Capítulo doce
Era ya media tarde y Raúl estaba a punto de irse para su casa. Desde que decidimos involucrarnos en este proyecto estaba haciendo alguna era hora extra de más. Hoy quería quedarse como treinta minutos fuera de su horario pero no lo dejé —prácticamente no fue así porque yo no tenía cierto poder en él ni era su jefe, pero no era justo que teniendo más trabajo se quedara conmigo más para ayudarme. Él al menos si era afortunado por irse a su casa y tumbarse en su sofá con una cerveza en la mano— y empezamos a recoger todo el material.
—Bueno, me voy ya —anunció Raúl acercándose a mí para ponerme las esposas. De normal no me las quitaba si estábamos preparando cosas pero esta vez sí lo hizo para que trabajase más agusto, y de verdad que se lo agradecí.
—Descansa, Raúl —me despedí y fui a salir para irme a mi cajita con rejas pero él me miró raro.
—¿Dónde vas tú? —me preguntó y yo lo miré confundido.
—¿A mi chalet de hojalata? —le pregunté de broma aunque debería no emplear tanto mi sarcasmo ni mis bromas. Al fin y al cabo era un superior para mi, merecía respeto pero ya la cosa cambió hasta llegar al punto de tutearnos.
Al escuchar mis palabras se rio.
—Mira que eres gilipollas —me dijo y se quedó tela de bien.
—Gracias —le agradecí sin mostrar ningún tipo de efecto.
—Tienes que esperarte aquí —espetó y yo lo miré extrañado.
—¿Porqué? ¿Tengo que hacer horas extras yo en vez de tu? —bromeé—. Mira que no me importaría, en este cuchitril no tengo nada más interesante que hacer que esto.
Raúl se carcajeó y negó con la cabeza.
—No idiota, te adelantaron la visita —dijo como si yo estuviese enterado de todas sus decisiones.
—¿Qué visita? —pregunté otra vez.
—La de Ingrid y tu amigo, tienen que estar ya por aquí —me avisó.
—No sabía, pero en todo caso tendría que ir donde siempre —le respondí.
—No, ahora que hablé con Nacho me dijo que ya venían hacia aquí así que tienen que estar al caer.
—Esta bien, así le puedo enseñar a mi niña mi nuevo trabajo voluntario —contesté ilusionado.
—Si, así que en cuanto entren me voy —bostezó Raúl.
—Estás cansado, ¿eh? —me reí—. No los esperes ve, si no me voy a mover de aquí te lo aseguro.
—Si lo sé, con lo hábil que eres ya te hubieses escapado hace una década —bromeó—. Y si, esta mañana tuve que ir a por unas cosas así que las horas de sueño fueron más cortas.
—Por eso —sonreí.
De repente y sin tocar a la puerta, esta se abrió y aparecieron dos de mis seres queridos. El impacto de ver a Fernando después de tanto me resultó extraño y se me juntaron las sospechas que tenía sobre él. Me moría de ganas de preguntarle directamente qué era lo que sentía por mi mujer pero decidí controlarme —al menos de momento— porque me costaría mucho lograr lo que ya había conseguido, por nada del mundo podía perder esta gran oportunidad. Me estaba jugando la oportunidad de salir de una vez y por todas. Al contrario de cuando la vi a ella, el alma me había venido al cuerpo y solo quería tenerla como la última vez que pudimos disfrutar de un ratito a solas, como extrañaba su piel y mordérsela poro por poro antes de hacerla mía. Solo con verla de lejos todas mis alarmas se encendían.
—Hola —saludó mi chica al entrar con una sonrisa.
Raúl y yo nos quedamos mirándolos —aunque yo más fijamente que él—.
—Hola, pasad —los invitó Raúl con una sonrisa de oreja, la misma que yo no podía obsequiarle a Fer porque yo jamás había sido una persona de doble cara.
—Hola, gracias —Fer me miró y le dio la mano a Raúl cuando se tuvieron que cruzar antes de salir el empleado por la puerta—. Encantado, soy Fernando pero me puedes llamar Fer.
—Raúl, encantado —nos miró a los dos y se despidió con la mano—. Bueno yo os dejo, haz las cosas bien Gorka —me recordó y se fue del salón.
Los tres nos quedamos solos y el silencio se hizo presente —y la incomodidad diría que también—.
—Mi amor —sonreí a la flor más bella de mi jardín sin olvidarme de mi otra pequeñaja.
—Cariño —me dijo mientras se acercaba a mí, una vez a escasos centímetros ella me abrazó y a mi me dio muchísima rabia de no poder hacerlo también.
—¿Cómo estás? —le acaricié la barriga aunque estaba con las esposas y lo miré de reojo.
—Bien Gorkita pero será, ¿cómo estáis no? —me dijo recordándome que no era ella la única que estaba cerca de mi sino mi otro amigo del alma también.
