sueño sombra
La oscuridad era total. No había un arriba ni un abajo, solo un vacío interminable. Me sentía suspendido, flotando en un lugar que no pertenecía ni a los vivos ni a los muertos. Sabía que esto no era real, que todo era un sueño. Pero era tan vívido, tan tangible, que dudaba.
De pronto, una presencia emergió del vacío. Primero fue un murmullo, un eco lejano que pronto se convirtió en una voz clara, profunda y cargada de intención.
—Sergio...— dijo la voz, alargando cada sílaba como si saboreara mi nombre. —Por fin estamos cara a cara.
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Frente a mí, una figura comenzó a formarse. Era alta, imponente, envuelta en una sombra que parecía absorber toda la luz que no existía en este lugar. Sus ojos brillaban con un rojo intenso, como dos brasas encendidas. Su sonrisa era amplia, casi amigable, pero había algo en ella que me ponía en alerta.
—¿Quién eres?— pregunté, mi voz temblando más de lo que quisiera admitir.
—Soy Sombra— respondió, inclinando ligeramente la cabeza como si se presentara. —El verdadero dueño de tu destino. El que te ha dado una segunda oportunidad.
—¿Una segunda oportunidad?— repetí, confundido. Las últimas imágenes de mi muerte inundaron mi mente: las llamas, el odio, la traición de Sara. Sentí cólera y tristeza al recordar.
—Sí, Sergio. ¿Acaso no lo entiendes? El pueblo te destruyó, te redujo a cenizas, pero yo... yo te devolví la vida. ¿No es justo que tomes lo que te pertenece? Que les devuelvas el dolor que te causaron.
La voz de Sombra era hipnótica. Cada palabra se hundía en mi mente como un anzuelo, despertando emociones que creía olvidadas.
—Ellos merecen pagar— continuó. —Sara, el pueblo, todos aquellos que te volvieron el paria, el monstruo. Ellos celebraron mientras tú gritabas en las llamas.
Las palabras golpearon un punto sensible. Recordé sus rostros, sus risas mientras yo sufría. Pero también sentía un peso en el pecho, una duda que no podía ignorar.
—¿Y qué gano yo con todo esto?— pregunté, mi voz más firme esta vez. —No quiero ser como ellos. No quiero hundirme en el mismo odio que me destruyó.
Sombra rio suavemente, un sonido que parecía llenar el vacío con ecos infinitos.
—Oh, Sergio, no se trata de hundirse. Se trata de renacer. Ellos te definieron como un monstruo, pero ahora tienes el poder de ser algo más. Algo que ellos no pueden controlar, algo que temerán. Y yo estoy aquí para ayudarte a lograrlo.
La figura dio un paso hacia mí, y aunque no me tocó, sentí una energía oscura que me envolvía.
—Piensa en esto como una alianza— dijo, su voz tan seductora como peligrosa. —Yo te doy el poder para reclamar lo que es tuyo. A cambio, tú y yo trabajamos juntos. No tienes que tomar una decisión ahora, pero el tiempo corre.
—¿Y si me niego?— desafié, intentando mantenerme firme aunque mi corazón latía con fuerza.
Sombra sonrió ampliamente, mostrando unos dientes afilados que brillaban en la penumbra.
—Oh, Sergio, no puedes negarte. Porque yo ya soy parte de ti. Estoy en cada lágrima, en cada grito, en cada latido de tu corazón. Puedes resistirte, pero no puedes escapar de lo que ya eres.
Sentí un nudo en la garganta. Las palabras de Sombra eran ciertas. Había algo oscuro en mí desde el momento en que desperté entre las cenizas, algo que no podía negar ni ignorar.
—¿Por qué yo?— susurré, incapaz de encontrar otra pregunta.
Sombra se inclinó hacia mí, sus ojos rojos clavándose en los míos.
—Porque tú, Sergio, tienes un potencial que ni siquiera los dioses pueden ignorar. Fuiste destruido, traicionado, reducido a nada. Y aun así, aquí estás, resistiendo. Eso te hace especial. Eso te hace digno de mi atención.
El vacío comenzó a temblar, como si el sueño estuviera desmoronándose. Podía sentir que despertaba, pero las palabras de Sombra quedaron grabadas en mi mente.
—Nos volveremos a ver— dijo él, mientras su figura se desvanecía. —Y cuando llegue el momento, Sergio, tomarás la decisión correcta.
El vacío se intensificó antes de que una visión irrumpiera en mi mente. Estaba viendo mi propia muerte desde otra perspectiva, como si Sombra quisiera mostrarme algo que me había perdido. Las llamas se alzaban, pero no solo consumían mi cuerpo; alimentaban algo más profundo, un poder que hasta entonces no entendía. El fuego era el catalizador, el punto de no retorno.
Sentí de nuevo el calor abrasador de las llamas. Mi piel ardiendo, el aire escapándose de mis pulmones. Pero esta vez, no era solo el dolor físico lo que me consumía. Era el eco de las risas del pueblo, el rostro de Sara al lado de mi verdugo. La traición, el odio, el desprecio, todo se mezclaba en un torbellino que alimentaba algo oscuro en mi interior.
—Las llamas no te destruyeron, Sergio— susurró Sombra mientras la visión persistía. —Te transformaron. Mira más allá del dolor, y encontrarás lo que siempre te fue negado: fuerza, libertad, un propósito.
Vi cómo mi cuerpo se consumía, pero también cómo mis cenizas brillaban con una intensidad sobrenatural. Sentí que algo dentro de mí despertaba, algo que no era ni humano ni demoníaco, pero que combinaba lo peor y lo mejor de ambos mundos. Esa visión, aunque aterradora, me dejó con una sensación extraña de inevitabilidad.
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