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Capítulo 12


El viejo reloj y un nuevo encuentro


Finales de agosto


Coloque en mi muñeca izquierda el viejo reloj pulsera que pertenecía a Oliver Fiztgerald y que tanto me había llamado la atención. Edward comentó que ese reloj llevaba años con su primo, y que según recordaba primero perteneció a un buen amigo que había fallecido años atrás.

Era un reloj pasado de moda, el modelo debía de ser fácilmente de los años ochenta, sin embargo, yo los encontraba, junto con la variada colección de discos de vinilo con música de los ochenta y noventa, fascinantes.

Esa mañana algo de aquel antiguo reloj llamo mi atención y fue la fecha que marcaba el aparato análogo, la misma leía octubre veinte de mil novecientos ochenta y siete. El reloj marcaba la hora con exactitud, pero se quedo varado en el tiempo en cuanto a la fecha, curioso.

Por varios minutos estuve pensando en aquel misterioso dato, pero pronto lo eche al olvido, mientras buscaba en el closet de la habitación y daba con una mochila de apariencia nueva que guardaba moderna cámara fotográfica en su interior.

En cuanto la tuve en mis manos supe, sin que tuviera que confirmarlo con un recuerdo, que la fotografía tenia un papel protagónico en mi vida y no lo pensé mucho para abandonar el apartamento y aventurarme por primera vez a la calle, sin la compañía de Edward.

No dude en salir después de estar semanas recluido por voluntad propia.

Según Edward, debía comenzar a practicar mis destrezas sociales, pues me había informado que dentro de algunas semanas comenzaría en una escuela cercana mi último año de escuela superior. Luego de los resultados positivos en la prueba de ADN que nos certificaban como parientes cercanos y ante la situación de Oliver Fitzgerald, mi presunto padre, Edward quedo como mi tutor hasta que cumpliera la mayoría de edad, algo que tampoco teníamos idea de cuando seria. Con ese poder pudo conseguirme una identificación y matricularme en la escuela, aquello último no era algo que me llenara de emoción.

En ocasiones, mi situación me superaba y junto con el miedo a dormir gracias a las recurrentes pesadillas, que no recordaba, pero que tenia la certeza de que estaban llenas de angustia, amenazaban con incapacitarme manteniéndome encerrado en la habitación, sin hablar o distraerme con nada. Sin embargo, era en esos momentos en que el tío siempre decía presente y aportaba palabras de ánimo a mi atormentado espíritu, logrando sacarme de esos letargos.

Abandoné el apartamento cargando la mochila, hacia calor, pero la madre naturaleza también nos premiaba con una fresca brisa que se mezclaba entre mis cabellos algo largos, y acariciaba la piel expuesta de mi rostro y extremidades.

Aunque nunca había salido a explorar los alrededores, mucho menos solo, de algún modo poco a poco me di cuenta de que conocía el área, eso me llevo a preguntarme si el resto de mi familia vivía cerca, o quizás no tan cerca, pero en el mismo Nueva York.

Mientras caminaba, en mi mente se materializo un área arbolada, un parque con varios bancos de madera a la sombra de algunos antiguos arboles. Y no tuve que pensar demasiado para llegar hasta allí, el parque vecinal más cercano, a esa hora y en día de semana, no tan concurrido.

De inmediato busque un buen lugar para tomar algunas fotos, me concentre en inmortalizar algunos coloridos pájaros y grises palomas que volaban de rama en rama, o se aventuraban sobre el césped. También me llamaron la atención algunas pequeñas florecitas amarillas, muy simples, pero hermosas que florecían entre la verde yerba. A todo aquello se unieron algunas ardillas que curiosas me observaban desde una distancia prudente.

De vez en cuando algún transeúnte se cruzaba delante de mi interrumpiendo alguna excelente toma, pero solo era cuestión de esperar el momento preciso, el juego de sombras correcto, y la luz necesaria para lograr atrapar la imagen ideal.

La tarde llego y con ella sentí la ausencia de alimento en mi estómago. Con la idea de regresar al apartamento y haciendo cuentas mentales de lo que había en el refrigerador para hacer la cena, comencé a guardar la cámara en la mochila.

Me disponía a echar a andar en dirección al apartamento cuando un joven sentado sobre uno de los bancos de madera, uno que se encontraba algo retirado del que yo ocupaba, llamo mi atención.

Con disimulo mire en su dirección, la postura del muchacho de cabellos oscuros al que no lograba verle bien el rostro, expresaban tristeza y desesperanza, sentimientos que yo conocía demasiado bien.

Lo menos que deseaba era que me pillara mirándolo, así que me mantuve intercalando entre él y la mochila que llevaba, mi atención. Pude irme, iniciar mi camino hacia la casa pensando en lo que cenaríamos esa tarde, pero la curiosidad que la presencia de aquel joven solitario despertó en mi pudo más que los deseos de comer.

Mi atención se desvió hacia otro muchacho que se acercaba y por la dirección en la que caminaba estuve seguro de que él era la persona que el primer chico esperaba. Fue allí cuando pude apreciar con bastante detalle el rostro del chico de cabellos oscuros, dándome cuenta de su herencia asiática, cuando se puso de pie en cuanto vio al rubio. El chico asiático enderezo los hombros y sus facciones se iluminaron con una sonrisa, mientras que el chico rubio, alto y robusto lo alcanzaba. No hubo abrazos entre ellos, ni siquiera un apretón de manos, pero la alegría del asiático al ver al otro era más que evidente, al igual que la indiferencia que percibí del recién llegado.

Pronto me percate de que los dos jóvenes comenzaron a argumentar, el chico recién llegado hacia gestos, señalando al otro muchacho, mientras hablaba acaloradamente. Ante mi imprudente observación el lindo chico asiático fue perdiendo la sonrisa de felicidad que adornaba sus facciones segundos antes.

Ver como nuevamente la tristeza se apoderaba del muchacho provoco en mi una absurda replica de ese pesar.

Fue entonces que el chico de cabellos oscuros se encogió de hombros, queriendo mostrar que poco le importaba lo que fuera que le reclamaba el rubio, aunque su expresión facial; continuaba desmintiéndolo.

El rubio guardo silencio por algunos segundos, me dio la impresión que esperaba respuesta de su compañero, mientras se miraban fijamente. No niego que me sentí como el más malvado de los fisgones, sin embargo, no pude dejar de mirar, aprovechando que pasaba desapercibido para aquellos dos.

No me esperaba que el chico de cabellos claros le diera la espalda al otro y con pasos largos se alejara sin mirar atrás. Por algunos instantes mi mirada fue del que se alejaba al que se quedo de pie mirando su partida. Tampoco vi venir lo que sucedió después.

Mientras yo centraba la mirada de vuelta en el chico asiático, quien con su mirada aun sobre la silueta del otro, llevaba una de sus manos al rostro y con el dorso de la misma, me pareció que arrastraba la humedad de sus mejillas.

Sin embargo, no fue tanto el gesto que implicaba su llanto, lo que pareció estrujarme el corazón, sino la imagen que cruzo mi mente, de aquel chico desconocido, pero a la misma vez tan familiar, de ojos grises que brillaban como estrellas.

**************

El chico asiático y su rubio amigo pasaron pronto al olvido, en tanto mi inminente entrada a mi último año de escuela superior acaparaba casi todos mis pensamientos, miedos y preocupaciones.

Días antes del comienzo de clases en septiembre, trate de convencer a Edward de que lo mejor que podia hacer era buscarme un trabajo para ayudarlo en los gastos.

—Quizás ya complete mi educación superior, de hecho, siento que ha sido así, y no veo el caso de pasar por lo mismo, tio.

—Cuando te matriculé le comenté lo mismo a la trabajadora social, pero ella me dijo que hasta no estar seguros lo mejor es que comienzes clases. ¿qué tal si es al contrario y todavía no finalizas? Además, ¿que malo puede ser ir a la escuela? Ya quisiera yo poder volver a tener esa oportunidad, obviamente si existirá la maquina del tiempo y pudiera volver a tener diecisiete años como tu, hijo.

Con eso el tío Edward dio por finalizado el tema de la escuela, así que días después cargando la misma mochila que encontré entre las cosas de Oliver, pero esta vez llena con algunas libretas y útiles escolares, di los primeros pasos al interior de aquella escuela pública empotrada entre un edificio de viviendas y una floristería, como era bastante usual en la sobrepoblada ciudad.

La escuela superior era una de las que pertenecía al área de Greenwich Village, era la que se encontraba más cerca de mi vivienda, de hecho, podia caminar de ida y de vuelta sin ningún problema.

Era una mañana soleada, sin embargo, ya se podia sentir en el ambiente, la brisa tenue, pero algo fría, y apreciar el cambio de color en las hojas de los árboles, siendo los primeros vestigios del otoño que se acercaba a pasos agigantados.

En mi camino hacia la escuela me encontré con bastantes estudiantes que solos o en grupos, andaban el mismo rumbo que yo, algunos se notaban más entusiasmados que otros. Yo estaba en el último grupo, no conocía a nadie y me sentía fuera de lugar.

El tío se había ofrecido acompañarme ese primer día de clases, y dadas las circunstancias eso estaría bastante bien, pero a último minuto decidí que iría solo, como los demás y así se lo dije a Edward quien solo murmuro un;

«típica indecisión adolescente»—

Media hora después me encontraba de frente a cuatro escalones y un umbral de puertas abiertas, que me llevarían al interior del edificio. Y aunque sabia lo que tenia que hacer, entrar, pues faltaba muy poco para que iniciara el día lectivo, no lograba dar esos pasos al frente, mientras una mezcla de temor, con un sentimiento de novedad se instalaban en mi.

Sin embargo, pronto me di cuenta del estorbo que implicaba mi presencia justo en medio de la entrada cuando vi pasar a mi lado y frente a mi, a más de un estudiante, muchos de ellos apenas murmuraban una disculpa, otros, solo me echaban un rápido y airado vistazo antes de seguir su camino.

Cuando casi me obligue a aventurarme al interior, de inmediato fui prácticamente tragado por cientos de enérgicos, la mayoría, estudiantes en el primer día de clases, y agradecí poder pasar desapercibido, pues ninguno llamaría mi nombre para saludarme o preguntarme como fue mi verano.

Tratando de avanzar en aquellos pasillos atestados de gente, por instinto me deje llevar por la flechas para dar con la oficina de registraduría donde estaban supuestos a darme el documento con mi horario de clases.

Localice la oficina al final de unos de los pasillos, y di un rápido vistazo a mi reloj, dándome cuenta de que solo restaban minutos para que se escuchara el timbre marcando el primer periodo de clases. Aunque estaba seguro de que jamás había estado en esa escuela, algo en ella se sentía demasiado familiar y me pregunte si acaso me recordaría a la escuela donde obligatoriamente habría cursado estudios anteriormente.

Aquel pensamiento me distrajo demasiado y no estaba prestando atención cuando hale la puerta de la oficina de registraduría, en el mismo momento que una mujer joven y al parecer con mucho brio, quizás a causa de su enojo, empujaba la puerta desde el otro lado.

Trastabille hacia atrás y solté el mango de metal de la puerta, mientras lograba echarme a un lado dejando el camino libre para la llamativa mujer de cabellos oscuros y largos, y ojos rasgados que me dedicaron un rápido vistazo antes de llevar su atención hacia el interior de la oficina, alegadamente esperando por alguien.

—¿Puedes salir? Si no te das prisa llegaras tarde, Hwang...

La mujer no levanto la voz, pero el tono que uso aunado a la expresión molesta en sus facciones dejaban ver su disgusto y pronto vi al afortunado merecedor de tal distinción.

Un jovencito alto, vestido con lo que me parecieron pantalones de pijama color beige, y una ancha sudadera con capucha color gris ostentando el logo de la fuerza aérea estadounidense en el lado derecha, salió de la oficina casi arrastrando un par de zapatos deportivos que habían visto mejores días.

Lo primero que me pregunté al verlo fue, si la mujer que lo antecedió era su madre y si su disgusto se debía a la inapropiada vestimenta del chico.

Desde mi lugar casi detrás de la pesada puerta, que la mujer detenía con su cuerpo esperando la salida del muchacho, me costo algo apreciar sus facciones semi ocultas por la capucha de la sudadera.

Por un momento me dio la impresión de que el tiempo se ralentizaba en tanto el muchacho se alejaba y la mujer dejaba libre la puerta para ir tras de él, taconeando con vigor sobre las losetas.

Yo tarde unos segundos en recuperar el movimiento y el propósito que me había traído hasta allí. Fue entonces, antes de perderse al doblar la próxima esquina que el chico miró en mi dirección, nuestras miradas haciendo contacto por pocos segundos antes de desviarla nuevamente al frente, dejándome con la vaga sensación de que ya lo había visto antes.

Justo entonces se escucho el estruendo del primer timbre del día.



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