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Capítulo 26


Confundido y lo que sigue...

Necesitaba salir de allí. De prisa, sin despertar a...Hwang.

¿Hwang?

¡Dios santo! ¿Qué carajos he hecho?

Logré arrastrarme hasta el borde de la cama, donde por unos instantes observe mi desnudez incapaz de recordar donde había quedado mi ropa. Un intenso dolor de cabeza estaba empeorando mi situación, ya de por si bastante bizarra.

Agarré la ropa interior, y con ella en la mano abandoné el cuarto, en ese momento no pensaba en nada más, que en huir. Era de noche, el reloj digital de la caja de la televisión por cable marcaba casi las nueve.

Trastabillando, sintiendo que la cabeza me iba a estallar, hice un esfuerzo por localizar el resto de mi ropa que sabia no podía estar lejos. Mientras me vestía, lágrimas abandonaban mis ojos muestra del dolor en mis sienes, aunadas a los pensamientos que no dejaban de revolotear en mi cabeza.

Recuerdos, memorias, imágenes...cada una más irreverente que la anterior.

Vencido, me dejé caer al suelo, pues sentí que mis piernas ya no podían sostener mi peso y llevándome las manos a la cabeza, apretándome los lados de ella, mientras la mantenía baja.

—Soy Oliver Fiztpatrick...el único, el real...y este chico en la habitación...nunca existió un hijo bastardo, que regresó justo cuando su padre desapareció.

Aterrado no me atreví a continuar dándole voz a mis pensamientos.

Recogí las piernas, levantando las rodillas, mis manos aun sobre la cabeza, apretando los labios, con los párpados cerrados.

No tenía cabida en mi mente para nada más que no fueran los recuerdos, las memorias de mi lejana infancia, y adolescencia en aquel pueblo de Massachusetts.

Mi familia, los años en la escuela superior, la insistencia de mi padre por ver a su único hijo enlistándose en el servicio militar...

La tarde en que por fin decidí complacer a papá e ir a la oficina de reclutamiento.

Un intento de sonrisa se pintó en mis húmedos labios al recordar mi primer encuentro con Luca Anderson, mi Luca. Sus ojos grises brillantes como estrellas, la afinidad que nos unió desde el primer día, la amistad que rápidamente se convirtió en amor, fuerte, y verdadero...un amor que yo traicioné por cobarde.

Meciéndome, con la cabeza aun entre mis manos, los ojos cerrados y bebiéndome las tibias lágrimas que no cesaban de derramarse, mientras imágenes de mi matrimonio con Eleanore, sus embarazos, mi paso por el ejército...y la muerte de Luca parecieron desgarrar mi psiquis.

Con aquel último recuerdo solté un gemido de dolor que lastimó mis cuerdas vocales.

Los viejos recuerdos se unieron a los que guardaba de mi vida de soltero en Nueva York, de mis hijos, de Edward, de mi solitaria y amarga existencia donde no habia un día que no extrañará a mi viejo amor.

—Luca...

Entonces llenó mi mente la imagen de aquel vagabundo en el parque, aquel hombre o mujer, ¿Qué más daba?

De un impulso me puse de pie para buscar un espejo donde pudiera mirar mi imagen, porque me negaba a creer en mis recuerdos posteriores a nuestro encuentro en aquella azotea. 

No podía ser real...de ninguna manera.

Mis pasos me llevaron al pasillo principal del apartamento donde recordaba un enorme y reluciente espejo. A solo pasos de la superficie que me devolvería el reflejo, me detuve y una sensacion fría recorrió mi cuerpo, sin embargo, me obligue a acercarme.

Lo imposible se hizo posible ante mis ojos, en tanto el recuerdo de mi conexión con aquel personaje en el parque, mi subsecuente caída al vacio, y el despertar en el hospital sin memoria, e incapaz de recordar mi pasado se apoderó de mi.

El reflejo del enorme espejo me enfrentó con la misma imagen en el hospital, durante los meses que habían pasado, y en ese momento...la imagen de un hombre joven, de piel lozana, abundante cabello rojizo y vibrantes ojos verdes.

Un hombre joven que en apariencia no tenía ni veinte años.

