8. "Memorias de un hitachi"
4 de marzo, 2265
Spring Valley, Nevada
Gritos se escuchaban en el desierto de aquel valle. Una fría noche de invierno los estaba molestando. La pareja aterrizó de mala manera, rodando entre los matorrales de hierba seca. La mujer estaba en trabajo de parto.
—Oleg... no aguantaré—dijo ella en ruso.
—Tienes que hacerlo, mi amor. Estamos por ser padres en un hermoso y nuevo lugar... estamos en... en...—respondió también en ese idioma. Miró buscando alguna señalización, pero no encontró sentido de ubicación— Creo que estamos en la nación Inutilia. Por favor Angeska...
Agneska gritaba con fuerzas. Su cuerpo se sentía débil. Su bebé estaba naciendo.
Poco menos de una hora, y con pesar, el niño terminó de salir. El padre lo levantó con dificultad. Su cuerpo tampoco estaba en buen estado, el intenso vuelo lo había deteriorado por completo.
—Es bellísimo—se quitó su abrigo y se lo colocó al bebé en forma de manta. Sintió un suspiro de su mujer, su rostro comenzó a apagarse—. No... Por favor, Agneska, no te mueras—dijo Oleg.
—Llámalo... Llámalo amante de la vida...
—Agneska... Agneska... ¡AGNESKA!
Agneska Aldavinski había muerto. El parto había sido su última voluntad de vida.
Oleg, llorando desconsoladamente, se tiró al lado de Agneska con su hijo en brazos. Ambos eran jóvenes, no mayores de treinta años. Sus ojos imaginaban que los de su mujer lo miraban. Podían haber estado en su hogar en San Petersburgo, tranquilos y recibiendo a su niño al lado de la chimenea. Vivos, llenos de vida...La sociedad hitachi había sido muy cruel con ellos.
—No podré devolverte a la vida, pero haré que nuestro hijo viva por nosotros, mi cielo—acarició la mejilla fría de ella.
Durmió junto a su cuerpo toda la noche. El bebé no paraba de llorar, pero él sinceramente no lo escuchaba.
A la mañana siguiente, con el sol golpeando su rostro bañado en arena, despertó. Se tomó el breve tiempo de enterrar a su mujer y de bendecir la sepultura.
Después del luto, caminó con su muchacho en brazos hacia el centro de la ciudad.
Sus piernas ya no tenían fuerzas, y su corazón cada vez latía más despacio. Se detuvo un momento en una tienda de ropa de segunda mano, casi no tenía dinero, pero con las pocas monedas que tenía vistió al bebé.
—Señor, ¿Usted se encuentra bien?—preguntó el dueño de la tienda. Oleg no podía entenderlo, no hablaba ese idioma. Levantó su mano manchada de sangre seca y salió con calma.
Podía sentirlo, su alma estaba por pasar hacia el otro plano. Cansado, y sin esperanzas, tomó un papel sucio del suelo. Pincho su dedo con una piedra y escribió:
YA umirayu, no khochu, chtoby on zhil.
Yego zovut «Lyubitel'zhizni» Aldavinski. rodilsya vchera.
Y con su última voluntad, Oleg dejó a Lyubithelzhizni en la entrada de un establecimiento, sin saber que ese era un orfanato. Besó su mejilla, colocó la nota en su ropa y se fue. Aquella fue la última vez que el pequeño sintió a su padres biológicos.
Pocos minutos después, la puerta se abrió. Una mujer lo levantó de inmediato.
—Pequeño, ¿qué haces aquí?—tomó la nota—"Estoy muriendo, pero quiero que él viva. Su nombre es Lyubi...tel...zhizni... Aldavinski. Nació ayer"—la mujer meció al bebé sobre sus brazos—. Pobre bebé... te llevaré adentro para alimentarte.
El joven Aldavinski fue acomodado en una habitación junto a otros dos bebés. Sus desarrollos comenzarían rapidamente, pero ninguno sabía que tan rápido.
Durante esos días, la mujer se encargó de cuidarlo y protegerlo, al igual que a los otros.
Los domingos eran días de adopción. Toda aquella familia interesada en adoptar iba aquel día a sumar miembros a su vida.
Los padres visitaban cada habitación para conocer a los niños. Todos eran preciosos, y de naciones variadas.
El pequeño Aldavinski siempre se vestía impecable para aquellas ocasiones, aunque no comprendía completamente el motivo. La mujer que lo cuidaba, Laia, siempre lo mantenía elegante, peinándolo con esmero. Él disfrutaba de la atención, aunque en el fondo, algo le faltaba. Desde el momento en que comenzó a dar sus primeros pasos, destacó entre los demás niños, pero eso no hacía que le prestaran atención.
Aldavinski no entendía lo que decían, pero el rechazo se podía percibir en cualquier lengua. Sus compañeros se apartaban de él echándole miradas furtivas, y los murmullos a sus espaldas lastimaban como pequeños pinchazos
—¿Qué piensas del chico ese... de cabello largo? —murmuró una de las mujeres que pasó.
—¿El hitachi? —respondió su pareja con desdén—. No sé... tiene algo raro, me da miedo.
"Hitachi", ese término que usaban para describirlo, cargado de prejuicios, como si lo que él era fuera una mancha que no podía borrar.
—Chto eto znachit? —susurraba para sí, confuso y dolido. Las palabras en ruso eran su refugio, lo único que tenía cuando el mundo real se volvía demasiado ajeno.
Los días pasaron uno tras otro, y los domingos eran especialmente difíciles. Familias iban y venían observando a los niños, evaluando sin pudor, como si estuvieran eligiendo algo en una tienda. Y Aldavinski, a pesar de su porte impecable y sus esfuerzos por mostrar una sonrisa, siempre era dejado atrás.
Hasta que llegó el cinco de noviembre. Para entonces, su cuerpo ya había crecido, se había convertido en un niño más grande, más alto, sin embargo su corazón aún se sentía pequeño.
—Te ves precioso, Lyu'. ¿Por qué no meriendas algo antes de que venga la siguiente familia? —le dijo Laia con su cálida sonrisa.
—Es que ya no tengo golod —respondió Aldavinski con su mezcla confusa de idiomas. Pero la tristeza detrás de sus palabras era clara. ¿De qué servía comer si nadie lo quería?
—Laia, cielo. ¿Vamos a ir a comer? Estás en descans—dijo el esposo de su cuidadora entrando sin pedir permiso.
—En un segundo, Josh —respondió ella, señalando con un gesto a Aldavinski—. Estoy ocupada.
Josh se acercó, observando al niño con una mirada tierna. Había algo en los ojos de Aldavinski, algo que no podía ignorar. La tristeza mezclada con una esperanza tan frágil que temía que se rompiera con una palabra mal dicha.
—Lai, llévalo con nosotros —dijo suavemente—. Seguro le gustará ir a comer. Además... ya no tiene compañía en su habitación.
Aldavinski levantó la mirada, curioso, pero inseguro.
—¿Tú eres mi papá? —preguntó en un susurro.
Josh se agachó hasta ponerse a su altura, le sonrió con esa calidez que sólo un verdadero padre podría ofrecer.
—Por supuesto que sí, hijo —dijo, extendiendo su mano para que Aldavinski la chocara.
El pequeño lo miró, sin saber exactamente lo que esa respuesta significaba, pero algo dentro de él se encendió. Con los ojos brillantes, corrió hacia Josh y lo abrazó con fuerza, sintiendo por primera vez el calor de un padre. No entendía del todo qué significaba tener una familia, pero en ese abrazo encontró una respuesta.
Josh, emocionado, miró a Laia, quien se cubría la boca con las manos. Tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Cielo, prepara los papeles —dijo Josh, con la voz quebrada por la emoción—. Vas a ser mamá...
