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Capítulo 22


Ana Karenina


Ming y Azariel se acercaron a mi durante el receso, mientras caminaba en dirección a la mesa donde me esperaba Hwang. Fue Ming quien me llamo, y no dejo de sorprenderme, pues horas antes ni siquiera me había mirado de frente cuando lo salude y de sus labios salió un seco «hola».

Me detuve, y giré un poco con la bandeja frente a mi, al tiempo de verlos acercarse, ambos cargaban su almuerzo. Me di cuenta de que aunque fue Ming quien dijo mi nombre, parecía ser Azariel quién se disponía a hablar.

«Como vengan a decirme alguna majadería»—pensé entrecerrando un poco los ojos, mientras pasaba la mirada de uno al otro.

—Azariel quiere preguntarte algo.

Ming le hizo señas con un movimiento de mentón a su amigo para que hablara.

—Los dos queremos saber...si es cierto el rumor que corre por ahí desde esta mañana. ¿Tú y Hwang Lee son novios?

Azariel dijo aquello intentando mostrar una expresión de falsa inocencia, aunque segundos después miró a su amigo y ambos se echaron a reír. Yo sabia que seguramente los gestos y el lenguaje corporal estaría llamando la atención de casi todos los adolescentes reunidos en aquel comedor para almorzar, e incluso que los más cercanos a nosotros quizás escucharían nuestro intercambio de palabras, y que no serian pocos a los que, como aquellos dos frente a mi, les provocaran risas burlonas.

—Ustedes dos son tan tontos...—Luego de esa corta frase hice un movimiento de pesar con la cabeza, mientras juntaba mis labios en una apretada mueca— .Sepan que ni a mi o a Hwang nos afectan los estúpidos rumores de algunos estudiantes, pero saciando su curiosidad y para que corran como viejas chismosas a esparcir esta nueva información...no, Hwang y yo no somos novios, solo buenos amigos, por ahora.

Ladeé un poco la cabeza mientras no le quitaba los ojos de encima.

—Ya vámonos, Azariel. —dijo Ming.

Ninguno de ellos pudo sostenerme la mirada. Ming fue el primero en dar media vuelta y echar a caminar, seguido de su amigo. En tanto yo, incómodo, para mi aquella fue una muestra más de los prejuicios de las personas, y la falta de inclusividad, me acerque a un serio Hwang tratando de llevar en mis labios mi mejor sonrisa.

Aquel fue el primer día de una serie de momentos en los que Hwang y yo, a veces juntos o por separado, enfrentamos las murmuraciones, las risas burlonas y los comentarios de doble sentido entre otras cosas, dirigidos a nosotros con malas intenciones.

Y fue algo que siempre, al fin o al cabo, salía a relucir en nuestras conversaciones, pero que juntos, indudablemente, le restábamos importancia.

Fuera de aquellos inconvenientes en la escuela, la relación entre él y yo, fue haciéndose cercana. Salíamos juntos de la escuela y caminábamos de vuelta a casa. Por aquellas semanas el padre de Hwang aun se encontraba de viaje y él continuaba viviendo con su tía.

—Aprovechemos para ir de compras, Oliver. ¿Qué tal si vamos este fin de semana? —Hwang se encontraba igual de entusiasmado que yo por las fotografías de época que planeamos, con su idea, hacer para el portafolio, ese que yo presentaría al concurso de principiantes.

Pronto me vi envuelto por su apasionamiento y eché a un lado todo lo demás, solo quería verlo sonreír, y disfrutaba escuchándolo hablar sobre estilos, colores y modas pasadas, con tanta naturalidad y conocimiento que cualquiera pensaría que se trataba de un experto.

Hwang se convirtió simbólicamente en una especie de tornado, envolviéndome con su energía y emoción. Y yo feliz de verme arrastrado por él de tienda en tienda, casi todas de ropa y artículos de segunda mano, en aquel día de compras.

Entre los dos buscábamos armar tres cambios de ropa, teniendo en cuenta la moda entre los años sesenta y ochenta.

Hwang encontró una camisa en poliester azul con rayas anchas verticales blancas que era, según él, muy de los sesenta, unos pantalones en la misma tela, oscuros y entallados combiandos con unos viejos zapatos de charol que aun conservaban su brillo.

