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Capítulo 5


Culpa y amargura

Otoño del 1987


Ese año nació Isabelle, una hermosa y robusta niña. Mientras que Aidan era la viva imagen de su madre, Isabelle se parecía mucho a mi. Su llegada me ayudo mucho a superar la apatía y desgano que me provocó enterarme que Luca se había ido de la ciudad.

Al mes siguiente de su nacimiento comencé a trabajar como maestro de ingles en un colegio católico bastante prestigioso, y aquello también fue de gran ayuda. Lo que no me agradaba en lo absoluto era tener que ver constantemente a Adolph, el padre de mi esposa. Más que verlo a diario, lo que me molestaba eran sus comentarios cizañosos sobre Luca.

Por esa época estuvimos viviendo con el padre de Eleanore por varios meses hasta que la casa que seria nuestra residencia permanente estuviese en condiciones de ser habitada. Y el padre de Eleanore no perdía ocasión para, en ausencia de ella, dejar caer algún comentario mal intencionado u ofensivo.

—Al menos ese amigo tuyo, Luca, ya no vive en la ciudad. No sabes la alegría que tuve al saberlo, pues eso significa un problema menos para mi hija.

Nos encontrábamos frente a la mesa de la cocina, una pequeña donde desayunábamos a diario. Eleanore no estaba presente, se encontraba con los niños en el cuarto. En esos momentos yo bebía un sorbo de café recién hecho y no pude evitar quemarme el labio superior cuando hice un movimiento brusco ante sus inesperadas palabras.

Adolph no pareció notar mi reacción, mucho menos darle importancia. El hombre había dejado claro que esa era su casa y que yo era el arrimado que tenia que soportarle todas sus majaderías, demás esta decir que esa no era la primera vez que dejaba caer sus maliciosos comentarios.

—Sabias que Luca se fue de la ciudad con un hispano muy atractivo y labioso que conoció cuando trabajaba en la ferretería, de esos que se dedican a la construcción. Su nombre es Rafael, un tipo simpático...no llevaba mucho tiempo aquí, pero Luca fue rápido y enseguida le echo el ojo.

Si el comentario anterior provoco que me quemara el labio, este hubiese logrado que me quemara la boca entera de tener la bebida caliente cerca.

A último segundo conseguí mostrarme indiferente, esa vez, contrario a su primera intervención, Adolph buscaba mirarme directo a los ojos. Yo estaba seguro que el viejo disfrutaba interiormente anticipando algún gesto que le diera una idea de qué tanto, me afectaban sus palabras.

—Si es así, espero que ese tal Rafael lo haga feliz. Porque Luca se lo merece.

—¡Nah! Esas relaciones pecaminosas Dios no las bendice, y nunca logran ser feliz.

Cansado de escuchar estupideces me puse de pie accidentadamente y sin decir una palabra me dirigí a la puerta principal con intenciones de salir de la casa.

—¿A dónde vas, Oliver?

Eleanore salía del pasillo con Aidan en brazos.

—Voy a dar una vuelta, quizás llegue a casa de mis padres.

No me detuve, aunque supe que Eleanore se dio cuenta de mi enojo. En ocasiones se me hacia muy difícil disimular el coraje, pues mis mejillas solían pintarse de rojo. Recuerdo que cuando regresé a la casa esa noche, encontré a Eleanore dispuesta a hablar sobre la evidentemente mala relación entre su padre y yo. No lo negué aunque no entré en detalles sobre el porqué de nuestras desavenencias. Esa noche me atreví a decirle lo que deseaba, que ya no me encontraba cómodo viviendo con Adolph y que me iría a la casa de mis padres en tanto la casa, también regalo del suegro, estuviese lista.

—Me quedare allá.

La realidad era que ya no contaba con una habitación en la casa de mis padres, pues Edward había ocupado la mia, si me iba para allá tendría que dormir en el sofa cama de la sala, pero eso no me importaba. Eleanore se mostro comprensiva, después de todo solo faltaban dos semanas para la mudanza a nuestro nuevo hogar.

Y aunque la casa de mis padres se encontraba más lejos de mi nuevo trabajo, no me importaba, pues el alivio que sentía al estar lejos del suegro, superaba todo lo demás.

En el colegio pronto me integré al funcionamiento y las expectativas del lugar, también con los demás maestros y personal. Era un excelente oportunidad de superación, más si teníamos en cuenta que yo era un maestro novato, sin experiencia.

—La nueva maestra de matemáticas parece que te conoce, Oliver.

Aquel comentario por parte de la señorita Ross me intrigo, y no perdí tiempo en acercarme a la sala de descanso que todos los maestros solíamos utilizar en nuestros periodos de asueto.

