12 - 'El bajón después del subidón'
12
El bajón después del subidón
Sentada en la nieve, contemplo mi alrededor con curiosidad casi infantil. Según mis cálculos, a estas alturas ya debería empezar a pasarse el efecto de los astrales de Jason, pero no es el caso. De hecho, tengo la sensación de que a cada segundo que pasa, estos se vuelven peores. ¿No se supone que solo hacen esto a los vampiros, y no a los humanos?
Quizá sea porque eres medio vampira, querida.
Ah, es verdad.
Dentro de la neblina que es mi cerebro ahora mismo, atisbo a ver tres figuras acercándose a toda prisa. Sonrío ligeramente. Sabía que Sylvia, Jana y Kent me harían caso y no avisarían a Foster. Menos mal que puedo confiar en alguien de la ciudad, para variar.
—¡Hola! —exclamo casualmente cuando llegan.
Aunque la escena..., bueno, no es muy casual.
Básicamente estoy sentada en la nieve con la espalda apoyada en el porche de una vieja casa y Ramson tirado e inconsciente a mi lado.
Los tres se quedan mirándonos, pasmados, y yo levanto una mano inerte de Ramson para saludarles.
—Hola —digo en un gruñido, imitando su voz. Luego me río y lo suelto—. Oye, qué rápidos sois, yo he tardado una eternidad en llegar aquí.
No sé cuál de los tres parece más perplejo.
—¿Qué...? —empieza Kent, sin saber a cuál de los dos mirar.
Jana se acerca a mí, cautelosa. Es raro verla preocupada estando tan acostumbrada a su sonrisita jovial y su despreocupación general. Se agacha a mi lado y, con mucha suavidad, me levanta la cara por el mentón.
—¿Qué has hecho? —murmura al ver mis pupilas.
—He tumbado al grandullón, básicamente.
Sylvia, a estas alturas de la conversación, se ha agachado junto a Ramson. Tras dudar un momento, le toquetea el jersey y los pantalones hasta que saca lo que parece un pequeño puñal de obsidiana.
—No sé qué le has hecho —comenta, con la voz más casual de los tres—, pero debe estar inconsciente de verdad. Cuando le donaba sangre, no me dejaba ni rozarlo sin ponerse como una furia.
Sonrío con orgullo.
—En otra cosa no, pero incapacitando a la gente soy genial.
—Em... —Kent agita los brazos en modo pánico extremo—, ¡¿alguien me puede explicar qué hacemos con el vampiro inconsciente que tenemos ahí tirado?!
Es una buena pregunta. Las dos se quedan mirándolo, no muy convencidas.
—Oh, tengo un plan —digo entonces—. Necesito que lo transportéis.
—¿Y tú qué? —pregunta Sylvia.
—¡Yo ya lo he traído hasta aquí!
De haberme quedado con él a las afueras de Braemar, corríamos el riesgo de que nos encontraran. Tirar de él por el bosque ha resultado ser más complicado de lo planeado, pero por lo menos he conseguido arrastrarlo hasta un sitio donde tengo seguro que no se va a poder escapar.
Esa es mi niña.
—Es un buen momento para explicar el plan —comenta Sylvia.
Vuelvo a la realidad. No me he dado cuenta de estar contemplando el bosque con una sonrisa.
—Ah, sí. Es que estaba pensando en otra cosa.
—¡¿Estabas pensando en otra cosa?! —repite Kent, pasmado—. ¡¡¡Tienes un ser potencialmente asesino tumbado a tu lado, centrémonos en eso!!!
—Deberíamos llamar a Foster —sugiere Jana entonces.
—¡NO!
Vale, quizá he sonado más agresiva de lo que pretendía. Ella da un brinco, asustada, y yo trato de centrarme otra vez.
—-E-es decir... ¿para qué molestarlo? —corrijo—. Seguro que se lo está pasando genial en las fiestas de la plaza.
—O eso —comenta Sylvia—, o no quieres que se entere de que te has drogado y, probablemente, también has drogado a alguien que, en el mejor de los casos, quiere matarte.
—¿Para qué entrar en detalles? No rompas la magia.
—Estábamos con el plan —recuerda Kent.
—Ah, sí —sonrío ampliamente—. ¡Vamos a llevarlo al sótano de Sylvia!
Hay un momento de silencio cuando todo el mundo se vuelve hacia la aludida, que ya tiene el ceño fruncido.
—Será una broma.
—Es el sitio más seguro —recalco.
—¿Seguro? ¡No voy a trabajar cada día con este... señor abajo! ¡Llévalo a tu casa!
—Sí, claro, para que Addy juegue con él cuando se aburra.
—Podemos dárselo a Deandre —comenta Kent—. Que Foster lo lance al bosque y el perro vaya a buscarlo.
—¿Podemos dejar de decir tonterías y centrarnos en el problema? —sugiere Jana, todavía asustada.
Suspiro pesadamente y, por fin, apoyo las manos en el suelo para impulsarme hacia arriba y ponerme de pie. Kent me sujeta de los brazos para estabilizarme, y no me doy cuenta de lo mucho que lo necesito hasta que dependo completamente de su agarre.
—Tu sótano es más seguro porque nadie sabe que existe —sigo, mirando a Sylvia—. Ramson no sabrá dónde está y solo tendrá una salida, así que escapar será muy difícil.
