción en cuanto ve que soy yo.
—No ha hecho nada sospechoso desde que llegó —me informa uno de los guardias que me ha traído.
—Lo sé.
Ellos intercambian una mirada. Se creen que he venido a comprobar que todo va bien.
—Abrid la celda.
Mi petición no es atendida inmediatamente. De hecho, intercambian una nueva mirada, esta vez de perplejidad.
—Alcaldesa... —empieza uno de ellos.
—Ahora, a ser posible.
No les queda otra que obedecer. Larissa se ha puesto de pie y me mira con suspicacia. Al abrir la celda, hace un ademán de salir. Pero no le doy mucho tiempo de margen. Enseguida entro y cierro a mi espalda.
Los guardias prácticamente se lanzan contra los barrotes, pero les hago un gesto para detenerlos.
—Dejadnos solas.
—¡P-pero...!
—Es una orden.
Y, de nuevo, no les queda otra que hacerme caso.
Larissa sigue mirándome y yo le devuelvo la mirada. De alguna forma, estamos decidiendo quién llevará el mando de esta conversación. Y necesito ser yo. No hay otra opción posible. No si quiero sacarle unas cuantas respuestas.
Así que me paseo lentamente por su pequeña celda. Paso un dedo sobre la mesa y lo levanto para ver la capa de polvo que me ensucia la yema. Dirijo una breve mirada a Larissa, que da un paso atrás para alejarse de mí. Bien. Tengo el control. Con la misma lentitud, me siento en su cama y coloco una pierna sobre otra.
—Bueno, ya era hora de que habláramos —comento.
Ella permanece de pie lo más alejada de mí posible. Viéndola de cerca, aprecio lo mucho que ha adelgazado bajo esa ropa andrajosa que le han dejado. Y lo cansada que parece.
—¿Te has vuelto loca? —ataca—. ¿Esto de quedarnos a solas es para llamar la atención?
—¿De quién? ¿De las piedras? Aquí no hay nadie más.
—Estoy yo.
—Oh, no te preocupes. Tu atención me importa un bledo.
Ella enrojece un poco y yo aprovecho para recostar las manos en su camastro.
—Bueno, creo que tenemos unas cuantas cosas de las que hablar —comento entonces, muy tranquila—. Y me imagino que sabes perfectamente a cuáles me refiero.
—No, no lo sé.
—Vaya, ¡Barislav también te borró la memoria! No te preocupes, tienes a una experta en el tema justo delante.
La bromita no le ha gustado. Cruza los brazos, muy enfadada.
—Estoy muy cansada. Han sido unos días muy duros. No quiero hablar contigo.
—Claro que no —respondo, y mi cabeza se tilda hacia un lado sin dejar de observarla—. Quieres hablar con Foster, ¿verdad? Para seguir jugando con él y con su amor por vuestra hija. Desgraciadamente para ti, eso no es posible. Primero, porque Foster está ocupado con temas de verdadera importancia, y segundo porque estás en mi ciudad y soy yo la que tiene que tomar una decisión. No te equivoques, Larissa. A mí no me das ninguna lástima. Ni siquiera intentes ir por ese camino.
Eso parece dejarle bastante clara su posición. Larissa refuerza su postura defensiva, pero no dice nada.
—Y ahora que hemos dejado todo esto claro... ¿me vas a explicar qué ha pasado exactamente y cómo has terminado aquí?
Ella tarda un buen rato en responder, pero no dejo de mirarla. No quiero que se piense que puede salir de esta.
—Nunca llegué a suicidarme —confiesa.
—No me digas...
—No tiene gracia.
—¿Acaso me estoy riendo? —Enarco una ceja—. Si no lo hiciste, dime por qué quisiste que todo el mundo lo creyera.
—Porque... era más sencillo.
—¿El qué?
—Alejarme de todo sin que nadie me buscara.
No digo nada más. Ella suspira y se pasa las manos por la cara.
