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13 - 'El día de Navidad'

13

El día de Navidad

—¡Vee! ¡¡¡VEEEEEE!!!

Las sacudidas hacen que abra los ojos, asustada, y me ponga inconscientemente a buscar el peligro. No tardo en darme cuenta de que, en realidad, no hay nada peligroso. Solo una niña sentada sobre mi regazo que me sacude los hombros con la furia de un titán.

—¡¡¡¡¡¡VEE!!!!!! —insiste Addy, histérica.

—¿Q-qué...? ¿Pasa algo...?

—¡Claro que pasa algo! —exclama en voz aguda—. ¡ES NAVIDAD, HAY QUE ABRIR LOS REGALOS!

Ah, así que es eso.

Creo que mi cara deja entrever la ilusión que me hace recibir regalos con la resaca que tengo ahora mismo. Pese a que Addy no se da cuenta, Foster sí que lo hace. Está parado en la puerta con un hombro apoyado en el marco y los brazos cruzados. Ha esbozado una sonrisita satisfecha. Desgraciado. Se lo está pasando genial con la escena.

Yo también.

Aun así, se acerca a nosotras y engancha a Addy por debajo de los hombros para quitármela de encima.

—¿Y si la esperamos abajo para que pueda cambiarse? —propone mientras la levanta con facilidad.

—Bueno... ¡Pero date prisa! —exige Addy agitando las piernas al aire.

Creo que emito un sonido de protesta, pero se queda camuflado en cuanto hundo la cara en la almohada. Dios mío, esto es horrible. Que alguien me mate.

No lo digas muy alto, que hay muchos candidatos.

Estoy a punto de estirarme un poco más, pero entonces un rayo de sol me da directamente en la mejilla. Me encojo sobre sí misma para protegerme, pero de poco sirve. Enseguida abren otra cortina y tengo rayos de sol por ambos lados. Frustrada, me meto bajo las sábanas y me cubro la cabeza.

—Ah, no, de eso nada. —De pronto, la voz alegre de Foster me parece insoportable—. ¡¡¡Buenos días, alcaldesa!!!

Mientras lo dice, le da tal tirón a las mantas que me las quita todas de un solo movimiento. Gimoteo en señal de protesta y me encojo sobre mí misma, hundiendo la cara entre las rodillas.

—Déjame en paz —gimoteo con voz arrastrada.

—Ya te gustaría. Esta preciosa resaca es justo lo que te mereces después de lo de ayer —asegura, y noto que se detiene justo a mi lado—. Están todos esperando abajo para intercambiar regalos.

—Pues que esperen —mascullo.

—Esa no es la actitud, alcaldesa.

—Estás disfrutando de esto, ¿eh?

—Más de lo que debería.

—¿A que no me muevo?

—¿A que voy a por un cubo de agua?

Irritada, me levanto de golpe. Él me observa con una sonrisa mientras salgo de la cama hecha una furia y me encamino a la puerta.

—Te odio —mascullo.

—Lo superaré.

Oigo que me sigue, así que recorro el pasillo rápidamente hasta llegar a mi habitación, donde cierro de golpe. Espero que la puerta le haya dado en la cara. Después, me meto en el cuarto de baño y me miro en el espejo.

Joder, vaya cara. Parezco la novia cadáver.

Podría hacer muchas bromas crueles solo con esa frase, pero me las guardaré.

No estoy de humor para ducharme otra vez, pero sí que me lavo los dientes con muchas ganas. Tengo la sensación de que nunca he tenido la boca tan seca, y supongo que será un efecto más de los estúpidos astrales de Jason. Al terminar, me lavo la cara con agua muy fría. Tengo que hacerlo tres veces hasta que por fin me veo con coraje para bajar las escaleras.

Y no, no pienso quitarme el pijama. Si quieren formalidad, se han equivocado de persona.

La casa en sí no tiene demasiadas decoraciones navideñas, pero el salón está repleto de ellas. Un enorme árbol de Navidad tintinea con sus bolitas de colores junto a la chimenea encendida del salón, de donde también cuelgan varios calcetines gruesos llenos de dulces. Amelia sigue de vacaciones, pero se ha dedicado a hacer el desayuno de todas formas y lo tiene repartido sobre la mesita de café. Hay de todo, pero yo solo veo los bollitos de chocolate. Van a ser míos.

