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20 - 'El corazón roto'

(Friendly reminder de que, después de este capítulo, todavía falta el epílogo!!!)

20

El corazón roto

Honestamente, sigo sin entender lo que acaba de pasar.

Hace un momento estaba contenta. Alexa acababa de quitarme mis maldiciones de una vez por todas. Después de muchos años, me he sentido liberada. Y entonces...

La palabra deseos no deja de retumbarme en la cabeza. Alexa quiere unos deseos. Unos deseos que cree que le debo por haber roto mis tres maldiciones. El problema es que ni siquiera estoy segura de que dárselos esté en mi poder.

Apoyo las manos en el suelo nevado y me impulso hacia arriba. Sin embargo, no llego a ponerme de pie. Estoy esperando para ver quién hace el primer movimiento. A unos metros de mí, veo que Trev medio inconsciente sobre la nieve, todavía con las manos atadas tras la espalda. A su lado, Leanne, la madre de Ramson, parece preparada para saltar hacia delante en cualquier momento.

Cuando mi mirada se cruza con la de Foster, contengo la respiración. Parece tan confuso como yo y eso me da miedo. Normalmente, es quien le pone lógica a todos los problemas. Si ni tan solo él puede hacerlo... bueno, no sé muy bien cómo decirlo...

Estamos jodidos.

Sí, buen resumen.

Barislav es el primero en ponerse de pie, y por primera vez no me da miedo en absoluto. Tiene las manos levantadas como si fuera a negociar con alguien, y pronto descubro que se trata de Alexa. Ella sigue en el suelo. Le cae sangre por el cuello, pero no sé dónde se ha herido.

No veo a Ramson. Mierda.

Mala señal.

—¿Braemar? —pregunta Alexa, histérica, y se pone de pie de un salto—. ¡¿Por qué nos has traído aquí?!

—Escúchame —dice lentamente Barislav—, sé que te piensas que sabes cómo funcionan las maldiciones, pero no es así. Puedo ayudarte, si así lo quieres.

—¡No quiero nada de ti!

Su mirada pasea entre todos los presentes hasta que se detiene sobre mí. Asustada, me quedo muy quieta. No sé bajo qué lógica, pero una parte de mi cerebro se piensa que, si me muevo poco, se olvidará de mi existencia.

Di que sí, hay que probarlo todo.

—Escúchame —insiste Barislav con su habitual tono suave, aunque ella no aparta la mirada—, la chica no puede concederte tus deseos.

—¡He roto sus maldiciones! —salta ella por fin—. En cuanto rompes una maldición, se te concede un deseo. ¡Siempre ha funcionado así!

—Solo en fantasmas, Alexa.

La hechicera se vuelve hacia él. Por primera vez desde que ha empezado esta locura, parece confusa.

—Hay dos tipos de maldiciones en el mundo —sigue hablando Barislav, y poco a poco se va acercando a ella—. Están las que imponemos nosotros, los hechiceros, a los seres vivos. Esas son fáciles de romper. Y luego, de vez en cuando, muere alguien con una cuenta pendiente. Y ahí es donde se forma una maldición natural, sin magia de por medio, que crea una unión entre este mundo y el siguiente. Es en la rotura de esa unión, cuando liberas al fantasma ayudándole, que se te concede un deseo.

Hace una pausa para señalarme. Alexa sigue en silencio.

—La chica está viva. La has liberado, sí, pero no te va a conceder ningún deseo. Lamento que tu plan no haya funcionado, querida.

De nuevo, nadie dice nada. Aprovecho el momento de confusión para buscar la mirada de Foster, y me alivia ver que él está haciendo lo mismo. Tiene manchas de sangre salpicadas por la cara, pero no parece herido.

No sé si consigo ser todo lo disimulada que puedo, pero hago un gesto vago hacia Trev. Con todo el mundo pendiente de mí, no puedo ayudarle, pero él sí. Foster duda visiblemente, pero al final me dedica un breve asentimiento. Él se encarga. Ahora solo hay que hacer que los demás no se den cuenta de que está yendo a ponerlo en un lugar seguro.

—¿Deseos? —pregunto en voz alta. Mi confusión es genuina—. ¿De qué estáis hablando?

Alexa no me mira, pero Barislav sí que se vuelve hacia mí. Hace una mueca de dolor, se pasa la mano por la zona del cuello que le he mordido y que todavía no se ha cerrado del todo, y finalmente empieza a hablar.

—Tu querida amiga solo quería sacar provecho de tus maldiciones para sus propios intereses —dice—. Lo siento, Genevieve. Supongo que ya estarás acostumbrada a que tus relaciones personales estén repletas de intereses por encima de tu bienestar.

