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Capítulo tres

Seguía con los ojos cerrados y acariciándome la barriguita. Mi mente estaba a rumbo perdido gracias a la música relajante que me había puesto vía YouTube, por un momento se me cruzó encender una barrita de incienso pero al final me eché para atrás porque no encontré nada con el que encenderlo. La música ya era mi mejor medicina y además leí en un artículo que le ayudaba al bebé y lo mantenía relajado. Así que no podía ser mejor para mi momento zen personalizado. Inhalé y exhalé varias veces hasta que escuché como se abría la puerta del despacho y acto seguido se cerraba, en vez de prestarle atención a esos tacones tan chirriantes que escuchaba —y que perfectamente reconocía por su repiqueteo y el escándalo que armaban cada vez que se abrían paso. Vaya, que si ponían de fondo la canción de Rafael tampoco molestaba. «Escándalo es un escándalo»—.

—¡Ingrid! —unas manos me empezaron a zarandear con entusiasmo y a la mierda se fue mi momento relajante.

Pegué tal respingo que casi me caigo de la silla, abrí los ojos y la miré.

—¿Qué sucede? —me froté los ojos y empecé a desperezarme.

—¡Joder, qué susto me has dado! —cogió aire—. No me respondías ni nada, ¿qué quieres que se me salga la criatura del susto?

—Difícil, de ese balón no sale con tanta facilidad —me reí con gracia.

—Cómo te zarandeé bien yo... te vas a enterar tu, idiota —me gruñó y arrugó la nariz—. Ni que tu estuvieses tan delgadita —me hizo burla y solo logró que me riese más.

—Eso mejor un buen mozo, ¡qué rico! —musité para seguir la broma—. Oye, yo estoy divina de la muerte hasta con panza así que cuidadin.

—Ya ya, pues un mozo en este caso no va a ser —añadió—. Bueno, ¿estás bien? Me has preocupado divinidad de mujer —soltó irónicamente.

—Si, estoy bien —asentí—. Solo buscaba un momento de paz para pensar.

—¿Y lo has conseguido?

—Si, bueno aunque no del todo porque me has alarmado nada más entrar —manifesté.

—Seguro has estado pensando en él —se cruzó de brazos—. Pronto saldrá, verás.

—No es eso lo único que me preocupa, Patri —apagué el ordenador mientras tanto y guardé unas cosas que habían de por medio—. Y si, ya sabes que me siento culpable y todo eso. Ojalá que así sea, nunca me hubiese imaginado que lo echaría en falta y eso que lo odiaba a muerte —le recordé—. En circunstancias pasadas, estaría saltando en una pata. Gorka en la cárcel y yo a cargo de todo son motivos para ser feliz, pero al contrario tengo más preocupaciones que antes.

—Pero no tienes la culpa, todo pasó así y ya —me miró preocupada—. Ya sabes que nos tienes a nosotros para ayudarte, ¿verdad?

—Si —aprobé—. Pero, tiene un crimen en las espaldas que no le corresponde.

—Sé que no es fácil pero estando tu aquí nada se iría al traste, al contrario estás expandiendo todo su patrimonio y ahora el tuyo —me señaló la oficina de rincón a rincón—. Lucha mujer, este es el futuro del bebé —me recordó—. Fue en defensa propia, ¿qué preferías estar los dos bajo tierra?

—Ya lo sé —hice una pausa—. Claramente no, estamos más vivos que nunca.

—Pues ya está —miró la hora e intervino sin venir a cuenta—. Mierda, ¿aún estás así?

—¿Qué? ¿Así como? —cogí mi bolso con tranquilidad.

—¡La consulta para saber los sexos de nuestros bebés, corre! —me metió prisa—. Vamos a llegar tarde.

—Maldita sea, ¡se me había olvidado! —me froté las sienes con las manos.

—Corre, ¡que no llegamos! —empezó a ponerse de los nervios mi amiga.

Repentinamente entró Fer y se nos quedó mirando. A Patri casi se le salió el corazón por la boca con la entrada sorpresa de Fernandito.