—¡Por fin! —exclama Addy al verme aparecer, y se acerca corriendo para arrastrarme del brazo junto a la chimenea—. ¡Y también llevas el pijama! Qué guay.

Me siento junto al fuego y procuro mantener los ojos abiertos, porque como los cierre ahora seguro que vuelvo a quedarme dormida. Contemplo el montón de regalos que hay bajo el árbol, cada uno con un nombre diferente. Hay varios para mí.

—Que sea Navidad no es excusa para no arreglarse —señala Albert en tonito condescendiente.

Está sentado en el sillón con un periódico alemán abierto ante él. Por supuesto, está más arreglado que de costumbre. Alexa, que está tirada en el sofá, pone los ojos en blanco.

Quienes sí parecen tener un poquito de espíritu navideño son Foster y Amelia, que se dedican a colocar los regalos en un montoncito perfecto.

—¿Ya podemos abrirlos? —pregunta Addy, entusiasmada—. ¡Ya ha bajado Vee, no hay excusas!

—Tienes que comer algo —le recuerda Foster, todavía centrado en su tarea.

Addy resopla, se acerca a la mesa y se hace con una tostada que prácticamente se mete entera en la boca. Se la traga casi sin masticar y luego mira a su padre con los ojos muy abiertos, impaciente.

—A eso le llamo yo fuerza de voluntad —comenta Alexa con una risita.

Foster suspira y asiente, ya sin más excusas, a lo que Addy suelta un chillido de alegría y se lanza a por los regalos. Amelia le tiende uno grande y plateado.

—Creo que este es tuyo —bromea.

—¡Sí! ¡YO LA PRIMERA!

En cuanto identifico el envoltorio, sé que es el mío. Se pone a arrancarlo sin cuidado mientras yo me estiro y alcanzo un bollito de chocolate. Le doy un mordisco gigante y empiezo a masticar con tranquilidad.

Finalmente, Addy consigue hacerse con el regalo. Se queda mirando la cajita con el ceño fruncido.

—¿Qué es? —pregunta, empezando a deshacerla. Al sacar lo que tiene dentro, parece todavía más confusa—. ¿Una... cámara?

—Es una polaroid —explico—. Cuando hagas una foto, saldrá al instante y podrás ponerla donde quieras.

Addy se queda mirándome con los ojos muy abiertos, pasmada con el invento. Después, le da la vuelta para investigarlo y, al reaccionar por fin, suelta un chillido de alegría.

—¡¿PUEDO HACERLE FOTOS A LO QUE QUIERA?!

—Sí, bueno, mientras sean legales...

—¡¡¡Qué pasada!!!

—¿No se te olvida una cosa? —pregunta Foster con una ceja enarcada.

Addy duda un momento antes de dejar la cámara y acercarse para darme un abrazo que casi me lanza de espaldas al suelo. Sonrío y se lo devuelvo, divertida.

—Gracias, gracias, gracias, gracias —dice a toda velocidad.

—De nada, pero... ¿no vas a abrir los otros regalos?

—¡¡¡ES VERDAD!!!

Como le hace mucha ilusión encargarse ella de abrir los regalos, es quien desempaqueta todos los demás. Foster le ha comprado un estuche gigante con pinturas de todo tipo y color junto con un cuaderno para que dibuje lo que quiera, Albert le ha dado un manual de botánica que debe tener más años que todos los de la sala juntos pero que le encanta. Alexa le regala un collar de marca que acepta con mucha alegría, aunque no creo que le entusiasme tanto como todo lo demás, y Amelia le regala una colección de cuentos infantiles que se apresura a pedirme que coloquemos luego en su estantería.

Los demás también hemos tenido regalos, claro. Y se empeña en que los de Foster sean los primeros.

Le toca una corbata de primera marca de Alexa, un jersey cosido a mano de Amelia, un libro viejo y pesado de Albert —que parece gustarle mucho, aunque yo no entiendo nada— y un montón de dibujos de Addy, que le pide que no mire delante de ella porque le da vergüenza.

Y finalmente llega el mío. Lo observo con entusiasmo mal contenido mientras que Addy le tiende el regalo que acaba de abrir porque, por supuesto, primero tiene que verlo ella para darle su aprobación.

—Me das miedo —murmura Foster al verme la cara.

—¡No es nada malo! —aseguro.

—Mmm...

—Vamos, te va a encantar, ya verás.

Él decide fiarse y separa con cuidado el poco papel que ha dejado Addy. Lo aparta suavemente y, acto seguido, contempla el enorme vinilo que tiene delante.

—Mmm... —repite, aunque esta vez suena contrariado.

—¡Te dije que te lo regalaría cuando hablamos de música! —digo con una sonrisa—. ¿No te acuerdas? Fue cuando fuimos a por Alexa.

Los grandes éxitos de Taylor Swift. —Lee en voz alta y va ladeando la cabeza para leerlo en círculo.

—¡Sí! Y en vinilo, para que veas que respeto que seas un abuelo.

—Eres tan sumamente dulce, Vee.

—¿A que sí?

—Si tú eres un viejo —murmura Albert—, mejor no digo lo que soy yo.

Alexa no dice nada sobre su edad, que es la más alta de todos los presentes en la sala. Se mira las uñas para disimular.

—¡A mí me parece un gran regalo! —dice Amelia con una sonrisa.

—¿A que sí? —Mi atención se desvía hacia Foster—. Prométeme que lo escucharás.

—Si te hace feliz...

—No. A ti te hará feliz.

—¡Le toca a Vee! —interviene Addy con alegría—. Primero el del tío Albert.

Mientras deshace del papel, yo sigo comiendo bollos de chocolate. No me doy cuenta de lo descuidada que estoy siendo hasta que Foster se ríe con suavidad a mi lado.

—¿Qué? —murmuro con la boca llena.

—Tienes chocolate en... Bueno, por todos lados.

Abro la boca para responder, pero me quedo callada nada más estira la mano hacia mí. Tengo que contenerme para no dar un brinco cuando veo que va a quitármelo él con el pulgar.

Y, justo cuando va a tocarme, retira la mano y se la lleva al corazón.

—Oh, se me olvidaba que estoy enfadado contigo. Mejor quítatelo tú.

Así que seguimos en esas. Entrecierro los ojos con rencor y me paso el dorso de la mano por la boca.

—Sigo odiándote —mascullo.

—Sigo pudiendo superarlo.

Addy ha terminado de desempaquetar mi regalo, y me sorprende encontrarme con un pijama caliente y muy suave. Es de color rojo oscuro y tiene botones dorados. Miro a Albert con sorpresa, aunque él ni siquiera levanta la mirada del periódico.

—Ese pijama viejo y lleno de jirones ya estaba empezando a ponerme de los nervios —explica con falsa indiferencia—. Además, no era apropiado para estas temperaturas.

Mientras yo sigo contemplándolo, Alexa suspira con admiración exagerada.

—¡Qué abuelito más considerado!

—Vuelve a llamarme así y...

—¡¿Podemos seguir abriendo regalos?! —protesta Addy con histeria.

Alexa me ha regalado exactamente la misma joyita que a Addy, así que igual que ella finjo que me ha encantado. Addy, por cierto, me ha regalado un montoncito de dibujos de, según ella, todo lo que hemos vivido juntas. Dice que solo puedo verlo a solas porque le da vergüenza que lo haga delante de ella, así que lo pongo detrás de mí y me centro en mi último regalo del montoncito. Miro de reojo a Foster en busca de pistas, pero su cara no deja entrever absolutamente nada.

Addy rompe el papel con una gran sonrisa entusiasta y luego me tiende la cajita con muchas ganas. La abro con curiosidad y saco lo que parece un cuaderno viejo y cerrado con un cordón que debe tener más años que yo. Echo una mirada de soslayo a Foster, que para mi sorpresa parece un poco nervioso.

—¿Un cuaderno? —pregunta Addy con decepción.

—No es un cuaderno cualquiera —murmura su padre mientras yo deshago el nudo y abro las primeras páginas. Me quedo mirando mi propia letra, torpe y temblorosa, repitiendo nombres y frases a lo largo de todas las páginas—. Es... mmm... quizá no te acuerdes mucho, pero cuando te encontramos no sabías leer o escribir, así que me ofrecí a echarte una mano y... eh... bueno... ahí están todas las prácticas. No sé por qué lo he guardado tanto tiempo, pero pensé que quizá te haría ilusión tenerlo y... mmm... en fin, feliz Navidad.

Sé que supone que tengo que dar una respuesta, pero soy incapaz de hacerlo. Simplemente, observo mi propia letra. Los nombres de miembros de la nobleza que repetía para aprender a escribir, las frases sueltas... paso un dedo sobre una de las letras y casi puedo oler el polvo de aquella biblioteca gigante en medio de Francia.

—Ooooooh —exclama Alexa con dramatismo, y señala a Foster—. Míralo, todo rojito y nervioso.

—Cállate —musita él.

—Ya podrías haberle regalado un anillito para hincar rodilla.

—¡¿Vas a regalarle un anillo?! —chilla Addy, fuera de sí de la alegría.

—¿Eh...?

—¡¡¡VAMOS A SER UNA FAMILIA!!!

—¡Addy, no la escuches! —interviene Amelia enseguida, alarmada por el tono rojo que está adquiriendo la cabeza de su jefe.

Alexa empieza a reírse a carcajadas. A todo esto, yo sigo a lo mío. Cierro el cuaderno de nuevo y me apresuro de atarlo con cuidado. Y, cómo no, Addy se empeña en seguir abriendo regalos.

A Alexa parecen encantarle las botas de marca que le he comprado y que han dejado mi cuenta tiritando, mientras que Albert no aprecia demasiado el móvil baratito que le hemos conseguido Foster y yo, porque dice que no necesita moderneces humanas. Amelia, por lo menos, sí que disfruta de los dos jerséis de lana suave que le he pedido por correo.

Al final, parece que todo el mundo queda satisfecho. Addy me pide que me ponga el pijama y juegue con ella, así que subimos a su habitación para estrenar la cámara y el paquete de pinturas.

Tarda mucho más de lo habitual en aburrirse, y tengo la enorme suerte de que, para cuando lo hace, Kent ya ha llegado para cuidar de las plantas. Cualquiera diría que no trabajaría en Navidad, pero por lo visto su abuela Gladys tiene montada una fiesta de jubilados y quiere estar lo más alejado posible de su casa. Addy se pone el abrigo y las botas y, encantada, sale con él al jardín para ayudarle.

Yo me quedo junto a la ventana de brazos cruzados, disfrutando de la calidez de mi nuevo pijama. Me siento como si me deslizara dentro de una nube.

Llevo ya un rato observando la escena de Addy jugando con Deandre y Kent cuando noto que alguien se detiene a mi lado. Por perturbador que suene, lo reconozco solo por el olor.

A ver si vas a empezar a ser más vampira que humana.

Foster carraspea, por lo que supongo que está tenso, aunque yo mantengo la mirada clavada en la ventana.

—Si vas a echarme otra bronca... —empiezo.

—No es eso.

—¿Entonces?

Vuelve a carraspear. Solo hace eso cuando está nervioso. Oh, oh.

—¿No... no te ha gustado el regalo? —pregunta al final.

Me quedo quieta unos instantes, y luego me vuelvo para mirarlo con extrañeza. Está intentando disimular, pero sí, está muy nervioso. Quizá es porque no le he dicho nada desde el momento en que lo he recibido. Y sí, he notado que me miraba todo el rato, pero pensaba que era por el chocolate que me había vuelto a poner en la cara.

—¿Eso te ha parecido? —pregunto al final.

—No estoy muy seguro. Pensé que sería una buena forma de abrazar tu pasado, pero entiendo que puede evocar momentos muy duros de tu vida que no tienes por qué...

—Foster, frena, ¿quién dice que no me haya gustado?

—Em... ¿tu cara?

—Pero esa cara no era porque no me gustara. —Cierro los ojos un momento y sacudo la cabeza—. Es que no me esperaba un regalo, después de lo de anoche... No te habría culpado, la verdad.

Eso último hace que enarque una ceja con interés.

—¿Acabas de admitir que cometiste un error?

—¡Ya lo admití anoche!

—Pero estabas drogada, así que no cuenta. ¿Acabas de admitirlo sobria?

—No voy a repetirlo.

—Sí, vas a hacerlo. Y mirándome a los ojos.

Su tono es de broma, pero aun así que me dé órdenes hace que me ponga un poco tensa. Y no en el mal sentido, precisamente.

Estás cada día peor.

Giro la cabeza lentamente para mirarlo a los ojos. Parece muy satisfecho consigo mismo, mientras que yo me limito a apretar los labios.

—P-e-r-d-ó-n.

—Oh, qué vocalización más perfecta, qué placer auditivo.

—...

—¿Puedes repetirlo? Creo que no lo he disfrutado lo suficiente.

—¡No voy a decirlo más!

Él se ríe entre dientes, entendiendo que ya ha tirado demasiado de la cuerda, y vuelve al tema.

—Sigo molesto —admite—, pero eso no significa que no quiera hacerte un regalo de Navidad.

—Del uno al diez... ¿cómo de enfadado estás?

—Un ocho.

—Es un número muy alto.

—Y puede ser peor, querida.

—Pero ¡mira lo feliz que está Addy! Todo ha salido perfecto.

—Mmm... vale, un seis.

—¡Y recuerda el súper regalo que te he hecho!

—Un nueve.

—¡No, no, olvida el regalo!

Él se ríe con suavidad y sacude la cabeza.

—Un seis, entonces.

—Puedo convivir con un seis, aunque intentaremos bajarlo.

—No me lo digas... tienes un plan, ¿verdad?

—Fingiré que no he oído ese tono de burla, señorito. Y sí, tengo un plan. Podría... seducirte.

Como para reforzar mi idea, empiezo a escalar con dos dedos por su pecho hasta que llego a su cuello. Si le ha afectado, no lo demuestra demasiado. Se limita a enarcar una ceja con poco interés.

—¿Has visto lo sexy que es mi pijama? —insisto con una sonrisa sugerente.

—Tan sexy que casi me desmayo al vértelo puesto. Imagínate cuando te lo quites.

Doy un breve respingo y él empieza a reírse, sacudiendo la cabeza.

—¿No se suponía que ibas a seducirme? —pregunta.

—¡Pero nadie te ha dicho que me sigas el rollo!

—Bueno, vuelve a intentarlo cuando mi enfado baje al tres.

—¿Y no puedes darme una pista de cómo conseguirlo?, ¿por fi?

Durante un instante, me da la sensación de que va a pasar de mí. De hecho, es su intención. Pero entonces yo me pongo a hacer pucheros como una desquiciada y él intenta reprimir una sonrisa.

Vale, ¿en qué momento he pasado a tener diez años y a hacer pucheros?

¿Y en qué momento se han convertido en un método viable para que te haga caso?

—Puedes decirme qué hiciste ayer —dice al final, y mi puchero desaparece de golpe.

Dudo visiblemente, y luego tuerzo el gesto.

—Si me prometes que no me odiarás mucho —murmuro.

Parece que va a asentir, pero entonces echa la cabeza hacia atrás, extrañado.

—¿Quién ha hablado de odiarte? No te odio, Vee.

—Bueno, es que anoche...

—Anoche me enfadé por Addy, y lo sabes. Pero tendrías que cabrearme muchas veces para que empezara a odiarte.

Intento no sonreír como una idiota.

Spoiler: no lo consigue.

—Oooooooooh, como sigáis así, voy a vomitar un arcoíris.

Ambos nos volvemos a la vez hacia Alexa, que está apoyada en la columna con una mano en el corazón. Su cara es de sufrimiento dramático.

—¿Es que solo intervienes para burlarte? —pregunta Foster con los ojos entrecerrados.

—Mayoritariamente, sí. Y no hables tanto, vampirito, que estabas tan distraído que no te has dado cuenta de mi presencia.

Foster se pone a la defensiva, pero no dice nada porque sabe que tiene toda la razón. Me echa una miradita de soslayo, como si me diera la culpa, y yo me cruzo de brazos sin arrepentirme de nada.

—Ya que nadie me pregunta —añade Alexa, separándose de la columna—, yo también creo que es buena idea decirle lo de ayer.

—¿Cómo? —Foster frunce el ceño—. ¿Ella lo sabe y yo no?

—Nuestra alcaldesa tiene a sus favoritas, vampirito, no te pongas celoso.

—¡No es por eso! —digo enseguida—. Es porque... necesitaba su ayuda.

—¿Y la mía no?

—Es... mmm... es complicado —digo al final—. Mira, vamos a decírtelo, pero... no te enfades, ¿vale?

—Vee, no me asustes.

—¡No es nada malo! Solo es... un pequeño secuestro.

—¡¿Secuest...?!

—Me estoy quedando sin paciencia —interviene Alexa, aburrida.

Y, al mismo tiempo que chasquea los dedos, nos transporta directos al sótano de Sylvia.

Habría estado bien tener un margen de tiempo para pensar en una explicación.

Al ser Navidad, Sylvia debe estar comiendo con su madre, así que la tienda se encuentra cerrada. Por lo tanto, el único ser vivo que hay ahora mismo en el sótano, a parte de las arañas, es Ramson.

El señor tarantulón.

Sigue estando atado a la columna y sentado en el suelo, y debía estar muy tranquilo, porque cuando aparecemos da un respingo del susto. Supongo que debe tener muchas preguntas, porque yo sigo yendo en pijama y Alexa tiene las manos llenas de bollos de mantequilla que no sé de dónde ha sacado. Foster es el único que parece medianamente normal.

Aun así, en cuanto se miran, las reacciones son instantáneas: Ramson gruñe con desagrado y Foster entreabre los labios, pasmado.

—El que faltaba —murmura Ramson.

—¿Qué...? —empieza Foster.

Me giro en redondo hacia este último, preocupada.

—No te enfades antes de tiempo —pido enseguida.

—P-pero... ¿cómo...? ¿Cuándo...?

—Es... una larga historia. ¡La parte positiva es que ya lo tenemos aquí y no puede hacerle daño a nadie!

Ramson pone los ojos en blanco.

—¿Habéis venido para hablar de mí como si no estuviera delante?

Foster pasa completamente de él y me contempla, todavía pasmado.

—¿En qué momento se te ocurrió que dejar a un vampiro atado en un sótano era una buena idea?

—Bueno ¿y qué querías que hiciera? No iba a meterlo en tu cama.

—No, claro, estabas muy ocupada haciéndolo tú misma.

—¡¿Cómo?! —salta Ramson por ahí atrás.

Todo el mundo pasa de él.

Como debe ser.

—Era eso o volver a soltarlo —insisto en voz baja—. Le pedí a Alexa que lo asegurara con unos cuantos hechizos, y ha funcionado.

—Es que soy genial —murmura ella, comiendo bollitos.

—¿Y cuando tenga hambre? —insiste Foster—. ¿Qué harás entonces?

—Ya tengo hambre —dice Ramson aunque, de nuevo, nadie le hace caso.

—Pues dejaré que beba de mi sangre —sugiero—. O la de Sylvia, aunque no creo que pueda convencerla.

—Me quedo con la primera opción —dice el ignorado.

Foster, por cierto, sigue pareciendo contrariado. Me mira como si algo no le encajara, o como si estuviera haciendo una lista mental de todas las cosas que están mal en mi planteamiento.

Debe ser una lista muy larga.

—No sé, Vee...

—Piensa en lo fácil que sería todo si Alexa me quitara las maldiciones —insisto en voz baja, alcanzando sus manos. Foster se deja, pero a regañadientes—. Ya no nos ataría nada. Ya no tendría ninguna carga detrás.

—Sí, pero... ¿y si no funciona?

—¿Podéis soltaros las manitas? —sugiere Ramson.

—No hay muchas más opciones —murmuro—. Y vale la pena intentarlo, ¿no crees?

Sigue pareciendo confuso, pero no dice nada. Se limita a sospesar la situación que le acabo de plantar delante.

Y, por fin, se vuelve hacia Ramson. Este se tensa y le frunce el ceño.

—No te me acerques —advierte.

Foster sigue pasando de él como si no existiera. Se limita a agacharse un poco para revisar las runas que tiene la columna en la que lo atamos ayer. Debe quedarse satisfecho, porque no hace ningún otro comentario.

—¿Y por qué no lo habéis intentado todavía? —pregunta al final.

—Porque Alexa dijo que estábamos demasiado débiles como para intentarlo.

—¿Y ahora? Ya estáis mejor, ¿no?

Los tres nos volvemos hacia Alexa a la vez y ella, que todavía tiene la boca llena de bollitos, frunce el ceño.

—¿Qué os pasa ahora? —masculla—. Estaba en mi momento zen del día.

—¿Podrías intentar quitarnos las maldiciones ahora? —pregunto.

La pregunta hace que se quede quieta unos segundos. Después, mira a Ramson con fijeza. Él le devuelve la mirada, aunque a la defensiva.

Pasados unos segundos, ella frunce el ceño.

—Tengo una noticia buena y una mala. ¿Cuál queréis primero?

—Las dos —dice Foster, impaciente.

—Bueno... ayer estuve mirando entre mis cositas y me acordé de un detalle que no os he mencionado antes y que quizá sea importante... ejem... Resulta que, para quitar una maldición tan compleja, hay que ir al lugar donde se originó.

La habitación se queda en completo silencio durante unos segundos. Incluso Ramson se ha quedado sin ningún comentario de mierda que soltar.

—¿Qué? —salta Foster entonces, airado—. ¿Y dónde se supone que...?

—Fue en Francia —murmuro de mala gana.

—¡¿Hay que ir a Francia?! —repite Foster con los ojos muy abiertos—. Será una broma.

—No es una broma —asegura Alexa con una risita inocente—. Y vais a tener que ir por los medios tradicionales, porque yo no puedo transportar a tantas personas a la vez y tan lejos.

—¡¿Pretendes que vayamos con un vampiro atado por el aeropuerto?!

—Es la idea, sí.

—¿Y cuál es la buena noticia? —pregunto con un suspiro.

—¡Esa era la buena! —exclama Alexa, ofendida—. ¡Vais a viajar juntitos, como los recién casados!

—¿Y este qué es? —pregunta Foster—, ¿el equipaje de mano?

—Os recuerdo que sigue casada conmigo —masculla Ramson por ahí detrás.

—Entonces —interviene Foster—, ¿cuál se supone que es la mala noticia?

—Ah, sí... um.... Ese señor debería comer. Y no es una sugerencia. Tiene que comer. En cuanto antes.

Entiendo por qué lo ha dicho de esta forma, y por qué Foster se ha girado en redondo para mirarme con los hombros tensos. Sin Sylvia presente, soy la única que le puede dar de su sangre.

—A mí no me parece una mala noticia —comenta Ramson.

—Cállate —sisea Foster sin mirarlo, y luego se acerca a mí—. No tienes por qué hacerlo. Que se joda.

—¿Don perfecto ahora dice palabrotas? —pregunta Ramson con dramatismo.

Dudo un momento, mirándolo de soslayo, y luego me miro a mí misma.

—Si no me muerde... no puede afectarme, ¿no? Podría hacerme un corte o algo así y que la sangre caiga en un vaso... Qué asco me está dando esta conversación.

—Es una idea —concede Alexa.

—Una idea con la que no estoy de acuerdo —insiste Ramson—. No sabe igual de bien.

—¿De verdad te crees que a alguien le importa lo bien que te sepa? —pregunta Foster, poniendo los ojos en blanco.

—A mi esposa, quizá.

Oh, golpe bajo.

Foster se vuelve hacia él con el ceño fruncido, y yo me apresuro a intervenir:

—No voy a acercarme a él —aseguro—. Por eso puedes estar tranquilo.

Pero no está muy tranquilo porque, en cuanto digo eso, Ramson se ríe entre dientes y echa la cabeza a un lado.

—No parecías pensar lo mismo anoche, Genevieve.

Noto que el color se me va de las mejillas al mismo tiempo que Foster cambia ligeramente su expresión. Es confusa y... tensa. Oh, oh.

Alexa nos mira con los ojos muy abiertos, atenta al drama.

—¿Qué quiere decir con eso? —me pregunta Foster, mirándolo.

—Eh... no...

—¿No se lo has contado, cariño? —me pregunta Ramson, a su vez, y chasquea la lengua con desaprobación.

—¿Contarme el qué?

—¡N-nada!

—Que, para dejarme inconsciente, me...

Mi muñeca estampándose en su boca lo detiene de golpe. Me he movido tan rápido que Foster apenas ha tenido tiempo de reaccionar antes de que yo le restregara la muñeca en la cara al pesado.

—¡Bebe y calla! —chillo.

Y, por supuesto, noto cómo Ramson sonríe sobre mi piel. Frunzo el ceño, airada, y aprieto todavía más. Él me mira con satisfacción. Ha conseguido justo lo que quería.

Estoy a punto de mover el brazo, pero entonces, sin dejar de mirarme fijamente, noto que saca los colmillos.

El dolor es como un latigazo que, por un momento, ciega mis ojos. Me apoyo en la columna con la mano libre y aprieto los dientes con fuerza. La última vez que me mordió, estaba intentando seducirme. Esta vez no. Nunca me habían mordido para hacerme daño, pero... joder.

—Vee, ¡aparta el braz...! —Foster se queda paralizado a media frase, justo cuando Ramson me muerde y el olor a mi sangre llena el sótano. Se queda mirándome fijamente, con la mano suspendida a unos centímetros de mi brazo, y de pronto desaparece de mi vista.

Me vuelvo como puedo y lo encuentro en el rincón opuesto de la sala, con la cara blanca y los ojos cerrados con fuerza. Ramson, en cuanto ve que lo miro, muerde con más fuerza y no puedo evitar el gruñido. Vale, duele. No. Arde. Esa es la palabra. Me siento como si tuviera el brazo entero en carne viva. Con la cara contraída por el dolor, hago lo posible para que las lágrimas que me llenan los ojos no empiecen a caer.

—Ya es suficiente —dice Alexa entonces en tono serio.

Ramson pasa de ella. Sigue observándome y, en cuanto le devuelvo la mirada y ve que tengo los ojos llenos de lágrimas, puedo sentir que aumenta la presión de los colmillos.

Vale, a la mierda la dignidad.

—Para —suplico en voz baja, intentando quitar el brazo. Está tan dolorido que apenas puedo moverlo—. Por favor, para ya.

Estoy a punto de soltar otra súplica poco digna cuando, de pronto, su boca se separa de mi piel. Caigo hacia atrás y me llevo el brazo al pecho, como si intentara protegerlo. Levanto la mirada, todavía anegada en lágrimas, y veo que Foster se ha acercado rápidamente y le ha agarrado el pelo en un puño. Le ha echado la cabeza hacia atrás con tanta fuerza que ha hecho una pequeña brecha en la piedra de la columna, justo donde ha dado su cabeza.

Ramson levanta la mirada para encontrar la suya. Todavía tiene los labios más rojos de lo habitual y, mirando a Foster a los ojos, se pasa la lengua por ellos. Su sonrisa satisfecha contrasta con la mueca furiosa de Foster.

Pero al final, justo cuando pensaba que le daría un puñetazo —o su equivalente vampiro—, Foster se vuelve hacia mí y se agacha a mi lado. No me toca, por supuesto, sigue pálido por el olor, pero hace un gesto para que le enseñe la herida.

Lo hago, claro. Tiene muy mal aspecto. Las marcas de los dientes, especialmente de los colmillos, se ven perfectamente. Y la sangre no deja de brotar. Por lo menos, ya no tengo los ojos llenos de lágrimas. Nada me jodería más que llorar delante de Ramson.

—Mmm... —dice este, mientras tanto, con una sonrisa satisfecho—. Tan deliciosa como recordaba.

Foster tuerce un poco el gesto, y es la única señal que da de que lo ha oído. Por lo demás, decide centrarse en mi herida.

—Volvamos a casa —dice en un tono sumamente medido—. Alexa te curará.

Asiento sin articular palabra. La aludida, por cierto, sigue de pie a unos pasos de nosotros. Observa la escena con fijeza, pero no dice nada. Lo que más me sorprende es que no hay sonrisa, ni comentario malintencionado. Solo mira fijamente a Ramson con el ceño ligeramente fruncido. Es la primera vez que la veo tan seria.

—Hora de volver —dice al final. Su voz suena normal, pero su cara refleja otra cosa.

Foster ni siquiera se vuelve por última vez hacia Ramson, sino que se agacha un poco más y, para mi sorpresa, me pasa un brazo por debajo de las rodillas y el otro por debajo de la espalda. Se pone de pie como si no le pesara nada.

Estoy a punto de decirle que no hace falta que me lleve en brazos, pero entonces me doy cuenta de lo mareada que estoy. He perdido tanta sangre que creo que, efectivamente, no podría sostenerme en pie.

Foster se acerca a Alexa con los dientes apretados e intentando con todas sus fuerzas no respirar el olor de mi sangre, que ahora le está manchando toda la ropa.

Me asomo por encima de su hombro y veo a Ramson, que está ocupado limpiándose la boca en su propio hombro. En cuanto nota que lo estoy mirando, me devuelve la mirada. Cuando me guiña un ojo con diversión, me entran ganas de golpearlo.

Pero entonces Alexa nos transporta de vuelta a casa.

A ver cómo le explicáis todo esto a Albert.


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