—No somos amigas —replico con su misma calma—. Y Alexa nunca me engañó; siempre me dijo que lo único que le interesaba era su propio objetivo.

La aludida me mira por primera vez con confusión, pero la ignoro. Sigo centrada en Barislav.

—Yo tendría cuidado con perdonarla tan deprisa —dice él suavemente.

—¿Cuáles son los deseos? —pregunto a Alexa.

—No te lo dirá.

—Oh, Barislav, ¡no sabía que fueras su abogado y ahora hablaras por ella! ¿Y si dejas que me responda?

Igual no debería estar tomándome tanta confianza, porque sigo en peligro. De hecho, creo que soy la que más en peligro está de todo el grupo. Pero por lo menos Foster ya ha llegado a la altura de Trev y le está deshaciendo las ataduras de las manos.

A todo esto, Leanne suelta un sonido de burla entre dientes.

—Siempre ha sido una maleducada —murmura.

Esta vez, es mi turno para soltar el sonido de burla.

—¡Es que ahora mismo la educación es taaan importante!

—Niñita idiota...

—Ya basta —salta Barislav, mirando a Leanne—. No es el momento.

—Papi te ha dicho que te calles —le indico.

Leanne enrojece de rabia, pero no dice nada. Supongo que su miedo por Barislav es mayor que su orgullo por sí misma, cosa que me parece un poco triste.

Y, de nuevo, no sé dónde coño está Ramson. No me gusta no tenerlo ubicado.

—Si tanta curiosidad tienes —replica Barislav entonces, y me sorprende que me esté hablando a mí—, Aleksandra se ha pasado su vida entera en busca de una maldición que le concediera un deseo. Tan solo uno.

—¿Y es...?

—Recuperar a su madre.

Enarco una ceja con confusión. Alexa tiene la mirada clavada en el suelo.

—¿A su madre? —repito.

—Ya lo sé, ya lo sé..., es muy emotivo, ¿eh? Lamentablemente, no es solo por la emoción de volver a ver a un ser querido. Aleksandra nunca te ha hablado de su familia, ¿verdad? Nunca ha mencionado de dónde sacó todo ese dinero para crear sus negocios y vivir tan bien durante tantos años, supongo.

—Cállate —sisea esta, aunque es ignorada por completo.

—Te sorprenderá saber esto, pero Aleksandra es mayor que yo. Muchísimo más, diría. Y no toda su vida ha sido una hechicera. Nació con forma humana, herencia de su padre, y con atributos mágicos, herencia de su madre. La criaron unos pescadores de una aldea que te sonará mucho; se llamaba Braemar. Pronto se dieron cuenta de que Aleksandra tenía mucho más poder del que podía controlar, y buscaron a alguien para enseñarle a controlarlo. Un hechicero. Y le enseñó todo lo que sabía, claro. Lo que no esperaba, sin embargo, era descubrir que la magia de Aleksandra venía con una... maldición, podemos decir, ya que estamos metidos en el tema.

—No es una maldición —replica Alexa en voz baja. De nuevo, nadie le responde.

—Todas las mujeres de su familia han muerto antes de los cuarenta años. Todas, menos las pocas que lo han descubierto a tiempo y han conseguido pararlo.

—¿Parar el qué? —pregunto, confusa.

—Las leyes de la magia son muy complejas como para explicártelas ahora, pero imagino que habrás oído hablar de la historia de Magi y sus cuatro hijas, ¿no? Es un cuento muy recurrente entre los niños. La mujer que trajo la magia a la ciudad, tuvo cuatro hijas y de ellas fueron naciendo los seres mágicos que conocemos hoy en día y que...

—Sé que te encanta escucharte hablar —interrumpo con impaciencia—, pero esto no es una ponencia: resume.

Barislav se queda en silencio un instante, y entonces, lejos de ofenderse, suelta un bufido de diversión.

—En el cuento, Vesta, la cuarta y problemática hija, es quien hace nacer a los vampiros. Bueno, y a todos los seres cuya peligrosidad radica en su belleza.

—Muy bien.

—Aleksandra es descendiente directa de Vesta. Es su bisnieta.

No podía ser la descendiente directa de un herrero, ¿no?

—Espera... ¿el cuento es real?

—Algunas partes —me concede—. Lo que es real es que tenemos magia gracias a ellas y al sacrificio que hicieron por nosotros. Y recalco lo de sacrificio porque, efectivamente, hay un sacrificio por hacer. La magia tiene un precio muy alto, y Vesta decidió pagarlo sin dudar un segundo. Y condenar a sus descendientes a hacerlo, también.

