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    Joe se sentía terriblemente solo, sobre todo aquella noche a unas pocas horas de la Navidad. Aunque había pagado un alto y macabro precio con tal de traer de vuelta a Tamara, su joven esposa a la vida, después que falleciera en un accidente de auto hace una semana. No estaba seguro de que tal sacrificio habría valido la pena, pero tenía que sería así, no por nada había derramado sangre inocente por ella.

Una vecina suya estaba igual de devastada, pues su inquieto niño de 9 años había desaparecido hace más de un día, y no había rastros de donde pudiera estar. Y eso en parte era tranquilizador para él, porque era un niño de más travieso.

Cuando el viejo viudo salió al balcón a tomar aire fresco, pudo ver desde ahí con una extraña fascinación que alguien se acercaba lentamente, y que en unos minutos estaría llegando al portón de su hacienda. Era su esposa doblando la colina aún con el vestido blanco que llevaba puesto en el funeral, pero manchado de lodo y sangre.

~la maldita hechicera cumplió su palabra~ se dijo para sí mismo, mientras se apresuraba para esperarla en la entrada con las puertas abiertas.

La ilusa expresión de Joe, fue cambiando a medida que su esposa resucitada se acercaba más y más... para cuando la tenía a un par de metros de distancia, el horror en su rostro era total. Veía con resignación que su sensual, y hermosa esposa no era más ya lo que él tanto había amado con locura. Se había vuelto una especie de zombi sin expresión, de mirada marchita, y que se movía torpemente estirando los brazos.

Aún así no podía negarse a abrazarla por última vez, mientras turbias e impotentes lágrimas caían por su rostro.
~Oh Dios ¿Qué te hice? Jadeaba Joe con furor. ~Debiste llevarte a mí oh Dios... ¿Qué hice?...

Sentía su cuerpo frío entre sus brazos. Quería estar así para siempre, pero algo lo hizo volver en sí para empujarla. Su esposa le había mordido el hombro, y Joe salía disparado hacia su sótano en busca de una escopeta para acabar con su miseria.

Tamara seguía su rastro entre gruñidos y jadeos bajo una luna llena resplandeciente. Joe no se hizo esperar después de cargar el arma salió con la intención clara de lo que iba a pasar. Nunca se imaginó que este sería el final para los dos, pero al menos se irían juntos en Nochebuena.
Con lágrimas en los ojos apuntó directo a su cabeza y disparó. Luego de unos segundos se escuchó otro disparo, pero que fue amortiguado por el tronar de los cohetes que se estrellaban en el cielo y nos dejaban apreciar tan bellos colores.

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Luiz Pisco

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