—Joder, puto susto hijo —salió agitada apartándolo de la puerta—. Sino me mata ella, me vas a matar tu.

—¿Tu? ¿Porqué? —se me acercó y me acarició dulcemente la barriga—. ¿Estás bien, am...? —Fer se debió de dar cuenta de lo que estaba a punto de decir por suerte, logró evitar llamarme «amor».

—Si, tranquilo —le sonreí y vi como a través de la mirada me mandaba todo el nerviosismo Patri—. Solo estaba en un momento de relax, entró y yo ni me inmuté pero nada grave. Me encuentro bien.

—¿Segura? —siguió preocupándose por el bebé y por mi.

—Si —levanté la mano y le acaricié la cara para que dejase de agobiarse.

—Vamos, niña —me ordenó inmensa en un ataque de nervios.

—Vine a llevaros, Alex no quiere que ninguna de las dos conduzcáis y yo tengo órdenes de llevar a Ingrid —nos informó y me rodeó con un brazo la cintura.

—Mira que le dije que yo podría —se quejó y nos miró extrañada como si viese cosas estrambóticas entre los dos.

—Os llevo y punto, luego os traeré a por el coche o Alex se reunirá con nosotros —dijo firme.

Fer me dirigió hasta el punto donde estaba mi amiga y cerró la puerta bajo llave. Cuando él empezó a adelantarse por el largo pasillo, pude notar el aliento de mi amiga sobre mi oreja.

—Ingrid... ¿no te parece que Fer está muy volcado contigo últimamente? —me preguntó mediante susurros para que nadie nos escuchara—. No sé si el embarazo me está produciendo alucinaciones pero Fer te iba a llamar «amor». ¿No tienes nada que contarme? Toda esta situación es muy rara...¿Ha pasado algo entre vosotros?

—Serían alucinaciones, a mi no me lo pareció —intenté que dejara de pensar en ello porque odiaba que en tampoco tiempo, me conociese tan bien. Si se enteraba de lo que sucedió en un pasado, quería que fuese por mí y no por otros medios. Aunque no debía de mentirle ahora, sí podría omitir ciertas cosas.

—Pero esa forma de acariciarte, la caricia tuya hacía él no sé... ni que fuese él el padre —cogí aire para evitar atragantarme. «Amiga, por favor no saques tus propias conclusiones... pronto sabrás todo».

—Júrame que no me vas a ocultar nada, ¿cualquier cosa me la puedes confiar, vale? Si en alguna ocasión te has sentido vulnerable y solo estaba él para consolarte, entiendo que os podíais haber confundido porque el roce hace el cariño... —la detuve un momento y la miré avergonzada pero ello se me adelantó—. ¿Sientes algo por Fer? Lo siento pero es que no veo normal su actitud, una cosa es que te proteja por su amigo y otra distinta que se vuelque tanto en la causa.

—Necesito contarte algo, pero no ahora —llegamos a la altura de Fernando y ya nos tenía la puerta abierta—. Te agradecería que no sacaras tus propias conclusiones antes de tiempo —si ya estaban más que claras, por una razón u otra ella ya había empezado a sospechar en nosotros y eso me daba mucho miedo.

—¿Sucede algo? —nos miró enarcando una ceja Fer.

—No, nada cosas de chicas —Patri tomó asiento en el asiento trasero y Fer me ayudó a que me sentara. Por último entró él en el coche y luego se puso en marcha.

Durante el trayecto ninguno dijo nada, tan solo nos intercambiamos algunas miradas entre nosotros. Tiempo después, nos encontrábamos con Fer en la sala de espera de la consulta que nos tocaba.

—¿Nerviosas? —rompió el hielo él, estaba sentado en medio de las dos.

—Mucho —mostró las manos temblorosas Patri.

—Pues si ya estás así, no me imagino el día que vayas a parir —me burlé de ella.

—Qué graciosa ella —hizo pedorretas en el aire.