—¿Y cómo pretendes que lo retengamos, exactamente?
—Déjame eso a mí y... —De pronto, las piernas me fallan y caigo encima de Kent, que me sujeta como puede sin tocar nada muy privado. Es bastante cómico, porque creo que ahora mismo no puede darme más igual que intente meterme mano, pero él está muy empeñado en ser un caballero—. Mierda, qué mareo.
—¿Vas a vomitar? —pregunta Jana, alarmada—. Porque yo no puedo ver a nadie vomitar sin hacerlo yo también.
—No, no, estoy bien...
Por lo menos, he conseguido convencer a Sylvia. A regañadientes, va a por el coche con el que han venido y lo aparca junto a la casa abandonada. De alguna forma, se las apañan para tumbar a Ramson en el asiento trasero —pese a que yo he sugerido meterlo en el maletero y nadie me ha hecho caso—. Yo me quedo delante, Sylvia como conductora y los dos restantes detrás. Al pobre Kent le ha tocado tener la cabeza de Ramson en el regazo, y lo contempla como si fuera a abrir los ojos de un momento a otro.
Sylvia empieza a conducir y me dice que me ponga el cinturón. Lo intento, pero no tengo resultados demasiado positivos: la mano me falla y caigo hacia delante. Consigo apoyarme en el salpicadero para no darme un golpe en la frente, pero aun así me quedo con la cabeza colgando hacia delante.
—Oye, estoy empezando a preocuparme —comenta Sylvia, echándome ojeadas rápidas.
—¿Ahora empiezas a preocuparte? —exclama Jana, pasmada—. ¡Pensaba que todo el mundo estaba tan aterrado como yo!
—Estoy bien —aseguro—. No pasa nad...
Me interrumpo a mí misma sin darme cuenta. Mis ojos se cierran sin que pueda impedirlo.
No sé si estoy dormitando o qué, pero sé lo que tengo que hacer; hay que avisar a la única persona que puede ayudarnos ahora mismo. Mi única esperanza es que esté lo suficientemente cerca como para escuchar mis pensamientos, porque...
Aleeeeeeexaaaaaa... ven con mami...
Exacto. Gracias, conciencia.
¡Alexa!
No parece que funcione.
¡ALEXAAAAAA! ¡VEN AQUÍ Y TE COMPRO UNAS BOTAS NUEVAS!
Y seguiría haciéndolo, pero me mareo todavía más. Trago saliva con fuerza. Y de pronto lo que deberían ser segundos se convierten en mucho más, porque lo siguiente que sé es que alguien está sacudiéndome el hombro.
Abro los ojos otra vez, medio dormida, y me encuentro con el suelo lleno de polvo del sótano de Sylvia. Empiezo a toser de forma violenta, a lo que Kent me da unas cuantas palmaditas en la espalda y luego se aparta para dejarme un poco de espacio.
—Menos mal —comenta Sylvia—, ya pensaba que estaba muerta.
—Qué consuelo —dice Jana con un retintín de ironía.
—Oye, si le pasa algo, no pienso ser yo quien se lo diga a Foster.
Le saco el dedo corazón como puedo, a lo que ella se ríe.
—Me pido la parte de decírselo —comenta una nueva voz—. Nada me gusta más que un buen drama.
Sorprendida, levanto la cabeza. Alexa también está aquí, y se ha acuclillado a mi lado. Con media sonrisa, me levanta del mentón con un dedo para revisarme la cara. Sea lo que sea que ve en ella, hace que su sonrisa se vuelva completa.
—¿Qué te has tomado, chiquilla? Tienes un aspecto horrible.
—Gracias por tanto cariño.
—Oh, sigues siendo preciosa, no te preocupes —asegura—. Y te recuerdo que me debes unas botas nuevas. Me gusta Louis Vuitton, para que vayas apuntándolo.
Así que lo ha escuchado.
No hubo suerte, vaya.
Suspiro a la vez que ella me suelta la cara y, como no tengo ningún soporte, me quedo con la mejilla pegada al suelo. Apenas puedo moverme —estoy derrotada—, pero aun así miro a mi alrededor.
Efectivamente, estamos en el sótano. Ramson está sentado con la espalda pegada a una de las columnas de piedra y tiene las manos detrás de él, así que supongo que las tiene atadas y seguras. Sobre su cabeza hay unas cuantas runas que deduzco que serán para prevenir que no se marche. Jana está acuclillada a su lado, y le quita las manchas de tierra y las ramitas del pelo. Es la única persona que conozco capaz de preocuparse por alguien como Ramson. Kent, a su lado, parece no querer moverse demasiado por si necesita ayuda, aunque está más asustado que ella.
Sylvia da vueltas con los brazos cruzados, claramente nerviosa. Alexa, por otro lado, permanece con una mano en la cadera y una mirada burlona clavada sobre Ramson.
—Mi madre siempre me dijo que los más guapos son los peores, pero no creo que fuera consciente de hasta qué punto pueden llegar a serlo.
—¿Tú tienes madre? —pregunta Kent, sorprendido.
Alexa enarca una ceja.
—No, cariño, nací por gracia divina. ¿A ti qué te parece?
—B-bueno... no sabía si... ¡AAAAAAAAAHHHHHHHH!
