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14 - 'La camisa de sangre'

14

La camisa de sangre

—Tenéis exactamente un minuto para explicarme lo que ha pasado

La voz de Albert hace que agache la cabeza. Más que nada, porque suena tan calmada que contrasta bastante con la situación dramática.

Foster corre hacia la mesa del vestíbulo y me deja encima de ella, todavía pálido y con la mandíbula contraída, Alexa rodea la mesa para asomarse y Albert está plantado a un lado con los brazos en jarras.

—No creo que sea el momento de regañinas —comenta Alexa.

—¡Pues cúrala de una vez! —espeta Foster, irritado.

—¡No!

La voz, para mi sorpresa, sale de mí. Alexa, que ya se estaba acercando, se detiene de golpe y me mira con una ceja enarcada. Yo, sin embargo, la contemplo con los labios apretados por la mezcla de dolor, pérdida de sangre y cabreo.

—¿Qué...? —empieza ella.

—¿Por qué no has detenido a Ramson? —le suelto, furiosa y con el cuerpo tembloroso.

Albert, que estaba ocupado dando un tirón a mi jersey para dejar la herida descubierta, se separa mirarme con las cejas disparadas hacia arriba.

—¡¿Rams...?!

—Me ha pillado desprevenida —explica Alexa, ofendida por mi tono.

—Nadie te ha pillado desprevenida en tu puñetera vida —espeto entre dientes—. No me toques.

Por algún motivo, parece dolida, pero no puede darme más igual. Ahora mismo, estoy tan alterada que todo me importa un rábano. Incluida la herida sangrante de mi cuello que no parece que vaya a cerrarse sola.

—¿Vee? ¿Eso es...?

La vocecita de Addy hace que me tense de pies a cabeza. Mi mirada busca la de Foster, y lo encuentro en modo pánico. Se queda muy quieto. Si se da la vuelta hacia las escaleras, Addy verá que él también está cubierto de sangre.

—¡Addy! —exclama Amelia, que sale disparada de la cocina para detenerla—. ¿Por qué no subimos un momento a...?

—¿Eso es sangre? —insiste Addy, y por su voz suena como si estuviera dando tirones para librarse de un agarre—. ¿Vee? ¿Estás bien? ¡¡¡No te acerques a ella!!!

Ese último grito me deja confundida, y más cuando me doy cuenta de que no habla con ninguna de las personas que había identificado dentro del vestíbulo. De pronto, unas manos frías se posan sobre mis hombros y me tumban mejor en la mesa. Foster se mueve para detenerlo, pero Albert lo para con una mano.

—Déjalo —murmura.

—¿Qué...? —intento decir.

Y entonces una cabeza aparece sobre mía. Lo primero que veo es una mata de pelo oscuro, acompañando unos ojos del mismo color. El chico en cuestión tiene la mirada desprovista de cualquier tipo de emoción, pero por algún motivo me inspira confianza al instante.

—No te muevas —dice en voz baja, calmada—. Esto... escocerá un poco.

Y, efectivamente, su mano cubre mi cuello. Los ojos le resplandecen de forma un poco extraña cuando, sin previo aviso, la herida empieza a arderme. Intento apartarlo de forma inconsciente, pero entonces él retira la mano y estira su propio cuello, como si lo tuviera dolorido.

A todo esto, Addy se ha librado de Amelia. No deja de darle golpes con sus puñitos al chico desconocido, hecha una furia.

—¡NO LE HAGAS DAÑO! —exige sin detenerse, aunque él apenas parpadea.

Alarmada, me incorporo sobre mis codos. La herida ya no me sangra. De hecho, al pasar la mano sobre ella, la noto cerrada. Miro al chico con el ceño fruncido. Él agacha la mirada. Entonces me doy cuenta de que detrás de él hay otro que no he visto muchas veces en su forma humana, pero sí cuando era un gato informante de Albert.

—Foster —murmura el propio Albert en tono de advertencia—. Creo que deberías apartarte.

Me vuelvo de forma inconsciente, y casi me encojo sobre mí misma cuando veo la forma en que Foster me mira. No..., no me mira a mí. Mira mi cuello. No sabría calificar ese tipo de mirada, pero hace que a todo mi cuerpo se le disparen las alarmas.