—Cuidado, no me salpiques que me acabo de duchar —bromeó Fer—. ¿Tu no lo estás? —me sonrió con timidez después de mirarla.

—Eso, cuidado cariño —le saqué la lengua a Patri—. La verdad es que no, que tenga que ser lo que dios quiera.

—Pava, pero en eso concuerdo contigo —se frotó las manos y observó a Fer.

Aparté la mirada un tanto incomoda y me fijé en un cuadro de bebé que tenía justo al frente.

—También es verdad —Fer nos observó a las dos.

De repente, la puerta de la consulta se abrió y salió una muchacha que rondaba los veinte años. Esta se fue alejando hasta un mostrador que había al final del pasillo.

—Patricia García Pérez, pase por favor —la nombró la doctora desde el interior.

—Ahora sí, llegó mi hora —se levantó con el bolso a cuestas y se asomó por la puerta—. Disculpe, ¿pueden pasar mis dos amigos? Ella tiene la consulta justo después de la mía.

—Si, claro —nos dio paso a nosotros también y por un segundo me extrañó que Alexander no estuviese acompañándola en un momento tan importante.

Ella nos hizo un gesto para que nos pusiéramos de pie y entró.

—Oye, ¿no te parece raro que no haya venido Alexander? —me dirigí a Fer.

Él muchacho se encogió de hombros sin saber porqué.

—No lo sé, pero es raro porque él no me mencionó nada y eso que lo avisé que os traía —dijo él.

—Muy raro —me quedé pensativa.

—Venga huevones, entrad ya y cerrad la puerta —manifestó Patri y Fer me ayudó a levantarme.

En menos de un minuto cerramos la puerta. Fer y yo estábamos ya sentados en un par de sillas a un lado de la camilla donde se encontraba ella junto a la doctora.

—¿Lista? —le puso un líquido transparente en la barriga y con un artilugio empezó a explorar su vientre.

De golpe y porrazo, la puerta se abrió y entró sudando Alexander.

—Creí que no llegaba, perdón, perdón y mil veces perdón —dijo mientras cerraba la puerta y se acercaba a su esposa.

—Mi amor —espetó con los ojos rayados Patri y la cogió de una mano—. Al final viniste

—Espero no haber llegado tarde —miró a la doctora apenado—. Pensaba que no llegaría, terminé antes una reunión pero me pilló un atasco del copón. No podía perderme un momento tan importante.

—Eres de bonito... —añadió Patri ilusionada.

—Tranquilo, justo ahora íbamos a descubrir el sexo del bebé —sonrió la doctora.

—Eso tú —se inclinó y la besó—. Proceda, por favor.

Fer y yo nos miramos mientras la doctora intentaba reconocer el sexo del bebe de nuestros amigos. Por una parte, me sentía feliz de estar a escasos minutos de saber si iba a ser niño o niña pero también, me entraba tristeza porque no estaba él conmigo. Sino fuera por Fer, estaría completamente sola.

—¿Te encuentras bien? —me susurró y me cogió de la mano.

—Si, solo me entró un poco la tontería —me sinceré—, pero no es nada.

—No estás sola, pequeña —una lágrima se me escurrió por la cara y él evitó que fuese más allá.

Unos gritos de felicidad nos sacaron del momento en el que nos encontrábamos.

—¡Es una niña! —gritó llorando Patri y haciéndonos gestos para que nos acercaremos a ellos.

—Una princesa como tú —comentó emocionado.

Fernando y yo les hicimos caso, nos acercamos lo máximo que pudimos a ellos y yo me rompí emocionada.

—Lo que tú querías, hermana —en cuanto le quitó el gel y el aparato la doctora la abracé feliz por ella.

Lloramos juntas pero de felicidad y Fer abrazó a su amigo.

—¡Si! Se cumplió —siguió como unas castañuelas.

—Ingrid, ve preparándote que en breve te toca a ti —me dio una batita para que fuese al cambiador. Asentí y fui al cubículo para cambiarme.

—Felicidades, tronco —lo abrazó fuerte—. Se os cumplió el milagro.