Todo el mundo se tensa de golpe. Yo la primera. Y es que Ramson ha abierto los ojos.
Kent se cae de culo al suelo y retrocede a toda velocidad, mientras que Jana se aparta varios pasos. Sylvia se queda quieta, tensa, y Alexa suspira al oír los gritos de Kent.
Ramson, mientras tanto, sigue parpadeando e intentando ubicarse en el espacio-tiempo en el que se encuentra. Intenta tirar de sus brazos y, al notar resistencia, parece que empieza a enfocar la mirada. Se contempla a sí mismo, alarmado, y vuelve a tirar. Nada. Mira a su alrededor y, tenso, intenta reconocer a todo el mundo... hasta que sus ojos se encuentran con los míos.
Bueno, esperemos que no se acuerde.
No sé cuál será mi expresión, pero la suya se vuelve de furia al instante. Da un tirón al amarre que hace que la columna emita un sonido crudo y trata de lanzarse sobre mí, fuera de sí.
Confirmamos que se acuerda.
—Eres una...
—Silencio —exige Alexa, sin inmutarse—. No tires de las cuerdas; es inútil.
Ramson pasa completamente de ella y se limita a mirarme fijamente. Ha dejado de tirar de su amarre, pero hay algo en su mirada gris claro que me deja congelada en mi lugar. Ni siquiera es odio, es más bien... traición.
Bueno, no es el más adecuado para hablar de eso.
—¡N-no nos mates... por favor! —sigue Kent por ahí detrás—. ¡No queríamos...!
Se calla de golpe y, sorprendido, se lleva las manos a los labios. Están cerrados en una línea, y no puede despegarlos. Alexa pone los ojos en blanco.
—No soporto las súplicas humanas, así que hazme un favor y cállate un rato. Si te portas bien, quizá termine quitándotelo.
Tampoco es que tenga mucha opción. Derrotado, suspira y hunde los hombros.
Ramson aprovecha el momento para mirar mejor a su alrededor. Está claro que busca un punto de referencia sobre dónde está, pero no lo encuentra. Ni siquiera hay ventanucos, y la puerta está reforzada. Con un sonido de frustración, analiza mejor a la gente que tiene cerca. Finalmente, su mirada vuelve a recaer sobre mí, aunque esta vez no dice nada.
Mientras tanto, yo he intentado ponerme de pie. No sirve demasiado, pero por lo menos consigo quedarme sentada en el suelo. Con las manos todavía apoyadas en este, cierro los ojos con fuerza e intento volver a centrarme en lo que estamos haciendo aquí.
—Sí, es una buena idea —comenta Alexa, leyendo mis pensamientos—. ¿Puedes explicarme qué hacemos con este chico y por qué no lo has matado directamente?
Él sigue mirándome fijamente, aunque ya está empezando a apañárselas para que su expresión vuelva a ser inescrutable. Aun así, lo conozco suficiente como para leer las emociones que transmiten sus ojos pálidos: si no tuviera cuerdas, probablemente ya me estaría arrastrando del pelo.
—No estaba armada —explico torpemente.
—Vale, déjame rectificar —sigue Alexa—: ¿por qué has ido a perseguir a un vampiro sin estar armada?
—Porque, de haberlo estado, él no habría confiado en mí y no habría podido besarlo para pasarle la droga.
Mi voz suena arrastrada y pastosa, pero todo el mundo me entiende perfectamente.
—Vale, ¿y qué hacemos ahora con el souvenir? —pregunta Sylvia, claramente tensa—. Porque quiero pensar que no se quedará aquí mucho tiempo.
A modo de respuesta, contemplo a Alexa. Ella agudiza la mirada, indagando en mis pensamientos, y luego tuerce el gesto.
—Me esperaba algo más interesante.
—¿Más interesante? —repite Jana, sin entender nada.
—Quiero que Alexa nos quite las maldiciones que nos unen —digo en voz baja, sin mirar a nadie en concreto—. Ahora que lo tenemos atado, debería ser más fácil. Y, una vez que ya no nos una nada..., bueno, ya sabéis.
Hay un momento de silencio en la habitación y, entonces, una risa baja y amarga hace que todo el mundo se vuelva hacia Ramson. Hace un buen rato que no deja de mirarme, y su sonrisa parece de todo menos simpática.
—¿Qué? —mascullo, ya irritada. Qué facilidad tiene para cabrearme.
—¿Eso te dices a ti misma para dormir tranquila?
Su voz también suena algo tocada, como la mía, pero sabe sobrellevarlo mejor.
—No sé de qué hablas —murmuro.
—Si quisieras matarme, ya lo habrías hecho. ¿Lo de no llevar armas para que confiara en ti? Por favor... podrías haberlas escondido. Podrías haber robado la mía, incluso. Podrías haber hecho mil cosas, pero elegiste no hacer ninguna. ¿Y lo de no matarme por las maldiciones? Oh..., venga ya.
—Cállate —siseo entre dientes.
—Deja de engañarte a ti misma de una vez. Si no me has matado todavía es, simplemente, porque no te atreves. No puedes matarme, ¿verdad? —añade en voz más baja y burlona—. Ese es el problema, Genevieve. ¿Te crees que sin maldiciones te dará igual que yo viva o muera? Pues inténtalo, adelante. Quizá te lleves una sorpresa.