Laia soltó un sollozo y corrió hacia ambos, envolviendo a Aldavinski en sus brazos. Él, todavía incrédulo, solo se dejó llevar por el calor de ese momento. Por primera vez, no era el "hitachi", ni el niño extraño. Era simplemente un hijo. Y en los brazos de Josh y Laia, al fin, podía comenzar a entender lo que significaba ser parte de una familia.
Residencia Lazy
—Al, ¿quieres un poco de sopa? Sé que te gustará.
—Spasibo, Laia.
—¿Cómo es que sabe ruso? Me dijiste que la nota adjunta decía que había nacido un día antes de llegar al orfanato—Josh tomó un poco de sopa—. Es algo extraño.
—Creo que se debe a la lengua materna. Seguramente la primera palabra que escuchó fue en ruso, y el idioma fue transferido al igual que los poderes de sus padres.
—¿Qué podemos hacer para que aprenda nuestro idioma?
Laia tomó un sorbo de sopa. Pensó un poco.
—A lo mejor le vendría bien tener amigos. ¿Recuerdas a nuestros vecinos los Vancouver? Ellos tienen una hija, debe tener la edad de Al, más o menos.
—¿Te refieres a la joven Azul?
—¿Siniy?
—No, cariño—corrigió su padre—. Azul es su nombre, ella no es un color. ¿Te gustaría hacer amigos?
El pequeño apartó el cabello de su cara. Colocó sus manos en sus mejillas. Negó con la cabeza.
—Quiero conocer el lugar...
Laia y Josh se miraron. Ella sabía que los superhumanos menores de un año estaban muy interesados en conocer los espacios antes que a las personas, sin embargo, no creyó que su ahora hijo estuviera listo para eso.
—Haremos que funcione—le susurró su marido tomándola de la mano.
Luego del almuerzo, salieron al patio de enfrente de su casa. La calle era un lugar sumamente tranquilo. Las veredas eran bastantes angostas, y el ancho del asfalto no superaba los tres metros. Hacía bastante frío, parecía que una nevada llegaría pronto.
Comenzó a jugar con un avión de papel que le armó su nueva mamá. Realmente le encantó aquel objeto.
—Cielo, ven un momento—Llamó Laia desde adentro del hogar.
—Al, ¿me esperas un segundo?—Él lo miró asustado. Su padre entendió.—No tienes por qué hablar con los niños si no quieres. Siempre estaremos igual para ti.
Aldavinski sonrió con una alegría infantil mientras hacía volar su avioncito de juguete por el aire, balbuceando sonidos que imitaban el motor y las explosiones de una batalla imaginaria.
—¡Niaaaam! ¡Pooj! —balbuceó, concentrado solo en su juego.
De repente, una ráfaga de viento inesperada arrancó el avioncito de su mano y lo hizo volar hacia el jardín de la casa vecina.
—Moy samolet! —exclamó preocupado.
Sin perder tiempo, corrió con sus cortas piernas hasta donde vio caer su preciado juguete, pero una gran pared se interpuso entre él y su avión. El muro parecía inmenso desde su perspectiva infantil, y Aldavinski agitó sus manos desesperadamente.
—Ah... Ah... Ah —trató de alcanzar la cima con sus pequeñas manos. Luego, recordó que tenía algo especial—. Creo que era... ¡Ajá, sí! Tercer poder Hitachi, hechicería Hitachi, fase cuatro.
Juntó sus manos y, con un pequeño salto, sus pies y manos brillaron con un fugaz destello rojo.
—¡Adaptación gravitatoria! —anunció con confianza.
Escaló la pared lentamente, pero con determinación, hasta llegar a la cima. Sin embargo, al bajar, trastabilló y cayó de frente al suelo con un suave golpe.
Cuando se incorporó, no vio su avión por ninguna parte. Pero antes de que pudiera desesperarse, escuchó una voz frente de él.
—¡Hey! ¿Buscas esto?
Aldavinski levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de una niña que sostenía su avión. Ella tenía unos ojos almendrados que lo dejaron paralizado, no de miedo, sino de algo diferente. Era una sensación cálida y extraña, una emoción nueva para él. Su boca ligeramente gruesa se estiró en una sonrisa automática, mostrando sus pequeños dientes.
—¡Hey, niño! ¿Me puedes oír? —preguntó la niña, sosteniendo el avión frente a él, tan cerca que casi rozaba su nariz—. Debe ser tuyo. No deberías estar aquí, ¿sabías? Esta es mi casa. ¿Eres callejero?
Aldavinski, sin entender del todo lo que ella decía, respondió con la única verdad que su corazón de niño sentía en ese momento:
—Ty samaya krasivaya devushka, kotoruyu ya kogda-libo videl —dijo con una dulzura inesperada.
—¡¡¡AAAAAAAAH!—gritó Azul confundida por las palabras extrañas.
—¡Por Notte! ¡Azul! —se escuchó desde el interior—. ¿Qué está pasando? — Lucrecia llegó corriendo hasta la entrada—. ¡Ah! —llevó su mano al pecho, sorprendida—. ¿Tú quién eres?
Aldavinski se puso de pie rápidamente, tomando su avión con ambas manos, aunque sus ojos no se apartaban de Azul. Su sonrisa volvió, ahora más tímida, pero llena de la inocente curiosidad que solo los niños pueden tener.
—Mi nombre es Lyubithelzhizni Aldavinski —dijo, intentando sonar fuerte y claro, aunque su acento y su nerviosismo hacían que algunas palabras se le enredaran—. Perdón por entrar, mi avión cayó aquí.
—¡Lu, Lu, Lu!—Laia tocó la puerta de los Vancouver con fuerza. Lucrecia fue abrir—¡Lu, acabo de perder a mi hij-!—Miró al niño— ¡Al! ¡Por Stella! ¿Por qué te fuiste de casa?—Volvió a dirigirse a la otra mujer— Lo siento, Lucre. Él es Lyubi, lo adoptamos ayer con Josh. Esto de ser madre es demasiado reciente...
Las mujeres siguieron charlando y poniéndose al tanto.
Azul lo miró con una mezcla de sorpresa y curiosidad, sin saber muy bien qué hacer. Pero en ese momento, ambos niños compartieron una mirada cómplice, como si algo en ellos hubiera conectado sin necesidad de palabras. Aldavinski, aún sonriendo, sujetó su avión y se quedó de pie, esperando alguna señal, mientras el viento fresco de la tarde soplaba suavemente a su alrededor.
—¿Quieres jugar? Tengo muchos aviones de juguete. Te ves muy dulce—puso su mano en el largo cabello de Al—. Me gusta tu cabello, es largo. Eres bonito.
Aldavinski sintió calor en su cuerpo, comenzó a ponerse nervioso.
—¡Me mudé aquí ayer! Tengo mamá y papá nuevos. No tengo muchos juguetes...—dijo con algo de felicidad—. ¿Quieres ser mi amiga?
—¡No!—dijo Azul con furia. Él se sorprendió— Caíste en mi patio y me hablaste en un idioma extraño. ¡Ahora estás condenado a ser mi MEJOR amigo!
Azul se abalanzó sobre él y lo abrazó. Aldavinski se sintió feliz.
Aquel día fue el día más memorioso para él. Por segunda vez una mujer lo había hecho sonreír. Primero su ahora mamá, y luego aquella niña que le sacaría sonrisas una, otra, y otra vez...
20 de marzo, 2271
Un día antes de la desaparición de Azul.
El patio de los Lazy era precioso. Era grande, tenía juegos de plaza blanda, una cerca barnizada... todo era colorido por las flores y armonioso por la familia.
La noche tenía un impacto especial sobre ese hogar. Los espejos altos que pendían de las columnas reflejaban la luz de la luna sobre una hamaca larga de madera. Allí, se encontraban Azul y Aldavinski.
—Oye, Azul... ¿Papá George y mamá Lucrecia no irán a saludarte a media noche?
—Sí, Lyubi. Pero aún faltan algunos minutos—Mordió una uva que tomaron del parral de la familia—. Ya es tradición que en cada cumpleaños tú y yo hagamos esto. Es lindo cumplir otro año más junto a ti— Le sonrió—. Me haces muy feliz...
—Tú también me haces feliz... Siempre estaré para ti, para protegerte.
Quedaron mirándose con amor. El extraño flequillo de Azul cubría su entrecejo, mas no el resto de su frente. Él se rió.
—¿De qué te ríes?—indagó con risas.
—Eres la niña más hermosa que he visto...—soltó sin pensar. Se arrepintió— Digo, siempre lo fuiste. ¡Digo! ¡Eres fea!—tapó con sus manos su boca de inmediato. Azul fingió enfado. Contuvo la risa.
—¡Es que soy tu reflejo!
—¡Hey! ¡Yo no soy feo!
—¿Quién dijo que me refería a eso?
Él arrugó su mirada. Luego de un segundo lo entendió. Sintió calor.
Azul se paró y tomó las manos de Lyubi. Lo bajó de la hamaca y lo hizo caminar frente a ella en el césped. Sin acercarse, y a la distancia de sus brazos, giraron en círculos imitando una danza.
—Cada día somos más altos que antes. ¡Ya mido como metro treinta!—dijo ella
—¡Pero yo mido metro treinta y cinco!—él le sacó su lengua.
—¡No es cierto!—Azul soltó las manos de él y le dió la espalda—¡Vamos a medirnos!
Al colocó su espalda contra la de Azul. Pasó su mano rozando su cabeza. En efecto, era ligeramente más alto que ella.
—¡Enana!—se burló.
—¡Hey!—Se dieron vuelta al mismo tiempo. Quedaron enfrentados y muy cerca. El calor de Aldavinski aumentó considerablemente. La niña sonrió.—A veces me preguntó cómo sería la vida si no fuéramos amigos...—dijo Azul en un tomo extraño, como si fuera auna sugerencia—Te-
El pitido de un reloj analógico sonó a la distancia. Aldavinski se acercó a mirarlo huyendo de la situación.
—¡Caray! Faltan dos minutos para media noche. ¡Corre Azul!
Azul aspiró aire. Besó en la mejilla a su amigo y voló rápido a su ventana. Antes de entrar, lo miró. Él no la estaba mirando.
—Te amo, Al—susurró.
21 de marzo, 2271
El día que Azul desapareció
—¡Pero yo soy más bonita!—le respondió Azul a su amigo de manera burlesca, evitando tomar el puesto de contadora en las escondidillas. De mala gana, Aldavinski aceptó el reto y corrió a contar.
El día estaba soleado, no habían malos augurios alrededor. Sin embargo, él sentía un peso extraño en su pecho, uno que le dolía y no podía dejar de ignorar.
Al terminar el conteo salió a buscar a su amiga, tenía más planes además de jugar. Sólo quería tomar valor y decirle a la cara que él también la amaba.
Buscó por todos lados, detrás de los arbustos, en la copa de los árboles, debajo de la tierra... Sospechó que usó más poderes para ganar el juego. Los minutos pasaron, y todo empezó a ser preocupante.
—¡Azul!—corrió entre el cemento y el césped—¡AZUL!—giró sobre su eje ampliando la búsqueda.— ¡Siniy!
Continuó caminando totalmente desesperado y en alerta.
—¡Azul esto ya no es gracioso!—lloró preocupado.
Frenó un segundo a secarse las lágrimas, agachando su cabeza al suelo. Cayó de frente sobre el concreto, apoyó sus manos para no golpear su cabeza, pero entre ellas se coló un objeto que lo lastimó. Asustado, lo recogió.
—Esto...esto es malo. Nuestro brazalete...
—¡Al! Hijo...
Él empezó a llorar, y el peso aumentó a montones. Giró su cabeza hacia la derecha, la joven Azul estaba intentando tomar su mano a no más de dos metros.