—Soy yo...vuelvo a tener dieciocho años...imposible, absurdo...o quizás solo me estoy volvierndo loco, perdiendo la razón total e irreversiblemente. Si, si, eso debe de ser...con el accidente algo se dañó en mi cerebro y de alguna manera estoy confundido, convencido de ser alguien que de ninguna manera puedo ser...—Mi voz se perdió con angustia.

Y con ambas manos sobre el espejo me incliné sobre el, pegando mi calenturienta frente sobre la fría superficie.

—Oliver, mi amor. —Tarde solo segundos en girar, enfrentándome a un sonriente Hwang—¿Estás bien?

¿Qué puedo decirle?

¿Qué se supone que le diga?

No lo pude evitar, una nueva punzada de dolor, aquel que creí haber superado, me obligo a llevarme las manos a la cabeza.

—¿Qué sucede? —Lo miré y vi como su expresión alegre cambiaba a una de preocupación.

Llevé la mirada otra vez al reflejo que me devolvía el espejo, a esa imagen juvenil que estaba seguro hacia décadas había dejado atrás, y nuevamente me sentí inmerso en una pesadilla.

Frente a mi, un chico que podía ser fácilmente mi nieto, mirándome con sus hermosos ojos rasgados, una mirada que no ocultaba la preocupación, pero también los sentimientos que albergaba por mi.

¡Imposible!

De cualquier manera, es...imposible.

Soy un hombre de cincuenta y cinco años enamorado de un chico de diecinueve...

Es horrible...y perturbador.

No fui capaz de decir nada, mientras la expresión en el rostro de Hwang trasmutaba de la preocupación a la confusión.

—Oliver por favor, dime algo —Hwang se adelanto unos pasos extendiendo una de sus manos hacia mi, en tanto su mirada recorría mi rostro.

—¡No me toques! —exclamé y retrocedí hasta que mi espalda choco contra el maldito espejo. Hwang cerro el puño de la mano extendida y alcance a ver un rictus de dolor en su boca.

Mientras tanto, yo lo único que deseaba era salir corriendo de ese lugar, para ir a esconderme a un lugar donde pudiera pensar.

En ese preciso momento la puerta principal del apartamento se abrió para dar paso a Binna, que al vernos no pudo disimular su sorpresa. Los tres intercambiamos miradas, aunque yo aproveche para, sin decir palabra, salir al pasillo e irme escaleras abajo.

—¡Oliver!

—¡Hwang! ¿Me puedes explicar que está sucediendo?

Lo que pensara la tía de Hwang me tenia sin cuidado, no cuando mi existencia se habia vuelto patas arriba.

En ningún momento pensé en hablar con Hwang, decirle lo que me sucedía, porque todo era demasiado loco, o lo que le seguía. Algo imposible de creer, a menos que no formara parte de una película de fantasía.

No tengo una idea clara de mi trayecto hasta el apartamento que compartía con Edward, a mi apartamento, el que habia comprado años atrás. Si recuerdo que agradecí no encontrarme con Edward.

«El bueno del tío Edward»—pensé antes de dejar salir una demente carcajada en tanto, sentado sobre las losas de la ducha dejaba que el agua cayera sobre mi.

Esa noche fui incapaz de dormir, encerrado en el cuarto, en mi cuarto, sentado en una esquina con Tom a mi lado, recuerdo que caí en una especie de sopor, en un circulo vicioso de pensamientos y recuerdos, muchos de los que terminé desestimando, inhabilitado en un momento dado en saber que era real o no.

Edward volvió a casa, lo escuche en la cocina, antes de seguir sus pasos hasta su habitación. Y Hwang...Hwang, aquel chico hermoso que decía amarme, ese que aun siendo tan diferente a Luca era a la misma vez tan parecido, al parecer se canso de llamarme al celular y enviarme mensajes de texto que yo, no pude ni siquiera abrir.

**********

¿Habían pasado dos semanas desde aquella noche en donde perdí la razón completamente?

No lo supe con certeza, de lo que si estoy seguro fue que me aislé totalmente, fueron días, los que fueron, en que apenas comía, o dormía. Ni siquiera tenia deseos de bañarme.

Días echado en la cama sin deseos de enfrentarme a mi realidad, donde mis grandes aliados fueron esas pastillas para la ansiedad y para dormir que me habían recetado meses atrás, las que antaño pensé no tenia necesidad de utilizar, pero que por esos días me ayudaron a desligarme un poco de toda la locura en la que se había vuelto mi vida.

Una locura y lo que le seguía...

Son tantas cosas que resiento y en las que no me gusta pensar sobre aquellos días, por ejemplo, odio recordar la preocupación casi enfermiza que mostraba Edward ante mi actitud, eso que él llamaba depresión, y todas las veces que me insistió para que lo acompañara al médico.

—Hijo, no puedes continuar así...¿qué es lo que sucede, Oliver? ¿Qué pasó? para que de buenas a primeras no quieras ni siquiera levantarte de la cama para bañarte...y que hay con Hwang, ese pobre muchacho no deja de llamarte por teléfono, e incluso ya van dos veces en que me lo encuentro abajo, me pregunto por ti, y me dijo que estaba muy preocupado.

Esos reclamos eran un día si, y el otro también. Reclamos que yo escuchaba, mientras mi mente divagaba entre despierto y a punto de caer en un inquieto sueño.

Dormido era como mejor me sentía, aunque el horror y la incertidumbre de lo que me pasaba en muchas ocasiones se colaba en mi inconciencia.

Tampoco tuve claro, y no lo tengo tampoco en el presente, que me hizo un buen día levantarme del colchón, deshacerme de los medicamentos, darme una ducha y cambiarme de ropa, mientras un único pensamiento se repetía en mi mente.

«Buscar la verdad»

Una explicación lógica a lo que me sucedía. Aunque al principio no sabia por donde empezar, el recuerdo de aquella tienda donde Hwang y yo fuimos a comprar ropa usada, y yo fui abordado por la extraña mujer detrás del mostrador, esa que me entrego el libro que Luca me regalo hacia tantos años atrás, me pareció un buen lugar.

Salí del apartamento con una meta fija en mi mente, le prestaba poca atención a mi entorno y cuando abandone el edificio y enfile la acera, casi me doy de frente con Hwang.

El asiático me corto el paso, para mi, que caminaba con la cabeza gacha y la mente en una nube, podría haber sido cualquiera.

Ralenticé mis pasos consciente de que habia alguien justo frente a mi, mientras levantaba la cabeza, entonces me encontré con su oscura y fija mirada deteniéndome a tiempo.

Por unos instantes me quede sin palabras, mi mente se fue en blanco, pero la expresión en el pálido rostro de Hwang me obligo a despabilarme. A Hwang no le hizo falta hablar para dejarme saber algunas de las emociones que lo aplastaban.

Sorpresa, alivio, duda, preocupación, coraje...pero sobre todo amor y entrega.

Me distraje devolviéndole la mirada a ese jovencito del que me habia enamorado, que me amaba y de quien me había alejado esos últimos días por miedo, porque estaba tan confundido...porque no entendía la situación.

—¿Crees que podemos hablar? —Me dio la impresión de que Hwang no estaba seguro de que decir, lo miré cambiar el peso de su cuerpo de un pie a otro, igual que su mirada, ya no la tenia sobre mi, la paseaba alrededor.

Ambos nos echamos a un costado de la acera sin necesidad de acuerdo.

Personas iban y venían, una cacofonía de sonidos nos envolvió.

—Por favor, no continues cerrándote, Oliver. Dime que te sucede, acaso te arrepientes de lo que sucedió entre nosotros, de la intimidad...¿es eso? Puedo entender que no te sientas preparado, lo que no entiendo es que te niegues a hablarlo.

No quería recordar precisamente aquello, un momento tan especial, hermoso, donde nos entregamos mutuamente, pero que termino quitándome el velo que tenia en los ojos, a la misma que vez que me confundía más.

A partir de esa noche evitaba mirarme al espejo pues no toleraba ver mi joven rostro, mientras que los recuerdos de una larga vida se habían instalado nuevamente en mi mente.

—No puedo, Hwang...disculpame, pero no puedo.

—¿Qué dices? ¿A qué te refieres?

—No podemos estar juntos, lo siento...—Ante mis palabras vi el desconcierto pintado en el rostro del chico frente a mi— .Ni siquiera sé que me pasa, no sé si me estoy volviendo loco...perdóname Hwang.

Giré y me alejé de prisa, buscaba perderme entre la gente, sin rumbo. Había olvidado que me llevo fuera del apartamento, y lo único que deseaba era alejarme, perderme, olvidar.



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