En otra tienda, cuyo ambiente estaba impregnado con el característico olor a humedad y guardado, demasiado euforico para quedarse quieto por más de tres segundos, Hwang me mostro unos pantalones largos y de pata acampanada en tela de gamuza color verde, un cinturón ancho y una camisa de mangas largas en poliester con extraños patrones y dibujos sicodelicos sobre la tela.

Según el asiático lo único que le faltaba para darle el verdadero estilo de los setenta al outfit ese colgante con el símbolo de la paz hecho en cobre que me mostraba orgulloso.

Por último, pero no menos importante, antes de que nos diéramos por vencidos esa tarde y regresaramos a casa, Hwang encontró una pequeña y casi oculta tienda e insistió en entrar.

—Vamos, Oliver, estoy seguro que aquí encontraremos lo que necesitamos para recrear la moda de los ochenta.

De pie frente a ese pequeño y algo lugubre negocio, en una acera donde no dejaban de pasar personas en ambas direcciones, cobijados por una tarde donde las nubes de tormentas en el cielo amenazaban con derrumbarse en agua, la idea de entrar no me parecía atractiva. Estaba cansado y algo hambriento, llevábamos casi todo el día corriendo de negocio en negocio y apenas habíamos parado para ir al baño en una cafetería donde compramos sendos jugos de frutas, hacia unas horas atrás.

—Por que no dejamos esto para mañana, Hwang. Todavía hay tiempo...las clases en el taller de fotografia apenas comienzan la semana que viene —mencioné sin querer explayarme en explicaciones.

—Ya estamos aquí, Oliver. ¿Por qué atrasarlo? En cuanto vuelva papá de su viaje, es más que seguro que me conseguira que hacer en el verano y no podremos vernos a menudo.—Ya habia escuchado ese alegato anteriormente en el día, y no pude evitar sentirme extrañamente preocupado.

Hwang insistía en hacer las fotografías antes del próximo fin de semana, pues su padre la noche anterior le habia dicho que volvería pronto, añadiendo que tenia grandes planes para las vacaciones de verano que se avecinaban.

—Se que algo esta planeando para mantenerme ocupado y cansado —decía.

Mi amigo no dudo en tomar una de mis manos, mientras me miraba fijamente con sus oscuros y rasgados ojos llenos de excitación. Y tiró de mi hacia el interior de la poco iluminada tienda.

En el momento justo que empujo la puerta de opaco cristal, el tintinear de una pasada de moda campanilla sobre esta se dejo escuchar, al mismo tiempo que afuera caía el primer relámpago, seguido por un estruendoso trueno cuyo ruido me erizo los vellos de la piel.

Absurdamente asustado me di prisa por entrar al negocio, empujando un poco a Hwang que entre risas no se negó.

La poca iluminación del reducido lugar no le impidió a mi amigo comenzar su búsqueda entre demasiada ropa, unas se encontraban en sus respectivas perchas colocadas en muebles de metal redondos para esos fines, otras, acumuladas sobre una mesa bastante grande, y tablillas en las paredes.

El ambiente del negocio guardaba el peculiar olor a ropa de segunda mano, entre otros, pero pude apreciar, a pesar de la poca luz, que el piso y los estantes estaban limpios.

—Bienvenidos a "Dans le temps" si me necesitan no duden en decirme.

La suave voz con un timbre extranjero que me parecio familiar, me hizo llevar la vista al frente, apartando mi atención de Hwang. Entre curioso y sorprendido entrecerré mis ojos, mientras caminaba los pasos necesarios, acercándome al mostrador.

El ruido de algunas perchas rodando de un lado a otro daban fe de lo ocupado que estaba Hwang en su búsqueda, en tanto yo me vi atraído como la polilla hacia la luz, por la mujer regordeta y madura que sonreía tras el viejo mostrador de opacas vitrinas.

—Buscan algo en especial, quizás puedo ayudarlos, para eso estoy —Ella no dejaba de mostrar una amigable sonrisa, sin embargo, se me hacia difícil ser reciproco, aunque permanecí frente al mostrador, separado solo por algunos pasos.