—¿Cuál es el precio?

Por primera vez, es Alexa quien decide responder:

—Cada cien años, una mujer del linaje mágico debe sacrificarse por el bien mayor —recita en voz baja y monótona. Lo finaliza poniendo los ojos en blanco—. No pienso sacrificarme. No pienso morir por un don que ni siquiera me preguntaron si quería en primer lugar.

Mientras habla, mi cerebro va procesando toda la información que ha recaudado hasta el momento.

—Solo quieres revivir a tu madre para sacrificarla en tu lugar —murmuro con horror.

Alexa ni siquiera se inmuta. Se vuelve hacia mí, me contempla con media sonrisa que no alcanza sus ojos, y al final se encoge de hombros.

—Hacemos lo que podemos para sobrevivir, alcaldesa. Es ella o yo. Y se me acaba el tiempo.

Si es capaz de hacer eso con su propia madre, no me quiero ni imaginar lo que sería capaz de hacerme a mí. Trago saliva con fuerza. Pienso, también, en todas las ocasiones en las que Alexa ha mostrado poco interés en el bienestar de los demás. Siempre me ha hecho gracia o le he dado poca importancia, pero ahora me doy cuenta de lo preocupante que ha sido siempre.

—Cuando nos conocimos —empiezo, en voz baja y medida—, me dijiste que solo hacías esto por tus propios intereses y porque le debías una a Albert. Una muy grande. De hecho, creo recordar que te salvó la vida.

—Así es, alcaldesa.

—¿Cómo te salvó la vida, exactamente?

Alexa esboza media sonrisa, y esta vez sí que le cubre todo el rostro. Desearía que no lo hiciera, porque su expresión es terrorífica.

—Tuve una hija. El plan era pasarle la maldición y sacrificarla a ella en mi lugar. No funcionó, como podrás comprobar. —Pone los ojos en blanco, ajena al horror de mi expresión—. La niña se escapó, creció... incluso tuvo su propia familia. Y sus propios hijos. Y sus hijos tuvieron más hijos... Todo chicos. Te imaginarás mi horror al ver cómo ninguna niña nacía para ocupar mi lugar.

No sé qué es peor, si la indiferencia con la que habla de ello o que siempre haya sido así y yo lo haya ignorado. ¿Cómo he podido ser tan torpe?

—Y entonces —sigue—, por fin, mi bisnieto conoció a una vampira pura de la que se enamoró. Tuvieron tres hijos. La más pequeña era una niña. Una niñita rubia y preciosa. Quise hacerme con ella en cuanto supe que existía, pero no llegué a tiempo. Resultó que ella no había heredado la magia de sus padres, y que sus hermanos solo habían heredado la parte de vampiros. Uno de ellos, en medio de su transformación, la había matado en medio de un ataque de sed. La mató. Me dejó sin método de escape de la maldición. Pero, claro, no era mágica... así que tampoco me habría servido de nada.

No entiendo qué tiene que ver todo esto con Albert y mi cara debe reflejarlo, porque empieza a reírse con cierta ironía.

—¿Todavía no lo ves, alcaldesa? Tu querido Albert, ese que va de don perfecto, mató a su hermana pequeña en medio de un ataque de sed. Su otro hermano jamás pudo soportarlo... he oído que cometió actos bastante impuros, pero ¿quién soy yo para juzgar a nadie? El punto es que Albert me salvó la vida, aunque fuera de manera indirecta, porque me impidió sacrificar a alguien sin sangre mágica. Puede que eso en tu mundo no signifique nada, pero en el mío lo hace. Y pagué mi deuda ayudándote a saldar tus maldiciones. Que eso me sirviera o no era irrelevante. Ahora ya soy libre. Y necesito ese deseo, querida. Entenderás que, después de tantos años en el mundo, no quiero morir.

Pese a sus palabras, yo sigo rumiando sobre lo que acabo de oír. Miro en dirección a Trev solo para descubrir que Foster ya se lo ha llevado a un lugar seguro. Después, me vuelvo otra vez hacia la hechicera.

Esta vez, tengo muchas menos ganas de preguntar y, sobre todo, de saber.

—Eso significa que eres familia lejana de Albert —deduzco en voz baja.

—Así es. Aunque él no lo sabe, claro. Sería inconveniente.

—También eres familia de Foster.

Al ver que me estoy acercando, Alexa sonríe. Casi parece orgullosa de mí.