—Nunca he querido ser madre —dice finalmente—. Solo tuve a Addy porque era lo que tocaba hacer y porque... bueno... porque Foster se moría de ganas. Tampoco quería casarme, ¿sabes? Cuando era pequeña, mientras mis amigas hablaban de casarse y formar una familia, yo solo era capaz de pensar en ser la hechicera más sabia de la historia. Era mi sueño.
—Pero no eres hechicera.
—No, pero una de las leyendas de Braemar trata sobre una humana que se convirtió en hechicera. Pensé que, si ella podía hacerlo, quizá para mí también habría una oportunidad. Así que hice todo lo posible para llegar a Braemar.
—Y por eso te casaste con Foster —deduzco en voz baja.
Ella aprieta los labios.
—Sí, me casé con él por eso. Pero no puedes culparme, ¿no? Él tampoco me quería. Solo se casó conmigo porque no podía casarse contigo.
—Se casó contigo porque era su obligación.
—Y la mía, como vampira pura, también. Lo que no me esperaba fue que... resultara ser tan comprensivo conmigo. —Hace una pausa y enrojece un poco—. Cuando le conté mis planes, nunca se interpuso. Nunca me miró como si hubiera perdido la cabeza. Simplemente, me dijo que hiciera lo que creyera conveniente. Y no solo eso, sino que también me ayudó en todo lo que pudo. Nunca había conocido a alguien que ayudara a los demás sin pedir nada a cambio. Creo que eso fue lo que hizo que dejara todo aquello de lado y me centrara en tener una hija con él. Al menos, por un tiempo...
Ya no me está mirando. Da vueltas por la celda y juega con sus dedos de forma un poco ansiosa.
—Me arrepentí muchísimo. No es que no quiera a Adela... Después de todo, soy su madre.
—Para ser madre hace falta algo más que parir.
Se toma el ataque con bastante entereza. De hecho, opta por fingir que no ha oído nada y sigue con su monólogo.
—Intenté ser su madre —sigue—, pero me resultaba imposible. Era... insoportable. La existencia de Adela era un recordatorio andante de que yo no pertenecía a ese sitio. Ni a ese mundo. Y lo peor no era solo eso, sino que Foster empezó a ponerse en contra de mis investigaciones. Me dijo que las cosas habían cambiado, que ya no podía comportarme como si fuera yo sola contra el mundo, que éramos una familia y mi prioridad debía ser mi hija, luego ya iba todo lo demás.
Pienso en Addy y en la forma en la que me contó que Larissa no la soportaba. Quizá no estaba tan equivocada. No sé si exageró su cuento, después de todo es solo una niña que ha pasado por muchas cosas, pero sí que empiezo a ver por dónde va la cosa.
—Sabía que, si me iba, mi familia me daría la espalda. En el mundo de los vampiros puros, el linaje lo es todo. No hay mayor vergüenza que abandonar a tu descendencia. No podía vivir con la idea de que me repudiaran, pero... sí que podía vivir con la idea de no volver a verlos. Así que lo planeé todo con mucho cuidado. E hice que incluso Foster creyera que había cometido una locura. Se lo creyeron, claro. Puede que te creas muy inteligente —añade, mirándome por encima del hombro—, pero no eres la única lista de esta celda.
¿Debería estar impresionada? No lo estoy. Y es más que obvio que se está dejando mucha información. Podría insistir, pero dejo que siga con la historia.
—Barislav me había prometido muchas cosas por aquel entonces. Una de ellas era cumplir mi deseo, pero para ello necesitaba que le demostrara mi valía. Y lo hice, claro. No se dice que no a un hechicero.
—¿Ni siquiera cuando pones a tu hija en peligro? —espeto en voz baja.
—Adela era... un daño colateral.
Una oleada de rabia me sacude de arriba a abajo. Puedo tolerar que sea una idiota, pero no que hable así de Addy. No es un daño colateral, joder. Es una niña. Una niña encantadora que no se merece ni un tercio de lo que le ha pasado.
—Es tu hija —mascullo entre dientes—. ¿Cómo puedes decir eso sin que se te caiga la cara de vergüenza?
