18. "Jeremy, Fareed, y unos cuántos humanos "
15 de agosto, 2282
Compartimiento
Inutilia/Solum
Residencia Morbus
Viento helado entró por la ventana de su habitación, su gran habitación. Hacía años que no había un verano tan gélido como el de aquel año. Él temblaba, pero no de frío. La fiebre lo consumía el día de su cumpleaños número veinte.
Una mano amiga le sostuvo la suya al costado de la cama. Era la mano más suave y cálida que nunca había recibido.
—¿Por qué te quedaste en vez de irte con la familia? —preguntó Jeremy.
—No quería dejarte solo. Menos sabiendo que se acercaba tu cumpleaños —respondió Idaly con calma—. ¿Y tú por qué no fuiste a ese viaje?
—No dejaré nunca a mis chicos. Solumni funciona con la voluntad de sus maestros —suspiró—. No hay mejor arma que la educación para combatir la ignorancia.
—Ya estás delirando... —burló entre risas, apoyando su mano contra la frente de él. Sus mejillas ardían por la fiebre.
—Gracias por cuidarme, Idaly —dijo con gratitud.
—Siempre lo haré por ti...
Las risas se desvanecieron con el recuerdo. Al abrir los ojos, se encontró frente a una modesta casa al sur de Spring Valley. Avanzó pocos pasos y golpeó la puerta a mitad de la madrugada. Esperó un minuto. Sabía que estaba ahí, sabía que saldría por ella. Y salió.
Un joven de veintitantos tiró del picaporte y salió. Levantó la mirada del suelo para conocer a su nocturno visitante. Era ella: la única persona capaz de hacerlo levantarse de la cama.
—Sé que es muy tarde y lo siento. Lo siento por todo. Por dejarme estancar, por dejarme engañar, y por permitirme echarte de mi vida cuando solo me querías proteger. Si tan solo te hubiera hecho caso... Nada podrá alterar las consecuencias, pero juro que no volveré a silenciarte. No sé qué siento por ti, ni por mí, ¡ni qué sentir de todo esto! —gritó exasperada. Se tumbó de rodillas al suelo—. Pero si algo sé hoy es que aún hay tiempo de hacerlo diferente. Y esa diferencia comienza dejando de lado mi orgullo y pidiéndote, postrada, que me perdones.
Él la observó desde arriba, con lágrimas en los ojos. Estiró su mano para que la tomara.
—Levántate —exigió, triste y apenado—. Levántate, que las estrellas no se doblegan ante simples mortales. —Tomó su mano y la ayudó a pararse—. ¿Cuidarte? ¿Protegerte? Siempre lo haré por ti...
Azul se alzó lentamente con la ayuda de Jeremy. Cuando tuvo los dos pies sobre Exanimun, se abalanzó para abrazarlo como nunca antes lo había hecho. Él le devolvió el gesto con aún más fuerza y ganas.
—Lo siento, Jer. En serio lo siento.
—Te perdono, Azul. Descuida... Ya pasó. —Enredó su mano izquierda en su cabello para afirmar la unión. Hacía años que no se abrazaban así. En el silencio de la noche, se escuchaban los sollozos de ambos—. Ya que viniste hasta aquí, no dejaré que te vayas hasta dentro de un rato. Por favor, quédate hasta que amanezca —suplicó.
—No quisiera otra cosa en este momento. —Se separaron para verse. Azul sonrió—. ¿Puedo pasar?
Él le devolvió la sonrisa con mayor intensidad. Jaló de su mano suavemente y la llevó al interior. La casita de Jer no era ni de cerca tan grande como la que había crecido, pero era lo suficientemente humilde y modesta como para pasar desapercibido. Se podía apreciar el desorden de su cama por haberlo despertado.
—¿Té? —preguntó amablemente el residente.
—Por favor.
Ambos adultos disfrutaron de una amena charla sin incomodidades de por medio. Aquel perdón era necesario para tranquilizar su mente. Sin duda, para él fue un alivio al corazón volverla a ver.
—¿Entonces el tonto de Aldavinski ha mejorado mucho?
—¡Hey! Él no es ningún tonto.—Tomó un sorbo de té.—Y sí, ha mejorado bastante. Está mucho más comprometido con su trabajo que antes. Durante estos días que Sam estuvo incapacitada, se encargó de toda la administración de la clínica.
—Es un hombre con grandes voluntades.—Tomó su último sorbo. —¿Y qué prosigue de ahora en más? ¿Hay algún nuevo seguimiento?
Ella frenó en seco su toma. Bajó la taza y enserió la voz.
—Últimamente estuve pensando en posibilidades... imposibles.
—¿Cómo?