Era curioso como comencé a sentir que habia entrado a ese lugar por algo más que la insistencia de mi compañero de aventuras. Que nuestra entrada allí no solo tenia el propósito de encontrar la ropa indicada para recrear la época ochentera.

—Aquí colecciono objetos especiales que guardan muchos recuerdos, de épocas pasadas, de amores olvidados y hasta perdidos. —La mujer poso sus profundos ojos azules sobre mi, pero esa vez busco mirarme fijamente, y yo no pude rehuirle.

Incluso comencé a experimentar la loca sensación de que todo a nuestro alrededor dejaba de ser, como si el tiempo se detuviera y que solo nosotros dos, en todo el universo, continuábamos siendo, en pos de un propósito que solo esa mujer frente a mi conocía.

De inmediato mi corazón duplico su ritmo.

—¿No dices nada? Apuesto a que te gustaría ver alguno de los artículos que tengo detrás de la vidriera...no es así Oliver...

Tremendo susto se anido en mi estómago.

—¿Cómo sabes mi nombre?, ¿acaso me conoces? —Aun cuando la posibilidad de que esta mujer me conociera, incluso de que conociera a mi familia, cruzo por mi mente, fue extraño lo rápido que la descarte. De alguna manera sabia que nuestra conexión nada tenia que ver con algo tan simple como ser conocidos o vecinos de la misma cuadra, de esos que se ven y se saludan de vez en cuando.

La mujer paso de mis interrogantes, y llevo su atención a la vidriera debajo del mostrador donde la vi hurgar hasta que encontró lo que buscaba, un manoseado y pequeño libro con la solapa algo maltratada, de color beige, y letras doradas.

Ella coloco el ejemplar de "Ana Karenina" de León Tolstoi sobre el mostrador, antes de darle un empujoncito hacia mi, que para ese momento me encontraba casi pegado al mueble, y apenas podía controlar el temblor en mis manos.

—Esto te pertenece, Oliver —murmuró ella, sus palabras llegaban a mis oídos como envueltas con una bruma, y a la vez, densas y pesadas, una sensación muy incómoda, a la vez que extraña— .¿Lo reconoces? ¿Te es familiar? Es el primer regalo de Luca hacia ti, ese que le devolviste antes de irte al entrenamiento.El tiempo de entender que esta sucediendo se acerca, Oliver.

No comprendía el significado de sus palabras, pero no podía retirar mis ojos de aquel ajado libro y aunque no lo planee, o siquiera pensé en hacerlo, me vi llevando mi mano derecha al frente y posando mis dedos sobre su superficie en una caricia, antes de que lo levantara para llevarlo hacia mi pecho entre tanto resbalaban por mis mejillas gruesas y tibias lágrimas, sorprendiéndome, pues tampoco me percate de que lloraba.

Un sollozo escapo de mi garganta, mientras que con la vista nublada trataba de leer y darle sentido a la hoja suelta que casi escapó del interior del libro cuando lo abrí.

«¿Por qué lloro? ¿Por qué me afecta tanto todo esto?, todo este absurdo que no logro entender.»—pensaba al tiempo que iba leyendo la hoja amarillenta con la dedicatoria de Luca a Oliver, esa que se desprendió y casi cayó, en el libro en mi mano derecha, y con la izquierda barría de mis mejillas la humedad.






Cerré el libro de un golpe y lo apreté nuevamente a mi pecho. Levanté la mirada, desorientado, esperando encontrarme con aquella mujer detrás del mostrador, y suplicarle, si era necesario por la verdad, pero la extraña mujer ya no se encontraba allí, no habia nadie tras el mostrador.

Confundido me sobresalte cuando un chico asiático extendió una de sus manos para tocar mi antebrazo derecho, de hecho, casi salte alejándome de él.

—¿Qué pasa, Oliver? ¿Estás bien? —¿Quién es este muchacho?— .Ya podemos irnos, tengo todo lo que nos hacia falta.

Recuerdo que en ese momento no logré encontrarle sentido a lo que me decía ese chico, o el hombre que se detuvo a su lado, y que me miraba preocupado, y lo único que hice fue lo que me dictaba mi instinto de conservación, correr lejos de ellos y fuera de aquel lugar.



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