—¿No puedes hacerle el truco de Kent para que se calle? —sugiere Sylvia a Alexa.
—No, no —dice esta, muy atenta a la conversación—, deja que fluya el chisme.
Yo sigo mirando fijamente a Ramson, más enfadada de lo que me gustaría admitir. Incluso trato de ponerme de pie, pero no lo consigo.
—Sigue por ese camino —digo en voz baja—, y quizá seas tú quien se sorprenda.
—Hablas mucho, pero todavía no te he visto haciendo nada.
—¿Te has perdido la parte en la que tenía que besarme contigo, por asqueroso que fuera, y tú has caído como un idiota?
—¿Asqueroso? —Suelta un bufido de desprecio—. No lo parecía cuando te pegabas a mí como una desesperada. ¿Qué pasa? ¿Foster pasa tanto de ti que te tiras encima del primero que te hace un poco de cas...?
—¡Ya basta! —salta Jana de pronto, y el shock de escuchar su vocecilla aguda en tono enfadado hace que todos la miremos con perplejidad. Ella, igualmente, se está dirigiendo a mí—. ¿No ves que solo intenta provocarte? Lo que diga ahora mismo da igual, lo importante es lo de las maldiciones, ¿no?
Sí... tiene razón. Me vuelvo hacia Alexa, que ahora parece un poco decepcionada con la interrupción del chisme.
De todas formas, se resigna a hacerlo. Se acerca a Ramson, lo contempla unos instantes y después se agacha a su lado para ponerle una mano en la frente. Cualquiera pensaría que está comprobando si tiene fiebre, pero el ligero brillo de sus dedos me hace pensar que es más profundo que eso. Al final, se retira con una mueca.
—No puedo hacerlo —dice al final.
Mi ceño fruncido contrasta bastante con la sonrisita triunfal del idiota.
—¿Por qué no? —espeto, casi en un grito.
—Relájate, alcaldesa. Estáis los dos demasiado débiles y hasta que no recuperéis fuerzas no puedo siquiera intentarlo. Podría mataros a ambos.
Suelto un gruñido de frustración, a lo que noto una mano en mi hombro. Es Jana, que parece un poco apenada.
—Quizá sea mejor volver a casa, descansar, y volver a intentarlo cuando estés más serena.
—Estoy bien.
—Estás drogada —espeta Sylvia, mucho menos suave y considerada—. Vete a dormir antes de que la líes todavía más.
—Aunque no me guste dar la razón a humanos —comenta Alexa entonces—, debo admitir que estoy de acuerdo con ellas. Es mejor descansar y recuperar fuerzas. Puede que a él le afecte lo que sea que te has tomado, pero tú también eres medio vampira; no creas que no tendrás efectos secundarios, también.
Resignada, considero mis posibilidades unos instantes. No tardo en caer en la cuenta de que, probablemente, tienen razón. Aun así, me jode mucho tener a Ramson y no poder hacerlo todo inmediatamente.
—Está bien —digo al final en voz baja.
Doy por terminada la conversación, pero entonces Kent hace gestos frenéticos. Cuando Alexa lo mira con una ceja enarcada, él se señala los labios.
—Ah, sí... —Chasquea los dedos—. Toma, puedes hablar de nuevo. Pero hazlo cuando yo no esté delante, a ser posible.
Kent accede enseguida y, mientras abre y cierra la boca para ejercitar su tensa mandíbula, Alexa se para a mi lado y me observa con impaciencia.
—¿Nos vamos o qué?
—Pero no tenemos coche ni...
—Por favor, soy hechicera, ¿te crees que necesito un invento humano para moverme? Ponte de pie de una vez.
Le dirijo una mirada agria, pero aun así me levanto como puedo. Intento despedirme de mis tres amigos para agradecerles el haberme ayudado, pero no me da tiempo. En cuanto me giro, Alexa me pone una mano en el hombro y, en un parpadeo, estamos en el salón de casa de Foster.
—¡Vee!
Doy un respingo, asustada, cuando la voz de Amelia corta el silencio. Acaba de salir de la cocina —ya con el pijama puesto— y se acerca con una urgencia que me pilla desprevenida. Incluso me sujeta de los hombros para comprobar que tengo un buen aspecto. No debe quedarse muy satisfecha, porque su boca se tuerce con preocupación.
—Pero... ¿qué ha pasado? —pregunta—. ¿Dónde has estado?
Confusa, miro la hora en el reloj de la entrada. Mierda. Son las tres de la mañana. ¿En qué momento ha pasado tanto tiempo?
Por no hablar de mi aspecto, claro. Me miro a mí misma. Estoy cubierta de ramitas, manchas de barro y zonas húmedas en la ropa por la nieve. No quiero ni verme la cara, la verdad. Seguro que es todavía peor.
—Em... —empiezo, y mi voz suena todavía más arrastrada.
Quizá debería haber pensado una excusa para mi ausencia.
Culpemos a las drogas por el despiste.
Estoy a punto de elaborar una torpe respuesta, pero entonces, incluso con el efecto de los estupefacientes, noto una mirada muy característica clavada en mi nuca. Me vuelvo, más tensa de lo que me gustaría admitir, y no me sorprende en absoluto encontrarme con Foster en lo alto de las escaleras, mirándome fijamente.