—Ahora solo faltas tu en tener un bebe y una pareja —le sonrió feliz—. Como se echa en falta a Gorka para estar completos —le susurró para que yo no me enterara.

—Yo no tengo esa suerte, hermano —dijo cabizbajo y apartándose a un lado.

—Amor, ayuda —Patri agitó los brazos para llamar la atención de su amigo.

—Ve —incitó a Alex para que fuese. Él lo hizo y ayudó a cambiarse en otro cubículo a su chica.

Poco después, aparecí yo y mi mirada se cruzó con la de él. Esta vez fui yo quien ocupó el lugar de mi amiga y Fer el de Alex. Los sentimientos florecieron en cuanto siguió la doctora el mismo procedimiento que con Patri.

—¿Se encuentra bien? —le preguntó Fer al ver que llevaba unos minutos sin comentar nada en relación al bebé.

—Si, un minuto y ya os lo comunico —empecé a impacientarme y miré a mis amistades para que me tranquilizasen. Ellos no dudaron en darme ánimos aunque en ese instante no podían abalanzarse sobre mí.

—Ya, ahora sí —todos las miradas quedaron enfocadas en la doctora—. Como la bebé de Patricia, los dos están sanitos y en perfecto estado.

—¿Es otra niña? —se me rayaron los ojos y Fer me apretó la mano con las lágrimas saltadas.

—Al contrario, es un varón —nos comunicó con una sonrisa—. Ya hasta dentro de un mes no tenéis que venir y si os encontráis mal o algo me llamáis para concertar una cita de urgencia. Pero dudo que pase porque los dos embarazos no tienen riesgo y van muy bien.

—Ayy —me quedé en blanco. No sabía qué decir y al ver como se secaba las lágrimas Fer no pude evitar de llorar más—. Muchas gracias, doctora.

—Muchas gracias, de verdad —le agradeció Fer también.

—¡Ya tenemos la parejita, hermana! —celebró Patricia dando saltitos junto a Alex.

—Si —exclamé feliz y Fer me ayudó a levantarme mientras que la doctora limpiaba la zona. Luego volvió al asiento de su escritorio y con la ayuda de él, me metí en el pequeño cuartito para cambiarme.

Más tarde, mis tres amistades —y quizás uno fuese algo más todavía— salieron de la consulta, me despedí de la doctora —y me dio copias de las dos ecografías. Una le pertenecía a mi amiga y la otra era mía— y siguientemente salí yo dejando la puerta cerrada a mis espaldas. Patri se lanzó a mi cuello llorando y yo la abracé con más fuerza.

—No me cabe el corazón en el pecho, ¡soy tan feliz! —volvió a gritar.

—Shh, a ver si nos van a echar —le hizo un gesto su pareja—. Fuera grita lo que quieras.

—Aguafiestas —le atacó—, es que soy tan feliz de saber el resultado.

—Y yo mi vida —la apartó de mí para pegarla a él y darle un beso en la mejilla, Fer en cambio parecía una estatua a un ladito como perro sin dueño.

—Yo también lo soy —sonreí y me acerqué a Fer para hacerlo partícipe del momento. Él me sonrió dubitativo y me abrazó con fuerza.

Los cuatro salimos del hospital y nos fuimos hasta los coches. Alex con suerte pudo aparcar al lado del de Fer así que no tuvimos que andar mucho. De nuevo, la parejita feliz nos miró raro por la cercanía que tenía con él.

—Estoy tan llena de planes —nos interrumpió Patri—. ¿Te imaginas que en un futuro somos suegras? ¡Me encantaría!

—Oye, eso si molaría que se enamoraran así seríamos familia —espetó Alex.

—Sería maravilloso —agregó mi amiga.

—Por mi encantada, por cierto... —le acerqué su eco—. Estabas como loca por la noticia así que me dio tu eco a mi.

—¡Quiero chillar! —me quitó su eco de las manos y empezó a mirarla—. Rezaré para que eso pase, que no te quepa duda.