—Ya te he dicho que la descendencia es lo más importante para un vampiro —replica sin mirarme—. Barislav me dijo que mi última prueba para abandonar este estilo de vida y abrazar la magia... bueno, deshacerme de ella. Y así diría adiós a mi estilo de vida vampírico.
—¿Deshacerte? —repito en voz baja. Suena a amenaza.
Larissa traga saliva.
—Quiso que la matara. Pero no fui capaz de hacerlo, así que al final la utilizamos de cebo.
—¿Para quién? ¿Para Foster?
—Para ti. Necesitábamos tu anillo. Y una parte del ritual era usar sangre mágica. Ramson dijo que, si tú te arriesgabas, Vienna lo haría contigo. Eran dos pájaros de un tiro.
Me quedo mirándola fijamente durante unos segundos. Ella es incapaz de devolverme la mirada. Tengo muchas cosas por decir. Ninguna es buena. Y, como no sé ordenarlas, solo soy capaz de murmurar un:
—¿No quisiste hacerle daño a Addy y te echaron? ¿Por eso estás aquí? ¿Porque no tienes otro sitio donde meterte?
Por su forma de ruborizarse, diría que sí.
Qué bien... Yo pensando que diría algo de provecho y resulta que solo tiene una historia de autocompasión y cobardía barata. Dudo que siquiera tenga información relevante.
Tanto drama... y no me va a servir para nada.
—Así que te dejaron tirada —murmuro—. Ni siquiera sabrás dónde están los demás, supongo.
—¿Es que quieres encontrarlos? —pregunta con incredulidad—. Acabarían contigo en menos de lo que pudieras siquiera pensar en defenderte.
—Ramson no lo haría.
Decirlo me deja un sentimiento muy amargo.
Larissa esboza media sonrisa un poco amarga.
—¿Ramson? —repite—. Quizá es él de quien más deberías preocuparte, Genevieve.
—¿Y eso por qué?
—Porque Barislav, Leanne, Rowan... todos ellos te matarían sin dudarlo. Pero Ramson no. Y quizá es mejor una muerte rápida que una eternidad encadenada, ¿no crees?
Estoy a punto de responder, pero entonces ambas damos un respingo. Alguien acaba de abrir la puerta del calabozo, y no de forma precisamente suave. El estruendo hace que me ponga de pie justo antes de que Foster aparezca delante de la celda.
Vale, me siento como si acabaran de pillarme en medio de un crimen.
Me contempla a mí, claramente muy alterado, antes de girarse hacia Larissa. Ella parece sorprendida. Está claro que no está acostumbrada a verlo así de cabreado.
Porque sí, está cabreado. Diría que incluso furioso. Ups...
Para cuando vuelve a girarse hacia mí, me queda bastante claro que soy el foco de atención de toda su ira. La seguridad se me evapora un poquito, pero aún así me las arreglo para mantener un semblante sereno.
—Pero —empieza, casi hiperventilando. No sé a qué velocidad habrá venido—, ¡¿es que has perdido la cordura?!
Los guardias por fin llegan. Están hiperventilando. Está claro que los ha eludido y los ha hecho correr un poquito.
Si no estuviera tan enfadado, probablemente me reiría imaginándomelo.
—Hola a ti también —replico, cruzándome de brazos—. Si no te importa, estoy hablando con mi prisione...
—¡Pues sí, resulta que me importa! —corta en seco, y se gira hacia los guardias—. ¡Abrid la celda ahora mismo!
Ellos sufren una pequeña crisis de intereses. Más que nada, porque se supone que yo soy la jefa, pero definitivamente ahora mismo Foster les da más miedo.
—La alcaldesa ha pedido que la dejáramos a solas —intenta decir uno en su defensa.
—¡Pues yo os digo que abráis! ¿A quién tenéis pensado hacerle caso?
Sin una sola palabra más, agarra el manojo de llaves de la mano del guardia, que da un saltito hacia atrás para no ser el objetivo de su ira. Suelto un suspiro cuando Foster abre la celda y prácticamente me arrastra hacia el pasillo del brazo. Larissa observa todo con los ojos muy abiertos.