—Y de Foster —confirma—. Que por fin, después de tantos años, ha traído a una niña al linaje mágico.

Deja que la información me llegue antes de dar un paso en mi dirección, ahora con la sonrisa congelada en sus bellos rasgos.

—Y ahora que ya lo sabes, alcaldesa, creo que entiendes cuáles son mis opciones. Hace años que espero para ver si la niña muestra dotes mágicos. De hacerlo, solo tendría que deshacerme de ella para salvarme a mí misma.

—Jamás dejarían que te acercaras a Addy —digo en un hilo de voz.

—Ellos no, pero estoy hablando contigo. El plan siempre fue esperar por la niña, pero ahora existe esta nueva posibilidad, así que te planteo dos opciones: puedo matarte, convertirte en fantasma y aprovecharme de tu maldición para conseguir mi deseo... o puedo pasarme el resto de mis días persiguiendo a esa niña. Y el día que muestre sus habilidades mágicas, por pequeñas que sean, deshacerme de ella. Pero no te engañes, alcaldesa; nunca pararé. Mi vida está en juego. Así que elige: tu vida o la suya.

Pocas veces, en todos mis noventa años, he sentido que el tiempo se detuviera. Este es uno de ellos. Viendo a Alexa ante mí, viendo esa sonrisa... me planteo muchas cosas. La primera de ella es que fui yo quien la metió en casa de Foster. La segunda es que Addy siempre ha estado en peligro. La tercera es un flashazo de hasta qué punto afectaría mi muerte a la gente de mi alrededor. Casi es como si calculara cuál de las opciones haría más daño emocional al resto del grupo.

Pero no tengo tiempo para pensarlo, porque entonces Barislav chasquea la lengua. Por un momento, se me ha olvidado que estaba con nosotras.

—Me temo que aquí es donde intervengo yo —comenta—. Lo lamento, Aleksandra, pero no puedes matar a la chica. La necesito viva para mi ritual.

—¿Tu ritual? —repite ella con una risa irónica—. Me lo paso por el coñ...

—Pásatelo por donde quieras, pero tendrás que pasar por encima de mí. Como mucho, puedo ofrecerte que me la prestes viva para completarlo, y una vez terminemos te la devuelva para que hagas lo que quieras con ella.

—No negociaré contigo.

—Tengo una contraoferta —me oigo decir a mí misma.

Ambas cabezas se vuelven hacia mí. Una con sospecha, la otra con interés. Barislav me contempla sin parpadear.

—Sorpréndeme —ofrece.

—Tú matas a Alexa —digo muy lentamente— y, a cambio, yo te ayudo con el ritual.

—Cometes el error de creer que necesitamos tu consentimiento —me dice Alexa, burlona.

—Lo necesitáis —replico sin inmutarme—. Al menos, él lo hace. Para completar el ritual necesita mi alianza de casada. Y solo una persona sabe dónde está.

Me callo que quien lo sabe es Sylvia, pero nadie parece darse cuenta.

Barislav no deja de mirarme, y sé que su cabeza es un torbellino de pensamientos. Esta sospesando lo útil que puedo resultarle, al igual que Alexa. Esta última, por cierto, está empezando a ponerse nerviosa.

—No irás a escucharla, ¿no?

—¿Estarías dispuesta a jurarlo? —me pregunta Barislav, ignorándola—. ¿Lo jurarías por la vida de la niña?

Estoy a punto de asentir, pero con eso último dudo. No quiero poner la vida de Addy en juego. Todo esto es para salvarla a ella.

Aun así, con una mano temblorosa, trazo una cruz invisible sobre mi corazón.

—Si matas a Aleksandra, me mantendré viva para completar el ritual. Lo juro.

—Júralo por la niña, Genevieve.

De nuevo, dudo. Dudo durante lo que parece una eternidad.

—Lo... lo juro por Addy —finalizo.

Tanto él como Alexa me miran fijamente. Llego a dudar que haya funcionado.

Y entonces Barislav asiente una vez y se centra completamente en ella.

—Ramson —dice, sin dejar de mirarla—, llévala a un lugar seguro.

No me doy cuenta de que todo este tiempo ha estado detrás de mí hasta que noto que me coge del brazo con una sola mano. Dejo que me ponga de pie, resignada, y lo observo de reojo.

El grito de Alexa me pilla desprevenida. Consigue agarrarme del cuello justo antes de que Ramson tire de mí y, de alguna forma, me suba a su hombro. Lo último que veo antes de que salga corriendo es a Barislav atrayendo a Alexa con un hechizo. Y lo último que hago es alcanzar el arco que he dejado en el suelo.

