En estos momentos pensaba que fue una muy mala idea haberle dicho a Changbin que no había dado su primer beso.

Y justo por eso caminaba pareciendo como un completo paranoico, evitando a toda costa chocar con la gente y se mantenía alejado de ella.

Maldecía completamente a Changbin
por haberlo metido en esta situación,
¡Pero es que no podía escapar de ella! Su amigo en serio daba miedo.

La semana pasada se había chocado
contra la puerta del aula de práctica, y se suponía estaba solo puesto había pedido el lugar para utilizarlo después de clase.
Pero le aterró el hecho de que el castaño se hubiera burlado de su torpeza el día después cuando se suponía no sabía eso.
¡Era un lunático!

Y ciertamente por eso se encontraba
escondido en el baño, en espera de que todo el alumnado abandonara el lugar para salir sin correr el riesgo de chocar con alguien.

Después de un tiempo, salió del baño,
cuando pensó que ya no había peligro.
Abrazando su mochila abrió la puerta,
pero no contó con que justo al poner un pie fuera y voltear hacia la salida,
chocara con un fuerte pecho.

Maldijo internamente y cuando alzó la vista para ver quién era, quiso morirse
ahí mismo.

El dueño de aquel duro pecho no era
nada más ni nada menos que el
mismísimo Lee Felix. La persona con la que menos quería toparse.

Maldijo a Changbin en su mente una y otra vez mientras subía su mirada lentamente hasta conectar sus ojos con los avellana del rubio, tragó duro.

El australiano se encontraba ahí con su típica sonrisa observándolo con algo de preocuparse y un extraño brillo en sus ojos que no supo entender.

— Hyunjin, oye, ¿Estás bien? —preguntó sin borrar su sonrisa el menor,
obteniendo un parpadeo del peli negro y que este saliera corriendo como alma que lleva el diablo.

El rubio ladeó su cabeza con confusión
ante la extraña reacción del otro.
Mientras, Hyunjin corría hasta su casa sin mirara atrás, deseando que la tierra lo tragara y escupiera en otro continente.

Iba a matar a Changbin definitivamente.