Para cuando vuelve a cerrarla, Foster estampa las llaves en el pecho del otro guardia, que está completamente rojo cuando las recoge.
—La próxima vez, os encerraré con ella —advierte a los guardias.
Todavía me está agarrando del brazo y, aunque no intento apartarme, le frunzo el ceño.
—Estaban siguiendo órdenes de su jefa.
—Pues su jefa estaba jodidamente equivocada.
Espera, ¿Foster diciendo palabrotas?
Solo falta Albert dando besitos en la frente y ya creeré que estamos en el mundo al revés.
Estoy tan sorprendida que no reacciono cuando me arrastra fuera del calabozo. Solo cuando agarra mi abrigo y nos saca a los dos del edificio. En cuanto la nieve de la plaza cruje bajo mis botas, me zafo de su agarre y me aparto un paso de él.
—¡No me arrastres así! —advierto, señalándolo.
Foster no vuelve a acercarse, pero sigue pareciendo sumamente cabreado.
—¿Se puede saber qué te pasa? —espeta, señalando la puerta—. ¿Te has encerrado con un vampiro? ¡¿A solas?!
—¡Lo tenía todo bajo control!
—¡Sí, tú siempre tienes todo bajo control!
—¡Lo tenía! —repito, acercándome.
—¡No, no lo tenías! ¡Apenas la conoces! ¡Y hace casi un mes que no se alimenta! ¿Y si te hubieras hecho un corte? ¿Y si se hubiera alterado y hubiera perdido el control? ¿Te crees que hubiera importado que seas la alcaldesa? ¡No, Vee! ¡Para un vampiro sediento, nada más importa! ¡Y habrías estado a solas con ella, en una celda sin ninguna escapatoria!
La regañina hace que me eche un poco para atrás. No por la sorpresa de que me esté gritando —algo totalmente insólito en él—, sino porque puede que no esté tan equivocado.
—¿Algo qué decir sobre eso? —insiste.
No aparto la mirada, pero aún así noto que mis mejillas se tiñen de rojo.
—No... no se me había ocurrido.
—¡Pues claro que no! ¡Podrías haberme preguntado a mí, a Albert, o incluso a los guardias! ¡Pero no! ¡Tú tienes que hacerlo todo a solas! ¿Y para qué? ¿A quién intentas impresionar?
A ti.
—A nadie.
Foster me mira durante unos instantes antes de darse la vuelta y pasarse las manos por la cara. Está claro que quiere tranquilizarse. Aparto la mirada. Los niños de antes nos están observando desde una distancia prudente, muy curiosos.
—Siempre me has asegurado que respetas mis métodos —le recuerdo en voz baja.
Foster se detiene de golpe y se gira hacia mí como si no pudiera creerse lo que acaba de oír.
—¡Hay una cierta línea, Vee! ¡Y quedarte a solas con un vampiro sediento está al otro extremo!
—¡Vale! ¡Lo pillo! ¡Deja de gritarme!
—¡Y tú deja de poner tu vida en peligro!
De todas formas, él sacude la cabeza y se toma unos segundos antes de responder.
—Pero tienes razón, no debería haberte gritado —admite al final en un tono más calmado—. Lo siento. Pero..., joder, Vee. Ni se te ocurra volver a hacer eso. ¿Tan difícil es pedir ayuda? Se supone que estoy... estamos —corrige rápidamente— aquí para todo lo que necesites. ¿No se te ha ocurrido consultarnos estas cosas antes de lanzarte a hacerlas tú sola?
Es una buena pregunta. Hace que reflexione durante unos breves instantes.
—No lo sé —admito al final—. Estoy acostumbrada a tener que hacerlo todo yo sola.
—Bueno, pues ya no tienes que hacerlo. —Se acerca a mí y, para mi sorpresa, toma mi mano sin dejar de mirarme—. Ya no estás sola, Vee. Así que, te lo suplico, la próxima vez que te embarques en una misión suicida, por lo menos avísame con un poquito de antelación. Para no morirme de un infarto, básicamente.
No puedo evitarlo. Empiezo a reírme entre dientes. Él suelta un suspiro.