Entonces, todo se vuelve borroso, como siempre que un vampiro decide ponerse a corretear conmigo encima de su hombro. La única suerte que tengo esta vez es que se trata de un tramo relativamente corto, y que Ramson me deja en el suelo justo al lado de la plaza del pueblo.

Me alivia que no haya nadie por la calle, porque así no hay peligro de que salgan heridos. Me pregunto si Foster habrá dado la voz de alarma para que no salgan a la calle. No me sorprendería. De nuevo, es quien salva el día.

Ahora de pie, miro de reojo al que sigue siendo mi marido. Su mirada también ha cambiado desde la ruptura de maldiciones. Antes no me miraba con amor, pero sí con devoción. Ahora no. Ahora..., no sé muy bien cómo me mira.

—Necesitamos tu anillo de compromiso —me recuerda con su tono frívolo de siempre—. ¿Dónde está?

—¿Es que eso es todo lo que te importa?

Ramson enarca una ceja ante mi tono dolido. Sus ojos grises me parecen glaciales.

—Tú eres quien se ha encargado de que no nos uniera nada —replica lentamente—. ¿Qué pasa, Genevieve? ¿Ahora echas de menos mi amor?

—Lo tuyo nunca fue amor.

Lejos de ofenderse, sigue mirándome para que le dé la información que me pide.

—Está en tu casa —murmuro.

—¿Nuestra casa?

Tengo que morderme la lengua para no decirle lo primero que se me pasa por la cabeza.

—Están en la casa en la que vivíamos —confirmo en voz baja.

Parece satisfecho con la respuesta, pero no repone nada más. Simplemente, empieza a correr en dirección a la colina. Deduzco que me toca seguirle, así que corro tras él. Estoy mucho menos experimentada y acostumbrada que él, así que me cuesta muchísimo mantener el ritmo. Aun así, conseguimos llegar al patio delantero de su casa sin incidentes.

—¿Dónde está? —pregunta Ramson.

Yo todavía estoy recuperando el aliento, así que hago un esfuerzo para señalar la puerta principal. Me observa con desconfianza, pero aun así se encamina sin esperarme.

Hace mucho tiempo que no entro en esta casa. Muchísimo. Y, ahora que ya no hay magia que me una a ella, me siento fría y pequeña en cuanto cruzo el umbral. No pertenezco al espacio que hay entre estas cuatro paredes. Nunca ha sido mío. Y, de alguna forma, sospecho que tampoco ha sido nunca de Ramson.

—¿Dónde? —insiste él, de pie en el descansillo.

Esta vez, no respondo, sino que avanzo hacia la cocina. Él me sigue de cerca, en completo silencio. Abro la puerta del patio trasero, paso por el mirador y no me detengo hasta llegar al muro de piedra. Ahí, no necesito decir nada para que Ramson marque la combinación clave y recoja una antorcha.

—¿En serio? —murmura con aburrimiento.

—¿Se te ocurre un lugar más secreto en Braemar?

Suelta lo que me parece un sonido de burla, pero aun así no me responde.

Cruzamos el oscuro pasillo en silencio, y nuestros pasos resuenan en la escalera de caracol que asciende entre las paredes ocultas de la casa. Siento que, cuando por fin abrimos la trampilla, ha pasado una eternidad.

La sala más alta de la mansión de Ramson permanece tal y como la dejé la última vez que la vi. Está tan ordenada que nadie diría que alguien ha vivido aquí. No tiene alma. No es un hogar. Pero me gusta ese piano. Y me gustan mis libros, que son los que decoran las paredes.

Mientras él cierra la trampilla de una patada, yo aprieto los dedos entorno a mi arco.

—¿Y bien? —pregunta—. ¿Dónde está el anillo?

—En uno de los cajones de la cómoda. No recuerdo cuál.

Se mueve sin decirme nada y abre el primer cajón. No puedo evitar la sonrisa irónica y triste a la vez. Especialmente cuando saca algo y me lo lanza sin siquiera mirarlo. Es mi collar de obsidiana. El que me dijo que era de protegida, hace mucho tiempo. Esta es la importancia que le da, supongo. Lo contemplo unos instantes.

—Gracias por confirmarme que nunca me has conocido —murmuro.

Ramson deja de buscar por un segundo, confuso, y luego sigue con su tarea.

—¿De qué coño hablas ahora?

—Sabes las comidas que me gustan, mis colores favoritos, qué libros disfruto leyendo... pero no me conoces. No sabes nada de mi forma de ser.