Oh, oh.
—Deberías tomarte algo —sugiere Alexa, ajena a toda la tensión—. Para bajar el subidón, digo.
Amelia parece confusa, pero ahora que tiene una orden se apresura a meterse en la cocina para cumplir con ella. En cuanto desaparece, me queda la esperanza de que Alexa se quede conmigo para no estar a solas con don ceño fruncido, pero no hay suerte.
—Si te mata, le diré a tus amigos que los quieres y a Ramson que se pudra —susurra dramáticamente.
La sigo con la mirada, enfadada, cuando se mete en la cocina y me deja sola ante el peligro.
Bueno... hora de afrontar las consecuencias de mis actos.
O podemos salir corriendo, solo digo.
Me vuelvo lentamente hacia Foster. Ahora está sentado en el segundo escalón, con los codos apoyados en las rodillas. Por su aspecto, diría que no está muy contento.
No me digas, Sherlock.
A ver, déjame, estoy drogada.
Tiene las mangas del jersey por los codos y un mechón rubio de su perfecta melena reposa sobre su frente. No hay mayor indicativo de un enfado de Foster que el hecho de que no le importe ir despeinado.
El silencio se extiende entre nosotros durante tanto tiempo que me pongo muy nerviosa. Para cuando ha transcurrido casi un minuto entero, ya estoy abriendo y cerrando los puños para descargar los nervios.
—Di algo... —murmuro al final, insegura.
Ajeno a mis peticiones, deja que permanezcamos unos segundos más en silencio y entonces, sin cambiar su inexpresivo aspecto, ladea un poco la cabeza.
—¿Dónde estabas?
Su voz suena baja y medida. Demasiado medida. Se está conteniendo. Oh, esto no es una buena señal.
No sé qué decirle. De nuevo, me lamento por no haber preparado una buena respuesta. Mierda.
—Eh... —empiezo, sin saber cómo seguir.
—Déjalo. De todas formas, no vas a decirme la verdad.
Creo que voy a decir algo a modo de defensa, pero luego me doy cuenta de que no vale la pena. No tengo defensa posible porque... sí, iba a mentirle.
—He estado por el bosque —digo finalmente.
Y entonces me doy cuenta de que es la primera vez que digo más de dos palabras seguidas y, por lo tanto, no sirve de nada que me ponga en postura recta para disimular el colocón que llevo encima. Lo ha notado en mi voz. Lo veo nada más levanta la cabeza de golpe y me observa con más fijeza.
Abro la boca para justificarme antes de que pregunte, pero entonces se mueve. Lo hace tan rápido que se me escapa un grito ahogado. Especialmente cuando, de pronto, lo tengo justo delante. Está tan cerca que una de mis piernas queda entre las suyas. Su mano se clava en mi nuca para mantenerme en mi lugar, y no me doy cuenta de que es porque he perdido la estabilidad hasta que mi estabilidad depende totalmente de su agarre.
Lo contemplo con los ojos muy abiertos y el corazón, por supuesto, aceleradísimo. Él puede oírlo perfectamente, pero no le hace caso. Sus ojos verdes me observan con más intensidad que nunca y, cuando me mira de arriba abajo, puedo jurar que mi corazón se acelera todavía más.
A este paso, te da un paro antes de que llegue a tus ojos.
Pero no. Consigo mantener la compostura hasta que lo hace. Aunque admito que una parte de mí preferiría no hacerlo, porque lo que me transmite su mirada me hace sentir todavía peor.
—¿Qué has hecho? —pregunta en voz baja.
—Nada.
—Vee... —suena a advertencia.
—¡Solo... quería pasarlo bien durante un rato!
A ver, es una excusa de mierda, pero ¿qué más puedo decir?
La verdad es una opción.
Una que hará que se enfade todavía más.
¿Y no será peor que se entere de que has vuelto a mentirle?
Bueeeeno... ese es un problema de la futura Vee.
Analiza mis palabras. Su ceño se va frunciendo a medida que empieza a entender a qué viene mi olor. Por lo menos, la droga camufla cualquier rastro que haya podido dejar Ramson, porque eso... eso sí que no sé cómo decírselo.
—¿Qué has hecho? —repite, en un tono mucho más fuerte, al oler los astrales.
—¡Solo ha sido una cosa, nada más!
—¿Una...? —Parpadea, y echa la cabeza un poco hacia atrás—. ¿Jason te ha dado algo raro? ¿Es eso?
—¡No es...!
—Voy a matarlo. Voy a...
—¡NO!
Mi grito hace que se detenga, sorprendido. No solo ha sido eso, sino que lo he empujado para alejarlo de mi cuerpo. Foster permanece a un metro de distancia, más sorprendido que cabreado, y yo aprieto los puños con fuerza.
—¡No me ha forzado a hacer nada! —le espeto, enfadada—. No soy una niña pequeña que necesita que la protejan, ¿lo entiendes? Si he hecho algo, ha sido porque he querido, así que págalo conmigo, no con él.
En mi cabeza, esta respuesta es espectacular. Hace que se calle, caiga de rodillas, me pida perdón por haberse enfadado y terminemos enrollándonos mientras damos vueltas por el suelo y él me mete mano.
En la realidad, en cambio... la cosa no es tan bonita.
