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Epílogo #1: Wolfgang

—¡Helmholtz tenía razón! ¡Debí ponerle una maldita alarma! —vociferaba Wolfgang, reprendiéndose a sí mismo por ser tan despistado.

La muerte y él avanzaban frenéticamente entre las calles de la ciudad, pero el fuego ya parecía haberse apoderado de toda la metrópoli y, tras ellos, el gigantesco espectro se precipitaba como una vorágine de almas que buscaba consumirlos. Sin embargo, por el rabillo del ojo, Wolfgang pudo distinguir el refulgir negro de su nave espacial, con sus característicos detalles pintados en un rosa intenso.

—¡Por acá, Huesos! ¡La encontré! —gritó triunfante, dobló en una esquina y continuó corriendo.

Sin embargo, no logró avanzar demasiado, pues a unos escasos metros de llegar a su vieja y confiable «Starfang V», un muro de almas se alzó frente a él y su compañera.

—¿A dónde vas con mis historias, perrito? —reprochó el deforme espectro que, para este punto, ya había duplicado su tamaño pues, a su paso, absorbía a todas las almas que alguna vez habitaron la ciudad.

—No son tus historias, nada aquí te pertenece, solo tu maldito y podrido ego —contrarrestó el orejudo, mientras le sostenía la mirada y desenfundaba su revólver, calibrándolo para lanzar un disparo con la máxima potencia.

El espectro soltó un grito fúrico que resonó en toda la urbe e hizo tambalear a las llamas que la consumían, entonces lanzó un zarpazo directamente hacia Wolfgang. Este apuntó el revólver y disparó directamente a las garras del monstruo. Un gran destello de rayos gamma borró casi por completo la mano de la bestia, junto con un par de sus garras; pero aquello no fue suficiente y una de estas alcanzó a golpear al orejudo, quien salió volando, atravesando el muro de espíritus e impactó contra la carrocería de su nave.

—P-pegas fuerte, hijo de puta —dijo Wolfgang, escupiendo un coágulo de sangre e incorporándose con dificultad.

El ente soltó un grito de dolor y la vorágine de almas se descontroló sacudiéndose contra las llamas, quemándose mientras se retorcía de dolor; buena parte de ellas comenzaron a concentrarse en las partes que el espectro había perdido, sirviendo como material para reconstruirlas.

El orejudo miró en todas direcciones, buscando a su compañera, quien estaba intentando liberar a la mayor cantidad de almas para menguar el poder de la bestia. Incluso había sacado una guadaña roja con la que cortaba hábilmente torrentes de espíritus. Pero sus esfuerzos eran insuficientes, y pronto también se vio superada.

—No puedo creer que diré esto, pero... ¡Es hora de la gran 13-14, Huesos! —gritó Wolfgang.

Ambos se miraron, Wolfgang suspiró y pareció que la muerte hizo lo mismo: era evidente que a ninguno de los dos le agradaba lo que estaban a punto de hacer. Corrieron, esquivando almas y llamas, Wolfgang soportando el dolor de sus heridas y Huesos cargando con su guadaña, entonces extendieron sus manos y las entrelazaron, fusionándose en medio del caos.

De pronto buena parte del fuego que continuaba consumiendo a la ciudad, se arremolinó alrededor de ellos y un potente aullido se elevó hasta el cielo, cimbrando los cimientos de la ciudad y alertando al monstruo, quien incluso retrocedió varios metros.

El fuego poco a poco se disipó, dejando ver a un gigantesco lobo bípedo, hecho de llamas negras, sus ojos refulgían con una determinación ancestral y de sus fauces exhalaba un fuego purificador, portaba una gigantesca guadaña, misma que apuntó hacia el mórbido espectro. Aquél imponente ser era el resultado de Wolfgang cubriéndose por completo con el manto de La Muerte, uno de los dos Antiguos que daban forma a toda la existencia (el otro era La Vida).

En un rápido y casi imperceptible movimiento, el titánico lobo blandió su guadaña y lanzó un potente tajo directamente al cuerpo del espectro, quien, sin poder defenderse ante tal poder, lo recibió de lleno. Su existencia fue dividida por la mitad y sus trozos cayeron pesados sobre el mar de almas que durante tantos años había acumulado. Fue entonces cuando el lobo abrió sus fauces y lanzó sobre el espectro una cascada de fuego eterno, de ese que todo lo consume y purifica.

Este se extendió por toda la ciudad, como un potente oleaje que limpiaba todo a su paso y, luego de unos momentos, solo hubo silencio. Wolfgang se separó de La Muerte y volvió a ser el adorable orejudo amante de la comida y las buenas historias, pero soltó un largo suspiro, pocas veces en todo el tiempo que llevaba viviendo, había sido necesario recurrir a aquella forma, pues aunque lo llenaba de un poder inimaginable, sentía que le asfixiaba el alma.

La muerte se acercó a él, preocupada. Pero Wolfgang se sacudió la gabardina y la miró, sonriente.

—Estaré bien, Huesos. Creo que solo es cuestión de acostumbrarse, ¿tú cómo estás?

La huesuda se encogió de hombros, como de costumbre, y con una de sus esqueléticas manos hizo la seña de «más o menos». Su compañero soltó una risa despreocupada y luego se acercó al lugar donde el monstruo había perecido. Cuál fue su sorpresa al encontrarse con un único espíritu, desnudo y temblando de frío en posición fetal: era una mujer de mediana edad.

—Yo no quería, yo no quería, perdón, perdóname, mi amor...

Eran las únicas palabras que salían de los labios de aquél desolado fantasma, como si se hubiera quedado atrapada en un bucle de arrepentimiento.

—Todo estará mejor, ya no tienes que preocuparte por nada más, solo deja ir todo ese dolor —dijo Wolfgang con un tono de voz tranquilo y comprensivo, agachándose para cerciorarse de que sus palabras fueran escuchadas.

Entonces la muerte también se acercó y, con un suave toque de su huesudo dedo sobre la frente del espectro, al fin le dio paz a la atormentada alma. Hecho esto, ambos caminaron en silencio hacia la Starfang V y, cuando hubieron llegado, Wolfgang sacó de sus bolsillos unas llaves con llaveros pintorescos, apretó un botón y las puertas de la cabina se abrieron. Él subió en el asiento del piloto, pero Huesos se quedó en tierra, mirándolo.

También la miró, extrañado, y estuvo a punto de preguntarle si no tenía planeado subir, pero no hizo falta, pues pronto entendió lo que aquello significaba.

—Bueno, entonces nos vemos luego, Huesos. Espero no te demores mucho absolviendo almas, lamento si no puedo quedarme a ayudarte, debo entregar estas historias. Ya sabes cómo se pone tu contraparte y los otros Elegidos cuando me tardo.

Se despidió de su compañera con una seña y encendió los motores de su nave. Sin embargo, antes de que la puerta de la cabina se cerrara, a sus oídos llegó la voz de su compañera:

—Cuídate, Wolfgang.

El orejudo sonrió y levantó una ceja, dispuesto a reprocharle a la huesuda por no haberle hablado en todo el viaje. Pero sólo lo dejó pasar, tomó los controles de la Starfang V y despegó ferozmente, dejando una estela rosa y perdiéndose en el verdoso cielo de aquél mundo enfermo, hasta que abandonó el planeta y se encontró frente a la vastedad del espacio.

•••

Bitácora de Wolfgang 02/02

He puesto el piloto automático y la Starfang V surca el universo, de vuelta a la base de Los Antiguos. En el trayecto he acomodado las obras rescatadas frente a los controles de la nave, mientras miro sus portadas y recuerdo las historias que cuentan en su interior. También dirijo miradas ocasionales al fondo cósmico, los asteroides, cometas y sistemas solares que veo a mi paso, así como las nebulosas y los cuásares que estallan a años luz de donde me encuentro, me hacen pensar en una cosa: ¿Cuántas historias hay allá afuera? ¿Cuántas de ellas están sucumbiendo ante poderes corruptos y malignos? ¿Cuántos seres están luchando por escribir su destino en páginas blancas o con el trabajo de sus manos, con el sudor de sus frentes y la sangre de sus corazones? El universo cuenta su historia a través de su silencio y solo aquellos que estén dispuestos a escuchar más allá de sí mismos son capaces de conocerla.

Por eso, desde este punto ingrávido del cosmos, lanzo este mensaje a todos aquellos que quieran unirse a nuestra causa. Nosotros somos los Elegidos de Los Antiguos, no porque poseamos un don especial o seamos los mejores de los mejores en lo que hacemos, sino porque elegimos ver y abrazar la única verdad detrás de todos nosotros: el ciclo de la vida y la muerte, del inicio y del fin, de la creación y la destrucción que, aunque parecen dos cosas completamente diferentes, son parte de la misma única verdad. Una verdad de la que ninguno de nosotros puede escapar, pues somos ella, parte de ella.

Entonces, querido camarada interespacial e interdimensional, permite que te haga una pregunta: ¿Qué eliges ver tú?

Sea cual sea tu respuesta, espero te traiga paz y guíe tu camino a través de la incertidumbre de la existencia. Yo me despido de ti, quizá nuestros caminos se crucen en algún punto del cosmos, o quizá no, pero pase lo que pase, deseo que Los Antiguos te acompañen en tu viaje y, ojalá, podamos vernos en la eternidad. 

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