—Genevieve, ¿podemos centrarnos en...?

—Más de dos décadas casados... y no sabes que, de haber escondido yo el anillo, sabría perfectamente dónde está.

En esta ocasión, sí que se detiene. Ahora agachado junto al escritorio, vuelve lentamente la cabeza para mirarme. Y lo que se encuentra es mi arco desplegado con una flecha de obsidiana. Y la punta de esta dirigida directamente a su corazón.

Me gustaría decir que no dudo, pero mentiría. Puede que ya no haya magia, pero no se me ha olvidado todo lo que he pasado con él. Y, aunque no sea sano, soy incapaz de verlo todo de manera negativa. Quizá es por ello que soy incapaz de soltar la cuerda.

Ramson se queda muy quieto y, por un instante, un destello de pánico le cruza los rasgos. Entonces, se pone de pie con las manos levantadas.

—No hagas ninguna tontería —pide. No, advierte.

—No es una tontería. —De nuevo, me gustaría decir que no me tiembla la voz. Y que no estoy sudando. Pero mentiría—. Le he jurado a Barislav que yo estaría viva para el ritual, pero si tú mueres también lo detendré.

—Así que el plan es matarme, ¿eh?

—Más o menos, sí.

—Entonces, ¿a qué esperas?

Es una buena pregunta.

Aprieto los dedos en el arco. Tenso todavía más la cuerda.

No puedo hacerlo. No puedo.

Mierda.

Ramson esboza media sonrisa y ladea la cabeza. De mientras, saca un cuchillo negro de su bolsillo y le da una vuelta entre los dedos. Parece mucho menos preocupado que yo.

—¿Qué pasa si te mato, Genevieve? —pregunta—. La niña también moriría, ¿no? Lo has jurado por su vida.

—Cállate —suplico en voz baja.

—¿Qué se siente al saber que tu querido Foster te odiará hasta el día que te mueras?

—¡Cáll...!

—¡Vee!

La última palabra me deja congelada de pies a cabeza. Y a Ramson, para mi sorpresa, también. Me vuelvo de forma inconsciente, y el corazón se me detiene nada más ver a Addy de pie junto a la trampilla. Está pálida, despeinada y respira con dificultad.

—¿Qué...? —empiezo, confusa.

—¡Cuidado!

Oigo el movimiento de Ramson antes incluso del grito de Addy, y mi dedo se mueve solo. La flecha emite un sonido silbante al escaparse, pero no llega a dar con el objetivo. Él es demasiado rápido y yo estaba demasiado despistada.

Para cuando la obsidiana se clava en una de las estanterías, Ramson ya está sobre mí. El impacto es tan brutal que me lanza de espaldas contra el suelo. La falta de oxígeno me deja en blanco, y él clava el cuchillo. Consigo esquivarlo justo a tiempo y la punta se hunde en el suelo, pero enseguida vuelve a atacar. Desesperada, le doy una patada y trato de empujarlo para que salga de encima de mí. No sirve de nada. Con una mano, me clava el cuello contra el suelo y con la otra levanta el cuchillo.

Es difícil ver cuando te están ahogando, pero aun así alcanzo a distinguir la silueta de Addy intentando quitarle el cuchillo. Oigo un grito que me parece mi nombre.

Y entonces el cuchillo negro se hunde en mi pecho. Directo. Me atraviesa de un lado a otro.

Silencio.

Se acabó. Eso es lo primero que pienso.

Morir no es como me esperaba. Eso es lo segundo.

Esperaba algo dramático y doloroso. Esperaba mucha sangre. Pero no. Solo veo un punto blanco en medio de la oscuridad. Una parte delirante de mí piensa que es el cielo, pero entonces distingo el contorno de una estantería a su lado. Estoy en la sala elevada. Sigo aquí. Miro más abajo. Un cuchillo negro sobresale de mi pecho. De mi corazón. Hay sangre por todas partes. Sangre oscura.

Entonces... ¿por qué sigo viva?

Con una mano temblorosa, logro alcanzar la empuñadura del cuchillo. La facilidad con la que puedo sacarlo me pilla un poco desprevenida. Y entonces me doy cuenta de que la textura no es de obsidiana. Miro mejor mis manos. Están manchadas de negro. Es pintura. Es una estaca de madera pintada de negro.

Addy le ha cambiado el cuchillo a Ramson.

No sé si reírme o llorar. Hago una mezcla de ambas mientras me pongo de pie y, medio ausente, alcanzo mi arco de nuevo. También alcanzo mi collar de protegida, que me meto en el bolsillo.