En la realidad, él aprieta tanto los dientes que empieza a temblarle un músculo de la mandíbula.
—¿No eres una niña pequeña? —repite en tono mordaz.
—No, no lo soy.
—Entonces, ¿lo de llevar a Addy a la plaza para tenerme distraído y que no te molestara es algo que haría una adulta?
El ataque hace que dé un pequeño respingo, ahora nerviosa.
—No sé de qué habl...
—¡Sabes perfectamente de lo que hablo! —salta, enfadado.
Su grito me deja pasmada. Se ha enfadado conmigo tantas veces que ni siquiera puedo contarlas, pero... nunca me ha gritado. Jamás. Nunca he oído que levantara la voz contra nadie. Y el hecho de que lo esté haciendo conmigo, que me esté mirando de esta forma —y más en mi estado, que no tengo defensas mentales—, hace que me encoja un poco.
No sé qué decir, pero no hace falta, porque él apenas me deja pensarlo.
—¡Me da igual que hagas tus tonterías porque consideras que son para el bien mayor, me da igual que me utilices para tus planes sin decirme nada, pero Addy no se merece esto! —espeta, furioso, y yo soy incapaz de decir nada—. Durante la cena, le planteaste lo de bajar al pueblo porque sabías que en el fondo le hacía ilusión, y has usado esa ilusión para uno de tus malditos planes. Has utilizado su ilusión. ¿Sabes lo difícil que es para ella salir de esta casa? No se merecía que la primera vez terminara llorando por no saber dónde coño estás, o qué estás haciendo, o por qué estás desaparecida. Ahora está aterrada con la perspectiva de salir otra vez, o que alguno de nosotros lo haga, por si nos pasa algo malo. ¿Cómo coño le voy a decir que no pasa nada si, por una vez que sale, terminamos así?
—No pretendía que...
—¡Lo que pretendieras no importa, Vee! —interrumpe a gritos—. De hecho, me importa una mierda lo que sea que tenías planeado, o el porqué de lo que has hecho. Contigo, siempre es el mismo puto cuento. ¿Sabes lo que te digo? Que espero que, por lo menos, a ti te haya valido la pena, porque te aseguro que no es el caso de los demás.
No sé qué decir. No sé ni qué cara poner. Al darme cuenta de que tengo los ojos llorosos, bajo la mirada al suelo, avergonzada.
—Lo sien...
—Oh, ni se te ocurra. No me interesa. Addy es quien se merece que te disculpes con ella, conmigo no te molestes siquiera en intentarlo. —Su tono ha bajado, pero no por ello suena menos furioso—. Y hazlo por la mañana. Con lo que me ha costado que se durmiera, lo último que necesita es que la despiertes a las tantas de la madrugada, y menos drogada.
—Foster, por favor...
—¡No! —En cuanto ve que me acerco, me corta en seco. Siento que me hago pequeñita en mi lugar—. Vete a tomarte un café, o a dormir, o lo que sea que pretendas ahora. Ahora mismo, no me interesa absolutamente nada que tenga que ver contigo.
Tan rápido como se ha acercado, desaparece escaleras arriba. En cuanto oigo la puerta de su despacho, agacho la cabeza y no puedo evitar que se me escapen una o dos lágrimas estúpidas. Me las limpio con los dedos, frustrada. No me gusta llorar.
Oigo a Amelia antes incluso de que me ponga una mano cariñosa en el hombro.
—Oh, querida... —Suspira y, tras dudar unos segundos, me da un pequeño abrazo—. No... no tengas en cuenta lo que ha dicho, ¿vale? Es solo que... no hay nada que le afecte más que la seguridad de Addy. ¿Por qué no vienes a tomarte un té con nosotras? Seguro que ayuda un poquito. Mañana todo estará más tranquilo, ya lo verás.
Dejo que me guíe sin decir nada.
Por suerte, Albert no viene a echarme la bronca. Sospecho que habrá oído que ya la he recibido y pasa de añadir algo más. Así que, en cuanto termino el té, subo las escaleras y me meto en mi habitación. Foster tiene razón sobre lo de molestar a Addy. Aunque ahora me muera de ganas de ir a pedirle perdón, es mejor esperar un poco.
No sé qué hacer con mi vida, así que me meto en la ducha, me aseguro de quitarme toda la suciedad de encima y, un poco más serena, me pongo el pijama, que es demasiado delgado para estas alturas del año y hace que me congele. Aun así, me quedo sentada en la cama con la cabeza hundida en las manos.
Mierda... la he cagado de verdad, ¿eh?
Sueles hacerlo, pero no siempre te salpica tanto.
Gracias, conciencia.
De nada, medio humana.
Permanezco sentada unos segundos, contemplando mis pies enfundados en unos calcetines —uno con un agujero en la punta del dedo gordo, por cierto— y pienso en todo lo que puedo pensar en este estado. Diría que el efecto de la droga está empezando a bajar, pero no por ello estoy del todo serena.
Y debería irme a dormir, lo sé. Sé que no es el momento. Sé que debería cerrar la boca para todo lo que me queda de existencia... pero no puedo. Soy totalmente incapaz de dejar las cosas así.
Estoy de pie antes de entender muy bien el por qué, y cruzo el pasillo prácticamente corriendo —aunque de puntillas—. No hay nadie, así que deduzco que todo el mundo estará dormido o con sus quehaceres mágicos pertinentes.
Una vez delante del despacho de Foster, respiro profundamente y me envalentono.
Vamos, tú puedes.
Eso, exacto.
Dale, mastodonte, ¡DALE CON TODO!
¡ESO, EXACTO!
Envalentonada, abro la puerta de golpe y... sorpresa, no hay nadie.
Se me hace raro ver el despacho de Foster oscuro y vacío. Ahora me parece mucho más grande. Quizá sea su presencia la que lo hace parecer tan refinado, porque así me parece mucho más... triste. Sacudo la cabeza, frustrada, y vuelvo a cerrar.
Si no está en su despacho, solo puede haber otra opción.
Vale, ahora ya no estoy tan segura de que pueda hacer esto. Especialmente cuando me planto delante de la puerta de su dormitorio.
Respiro hondo. Nunca he entrado aquí sin su permiso. De hecho, que yo recuerde, solo he cruzado el umbral de esta puerta una vez. Se me hace una parte tan... privada... que no sé hasta qué punto vale la pena molestarlo a estas alturas.
Pero aquí estamos, y soy una inconsciente, y estoy medio colgada por culpa de los astrales, así que... ¿qué importa?
La vida es una simulación.
Abro la puerta con suavidad y asomo la cabeza en la penumbra de la habitación. Lo primero que veo es el ventanal cerrado, que derrama la poca luz de la luna sobre una cama robusta y de cuatro postes macizos. No me fijo en nada más porque, básicamente, ahora mismo solo me interesa el bulto que hay en esa cama. Y el brazo bronceado que veo ahí asomado. Y la cabeza rubia sobre la almohada.
Sé que los vampiros no necesitan dormir. No de forma biológica, por lo menos. Pero de vez en cuando lo hacen por comodidad. Supongo que hoy Foster necesitaba una noche libre; dudo que pudiera concentrarse en el trabajo.
Quizá mis recuerdos de nuestra relación sean muy lejanos, pero lo conozco suficiente como para saber cómo se comporta cuando está dormido. Y ahora mismo no lo está.
—¿Puedo entrar? —pregunto, todavía con las manos en la manija de la puerta—. ¿Por favor?
Aunque me resulte difícil admitirlo, mi voz ha sonado mucho más dulce que de costumbre. Diría que incluso ha sonado cariñosa.
Es lamentable, ¿en qué me he convertido?
Él no responde, así que dudo visiblemente. Y, de nuevo, hago lo contrario a lo que debería: entro en la habitación y cierro a mi espalda.
Me sorprende ver que él no dice nada. De hecho, sigue tumbado con el cuerpo girado hacia el lado contrario opuesto. Me planto junto a su cama sin saber cómo comportarme. Contemplo su nuca, sus mechones rubios, y voy bajando la mirada hasta cuenta de que no lleva camiseta.
Dato poco importante, pero muy interesante.
—Sé que no estás dormido —insisto en voz baja—. Si quieres que me vaya, solo tienes que decirlo.
Espero. Silencio.
Avanzo un poco más y retiro la sábana. Él no se mueve, no me aparta. Lentamente, me meto en su cama. Lo hago dejando mucho espacio entre cada acción, como si le permitiera tiempo de sobra para echarme. No lo hace. Y, sin embargo, cuando me asomo, veo que está mirando la otra ventana. Se limita a ignorarme.
Me quedo tumbada con el cuerpo girado hacia él. Tengo su espalda justo delante, y me entretengo observando los pocos lunares que le decoran los omóplatos. Al menos, hasta la mitad de la columna vertebral, que es lo que alcanzo ver por la sábana. Pese a que estoy tentada a tocarlos, me contengo con precaución.
—Sé que no quieres que me disculpe —murmuro—, pero lo siento mucho.
Como sigue sin responderme y tampoco parece rechazar mi proximidad, me envalentono un poco y aproximo mi cuerpo al suyo. Foster no reacciona. Por lo menos, hasta que le paso un brazo alrededor de la cintura y apoyo mi fentre entre sus omóplatos. Su cuerpo entero se tensa, pero no me aparta.
—No quería utilizar a Addy —aseguro en voz baja—. Es que... a veces, me centro tanto en el objetivo que me olvido de lo perjudicado que puede quedar todo el mundo que se cruza por el camino. Sé que no es una excusa y tengo que intentar cambiarlo, pero...
—Me creería que lo sientes, Vee, pero no es la primera vez —dice por fin. Su voz suena baja y, aunque ya no parece enfadado, sí que está tenso—. Y los dos sabemos que no será la última.
—Nunca haría nada que pusiera a Addy en peligro. Sé que hoy la he asustado y he sido una irresponsable, pero te prometo que no la pondría en peligro por nada del mundo.
Él suspira y sube una mano. No puedo verlo, pero supongo que estará pellizcándose el puente de la nariz.
—No es el momento de hablar de esto —dice finalmente.
—Pero... es que, si no te lo decía, no podía dormirme.
Hace un ademán de moverse y, automáticamente, yo me pego más a él. Mi mejilla se aplasta un poco contra su espalda, y su calidez hace que me sienta como si me hubiera ruborizado. Con el brazo que tengo a su alrededor, tiro de su cuerpo hacia el mío. Mi palma se queda pegada en su pecho, y aunque el latido de su corazón mágico es apenas perceptible, juro que esta vez puedo sentirlo latiendo bajo mis dedos.