—Si, lo siento —me disculpé por educación y me acerqué a él—. Hola, Fernandito el de los huevos colgandito —lo saludé con recochineo y la idea de molestarlo.
—Hola, Gorka —me saludó sin darme la mano ni chocar los puños.
—¿Cómo estás? —le pregunté.
—Bien, ¿y tú? —se preocupó por mi el muy cínico.
—Bien, aquí entretenido —le respondí y miré a mi mujer. La que estaba entretenida con nuestra super conversación entre dos amigos que no se habían visto desde hace mil años. Debí admitir que la situación estaba un poco tensa entre los dos.
—Felicidades tío por este proyecto, dentro de nada te tendremos con nosotros —sonrió el muy cínico como si se alegrase. Menudo cabronazo e hijo de puta.
—Gracias —le agradecí haciendo una mueca—. Vamos a sentarnos —me acerqué a una mesa que estaba rodeada también de varias sillas.
—Antes daros un abrazo, cojones que hace un siglo que no os veis —nos medio ordenó mi gruñona y entre que yo no podía abrazar bien y que no me apetecía acercarme a él, estaba en una situación tremenda. Si accedí a que él me abrazase sin apartarme bruscamente que diese gracias que fue exclusivamente por ella.
Después del abrazo falsuno, los tres nos acercamos a los asientos y nos sentamos.
—Bueno, ¿cómo va todo en general? —le pregunté por mostrarme un poco alegre de volver a verlo.
—Pues sigue todo como siempre —me respondió.
—Estás cumpliendo muy bien lo que te encargué por lo que veo, te lo agradezco —intenté no ser irónico con mi respuesta tan sútil.
—Te lo prometí —y tuvo que recordarme el muy desgraciado el error que cometí. Hubiese preferido que tuviese a una cabra protegiéndola antes que a él.
—Si —afirmé pero no me salió interesarme sobre algo más.
El silencio se hizo debido a que ninguno de los tres decía nada. Decidí aprovechar este momento para coger aire y observar las actitudes de los dos y efectivamente, en esos cuatro ojos notaba que algo se me estaba ocultando. Aunque tardé en darme cuenta, comprendí que los dos me mintieron en un pasado y me estaban ocultando cosas en el presente. Me dolía que ninguno tuviese la iniciativa de contármelo, pero en especial me fastidiaba la actitud de cobarde de el que yo creí algún día que era mi amigo y jamás me iba a hacer algo así. Ahora que los tenía frente a frente, me di cuenta de cómo la miraba él y eso me conformó que sentía el mismo amor que yo sentía por ella —y en el fondo no lo culpaba. Ingrid era una joya que podría tener cualquier hombre ante sus pies estando en medio yo o sin estarlo—. También era consciente de que a Ingrid no le era indiferente.
—Bueno —tomó la iniciativa Ingrid otra vez.
—Contarme algo, va —dije yo para hablar de algo y para observar si les salía por la boca algo que me gustaría que me contaran.
—Esta semana Ingrid hará la nueva fórmula del nuevo perfume y también tendrá que asignarle el nombre para la campaña —Fer arrancó para contarme alguna novedad que en este momento, no era que me importase mucho.
—Si, exacto —sonrió ella.
—¿Sabes las mezclas que harás y además el aroma que quieres conseguir? —me interesé clavando la vista a ella—. Tiene que ser algo que rompa todos los esquemas de la gente.
—Si, tengo que ponerme a probar las cosas que tengo en mente, de momento no os revelo nada porque quiero que sea una sorpresa para todos. Lo que sí tendrá será actitud, garra y mucha fuerza —me regaló una sonrisa—. La fragancia va a quedar espectacular si me sale como lo tengo pensado.
—El perfume va a ser muy tu, ¿y el nombre tampoco me lo dirás? —tosí y rectifiqué para no quedar como un cabronazo delante de Ingrid—. ¿Nos lo dirás o él ya lo sabe?
—Todos lo conoceréis el día en el que salga al mercado así que no me insistáis ninguno de los dos —nos señaló.
—¿A mí tampoco me dejarás olfatearlo? Va estírate que estoy a tu lado siempre —le dijo Fer a ella y yo sin que se diesen cuenta apreté un puño para no irme hacia él.
—A nadie, tú no estarás en la elaboración. Solo mi cuarto de mezclas, las flores y yo —dijo con las ideas firmes mi mujer. Esa respuesta me encantó, muy de ella.
—¿Y yo? —la hice mirarme ahora—. Estoy seguro de que aunque aún no lo tengas hecho, va a ser muy especial y va a generar una gran expectación ante todo el público empresarial.
—No, tú tampoco —me negó con la cabeza—. Esa es la intención —me guiñó el ojo.
—Qué mala eres —hice pucheritos.
—Me pasé de tragos, mala mía —tarareó Ingrid.
—Mirala ella como canta —me reí por primera vez desde que nos encontrábamos los tres en el mismo espacio. A pesar de todo el tiempo del que llovió desde ese día, seguí recordando el espectáculo que formó encima de un escenario el día de la presentación de los perfumes. Ella aportó mucho en ese instante sin tener ninguna experiencia cuando creó Il miracolo de l'amore, en su mente no cabía perder y en la mía tampoco.
—Ay, antes de que se me olvide —Ingrid dejó caer, se veía que se acordó de algo que no me había dicho.
—Dime.
—Mañana iré a ver a los pequeñitos —sus ojos empezaron a soltar chispitas de felicidad—. Tengo unas ganas de verlos impresionantes, a la próxima vez que venga que será mañana te grabaré algún video o echaré fotos para traerlas.
—Me harías muy feliz si hicieses eso, así podré ver como están —le sonreí agradecido—. Gracias.
—No me lo agradezcas que aún no lo he hecho —me sacó la lengua juguetona y yo le cogí la mano, se la acaricié y se la besé.
Mi gesto no debió de hacerle mucha gracia a alguien porque justo lo hice, apartó la mirada de nosotros. Sin pensarlo, me levanté y me acerqué a ella. Sin que se levantase Ingrid y con la yema de un dedo le incliné hacia arriba el mentón y la besé en sus narices. De poco le sirvió no mirarnos porque hice que el beso fuese más sonoro que un sonajero de un niño. Tras unos segundos besándola, me aparté lentamente, le acaricié y besé la pancita, luego volví a mi sitio.
—Pero lo harás, te conozco —y con este comentario sabía que había clavado un puñal sin hacerle falta tocarle ni un pelo a nadie físicamente.
—¿Tan seguro estás de que lo haré? —me medio enfrentó entre sarcasmos.
—Te conozco más que a mi mismo, mi bonita —le guiñé un ojo.
—Bueno, ¿nos enseñas los planes de las clases y eso? No quiero irme sin ver tu proyecto —me pidió y en sus ojos supe que estaba interesada en ver a lo que me estaba dedicando en este momento. Ese gesto me hizo muchísima ilusión.
—Por supuesto —saqué los planos y propuestas, las puse sobre la mesa y empecé a explicarles todo. Después de esto, los animé a levantarse para hacerles un mini tour por la sala, aunque esto me lo podía haber ahorrado porque desde donde estábamos se veía todo bien aunque no al detalle. Cuando terminé de enseñarles todo nos quedamos en medio de la sala plantados.
—Como se nota que esto ha salido de ti, tanta creatividad solo podía salir de un solo hombre y ese eres tu —me halagó y aunque lo hiciese pocas veces, me gustó que lo hiciera.
—Te amo, mi muñeca —me acerqué de nuevo y la besé, otra vez él apartó la vista pero esta vez se fue hacia otra punta de la sala como disimulando que estaba viendo cosas pero yo sabía a la perfección que no era así. El plan le salió rana a mi amiguito.
En ese momento, la puerta se abrió y nuestro momento fue interrumpido. Lastima que no le diese tiempo a ella decírmelo delante de él pero, no me daré por vencido hasta conseguirlo. Mi objetivo era provocarlo, que se muriera de celos para que saltase y pudiera enfrentarlo. Aunque lo último podía hacerlo ya sin andarme sin rodeos, preferiría provocarlo para ver hasta dónde era capaz de llegar.
—La visita acaba de finalizar —nos informó Nacho y yo lo miré.
—No sabes lo mucho que te odio cada vez que vienes tú o algún otro superior —bromeé y el se rio.
—Ojito con lo que me dices que dependes de mí y del juez, como testifique en contra tuya pasas el resto de tu vida aquí encerrado —me avisó pero no me lo tomé a mal porque ya sabía el tono que empleaba cada vez que me hacía alguna broma.
—Uy, no lo provoques Gorka —se carcajeó Ingrid.
—Eso, hazle caso a tu esposa por tu bien —intentó ponerse serio.
—Bueno pues Fer, arreando —miró ella a Nando y él se acercó a nosotros, este se había dado la vuelta en cuanto invadieron la sala.
—Gracias por el permiso —le dio la mano Fer.
—De nada, espero que haya sido un momento agradable el poder estar reunidos de nuevo.
—Así fue —«Unos pocos cojones»—. Gracias por dejar que entrase.
—No ha sido nada, ya le dije que con ese permiso puede entrar las veces que quiera que no tendrá ningún problema —me informó y yo lo miré.
—Perfecto —gruñí en mis adentros, si no fue capaz de venir este tiempo atrás ahora mucho menos sin que yo se lo pida como esta vez. Podía asegurarme de que no me apetecía en absoluto volver a hacerlo.
—Bueno, nos vamos —nos informó Ingrid.
Se despidió ella y Fer de mi sin contacto físico, después de que se fueran me quedé un rato con Nacho y cuando cené, me fui a mi paraíso nuevamente.
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