—Yo también lo haré —evité no llorar de nuevo y sonreír con efusividad.

—¿Has pensado en nombres? —me preguntó—. ¡Genial!

—Pues, aún no —confesé cuando ella hizo a Alex que le abriese el coche—. ¿Y tú?

—Si, teníamos varios candidatos en lista —asintió y metió en el coche el bolso—. Nos tenemos que ayudar en eso, ¿eh?

—Qué ilusión, yo por lo pronto no lo pensé —miré a Fer de reojo y el muchachillo se acercó al coche más, lo abrió y se apoyó en su puerta mirándonos fijamente pero sin decir nada.

—Bueno, no te preocupes... lo pensaremos juntas y así cuando vayas a ver a Gorka se los dices a ver qué le parecen —se volvió a enganchar a mi.

—Si —la apoyé en su decisión.

—No te olvides de lo que me tienes que contar —me acarició la barriguita y yo a ella—. ¿Luego tienes planes? Te quería comentar una cosa.

—Te lo contaré —le di un beso en la carita—. Pues, por el momento tenemos que ir a la cárcel, me toca visita dentro de unas horas. Cuando terminemos iré a casa con mi tío —me sembró la curiosidad de lo que me quería decir—. ¿Qué necesitas comentarme?

—Mañana he reservado una sesión de fotos para las dos, ¿te viene bien? Cada mes nos hacemos un par de fotos así que esta vez, podemos hacérnosla con Alex y si quiere participar Fer, también es bienvenido. Al menos él ocupará momentáneamente el hueco de Gorka —nos propuso y yo lo miré—. ¿Qué nos dices Fer? ¿Te unes a las fotos?

—Si, claro mañana me avisas y vamos juntas —como dolía esta incertidumbre y el daño que había provocado por mi mala cabeza.

—Cuenta con ello —sonrió pero no dijo nada más. Lo conocía tan bien que sabía lo incómodo que se encontraba.

Suspiré en mis adentros y me sentí mal por el otro posible padre del niño. Esta situación no estaba siendo nada fácil para ninguno de los dos, habían muchas dudas de la paternidad y de todo lo que había ocurrido en el pasado. A pesar de todo, él también debería de participar en esta decisión aunque aún no supiésemos de quién era. Por otro lado, Alexander miró a Fer e intentó llamar su atención.

—Ey, tío —le miró preocupado—. Estás muy callado.

—Eh... qué va solo estoy escuchando —carraspeó sin argumento y callando una verdad que lo estaba—. No quería interrumpir.

—No lo haces, eres de la familia así que ya puedes ir participando —le recordó—. Eres la representación de Gorka y quien debe de apoyarla. ¿Seguro que estás bien?

—Está bien —nos miró a los tres—. Si, cansino.

—Ahora, ¿vais a prisión, no? —Alex le preguntó—. Si queréis comemos juntos antes de que os vayáis hacia allí.

—Si —me miró—, lo que diga Ingrid.

—Ingrid, ¿qué os parece si comemos juntos antes de iros hasta la prisión? —me propuso.

—Lo que diga Fer, él es quien lleva el coche —le pasé la pelota en su tejado, aunque me apetecía estar a solas con él para hablar. Sabía que nos vendría bien un poco de distracción y que mejor si era con ellos.

—Adoro la idea, porfa comamos juntos —Patri apoyó la idea en menos de lo que cantaba un gallo. Para convencerla a ella no se debía de correr demasiado porque con un simple gesto la tenías comiendo en la palma de la mano. Era sorprendente que siendo tan frágil, tuviese un par de cojones para defender a sus clientes como abogada.

—Venga, acepto —Patri lo miró juguetona—. Pero que conste que es solo por la señorita Patricia que le temo más que una caja de bombas verdes, ya me conozco sus artimañas de bruja perversa —bromeó por primera vez después de hacía mucho rato.

—Serás cabronazo —escupió mi amiga de cachondeo y todos nos reímos.