Enseguida que entre la reconocí, se trataba de Charlotte Anderson, la prima de Luca.

—¡Charlotte!

La mujer, ya no era la chiquilla alta de piernas y brazos largos, casi desproporcionados al resto de su cuerpo, ahora se mostraba una atractiva mujer luciendo con orgullo su vientre de cinco meses de embarazo.

Charlotte no dudo en brindarme un efusivo abrazo en tanto memorias de un pasado en común desfilaban por mi mente. Pronto nos embarcamos en una animada conversación donde hablamos de casi todo. Charlotte conocía de mi relación amorosa con su primo, aunque nunca pude discernir su verdadero pensar sobre mis decisiones o las de él.

Charlotte me hablo un poco sobre su vida, su matrimonio con un buen hombre llamado Eugene, y lo ilusionados que estaban por la llegada de su primogénito. Me preguntó por Eleanore, por mis hijos, por la nueva casa, y terminamos inevitablemente hablando sobre Luca, y yo preguntándole si lo que me dijo el venenoso de Adolph era cierto.

—Rafael estaba enamorado de Luca, pero hasta donde yo se él nunca le dio ni siquiera esperanzas. Luca te ama Oliver, con ese amor casi enfermizo que llega a hacerle daño. Luca estaba conciente de eso, pero muchas veces me dijo que no lo podía cambiar, que era así y que prefería estar solo sino podía estar a tu lado.

—Cuando supo que Eleanore estaba embarazada nuevamente soy testigo de lo mal que se sintió, aun cuando tu llevabas años lejos, mi primo vivía con la esperanza de que algún día regresarías y...pero al final decidió que lo mejor que podia hacer era alejarse, buscar nuevos caminos y cuando Rafael le ofreció que viajara con él, no lo pensó mucho y se fue. De eso hacen algunos meses.

Nunca fui ajeno a todo aquello que Charlotte mencionó aquella tarde. Estaba conciente de la entrega con la que me amaba Luca y del daño que mis decisiones le hacían. En ese momento opte por no intentar buscarlo, o preguntarle a su prima a dónde se había ido. Luca merecía ser feliz y yo, atado como estaba a la vida que yo mismo escogí, no podia ofrecerle nada.

—Ojala se olvide de mi, y pueda ser feliz con alguien que lo ame exclusivamente a él.

Después de esa tarde me esforcé más que nunca en enfocarme en mi familia, especialmente en Aidan e Isabelle. En el trabajo evitaba a Charlotte cada vez que podía pues vivía con el temor de que un día, así de la nada, la mujer me dijera que Luca siempre sí se empató con el tal Rafael y que me contara de lo feliz que era.

La mudanza a la nueva casa me mantuvo ocupado, y en ocasiones hasta disfrute de las habladurías de Adolph sobre algunos de sus vecinos con tal de distraer mi mente. Semanas después, fui de visita a casa de mis padres, en esa ocasión para variar Eleanore decidió quedarse con los niños en la casa. Ese día fui especialmente porque mamá insitio mucho, según ella papá se veía bastante desmejorado.

Recuerdo que pasé con él casi todo el día, era sábado. Él en cama, como últimamente prefería estar, yo sentado en una butaca a su lado.

—Cuéntame más sobre tus días de entrenamiento, Oliver.

A papá le encantaba oír mis historias, algunas veces algo alteradas para darles más emoción, que le relataba sobre mi paso por el servicio activo. Lo cierto era que no había tenido la oportunidad, mala o buena, que tuvo él de ir al frente, pero papá gozaba con oírme hablar sobre cualquier experiencia en el ejercito.

—Estoy tan orgulloso de ti, Oliver. No sé si lo sabes, creo que jamás te la había dicho, hijo. Eres un buen muchacho y sé que algún día alcanzaras esa felicidad que tanto te mereces y que no veo en tus ojos ahora...

Los recuerdos de ese día pasan a mezclarse entre ellos a partir de ese momento y con el pasar de los años, son confusos. Lo único que ha quedado casi cincelado sobre piedra fue el hecho de que horas después de que me marchara hacia mi casa, mi padre murió mientras dormía.

Después de esa llamada de Edward en la madrugada, no recuerdo detalles, solo sé que ese fue un año de perdidas irreparables para mi.

************

—Hace días que queria darte esto.

Mi primo Edward extendió una de sus manos hacia mi con un pedazo de papel entre los dedos.

—Luca llamó y me dejó su número telefónico.

Pasmado e incrédulo, mientras una emocionante sensación subia por mi pecho, no tarde en tomar el papel doblado a la mitad. Sobrecogido por una sensación de alegría, escasa para mi a pocos días de haber muerto mi padre, abraze a un descolocado Edward antes de encerrarme en mi antiguo cuarto llevando conmigo el teléfono fijo gracias a la larga extensión que tenia.

