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Capítulo ocho

El verbo renacer era todo aquello que deseaba sentir en ese preciso momento, el mismo que Zack y Ingrid me producían. Ahora entendía el verdadero motivo del porqué mi mujer le puso Ansiada Libertad —en italiano Atessa Libertá, el nombre original con el que lo bautizó Ingrid en su lanzamiento— a su perfume. Eso era lo que ella quería y necesitaba con desesperación en el momento que yo la obligué a quedarse conmigo bajo amenazas. Siendo sincero, no era una acción que me produjese orgullo pero si fue lo que me permitió seguir junto a ella —a pesar de fuesen como fuesen las circunstancias—. Ahora era yo quien la entendía a ella, ahora era yo el que no quería seguir en esta cárcel donde me encontraba actualmente. De verdad pude sentir lo mismo que ella aunque no de la misma forma, el ahogo en prisión era mucho peor que el que ella vivió al principio de vivir junto a mi —aunque si se lo llegase a preguntar ahora estaba seguro que me diría que ni punto de comparación o que había sido algo mucho peor—. Además de ser agobiante, era desesperante estar rodeados de tantos delincuentes en una misma área.

—Arizmendi, levántate de la cama y acompáñame —me interrumpió de repente una voz masculina, esta tesitura la desconocía porque no la había escuchado con anterioridad. Según miré en su placa al levantarme y acercarme hasta él, él pertenecía al área de drogadictos y de hacer talleres de desintoxicación. A parte, también trabajaba con todo aquel que era dependiente al alcohol y a otro tipo de sustancia más letal.

—Hola, ¿dónde? ¿ha sucedido algo? —le pregunté mientras me cogía las muñecas y me esposaba.

—Quieren verte en dirección —me comunicó cuando salimos de la celda e íbamos hacia nuestro destino.

—¿Porqué? —enarqué una ceja—. Ahora no hice nada, lo prometo. De hecho hace demasiado tiempo que no me meto en líos —me defendí sin entender el porqué me llevaban. Las lenguas dicen que si vas a parar allí, para nada bueno debía de ser —me paré a pensar y me detuve—. ¿No será por estar anoche en el patio con mi compañero? Tampoco hicimos nada... —seguí hablando y debatiendo para mi mismo.

—Arizmendi, el motivo real lo sabrás en cuanto entres en el despacho y veas quienes te esperan para hablar contigo —habló—. No puedo decir nada más.

Resoplé rayado y me callé hasta que nos detuvimos en la puerta. Me pregunté quiénes eran esas personas que tenían que hablar conmigo y cuál sería el tema de conversación. Más tarde que pronto, el guardia abrió la puerta del despacho y en mi campo de visión estaban mi abogado Alexander y Ignacio —el director de la cárcel—.

—Llegó —anunció Ignacio—, siéntate allí y quítale las esposas —me señaló a una silla que se encontraba al lado de mi amigo.

El guardia me ayudó a sentarme y me quitó las esposas.

—¿Necesitas algo más? —le preguntó a Nacho el guardia.

—Si. Quédate, vamos a comentarle la propuesta pero cierra la puerta porque no queremos que nadie nos escuche —el guardia cogió asiento después de cerrar la puerta.

—Hola, Gorka —me saludó Nacho.

—Hola —me sonrió dándome la mano Alex.

—Lo hemos traído aquí porque queremos hablar contigo —me dijo—. Estuvimos mirando tu expediente durante estos escasos meses que has estado aquí.

—Ajá —solté un monosílabo con interés—. ¿Hay algún problema?

—No, de hecho te queremos comentar una propuesta que tenemos para ti y de ti dependerá algo que sucederá en los próximos meses —añadió Alex.

—Contadme —les pedí—. Quiero saber de qué va la cosa.

—Bueno, como ya sabes ingresaste en prisión hace tres meses —empezó a explicarme Nacho—. Alex pidió el privilegio de aislarte del resto aunque estuviste con otro recluso antes y los resultados han sido buenos. Prometiste no meterte en líos y lo has cumplido por eso mismo estamos agilizando unos trámites.

—También puede ser que sea por no estar mezclado con el resto —dijo el señor que me condujo hasta la dirección—. Así ha evitado mucho y lo ha alejado de muchos presos problemáticos.

—Pero para eso se le puso en una celda a convivir con Sebastian, un preso que es agresivo es capaz de atacar a otro más débil aunque no tengan problemas, ¿no crees? —me defendió Alex. No era porque era mi amigo, en su labor era el mejor.

—Sebastian tiene buena conducta como él, por eso queríamos probar para comprobar como se llevarían —añadió Nacho—. Estoy de acuerdo con Alexander, Gorka pudo atacarlo en mil momentos de desesperación al verse entre rejas y no lo hizo, hasta tengo entendido de que se llevan bien.

—Viéndolo así... tenéis razón —apostilló el guardia.

—Claro que la tenemos —dijo Alex para apoyar todo el discurso.

—Bueno, a lo que íbamos —volvió Nacho al tema—. Estuvimos barajando varias posibilidades para la reducción de tu condena.

—Hemos conseguido pruebas que nos han ayudado mucho en tu defensa durante estas semanas y aparte de tu conducta, logramos dar con una pequeñita solución para arreglar tu situación —prosiguió Alex.

—La cosa es, ¿qué estarías dispuesto a hacer para lograr salir bajo fianza pero con la condición de tener un permiso vigilado durante un par de años más? Tendrías que venir a diario a testificar, presentar una guía detallada de tus movimientos y no podrías salir del país. Si alguna de estas obligaciones se incumple, volverías a prisión y además con una penalización por faltar a las reglas.

Los ojos se me iluminaron al plantearme la posibilidad de verme libre. Por todos los santos del cielo, por mis ángeles del cielo y de la tierra, eso debería de ser cierto.

—Sería capaz de todo lo que fuese necesario —apostillé.

—¿Cómo ofrecer un taller a presos que lo necesitasen? Tranquilo, estos no serán problemáticos sino menores de edad que acabaron en centros de menores o por otras condenas en la cárcel. Además muchos fueron abandonados por sus padres, han sufrido maltratos físicos y psicológicos o simplemente perdieron a sus padres en circunstancias como en un ámbito de violencia de género o porque los asesinaron entre clanes —me propuso el guardia.

—Si, claro me encantaría ayudarlos —sonreí—. Podéis contar conmigo para ello.

—No esperábamos menos —respondió Nacho.

—¿En qué tendría que ayudar? —pregunté.

—Pues, Raúl es el encargado de varios talleres y él te puede apoyar durante este proceso —señaló Alex a la persona que me trajo al despacho. Al menos ya conocía su nombre.

—Bueno, pues podríamos plantear un par de sesiones para que ellos se involucren en actividades que previamente estudiaremos juntos y luego tú podrías servir de ejemplo —me comunicó.

—Yo también pienso que puede ser una persona referente para ellos por todo lo que ha vivido —sentenció Nacho.

—A mi también me parece una buena idea, puede contarle su historia y todo lo que pasó. Los puntos débiles y fuertes de él —explicó—. También puede contar como Ingrid lo cambió en todos los aspectos y cómo logró ser una mejor persona a pesar de haber asesinado a varias personas por cobrar los crímenes de su familia.

—Me gusta la idea —alegué.

—Piensa que puede ser una gran idea y algo muy productivo —dijo Alex.

—¿Y cuando podríamos empezar con ello? Ya muero de ganas por empezar con las clases —me delaté al mostrar tanta ansiedad por salir.

—Pues primero, debemos de sentarnos a organizar las sesiones y buscar material si lo vemos necesario. Luego, ya empezarías —dijo Raúl—. Yo te ayudaré, tranquilo.

—¿Y tendría que trasladarme a algún lado para impartir las clases? A otra prisión, me refiero —le pregunté.

—No, aquí mismo te acondiciaremos una zona —habló Raúl.

—¿Has pensado en alguna en particular? —le preguntó Nacho a Raúl.

—Si, luego te la enseño —respondió Raúl.

—Si necesitáis ayuda en algo me decís —se ofreció Alex, el que me miraba con una sonrisa.

—Lo tendremos en cuenta, gracias —se apuntó la nueva ayudita por si lo necesitasen.

—Bueno, entonces el plan es el siguiente —recordó Nacho—. Se preparan las clases, se acondiciona la zona y empezamos con ellas. Con el paso del tiempo, iremos pasando etapas y así haremos tiempo para la llegada del juicio y poder conseguir nuestros objetivos.

—Eso sería lo ideal —contestó Raúl.

—Si todo sale como se planea, os aseguro que tendrá mucho éxito —corroboró Alex.

Escuché atentamente hasta que decidí participar en la conversación.

—Tengo una pregunta —los tres pares de ojos se fijaron en mí de repente.

—¿Hay alguna fecha estimada para que finalice el proceso? Sé que no estoy en una situación de exigir nada pero... hay algo que me encantaría conseguir —dejé caer y Alex entendió perfectamente que era lo que quería decir.

—Entre seis meses y un año —espetó Raúl—. El proceso no lo olvidemos que es muy lento...

—Yo creo que capto el porqué de la pregunta de Gorka —los tres se miraron en busca de respuestas.

—¿Y por qué lo pregunta? —me miró directamente Nacho.

—Ingrid está embarazada de tres meses y en seis más, dará a luz —explicó—. A lo que él va, si se da el caso de que para ese entonces no ha salido de la cárcel. ¿Existe alguna posibilidad de que obtenga un permiso para asistir al parto? ¿Ir a alguna sesión de preparación del parto?

—Como aún no sabemos cómo transcurrirá todo, eso lo iremos viendo —declaró Nacho.

—¿Pero sería posible en el peor de los casos? —no pude aguantarme las ganas de preguntárselo. Ya estaba por dejarme las uñas de las manos largas para mordérmelas cuando me entrase ansiedad, aunque jamás me las haya mordido por algo similar. Bueno, que decía, ni por algo similar ni por ninguna otra razón.

—No podemos prometerte nada, Gorka. En todo este proceso puede pasar cualquier cosa —agradecí su sinceridad pero no me iba a venir abajo, estaba dispuesto a portarme como un niño bueno con tal de conseguirlo.

—Okey —respondí cabizbajo y Alex me lo notó.

—¿Qué tal si me llevo a Gorka y empezamos con la preparación de todo? —nos propuso Raúl.

—Si, no hay que perder nada de tiempo así que contáis con mi aprobación —afirmó Nacho.

—Pues vamos —se levantó Raúl y yo seguidamente también. Me volvió a esposar de nuevo y abrió la puerta del despacho para que saliese.

—Hasta más tarde —se despidió Nacho.

—Pórtate bien, hermano —me pidió Alex—. Ya estamos más cerquita de conseguirlo.

—Lo haré —le sonreí esperanzado. Mi abogado y amigo me devolvió la sonrisa antes de que saliese de la zona dónde estábamos.

Raúl y yo nos volvimos a despedir de ellos, salimos y dejamos la puerta cerrada.

—¿Por dónde empezamos? —me interesé por saber cuál era el siguiente paso que daríamos.

—Primero, iremos a mi despacho y ahí te enseñaré varias dinámicas que suelo utilizar en los talleres —me dijo.

—Ajá —asentí haciendo una mueca.

Segundos después, llegamos a su oficina y nos acomodamos. Él sacó un par de proyectos que había realizado —y los cuales habían sido un éxito— y me los enseñó. Detenidamente me los estuvo explicando y fue ahí cuando empezamos a hacer un boceto de cómo estructuraríamos mis clases. Unas horas después, ya teníamos un plan consolidado solo quedaba ponerlo en marcha.

—Ahora buscaré a Nacho para mirar lo de la sala —dijo mientras estudiaba el proyecto con sumo cuidado.

—¿Y una vez tengamos eso, cuándo podré conocerlos? —le pregunté.

—Pues nada más tengamos la sala, ya cuadramos horarios —me contestó.

—Bien, tengo ganas de conocerlos —dije con total sinceridad. Ciertamente, creía que esta especie de terapia no iba a ser solo buena para ellos sino para mi también.

—Y yo que los conozcas —alzó la mirada para mirarme.

—Pero, hay otra cosa que se me ha quedado en duda —arrugué la nariz.

—Es el momento de preguntar y de capacitarte, adelante —me apoyó a que le preguntase todas las cuestiones que pudiese tener.

—Si por suerte yo saliese de prisión, ¿alguien se haría cargo de mi taller? ¿o simplemente dejaría de impartirse? —le pregunté pensativo. Una vez que empezaba algo no me gustaría dejarlo aparcado y si eso suponía abandonar a los chicos.

—Pues no había pensado en eso —espetó—. A ver, lo suyo sería que yo siguiera impartiéndolo aunque tu ya no estés recluido. Piensa que en las primeras sesiones, estaré yo presente pero luego dejaré que vueles solo con ellos para daros más privacidad y así darte la oportunidad de acercaros más. También depende del grado de complicidad que tengas con ellos en ese momento.

—¿Y no has pensado en qué haremos si no lo aceptan? Nuestro plan podría fallar —enarqué una ceja—. A ver, en mi mente no cabe perder. Si yo estuviese fuera de la cárcel y ellos quisieran seguir con las clases. No me importaría venir a darles las clases aposta aunque también soy consciente de que aparte tendré la empresa y a Zack —comenté recordando muchos puntos de mi vida. La empresa estaba en buenas manos y el día que yo volviese, al tener ya forma todo no suponía el cien por cien de mi tiempo. La gran mayoría de este quería dedicárselo a mi esposa, mi hijo y al orfanato. Aunque parezca mucho de golpe y porrazo, estaba dispuesto a sacar tiempo para todo aquello que me importaba.

—¿De verdad estarías dispuesto a asumir ese cargo? —me interrogó—. Gorka, no te preocupes por eso. Estoy totalmente seguro de que aceptaran muy bien las clases.

—Claro que sí, sería cuestión de organizarme los tiempos —sonreí.

—Bueno, pues ahora mismo empezaríamos por tres días y si tú salieses podríamos reducirlo a una —empezamos a barajar todas las posibilidades.

—Me parece bien —asentí.

—Levántate, vamos a ir a mirar alguna sala para acondicionarla —se levantó y al ver su acción yo también me levanté. Raúl guardó todo lo que habíamos planeado y me llevó hacia un sector donde se impartían las clases.

Tras un buen rato poniéndonos de acuerdo, logramos decidir el espacio y hasta nos dio tiempo a acondicionarlo con ayuda de Sebas. Él se ofreció a ayudarnos a reformar el cuarto y además, iba a ayudarme con algunas cosas de la clase.

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