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Capítulo 10


Sin memoria


Lo que al principio era una especie de lejano zumbido fue ganando protagonismo en tanto se abría camino hacia el interior de mi cabeza a través de los oídos. La siguiente vez que fui conciente del espacio a mi alrededor, el zumbido paso a ser un estático y a veces fastidioso, beep, beep, beep...

Otros ruidos se unieron al anterior, en tanto mi cerebro fue identificándolos;

Pasos, unos lejos, otros muy cerca, y luego perdiéndose como todo lo demás. También voces, aunque no comprendía las palabras.

Al principio no supe de tiempos, pero poco a poco era más conciente de que no estaba solo.

Comencé a intentar concentrarme, sabia, aunque no recordaba de donde venia ese conocimiento, que necesitaba mantener en mi mente una idea o deseo el tiempo suficiente para lograr llevar ese pensamiento a ser algo tangible. Y darle movimiento.

Sin embargo, mi propósito no rindió frutos, al menos a mi me pareció que con cada intento, me encontraba con un inevitable fracaso que me llevaba nuevamente a la inconciencia.

—¿Cuánto tiempo lleva en coma? ¿Dos meses?

—Poco menos...es una pena, un muchacho tan joven...

De buenas a primeras fui consciente de algunos sonidos y de lo que mi cerebro identifico como contacto físico. Manos que con delicadeza tomaban las mias, que movían mi cuerpo, acomodándome, en tanto podia diferenciar y entender los dichos de dos voces femeninas hablando en murmullos.

Poco tiempo después de eso, aunque no había logrado ningún avance en mi movilidad, ni siquiera en mi afán de abrir los ojos, si pude diferenciar la luz de la oscuridad detrás de mis párpados cerrados.

Con el pasar del tiempo y mis cinco sentidos alertas, logré asociar la tibia humedad sobre mi piel con agua corriendo sobre mi cuerpo, y el aroma suave y lechoso con la tela suave que solían pasarme sobre el rostro.

En ocasiones escuchaba ruidos que asociaba con arrastres, de improvisto y fuerte, que llegaba acompañado por una intensa claridad que incidía en mis párpados cerrados. Y una alegre voz exclamando;

—¡Hoy el día está hermoso!

Junto a la voz de tono suave, pero ronco con un toque de alegría, escuchaba pasos, casi imperceptibles, y luego sentía sobre mi el contacto de las manos de la persona que olía a canela y vainilla. Entendía con claridad sus palabras y eso me llevaba a tratar nuevamente abrir los párpados.

—Ya viene siendo hora de que despiertes chiquillo...

Luego de esas palabras solo quedo el beep, beep, beep eterno, además de los lejanos ruidos que no tenían sentido.

El día en que logré abrir los ojos, lo primero que alcanzaron a apreciar fue un lienzo blanco, mientras parpadeaba repetidamente. Fui consciente de que tenía la vista empañada, y no lograba enfocar absolutamente nada, pues me ardía y lagrimeaba.

Me propuse mover la cabeza, y alcance apenas mi objetivo, mientras tanto, no dejaba de parpadear en mi afán de aclarar mi lastimada, no pude saber cuanto tiempo llevaba sin hacer uso de ella, vista.

Con el paso del tiempo, lentamente manteniendo el movimiento de la cabeza, pude darme cuenta de que mi visión se notaba mejor, y que distinguía con más claridad el recinto de paredes blancas que me rodeaba. Perdí momentáneamente el enfoque ante la sensación de mareo que se expandió por mi cabeza, y por instinto cerré nuevamente los párpados.

Cuando volví a abrirlos no tenia idea de cuanto tiempo había pasado, si alguno, aunque podría jurar, por la claridad en la estancia, que no había pasado mucho tiempo desde la última vez.

Me anime a probar algo nuevo, aunque en mi estado todo parecía novedoso, y con algo de esfuerzo y dolor me concentre en mover mi brazo derecho, elevándolo poco a poco, estirando y encogiendo los músculos y tendones.

Enfoque la vista sobre una banda identificativa rodeando mi muñeca y alcance a leer las palabras John Doe en la misma, ante el que me pareció era mi nombre, sentí un sentimiento de extrañeza bastante incómodo.

Minutos después creo que perdí nuevamente la conciencia.

«Un chico tan joven»

«Despierta...despierta...»

Cuando volví a despertar los rayos del sol volvían a iluminar la estancia, pero de manera suave. Recuerdo que creía tener más energía que horas antes, y por supuesto, deseaba permanecer despierto el tiempo suficiente para que las enfermeras que solían cuidarme se dieran cuenta.

El lugar era el mismo, las maquinas a los costados de la cama donde reposaba emitían ruidos y marcaban actividad, más allá de mi lugar en aquella cama, escuchaba pasos, ruidos que aseguraban movimiento, y diferentes voces, unas menos claras que otras.

Esperaba la entrada de las enfermeras en cualquier momento, mientras tanto, me concentre en levantar frente a mi ambos brazos y mirarme las manos, mis largos dedos de uñas limpias y bien cortadas.

Unos gritos, de jubilo y sorpresa fueron los que me hicieron dejar caer los brazos a los costados y tratar, en mi posición, de localizar el bullicio. Enseguida me vi rodeado por tres efusivas enfermeras, una de ellas miraba el monitor encima de mi cabeza, mientras me auscultaba el pecho, otra, con mucha delicadeza se preocupaba de tomarme el pulso en tanto decía;

—Arlington, ve y avisale al doctor de guardia que el chico de la habitación siete cero dos despertó...

Arlington era la enfermera más joven de las tres y luego de echarme una curioso vistazo se alejo a encargarse de la orden que le impartieron.

Lo que sucedió después fue un sinfín, así me pareció a mi, de pruebas, exámenes y estudios de todo tipo, enseguida comprendí que para el personal del piso mi despertar era todo un suceso, pues llevaba casi dos meses en coma, un estado que ninguno de los profesionales de la salud podia explicar realmente.

No solo llegaron a verme los médicos que se habían encargado de mi caso todas esas semanas, sino facultativos de otros pisos, además de enfermeras, terapeutas, y hasta personal administrativo.

Mi caso, según escuché, había llamado mucho la atención, pues se trataba de una persona sumamente joven que fue encontrada por un transeúnte, estando incociente en la acera en medio de una noche lluviosa. Fui llevado al hospital, al principio los médicos pensaron que había sido victima de un asalto o quizás que me habían dado una paliza, procediendo a practicarme pruebas, estudios y tomándome radiografías, pero estos no arrojaron luz a mi estado, ningún examen pudo explicar medicamente el porqué no despertaba.
En mi cuerpo no existía signos de violencia, ni siquiera un rasguño.

Otro asunto era mi falta de identificación, que incluso el día en que al fin desperté, continuo siendo un misterio, pues lo primero que me preguntaron fue el nombre, pero yo no pude recordar ni siquiera eso.

Los médicos y las enfermeras no ocultaban su regocijo ante mi despertar, pero tampoco podia disimular la curiosidad que sentían ante mi identidad y lo que me sucedió aquella tormentosa noche.

Recuerdo que luego de retirarme el equipo que me alimentaba mediante un tubo en mi nariz, asearme de pies a cabeza con un incómodo baño en cama, las enfermeras se ocuparon de ayudarme a acomodarme sobre el colchón, semi sentado.

Todavía no era el momento de tratar de ponerme en pie, según uno de los médicos debía de tomar las cosas con calma, practicar algunos ejercicios antes de aventurarme a ponerme de pie y dar unos pasos, pues mis músculos se encontraban débiles luego de tanto tiempo en reposo.

—Tienes que tomarlo con calma, muchacho. Mañana vendrá el terapista físico y te ayudara con eso.

La misma paciencia tendria que mostrar a la hora de comenzar a alimentarme, incluso cuando era el momento de pensar, pues sentía que todo era confuso. Ese día terminé agotado, pero no podia dormir, pues tenia miedo de no poder despertar.

Sin embargo, el cansancio debió poder con mi débil resistencia, pues cuando volví a estar conciente era un nuevo día.

—Buenos días, chico. ¿Cómo te sientes? Mi nombre es Roger y soy tu terapista físico.

Luego de tratar de desayunar mi primera comida semi solida en semanas, que tolere muy bien, Roger se encargo de mis ejercicios de calentamiento antes de animarme a levantarme y dar algunos pasos.

—Eres joven y sé que podrás con esto, pero tu eres quien toma la última decisión. ¿Crees poder dar unos pasos?

Yo no podia estar menos animado, tratando de apartar a un rincón de mi mente mis extrañas circunstancias donde todo parecía ser nuevo y no veía una cara familiar, aparte de las enfermeras y demás personal.

Sin embargo, afirmé con un corto movimiento de cabeza y hombros.