No me importo que afuera, sentada sobre el sofa de la sala en compañía de mi madre y hermana estuvieran Eleanore y su padre. Necesitaba oír la voz de Luca como necesitaba tomar aliento.

Nervioso marqué el número en el papel y ansioso escuche como la llamada trataba de conectarse, segundos después, el timbre al otro lado de la línea. Sentado sobre aquel colchón me pareció que pasaban horas antes de que escuchar la suave voz de mi único amor.

Por segundos mi propia voz había fallado y tuve dificultad hasta para decir su nombre porque la emoción me apretaba la garganta y un inesperado llanto subió por ella, haciéndome moquear, deseperado.

—¿Oliver?

—Luca...mi Luca...

No lo pude evitar, me salió del alma llamarlo así, aunque quizás no era lo más justo.

—Oliver amor, ¿cómo estás? ¿Cómo te sientes? Siento muchísimo por lo que estas pasando, amor. No sabes cuanto me gustaría estar a tu lado.

Apreté el auricular del teléfono sobre mi oreja, deseando igual tenerlo conmigo.

—Estoy bien, ¿y tu?

—Deseando verte...deseando estar a tu lado, aquí las cosas no salieron como pensé. Lo intente, pero no puedo y no quiero estar más tiempo lejos de ti.

Sus palabras casi me elevaron del suelo.

—Mañana salgo para allá, voy a tomar el autobús que sale a las seis de la tarde, es un viaje largo, unas diez horas por carretera, pero la esperanza de volver a verte es suficiente aliciente para mi, amor.

Unas risas mezcladas con sollozos salieron de mi garganta, mientras estrujaba mis ojos con el dorso de una de mis manos.

—Y yo estaré en la estación para recibirte, cariño.

Y allí estaba, de pie resguardándome de la helada brisa otoñal con mi largo abrigo. Sintiendo el corazón rebosante de alegría y nuevas ilusiones. Dispuesto por primera vez a ser sincero a nuestro amor, no solo con palabras sino con hechos. Luca nunca lo supo, la vida no me dio la oportunidad de decírselo, pero con su llamada pareció caer el velo que por momentos ocultaba y me hacia casi ciego a lo que realmente deseaba en mi vida.

Había decidido separarme de Eleanore, dar por terminado un matrimonio donde ninguno de los dos era realmente feliz, aunque ella nunca mencionara la ausencia de su propia felicidad. Estaba conciente de que no seria fácil, Eleanore no reaccionaria bien cuando de la nada le planteara mi decisión.

Habría reclamos, gritos, y muchas preguntas, pero yo estaba dispuesto a llevar a cabo mis planes. Estaba confiado en que esa vez no dudaría, en que de la mano de Luca abandonaría la ciudad buscando nuevos horizontes. Y que a la larga seria lo mejor para todos, incluso para mi esposa.

No tenia intenciones de desaparecer, y desentenderme de mis hijos, jamás haría algo así, el mismo Luca no lo permitiría. Estaría presente económicamente y reclamaría mis derechos de una custodia compartida con visitas. Estaba al tanto de que al principio quizás la relación entre Eleanore y yo seria tirante, mucho más si las discordias eran asuzadas por su padre, pero a la larga supuse que ella velaría por lo más conveniente para los niños, y que su padre estuviese en sus vidas pensé que seria lo ideal.

Durante dos días estuve en las nubes, probablemente las personas a mi alrededor pensaron que se debía a lo sucedido con papá, pero no, mi mente estaba en Luca, y en los planes a futuro con él.

Minutos antes de saber de que manera cruel y malvada, el destino jugaba con los hilos invisibles de la existencia de nosotros, los incautos mortales, recuerdo haber pensado, lleno de alegría, en que en los próximos minutos volvería a estrechar entre mis brazos a Luca, el chico de hipnotizantes ojos grises que significaba tanto en mi vida.

Y pensaba en lo suertudo que era pues había tenido una segunda oportunidad para no dejarlo ir y así evitar ser infeliz el resto de mi vida, lejos de él. Ahora, recordar esos minutos antes de la tragedia solo enervan la rabia, una rabia que he sentido por años y que solo estaba dirigida a mi.

Luca y yo no volvimos a vernos, esa noche el autobús en el cual viajaba se accidento y su cuerpo sin vida quedo tirado en el pavimento mojado de una carretera.

Del Oliver que esperaba por Luca en aquella estación de autobuses ya no queda nada, ni siquiera la sombra. Solo la sensación de una afixiante culpa y la amargura de lo que quedo por vivir.


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