19 - 'Las tres maldiciones'
Penúltimo capítulo, QUE CUNDA EL PÁNICO
19
Las tres maldiciones
Al abrir los ojos, lo primero que noto es una sequedad muy incómoda en la garganta. Una de apenas poder respirar y tener que carraspear varias veces. Me incorporo, incómoda, y me paso una mano por el cuello. Tengo que parpadear para adaptarme a la luz de la habitación, que siento mucho más intensa que la del día anterior.
No sé qué está pasando, pero mis brazos se mueven solos y me ayudan a lanzarme al suelo. De esta manera, el sol no me da en la cara y puedo respirar mejor. El calor que antes sentía ahogándome empieza a desaparecer, y tomo una bocanada muy profunda de aire. Mis pulmones lo agradecen.
Y, entonces, el olor.
Es algo que nunca he sentido en mi vida. Algo que me atraviesa el cuerpo entero y hace que gire la cabeza de forma involuntaria. Es un aroma dulce y metálico a la vez, y de alguna forma puedo oírlo moviéndose. Es como si alguien lo estuviera transportando. Diría que el estómago me ruge por la anticipación, pero lo que de verdad aguarda es mi boca. Me duelen los dientes, se me ha secado todavía más la garganta y mis extremidades se sienten flácidas, sin vida.
Aun así, consigo arrastrarme hasta alcanzar la cama. Me agarro a ella como puedo, con la mirada fija en la puerta. Cuando logro ponerme de pie, arrastro los pies descalzos y emito un sonido parecido a un gruñido. De alguna forma mi mano roza el pomo, y ahí me quedo parada, porque el ruido del líquido fluyendo emite otro sonido. Una risa de niño. Se me acelera la respiración por la necesidad, y me relamo los labios sin darme cuenta. Giro el pomo de la puerta.
Mis ojos mal adaptados a la luz sufren las consecuencias de exponerme al sol, pero no puede importarme menos. Suelto un gemido de dolor. La piel me arde. Alcanzo la barandilla que tengo delante. Mis nudillos se ponen rojos y el hierro cruje bajo mis dedos cuando me inclino hacia delante y miro abajo. Apenas veo la silueta de los niños porque solo puedo detectar el olor que emiten. Eso, y que son dos. Aprieto con más ganas todavía y calculo la distancia al suelo. Podría saltar. Sería más rápida que ellos. Podría atraparlos.
Justo cuando estoy empezando a pasar una pierna por encima de la barandilla noto un movimiento junto a mí. Mi cuerpo lo interpreta como peligro de forma automática, y otro latigazo de dolor me recorre los dientes y el cráneo entero. Lanzo un golpe hacia atrás, pero mi enemigo es mucho más rápido y lo esquiva a tiempo. Intento aprovechar su distracción para lanzarme hacia abajo, pero me atrapa de la muñeca y tira hacia atrás. Caigo de espaldas al suelo y, al darme el sol en la cara, no me queda otra que rodar sobre mí misma para darle la espalda. Duele, pero no tanto.
Intento arrastrarme con desesperación. Todavía puedo olerlo. Todavía está ahí. Pero me ponen peso sobre la espalda. Intento lanzar golpes, aunque mis brazos se pegan al suelo. Me están agarrando con fuerza y, aunque oigo ruido, soy incapaz de distinguirlo por encima del sonido de la sangre. La necesito. La neceist...
De pronto, un sabor dulce invade mis labios. Uno mucho mejor que el que he notado hasta ahora. Libero mis muñecas con desesperación y lo sujeto para que no se aleje de mí. Y entonces, justo cuando la tibia sensación de su piel toca mis labios, un último estallido de dolor me invade de arriba a abajo.
Lo siguiente que sé es que le clavo los colmillos en busca de más sangre.
—Eso es... —La voz agotada por fin empieza a cobrar forma en mi cabeza, aunque apenas puedo notarla por encima de mis propias sensaciones.