—Vee... —murmura, sin embargo, y suena a advertencia, aunque no del mismo estilo que antes.
—De verdad que lo siento.
Lo digo con urgencia y le rozo la espalda sin querer con los labios. Esta vez, se tensa de verdad y, durante un momento, se queda muy quieto. Llego a pensar que por fin se relajará, pero entonces se aparta de mí. Lo hace a toda velocidad, y apenas sé lo que ha pasado cuando, de pronto, está sentado al borde de la cama dándome la espalda.
—Ahora no —insiste.
Esta vez no digo nada. Él se vuelve lentamente y me contempla unos instantes ahí, tumbada en su cama. Después, sacude la cabeza y se gira de nuevo para ver cualquier cosa que no sea yo.
—Siento haberte gritado —dice finalmente—. No han sido las formas de decir las cosas, lo sé y lo siento. Pero todo lo que te he dicho, Vee... de eso no me arrepiento. Entiendo que tengas tus prioridades y nunca me entrometeré en ellas si no lo quieres, pero... todo tiene un límite. Y el bienestar de los demás debería ser ese límite. ¿Lo entiendes?
Asiento lentamente y, pese a que no me mira, sé que lo ha entendido.
—¿Sigues muy enfadado? —pregunto.
—Sí... y decepcionado, la verdad.
Se me hace extraño hablar con él de forma tan... abierta. Debo admitir que sé cuál era mi intención al entrar en este dormitorio. Era la misma que tenía cada vez que discutía con Ramson o quería convencerle de algo. En el fondo, era lo poco que le interesaba lo suficiente de mí como para poder intercambiarlo por otra cosa: el sexo.
No sé en qué momento he adoptado las relaciones sexuales como un método para llegar a un objetivo, pero de pronto me doy cuenta de hasta qué punto lo tenía interiorizado y, cabizbaja, me alegro de que Foster se haya apartado a tiempo.
Él, por cierto, por fin me mira. Tal y como ha dicho, puedo leer la decepción en su expresión, pero no el enfado.
—Hace unas semanas me dijiste que no volverías a meterte en un plan suicida sin avisarme —dice al final.
—Y lo he incumplido, lo sé, pero no volv...
—Vee —me detiene con suavidad—, entiendes que no tengo por qué creérmelo, ¿verdad?
—Créelo —insisto, levantándome hasta quedarme sentada—. Esta vez, lo digo en serio.
—¿Y cómo puedo saber que...? No.
En cuanto ve que voy a hacerme una cruz en el corazón para jurárselo, me detiene de la muñeca a toda velocidad. Su tensión, esta vez, tiene más que ver con el miedo que con el enfado.
Con la muñeca todavía atrapada en su agarre, lo contemplo con perplejidad.
—¿No?
—No prometas algo que no sabes si podrás cumplir —pide enseguida.
—Pero... quiero que confíes en mí.
—Entonces, deja de mentirme —me suelta, y me siento un poco mal por haber perdido el contacto físico con él—. Deja de engañarme para salirte con la tuya. Es todo lo que te pido.
Parpadeo, sospesando sus palabras, y me vienen las imágenes de mi beso con Ramson a la cabeza. Si le digo la verdad... no puedo excluir esa parte.
Oh, esto no va a ser bonito.
—No me he ausentado para meterme nada —empiezo, sin saber dónde mirar—. Bueno, vale, una parte consistía en eso, pero era para...
—No..., ahora no.
Su negativa hace que frunza el ceño. Él suspira.
—Mañana es Navidad. Bueno, técnicamente ya es hoy —añade con un gesto cansado—. No quiero oír nada de planes, ni de drogas, ni de nada que no tenga que ver con parecer gente mínimamente decentes durante un día entero. Nos levantaremos por la mañana, abriremos los regalos y nos aseguraremos de que Addy pase un buen rato. Mañana es un día para ella, no para nosotros. Pasado mañana... bueno, ya hablaremos.
Su tono de voz no da lugar a discusiones. Permanecemos en silencio unos instantes y, entonces, él suaviza un poco su mirada. Durante un momento, llego a creer que ha empezado a perdonarme, pero entonces murmura:
—Y no dormiré contigo, Vee. No así.
—P-pero...
—Puedes quedarte aquí, si quieres. Yo no tengo ganas de dormir, y creo que tú necesitas descansar un poco.
Quiero decir alguna cosa, pero se pone de pie antes de que pueda hacerlo. Observo su espalda cuando se dirige a la habitación. Y sé que sigue enfadado en cuanto me deja sola sin volver a mirarme.
En cuanto cierra la puerta, me dejo caer en la cama y suelto un suspiro.
Bueno, ¿hacemos balance de la noche?
No, gracias.
Hemos capturado a un vampiro y hemos perdido a otro. Balance: equilibrado, claramente.
No sé si estoy de acuerdo, pero ahora mismo no tengo fuerzas para discutir conmigo misma. Mis ojos empiezan a cerrarse sin que me dé tiempo a salir de la cama de Foster y, al cabo de unos instantes, me quedo profundamente dormida.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro