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pelea contra angeles


El cielo estaba cargado de tensión. Los restos calcinados del bosque eran el escenario de una batalla que apenas comenzaba. A lo lejos, las trompetas celestiales resonaban, anunciando la llegada de un nuevo ejército de ángeles. Sus alas brillantes cortaban el aire, descendiendo con una fuerza arrolladora. Sus espadas, largas y afiladas, destellaban con un brillo azulado, cubiertas de agua bendita que goteaba y chisporroteaba al tocar el suelo quemado.

Mara, a mi lado, sostenía su bastón con firmeza, su rostro impasible ante la inminente amenaza. Yo, con la capucha recién colocada, sentía el flujo contenido de Sombra bajo un control precario. Mis garras temblaban, y mi cuerpo estaba bañado en un sudor frío. La energía dentro de mí seguía rugiendo, buscando escapar, pero la magia de Mara contenía la mayoría de su furia.

—Éste no es el momento de dudar, Negrus —dijo Mara con voz firme. Sus ojos violeta me miraron con una mezcla de preocupación y determinación. —Mantén tu enfoque. Yo haré lo que pueda por reparar la capucha mientras luchas.

Los ángeles se acercaron como una tormenta implacable. Sus espadas brillaban intensamente, y cada gota de agua bendita que caía de ellas parecía quemar el aire mismo. Sabía que esas armas podían hacerme mucho daño. El primer golpe lo confirmó.

Un ángel con una armadura dorada cargó contra mí, su espada trazando un arco mortal. Me moví para esquivarlo, pero la hoja rozó mi brazo izquierdo, dejando una herida que ardía como si lava corriera por mis venas. Grité de dolor, pero no había tiempo para detenerme. Otro ángel atacó desde mi flanco derecho. Giré rápidamente, usando mis garras para bloquear el ataque. El choque entre mi energía demoníaca y el agua bendita creó una chispa que iluminó brevemente la zona.

—¡Resiste, Negrus! —gritó Mara desde atrás, sus manos ya trabajando febrilmente en la capucha. Podía sentir la tensión en su voz, pero también su confianza en mí.

Los ángeles no daban tregua. Eran rápidos, precisos, y cada ataque iba dirigido a mis puntos vitales. Mi resistencia estaba siendo puesta a prueba, y cada golpe que lograban conectar debilitaba el control que tenía sobre Sombra. La capucha empezaba a mostrar signos de tensión; los hilos brillaban intensamente, como si lucharan por mantener el equilibrio.

Uno de los ángeles, más grande y poderoso que los demás, se adelantó con una espada de doble filo cubierta completamente de agua bendita. Su presencia era abrumadora, y su ataque, devastador. Con un golpe certero, rompió uno de los aros en mi brazo derecho. La energía contenida en ese aro se liberó de golpe, enviando una onda de choque que me lanzó hacia atrás. La capucha también sufrió el impacto; un desgarrón se hizo visible en su tela oscura.

—¡No puedo contenerlo mucho más! —grité, sintiendo cómo Sombra comenzaba a filtrarse a través de las grietas. Mi cuerpo se sacudió, y una energía carmesí comenzó a rodearme de nuevo.

Mara no perdió el tiempo. Con movimientos rápidos y precisos, empezó a reforzar los hilos de la capucha, murmurando palabras en un idioma que no entendía. Podía sentir la magia fluyendo hacia mí, pero también sabía que el tiempo no estaba de nuestro lado.

—¡Solo un poco más! —gritó Mara.

Los ángeles aprovecharon mi distracción y atacaron en masa. Rodeado, tuve que liberar una parte del poder de Sombra para defenderme. Un rugido desgarrador salió de mi garganta mientras una ola de energía oscura explotó desde mi cuerpo, lanzando a los ángeles hacia atrás. Sin embargo, la capucha finalmente se rompió por completo.

El caos fue inmediato. La energía de Sombra, ahora sin restricciones, se desbordó como un torrente furioso. Mi cuerpo cambió; mis ojos brillaban con un rojo intenso, y mi piel oscura se cubrió de venas pulsantes que emanaban una luz carmesí. Cada movimiento que hacía desataba ondas de destrucción. Los ángeles, que antes habían luchado con valentía, ahora retrocedían con miedo.

Uno por uno, los ángeles cayeron ante mi furia. Sus espadas ya no podían alcanzarme; cada intento de ataque era desviado por la energía que emanaba de mí. Algunos intentaron volar lejos, pero los alcanzaba con facilidad, despedazándolos con mis garras y devorando sus almas. El sabor era amargo, pero la necesidad de alimentarme superaba cualquier otra sensación.

Mara, mientras tanto, trabajaba desesperadamente. La capucha flotaba frente a ella, y sus manos se movían con una velocidad casi sobrenatural, reparando los hilos rotos y reforzando los sellos. Cada vez que un ángel caía, el suelo temblaba, pero ella no se detuvo ni por un segundo.

Finalmente, Mara levantó la capucha reparada, ahora brillando con un resplandor más intenso que antes. Con un movimiento decidido, se acercó a mí, esquivando los restos de la batalla. Me miró directamente a los ojos, desafiando la presencia de Sombra que había tomado el control.

—¡Negrus, escúchame! ¡Deja que esta capucha haga su trabajo! —gritó.

En un momento de lucidez, logré apartar a Sombra lo suficiente para escucharla. Con un último rugido, permití que colocara la capucha sobre mi cabeza. La energía oscura se retorció, luchando contra los nuevos sellos, pero finalmente comenzó a calmarse. Mi cuerpo volvió a su forma habitual, aunque debilitado y cubierto de heridas.

Cuando todo terminó, el campo de batalla estaba en silencio. Los cuerpos de los ángeles yacían esparcidos, sus alas brillantes ahora apagadas. Mara, agotada, se sentó a mi lado, su respiración entrecortada.

—Esto fue demasiado cerca —dijo, mirando el desolado paisaje. —No podemos permitir que esto vuelva a suceder, Negrus.

Asentí, incapaz de hablar. Sabía que tenía que encontrar una manera de controlar este poder antes de que destruyera todo a mi alrededor.

—Gracias —murmuré finalmente, mi voz apenas un susurro.

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