No sé cuánto tiempo ha pasado, pero de pronto abro de nuevo los ojos y estoy dentro de la habitación. Levanto la cabeza y veo a Foster cerrando la puerta. Tiene una muñeca apoyada contra su pecho y una mueca de dolor que nunca había visto en él.
Cuando se percata de que lo estoy mirando, se queda muy quieto, como si no supiera cómo reaccionar. Si no lo conociera, diría que adopta una postura defensiva.
No entiendo nada, pero tengo una sensación muy rara en el cuerpo. Una fatiga muy pesada que apenas me deja pensar con claridad. Bajo la mirada, confusa, y me quedo congelada al ver manchas de sangre en mis manos. Y en mis brazos. No llevo la parte de arriba del pijama, solo la camiseta interior que me puse por debajo. Las manchas de sangre también la han cubierto. Y, cuando intento decir algo y noto la tirantez en mi mandíbula, subo una mano para tocarla. La humedad baja por mi cuello y clavícula.
—¿Qué...? —empiezo, con un hilo de voz.
—No pasa nada —asegura en voz muy baja y suave. Su forma de moverse hacia mí es parecida a la que tendría con un animal salvaje.
Entonces, vuelvo a mirar su muñeca. La sangre que le resbala hasta el codo, manchándole la camiseta que Kent le prestó. Un destello de memoria me ataca, y pronto empiezo a entenderlo a todo. Contengo la respiración, horrorizada, y empiezo a retroceder a toda velocidad. No me detengo hasta que consigo llegar al cuarto de baño. Y ahí cierro la puerta con pestillo como puedo, desde el suelo.
—Vee, tranquila —insiste Foster, cuya voz calmada en otra ocasión quizá conseguiría tranquilizarme—. No has hecho nada que no hagamos todos en primeras fases de transformación.
—¿He...? —No sé ni cómo decirlo. Mi voz no parece mía—. ¿El niño...?
—No. Ya se han ido.
El alivio que siento es transitorio, porque enseguida recuerdo su expresión de dolor. Nunca antes le había hecho daño, ni siquiera la primera vez que me transformó. Vuelvo a mirar mis manos, aterrada por lo que ha pasado. Es como si no fuera yo. No podía controlar mi cuerpo. La risa del niño... un escalofrío me recorre la espalda.
Consigo apoyarme en el lavabo y ponerme, muy lentamente, de pie. Casi desearía no haberlo hecho.
—Abre la puerta, Vee —pide Foster y, aunque su voz es suave, también suena un poco a orden.
No le respondo. Estoy ocupada mirándome a mí misma a los ojos. Esos ojos que ya no son completamente castaño oscuros, como antes. Es como si alguien les hubiera inyectado líquido rojo y parte de estos estuviera cambiando a ese tono. Y, por si no fuera suficiente, la sangre me cubre el cuello entero. El olor, que antes me parecía tan tentador, ahora me parece nauseabundo.
—Abre la puerta —insiste, esta vez en un tono menos dulce—. Te estoy pidiendo, Vee, pero también puedo abrirla yo.
Medio paralizada, estiro la mano hacia atrás y consigo hacerme con el pestillo. En cuanto lo giro, la puerta se abre de golpe. Foster entra, ya sin mueca de dolor y con la herida empezando a cerrarse. Me mira de arriba a abajo y, cuando ve que lo estoy analizando, fuerza una sonrisa tranquilizadora.
—No ha pasado nada —insiste—, quédate con eso.
—Pero... tú...
—Estoy bien.
—Tu brazo...
Decide interrumpirme tomando mi muñeca. Veo de forma un poco ausente sus gestos, y su forma de estirarse para abrir la cortina de la ducha. Dejo que me guíe y, una vez empiezan a caer las gotitas de agua, soy incapaz de notar su temperatura.