—Liberty me dijo algo interesante: no los venceremos de la forma que conocemos. Que el poder es en vano.—Se acercó tirando su cuerpo hacia adelante. —Empiezo a creer que Sekunder tiene algo que ver con los humanos.—susurró.
—¿Qué?—rió confundido. —Azul, sabes que te apoyo en todo. ¿Pero qué son esos pensamientos?
—Sólo es una suposición. Pero el tiempo es un enemigo y realmente necesito inclinarme hacia una dirección.
—No estás tomando la correcta.—aseveró tomando su mano.
—Jeremy.—aseguró con seriedad. —Tengo más poder del que quisiera, pero mi intuición es más grande que él. Siendo sincera, poco conozco a mi hermana pero haré todo lo que fuera por regresarla, y le creo.
Jeremy pausó un rato la discusión. Aquello le parecía un disparate, pero no iba a abandonarla en su camino.
—No creo que estés razonando con la mente... Pero te apoyaré y ayudaré hasta el fin.—La sonrisa que recibió le produjo estabilidad. La imitó. —Humanos, ¿eh?
—Se sabe tan poco de aquellos seres... No sabría por dónde comenzar. Los sekunders... Folium... Liberty...
—Creo que conozco a alguien que podría ayudarte.
16 de diciembre, 2286
Instituto Solumni
C. I/S
El frío del jueves por la mañana no daba gusto. Desde los maestros hasta los niños estaban encapotados bajo prendas y prendas de ropa. Por los menos las inmensas paredes de piedra mantenían adentro el calor. Nada estaba fuera de su lugar. Sólo era una escuela... nada más una escuela. De no ser por las miradas que apuntaban a su rostro, no estaría incómodo.
—Jer...¿todo bien?—musitó Azul.
—Sí... Sólo que no dejé una buena imagen cuando salí de este lugar.—Tomó la capucha de su poncho y se cubrió la cabeza. Azul sólo lo seguía.
—¿A dónde estamos yendo exactamente?
—A visitar a un viejo colega del trabajo.
Subieron las colosales escaleras blancas dos pisos hasta arriba. Los pasillos parecían interminables. Luego de recorrer unos cuantos metros, frenaron el paso frente a una enorme puerta de madera con la leyenda "Aula 22". Jer tomó aire y giró el picaporte. Entró con nostalgia, miedo, y vergüenza.
—¡Maestro Morbus!—gritó un joven en el fondo. No se podía deducir a ciencia cierta su edad. Se levantó corriendo su pupitre con emoción. Se acercó a abrazarlo.
Jeremy recepcionó el gesto de cariño con mucha impresión. No pensó que alguien ahí adentro podría apreciar su visita. —¿Se acuerda usted de mí? Soy Johann Lockmore.
—Lockmore. La última vez que te vi parecías un preadolescente de doce años...—negó con la cabeza. —Se nota que creciste en poder.
—Joven Lockmore. Hágame el favor de volver a su asiento.—advirtió el docente al mando de la clase. Se levantó de su modesta silla de terciopelo y caminó hasta Jeremy. Lo observó con seriedad. —Jeremías Morbus: profesor de historia solum.—El señor sonrió. —Ven, vayamos a hablar afuera.—Se dirigió hacia la clase. —Continúen con sus trabajos. Tienen tiempo hasta las nueve.
No daba gusto estar afuera con la ventisca invernal, pero tampoco era buena idea tener una conversación en medio de una clase.
—Permitánme presentarlos: Azul Vancouver, él es el profesor Fareed Kumari. Fareed, ella es Azul Vancouver: mi...
—Compañera de trabajo.—terminó la oración. Fareed se rió.
—Jeremy también fue mi compañero de trabajo. Tú y yo tenemos algo en común.—Puso las manos en los bolsillos de su túnica.—Quisiera saber a qué se debe esta visita. A las nueve termina mi clase con octavo. Tengo una hora antes de ir con los de tercero a las once. Pueden esperar en mi oficina es por allá...—tanteó con su dedo una sección de oficinas al final del pasillo. —La cuarta puerta a la derecha.
—¿Te dieron mi oficina?—burló divertidamente Jeremy.
—Era la mejor del segundo piso. Y ahora es mía.—Extendió sus morenas manos librándose de la culpa con gracia. Retrocedió hacia atrás para volver al salón. —Enseguida vuelvo...
Los jóvenes tomaron espera en la oficina de Kumari. Por supuesto estaba decorada con muchos adornos que le agradaban a él. Azul pudo conocerlo a través de las agradables imágenes.
Todo parecía indicar que Fareed venía de la India, y era de la nación capti. Y tal parecía también que el color verde era uno de sus favoritos dado a que sobresalía en todos los estandartes y sillones donde se encontraba. Inclusive las manijas de las gavetas de su escritorio eran de aquel color.
Al lado de las fotografías estaban también colgados los diplomas de los doctorados y maestrías en los que estaba títulado. El más grande databa de 2260, y decía: Se le es entregado a Fareed Kumari de veintiséis años de edad la titulación en "Historia Humana", siendo capaz de ejercer, practicar y enseñar todo lo relacionado a la cátedra".
—Ya veo porqué me trajiste hasta aquí...—dijo Azul señalando el diploma. —Fareed tiene conocimientos en historia humana.
—No sólo eso... Pero ya lo verás. —Se apoyó cómodamente sobre el escritorio.
Aguardaron pacientes hasta la llegada del maestro. Cuando fueron las nueve, llegó emocionado por la visita. En sus manos cargaba unos cuántos libros.
—Quiero decir, antes que nada, que adoro tu presencia en este establecimiento. Solumni fue muy negligente al despedirte por...ya sabes. —susurró la última frase.
—No hace falta que ocultes nada Fareed. De hecho la víctima está aquí. —Señaló a Azul. —Azul fue Idaly durante esos quince años. —Él levantó su dedo antes de que Fareed respondiera o lo atacara con preguntas. Se incorporó y lo miró fijamente. —Adelantemos toda la explicación. Naufragii mentis.
Toda la información necesaria se volcó en la mente de Fareed en un instante. Parpadeó dos veces intentando esclarecer. Sus anchos y caídos ojos recorrieron de esquina a esquina la loza del suelo. Miró a Azul con bastante seriedad y compromiso.
—Niña... Hay juegos que es mejor no jugarlos. No sigas intentando aclarar, sólo vas a oscurecer...—impuso con frialdad.
—Profesor Kumari. Necesito de su sapiencia para saber hacia donde tomar camino. Mi hermana...
—Sé todo lo de tu hermana. Acabo de recibir toda la información y lo que estás planeando te llevará por un mal camino.—apretó con fuerza sus carnosos labios. —Vancouver. No puedo ayudarte.
Un silencio incómodo gobernó la habitación. Jeremy se rascó la barbilla algo resignado.
—Fareed. No hay nadie en el mundo que sepa lo que tú sabes. Si nos ayudas con esto, consideraré en volver a enseñar. Por favor.
—Tengo secretos que es mejor no revelarlos, Jeremías.—aseveró. —Los humanos fueron personas muy malvadas que se llevaron ellos mismos a la autodestrucción. Nuestro mayor castigo es vernos iguales a ellos y tener su mismo y muy arcaico modelo social. Todas las reglas son iguales para cualquier civilización: educación, formación, trabajo, salud... Ellos usaron muy mal cada regla. Cuando les llegó su momento de existir no hicieron más que desastres. ¿Y todavía quieren que terminemos como ellos? Sekunder es un hombre muy malvado... Hay mucha "humanidad" en su interior y no querrán liberarla. La historia de esa raza es muy compleja y me llevó más de doce años poder recopilar y adquirir la información. Este es mi mayor tesoro, y lo siento, pero no lo compartiré con nadie.
—Tú sabes bien qué está pasando con Sekunder... ¿Qué más nos estás ocultando Fareed? ¿Por qué tanto fanatismo por los humanos?—indagó Azul indecorada.
—Azul, no.—chistó Jeremy avergonzado. Miró a su ex colega y notó cómo aquellas palabras le afectaron.
—¿Quieres saber por qué tanto fanatismo?—rió irónico. Levantó su túnica apresurado para mostrar el lado izquierdo de su abdomen. No había nada. —Yo nací en la India capti. Soy de la nación capti.—aseguró. —No tengo mi marca de nación. Mi único poder es mi saber, ¡porque yo no tengo poderes!—gritó soltando su prenda. Avanzó hasta Azul. —Soy un "superhumano" que nació sin ninguna habilidad. No tengo poderes base, no tengo poderes adaptados, no tengo nada. Soy en esencia un humano.—Sus amarillos y brillantes ojos la intimidaron. —No puedo revelarte secretos que morirán conmigo. Lo siento...
Jeremy la tomó de los hombros para sacarla despacio hasta afuera mientras que Fareed se sentó perdido en uno de sus asientos. Cerró la puerta para quedar a solas con él.
—Por favor perdónala. Ella no sabía nada sobre esto.—Miró como las lágrimas caían de los ojos de Kumari. —Lamento haber llegado así. Me iré.
—Se acerca una guerra, hijo.—dijo apenado antes que el otro saliera. —Y esa guerra no será como ustedes la esperan...
Frivolamente se revelaron oscuros secretos difíciles de escuchar. Tan difíciles que no quería seguir haciéndolo. Sólo tragó saliva y salió dejándolo solo con sus turbias declaraciones. Azul lo atacó con preguntas que realmente no escuchó. Caminaron perdidos hasta el ala de salida.
