Capítulo diesiete
Hacía tanto tiempo que no los veía que me parecía algo tan bonito y mágico. Las veces que los extrañé no era nada sorprendente.
—Ya nos comportamos —hablé yo dejando de picar a mi hermano.
—A ver lo que os dura —sonrió mi madre.
—Mucho, jefa —asintió mi hermano. De nuevo todos nos abrazamos pero uniendo a mi padrino y su mujer y tiempo más tarde, unimos a todos nuestros amigos.
Cuando todos estábamos acomodados —menos Fer que no había aparecido aún y dudaba que lo hiciese después de lo que pasó— y con una consumición terminada. Gorka nos llamó la atención dándole golpecitos con las uñas a su copa.
—Familia, necesito que me escuchéis y en especial tu —se levantó de mi lado y yo lo miré. Gorka me tendió la mano y unos segundos después estaba frente a él.
Todos los invitados se quedaron encandilados mirándonos a los dos.
—Ingrid, sé que no fui el mejor hombre para ti pero todo lo que vivimos nos hizo permanecer unidos y jamás nos impidió volar. Te quiero agradecer todo el apoyo que me ofreciste dentro de la cárcel y sobretodo por nunca rendirte no abandonarme —Gorka me cogió de las manos—. Eres la luz que ilumina mi vida y aunque la boda anterior no fue lo que tu esperabas, ahora quiero pagártelo —mi esposo se arrodilló ante mí y sacó un anillo de su chaqueta. Sin saber porqué me empecé a ruborizar y a caerse lágrimas como si fuese un río—. ¿Te quieres volver a casar conmigo pero esta vez como la princesa que eres?
—Si, mil veces si —ahora lo pude asegurar, quería casarme con él sin las presiones que tuvimos y que fuese la boda que tanto habíamos soñado.
—¡Ha dicho que sí! —me alzó en volandas feliz y empezó a dar vueltas—. ¡Te amo!
—¡Te amo mucho, me enamoré de ti y de todos tus defectos y virtudes! —Gorka me cogió de la mano y me puso el anillo.
—¡Te amo! —exclamó entre lágrimas—. No te imaginas las veces que soñé que me dijeses que me amabas.
—Y yo de decírtelo.
—Sois mi puto milagro —emocionado me besó.
—Y vosotros el mío.
—¡Qué vivan los novios! —nos vitorearon nuestra gente y nos dieron un montón de abrazos.
Momentos después, mis dos amigas nos interrumpieron a Gorka y a mi —estábamos tan pegaditos que ni una grúa nos separaba—.
—Bueno, es hora de ponernos manos a la obra —dijo Patri.
—¡Te vamos a dejar estupenda, te lo aseguro! —las miré desconcertada.
—¿Tan mal voy? —me miré de arriba a abajo cuando los amigos de Gorka nos comunicaron que se lo llevaban.
—¡Para nada! —le hicieron un gesto a mi madre para que viniese.
Las chicas me llevaron a un cuarto y flipé cuando vi varios vestidos de novia colgados en unas perchas, todos de diferentes cortes —dos de princesa, uno de corte imperio, otro de corte sirena, corte A y corte tubo—. Me acerqué a ellos y los acaricié uno a uno fascinada. Sin proponérmelo me eché a llorar como una niña pequeña cuando vi otra estantería llena de tocados del pelo, un par de velos —desde uno muy cortito hasta uno demasiado largo—, tres pares de zapatos de novia, algunos juegos de joyería y en una silla un par de conjuntos de lencería sexy.
—Y esto no podía faltar —cogió Patri un picardias y se lo probó por encima.
—¡Pero no le enseñes esto a la madre de la criatura! —bromeó mi madre.
—Eso, no estamos preparadas para saber lo que hacen los jóvenes de hoy en día —se unió a la broma Cristina.
—Pues se hace exactamente lo mismo que cuando antes os quedabais embarazadas
—comentó mi compañera de las clases del parto.
—¡Venga niñas, menos cháchara y más acción! —intervino Conso—. Aún tiene que probarse los vestidos y elegir maquillaje, el peinado etc.
—¿Porqué tanta prisa? —pregunté yo confundida—. Si hay tiempo de sobra para elegir todo con calma.
—Conso tiene razón, no la hay porque te casas en una hora —nos comunicó mi madre.
Mis ojos se abrieron como dos flores cuando están floreciendo, no daba de si de lo que acababa de escuchar.
—¿Qué? ¿Cómo es eso si para empezar yo no sabía nada y mucho menos preparé todo lo que conlleva un evento semejante? —pestañeé dos veces para salir de mi asombro, no sería todo parte de una cámara oculta para que cayese en alguna trampa.
—¡Era todo parte de la sorpresa, así que a correr! —exclamó Patri.
Enseguida todas colaboraron con gran velocidad para que todo quedase perfecto. Con la ayuda de mis niñas en menos de media hora teníamos todo elegido así que corrí hacia un cuarto de baño, me duché emocionada, me maquillaron y peinaron hasta llegó la hora de ponerme el vestido, las joyas, los zapatos y por último el velo. Un rato después cuando ya estaba del todo perfecta me dieron el ramo y me trajeron a los niños para una sesión exprés de fotos.
—¡Estás espectacular! —expresó mi madre llorando como una magdalena—. Hija mía, cuando creciste tan rápido.
—Ay, no me llores vida mía —abracé a mi madre—. Con lo bien que estaba yo con pañales.
—Y cagandote, guarra —se acercó mi Patri y yo le saqué la lengua.
—Guarra tu —nos reímos todas y Conso se nos acercó—. De verdad, aunque tengas la pancita estás preciosa.
—No me molesta si dentro de mi va él —me acaricié la barriguita.
—Qué linda, bueno... ¿listas para irnos? —me preguntó mi otra amiga que terminó abrazándome también.
—Si —sonreí y cogí de las manitas a los niños.
—¡Viva, ya queda menos para comer tarta! —espetó mi Patricia.
—Aquí cada loco con su tema —bromeó mi suegra.
—De verdad que es la que más sabe —me carcajeé y los niños se revolucionaron.
—¡Tarta, tarta! —dijeron al unísono.
—Veis son de los míos, venid aquí renacuajos —abrió mi amiga los brazos y los niños se le abalanzaron—. Veis, me quieren más que a mi —sonrió y salió con ellos de la casa.
Posteriormente, me volví a mirar al espejo y me costaba creerme que en un rato iba a ser una mujer casada y con tres niños. Después de tanta espera, ya podríamos ser una familia completa. Era hora de afrontar nuestro destino
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