En cuanto me encojo, su mirada se cruza con la mía y es como si volviera en sí. Da varios pasos atrás, alarmado con su propia reacción, y no se detiene hasta que deja una distancia prudente entre nosotros.

—¿Qué pasa? —insiste Addy, cuya voz suena cada vez más temblorosa—. ¿Papá?

—Está todo bien —aseguro, esperando que mi voz suene convincente, y me mira con cierto temor—. Creo que el chico me ha ayudado, ¿ves? Ya no sangro.

Ella asiente, como si quisiera creérselo más de lo que lo hace en realidad.

—¿Estás bien? —pregunta, solo para asegurarse.

—Claro que sí. ¿Cuándo he estado yo mal? Soy invencible.

Addy esboza una pequeña sonrisa.

—¿Qué es eso? —pregunta Alexa entonces, que permanece alejada y con los brazos cruzados. Tardo un momento en darme cuenta de que se refiere a las dos nuevas incorporaciones—. ¿Qué hacen aquí dos mestizos? Échalos ahora mismo.

Albert suspira y se pasa una mano por el pelo, descolocándoselo por primera vez en toda su vida.

—Es... una larga historia. Tanto Caleb como Lambert van a quedarse aquí hasta que encontremos un lugar seguro para ambos.

Supongo que Caleb es el que me ha curado, porque el otro es el que vi en forma de gato y que se restregaba contra la pierna de Ramson.

Lo miro de reojo. Es un chaval pequeñito, delgado y con el pelo rojizo. En cuanto nuestras miradas se cruzan, sus mejillas se vuelven del mismo color que su mata de cabello.

—Em... hola —murmura—. Quizá no te acuerdas de mí... ejem... soy el chico que...

—No sé si es el mejor momento para presentar el currículum —interrumpe Albert, y se vuelve hacia mí—. ¿Puedes ponerte de pie?

Asiento antes de comprobarlo y cuelgo las piernas fuera de la mesa. En cuanto toco el suelo con la punta de los pies, me doy cuenta de que quizá me he precipitado al decir que sí. De todos modos, me sujeto como puedo y echo un vistazo a mi alrededor.

Foster me sigue mirando, pero no se acerca. Dudo que vaya a acercarse en un buen rato. Por lo menos, mientras esté cubierta de sangre.

—¿Estás bien? —pregunto a Albert, entonces.

—¿Yo? ¿Por qué no iba a estarlo?

—No sé, el olor de mi sangre...

—Oh, por favor. ¿Cuántos años te crees que tengo? —Pone los ojos en blanco, cosa que me ofende un poquito más de lo que debería—. Ya podrías abrirte una arteria delante de mí, que ni parpadearía.

—¿Es que no me has oído? —espeta Alexa entonces, en un tono que me sorprende—. ¿Qué hace eso delante de mí, Albert?

No entiendo a qué viene el tono furioso cuando señala a los dos recién llegados. Y, aunque una parte de mí cree que se refiere al chico de pelo oscuro, es el pelirrojo quien da un paso hacia delante.

—Me hace la misma ilusión que tú —dice entre dientes.

—A ver —intenta intervenir Albert—, calmaos antes de que...

—Debería haberte matado en cuanto tuve la ocasión —sisea Alexa entre dientes. Sus ojos oscuros están clavados en Lambert.

—Bueno, pues no lo hiciste, así que te jodes y me aguantas.

—¡Voy a...!

—¡No vas a hacer nada! —intervengo en tono irritado. Ambos siguen mirándose, pero al menos se callan—. ¿Se puede saber qué coño pasa ahora?, ¿de qué os conocéis?

—Palabrota —susurra Addy, alarmada.

No parece que Alexa esté demasiado dispuesta a decir nada, así que me vuelvo hacia Lambert, que suspira y aparta la mirada.

—Pregúntale a ella —masculla al final—. Es quien me convirtió en mestizo.

—Fui demasiado suave contigo...

—Oh, vete a la mierda, no eres más que...

—Madre mía —espeto, ya harta—. Tú, ayúdame. Y tú también.

Las dos órdenes van para Albert y Caleb. Al primero no le doy otra opción que ayudarme a ponerme de pie, mientras que el segundo duda un momento antes de acercarse y echarme una mano. Parece que van a llevarme a la cocina, pero los muevo para que me lleven al salón. Para mi sorpresa, lo hacen sin protestar.

Me dejo caer sobre el sillón con un ruido de cansancio, poco preocupada por mancharlo.

Es un problema de la futura Vee.

—Vale, vamos a centrarnos —murmuro como puedo—. Primero: ¿quiénes son estos dos y qué hacen aquí? Y segundo: ¿qué tiene que ver Alexa con Lambert?

—Deberías comer algo —interviene Amelia desde la puerta.

Suspiro pesadamente.

—Vaaaaale... Ahora comeré.

—¡Oye! —salta Albert—. Cuando te lo digo yo, no accedes tan rápido.

—Es que Amelia me cae bien.

Él la mira con el ceño fruncido, y ella sonríe y se encoge de hombros.

—Voy a por alguna cosita rápida —nos informa antes de salir.

Detrás de ella aparece Addy, que sigue asomada en el marco de la puerta. Ahora ya no parece tan preocupada, y sospecho que no dice nada para que nadie se acuerde de que está ahí y la eche de la reunión.

Cosa que, por cierto, quizá debería hacer. No creo que esta sea una conversación muy acertada para una niña.

—Addy... —empiezo.

—Solo quiero asegurarme de que estás mejor.

—Estoy perfectamente —aseguro—. ¿Sabes cómo podrías ayudarme? Ayuda a Amelia a preparar algo para comer. Tú me conoces mejor que nadie, seguro que sabes lo que me gusta.

Esbozo una sonrisa para tranquilizarla y, ahora con una misión, se mete en la cocina a toda velocidad. Foster la sigue con la mirada, pero no entra en el salón. Sabe que debería marcharse antes de que el olor supere sus fuerzas, pero a la vez es incapaz de moverse hasta que todo esté en orden y sea seguro.

No me vuelvo hacia los demás hasta que escucho la puerta de la cocina cerrándose. La situación que tengo entre manos es curiosa: sigo mareada y tengo que lidiar con dos mestizos que desconozco, un vampiro cabreado, otro tentado y una hechicera furiosa.

Otro día tranquilo en Braemar.

—Quizá deberías empezar diciéndome dónde está Ramson —replica Albert entonces.

—No, prefiero que empecemos por las cosas que no se me pueden echar en cara. ¿Qué hacen ellos aquí? —añado, señalando a los dos recién llegados—. ¿Tengo que preocuparme?

Albert suspira y niega con la cabeza.

—Mira, es una larga historia, pero lo que tienes que saber es que no tienen ningún otro lugar al que ir. Y que también tienen motivos de sobra para querer deshacerse de Barislav.

Eso sí que me llama la atención. Contemplo al chico de pelo oscuro unos segundos. Al oír ese nombre, ha tensado los hombros, pero no dice nada. Nota que lo miro, pero no me devuelve la mirada.

—Tú eres del grupo ese al que Barislav perseguía —deduzco al final. De nuevo, no dice nada. Mantiene la mirada clavada en el suelo—. ¿Dónde están los otros?

Sé que la he cagado nada más decirlo, especialmente por la forma en que Lambert, a su lado, se tensa de pies a cabeza.

—Solo necesitamos quedarnos un tiempo —dice, desviando un poco el tema y salvando a su amigo de tener que responder—. Al menos, hasta que deje de buscarnos.

—No dejará de buscaros, idiota —masculla Alexa, que se mantiene al otro lado de la habitación—. Es lo que más le gusta en el mundo: el juego previo.

—Pues habrá que matarlo antes de que logre encontrarlos —decreto sin inmutarme—. Bueno, eso deja una cuestión medio resulta, pero hay otra.

Miro a Alexa, y luego miro a Lambert. Ambos se rehúyen con la mirada como si el otro fuera a cegarles. Y no sé cuál de los dos parece más molesto.

Mal vamos.

—¿Qué se supone que pasó entre vosotros? —insisto—. Y más os vale dejarme contenta con la respuesta.

Silencio. Foster tampoco debe saberlo, porque mira a ambos con curiosidad, igual que Caleb. El que no lo hace es Albert, que se ha cruzado de brazos.

—Lambert hizo algo que no le gustó —explica de forma aburrida—, y Alexa lo convirtió en gato. Tuve que intervenir para que pudiera recuperar, al menos de forma temporal, su forma humana.

—¡Oye! —salta Lambert enseguida—. La historia tiene más matices, ¿vale? Para empezar: ella era una zumbada.

—No era una zumbada —replica Alexa entre dientes.

—¡Sí que lo eras! ¡¡¡ME CONVERTISTE EN UN GATO!!!

—¡¡¡DA GRACIAS A QUE NO TE CONVERTÍ EN UNA RATA!!!

—¿Puedo preguntar por qué te convirtió? —intervengo, cansada—. ¿Qué puñetas le hiciste?

Lambert echa una vaga ojeada a la hechicera antes de volverse de nuevo hacia mí.

—Estar enamorado —dice al final.

—¿Solo por eso?

—Por eso, y por estar enamorado de un chico.

Silencio. Tanto Caleb como yo miramos a Alexa con la boca entreabierta. Ella parece que va a explotar de la rabia.

—¡¡¡No fue así!!! —se defiende.

—¿Y cómo fue? —pregunto en tono frío—. ¿Cuál es tu excusa, a ver?

—¡No tengo ninguna excusa! Es que se pasaban el día presumiendo de...

—¡Te daba rabia que nosotros pudiéramos ser felices! —espeta Lambert de repente—. ¡Y te jodía porque tú estabas atrapada con Barislav!

—¡Eso no es verdad!

—¿No? Y, entonces, ¿por qué estabas tan amargada?

Alexa sisea algo entre dientes. Es un idioma que desconozco, pero hace que los pelos de Lambert empiecen a ponerse en punta. Este chilla, alarmado, y empieza a aplanárselos con las palmas de las manos.

—¡Ya basta! —espeta Albert entonces, como si pusiera paz entre dos niños pequeños. Luego señala a Alexa—. Quien se quede en esta casa o no, no es asunto tuyo, así que ve asumiendo que ambos se quedarán. Y tú —añade, señalándome a mí—, ¿dónde está tu comida?

—¿Y yo qué sé?

—Pues vete a descubrirlo.

—Oye, soy la alcaldesa, no pued...

—¡¡¡Que vayas ahora mismo y no me repliques!!!

Abro la boca, indignada, y al final me pongo de pie. Pese a obedecer sus órdenes, le echo una miradita desafiante por encima del hombro.

Cierro la puerta a mi espalda, dejándolos ahí encerrados. No tardo en oír que la discusión se ha reanudado, pero supongo que ya no es problema mío. Además, Albert tiene razón, como no coma algo pronto creo que me voy a desmayar.

—¿Estás mejor?

La voz de Foster hace que levante la cabeza. Sigue en el mismo lugar, solo que ahora se aparta un poquito para seguir sintiéndose seguro en mi presencia.

—Estoy mejor que ellos —admito.

—Albert se encargará —asegura—. Tú... deberías comer algo.

Y dale con comer.

Asiento, pero dejo de hacerlo al darme cuenta de que no hace un solo ademán de acercarse a mí. De hecho, se mantiene a una distancia prudente y con las manos metidas en los bolsillos. Cuando doy un paso en su dirección, él lo da hacia atrás.

—¿Qué? —pregunto.

—Sigues... em... —se señala el cuello y la cara.

Me miro a mí misma. Efectivamente, soy una capa gigante de sangre seca y pegajosa. Qué asco. Por un momento, se me había olvidado.

—Ah —murmuro—. ¿Y eso te...?

Me detengo cuando, nada más dar otro paso, él lo retrocede bruscamente. Su expresión trata de mantenerse serena, pero puedo ver lo nervioso que se está poniendo.

—Quizá... deberías limpiarte primero —sugiere con la voz especialmente controlada.

Vuelvo a mirarme a mí misma. Entonces, retrocedo un paso.

—¿En qué quedamos? ¿Como o me limpio?

—Lo que prefieras, pero agradecería que tomaras una decisión rápida.

—¿Para que deje de tentarte? —mascullo entre dientes, y esta vez avanzo sin preocuparme de no pasar por su lado—. Voy a limpiarme esto. Tú llama a Jana para que te dé sangre, a ver si te calmas.

El tono ha sido tan agrio que ni siquiera él puede fingir que no se ha dado cuenta. Noto que me mira de reojo mientras subo las escaleras, pero no dice nada.

Al menos, hasta que alcanzo el rellano del primer piso. Noto que está avanzando a mi lado antes incluso de que hable de nuevo.

—¿A qué ha venido eso? —pregunta, algo molesto.

—A nada.

—No es por ofender, Vee, pero acabo de ver a tu marido encadenado en un sótano y mordiéndote el cuello. No creo que seas la más apropiada para ponerte a protestar.

—Pero... ¡eso son detallitos!

—¡¿Detallitos?!

—¡Sí, detallitos!

Muy airada, me pongo a avanzar por el pasillo. O lo intento, al menos, porque entonces cierra la mano entorno a mi muñeca. El tirón, aunque suave, hace que me detenga de golpe y lo mire con sorpresa.

Creo que el cabreo ha cambiado la voluntad de mantenerse alejadito de la chica cubierta de sangre.

—¿Estás celosa de Jana? —pregunta directamente, muy serio.

Abro la boca con indignación y, de donde debería salir una réplica perfecta que lo hunda en la miseria, tan solo sale un resoplido burlón que me hace perder un poquito la dignidad.

Foster me mira de forma inquisitiva. De hecho, apenas parpadea. Como no aparte la mirada, veo complicado lo de contestarle de forma coherente.

—¿Y bien? —insiste.

—Ya te he respondido.

—Un resoplido no es una respuesta.

—Pues no, no lo estoy. Pero ¿cuántos años te crees que tengo?

—Más de noventa.

—Hablar de la edad de una señorita es de muy mala educación, Foster.

—Encerrar a un vampiro homicida en un sótano es de muy mala educación, Vee.

Frunzo el ceño, indignada.

—¡No es lo mismo! Lo hice por supervivencia.

—Supervivencia no es eso, Vee. Eso es, simplemente, intentar solucionar los problemas sin pedir ayuda..., como siempre.

—Bueno, ya me he disculpado por eso y te he dicho que no volveré a hacerlo, ¿no?

Se me olvida el pequeñísimo detalle de que tengo a su exmujer encerrada en una casa y tratando de solucionar el misterio de la notita mágica, pero supongo que eso no puedo decírselo ahora mismo.

No puedes, ¿o no quieres?

Un poco de ambas.

Cuanto más esperes, peor será.

Bueno... ¡ya veré qué hago!

A todo esto, Foster sigue mirándome fijamente y esperando una respuesta. Trago saliva con dificultad, porque de pronto me percato de que está más cerca de lo que había planeado en un principio. Su mano incluso ha subido hasta mi codo, y me lo aprieta con la suficiente fuerza como para que no pueda apartarme.

A ver, tampoco es que tenga ningún interés en hacerlo.

Todo sea dicho.

Y entonces algo en su expresión cambia. Coincide justo con el momento en que yo ladeo un poco la cabeza. No sé si es una caricia de olor o qué, pero veo que un músculo de su mandíbula empieza a palpitar y, acto seguido, se apresura a soltarme.

—Lávate la sangre —dice. No, ordena.

No me gusta que me ordene cosas. O, mejor dicho, no me gusta que me ordene cosas y mi cuerpo reaccione de forma positiva. ¿Dónde ha quedado mi dignidad?

Hace tiempo que la perdimos.

—Tú también sigues cubierto —señalo.

—Preocúpate por ti misma, yo puedo...

—¿Y si te ayudo?

¿Eso lo he dicho en voz alta o solo para dentro?

Creo que lo primero, porque se queda mirándome con cierta perplejidad. Suelto una risita nerviosa, a lo que Foster parpadea, sin saber qué decir.

—¿Ayu... darme? —repite en voz baja, como si intentara procesar la información.

—Era una broma.

—¿Lo era?

No sé, ¿lo era?

No.

Abro la boca y vuelvo a cerrarla. Él cierra los ojos con fuerza y se pellizca el puente de la nariz, como si intentara librarse de una migraña muy molesta.

—Vas a terminar volviéndome loco —dice en voz baja.

—¿Tú has visto dónde vivimos? Lo raro es que no te hayas vuelto loco ya.

—Un día me dices que me aparte, otro que me meta en una ducha contigo, luego resulta que has encerrado a alguien en un sótano, ahora que has dejado que te mordieran... y encima hueles... a él.

—Vaya, gracias.

—No, no lo entiendes. Apestas a él. Cuando un vampiro te muerde, te marca a más niveles de los que probablemente te puedes imaginar ahora mismo. Si me diera la vuelta y cerrara los ojos, lo único que podría oler es a..., bueno, a Ramson.

Lo dice en voz monótona, pero hay un cierto deje de rabia en el tono. Trago saliva de nuevo, y creo que solo consigo empeorar las cosas, porque él aparta bruscamente la mirada de mi cuello.

—¿Y eso no se arregla con una ducha? —sugiero un poco inútilmente.

La pregunta hace que sonría de medio lado y sacuda la cabeza.

—Depende del empeño que le pongas.

—Pueeeees... quizá deberías meterte conmigo para asegurarte de que no me dejo ni un rinconcito.

Es otra broma —más o menos—.

La cosa es que esta vez me mira con un toque de malicia y mis hombros se tensan de golpe. Oh, oh.

—Vale —dice.

—¿Eh?

—¿Tantas ganas tienes que ya lo has pedido dos veces? Pues venga. Adelante.

—P-pero...

—Con tal de que dejes de oler así...

—Pero... em...

—A no ser que no quieras.

—¡No, no, sí que quiero! E-es decir...

—Bien. Vamos.

No me deja hablar más, porque entonces tira de mi brazo y empieza a conducirme por el pasillo. No entiendo nada hasta que me doy cuenta de que me está llevando a su habitación. Tiene los hombros tensos y no vuelve a mirarme, pero no puede darme más igual. Me dejo arrastrar como una muñequita de trapo, y él no se detiene hasta que ha cerrado la puerta de su dormitorio.

Se vienen cositas.

Ya he estado en este cuarto de baño. Lo recuerdo. Me ayudó a bañarme hace más de un año y me contó la historia de la ciudad. En ese momento, no recordaba nada de lo que había sido mi vida, pero ahora sí. Y un nido de ansias se instala en la parte baja de mi estómago.

Porque la cosa es... que recuerdo otras duchas. Y otras escenas para públicos maduros que hacíamos cuando estábamos juntos. Y que creo que no debería estar rememorando en estos momentos, porque mi cara entera se enciende como una antorcha.

Si se da cuenta, que es probable, finge no hacerlo. Simplemente, me observa con extrañeza. No entiendo el por qué hasta que veo que está deshaciéndose botones de la camisa ensangrentada.

Oh, mierda.

Vaaaaaale, calma, soldado.

No sé si puedo mantener la calma.

Vista al frente, mente fría, céntrate en el objetivo.

Como sigo sin moverme, él termina de quitarse la camisa y la lanza al suelo. Al ver su torso desnudo, trago saliva con fuerza y me obligo a hacer lo que dice mi conciencia. No sirve de nada, porque cuando subo la mirada a su cara, lo encuentro sonriendo.

—¿A qué esperas? —pregunta, divertido.

—Em... esteeee...

—¿Necesitas ayuda?

¡Sí, sí!

—¡No, no!

—Bien —murmura, echándome una ojeada de arriba a abajo. Su boca sigue torcida en media sonrisa divertida—. Agradecería que no te quitaras la ropa interior, por cierto. Mi cerebro necesita un poco de paz.

Con manos torpes y pegajosas, empiezo a deshacer el botón de mis pantalones. Me los quito como puedo, y no me doy cuenta de lo torpe que estoy siendo hasta que levanto la cabeza y veo que él ya se ha quitado todo, quedando solamente en ropa interior.

—Lo de la ayuda era broma —replica al verme dudar.

—Ah...

—Pero si me lo pides...

—Eh...

¿Puedo empezar a hablar como un ser humano otra vez? ¿Se puede saber qué me pasa? Me he quedado en blanco, y esto no le hace bien a mi reputación de alcaldesa.

Y entonces lo tengo delante y tengo que asumir que estoy perdida, porque tengo su pecho delante de la cara. El calor de su piel hace que contenga su respiración. Especialmente cuando recoge el final de mi jersey y tira hacia arriba. Dejo que me lo quite sin oponer resistencia, y él lo dobla y lo deja a un lado.

—Me extraña que Albert no se haya quejado porque le arruinaras el pijama con tanta velocidad —comenta.

Sonrío con ironía, pero dejo de hacerlo cuando se mueve a un lado y me ofrece una mano. No me he dado cuenta hasta ahora de que la ducha está encendida. El vapor del agua, pese a ser caliente, me eriza la piel. Acepto la mano de Foster sin dudarlo. Él sonríe.

El agua caliente choca contra mis hombros y hace que me tense de pies a cabeza, y no precisamente por la temperatura. Me muevo un poco, como intentando darme la vuelta y mirarlo, pero entonces él me rodea con un brazo y tira de mí. Al notar su pecho contra mi espalda, me quedo muy quieta.

Y entonces veo que sostiene la otra muñeca delante de mi cara. Acaba de morderse, y un hilillo de sangre le empieza a bajar hasta el codo.

—¿Qué...?

—Bebe —ordena.

—Oye, hoy estás muy mandón.

—Es por tu bien. Por la pérdida de sangre. Y para que dejes de... oler así. Bebe.

¿Es esto lo más raro que he hecho con un potencial candidato sexual?

Habrá que preguntarle a Trev.

Si fuera cualquier otra persona, enloquecería del rechazo. Pero no es cualquiera. Es Foster. Y, aunque se me hace un poco raro, dejo que me acerque la muñeca. El agua cae sobre nosotros, y permanecemos quietos unos instantes.

Solo para probar, me acerco y rozo la herida con los labios. Es un contacto muy breve, casi imposible de notar, pero todo el cuerpo de Foster se tensa contra mi espalda.

Envalentonada, paso la punta de la lengua por la herida. Su piel arde y el brazo que me sujeta se tensa bruscamente, pero no se mueve. Una explosión de sabores me invade de repente. Metálico, raro... dulce. Muy dulce. Adictivo. Mi boca se abre sobre la herida. Foster emite un sonido que podría interpretarse como dolor o... algo mucho peor. Ahora mismo, no puedo prestarle atención.

Mis manos se mueven solas y le sujetan el brazo, aunque no parece tener ninguna intención de moverlo. Abro la boca y paso la lengua por la herida. De nuevo, la sensación de plenitud hace que cierre los ojos del placer. Se me escapa un jadeo y, si bajara la mirada, me daría cuenta de que tiene la mano apretada en un puño con tanta fuerza que se le han puesto los nudillos blancos. Es... es como si me devolviera la vida. Dulce. Solo puedo pensar en lo dulce que es.

—Vee... —Oigo entonces. Su voz está dubitativa, como si le costara encontrar las palabras—. Ya es más que suficiente.

Con suavidad —pero firmeza—, el brazo que me rodea me mantiene en mi lugar. Retira el otro. Me quedo mirando al frente, con el pecho subiéndome y bajándome con rapidez, y cierro los ojos. Estoy tan abandonada al sabor que no me doy cuenta de estar apoyándome por completo en su cuerpo. Mi cabeza descansa sobre su hombro. Él no se mueve. Lo único que se oye son las gotas de agua contra el suelo de la ducha.

—¿Mejor? —pregunta él unos instantes después.

—¿Siempre sabe tan bien?

Cuando se ríe, su cuerpo se sacude un poco detrás del mío. Abro los ojos para mirarlo. Parece un poco más relajado. Me gusta cuando sonríe y se le forman arruguitas tiernas en la expresión.

—No —asegura, todavía sonriendo—. Todos tenemos a alguien que nos sabe así de bien. Solo a una persona.

Me viene a la mente la cara que ha puesto antes. La cara que pone cada vez que se asoma un ápice de mi sangre, o la tiene muy cerca. Y, aunque siento que no puedo hacerme la menor idea de lo que debe ser ese olor para él, creo que ahora me ha dado una cucharadita de lo difícil que es contenerse.

—Cuando muerdes a Jana... —empiezo.

—No es así.

—¿Y cómo es?

Él lo considera unos instantes.

—Es diferente —concluye sin querer entrar en muchos detalles—. No se puede comparar. Es como hacer algo por obligación, para sobrevivir... o hacer algo porque eres incapaz de detenerte.

Permanecemos unos segundos en silencio. El repiqueteo del agua contra la mitad de nuestros cuerpos es lo único que me hace ser consciente de la realidad. Cierro los ojos, relajada, todavía con la cabeza apoyada en su hombro, y su mano, la que me aprisiona contra él, se mueve un poco. Casi me caigo de culo cuando la apoya en mi abdomen, totalmente abierta. Un cosquilleo muy ansioso se me forma en la parte baja del estómago, pero no me muevo.

—¿Cómo te sentías cuando me mordías a mí? —pregunto en voz baja.

—Como si nunca fuera a tener suficiente.

Lo dice de forma tan contundente, sin apenas pensarlo, que me deja momentáneamente sin respuesta.

—Y... ¿lo echas de menos?

No responde. Solo noto que inspira con fuerza y su pecho se tensa en mi espalda.

—Vee... —empieza, en tono de advertencia. Su voz está más tensa de lo habitual.

—Creo que... que podría soportar que me mordieras.

—Por favor, deja de hablar.

—No pasa nada, no me moriré por...

—Ya has perdido bastante sangre.

—No me refiero a eso. Me refiero a convertirme.

Silencio. Denso silencio.

Su mano se tensa contra mi abdomen y, por fin, tira de mí para permitirme mirarlo a la cara. Supongo que, hasta ahora, ha sido más fácil contenerse sin mirarme.

—No vas a tomar una decisión que cambiaría para siempre tu vida solo para que yo pueda satisfacer un capricho —dice finalmente.

—No es un capricho. Además..., yo también podría morderte. Quizá lo hago por eso.

Se queda mirándome unos instantes y, cuando algo se oscurece en su mirada, se apresura a apartarla y a sacudir la cabeza.

—Para —pide en voz baja.

—Tú mismo me lo pediste. ¿No sería más fácil?

—Estarías ligada a mí. Para siempre.

—Ya lo estuvimos una vez.

—Y mira cómo terminó...

—Esta vez, no habrá nadie más —murmuro, ladeando un poco la cabeza—. Y creo que ya no soy una cría que no sabe protegerse.

—Cuando te lo pedí hace unas semanas, no estabas tan segura —replica, observándome.

—Pues ahora lo estoy. Cuando me libre de las maldiciones de Ramson, cuando no haya peligro... quiero que lo hagas. ¿Puedes hacer eso por mí?, ¿por favor?

Esas dos últimas palabras hacen que le cambie algo en la expresión y, apartando rápidamente la mirada, lo considera.

Honestamente, no sé qué esperar, pero desde luego no es que asienta con la cabeza.

—Ya te dije que sería cuando tú quisieras —dice finalmente—. Si eso es lo que quieres, te convertiré.

Sonrío, incapaz de contenerme, y me lanzo hacia delante para rodearlo con los brazos por el cuello. Él se ríe ligeramente, pero no me devuelve el abrazo.

Pasados unos segundos, Foster carraspea.

—¿Vee?

—¿Sí?

—...esto de contenerse ya es complicado, pero si empiezas a restregarte semidesnuda y cubierta de sangre...

Ah, ups.

Me separo de golpe y él cierra los ojos. El suspiro que suelta parece más resignado que aliviado.

—Hora de limpiarse la tentación —murmuro, y me apresuro a alcanzar una esponja.


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