—Sí, ojalá a mí me hiciera gracia. A veces, te detesto.
—Ya quisieras.
—No, no quisiera —me asegura en voz baja.
Escucho un silbido no muy lejos de nosotros, y me doy cuenta de que los niños se están burlando de que Foster siga sosteniéndome la mano. Nos hacen gestos de besitos y se abrazan a sí mismos con sorna. En cuanto estallan en carcajadas, les entrecierro los ojos.
Foster, por cierto, parece darse cuenta de que sigue tan pegadito. Da un salto hacia atrás para dejar cierta distancia de seguridad. Parece un poco nervioso. ¿Quién lo diría, después del ataque de autoridad que ha tenido hace un momento?
—¿Dónde está tu coche? —pregunto entonces.
Él suspira con pesadez.
—En casa.
—¿En casa? ¿Y cómo has llegado?
—Créeme, soy mucho más rápido sin coche. Solo lo uso cuando tengo que acompañar a alguien.
Es decir, cuando tiene que acompañar a humanos inútiles como yo.
Pues sí, para qué negarlo.
El cambio de tema hace que se tranquilice. Mi abrigo sigue en el suelo. Se agacha para recogerlo y me lo tiende de forma casi automática. Decido ponérmelo solo para no dar pie a una nueva discusión. Seguro que lo alteraré pronto, pero que al menos no sea por una razón tan estúpida.
—Puedo ir a buscar el coche para llevarte a casa —replica.
—Puedo ir andando. Por lo visto, ahora tengo guardaespaldas.
Foster me entrecierra los ojos, pero aún así atraviesa la plaza junto a mí. Uno de los niños sigue burlándose de nosotros y, aunque estoy tentada a lanzarle una bola de nieve a la cara, sospecho que no será una decisión muy propia de una alcaldesa.
O de una mujer de más de noventa años.
Así que, en lugar de eso, me detengo justo detrás de él y me cruzo de brazos. Todos sus amigos me ven y se ponen firmes, pero el enano que sigue burlándose está muy ocupado como darse cuenta.
Al menos, hasta que una de las niñas le da un manotazo en el brazo.
—¡OYE! —protesta—. ¿Qué quieres?
—¡Detrás de ti!
El niño se da la vuelta y me ve la cara de indignación. La suya se queda pálida.
—¿Te lo estabas pasando bien? —inquiero.
—E-eh... yo...
—¿Tienes una obra de teatro y estabas ensayando? ¿O es que estabas burlándote de alguien?
—¡Una obra de teatro! —me asegura enseguida.
Foster niega con la cabeza, pero apenas disimula una sonrisa.
—Me encantaría ver cómo la representáis —les digo, a lo que intercambian miradas de pánico colectivo—. ¿Por qué no lo hacéis ahora mismo?
—¡Mejor otro día! —exclama un amigo suyo.
—¡Sí, es que nos falta mucho ensayo!
Al final, no puedo aguantarme más y empiezo a reírme. El niño que tengo más cerca suelta un suspiro aliviado —y molesto— cuando Foster le revuelve el pelo con una mano.
Y quizá seguiría pendiente de ellos, pero me despisto un momento cuando veo que alguien se mete en uno de los callejones de la plaza. No es nada del otro mundo. Lo que me llama la atención es la persona que lo hace. Tardo unos segundos en reconocerlo. Aspecto desgarbado y muy delgado, chaqueta con agujeros, cigarrillo en la boca, gorro de lana, ojeras... Recuerdo su abrazo en el funeral. Es Jason, el hermano mayor de uno de los desaparecidos.
Foster sigue la dirección de mi mirada y suelta un suspiro de hastío.
—¿Es esta suficiente antelación para avisarte de una misión suicida? —pregunto en voz baja.
—No, pero habrá que adaptarse.
El callejón está entre el supermercado y el ayuntamiento. Es donde están la mayoría de contenedores de la zona y donde el supermercado tira todo lo que les sobra. Soy consciente de que es un rincón habitual donde trapichear. Tampoco es que en Braemar haya muchas drogas, pero aquí se reparten todas. Y sé que Jason es un cliente habitual. Especialmente desde que su hermano falleció.
Lo encontramos dándose la mano con un tipo humano que se apresura a alejarse de él con las manos en los bolsillos. En cuanto nos ve, aprieta el paso y desaparece al final del callejón. Jason está con la espalda apoyada en la pared, soltando el humo del cigarrillo entre los labios.
—Pero si es la alcaldesa —murmura con una sonrisa aburrida—. ¿A qué debo este honor? ¿Ya me echabas de menos?
Foster musita algo en voz baja y se cruza de brazos. Yo, por mi parte, decido ignorar la pregunta.
—¿Qué hacías con ese hombre?
Jason sonríe y enarca las cejas.
—¿Hace falta que te lo diga? No creo que seas tan inocente.
—Esa clase de tratos no son legales.
—¿Vas a detenerme?
Podría hacerlo, pero no me siento bien deteniendo a alguien que acaba de perder a su hermano pequeño. Creo que lo sabe y se está aprovechando de ello, pero decido no insistir. Me limito a mirarlo de arriba a abajo. La última vez lo que vi, no estaba tan delgado. Y una sombra de barba no le cubría la barbilla.
—No tienes buen aspecto —señalo, toda sensibilidad.
—¿Y?
—Quizá podrías intentar cuidarte un poco.
—Cuidarse requiere dinero.
—Si no recuerdo mal, trabajabas en el supermercado —interviene Foster—. Lo dejaste hace menos de una semana.
—Ah, sí... —Jason se encoge de hombros, poco preocupado—. Digamos que me cansé de no hacer nada interesante
—¿Y has pensado en alguna alternativa?
—Sí, drogarme hasta una sobredosis.
Suelta una risotada, pero nadie lo acompaña. Creo que ni siquiera él la siente del todo, porque sus ojos no reflejan la alegría y despreocupación de su voz.
—¿Está entre tus obligaciones molestar a todo el pueblo o solo te intereso yo? —provoca, dándole una nueva calada al cigarrillo—. Porque, hasta donde yo sé, por estos callejones solo se llevan a cabo dos tipos de negocios. Si no quieres drogas, ¿qué? ¿Me la vas a chupar por un billete de cincuenta?
La provocación es muy infantil, pero consigue que Foster caiga directo en ella. Antes de que avance en su dirección, le sujeto el brazo y lo detengo. Pese a que tarda un momento en despegar los ojos de Jason, al final aprieta los labios y me sigue de vuelta a la plaza.
—¡Nos vemos, tortolitos! —escucho que exclama Jason a nuestras espaldas, pero ninguno se gira a decirle nada.
En cuanto estamos en un terreno más neutral, Foster le dirige una última mirada molesta por encima del hombro.
—Debería darle vergüenza decir cosas así.
—Dudo que conozca el significado de vergüenza —mascullo—. Pero da igual, peores cosas me han dicho y sigo viva.
—Lo que me preocupa no es que tú sigas viva, es que hayas dejado vivo al pobre idiota que te lo haya dicho.
Le dedico una sonrisa radiante, a lo que me pone los ojos en blanco.
—¿Tienes un rato libre antes de volver a la dura vida de la alcaldía? —pregunto al final.
Foster me dedica una miradita de suspicacia.
—¿Por qué preguntas?
A modo de respuesta, levanto el cartel del túnel del terror con una gran sonrisa.
• • •
Earl parece encantado de tener dos clientes probando su atracción, y más si uno de ellos es su alcaldesa. En cuanto nos sentamos en el pequeño vagón abierto, se asegura de que tenemos la barra de delante bien colocada y nos hace una reverencia.
—Un placer haberos conocido —declara con voz muy seria—. Ahora debo despedirme, porque los horrores que hay al otro lado de esa cortina podrían atraparos para siempre y...
—Corta el rollo, Earl —suplico.
—Vale —accede, un poco indignado—. Pues nada, que lo disfrutéis. Si os gusta, ya sabéis dónde dejarme una propinilla.
Y acciona la palanca.
El túnel del terror está cerca de la librería de Sylvia, en una de las casas que hace años que nadie ocupa. Earl ha colocado una vía que la recorre entera y, a decir verdad, se ha currado bastante las decoraciones. Todo está a oscuras a excepción de algunos pequeños candelabros antiguos. Las paredes y las cortinas están cubiertas con gruesas capas de color negro o rojo oscuro y las paredes están repletas de esqueletos. Por no hablar del sonido ambiental, que son carcajadas siniestras y cadenas arrastrándose.
Miro de reojo a Foster. El vagón es tan enano que vamos pegados el uno al otro. A la luz del candelabro, sus ojos parecen más claros de lo habitual. Me parecería un detalle más tierno si no fuera porque está mirando a su alrededor con muy poco interés.
—¿Se supone que esto da miedo? —pregunta.
—A los humanos, supongo.
—Qué generación tan perdida...
Suelto una risita, a lo que me dedica una miradita de soslayo.
—¿Te estás riendo de mí?
—¡Es que suenas como un abuelito! Solo te falta lo de cuando yo era joven, todo esto era campo.
—¡Es que cuando era joven casi todo esto era campo!
Estallo en carcajadas. Mientras él se cruza de brazos, un esqueleto sale de la nada para darnos un susto. Estamos tan ocupados yo riéndome y él irritándose que ninguno de los dos le presta demasiada atención.
—Qué gracioso —protesto, pinchándole la mejilla con un dedo.
Él aleja la cabeza, pero el sitio es tan pequeño que no consigue esquivarme.
—Venga, no te enfades, fan de los Beatles.
—No te burles. La herida sigue muy fresca.
Dejo de reírme, pero sigo sonriendo. Una muñeca de una bruja pasa volando por encima de nosotros, pero seguimos sin prestar mucha atención.
—¿El enfado de ahora ha minimizado el de antes? —pregunto al final.
Él se lo piensa un momento.
—No, sigo un poco enfadado por lo otro.
—Dime lo que tengo que hacer para que me perdones y lo haré.
Foster me mira de reojo.
—No me tientes.
—Vaaaale, ya me he disculpado, ¿qué más quieres? —Hago una pausa para sonreír—. Por cierto, es la primera vez en mucho tiempo que te escucho soltar tantas palabrotas seguidas.
—Poca gente consigue irritarme hasta ese punto.
—Prefiero pensar que te altero hasta ese punto.
Él sonríe de medio lado, pero no responde.
—Ya conoces mi lado de chico malo —bromea, sin embargo—. Un lado inhóspito y salvaje, como habrás comprobado.
—Uuuuh, muy salvaje. Casi me he asustado y todo. Esas palabrotas han sido algo muy serio.
—Las reservo para ocasiones especiales, como por ejemplo cuando alguien pone su vida en peligro por estupideces.
—¿Te parece que esas son formas de hablarle a tu jefa?
Por fin me mira, y lo hace con un brillo de diversión en la mirada que hace mucho que no veo. Lentamente, mueve un poco la pierna hasta que su muslo choca con el mío. Me he puesto nerviosa, pero lo disimulo entrecerrando los ojos.
—¿Te parece que estas son formas de tratar a tus empleados? Aquí, en medio de un túnel del terror... Podría dejar mi trabajo por daños y perjuicios.
Oh, ¿está en modo divertido? Adoro su modo divertido. Incluso yo me pongo de buen humor sin darme cuenta. No es algo que suceda muy a menudo.
—¡No, por favor! —Junto las manos como si me pusiera a suplicarle—. No abandones a tu pobre jefa, ¿dónde va a encontrar a un cerebrito tan bueno en números como el tuyo?
—Eso es problema tuyo, no mío.
—Por favor, apiádate de mí...
—Mmm... vas a tener que convencerme.
—¿Cómo? ¿Con un elaborado discurso sobre el amor que le profeso a esta ciudad?
—Me conformo con un beso.
Abro los ojos de par en par, pero él está muy serio.
Al menos, durante los primeros diez segundos. Después, estalla en carcajadas. Noto que se me calientan las mejillas. Y no de forma disimulada. Seguro que ahora mismo están del color del sombrero del payaso terrorífico del fondo.
Será idiota.
Me giro hacia delante, indignada, mientras sigue riéndose de mí. Quizá mantendría el enfado, pero entonces todo mi cuerpo se queda muy quieto. Y es que me ha puesto una mano en el muslo.
—Vamos, no te enfades. Era broma.
Broma o no, su mano sigue en mi muslo. Bajo la mirada, sorprendida. Su pulgar traza círculos en la cara interior, pero siento que no se ha dado cuenta del gesto. Es algo que solía hacer antes, cuando estábamos juntos. Y, aunque han pasado muchos años, mi cuerpo sigue reaccionando de la misma forma.
Sé que se ha dado cuenta de la forma en que mi corazón se ha disparado, pero finge no oír nada. Tampoco se detiene. Lo único que noto es que me está mirando. Por algún motivo, no me atrevo a devolverle la mirada.
Y él por fin habla.
—Me gusta mucho estar contigo, Vee.
Agacho la mirada y sacudo la cabeza.
—Deja de burlarte de mí.
—Lo digo en serio. A veces, siento que se me olvida que no toda la vida sucede dentro de una oficina. Y que no todo tiene por qué estar bajo control. A veces... es bueno relajarse y dejar que las cosas suceden.
Esbozo una pequeña sonrisa. Cuando levanto la cabeza, sigue observándome. Sostengo su mirada durante unos instantes antes de, por fin, atreverme a hablar.
—¿Lo de besarte era una broma?
La pregunta le saca media sonrisa.
—Puede. —Hace una pausa—. O puede que no.
—Si lo intentara... ¿te apartarías?
Su sonrisa se borra cuando inspira con fuerza. Puedo sentir el corazón latiéndome en las sienes.
—Tú sabes la respuesta.
—Pero me gustaría oírla.
—No. Nunca sería capaz de apartarme de ti.
Es mi turno para inspirar con fuerza. La luz de las antorchas tintinea sobre nosotros, y forma sombras curiosas en el rostro de Foster. Sus ojos no abandonan los míos en ningún momento, y me encuentro a mí misma buscando su mano, todavía sobre mi muslo. Me quedo mirando su mano con la mía durante unos instantes. Cuando entrelazo sus dedos con los míos, siento que estoy justo donde debo estar.
Y, sin embargo...
—No pasa nada, Vee —me asegura enseguida—. Tenemos una misión por delante. Hay que estar centrados en eso. Después..., ya habrá tiempo para todo lo demás.
Que no necesite decirlo para que lo entienda hace que tenga que tomarme un momento. Foster permite que le recorra los nudillos con el pulgar. Cuando levanto la cabeza, vuelvo a encontrar su mirada.
—Si te pidiera que me esperaras... ¿lo harías?
Foster sonríe casi al instante. Es distinta a las que me ha dedicado hasta ahora. Es una sonrisa que no le dedicarías a cualquiera. Y, de alguna forma, sé que es solo mía.
—Te he esperado toda una vida, Vee. Te seguiré esperando todas las que haga falta.
Vuelvo a inspirar con fuerza. Más que nada, porque siento que me estoy quedando sin aire. Y quiero acercarme a él. Quiero que me rodee con los brazos y, durante unos instantes, sentir que es lo único que importa. Saber que este es el sitio es donde pertenezco y que nadie podrá arrebatármelo. Lo único que lo detiene soy yo. No él. Él está mirándome, expectante, y su mano sigue sobre mi muslo.
Cuando inclino la cabeza en su dirección, Foster se acerca de forma automática. Noto que su mano libre se mueve hacia mí. El pulso me da un respingo cuando noto que me recorre la línea del cuello con el dorso de los dedos.
Pero no puedo hacer mucho más, porque de pronto el tour termina. Y el broche final resulta ser el propio Earl disfrazado de zombie y saltando justo a nuestro lado.
Oh, me encantaría poder decir que no me he puesto a chillar como una histérica ... pero mentiría.
Foster no deja de reírse en todo el camino de vuelta a casa.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro