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el viaje de negrus

El camino era solitario y lleno de incertidumbre. Había tomado una dirección al azar, sin un destino claro, y mis pasos resonaban contra el suelo seco y polvoriento. No sabía qué buscaba, pero una fuerza dentro de mí me impulsaba a avanzar. La tristeza y la culpa eran mis únicos compañeros constantes, recordándome el peso de mi existencia. Mi capucha, como siempre, descansaba sobre mi cabeza, conteniendo el caos que Sombra intentaba liberar a cada instante.

Los primeros enfrentamientos

No pasó mucho tiempo antes de que los problemas comenzaran. Una emboscada me esperaba en un valle estrecho. Los cielos se abrieron, y un grupo de ángeles descendieron con espadas brillantes como el sol. Al mismo tiempo, demonios emergieron de las sombras, rodeándome con sonrisas maliciosas. Incluso un par de figuras divinas menores se unieron al enfrentamiento, formando un equipo improbable pero letal. Eran enemigos naturales, pero su objetivo común era claro: eliminarme.

No mostré miedo. Ellos no entendían el verdadero alcance de mi poder, y esa ignorancia les costó caro. En cuestión de minutos, el campo de batalla se convirtió en un escenario de caos. Los ángeles atacaron con fervor celestial, sus espadas emitiendo una energía que podría haber destruido a cualquier ser demoníaco menor. Los demonios lanzaban hechizos oscuros y cargaban con fuerza bruta, mientras que los dioses intentaban usar su control sobre los elementos para atraparme. Pero todo era en vano.

Mis movimientos eran calculados, cada golpe devastador. Mis aros brillaban intensamente mientras canalizaban mi energía demoníaca, aumentando mi fuerza y velocidad. Uno por uno, mis enemigos cayeron. Algunos intentaron huir, otros lucharon hasta su último aliento. Cuando todo terminó, el silencio llenó el valle, roto solo por mi respiración pesada y el murmullo de Sombra.

—¿Por qué los dejas vivir? —susurró Sombra dentro de mi mente. Su voz era como un eco oscuro, lleno de malicia.

—¡Cállate! —gruñí, tratando de ignorarlo. Pero su influencia era persistente.

La decisón de matar

Al principio, intenté mostrar misericordia. Había sobrevivientes, ángeles y demonios heridos que apenas podían mantenerse en pie. Podría haberlos dejado ir, permitirles regresar a sus respectivos reinos y contar la historia de mi poder. Pero Sombra no lo permitió.

—Mátalos —insistió—. O lo haré yo.

Sabía que no era una amenaza vacía. Sombra siempre estaba buscando oportunidades para tomar el control. Y así, con cada enfrentamiento, mi compasión disminuía. Dejé de preguntarme si debía perdonarlos y empecé a ejecutarlos sin piedad. Cada muerte era un recordatorio de lo que me había convertido: una fuerza imparable, pero también un monstruo.

Los cuerpos se apilaban a mi alrededor, y Sombra aprovechaba esos momentos para forzarme a alimentarme de ellos. Era una tortura constante. Su voz resonaba en mi cabeza, ordenándome que consumiera la carne y el alma de los caídos. Me resistía al principio, pero su control sobre mí se fortalecía cada vez que me debilitaba emocionalmente.

El tormento de la alimentación

La primera vez que Sombra me obligó a comer, fue una experiencia horrenda. Mi cuerpo se movió contra mi voluntad, mis manos arrancando trozos de carne de un demonio que había caído ante mí. La energía oscura de su alma fluyó dentro de mí, renovándome físicamente pero destrozándome por dentro. Sentía que cada mordisco me alejaba más de lo que alguna vez fui. Sergio, el humano que deseaba amigos y amor, estaba muerto. Lo que quedaba era Negrus, un depredador condenado a devorar lo que odiaba.

—No es tan malo, ¿verdad? —se burló Sombra. Su risa resonaba en mi mente como un eco interminable.

Quise gritar, pero no había nadie para escucharme. Mi viaje continuó, y los ataques no cesaron. Cada día, nuevos grupos de enemigos aparecían, convencidos de que podían derrotarme. Ángeles, demonios y dioses, todos cayeron igual. Ninguno logró siquiera herirme, y con cada victoria, Sombra se fortalecía.

La carga de ser invencible

A medida que los días se convertían en semanas, una pregunta comenzó a rondar en mi mente: ¿Valía la pena seguir matando? Algunos de mis enemigos apenas tenían la fuerza suficiente para levantar sus armas. Estaban aterrorizados, sabían que no tenían oportunidad. Pero aun así, luchaban. Me pregunté si yo habría hecho lo mismo en su lugar.

Hubo un momento, después de un enfrentamiento particularmente brutal, en el que me encontré mirando los cuerpos que había dejado atrás. Sus rostros estaban congelados en expresiones de miedo y dolor. Sentí una punzada de culpa, pero Sombra no me dio tiempo para lamentarme.

—Sigues dudando. ¡Eres patético! —me recriminó—. Ellos intentarán matarte cada vez que puedan. Acéptalo. Eres un depredador, y ellos son tu presa.

Quise contradecirlo, pero no encontré las palabras. Tal vez tenía razón. Tal vez ya no había redención para mí. Y así, continué, dejando un rastro de destrucción a mi paso.

Un momento de duda

En una de esas batallas, un joven ángel cayó de rodillas frente a mí. Su espada estaba rota, y su mirada reflejaba pura desesperación.

—Por favor... no lo hagas —suplicó, sus alas temblando mientras intentaba retroceder.

Por un instante, mis manos se detuvieron. Podría haberlo dejado ir. Pero la risa de Sombra resonó en mi mente, llenándome de rabia.

—Hazlo. Demuestra que eres más fuerte.

Mi espada cayó, y el ángel ya no suplicó. Me quedé mirando su cuerpo, sintiendo cómo algo dentro de mí se rompía un poco más. Cada vida que tomaba me alejaba más de la humanidad que una vez conocí.

Mientras Sombra celebraba mi "victoria", yo solo sentía un vacío interminable. Mi viaje continuó, pero la pregunta seguía latente: ¿Qué sentido tenía todo esto? Y, más importante, ¿qué era lo que realmente buscaba al final del camino?

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