—Bueno, ¿dónde vamos si se puede saber? —les pregunté yo—. Tengo más hambre que el que se perdió en la isla.

—Conozco un restaurante que está bien de precio, no tenemos ni que mover los coches porque está justo en frente —lo señaló desde el punto en el que nos encontrábamos.

—¿Qué tal la comida allí? ¿Y la calidad de la comida?—le cuestionó Fer—. No he ido nunca.

—Pues vayamos, está todo exquisito y es bastante barato —intentó convencernos Patri.

—Además, al ser entre semana tenemos menús que salen estupendamente —sostuvo Alexander.

—¿Te parece bien? ¿O prefieres otro sitio? —me preguntó cerrando el coche y Alex hizo también lo mismo —pero antes le dio el bolso a la loquita.

—Me llama ese lugar, así que vamos —me apunté sin pensármelo.

Alenxader entrelazó los dedos junto a los de su enamorada y se dispusieron a cruzar la calle. Por detrás nos quedamos Fer y yo, al verlo tan apagado lo miré y antes de reunirme con ellos quise averiguar la razón por la que estaba así.

—¿Te encuentras bien?

—Si, vamos Ingrid —me cogió del brazo para cruzar pero yo tiré de él y se lo dificulté.

—Dímelo —insistí—, no quiero verte así en un día que tendríamos que estar felices.

—Estoy bien —persistió—. Vamos que nos están esperando.

—Ingrid, Fer —nos gritó Alex desde el otro lado de la calle—. ¡Vamos!

Fingí que mi teléfono móvil estaba sonando y me lo puse en la oreja.

—¡Adelantaros vosotros, ahora vamos! —les pedí para que no tuvieran que esperarnos y para que no se diesen cuenta de que algo estaba pasando.

Ellos aprobaron nuestra decisión y entraron al local. Yo guardé el teléfono y lo miré desesperada.

—No me engañes, no lo estás —admití—. Si no quieres que comamos con ellos, nos vamos a otro sitio. Solo quiero que estés bien, así que cuéntame —quise acariciarle la barbilla y hacer que me mirara a los ojos pero estando en público no podía hacerlo—. Nos prometimos que no habrían secretos entre nosotros, ¿recuerdas?

—Sé lo que nos prometimos pero no puedo evitar sentirme culpable —los ojos se le empezaron a aguar—. Joder, no me quiero poner así. Perdóname por lo que voy a hacer pero lo necesito —me estrechó entre sus brazos y me abrazó entre lágrimas—. No puedo más, Ingrid. Los veo a ellos tan felices con la ilusión de la llegada de la niña y me parte el alma al imaginar que sea mío o no, no lo podré disfrutar. Ni siquiera podemos hacer planes de ningún tipo porque cuando salga querrá estar contigo para recuperar el tiempo perdido.

—Pero claro que podrás estar con él, lo disfrutarás como yo —intenté tranquilizarlo entre sollozos.

—¿Crees que cuando se entere de todo y si resulta ser mío me va a dejar a vuestro lado? —me preguntó abatido—. Pues claro que no. Me va a hacer alejarme de todo, Ingrid él es muy vengativo y hará hasta lo imposible para que no esté cerca vuestra.

—Si resultase ser tuyo, él no tendría derecho a tomar decisiones sobre el pequeñín porque su madre sería yo y la que decida quien se le acerca. Solo lo decidiré yo —dije segura de mi misma.

—Yo no estoy tan seguro... —suspiró Fer.

—Pues deberías de estarlo porque yo si lo estoy y ya he dejado lo suficientemente claro que a mi no me manda nadie, ¿estamos? —sacudí la cabeza agobiada.

—Ay, Ingrid por meternos en la boca del lobo mira ahora cómo estamos —cogió aire sin dejar de abrazarme.

—No nos preocupemos por eso ahora y vamos a comer —le sequé las lágrimas y él hizo lo mismo.

—Una cosa —interrumpió en seco mi comentario.

—¿Si? —lo miré expectante.

—He notado un poco rara a Patricia, ¿le has dicho algo sobre nosotros? —nos separamos dejando el suficiente espacio para que corriese bien el aire.

—No, pero si te puedo confirmar que está mosca.

—¿Qué quieres decir? —intentó indagar por sí debía de tener más cuidado estando delante de ella.

—Pues que no es que desconfíe de nosotros pero si cree que ocultamos algo —le expliqué brevemente.

—¿Pero es que te ha dicho algo? ¿Nos ha pillado en alguna actitud comprometedora? —me formuló de golpe dos preguntas.

—No lo sé —negué con la cabeza—. En cuanto a lo primero, si mas o menos.

—¿Qué ha sido lo que te ha dicho? —sus ojos preciosos se entornaron y me miraron fijamente.

—Tus actitudes hacía a mi, tu entrega y unas cuantas cosas más —fui mencionando—. Más claro, te comportas como si fueras el padre.

—Es que podría serlo —soltó una buena verdad.

—Si, pero eso lo sabemos nosotros no ellos —miré hacia el restaurante para comprobar que no nos estaban mirando. Conociendo a Patri, la veía capaz de sentarse al lado de la ventana con tal de observarnos—. Creo que... deberíamos de sacar todo lo que llevamos dentro y contárselo al menos a ellos dos.

—Gorka merece también saberlo y estoy dispuesto a decírselo —anunció contundente—. Es más, en cuanto salga de prisión se lo diré.

—Se lo diremos, acuérdate que no fuiste tú solo quien se metió en este lío —durante unos segundos se hizo un silencio incómodo—. Bueno, ¿quieres ir o prefieres que comamos en otro lugar?

—Vamos —me cogió de la cintura, cruzamos la calle y entramos al restaurante. Antes de divisar donde estaban nuestros amigos lo miré—. ¿Estás mejor?

—Si —solo me bastó ese monosílabo para quedarme un poco más tranquila.

Poco tiempo después, terminamos de comer y nos volvimos a reunir en los coches.

—¿Llevas tu a Ingrid o necesitas que lo haga yo? —dijo Alex una vez nos habíamos despedido y las chicas estábamos dentro del coche.

—Lo hago yo —los chicos se abrazaron y se metieron en sus respectivos coches.

—Saludos a Gorka —asomó por el salpicadero un poco la cabeza Patri.

—Se los daremos —sonreí.

Los dos coches se alejaron y Fernando empezó a conducir.

—¿Vamos directos a la cárcel? —me preguntó sin dejar de mirar la carretera.

—Necesito hacer algo —espeté—, pero cuando vea lo que busco te aviso y paras.

—¿Qué tienes que hacer? —me miró por el espejo retrovisor.

—No quieras saberlo todo, cotilla —miré por la ventanilla y me sonreí.

—No soy cotilla —refunfuñó haciéndome burla.

—Si lo eres, cada vez te pareces más a Patri —le dije de broma.

—Oye, no me compares con la reina del radio patio —se volvió a quejar.

—No, no tu eres más Emilio de Aquí no hay quien viva —solté una buena carcajada y con eso logré que él también se riera.

—Entonces si yo soy Emilio, ¿tú quién eres? ¿Belén? —se vengó cruelmente.

—Eh, yo no estoy todo el día bajándome las bragas como ella payaso —fruncí una ceja como signo de advertencia.

—Mirándolo así, si lo hicieras no me importaría —le pegué un mini puñetazo en el muslo—. Idiota.

Él sonrió divertido y ambos nos reímos. A un lado de la carretera principal, vi un local de un fotógrafo prestigiosa —desde que Gorka entró a prisión la veíamos a diario y por eso, antes de entrar pedí referencias— y se lo indiqué.

—Apea el coche allí, porfa —me fui deshaciendo del cinturón.

—¿Allí? —Fer me obedeció y aparcó el coche justo delante de la tienda. El interior se veía a través del cristal exterior de la tienda y pudimos apreciar que solo había un cliente dentro.

