la historia de Mara
El fuego crepitaba en un rincón de la cueva mientras Mara y yo nos sentábamos en silencio. Mis heridas estaban sanando lentamente gracias a la magia que ella había conjurado, pero mi mente seguía atormentada por los eventos recientes. ¡Había estado tan cerca de perderlo todo nuevamente! Aun así, no podía apartar la mirada de Mara. Había algo en ella, algo que exigía respuestas.
—Tienes preguntas, ¿verdad? —dijo Mara, rompiendo el silencio con una voz suave pero firme. Sus ojos violeta reflejaban una sabiduría que parecía trascender el tiempo.
—Sombra... —comencé, pero las palabras parecieron atorarme en la garganta. Inspiré profundamente y lo intenté de nuevo. —¿Qué es exactamente? Y ¿por qué parecía conocer tan bien a los dioses?
Mara asintió lentamente, como si hubiese esperado esta pregunta. Se inclinó hacia adelante, colocando las manos sobre su bastón mientras comenzaba a hablar.
—Sombra no es solo un demonio, Negrus. Es una entidad primigenia, una fuerza que existía mucho antes de que los dioses crearan este mundo. Fue una de las primeras manifestaciones del caos puro, nacido del vacío antes del tiempo y la materia.
Sus palabras cayeron como un peso sobre mis hombros. Intenté procesarlas, pero cada revelación solo parecía traer más preguntas.
—Hace eones —continuó Mara—, los dioses reconocieron el peligro que representaba Sombra. Aunque poseía una conciencia propia, su verdadera naturaleza era desatar el caos, destruir y consumir. No podían destruirlo, porque hacerlo desequilibraría el universo. Así que decidieron sellarlo. Para ello, usaron mi magia.
La miré sorprendido.
—¿Tú lo encerraste? —pregunté, incrédulo.
Mara asintió, pero su expresión se oscureció.
—Era joven y confiaba plenamente en los dioses —admitió—. Ellos me eligieron porque mi habilidad para manipular la magia ancestral era única. Pasé siglos creando un receptáculo lo suficientemente fuerte para contenerlo. Finalmente, logré sellarlo en una dimensión aparte, lejos de nuestro mundo.
—Pero algo salió mal —dije, completando sus pensamientos. —De lo contrario, él no estaría aquí ahora.
Mara apretó los labios y desvió la mirada hacia el fuego.
—Cuando sellé a Sombra, los dioses me prometieron protegerme, cuidar de mí y garantizar que mi trabajo no fuese en vano. Pero en cuanto terminaron de usar mi magia, me traicionaron. Temían mi poder. Decidieron que alguien con mis habilidades era demasiado peligroso para vivir. Me acusaron de conspirar con las fuerzas del caos y me desterraron.
Un nudo se formó en mi estómago al escuchar eso. Conocía demasiado bien el sabor de la traición.
—Vagué por el mundo durante siglos, escondiéndome de los dioses y sus seguidores —continuó—. Durante ese tiempo, me enteré de que el sello que había creado comenzó a debilitarse. Los dioses, en su arrogancia, habían subestimado a Sombra. Encontró una grieta, una manera de influir en este mundo. Y luego te encontró a ti, Sergio.
Escuchar mi nombre humano en su voz fue como una daga. Era un recordatorio de lo que había perdido, de lo que había sido.
—¿Por qué yo? —pregunté, sintiendo la desesperación crecer en mi interior. —¿Qué tengo yo que ver con él?
—Tu alma estaba rota, llena de odio, tristeza y soledad —dijo Mara—. Esa es la debilidad que Sombra necesita para entrar. Pero también vio tu potencial. Eres fuerte, Negrus, más de lo que crees. Y eso te convierte tanto en su arma más poderosa como en su mayor amenaza.
El fuego crepitó entre nosotros mientras yo intentaba digerir sus palabras. Todo parecía demasiado grande, demasiado abrumador.
—Entonces, ¿qué hago ahora? —pregunté finalmente. —Si los dioses no pudieron destruirlo, y si ni siquiera tú pudiste sellarlo para siempre, ¿cómo se supone que yo lo controle?
Mara me miró fijamente, y por primera vez vi algo más en sus ojos: esperanza.
—No se trata de destruirlo, Negrus. Se trata de enfrentarlo. De comprender lo que eres y decidir en qué te convertirás. La capucha que te di es solo un medio para contener su poder, pero la verdadera lucha está dentro de ti.
—Y si fracaso... —mi voz tembló.
—Entonces el mundo entero sufrirá las consecuencias —dijo Mara sin rodeos. —Pero creo en ti, Negrus. Por algo Sombra te eligió, y por algo estoy aquí. Juntos, encontraremos una manera.
La cueva quedó en silencio una vez más, excepto por el crujido del fuego. Aunque las palabras de Mara eran pesadas, también llevaban un rayo de esperanza. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que había algo por lo que luchar.
—¿Y los dioses? —pregunté, con un destello de rabia en mi voz. —¿Qué pasa con ellos? Si me traicionaron una vez, ¿qué les impide hacerlo de nuevo?
Mara sonrió levemente, aunque su expresión seguía siendo sombría.
—Los dioses siempre han temido lo que no pueden controlar. Pero recuerda, Negrus: no son invencibles. Algún día, ellos también tendrán que enfrentarse a las consecuencias de sus acciones.
Sus palabras quedaron grabadas en mi mente mientras observaba las llamas danzar. La lucha no había terminado. De hecho, apenas estaba comenzando.
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