Roger se ocupo de guiar mis pasos, siempre dándome apoyo, mientras yo, vestido con la bata del hospital y preocupado, no solo en concentrarme a dar esos  pasos, si no en intentar mantener la parte trasera de la suave bata pillada con una de mis manos, en afán de que nadie le echara un vistazo a mi casi escuálido trasero.

—Relajate, muchacho, aquí no va a entrar nadie...

«No que va, solo unas cuantas enfermeras, quizas algunos médicos y hasta la chica que reparte las bandejas de comida puede entrar en cualquier momento...»

Ese preocupante pensamiento dejo de molestarme en cuanto mis pasos me llevaron frente a un espejo de cuerpo completo que estaba adosado a la puerta del aseo.

Reflejados en el espejo se encontraban dos personas, un hombre joven de algunos veintitantos años, afroamericano y no tal alto, que vestía uniforme color azul oscuro. Roger lucia una simpática sonrisa en tanto miraba con atención mi persona, un chico que ayudaba a volver a caminar.

El chico a su lado era yo, aunque por un instante esa realización parecía querer hacer corto circuito en mi cerebro. Yo vistiendo aquella bata de hospital horrenda, luciendo bastante delgado por no decir desnutrido, y pálido, tan pálido que las pecas que me salpicaban el puente de la nariz y las mejillas parecían que de un momento a otro saltarían lejos de mi rostro.

De mirar por unos segundos con bastante intensidad mi rostro con aquellos ojos verdes que sentía tan familiares, pase a fijarme en mis cabellos lacios y alborotados, de un vivo tono rojizo. Justo entonces fue cuando la idea de que no parecía pasar de tener más de diecisiete años cruzo mis pensamientos, aunque al mismo tiempo tuve la efímera sensación de que algo no estaba bien.

—¿Estás bien?

La pregunta de Roger me trajo al momento, y luego de mirarlo fugazmente asentí con un leve movimiento de cabeza. Aunque mucho después estuve pensando sobre mi apariencia con algo de insistencia y algo de incredulidad, aunque no lograba dilucidar porqué.

Minutos después terminó la sección con Roger y yo volví a mi lugar en la cama, me sentía algo agotado y necesitaba recuperar fuerzas. En la tarde, las enfermeras me ayudaron a asearme, esta vez pude por primera vez colcarme bajo la ducha, por supuesto con supervisión al otro lado de la puerta entreabierta y sentado en un banco de plástico para esos fines, pero lo agradecí muchísimo.

—En cualquier momento vendrá el señor Edward. Él tuvo que salir de la ciudad, pero ya se le aviso que despertaste...

Aquel comentario me pareció bastante extraño, pues según había entendido no se habían localizado a ninguno de mis familiares.

—¿Quién es el señor Edward?

—Es un hombre muy amable que no ha dejado de venir, en ocasiones se sentaba a tu lado y parecía no poder dejar de mirarte. Según tengo entendido hay indicios de que puede ser tu familia.

Aquello último superaba mis expectativas y de algún modo elevo un poco mi ánimo, entonces no me encontraba tan solo como suponía.

—¿Realmente no recuerdas nada de lo que te sucedió aquella noche, ni siquiera tu propio nombre?

La profesional se encargaba de entrar algunos datos a la computadora portátil, mientras yo me ocupaba de dar cuenta de una gelatina con sabor a limón.

—No...que más quisiera.

Los médicos me habían indicado que no buscara forzar los recuerdos, según ellos, pronto los mismos se abrirían paso hasta llegar a mi.

—Estoy segura de que no tardaras en recuperar tus recuerdos.

Un cómodo silencio lleno el espacio, uno que solo lo perturbaba el ruido del teclado cuando la enfermera lo presionaba.

Fijé la mirada en mis manos, perdiéndome de pronto en una imagen que lleno mi mente, al mismo tiempo que un sentimiento de añoranza demasiado intenso, que nublo mi vista y apreto mi garganta, llevándome por algunos segundos a inhalar y exhalar en un intento de sosegarme, pues de improvisto, una sensación de nerviosismo me agobio.

La imagen de un chico joven, con bonita sonrisa y hermosos ojos grises.

«Oliver...»

De alguna manera no asociaba ese nombre al chico cuya imagen llenaba mi mente, esa que salió de la nada. No, ese nombre lo asocie conmigo, colmándome con la seguridad que me pertenecía.

—Me llamo Oliver...ese en mi nombre, Oliver.

Lo pronuncie en un murmullo que nadie excepto yo, escuchó.


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