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La muerte en la nuca

David miró casi con cariño su estera  que estaba en el piso, estaba muy cansado, realmente necesitaba dormir.
Se quitó las sandalias y la túnica exterior, se estaba por acostar cuando alguien abrió la puerta de su tienda.

—¡David!— gritó el hombre que había irrumpido en su tienda — Saúl y sus hombres están viniendo — dijo agitado.

David se incorporo enérgicamente y preparó su espada.

—¿Cuánto les tomará llegar hasta aquí? — preguntó frunciendo el ceño.

—Un día— dijo el mensajero— Cómo mucho.

—¡Por las sandalias de Moisés!– exclamó molesto— Toca el shofar y avisa a mis hombres que debemos desarmar el campamento.

—Si señor— respondió el hombre y corrió a acatar las órdenes de David,sabía que cada momento era crucial, si se demoraban mucho podrían caer como presas de Saúl.

Los hombres, a regañadientes desarmaron las tiendas y guardaron sus cosas. Se las echaron al hombro y comenzaron a caminar a la segura y desierta región de Zif. Pero pronto notaron que si bien David y Abisai habían desarmado su tiendas, no se encontraban entre ellos.

David y Abisai se habían quedado a esperar a Saúl, estaban escondidos, necesitaban saber exactamente cuantos soldados los perseguían.

Esperaron por varias horas, hasta que estuvo bien entrada la noche, el campamento de Saúl no debía estar tan lejos, corrieron por las montaña y cuando era aún de noche encontraron el campamento.

—Vamos a ver si podemos meternos en na carpa del Rey — le dijo David a Abisai— Quiero dejar un mensaje.

Abisai asintió.

Se deslizaron silenciosamente montaña abajo hasta llegar a las tiendas que ocupaban las fuerzas israelitas.

David le hizo señas a Abisai para que lo siguiera y en silencio total atravesaron el campamento hasta llegar a la tienda que estaba en el centro.

Cuidadosamente se introdujeron en ella y encontraron a Saúl profundamente dormido.

Abisai desenvainó su espada con nerviosismo, ambos estaban increíblemente tensos, cualquier sonido que hicieran los convertiría en hombres muertos.

--¿Quieres que lo mate?-- preguntó en un susurro Abisai.

--De ninguna manera-- dijo David-- No podemos matarlo, pero vamos a llevarnos su lanza y su cantimplora.

A regañadientes Abisai salió de esa tienda, estaba frustrado por no poder matar a su mayor enemigo cuando lo tenía al alcance de su mano.

De vuelta en el monte, David se puso de pié observando el campamento de Saúl.

—¡Abner!— gritó a todo pulmón una y otra vez hasta que todos los soldados se despertaron— ¿No es tu deber cuidar al rey?— preguntó al ver a Abner salir somnoliento de la tienda— Mira lo cerca que he estado de su majestad y nadie me ha detenido — dijo levantando la lanza de Saúl para que todos pudieran verla.

Saúl estaba atónito, no podía creer que al hombre que consideraba como su peor enemigo se había colado en su tienda y no lo había matado.

—¿Eres tu David? — preguntó incrédulo.

—Si soy yo majestad — dijo David— ¿Comprende ahora que no le deseo ningún mal? Si yo hubiera querido matarlo lo hubiera podido hacer, deje de perseguirme se lo ruego, yo no soy su enemigo.

Saúl reflexionó por unos momentos, se dio cuenta de que no estaba haciendo correctamente las cosas.

—He obrado mal David— dijo el Rey— sigue tu camino, ya no te perseguiré.

David se inclinó en forma de gratitud y se giró a donde estaba Abisai.

—Vamonos, no perdamos tiempo, pronto cambiará de opinión.

—¿A donde iremos?— preguntó el hombre.

—Has oído la frase el enemigo de mi enemigo...

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