Puede que no tenga munición, pero al menos estoy viva. Ya es algo.

Recorro el mismo camino que antes, solo que ahora con la determinación de quien ya ha aguantado demasiada mierda por un día. Salgo de casa de Ramson y, a paso seguro, empiezo a descender la colina. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que me quedé inconsciente, pero no puede ser tanto como para que alguien haya muerto. O eso espero.

Lo confirmo nada más llegar a casa de Foster.

En la carretera que hay justo delante, veo una persona en el suelo. Está completamente sola, hundida en un charco de su propia sangre. Todavía se retuerce, pero está claro que le queda muy poco tiempo de vida. Cuando me detengo a su lado, contemplo a Alexa con los puños apretados.

Ella me devuelve la mirada. No parece arrepentida, ni tampoco rabiosa. Simplemente, intenta hablar y empieza a toser sangre. Yo no reacciono.

—Veo que Barislav ha cumplido con su parte del trato —murmuro.

Esta vez, ella esboza lo que parece una sonrisa irónica. Me agacho a su lado. Por algún motivo, lleva una de mis flechas de madera clavadas en el corazón. Sin siquiera mirarla, se la arranco. Es la única munición que tengo.

Alexa no deja de mirarme en todo el proceso, pero no hace nada. Al menos, hasta que intento ponerme de pie y me sujeta del brazo.

Hago un ademán de apartarme, pero al verle la cara me detengo.

—Lo de la niña... —empieza, a media voz—. E-era mentira...

Frunzo el ceño, sin comprender.

—Albert mató a su hermana y yo tuve una d-descendiente... —insiste—, p-pero... pero no están re-relacionados conmigo. Me he inventado l-lo de la niña para que... para que eligieras su vida en lugar d-de la tuya...

Sin cambiar mi expresión, asiento lentamente. No sé por qué, pero no me sorprende en absoluto.

—Cierra los ojos —recomiendo en voz baja—. Pronto pasará.

No sé por qué le doy ese consejo, y no sé por qué ella lo sigue al instante. Lo que sí sé es que, en cuanto los cierra, su pecho se eleva y luego vuelve a descender por última vez. La contemplo unos instantes sin saber qué hacer, y entonces me pongo de pie de nuevo.

Si no me equivoco, están todos en casa de Foster.

Y así es.

Ni siquiera me detengo a ver qué hacen. Ni siquiera me detengo a escuchar a Ramson, que está plantado en medio de la entrada con Addy agarrada de un brazo. Albert espera en un rincón con su perro Deandre, Caleb y Lambert esperan, tensos, a su lado. Foster no pierde de vista a su hija. Amelia, el ama de llaves, se tapa los ojos con las manos. Y todos parecen heridos. Todos. Incluso Ramson. Y su madre, que está de pie a su lado con una sonrisita malvada.

Y sí, podría pararme, dar mi discurso de héroe vuelto de entre los muertos, intercambiar una amenaza con Ramson y luego matarlo por todo lo alto.

Pero ¿sabes qué? Que estoy cansada. Y que quiero acabar con esto de una puta vez.

No sé qué está diciendo Ramson, pero se queda a media frase cuando una flecha de madera le atraviesa el corazón. Lo hace de forma limpia, y se queda ahí clavada con la punta colgando del otro lado. Todo el mundo se vuelve hacia mí, pasmado. Foster el primero. Parece que ha visto un fantasma.

—¡Vee! —Addy es la primera en reaccionar con una gran sonrisa. Nadie diría que acaba de escaparse de las manos de un asesino, con esa reacción—. ¡Sabía que lo del cuchillo funcionaría!

—Eres la mejor —aseguro en voz baja.

Foster abre la boca y vuelve a cerrarla, pasmado. Sin embargo, no hay tiempo para charlas, porque Ramson se arranca la flecha en ese momento. Se vuelve hacia mí. Parece tan furioso como burlón.

—¿Madera? —pregunta, y me lanza la flecha a los pies—. Te creía un poco más lista, Genevieve.

—Y yo te creía un poco más perspicaz, Ramson.

Me agacho sin prisa, recojo la flecha ensangrentada y le doy un golpecito a la punta. Justo donde he atado el collar de obsidiana que me dio. El collar con el que me controlaba. Y que ahora está manchado de su sangre.

Ramson, confuso, mira hacia abajo. Justo en ese hueco del corazón que no deja de sangrar están empezando a salir antenas negras. Es tan rápido que ya, incluso, se ven en sus manos y brazos.

—¿Qué...? —empieza, ahora sin palabras.