Permito que me enjabone los brazos y el cuello, y también la cara. No parece que le importe mucho mojarse la ropa, aunque a mí se me está empapando y tampoco me importa demasiado. El plato de la ducha se llena de un color marrón, producto de la mezcla del agua y la sangre, y cada vez va limpiándose más. Cuando el agua deja de caer, levanto la cabeza. Foster ha ido a por una toalla.
—¿Dónde está Ramson? —pregunto, y creo que por fin he encontrado mi voz de vuelta.
La forma en que evita a los ojos mientras me envuelve con la toalla me preocupa.
—Con Alexa —se limita a decir.
—¿Ya ha llegado?
—Sí.
—¿Y nosotros?
—Nosotros volvemos a casa, Vee.
Separo los labios, aunque no sé qué decir. Pese a la suavidad de sus manos cuando me guía fuera de la ducha, su tono es muy tenso. Mucho más que los otros que ha usado conmigo.
—¿A casa? —repito.
—No está abierto a debate.
Cuando intenta tirar de mí hacia la habitación, por fin reacciono y me aparto un paso de él. Como si ya supiera que esto iba a pasar, Foster inspira con fuerza.
—La transformación está yendo más rápido de lo que pensaba —explica lentamente—. No podemos lidiar con un ataque de sed y con Barislav a la vez.
—¿Y cuál es el plan?, ¿dejar sola a Alexa para que se las arregle?
—El plan es volver cuando no estés en medio de esto.
—Foster, ahora estamos aquí.
—Y podremos estarlo en unos meses, si hace falta.
—¿Cómo vamos a esperar tanto tiempo? —Casi estallo, pasmada—. ¿Qué ha dicho Alexa?
—Lo que diga no importa.
—Es decir, que prefiere hacerlo hoy. —Ante su falta de respuesta, me crezco todavía más—. Ya estamos aquí, Foster. Acabemos con ello. Si vuelve a pasarme lo de antes, Alexa me paralizará y no os molestaré.
—No es cuestión de que no nos molestes —dice con el ceño fruncido—. ¿Cómo puedes pensar eso? ¡Se trata de que puedas protegerte!
Estoy a punto de responder, pero ambos nos volvemos a la vez hacia la puerta. Alexa acaba de abrirla, y nos contempla con una ceja enarcada. Es la viva imagen de la impaciencia.
—Ya te he dicho que no querría irse, guapito. Pero tienes puntos positivos por intentarlo, por lo menos.
Foster suspira con cansancio y yo, decidida, termino de secarme el pelo con la toalla y la lanzo a la cama vacía de Ramson. Rebusco en mi bolsita algo que ponerme mientras que ellos fingen no verse el uno al otro.
Alexa no lleva sus tacones y plataformas de costumbre, sino unas zapatillas negras de marca carísima con las que repiquetea el suelo de forma impaciente. También unas mallas del mismo color, tan ajustadas que tiene que doler ponérselas, y una camiseta sin mangas... del mismo color. Tiene un problema con el negro, me parece.
Pues que lo siga teniendo, porque le queda genial.
Al final, decido ponerme una sudadera vieja y unos pantalones cualquiera. Lo primero que encuentro, vamos. No necesito más, porque mi mente está centrada en otras cosas.
Alexa nos espera abajo con el coche en marcha, y Foster sube nuestras cosas al maletero. Contemplo un momento mi arco plateado antes de subirme al asiento trasero junto con él. Ramson está delante, y por algún motivo Alexa conduce.
Lo hace de forma sorprendentemente correcta, por cierto. También va mirándose las uñas y la pantallita de la radio, pero decido pasarlo por alto para no preocuparme.
—La bella durmiente sigue durmiendo —comenta ella—. Buen trabajo, niños. Estoy sorprendida.
—Foster se ha encargado toda la noche —digo en voz baja.
—Bueeeno, pero no queremos que te sientas apartada, así que también te felicitaremos a ti, colmillitos nuevos.
Suelto una risa sarcástica. No estoy lo suficientemente animada como para ponerme a hacer bromas, y menos después de lo que ha pasado hace un rato. Además, sigue doliéndome la cabeza por el sol. Y los dientes. Y todo. Vaya mierda es esto de ser un vampiro.
Apoyo la cabeza en la ventanilla y me quedo mirando las calles francesas que vamos cruzando. Esperaba algo más bonito, pero me parecen igual de interesantes que las de cualquier otro lado del mundo. Lo único destacable es que hay una cantidad de pastelerías un poco alarmante, pero tampoco es que me interese demasiado.
Qué positivas estamos, ¿eh?
—Repasemos el plan —dice Alexa cuando ya llevamos unos minutos en silencio—. Llegamos al sitio, empezamos al ritual para quitarte las maldiciones y volvemos a casa. Fácil, sencillo y apto para todos los públicos.
—Se te olvida el hechicero loco con el que hemos quedado para intercambiar a Ramson —comenta Foster.
—Sí —salto enseguida—. No pienso dejar que Trev se quede más tiempo con él.
Alexa permanece unos instantes sin decir nada. Una de sus uñas pintadas —de negro, por supuesto— repiquetea sobre el volante.
—El humano —deduce entonces.
—Sí, el humano.
—Podríamos volver sin él. Si conseguimos llegar a Braemar antes que Barislav...
—No —espeto enseguida.
Ella suelta un sonidito de impaciencia.
—Es solo un humano. ¿Cuántos más hay en el mundo? No quiero poner mi vida en peligro solo para que tú tengas la conciencia tranquila.
—Entonces, vete tú sola, porque yo no me marcho de aquí sin Trev.
Miro a Foster con los ojos entrecerrados, a lo que él asiente.
—Yo tampoco lo dejaré atrás —aclara.
Alexa, de nuevo, no dice nada.
—Veremos cómo se desarrolla todo —propone al final—. Lo importante son las maldiciones. Una vez te libres de ellas, alcaldesa, ya decidiremos cómo proceder.
—Ya está decidido. No nos vamos sin él.
Su silencio solo consigue que me ponga todavía más nerviosa.
Permanezco distraída unos minutos, contemplando el perfil de Ramson. Tiene la cabeza ligeramente ladeada y la frente apoyada en el cristal de la ventanilla. Está más despierto que ayer, porque sus labios se mueven como si murmurara para sí mismo, pero sus ojos permanecen cerrados con firmeza.
Entonces miro por la ventana, y me sorprende reconocer lo que veo. Es muy extraño, porque no es un reconocimiento muy claro, pero sé, de alguna forma, que ya he paseado por estas calles. Que ya he cruzado la carretera que recorremos. Que he estado en el puente que detecto a lo lejos. Al verlo, me quedo momentáneamente congelada. Es el puente. Todavía recuerdo la sensación de caer. El alivio que sentí, pensando que se acababa todo. Y también recuerdo la cara de Foster, que fue lo primero que vi al abrir los ojos.
Me vuelvo para observarlo. Él también se ha dado cuenta, y cuando su mirada se cruza con la mía... esboza una pequeña sonrisa.
—¿Estamos yendo a casa de mis padres? —pregunto en casi un susurro.
—Ahí fue donde te maldijeron —confirma Alexa—. No lo recuerdas porque estabas medio inconsciente, pero necesitaban un entorno en el que te sintieras receptiva.
—¿Y cómo lo sabes? —pregunta Foster.
—Por favor, no infravaloréis lo que soy capaz de saber.
Él pone los ojos en blanco, pero yo me vuelvo hacia la ventanilla otra vez. No me puedo creer que esté aquí, viendo todo esto. Es muy distinto a lo que era hace noventa años, claro, pero la sensación que me transmite es la misma. Y es curioso, porque lo que viví aquí no fue feliz, pero me siento bien. Me siento en casa, por raro que suene.
Alexa detiene el coche junto a la acera y soy la primera en bajarse. La migraña por el sol ya ha quedado olvidada y, aunque me sigue molestando, apenas me percato de ello. Estoy muy ocupada avanzando por la acera hasta llegar a la pequeña valla de hierro oxidado que me separa del caminito de piedras. Este caminito... No me lo puedo creer.
—Yo me encargo de los humanos —dice Alexa detrás de mí, y supongo que se dirige a Foster—. Lleva a la abuela Gladys dentro.
—Un por favor no estaría mal, ¿eh?
—Tienes suerte de caerme bien, querido, o te arrancaría esa lengüita tan bonita.
Oigo un sonido burlón de parte de Foster, pero no me vuelvo para mirarlos, sino que abro la valla y avanzo por el caminito que tantas veces he recorrido.
Nadie ha comprado la casa en todos estos años, y no me extraña. Está prácticamente en ruinas y lo suficientemente alejada de la ciudad como para que no sea interesante para una inversión. Pero a mí no me importa. Cuando veo esa fachada de dos pisos y techos bajos, de ventanas medio caídas y maleza por las paredes, lo único que veo es lo que veía hace años. La misma casa. La de mis padres. Sigue siéndolo. No me lo puedo creer.
Subo los escalones de piedra, dejando atrás el jardín abandonado, y me detengo ante la imponente puerta de roble. El pomo está lleno de polvo, pero eso no me impide asirlo. Solo cede gracias a la nueva fuerza que poseo. El chirrido de la madera contra el suelo no hace más que provocarme una sonrisa. Ya hacía ese sonido cuando era pequeña.
El interior sigue tal y como recordaba, solo que vacío. La entrada, que siempre fue nuestro salón con sus ventanas. Desde la de la derecha esperaba cada día a mi padre, hasta que dejó de volver a casa. Mi sonrisa desaparece lentamente.
Ahí el fondo, en esa sala llena de polvo y con una silla rota, estaba la cocina. Y todavía recuerdo la comida que hacía mamá, la forma en que me dejaba probarlo todo antes de servirlo, como si fuera nuestro secreto. Recuerdo las canciones que tarareaba cuando estaba distraída. Recuerdo el jarrón que siempre estaba reponiendo con las flores que iba trayéndole de mis paseos, aunque probablemente le importaban poco, solo para que yo fuera feliz.
Me acerco a las escaleras, y no me sorprende ver que algunas están rotas y corroídas por el paso de los años. Las sorteo como puedo con una mano apoyada en la pared, ya que la barandilla no parece muy estable. Ya no hay cuadros, ni muebles, ni nada similar. Ya es solo una cáscara vacía, y aun así me sigue encantando.
Arriba solo hay dos habitaciones. La de mis padres conserva parte de la estructura de la cama, aunque está destruida e inservible. La mía, en cambio... Cuando entro, no puedo evitar contener la respiración. Mi rincón de los juguetes. Mi ventana, que da con el río. Mi lámpara de flores, que ya ha desaparecido. Mis dibujos, que se perdieron hace años. Todo esto era mío. Lo primero que tuve.
Nunca supe apreciarlo como se merecía.
No sé cuánto tiempo paso en la habitación, contemplándola sin poder hacer nada más. Pero entonces me obligo a reaccionar. No es momento de caer en la autocompasión. Tengo que salvar a Trev. Y tengo que librarme del yugo que llevo años arrastrando en contra de mi voluntad.
Bajo las escaleras. No me extraña encontrarme ya con los demás y con todas nuestras cosas esparcidas por el salón. Ramson está sentado junto a una de las paredes, con la espalda apoyada y la cabeza agachada. Sigue profundamente dormido. Alexa se encuentra agachada a su lado, pero Foster permanece a un lado con los brazos cruzados.
—¿Qué hay que hacer? —pregunta, tenso.
—Es más sencillo de lo que parece —asegura ella—. Yo me encargaré de todo. Lo único que tenéis que hacer vosotros es no entorpecerlo. Tú —me señala con un gesto vago—, ven aquí.
Hago lo que me dice y, de manera un poco torpe, me siento delante de Ramson. Hay un metro de distancia entre nosotros, pero aun así lo siento demasiado cerca. Aprieto los dedos en mis rodillas, un poco nerviosa. He traído mi arco. No sé si tendré que usarlo, pero me siento mucho más segura con él al lado.
Y con Foster, por supuesto, que permanece pegado a mí, aunque de pie. Mira a Alexa con la tensión grabada en el rostro.
—Necesito que tú no te muevas —me dice Alexa, y luego se vuelve hacia él—. Tú no tendrías que hacer nada, pero si nuestro vampirito se descontrola...
—Me encargaré de que no se mueva.
—Exacto. Es indoloro —aclara entonces—. Físicamente, al menos. En cuanto al yugo mental...
—Podré soportarlo —aseguro en voz baja.
Alexa me observa unos instantes, analizándome, y al final asiente con la cabeza.
—Muy bien, entonces. Vamos a librarte de las maldiciones, Genevieve. Esta vez para siempre.
Mis nervios impiden que pueda sonreír, así que en lugar de eso me coloco mejor y miro a Ramson.
Alexa no espera un segundo más para tocarle la cabeza. La reacción es inmediata y, aunque él abre los ojos de golpe, tarda un rato en ser capaz de reconocernos. O, sobre todo, reconocer donde está. Me sorprende la velocidad con la que lo logra. Él sí se acuerda del momento en que me puso las maldiciones junto a Barislav, supongo. Y se acuerda muy bien.
La primera persona que mira es a mí y, aunque espero una media sonrisa burlona, solo me encuentro unos labios apretados.
—Tanta molestia para librarte de mí... —murmura con voz rasposa del sueño.
—Solo intento terminar lo que tú empezaste, Ramson.
Él intenta responder, pero Alexa es más rápida y le pone una mano en la frente. Ramson se calla de golpe y, entonces, mis ojos se cierran de manera involuntaria.
No sabría describir muy bien la sensación que tengo durante esos minutos que a mí me parecen tan largos. Lo más cercano diría que es una explosión. Veo imágenes difusas de lo que fue mi vida después de las maldiciones. Me parece incluso oír la voz de Barislav pronunciándolas en un susurro. La cara de Ramson aparece. Ramson cuando intentó besarme por primera vez, enfadado, riéndose, triste, sin saber qué hacer... me sorprende a mí misma lo lejanas que parecen esas imágenes y, sobre todo, la forma en cada vez las veo menos claras. Es como si alguien hubiera metido una mano ante mis ojos y cada vez pudiera moverme menos para quitármela.
Y entonces... silencio.
Abro los ojos lentamente. No noto nada. Me miro a mí misma, confusa. Sigo siendo exactamente la misma persona que era hace un momento, cuando los he cerrado. Miro a Alexa, que me observa con precaución.
—¿Cómo te sientes? —pregunta.
—Bien —digo, dubitativa—. Estoy... bien.
Mi vista, de forma involuntaria, va a parar junto a ella. Junto a la persona que está a su lado, más bien. Y ahí es cuando noto el cambio.
Un par de ojos gris claro me observan, y nada en ellos es distinto a como me habrían mirado esta mañana. Me siguen pareciendo bonitos. Y me siguen provocando cosas que no deberían provocarme. Pero, más allá de eso... nada.
No hay nada.
Contengo la respiración, confusa por mi propia falta de emociones. Veo a Ramson, veo lo que hemos pasado juntos. Sé que una parte de mí nunca podrá olvidarse de ello. Y, aun así, soy incapaz de sentir nada más que eso: una melancolía lejana que parece una canción cuya letra ya he olvidado. Trago saliva con fuerza.
—¿Vee? —Foster se agacha a mi lado, preocupado—. ¿Estás bien?
Me vuelvo hacia él, y me sorprende notar que nada ha cambiado. Y no por mi parte, que sabía que no cambiaría, sino... por la suya. Me sigue mirando de la misma forma.
Mi corazón empieza a latir con fuerza. Lo sé solo con mirarlo. No era la maldición. No era nada de eso. Siempre ha sido real.
Quiero sonreír, pero no puedo. Estoy demasiado bloqueada como para pens...
—¿Ha funcionado? —insiste Alexa con impaciencia.
—¿No la ves? —pregunta Ramson en voz baja—. Claro que ha funcionado.
No solo me sorprende lo poco que me afecta oírle, sino que no me apetece responderle. Siento que no vale la pena. No quiero dejar de mirar a Foster, que sigue pareciendo preocupado.
Pero Alexa clava una mano en mi hombro y me obliga a mirarla. Sorprendida, intento echarme hacia atrás. Lo único que consigo es que me sostenga también del otro, intentando retenerme.
—¿Ha funcionado? —insiste, con una agresividad que me pilla desprevenida—. ¡Responde!
—Creo que sí —murmuro.
Su expresión es una mezcla de muchos sentimientos. El alivio está entre ellos, pero también la incredulidad. Sus dedos me aprietan con tanta fuerza que duele.
Y entonces todos oímos un estallido. El escalofrío que me recorre la columna vertebral me indica que es Barislav antes incluso de volverme.
Foster se pone de pie a toda velocidad, pero no sirve de nada, porque entonces Alexa estira el brazo y grita algo en un idioma que desconozco. Contengo un grito cuando veo que Foster cae al suelo, impulsado por una fuerza invisible. Ramson se arrastra varios metros junto a él, sorprendido. E incluso Barislav, Leanne, la madre de Ramson, y Rowan, su matón, caen de espaldas al suelo. Trevor también lo hace, aunque apenas puedo verlo.
No entiendo nada, estoy demasiado confusa. Está pasando todo a demasiada velocidad. Todo el mundo está gritando y yo soy incapaz de moverme. Alexa sigue sujetándome, histérica, y cuando intento apartarme de ella me lanza al suelo con fuerza. El dolor es punzante, especialmente en la cabeza. No le impide sentarse sobre mi abdomen. Cuando intento empujarla, me clava las manos en el suelo con un simple murmullo.
Su expresión no es como de costumbre. Está histérica, completamente ida. Honestamente, lo único que puedo sentir es miedo.
—¡Lo he hecho! —grita, fuera de sí—. ¡Hazlo!
No sé de qué me está hablando. No sé qué espera. Lo único que puedo hacer es encogerme mientras su expresión va contrayéndose por la rabia.
—¡Hazlo! —me grita en la cara.
—N-no sé...
—¡Tres maldiciones! —insiste con desesperación—. ¡He roto tres! ¡Dame mis tres deseos!
—¡Aleksandra! —El grito de Barislav no hace que se aparte de mí—. No funciona...
Alexa no duda un segundo en apartarse de mí. Aprovecho para rodar sobre mí misma y levantar la cabeza. Está yendo directa hacia Barislav, que se mantiene en un rincón junto con los demás.
Mi mirada se cruza brevemente con la de Trevor. Está de rodillas en el suelo. Tiene marcas de golpe. El corazón se me encoge.
Pero apenas tengo tiempo para reaccionar, porque Rowan, el matón, se lanza hacia delante. Lleva la misma ballesta con la que estuvo a punto de matar a Jana, y apunta a Alexa con intención de darle en el corazón. Ella no se da cuenta, y el virote sale disparado con un sonido silbante.
Sin embargo, nunca llega a darle. Furiosa, hace un gesto con la mano y el objeto da la vuelta en medio del aire. Rowan apenas tiene tiempo de emitir un sonido ahogado antes de que, de forma brutal, la flecha atraviese su corazón y lo deje clavado en la pared. El crujido es horrible. Y su muerte instantánea.
Me tapo la boca con una mano, horrorizada. La madre de Ramson se intenta apartar a tanta velocidad que cae al suelo, y Trev se arrastra como puede. Barislav es el único que no se mueve. Cuando Alexa llega a su altura, parece que va a lanzarle un hechizo, pero tan solo logra que ella se lance de cabeza sobre él. Está tan alterada que su magia actúa en consecuencia, y una de las ventanas estalla en cientos de fragmentos que vuelan por toda la habitación.
Me cubro la cabeza, presa del pánico, cuando de pronto me encuentro con Barislav junto a mí. Alexa le sujeta la cabeza con tanta fuerza que tiene los nudillos blancos, y le obliga a mirarme.
—¡Hazlo de una vez! —exige a gritos.
—¡No funciona así! —dice él, ahora también alterado—. Has roto las maldiciones, sí, pero no eres tú quien decide cómo se conceden tus deseos. O cuándo.
Ella suelta un sonido de frustración que me pone los pelos de punta y, presa de la frustración, trata de lanzar a Barislav para volver a sentarse sobre mí. Él reacciona a tiempo, y se gira de manera que la lanza al suelo. Alexa intenta defenderse, pero de pronto Barislav le sujeta la cabeza con las manos. No sé qué dice, pero sus brazos se caen de golpe y sus ojos, antes llenos de ira, se quedan completamente inertes.
Cuando empiezan a ponerse en blanco, no puedo evitarlo y me muevo. No entiendo qué está pasando, pero sé que Alexa es la única de los dos hechiceros de la sala que me ha ayudado. Presa del pánico, me lanzo sobre la espalda de Barislav, que me ignora completamente.
—¡Suéltala! —exijo a gritos.
Él me ignora y sigue murmurando cosas. Lo único que puedo ver desde mi perspectiva es que los ojos de Alexa ya están completamente en blanco, y actúo por impulso. O mi cuerpo lo hace, mejor dicho, porque siento los colmillos salir justo antes de clavárselos en el cuello a Barislav.
Lo primero que noto es que el sabor es desagradable. Es ácido, salado y me baja por la garganta como si se tratara de agua congelada. Me entran arcadas, pero no me detengo y sigo absorbiendo. Entre la penumbra de mi dolor, consigo ver que ha soltado a Alexa y se retuerce para intentar librarse de mí. Sigo mordiendo, ahora con más fuerza. Puedo notar la piel cediendo bajo mis dientes, y casi me entra otra arcada más.
Pero entonces salgo despedida hacia atrás. Mi espalda choca con otra persona, y lo último que me faltaba era que fuera la madre de Ramson. Me aparta casi con la misma cara de asco que le pongo yo.
—¡Mis deseos! —exige Alexa, que vuelve a estar de pie—. ¡Dámelos ahora mismo!
Ya no sé si habla conmigo o con Barislav, pero aun así no tengo respuesta.
—Muy bien —murmura en voz baja, al no obtener respuesta—. Tú lo has querido.
Y por fin entiendo que está hablando con él, porque grita algo en su idioma y echa la mano hacia atrás. La avanza en un estallido de luz, pero Barislav reacciona a tiempo y, justo antes de que le dé el rayo, lanza otro de vuelta.
En cuanto estos chocan entre sí, una luz cegadora me obliga a cerrar los ojos. Noto el aire golpeando mis mejillas, descolocándome el pelo, y de pronto... humedad bajo mis dedos. Abro los ojos. Nieve. Hay nieve. Nos han transportado a todos, incluso a sí mismos.
Cuando levanto la cabeza, mi cuerpo entero se queda paralizado.
Nos han transportado a Braemar.
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