Bajé del coche y él fue a bajarse —sin quitarse aún el cinturón— también pero actué rápido para que no viese lo que quería hacer.

—Eh, tú quieto —estiré la mano en modo stop, cerré la puerta y desde fuera lo miré—. Quédate aquí.

—Debo de ir contigo —me comunicó.

—Venga que solo voy a entrar dos minutos, además me estás viendo desde fuera —intenté poner en práctica mi arte de convencimiento.

—Pero ni se te ocurra tardar —resopló resignado.

—Si, papá —entré a la tienda y me dirigí hasta el mostrador. Le enseñé la foto de la eco y pedí que me hicieran dos copias —mientras las hacían miré de vez en cuando a Fer y pude observar no me quitaba el ojo de encima ni un momento. Una vez hechas, las puse en dos sobres distintos, las pagué y salí. Antes de ir al coche entré a una panadería que estaba justo al lado de la tienda de fotografía y cogí tres ensaimadas. Finalmente, me metí en el coche y cerré la puerta—. Ale, ya está —me abroché el cinturón y lo miré con una sonrisa—. ¿Te has dado cuenta de que tampoco ha sido para tanto?

—Ya vi, ya vi... ¿qué has ido a hacer? —me espió descaradamente.

—Antes de que arranques, coge esto —saqué del bolso uno de los sobres y lo cerré una vez lo tenía en la mano.

—¿Qué es? —lo cogió y miró el sobre pegándole vueltecitas.

—Sino quieres ahora, puedes hacerlo cuando estés solo —le di una opción por si la quería tomar.

—Ah, no yo no aguanto —lo abrió lentamente y sus ojitos se volvieron a aguar como si se hubiese vuelto una tradición—. La ecografía, ¿le hiciste una copia?

—Si, hice una para cada uno —convení—. Supongo que te haría ilusión tenerla, la original me la quedaré yo.

—Es el mejor regalo que me pudiste hacer, gracias —se estiró un poco, me dio un beso en la cara y volvió a sentarse bien. Besó la fotografía y la guardó en su cartera—. Si, diste en el clavo. Quería llevar una conmigo y si no hubiese salido de ti, te la hubiese terminado pidiendo yo.

—Me alegro, antes de que arranques... —abrí la cajita de los dulces y le ofrecí una ensaimada.

—Leñe, si te ha dado tiempo para todo —la cogió y le pegó un bocado.

—Es que soy super woman —cogí otra unidad para mi y empecé a darle pequeños bocaditos—. Se me antojaron sin más.

—Ay los antojos... —le dio un pellizquito a la suya y se lo comió.

—¿Qué quieres? Muchas lo ven como algo malo para la figura, yo tan solo las aprovecho para darme algún caprichito —me reí con la boca llena de ese dulce tan goloso—. Yo no estoy dispuesta a privarme de estas maravillas que da la vida.

—Haces bien, quien no quiera engordar por tener un bebe que no se quede embarazada —le volvió a quitar un repizco a la suya y se acercó a mí poco a poco—. Cierra los ojos y no te apartes.

—¿Qué piensas hacer? —lo miré curiosa.

—Hazme caso y abre la boca —hice lo que me pidió y me puso en los labios un trocito de su ensaimada. La mastiqué y me lo tragué, sin esperarlo noté como unió sus labios con los míos y me empezó a besar.

—Fer... nos pueden ver —hablé nerviosa y él se apartó. Encendió el coche y se puso en marcha.

—Lo siento —me pidió disculpas y se terminó su unidad—, pero llevaba tiempo queriendo hacerlo. No me digas que no está nada bien, que eso también lo sé.

Me quedé sin aliento y solo me limité a terminarme la mía.

—No te disculpes —miré por la ventanilla para así no fijar mi vista en él.

—Gracias por la ensaimada —lanzó por su boca sin decorar más la frase.

—Gracias por el beso —me salió sin filtro y sin pensar.

Fer arrancó el coche, dio marcha atrás y se incorporó a la carretera principal. Poco después, llegamos a nuestro destino.

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