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sombras en el pasado

En un tiempo que el hombre ha olvidado y las leyendas apenas alcanzan a recordar, Sombra era más que un demonio: era un cataclismo, una fuerza primigenia que surgía desde las grietas de la desesperación humana. No tenía forma fija, pero su esencia era oscura como el vacío y tan densa que podía aplastar voluntades sin necesidad de levantar un arma. Donde quiera que se manifestaba, las tierras eran consumidas, los cielos ennegrecidos, y la esperanza se marchitaba.

Los textos antiguos hablan de él como "El Devastador de Almas". No necesitaba ejércitos ni seguidores; su presencia era suficiente para sumir reinos enteros en el caos. Los humanos, los dioses y los demonios compartían un miedo común hacia él. Nadie estaba a salvo de su hambre insaciable por el sufrimiento. Se alimentaba de las emociones más oscuras: odio, envidia, desesperación. Mientras más fuerte era el dolor, más poderosa se volvía su sombra.

Durante siglos, Sombra dominó el mundo con una fuerza imparable. Los campos se convertían en desiertos, los ríos se evaporaban, y las ciudades se hundían en el olvido. En su reinado, no había alianzas, ni refugios, ni esperanza. Cada intento por derrotarlo fracasaba, porque no era una entidad que pudiera ser herida o destruida de manera convencional. Las espadas lo atravesaban sin efecto, los conjuros se disipaban antes de tocarlo, y la luz misma se extinguía en su presencia.

Un día, los dioses decidieron actuar. Dejaron de lado sus diferencias y unieron sus fuerzas en un intento desesperado por sellar a Sombra. Crearon un arma divina: un cristal hecho de pura luz celestial, alimentado por la fe y los sueños de los mortales. Aquella herramienta era conocida como el Prisma de Aurora. Pero incluso con esta creación, sabían que la tarea no sería fácil.

El Prisma de Aurora fue obra de Mara, una demonio anciana y sabia que había estudiado la esencia de Sombra durante siglos. Mara comprendió que el poder del Prisma no solo debía ser inmenso, sino también contener una parte de su propia energía para garantizar que pudiera sellar una fuerza tan inhumana. Sabía que, al hacerlo, sellaría también su destino.

Se libró una batalla épica en las tierras grises, un lugar ahora perdido en el tiempo, donde ni el sol ni la luna alcanzaban a brillar. Los dioses descendieron con todo su poder, liderando a los últimos ejércitos de los mortales y demonios que, aunque llenos de miedo, estaban decididos a luchar. La batalla duró semanas, tal vez meses, y cada instante fue una lucha contra la misma desesperación que Sombra emanaba.

Finalmente, los dioses lograron arrinconarlo. Usando el Prisma de Aurora, crearon un ritual de sellado que requería un sacrificio inmenso: la vida de todos los mortales que habían participado en la batalla. Con sus últimos suspiros, los soldados mortales ofrecieron sus almas, y el Prisma brilló con una intensidad cegadora. La luz cortó a través de la oscuridad, y por primera vez, Sombra fue debilitada.

Mara lideró el ritual con una determinación férrea, sabiendo que sería la última vez que vería el mundo. Cuando las fuerzas del Prisma comenzaron a sellar a Sombra, su propia energía fue consumida junto con las almas de los caídos. Fue la única superviviente mortal del evento, pero quedó marcada por la experiencia. Su cuerpo se debilitó y su inmortalidad como demonio fue rota. Sin embargo, gracias a su sacrificio, Sombra fue encerrado en un abismo entre dimensiones, un lugar donde su poder sería contenido por eternidad.

Los dioses sellaron el abismo con barreras de luz y magia, asegurándose de que nunca pudiera escapar. Mara, debilitada pero viva, fue testigo de cómo los dioses se retiraron, agotados y heridos, para no regresar jamás al plano mortal. A partir de ese momento, Mara se dedicó a estudiar y preservar la historia del Prisma, advirtiendo a las futuras generaciones sobre el peligro de Sombra.

El costo fue inmenso. Los mortales que participaron en el ritual perecieron, y muchos de los dioses que lideraron la batalla también fueron destruidos o quedaron debilitados para siempre. El mundo tardó siglos en recuperarse, y las generaciones futuras comenzaron a olvidar los horrores que habían enfrentado.

Pero el abismo no era perfecto. Los sellos dependían de la fe y la unidad de los mortales, y con el tiempo, estas comenzaron a desmoronarse. Los humanos se olvidaron de Sombra, y los dioses que quedaban se retiraron al silencio. Poco a poco, las grietas comenzaron a formarse en el abismo. Sombra, aunque debilitada, esperó pacientemente, alimentándose de los miedos y los odios que cruzaban las barreras dimensionales.

Siglos después, cuando Sergio murió, el abismo encontró en él una puerta de salida. Sombra vio en su alma rota y llena de resentimiento una oportunidad. Una vez más, la oscuridad estaba lista para caminar entre los vivos.

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