—¡AZUL!—gritó Lucrecia a su lado.
Ese día fue la última vez que la vio, y en el momento que ella desapareció, su sentimiento enterrado quedó.
21 de marzo, 2286
El día que Azul regresó
Otro veintiuno infernal para él. Otro golpe a su memoria que le recordaba que por otro año más estaría sólo con sus sentimientos.
Abrió la canilla de la duchay dejó que el agua bañara todo su cuerpo. Luego del ataque sekunder necesitaba relajarse. Era una especie de ritual que tenía cada vez que se sentía nervioso o adolorido. Sintió que tocaron la puerta de su casa, mas le restó importancia. Después de todo estaba su padre para recibir a quien fuera.
Poco a poco, mientras secaba su cuerpo con una toalla, comenzó a escuchar una breve discusión por parte de sus padres. Eso no era usual en su hogar... Se preocupó.
—¡Papá...!—llamó tranquilo.
Josh tocó la puerta del baño casi enseguida. Al abrió un poco, lo suficiente como para sólo dejar escapar su voz.
—¿Está todo bien con mamá que están discutiendo?—preguntó.
—Sí, no... ¡Agh!—chistó. Suspiró. —Sam y Anthony vinieron hasta aquí desesperados a buscarte por un asunto importante pero... No quería molestarte tú estabas... Pues bañándote
—¿Hasta aquí? ¿Qué puede ser tan importante cómo para que vengan hasta casa?
—¡AZUL VOLVIÓ, ALDAVINSKI!—gritó su madre subiendo por las escaleras.
Aldavinski miró a su padre sin mostrar expresión a su alguna. Palideció hasta quedar totalmente blanco. Cerró de un portazo la entrada. Simplemente se vistió con su ropa interior y la playera que recientemente se había sacado y salió corriendo esquivando a su padre y madre.
Tenía que verlo por sí mismo... Por sí mismo.
Presente
Aldavinski miró la puerta de su antigua casa. Allí al parecer no estaba viviendo nadie. Miró también la casa Vancouver. Estaba a oscuras, con algunas luces encendidas que se podían notar por las ventanas.
No sabía que estaba haciendo allí, pero de alguna manera sólo quería asegurarse que Azul estuviera bien.
Te amo, Al. Recordó.
El anochecer apenas había llegado. El trabajo lo había cansado, y sus manos necesitaban un respiro. Iba a ir directo a su hogar, pero la escala se le urgió.
—Sé que algún día me recordarás y volveremos a ser buenos amigos como antes—se dijo a sí mismo.
Respiró tranquilo.
—Azul, no entraré
Aldavinski se sobresaltó. Se escondió detrás de la ligustrina crecida.
—¿Estás seguro, Jeremy?
—No creo que tu madre se contente de verme. Es mejor que le hables tú primero.
Lyubi se acercó para escuchar mejor. Miró que Azul se encontraba con otro muchacho... ¿Quién era ese tipo?
—Tu punto no es malo después de todo.
Jeremy miró a Azul por un momento.
—Cuentas conmigo para lo que desees... Te protegeré siempre, Azul. —Jer la abrazó nuevamente. Ella le correspondió el abrazo.
Aldavinski miró la escena con dolor y pena. Un remolino sacudió su corazón, y una tempestad llegó a sus ojos. Nuevamente la sensibilidad lo volvía vulnerable, y no era nada agradable ante ojos ajenos. Azul era su debilidad, su talón de Aquiles.
El amor no debía hacerlo sentir así, pero así estaba. Vio al otro hombre alejarse, y a ella entrar... ¿Tan pronto y a espaldas del equipo había conocido a otra persona?
Se sintió decepcionado, roto, desvalorado. Abandonó el lugar, no quería estar más allí.
Tomó rumbo para la casa de Anthony, su hermano.
Lyubithelzhizni debía dejar de basar su vida en las tristes memorias de un hitachi.
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