—¡Sólo dime lo que dijo Jer!—gritó trayéndolo de nuevo a la realidad.
Jeremy suspiró. Realmente se avecinaba algo muy peligroso, pero a la vez muy incertero. Fijamente la miró, y fuera de sí actuó.
Con una mano en su espalda, y la otra reposada sobre el abdomen, reclinó su postura para verla desde abajo. Una de sus rodillas tocó el suelo mientras que la otra apuntó al cielo. Bastó murmurar unas pocas palabras para crear la utilería del momento. Lleno de nervios e indecisiones esclareció la voz.
—Una de mis tareas favoritas en toda mi vida fue cuidarte y protegerte—sollozó.—, y aunque he tenido algunos fracasos me alegra verte aquí y ahora siendo de nuevo tú, quien nunca debiste dejar de ser.—aspiró. —Se avecinan cosas complicadas, y lo que más deseo en este mundo muerto es el poder cuidarte.—Soltó el aire. —Azul Stella Vancouver de Inutilia. ¿Te quieres casar conmigo?
Ella quedó inmóvil ante la propuesta. Pestañeó lentamente sin quitarle los ojos de encima. Nuevamente aquel maldito conflicto de identidad.
—Yo... Jer... Eh...—titubeó observando aquel anillo plateado. —Jer. No creo que esta sea la manera más eficiente de protegerme. Soy una adulta, me puedo cuidar sola. Yo...yo...
—Seamos marido y mujer, por favor.—suplicó arrodillándose del completo. Azul se agitó.
—Jer...yo...eh...
—¡Nada te faltará! ¡Viajemos juntos a Moscú!—exclamó en voz alta.
—Jeremy, no creo...
—¡Seamos sólo tú y yo contra el mundo!
—¡JEREMY YO NO QUIERO VOLVER A SER UNA MORBUS!—gritó captando la atención de los transeúntes. Él se levantó y tomó de igual manera su mano.
—Entonces dame el honor de ser tu esposo y se parte de TU familia.—dijo por lo bajo. —Déjame ser Jeremías Vancouver.
Entre ambos se produjo una tensión implícita muy incómoda. Ella comenzó a temblar ligeramente.
—Jer. Te quiero. Te quiero muchísimo pero lo que siento por ti no es más que admiración y respeto.—Apretó sus cabellos. —Tú nunca me viste como una hermana, ¿okey? Pero en mi mente, en mi realidad, nunca dejamos de ser parientes. Me resulta muy extraño que me hayas besado, que sientas atracción por mí, y mucho más que ahora quieras que me case contigo. ¡No somos compatibles!—acotó con furia.
Él se permitió llorar. Besó al anillo que traía en sus dedos y lo dejó sobre la palma de ella.
—Diles a los del escuadrón que se muden contigo a tu casa. No estés sola, por favor. Debo de hacer un viaje, pero prometo que volveré muy pronto.—Besó su frente. —Estaré seguro de partir si sé que Anthony y Sam te cuidarán... Y tal vez hasta Aldavinski.
La mujer soltó al agarré. Lo miró confundida.
—¿Eso es todo?—Jeremy bajó la mirada. —¡Somos un equipo, Jeremías! ¿Sólo porque no quiero casare contigo me vas a dejar sola?
—¿¡TÚ QUÉ SABES DE ESTAR SOLA!?—vociferó furioso. Su rostro enrojeció. —Todos estos malditos años te cuidé mientras me descuidaba a mí mismo. Traté de que todo en tu puta vida no sea tan miserable ¡y ni así lo ves!—Zapateó. —Te ofrezco el casamiento, no para atarte a mí, sino para darte la seguridad que más nadie te puede dar. ¡TODO SE ESTÁ YENDO A LA MIERDA Y SÓLO QUIERO QUE SEAS FELIZ!—lloró. —Y si tú felicidad y seguridad está aquí en este lugar, pues quédate. Yo me largo a realmente hacer algo por esta nación.
—¿Hacer algo por la nación? ¿No te parece que hacemos lo suficiente?
Jeremy rió con ironía.
—¿Quiénes? "¿Tú escuadrón?"—Enumeró con sus dedos. —Tienes una médica inútil, un general retirado, un estúpido hitachi que no puede coordinar más de dos poderes base. Nada de lo que hacen les servirá para la guerra.
—¡Pero qué es todo eso que dices de la guerra!—preguntó cansada y abrumada.
Jeremy no dijo ni una sola palabra más. Hizo un ademán con sus brazos indicando que ya nada le importaba. Por primera vez en años la dejó a la deriva y lastimada en medio de la calle once. Azul no lo siguió, no lo molestó. Solamente se fue de allí con un corazón roto y un alma para sanar.
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