—¿Es mal momento para pedirte el divorcio?

Nunca lo sé, porque lo siguiente que hace es caerse de espaldas al suelo.

Leanne, que sigue a su lado, observa a su hijo con los ojos muy abiertos por el horror. Tiene que observar los estertores y el gorjeo de sangre. Y tiene que ver cómo sus extremidades se quedan quitas. Tiene que ver morir a su hijo.

—¡No! —grita algo más, pero es muy confuso. Me parece una súplica desesperada. Unas pocas lágrimas caen por sus mejillas, y entonces se vuelve hacia mí. Addy, asustada, se esconde detrás de mí—. ¡Tú! ¡Te voy a...!

El silbido de Albert corta el aire, y lo siguiente que veo es que Deandre salta por los aires y cierra la boca entorno al cuello de Leanne. Asustada, me aparto junto a Addy para que el perro pueda salir corriendo con su nuevo juguete. Leanne patea y grita, pero de poco le sirve. Deandre ya ha ganado.

Vaaale, admito que no me esperaba que esto sucediera así.

—Joder —murmura alguien de fondo, y veo a Trev asomado desde lo alto de las escaleras—. Y yo malgastando el dinero en porros... esto sí que es un viaje.

No sé qué decir. De nuevo, no sé si reír o llorar. Me duele todo el cuerpo. Especialmente la cabeza. Suelto el arco y me llevo una mano a la sien. Addy enseguida se abraza a mi pierna.

—¡Lo logramos! —me dice, entusiasmada—. ¡Acabamos con los malos! ¡Sabía que el cuchillo serviría!

—¿El cuchillo? —repite Foster, ya con todas las alertas activadas—. ¿Qué quiere decir con eso? ¿Y se puede saber por qué vas llena de sangre, Vee? ¿Dónde tienes la herida y cómo...?

—Por Dios, un poco de silencio —suplica Albert—. ¿Podemos disfrutar de la paz mientras dure?

—No hables de paz —murmuro—. Barislav sigue...

—Vaya, vaya. ¿Me he perdido toda la diversión?

Pese a que su voz normalmente me provoca escalofríos, ahora mismo solo me hace sentir más cansada. Barislav entra con una gran sonrisa y con el traje todavía impecable. Es el único que parece que no ha salido de una batalla encarnizada.

De pie a mi lado, observa a Addy con una sonrisa inocente y luego mira a su alrededor. Al ver a Ramson, suelta un bufido divertido.

—Debo admitir que esto no lo esperaba —dice.

—No he incumplido nuestro trato —digo yo, enseguida.

—Lo sé, querida... Me has impresionado.

Espero que siga hablando para amenazarme, pero no lo hace. En su lugar, me guiña un ojo con diversión.

—Muy bien, querida. Has ganado. Por esta vez, al menos. De todos modos, todo el tema del ritual ya había empezado a aburrirme.

No sé si eso quiere decir que nos perdona o qué. Lo único que entiendo es que revisa la sala con los ojos. No se detiene hasta llegar a Caleb. Mientras que a los otros los ha ignorado, en su case hace una pequeña reverencia.

—Ah, de ti me acuerdo —asegura—. Si pasan los años y la venganza sigue quemándote por dentro... te estaré esperando, Keleb. Hasta entonces, disfruta de esta pequeña segunda vida que has encontrado.

Se da la vuelta con la misma sonrisa, y se detiene al llegar a mí. Me sorprende ver que me ofrece una mano.

—¿En paz?

—¿Cómo puedes seguir vivo? —murmuro con perplejidad.

—Soy lo suficientemente listo como para que todavía nadie haya descubierto cómo matarme. ¿En paz, alcaldesa?

Tras tragar saliva, le doy la mano y dejo que me la apriete. Después, se separa de un paso. Pienso que ya está, pero entonces mira a Addy. Lo hace de forma distinta a como se ha dirigido a mí o a Caleb. Incluso me da la sensación de que está sorprendido. La pequeña se limita a fruncir el ceño, cada vez más escondida tras mi pierna.

—A ti volveré a verte —asegura él, confuso, y parece que habla más para sí mismo que para los demás—. Sí... volveremos a vernos, pequeña Addy. Cuando ya no seas tan pequeña, supongo. Hasta entonces... disfruta de toda la normalidad que puedas.

Y eso es lo último que dice. Tras esas palabras, empieza a bajar los escalones de la entrada y desaparece por el patio delantero.

En cuanto se marcha, por primera vez en lo que parecen años, tomo una respiración profunda. Sabe a alivio. Sabe a libertad.


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