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equilibrio.


El amanecer trajo consigo un silencio pesado, casi irreal. Negrus avanzaba por un terreno desolado, su capucha oscilando con la brisa mientras sus pensamientos se agolpaban en su mente. La batalla reciente con los demonios y la inesperada ayuda de Darius aún ardían en su memoria. A pesar de su desdén hacia el dios enamorado, una parte de él no podía ignorar la pregunta que rondaba su mente: ¿Por qué?

Mientras reflexionaba, el entorno comenzó a cambiar. Los árboles secos y marchitos dieron paso a un bosque vivo, lleno de árboles de hojas doradas y flores que parecían brillar con una luz propia. Negrus frunció el ceño, sus instintos agudizándose. Este lugar no era natural; emanaba una energía antigua y misteriosa.

—¿Qué clase de trampa es esta?— murmuró, deteniéndose en seco. Pero antes de que pudiera analizar más, una voz resonó a su alrededor.

—No es una trampa, Negrus. Es un encuentro destinado.

De entre los árboles emergió una figura alta y majestuosa. Era un ser cuya apariencia desafiaba las categorías habituales. Su rostro era una mezcla de belleza y terror, con ojos que parecían contener galaxias enteras. Vestía una armadura hecha de escamas relucientes y portaba un cetro que irradiaba poder.

—¿Quién eres?— preguntó Negrus, adoptando una postura defensiva.

—Soy Kaelith, el Guardián del Equilibrio. He observado tu camino, y tu presencia aquí amenaza con romper el delicado balance entre el cielo, el infierno y el mundo mortal.

Negrus bufó, cruzándose de brazos. —El equilibrio está roto desde hace mucho tiempo. Yo solo soy un resultado de su hipocresía.

Kaelith inclinó la cabeza ligeramente, como si estuviera evaluando cada palabra de Negrus. Luego, avanzó un paso más cerca, y con un movimiento de su cetro, el entorno cambió. Negrus se encontró en un espacio infinito, donde fragmentos de recuerdos flotaban como espejos rotos.

—Observa,— dijo Kaelith, su voz resonando como un eco eterno. —Esto es lo que tu existencia ha provocado.

Ante Negrus aparecieron visiones de caos: ciudades en llamas, ángeles y demonios masacrados, y mortales atrapados en el medio. Pero también había algo más. En algunos fragmentos, se veían grupos de personas unidas, ayudándose mutuamente para sobrevivir. Había esperanza, aunque fuera diminuta.

—Eres un catalizador,— continuó Kaelith. —Pero todavía tienes la elección de decidir qué tipo de cambio deseas traer.

Negrus apretó los puños, su mirada fija en las imágenes. —¿Por qué debería importarme? Nadie se preocupó por mí cuando era humano.

Kaelith alzó una ceja, y con otro movimiento de su cetro, aparecieron recuerdos del pasado de Negrus: momentos de bondad, pequeños gestos de compasión que había olvidado o ignorado en su dolor.

—El dolor no puede ser negado, pero tampoco puede ser todo lo que te define,— dijo Kaelith. —Incluso los demonios tienen la capacidad de elegir algo más que la destrucción.

Antes de que Negrus pudiera responder, una nueva presencia se hizo sentir. El aire se volvió pesado, y de la nada apareció Darius, jadeando y cubierto de heridas. —¡Negrus! ¡Ahí estás!

Kaelith lo miró con frialdad. —¿Tú también buscas desequilibrar el orden, joven dios?

Darius ignoró la pregunta y corrió hacia Negrus, quien lo observó con incredulidad. —¿Qué estás haciendo aquí?

—No podía dejarte solo después de lo que ocurrió. Es mi deber... mi deseo... protegerte,— dijo Darius, sus ojos brillando con determinación.

Negrus rodó los ojos, pero antes de que pudiera responder, Kaelith golpeó el suelo con su cetro, y el espacio se llenó de luz. —Basta. Este encuentro ha durado suficiente. Si ambos desean continuar en este camino, tendrán que enfrentar las consecuencias.

Con esas palabras, el entorno comenzó a desmoronarse, devolviendo a Negrus y Darius al bosque dorado. Pero algo había cambiado. En el horizonte, se alzaba una nueva amenaza: un ejército de entidades oscuras que parecían surgir del mismo abismo.

—¡Prepárate!— gritó Negrus, invocando su poder mientras Darius desenvainaba su espada. La batalla estaba lejos de terminar, y el destino del equilibrio colgaba de un hilo.

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